Eldric
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6.
El lunes llegó con la carga de trabajo habitual, pero esta vez sentía el peso en cada aspecto de mi vida, especialmente en mi relación con Diana. Durante el día, no podía dejar de pensar en la discusión. Sabía que había manejado mal las cosas, pero el estrés del trabajo, la culpa por el baile con Evelyn, y los celos hacia Leo seguían rondando en mi cabeza. Todo se sumaba al inminente cierre de temporada en la oficina, donde Mauricio, mi jefe, exigía resultados a cualquier precio.
De camino a casa, impulsivamente compré un ramo de flores rojas, las favoritas de Diana. Al llegar, la encontré en la cocina preparando la cena, y aunque me saludó, su tono seguía siendo distante. Respiré hondo y me acerqué.
—Diana —dije, avanzando hacia ella con el ramo en las manos—, sobre lo que pasó ayer… Quiero disculparme si es que acaso te sentiste atacada, como si te estuviera culpando de algo más grande.
Ella se giró lentamente, tomando las flores que le ofrecía, y me miró con una mezcla de sorpresa e incredulidad.
—¿No fue así? —preguntó, con un tono que oscilaba entre la curiosidad y la desconfianza.
—He estado bajo mucha presión en el trabajo, y no solo me ha afectado a mí, si no a nosotros —Hice una pausa antes de continuar—. La verdad, la otra vez escuché a Evelyn diciendo que Leo estaba interesado en ti. No le di importancia en su momento, pero cuando los vi bailar juntos... no supe cómo manejarlo.
Diana me miró, tratando de entender.
—Diego, Evelyn siempre habla de más. Yo no le he dado pie a nada.
—Lo sé. No dudo de ti, solo me preocupa ese tipo, Leo. Quería que lo supieras y que tuvieras cuidado con él, en especial poniendole límites en caso de que se ponga muy amigable.
Ella asintió, suspirando.
—Leo no siente nada por mí, pero está bien, lo pararé en seco en caso de que se pase de listo. Y además, hablaré con Evelyn, a veces dice comentarios de más que pueden generar malentendidos. —Hizo una pausa antes de mirarme a los ojos, sus facciones suavizándose—. Pero tienes que confiar en mí.
—Lo haré —asentí, sintiendo que al menos habíamos avanzado un poco.
Diana sonrió ligeramente y volvió a concentrarse en la cena. Dejé la mochila a un lado y me acerqué para ayudarla. Sabía que quedaba trabajo por hacer, pero sentía que, al menos, habíamos dado un paso en la dirección correcta.
Después de la cena, el ambiente se había suavizado un poco. Recogí los platos mientras Diana limpiaba la mesa, y cuando terminó, ambos fuimos a la sala, donde nos sentamos juntos en el sofá. Ella se recostó ligeramente contra mi hombro, un gesto que no hacía en mucho tiempo, y yo aproveché la oportunidad para rodearla con un brazo.
Ella suspiró y se acomodó mejor en el sofá, apoyando su cabeza en mi pecho. Podía sentir el calor de su cuerpo, y fue en ese momento que me di cuenta de cuánto había extrañado esa cercanía. Instintivamente, deslicé mi mano por su cabello, acariciándolo con suavidad, tratando de reconectar con algo que creía perdido.
—A veces siento que hemos dejado de intentarlo —confesó de repente—. Como si la rutina nos hubiera consumido, y solo seguimos porque es lo que se espera de nosotros.
Sus palabras me dolieron, pero sabía que eran verdad. La rutina, el trabajo, las preocupaciones cotidianas... todo eso había erosionado nuestra relación, hasta convertirla en una serie de actos automáticos, carentes de pasión y de significado.
—Quiero intentarlo —dije con firmeza, sin apartar la mirada de la suya—. Quiero que volvamos a sentirnos bien juntos, que volvamos a reírnos como antes, que las cosas vuelvan a ser fáciles entre nosotros.
Ella me miró durante un momento que pareció eterno. Luego, suavemente, asintió.
—Yo también quiero eso, Diego. Pero necesito que me lo demuestres. No quiero promesas vacías, no quiero palabras que se las lleve el viento. Quiero que volvamos a ser nosotros.
—Lo sé. Y voy a demostrarlo, día a día. —Me incliné hacia ella y la besé. Fue un beso lento, sin prisas, cargado de la tensión de los últimos días, pero también con una esperanza silenciosa de que las cosas podían cambiar.
Sentí que ella respondía al beso, que sus labios buscaban los míos con la misma necesidad que yo tenía. La abracé con fuerza, atrayéndola hacia mí, como si temiera que se fuera a desvanecer si la soltaba. Y ella se dejó llevar, permitiendo que el momento nos envolviera.
Nos separamos lentamente, nuestras respiraciones mezclándose en el aire, y ella me miró con una ternura que hacía tiempo no veía en sus ojos.
—Hace mucho que no me besabas así —murmuró.
—Hace mucho que no lo sentía así —respondí, sincero.
Cuando las luces de la sala se atenuaron aún más y la noche se hizo más profunda, supe que era el momento de dar otro paso.
—Vamos a la cama —le susurré suavemente, dándole un pequeño tirón para guiarla hacia la habitación.
Ella asintió en silencio, dejándose llevar. Apagué las luces de la cocina y la casa quedó en penumbra. Solo la tenue luz de la lámpara del pasillo iluminaba nuestro camino hasta el dormitorio. Cerré la puerta detrás de nosotros, y al volverme, Diana estaba de pie, esperándome junto a la cama. No había urgencia en sus movimientos, solo una suavidad que hacía mucho tiempo no sentía.
Nos miramos un instante, sin decir nada. El silencio era cómodo, casi íntimo, y sentí un impulso que no pude contener. Me acerqué despacio y le aparté un mechón de cabello que le caía sobre la frente. Mis dedos rozaron su piel, y fue como si algo se encendiera entre nosotros. Sin pensarlo demasiado, incliné la cabeza y la besé suavemente. Sus labios se entreabrieron, y sentí cómo respondía, lenta pero segura.
El beso fue delicado al principio, un toque suave de labios que se fue profundizando poco a poco. Mis manos se deslizaron hasta su cintura, y ella me rodeó el cuello con los brazos, atrayéndome hacia ella. La calidez de su cuerpo contra el mío fue reconfortante, y nos besamos con una urgencia contenida, como si quisiéramos recuperar algo que habíamos perdido en el tiempo.
Nos dejamos caer sobre la cama, las sábanas crujieron bajo nuestro peso, y todo pareció ralentizarse. Sus manos comenzaron a explorar mi espalda, acariciando cada centímetro, mientras yo trazaba pequeños círculos en su cadera con mis dedos.
Diana soltó un suspiro, y sentí su aliento cálido en mi cuello cuando comenzó a besarme en la mandíbula, bajando lentamente hacia mi clavícula. Cerré los ojos y me dejé llevar, perdido en la sensación de sus labios contra mi piel, de sus manos recorriéndome con una ternura que creía olvidada.
Entre susurros y caricias, la ropa fue quedando en el suelo, pieza por pieza, hasta que nada quedó entre nosotros. Sentí su piel contra la mía, la suavidad de su tacto y el calor de su aliento. Nos movimos despacio, disfrutando cada segundo, cada roce, cada beso.
Decidí que esa noche, si algo iba a cambiar, era el momento de hacerlo. Con cuidado, deslicé mi brazo por debajo de ella y me levanté despacio, procurando no romper la magia del momento. Diana me miró con curiosidad, alzando una ceja.
—¿Qué pasa? —preguntó en un susurro, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y diversión.
—Solo un segundo —respondí, y me incliné para abrir el cajón de mi mesita de noche.
Ella se incorporó ligeramente, apoyándose en un codo mientras me observaba con atención. Sentí mi corazón latir más rápido mientras sacaba la pequeña bolsa de papel oscuro que había escondido días atrás. Diana alzó ambas cejas cuando vio la bolsa, pero no dijo nada. Me senté en el borde de la cama y, manteniendo contacto visual con ella, abrí la bolsa para mostrarle lo que había dentro.
—¿Qué es eso? —preguntó, sus labios formando una sonrisa divertida mientras se incorporaba por completo, tirando la sábana a un lado.
—Algo que compré hace unos días. Pensé que tal vez podríamos... probar algo diferente —le respondí, con una sonrisa tímida, mientras sacaba el vibrador multifuncional.
Encendí el vibrador con un clic apenas audible, y el suave zumbido llenó el silencio de la habitación, cortándolo con una vibración eléctrica y cargada de promesas.
Me acerqué lentamente, deslizando la punta del vibrador sobre su coño. Diana soltó un suspiro sorprendido, seguido de un leve jadeo, su lengua rozando la superficie en un reflejo instintivo. Sonreí, deslizando el vibrador por toda la raja de su coño, trazando un camino lento y deliberado. Sentí cómo se estremecía al contacto, su cuerpo respondiendo a cada vibración con un pequeño salto, como si la electricidad viajara directamente hacia su columna.
Cuando el vibrador entró en su coño, hice una pausa, moviéndolo en círculos lentos, sintiendo cómo su respiración se aceleraba. Cada movimiento provocaba un suspiro, una pequeña exhalación que llenaba la habitación, y yo observaba cada reacción con detenimiento.
—¿Cómo se siente? —le pregunté suavemente, mi voz apenas un susurro.
—Mmm... muy bien —respondió—. no pares.
Diana comenzó a moverse bajo mi toque, su cuerpo siguiendo el ritmo de la vibración. Lentamente, metía y sacaba el vibrador de su coño, jugando con la intensidad, aumentando y disminuyendo la velocidad en intervalos cortos, provocando pequeñas olas de placer que se reflejaban en su rostro.
Decidí dejar el vibrador descansando justo sobre la parte interior de su muslo, apenas rozando la piel. Diana soltó un suave gemido, y pude ver cómo su cuerpo entero se tensaba por un segundo, como si el placer se acumulara en ese punto, esperando mi siguiente movimiento.
—No te detengas... —me susurró con un tono urgente, cargado de deseo.
La obedecí, volviendo a colocar el vibrador dentro de ella. Sus caderas se arquearon en respuesta, moviéndose hacia mi mano, buscando más contacto, más intensidad. Jugaba con la cercanía, dejando que el dispositivo vibrara en ese límite, sintiendo cómo su impaciencia crecía, cómo sus suspiros se volvían más profundos, más intensos. Había una urgencia en el aire, un hambre compartida que llenaba el espacio entre nosotros.
Saqué el vibrador de su interior y me situé entre sus piernas. La miré a los ojos, viendo cómo el deseo y la necesidad se mezclaban en su mirada. Me incliné hacia ella, lamiendo su sexo, saboreando su placer. Ella se arqueaba hacia mí, gimiendo, suplicando por más. La llevé al borde del abismo, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba, cómo su respiración se aceleraba.
—Quiero sentirte dentro de mí —dijo, su voz cargada de deseo.
Me situé sobre ella, sintiendo cómo su cuerpo se abría para recibirme. La penetré lentamente, sintiendo cómo su calor me envolvía, cómo su cuerpo se ajustaba al mío. Comencé a moverme, sintiendo cómo el placer crecía en mi interior, cómo mi cuerpo se tensaba con cada embestida. Ella se movía debajo de mí, sus caderas siguiendo mi ritmo, buscando más contacto, más intensidad.
—Más fuerte —me suplicó, su voz entrecortada por el deseo.
Aceleré el ritmo, sintiendo cómo el placer crecía en mi interior, cómo mi cuerpo se tensaba cada vez más. Ella gemía debajo de mí, su cuerpo se arqueaba hacia el mío, buscando más contacto, más placer. La sentía cerca, muy cerca del orgasmo, y yo también estaba a punto de llegar al límite.
—Juntos —me susurró.
Asentí, sintiendo cómo mi cuerpo se tensaba aún más, cómo el placer crecía en mi interior. Y entonces, explotamos juntos. Su orgasmo fue intenso, su cuerpo se convulsionaba mientras gritaba de placer. La miré, viendo cómo su rostro se sonrojaba, cómo sus ojos se cerraban con fuerza.
La miré a los ojos, viendo cómo una sonrisa se dibujaba en su rostro. Me incliné hacia ella, besándola con suavidad, saboreando sus labios, su aliento. Y así, envueltos en un abrazo, nos quedamos dormidos.
El lunes llegó con la carga de trabajo habitual, pero esta vez sentía el peso en cada aspecto de mi vida, especialmente en mi relación con Diana. Durante el día, no podía dejar de pensar en la discusión. Sabía que había manejado mal las cosas, pero el estrés del trabajo, la culpa por el baile con Evelyn, y los celos hacia Leo seguían rondando en mi cabeza. Todo se sumaba al inminente cierre de temporada en la oficina, donde Mauricio, mi jefe, exigía resultados a cualquier precio.
De camino a casa, impulsivamente compré un ramo de flores rojas, las favoritas de Diana. Al llegar, la encontré en la cocina preparando la cena, y aunque me saludó, su tono seguía siendo distante. Respiré hondo y me acerqué.
—Diana —dije, avanzando hacia ella con el ramo en las manos—, sobre lo que pasó ayer… Quiero disculparme si es que acaso te sentiste atacada, como si te estuviera culpando de algo más grande.
Ella se giró lentamente, tomando las flores que le ofrecía, y me miró con una mezcla de sorpresa e incredulidad.
—¿No fue así? —preguntó, con un tono que oscilaba entre la curiosidad y la desconfianza.
—He estado bajo mucha presión en el trabajo, y no solo me ha afectado a mí, si no a nosotros —Hice una pausa antes de continuar—. La verdad, la otra vez escuché a Evelyn diciendo que Leo estaba interesado en ti. No le di importancia en su momento, pero cuando los vi bailar juntos... no supe cómo manejarlo.
Diana me miró, tratando de entender.
—Diego, Evelyn siempre habla de más. Yo no le he dado pie a nada.
—Lo sé. No dudo de ti, solo me preocupa ese tipo, Leo. Quería que lo supieras y que tuvieras cuidado con él, en especial poniendole límites en caso de que se ponga muy amigable.
Ella asintió, suspirando.
—Leo no siente nada por mí, pero está bien, lo pararé en seco en caso de que se pase de listo. Y además, hablaré con Evelyn, a veces dice comentarios de más que pueden generar malentendidos. —Hizo una pausa antes de mirarme a los ojos, sus facciones suavizándose—. Pero tienes que confiar en mí.
—Lo haré —asentí, sintiendo que al menos habíamos avanzado un poco.
Diana sonrió ligeramente y volvió a concentrarse en la cena. Dejé la mochila a un lado y me acerqué para ayudarla. Sabía que quedaba trabajo por hacer, pero sentía que, al menos, habíamos dado un paso en la dirección correcta.
Después de la cena, el ambiente se había suavizado un poco. Recogí los platos mientras Diana limpiaba la mesa, y cuando terminó, ambos fuimos a la sala, donde nos sentamos juntos en el sofá. Ella se recostó ligeramente contra mi hombro, un gesto que no hacía en mucho tiempo, y yo aproveché la oportunidad para rodearla con un brazo.
Ella suspiró y se acomodó mejor en el sofá, apoyando su cabeza en mi pecho. Podía sentir el calor de su cuerpo, y fue en ese momento que me di cuenta de cuánto había extrañado esa cercanía. Instintivamente, deslicé mi mano por su cabello, acariciándolo con suavidad, tratando de reconectar con algo que creía perdido.
—A veces siento que hemos dejado de intentarlo —confesó de repente—. Como si la rutina nos hubiera consumido, y solo seguimos porque es lo que se espera de nosotros.
Sus palabras me dolieron, pero sabía que eran verdad. La rutina, el trabajo, las preocupaciones cotidianas... todo eso había erosionado nuestra relación, hasta convertirla en una serie de actos automáticos, carentes de pasión y de significado.
—Quiero intentarlo —dije con firmeza, sin apartar la mirada de la suya—. Quiero que volvamos a sentirnos bien juntos, que volvamos a reírnos como antes, que las cosas vuelvan a ser fáciles entre nosotros.
Ella me miró durante un momento que pareció eterno. Luego, suavemente, asintió.
—Yo también quiero eso, Diego. Pero necesito que me lo demuestres. No quiero promesas vacías, no quiero palabras que se las lleve el viento. Quiero que volvamos a ser nosotros.
—Lo sé. Y voy a demostrarlo, día a día. —Me incliné hacia ella y la besé. Fue un beso lento, sin prisas, cargado de la tensión de los últimos días, pero también con una esperanza silenciosa de que las cosas podían cambiar.
Sentí que ella respondía al beso, que sus labios buscaban los míos con la misma necesidad que yo tenía. La abracé con fuerza, atrayéndola hacia mí, como si temiera que se fuera a desvanecer si la soltaba. Y ella se dejó llevar, permitiendo que el momento nos envolviera.
Nos separamos lentamente, nuestras respiraciones mezclándose en el aire, y ella me miró con una ternura que hacía tiempo no veía en sus ojos.
—Hace mucho que no me besabas así —murmuró.
—Hace mucho que no lo sentía así —respondí, sincero.
Cuando las luces de la sala se atenuaron aún más y la noche se hizo más profunda, supe que era el momento de dar otro paso.
—Vamos a la cama —le susurré suavemente, dándole un pequeño tirón para guiarla hacia la habitación.
Ella asintió en silencio, dejándose llevar. Apagué las luces de la cocina y la casa quedó en penumbra. Solo la tenue luz de la lámpara del pasillo iluminaba nuestro camino hasta el dormitorio. Cerré la puerta detrás de nosotros, y al volverme, Diana estaba de pie, esperándome junto a la cama. No había urgencia en sus movimientos, solo una suavidad que hacía mucho tiempo no sentía.
Nos miramos un instante, sin decir nada. El silencio era cómodo, casi íntimo, y sentí un impulso que no pude contener. Me acerqué despacio y le aparté un mechón de cabello que le caía sobre la frente. Mis dedos rozaron su piel, y fue como si algo se encendiera entre nosotros. Sin pensarlo demasiado, incliné la cabeza y la besé suavemente. Sus labios se entreabrieron, y sentí cómo respondía, lenta pero segura.
El beso fue delicado al principio, un toque suave de labios que se fue profundizando poco a poco. Mis manos se deslizaron hasta su cintura, y ella me rodeó el cuello con los brazos, atrayéndome hacia ella. La calidez de su cuerpo contra el mío fue reconfortante, y nos besamos con una urgencia contenida, como si quisiéramos recuperar algo que habíamos perdido en el tiempo.
Nos dejamos caer sobre la cama, las sábanas crujieron bajo nuestro peso, y todo pareció ralentizarse. Sus manos comenzaron a explorar mi espalda, acariciando cada centímetro, mientras yo trazaba pequeños círculos en su cadera con mis dedos.
Diana soltó un suspiro, y sentí su aliento cálido en mi cuello cuando comenzó a besarme en la mandíbula, bajando lentamente hacia mi clavícula. Cerré los ojos y me dejé llevar, perdido en la sensación de sus labios contra mi piel, de sus manos recorriéndome con una ternura que creía olvidada.
Entre susurros y caricias, la ropa fue quedando en el suelo, pieza por pieza, hasta que nada quedó entre nosotros. Sentí su piel contra la mía, la suavidad de su tacto y el calor de su aliento. Nos movimos despacio, disfrutando cada segundo, cada roce, cada beso.
Decidí que esa noche, si algo iba a cambiar, era el momento de hacerlo. Con cuidado, deslicé mi brazo por debajo de ella y me levanté despacio, procurando no romper la magia del momento. Diana me miró con curiosidad, alzando una ceja.
—¿Qué pasa? —preguntó en un susurro, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y diversión.
—Solo un segundo —respondí, y me incliné para abrir el cajón de mi mesita de noche.
Ella se incorporó ligeramente, apoyándose en un codo mientras me observaba con atención. Sentí mi corazón latir más rápido mientras sacaba la pequeña bolsa de papel oscuro que había escondido días atrás. Diana alzó ambas cejas cuando vio la bolsa, pero no dijo nada. Me senté en el borde de la cama y, manteniendo contacto visual con ella, abrí la bolsa para mostrarle lo que había dentro.
—¿Qué es eso? —preguntó, sus labios formando una sonrisa divertida mientras se incorporaba por completo, tirando la sábana a un lado.
—Algo que compré hace unos días. Pensé que tal vez podríamos... probar algo diferente —le respondí, con una sonrisa tímida, mientras sacaba el vibrador multifuncional.
Encendí el vibrador con un clic apenas audible, y el suave zumbido llenó el silencio de la habitación, cortándolo con una vibración eléctrica y cargada de promesas.
Me acerqué lentamente, deslizando la punta del vibrador sobre su coño. Diana soltó un suspiro sorprendido, seguido de un leve jadeo, su lengua rozando la superficie en un reflejo instintivo. Sonreí, deslizando el vibrador por toda la raja de su coño, trazando un camino lento y deliberado. Sentí cómo se estremecía al contacto, su cuerpo respondiendo a cada vibración con un pequeño salto, como si la electricidad viajara directamente hacia su columna.
Cuando el vibrador entró en su coño, hice una pausa, moviéndolo en círculos lentos, sintiendo cómo su respiración se aceleraba. Cada movimiento provocaba un suspiro, una pequeña exhalación que llenaba la habitación, y yo observaba cada reacción con detenimiento.
—¿Cómo se siente? —le pregunté suavemente, mi voz apenas un susurro.
—Mmm... muy bien —respondió—. no pares.
Diana comenzó a moverse bajo mi toque, su cuerpo siguiendo el ritmo de la vibración. Lentamente, metía y sacaba el vibrador de su coño, jugando con la intensidad, aumentando y disminuyendo la velocidad en intervalos cortos, provocando pequeñas olas de placer que se reflejaban en su rostro.
Decidí dejar el vibrador descansando justo sobre la parte interior de su muslo, apenas rozando la piel. Diana soltó un suave gemido, y pude ver cómo su cuerpo entero se tensaba por un segundo, como si el placer se acumulara en ese punto, esperando mi siguiente movimiento.
—No te detengas... —me susurró con un tono urgente, cargado de deseo.
La obedecí, volviendo a colocar el vibrador dentro de ella. Sus caderas se arquearon en respuesta, moviéndose hacia mi mano, buscando más contacto, más intensidad. Jugaba con la cercanía, dejando que el dispositivo vibrara en ese límite, sintiendo cómo su impaciencia crecía, cómo sus suspiros se volvían más profundos, más intensos. Había una urgencia en el aire, un hambre compartida que llenaba el espacio entre nosotros.
Saqué el vibrador de su interior y me situé entre sus piernas. La miré a los ojos, viendo cómo el deseo y la necesidad se mezclaban en su mirada. Me incliné hacia ella, lamiendo su sexo, saboreando su placer. Ella se arqueaba hacia mí, gimiendo, suplicando por más. La llevé al borde del abismo, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba, cómo su respiración se aceleraba.
—Quiero sentirte dentro de mí —dijo, su voz cargada de deseo.
Me situé sobre ella, sintiendo cómo su cuerpo se abría para recibirme. La penetré lentamente, sintiendo cómo su calor me envolvía, cómo su cuerpo se ajustaba al mío. Comencé a moverme, sintiendo cómo el placer crecía en mi interior, cómo mi cuerpo se tensaba con cada embestida. Ella se movía debajo de mí, sus caderas siguiendo mi ritmo, buscando más contacto, más intensidad.
—Más fuerte —me suplicó, su voz entrecortada por el deseo.
Aceleré el ritmo, sintiendo cómo el placer crecía en mi interior, cómo mi cuerpo se tensaba cada vez más. Ella gemía debajo de mí, su cuerpo se arqueaba hacia el mío, buscando más contacto, más placer. La sentía cerca, muy cerca del orgasmo, y yo también estaba a punto de llegar al límite.
—Juntos —me susurró.
Asentí, sintiendo cómo mi cuerpo se tensaba aún más, cómo el placer crecía en mi interior. Y entonces, explotamos juntos. Su orgasmo fue intenso, su cuerpo se convulsionaba mientras gritaba de placer. La miré, viendo cómo su rostro se sonrojaba, cómo sus ojos se cerraban con fuerza.
La miré a los ojos, viendo cómo una sonrisa se dibujaba en su rostro. Me incliné hacia ella, besándola con suavidad, saboreando sus labios, su aliento. Y así, envueltos en un abrazo, nos quedamos dormidos.
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