Decadencia Matrimonial

6.


El lunes llegó con la carga de trabajo habitual, pero esta vez sentía el peso en cada aspecto de mi vida, especialmente en mi relación con Diana. Durante el día, no podía dejar de pensar en la discusión. Sabía que había manejado mal las cosas, pero el estrés del trabajo, la culpa por el baile con Evelyn, y los celos hacia Leo seguían rondando en mi cabeza. Todo se sumaba al inminente cierre de temporada en la oficina, donde Mauricio, mi jefe, exigía resultados a cualquier precio.

De camino a casa, impulsivamente compré un ramo de flores rojas, las favoritas de Diana. Al llegar, la encontré en la cocina preparando la cena, y aunque me saludó, su tono seguía siendo distante. Respiré hondo y me acerqué.

—Diana —dije, avanzando hacia ella con el ramo en las manos—, sobre lo que pasó ayer… Quiero disculparme si es que acaso te sentiste atacada, como si te estuviera culpando de algo más grande.

Ella se giró lentamente, tomando las flores que le ofrecía, y me miró con una mezcla de sorpresa e incredulidad.

—¿No fue así? —preguntó, con un tono que oscilaba entre la curiosidad y la desconfianza.

—He estado bajo mucha presión en el trabajo, y no solo me ha afectado a mí, si no a nosotros —Hice una pausa antes de continuar—. La verdad, la otra vez escuché a Evelyn diciendo que Leo estaba interesado en ti. No le di importancia en su momento, pero cuando los vi bailar juntos... no supe cómo manejarlo.

Diana me miró, tratando de entender.

—Diego, Evelyn siempre habla de más. Yo no le he dado pie a nada.

—Lo sé. No dudo de ti, solo me preocupa ese tipo, Leo. Quería que lo supieras y que tuvieras cuidado con él, en especial poniendole límites en caso de que se ponga muy amigable.

Ella asintió, suspirando.

—Leo no siente nada por mí, pero está bien, lo pararé en seco en caso de que se pase de listo. Y además, hablaré con Evelyn, a veces dice comentarios de más que pueden generar malentendidos. —Hizo una pausa antes de mirarme a los ojos, sus facciones suavizándose—. Pero tienes que confiar en mí.

—Lo haré —asentí, sintiendo que al menos habíamos avanzado un poco.

Diana sonrió ligeramente y volvió a concentrarse en la cena. Dejé la mochila a un lado y me acerqué para ayudarla. Sabía que quedaba trabajo por hacer, pero sentía que, al menos, habíamos dado un paso en la dirección correcta.

Después de la cena, el ambiente se había suavizado un poco. Recogí los platos mientras Diana limpiaba la mesa, y cuando terminó, ambos fuimos a la sala, donde nos sentamos juntos en el sofá. Ella se recostó ligeramente contra mi hombro, un gesto que no hacía en mucho tiempo, y yo aproveché la oportunidad para rodearla con un brazo.

Ella suspiró y se acomodó mejor en el sofá, apoyando su cabeza en mi pecho. Podía sentir el calor de su cuerpo, y fue en ese momento que me di cuenta de cuánto había extrañado esa cercanía. Instintivamente, deslicé mi mano por su cabello, acariciándolo con suavidad, tratando de reconectar con algo que creía perdido.

—A veces siento que hemos dejado de intentarlo —confesó de repente—. Como si la rutina nos hubiera consumido, y solo seguimos porque es lo que se espera de nosotros.

Sus palabras me dolieron, pero sabía que eran verdad. La rutina, el trabajo, las preocupaciones cotidianas... todo eso había erosionado nuestra relación, hasta convertirla en una serie de actos automáticos, carentes de pasión y de significado.

—Quiero intentarlo —dije con firmeza, sin apartar la mirada de la suya—. Quiero que volvamos a sentirnos bien juntos, que volvamos a reírnos como antes, que las cosas vuelvan a ser fáciles entre nosotros.

Ella me miró durante un momento que pareció eterno. Luego, suavemente, asintió.

—Yo también quiero eso, Diego. Pero necesito que me lo demuestres. No quiero promesas vacías, no quiero palabras que se las lleve el viento. Quiero que volvamos a ser nosotros.

—Lo sé. Y voy a demostrarlo, día a día. —Me incliné hacia ella y la besé. Fue un beso lento, sin prisas, cargado de la tensión de los últimos días, pero también con una esperanza silenciosa de que las cosas podían cambiar.

Sentí que ella respondía al beso, que sus labios buscaban los míos con la misma necesidad que yo tenía. La abracé con fuerza, atrayéndola hacia mí, como si temiera que se fuera a desvanecer si la soltaba. Y ella se dejó llevar, permitiendo que el momento nos envolviera.

Nos separamos lentamente, nuestras respiraciones mezclándose en el aire, y ella me miró con una ternura que hacía tiempo no veía en sus ojos.

—Hace mucho que no me besabas así —murmuró.

—Hace mucho que no lo sentía así —respondí, sincero.

Cuando las luces de la sala se atenuaron aún más y la noche se hizo más profunda, supe que era el momento de dar otro paso.

—Vamos a la cama —le susurré suavemente, dándole un pequeño tirón para guiarla hacia la habitación.

Ella asintió en silencio, dejándose llevar. Apagué las luces de la cocina y la casa quedó en penumbra. Solo la tenue luz de la lámpara del pasillo iluminaba nuestro camino hasta el dormitorio. Cerré la puerta detrás de nosotros, y al volverme, Diana estaba de pie, esperándome junto a la cama. No había urgencia en sus movimientos, solo una suavidad que hacía mucho tiempo no sentía.

Nos miramos un instante, sin decir nada. El silencio era cómodo, casi íntimo, y sentí un impulso que no pude contener. Me acerqué despacio y le aparté un mechón de cabello que le caía sobre la frente. Mis dedos rozaron su piel, y fue como si algo se encendiera entre nosotros. Sin pensarlo demasiado, incliné la cabeza y la besé suavemente. Sus labios se entreabrieron, y sentí cómo respondía, lenta pero segura.

El beso fue delicado al principio, un toque suave de labios que se fue profundizando poco a poco. Mis manos se deslizaron hasta su cintura, y ella me rodeó el cuello con los brazos, atrayéndome hacia ella. La calidez de su cuerpo contra el mío fue reconfortante, y nos besamos con una urgencia contenida, como si quisiéramos recuperar algo que habíamos perdido en el tiempo.

Nos dejamos caer sobre la cama, las sábanas crujieron bajo nuestro peso, y todo pareció ralentizarse. Sus manos comenzaron a explorar mi espalda, acariciando cada centímetro, mientras yo trazaba pequeños círculos en su cadera con mis dedos.

Diana soltó un suspiro, y sentí su aliento cálido en mi cuello cuando comenzó a besarme en la mandíbula, bajando lentamente hacia mi clavícula. Cerré los ojos y me dejé llevar, perdido en la sensación de sus labios contra mi piel, de sus manos recorriéndome con una ternura que creía olvidada.

Entre susurros y caricias, la ropa fue quedando en el suelo, pieza por pieza, hasta que nada quedó entre nosotros. Sentí su piel contra la mía, la suavidad de su tacto y el calor de su aliento. Nos movimos despacio, disfrutando cada segundo, cada roce, cada beso.

Decidí que esa noche, si algo iba a cambiar, era el momento de hacerlo. Con cuidado, deslicé mi brazo por debajo de ella y me levanté despacio, procurando no romper la magia del momento. Diana me miró con curiosidad, alzando una ceja.

—¿Qué pasa? —preguntó en un susurro, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y diversión.

—Solo un segundo —respondí, y me incliné para abrir el cajón de mi mesita de noche.

Ella se incorporó ligeramente, apoyándose en un codo mientras me observaba con atención. Sentí mi corazón latir más rápido mientras sacaba la pequeña bolsa de papel oscuro que había escondido días atrás. Diana alzó ambas cejas cuando vio la bolsa, pero no dijo nada. Me senté en el borde de la cama y, manteniendo contacto visual con ella, abrí la bolsa para mostrarle lo que había dentro.

—¿Qué es eso? —preguntó, sus labios formando una sonrisa divertida mientras se incorporaba por completo, tirando la sábana a un lado.

—Algo que compré hace unos días. Pensé que tal vez podríamos... probar algo diferente —le respondí, con una sonrisa tímida, mientras sacaba el vibrador multifuncional.

Encendí el vibrador con un clic apenas audible, y el suave zumbido llenó el silencio de la habitación, cortándolo con una vibración eléctrica y cargada de promesas.

Me acerqué lentamente, deslizando la punta del vibrador sobre su coño. Diana soltó un suspiro sorprendido, seguido de un leve jadeo, su lengua rozando la superficie en un reflejo instintivo. Sonreí, deslizando el vibrador por toda la raja de su coño, trazando un camino lento y deliberado. Sentí cómo se estremecía al contacto, su cuerpo respondiendo a cada vibración con un pequeño salto, como si la electricidad viajara directamente hacia su columna.
Cuando el vibrador entró en su coño, hice una pausa, moviéndolo en círculos lentos, sintiendo cómo su respiración se aceleraba. Cada movimiento provocaba un suspiro, una pequeña exhalación que llenaba la habitación, y yo observaba cada reacción con detenimiento.

—¿Cómo se siente? —le pregunté suavemente, mi voz apenas un susurro.

—Mmm... muy bien —respondió—. no pares.

Diana comenzó a moverse bajo mi toque, su cuerpo siguiendo el ritmo de la vibración. Lentamente, metía y sacaba el vibrador de su coño, jugando con la intensidad, aumentando y disminuyendo la velocidad en intervalos cortos, provocando pequeñas olas de placer que se reflejaban en su rostro.

Decidí dejar el vibrador descansando justo sobre la parte interior de su muslo, apenas rozando la piel. Diana soltó un suave gemido, y pude ver cómo su cuerpo entero se tensaba por un segundo, como si el placer se acumulara en ese punto, esperando mi siguiente movimiento.

—No te detengas... —me susurró con un tono urgente, cargado de deseo.

La obedecí, volviendo a colocar el vibrador dentro de ella. Sus caderas se arquearon en respuesta, moviéndose hacia mi mano, buscando más contacto, más intensidad. Jugaba con la cercanía, dejando que el dispositivo vibrara en ese límite, sintiendo cómo su impaciencia crecía, cómo sus suspiros se volvían más profundos, más intensos. Había una urgencia en el aire, un hambre compartida que llenaba el espacio entre nosotros.

Saqué el vibrador de su interior y me situé entre sus piernas. La miré a los ojos, viendo cómo el deseo y la necesidad se mezclaban en su mirada. Me incliné hacia ella, lamiendo su sexo, saboreando su placer. Ella se arqueaba hacia mí, gimiendo, suplicando por más. La llevé al borde del abismo, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba, cómo su respiración se aceleraba.

—Quiero sentirte dentro de mí —dijo, su voz cargada de deseo.

Me situé sobre ella, sintiendo cómo su cuerpo se abría para recibirme. La penetré lentamente, sintiendo cómo su calor me envolvía, cómo su cuerpo se ajustaba al mío. Comencé a moverme, sintiendo cómo el placer crecía en mi interior, cómo mi cuerpo se tensaba con cada embestida. Ella se movía debajo de mí, sus caderas siguiendo mi ritmo, buscando más contacto, más intensidad.

—Más fuerte —me suplicó, su voz entrecortada por el deseo.

Aceleré el ritmo, sintiendo cómo el placer crecía en mi interior, cómo mi cuerpo se tensaba cada vez más. Ella gemía debajo de mí, su cuerpo se arqueaba hacia el mío, buscando más contacto, más placer. La sentía cerca, muy cerca del orgasmo, y yo también estaba a punto de llegar al límite.

—Juntos —me susurró.

Asentí, sintiendo cómo mi cuerpo se tensaba aún más, cómo el placer crecía en mi interior. Y entonces, explotamos juntos. Su orgasmo fue intenso, su cuerpo se convulsionaba mientras gritaba de placer. La miré, viendo cómo su rostro se sonrojaba, cómo sus ojos se cerraban con fuerza.

La miré a los ojos, viendo cómo una sonrisa se dibujaba en su rostro. Me incliné hacia ella, besándola con suavidad, saboreando sus labios, su aliento. Y así, envueltos en un abrazo, nos quedamos dormidos.
 
Última edición:
El prota es un tipo relativamente normal, es medio tonto a veces, pero por otro lado, al menos por ahora, no es pusilánime, no es pichacorta e incluso buen amante.
Veremos por donde se rompe la cosa.

Buena descripción, vemos casi la misma persona, nada mal de atributos, suficiente para eximir culpas en caso de, como mencionas, algo se rompa, única certeza según la sección que aloja nuestra historia. :rolleyes:
 
Buena descripción, vemos casi la misma persona, nada mal de atributos, suficiente para eximir culpas en caso de, como mencionas, algo se rompa, única certeza según la sección que aloja nuestra historia. :rolleyes:
Es que últimamente, en este tipo de historias, ponen al prota a la altura de una sábana con hueco (da pena en la cama)
 
Gran episodio que nos muestra un genuino cariño y una gran conexión que bien puede volver a ponerlos en sintonía, son cualidades de las que carecen la gran mayoría, nos entrega cierta calma, sólo que ninguna calma viene sola, acostumbra ser preámbulo de momentos muy agitados.

Noto sí a Diana algo menos convencida que Diego, como si viera demasiado cerca algún punto de no retorno.
Lo que además me causa ruido...

Leo no siente nada por mí
Más que una ingenua frase, parece una negacionista expresión con la que busca persuadirse de lo que otros y ella misma ven.

—A veces siento que hemos dejado de intentarlo...Como si la rutina nos hubiera consumido, y solo seguimos porque es lo que se espera de nosotros.
Esperemos que esto sea su declaración de intenciones por mejorar el bajo nivel que observa en la relación, y no la constatación de daños irreparables.

Pero necesito que me lo demuestres.
Dividir culpas y responsabilidades habría sido lo ideal, que Diana le encargue todo el esfuerzo a Diego podría generar expectativas demasiado altas en ella, algo que en la práctica resultará imposible de cumplir.
 
7.


El primer paso no fue fácil. Intenté mantenerme optimista, pero la verdad es que no sabía por dónde empezar. Las palabras de Diana resonaban en mi cabeza: "necesito que me lo demuestres". Aquella noche, después de nuestro momento de cercanía en el sofá, hice una lista mental de todas las cosas que quería cambiar, de los gestos que podría tener para recuperar lo que parecía haberse desvanecido entre nosotros. Sin embargo, la vida no se detuvo para esperar mis intentos.

El trabajo seguía siendo una bestia voraz, y el cierre de temporada se aproximaba como una tormenta imparable. Mauricio estaba más exigente que nunca, y las reuniones diarias se alargaban con discusiones interminables sobre métricas, estrategias y correcciones de última hora. Tenía que estar ahí, al pie del cañón, a pesar de sentir el peso de la responsabilidad en casa. A veces, me parecía que vivía en dos mundos paralelos, ambos demandando mi atención total.

Pero, a pesar de eso, tomé decisiones conscientes para demostrarle a Diana que estaba dispuesto a luchar. Empecé a llegar más temprano a casa, cocinando la cena yo mismo aunque estuviera exhausto. Preparaba sus platos favoritos, intentando recrear el ambiente de los primeros años, cuando todo parecía ligero y fácil. Me aseguraba de que la mesa estuviera ordenada, con una botella de vino esperando, y una playlist de nuestras canciones favoritas sonando de fondo.

Diana sonreía, y aunque al principio me miraba con una mezcla de sorpresa y desconfianza, empezó a relajarse, a dejarse llevar por esos gestos. Las conversaciones eran más fluidas, incluso si a veces caíamos en silencios incómodos. Yo estaba decidido a seguir adelante, aunque sentía que cargaba con todo el peso del cambio.

Durante esos días, Leo comenzó a aparecer más frecuentemente en mis pensamientos. No lo mencionaba, no quería dar señales de inseguridad, pero no podía evitar analizar cada palabra de Diana, cada gesto, buscando pistas sobre si él seguía siendo una sombra en nuestra relación. Me forcé a apartar esos pensamientos, concentrándome en lo que estaba a mi alcance: ser el esposo que ella necesitaba.

Los primeros cambios que hice en casa tuvieron su efecto positivo, y no solo en nuestra convivencia diaria, sino también en nuestra intimidad. Diana y yo, que durante mucho tiempo habíamos compartido una cama casi como dos desconocidos, volvimos a encontrar esa chispa perdida, esa conexión física que habíamos dejado atrás. Las noches comenzaron a llenarse de momentos apasionados, cargados de una intensidad que no sentía desde hacía años. Había más besos, más caricias, más ganas de estar juntos, y cada vez que ella se acurrucaba a mi lado después, sentía que, tal vez, estábamos en el camino correcto.

Los fines de semana, cuando Diana no trabajaba, intentaba sorprenderla con escapadas improvisadas: un paseo por el parque, una visita a un restaurante nuevo, o simplemente una tarde tranquila en casa, viendo alguna película que le gustara. Había algo en esos momentos que me daba esperanza, pero también me desgastaba. Sabía que debía ser constante, que no podía permitirme flaquear, porque si lo hacía, Diana podría perder la confianza en mis intenciones.

Hubo una noche, tras una larga jornada en la oficina, en la que llegué a casa completamente agotado. Diana me esperaba en el sofá, y aunque el cansancio amenazaba con arrastrarme al suelo, me acerqué a ella y le sonreí, forzándome a mantenerme firme. Se inclinó hacia mí y me abrazó, un gesto sencillo que, en otro tiempo, hubiera sido cotidiano, pero que ahora sentí como una pequeña victoria.

—Gracias por esforzarte tanto —me dijo en un susurro, sus manos acariciando mi espalda—. Sé que no es fácil.

Le devolví el abrazo, ocultando el alivio que esas palabras me provocaban. Sabía que aún quedaba mucho camino por recorrer, que las cosas no se solucionarían de un día para otro, pero en ese momento, en ese pequeño instante de comprensión mutua, sentí que valía la pena seguir intentándolo.

Diana, por su parte, empezó a responder a esos pequeños cambios. Noté cómo ella también tomaba la iniciativa en la cama, preparando el desayuno alguna que otra mañana o sugiriendo salir a dar un paseo cuando me veía más estresado. Empezó a planear algunas actividades para los fines de semana, nada complicado, solo cosas que pudiéramos disfrutar juntos: una caminata en el parque, una visita rápida al mercado local, o simplemente ver alguna serie que nos gustaba en el sofá, sin presión. Sentí que, por primera vez en mucho tiempo, no llevaba solo la carga del cambio.

El desgaste empezó a hacer mella en mi ánimo. Lo noté la mañana en que, tras otra noche corta y llena de trabajo, la alarma sonó y mi cuerpo simplemente no respondió. Por un instante, pensé en seguir bajo las sábanas, dejar que el día transcurriera sin mí, pero recordé las palabras de Diana, esa petición cargada de esperanza, y me forcé a levantarme. Había llevado la rutina a un límite en el que sentía que mi vida estaba dividida en segmentos que apenas lograba sostener.

Las ojeras bajo mis ojos eran cada vez más pronunciadas, y mi rendimiento en el trabajo comenzó a tambalear. Mauricio lo notó, llamándome la atención en más de una ocasión. Sentía que me estaba desmoronando, pero cada vez que veía la sonrisa de Diana, esa sonrisa que parecía iluminarse un poco más cada día, encontraba la energía para seguir adelante.

Por ahora, me aferraba a la idea de que podía recuperar lo perdido, de que con suficiente esfuerzo y dedicación, podríamos volver a ser la pareja que alguna vez fuimos.

Fue entonces, en medio de esa calma relativa, cuando mi celular vibró. Al desbloquearlo, vi la notificación de una solicitud de amistad en Peoplegram. Era Evelyn. Mi primera reacción fue de duda. Sabía que Evelyn y Diana eran amigas cercanas, y aceptar la solicitud podía interpretarse como una intromisión, pero, a la vez, no quería parecer grosero. ¿Y si Diana se enteraba y pensaba que tenía algo que ocultar? Decidí que no había razón para rechazarla, así que acepté la solicitud y me tomé unos minutos para revisar su perfil.

Evelyn tenía una presencia llamativa en sus fotos. Aparecía en ropa elegante, en bares de moda, en cenas con luces tenues y en eventos sociales, siempre luciendo impecable, con esa sonrisa segura y seductora que la caracterizaba. No había rastro de su novio, José, en ninguna de las imágenes. Recordaba vagamente que José era también su jefe, algo que siempre había sonado problemático. Me sorprendió ver que la mayoría de sus fotos eran solitarias o con otras amigas, muchas veces en poses sugestivas, en playas con poca ropa o en lugares lujosos, con miradas intensas dirigidas directamente a la cámara. Había algo en esas imágenes que me hizo sentir incómodo, como si estuviera mirando algo que no debía. Las fotos parecían diseñadas para atraer, para provocar, pero sin mostrar más de lo necesario.

Apagué el teléfono y dejé la incomodidad a un lado. No quería pensar demasiado en lo que había visto, era simplemente una solicitud de amistad, me dije. Nada más.

Al día siguiente, la vida continuó con su ritmo habitual. Diana estaba de buen humor esa mañana, y desayunamos juntos como solíamos hacerlo en los primeros años. Hablamos de cosas ligeras, de cómo se acercaba la época de vacaciones y de cómo podríamos tomarnos unos días libres para desconectar. Me sentí bien, más en paz de lo que me había sentido en semanas, y me prometí seguir en esa dirección, con pasos firmes y constantes.

Fue en medio de la tarde, mientras revisaba algunos informes en la oficina, cuando mi celular vibró con otra notificación. Era un mensaje de Evelyn. Por un instante, dudé en abrirlo. No quería dar lugar a malentendidos, pero la curiosidad me ganó y desbloqueé la pantalla.

El mensaje era directo, pero no del todo comprometedor.

Evelyn: ¡Hola, Diego! Gracias por aceptar la solicitud 😄. Hace tiempo que no nos vemos, ¿cómo has estado? ¡Espero que todo vaya bien!

Me quedé mirando la pantalla por un momento, sin saber exactamente qué responder. Decidí mantener la conversación en un tono neutral, sin cruzar ninguna línea.

Diego: Hola, Evelyn. Todo bien, gracias. Espero que tú también estés bien.

No hubo más mensajes esa tarde, pero la notificación seguía en mi mente. Me preguntaba si Diana sabía que Evelyn me había agregado, si aquello significaba algo o si simplemente había sido un gesto casual, como tantos otros en las redes sociales.

Esa noche, me aseguré de que Diana y yo tuviéramos nuestro momento de calma. Nos sentamos juntos en el sofá, hablando de cosas triviales, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí más conectado a ella. No mencioné el mensaje de Evelyn; no quería que pareciera algo importante. Simplemente, disfruté del pequeño paso adelante que habíamos dado.

Conforme las semanas pasaron, la rutina volvió a hacer su aparición, silenciosa pero insistente. El trabajo me absorbía cada vez más, las demandas se acumulaban y el esfuerzo por mantener las cosas en casa comenzó a sentirse como una carga que arrastraba a diario. Al principio, lograba encontrar un equilibrio, y al final del día llegaba a casa con energía para seguir intentándolo con Diana. Pero poco a poco, mis llegadas se fueron retrasando; las cenas se hicieron más sencillas y cortas, y la energía que antes sentía se fue desvaneciendo.

Llegó un punto en el que, cuando abría la puerta de casa, lo único que deseaba era cenar algo rápido, tumbarme en el sofá o directamente en la cama, y dejar que la noche me envolviera en una rutina predecible y sin sorpresas. Diana notó la diferencia, claro, pero intentó no recriminarme. La veía hacer pequeños esfuerzos: preparar algo especial para cenar de vez en cuando, poner una película que sabía que me gustaba, o simplemente sentarse a mi lado en silencio mientras yo luchaba por mantener los ojos abiertos.

Nuestra intimidad también sufrió los efectos. Aunque todavía teníamos momentos juntos, la frecuencia comenzó a disminuir. Habíamos dejado atrás las tensiones iniciales, pero ahora parecía que nos habíamos acomodado en un punto neutro, donde el cansancio superaba al deseo. Los intentos de mantener viva la pasión quedaron relegados a noches esporádicas, y aunque en esos momentos seguía sintiendo esa conexión, eran demasiado distantes entre sí para considerarlos un verdadero avance.

Por las mañanas, Diana trataba de mantener un buen ánimo. Seguía preguntándome cómo me iba, cómo me sentía, y yo hacía lo posible por darle una respuesta positiva, aunque sentía que apenas me quedaba energía para sostener la fachada. Seguía esforzándome, por ella y por nosotros, pero empezaba a preguntarme si realmente estábamos avanzando o simplemente nos habíamos instalado en una especie de tregua silenciosa.

Fue durante esos momentos de agotamiento cuando Evelyn comenzó a aparecer con más frecuencia en mi mente, y no era algo que había planeado. Después de aceptar su solicitud en Peoplegram, nuestros intercambios se hicieron algo más frecuentes, pequeños mensajes aquí y allá que comenzaron de forma inocente, como comentarios sobre una publicación o fotos de un lugar al que había ido. Ella tenía una forma ligera y despreocupada de hablar, algo que contrastaba con la tensión constante que sentía en mi vida. Pronto, esos intercambios esporádicos se convirtieron en conversaciones más largas.

Un día, después de una jornada especialmente agotadora en la oficina, recibí un mensaje suyo justo al salir del trabajo.

Evelyn: Hey, ¿qué tal tu día? Pareces tan ocupado últimamente, espero que estés bien.

Me sorprendió lo oportuno de su mensaje, como si de alguna forma hubiese sentido lo agotado que estaba. No era común que alguien me preguntara cómo estaba, sin segundas intenciones ni expectativas. Le respondí, inicialmente con una frase corta y vaga, pero ella siguió insistiendo, haciendo preguntas genuinas, interesándose por mi día.

Diego: La verdad, ha sido un día agotador. El trabajo me está llevando al límite, apenas tengo tiempo para nada más.

Evelyn: Me lo imagino. Recuerdo que cuando Diana y yo salíamos de vez en cuando, ella también solía quejarse de lo absorbente que es tu trabajo. Espero que estés tomando un respiro de vez en cuando.

De alguna manera, me encontré desahogándome con ella. Hablamos del estrés, del cansancio, de lo difícil que era encontrar un equilibrio entre cumplir con las expectativas en la oficina y estar presente en casa. Evelyn escuchaba, respondía con palabras de ánimo, y sus mensajes se convirtieron en una especie de refugio, un rincón en el que podía ser sincero sin miedo a decepcionar a nadie.

Un día, durante la hora del almuerzo en la oficina, me encontré revisando su perfil en Peoplegram otra vez. Los estados que compartía seguían teniendo esa aura seductora y relajada. Eran imágenes de salidas nocturnas, de momentos en la playa, de tardes con amigos... pero en ninguna de ellas aparecía José. No pude evitar preguntarme por qué, pero dejé de lado mis pensamientos y me concentré en la conversación ligera que teníamos.

Nuestra comunicación se volvió algo cotidiano, especialmente en esos momentos de pausa en los que necesitaba un escape, una válvula de escape para el estrés. No hablábamos de nada profundo, pero la conversación era suficiente para hacerme sentir que, en algún rincón de mi vida, había algo que no estaba completamente fuera de mi control.

Diana, por su parte, también seguía haciendo su esfuerzo, aunque ahora sus gestos eran más sutiles: una taza de café lista por la mañana, un plato con mi cena favorita, una sonrisa tenue cuando llegaba a casa, a pesar de mi evidente cansancio. Pero yo, sin darme cuenta, comenzaba a volcar mis emociones en los mensajes con Evelyn, quien siempre parecía estar disponible para escuchar, para hacerme reír o simplemente para distraerme de todo lo que me agobiaba.

Había una noche en particular que no pude olvidar. Había tenido un día desastroso en la oficina, con un cliente exigiendo cambios de última hora y Mauricio exasperado porque no llegábamos a las metas semanales. Llegué a casa tarde, con la mandíbula apretada de frustración y los hombros tensos. Diana estaba sentada en el sofá, esperándome como solía hacer, pero yo apenas tenía energía para fingir que todo estaba bien. Me disculpé por mi silencio, le di un beso rápido en la mejilla y me desplomé en la cama.

Esa noche, antes de quedarme dormido, recibí otro mensaje de Evelyn, justo cuando pensaba en desconectar del mundo. Era algo sencillo, un chiste sobre uno de los temas de trabajo que le había mencionado en días anteriores. Pero en ese momento, se sintió como un alivio, como si ella supiera exactamente cuándo necesitaba una palabra amable. No pude evitar sonreír, sintiéndome un poco menos solo en medio de la tormenta que se desataba en mi vida.

Había algo en esas conversaciones que me hacía sentir que podía respirar, que podía escapar, aunque fuera por unos minutos, de la presión que me estaba aplastando. Y aunque no quería admitirlo, esperaba esos mensajes con ansias, incluso cuando Diana y yo seguíamos compartiendo nuestras noches juntos.​
 
Es que últimamente, en este tipo de historias, ponen al prota a la altura de una sábana con hueco (da pena en la cama)

Muy de acuerdo, algunas historias suelen tener tintes muy similares en sus inicios, engaños y traiciones que llenan de celos y sospechas toda la trama, arrastrándonos por derroteros que tristemente decantan en un tipo de frágil protagonista con el velado permiso de disfrutar una traición que ni siquiera mereció ser perdonada, lecturas que terminan siendo tolerables dada la excelente pluma de algunos autores.
 
Vaya capítulo!!!
He acabado agotado después de leerlo. Por empatía con el protagonista 🤭🤭.
Si Diana se ha convertido en una obligación más, otro trabajo por objetivos, igual que el que tiene en su oficina, mal vamos.
Es curioso, que el consuelo y el descanso de la tensión, lo encuentre en las conversaciones con Evelyn, y no hablando con su esposa.
No parece casual, la aparición repentina de la amiga de Diana.
 
Vaya capítulo!!!
He acabado agotado después de leerlo. Por empatía con el protagonista 🤭🤭.
Si Diana se ha convertido en una obligación más, otro trabajo por objetivos, igual que el que tiene en su oficina, mal vamos.
Es curioso, que el consuelo y el descanso de la tensión, lo encuentre en las conversaciones con Evelyn, y no hablando con su esposa.
No parece casual, la aparición repentina de la amiga de Diana.
Yo creo que no puede encontrar ese descanso hablando con su esposa porque su esposa es la otra parte que le genera tensión, todo el tiempo es él quien está destrozado moralmente, y ella le deja una taza de café o le sonríe etc.

Entiendo que es porque nos lo cuenta el protagonista, pero la sensación que me da es que el esfuerzo de él es muy superior al de ella, y es algo bastante común en las relaciones, cuantas veces no se oye que a tu mujer tienes que enamorarla todos los días?

Evelyn está apareciendo no sé si por encargo de ella para tenerlo medio controlado y saber realmente que piensa, porque con tanto esfuerzo no quiere contarle sus problemas a Diana, o si es algo de Evelyn para luego putearle con Diana y Leo.

Igual no es ninguna de las 2 pero es lo primero que pienso, después de todo está en infidelidad.

Un saludo al autor, gran relato, tanto este como el otro.
 
No entiendo porque cuesta tanto la comunicación con la pareja. Ahí creo que esta el problema de todo, en general. Tanto le cuesta desahogarse con ella, contarle que se siente presionado en el laburo. El apoyo de ella es fundamental. Tal vez juntos buscar una salida, tal vez sea hora de buscar un cambio de rumbo laboral, que no lo exijan de esa manera. Pero para eso, tiene que consensuarlo con la pareja.
Sentir que los momentos de esparcimiento en la relación son una obligación, sumados a la obligación en el laburo. No son vida, en cualquier momento lo tenemos con un infarto en el hospital.
Por otro lado, mas básico, por que no le contó que Evelyn lo sumo a sus contactos. No me parece nada raro, ni nada grave, es el típico comentario q haces con tu pareja, che sabes quien me agrego al ********* (en este caso a ********), tu amiga tal... y ya esta. No es que una amiga que haya tirado los trastes o una exnovia, o algo asi que generaría tensión.
Veremos como avanzamos, pero esa Evelyn me trae mala espina, me suena a esas que lo que quiere es que todos sean infelices en la pareja como ellos. Y termina rompiendo hogares.
 
Que pone más esfuerzo Diego es un hecho para todos, acciones que terminan siendo insuficientes porque siempre queda el tramo de Diana sin avanzar, como sigan así es muy probable que sea él quien tire la toalla antes.
Lo de Evelyn es una arriesgada jugada, un acercamiento a Diego a espaldas de su mejor amiga, con intenciones que parecen más que amistad, aunque queda la posibilidad que no sea tan a sus espaldas, y lo hayan planificado ambas para condicionar la posición de Diego ante un equivalente movimiento de Diana con Leo.
Me extraña la ingenuidad de Diego al permitirlo, su sentido común debió alertarle ante la extrema confianza y complicidad que se tienen ellas, entendiendo que tarde o temprano su mujer se enterará por ella.
En todo caso para Evelyn esto es un win-win, ganar o ganar, ya que cual sea el resultado, habrá probado hombres distintos a su denostada pareja, José.
 
Se va haciendo un poco pesado seguir la historia con tanto paron entre entregas.

Ya sé que cada autor tiene sus tiempos pero se agradecería mucho la continuidad.

Gracias por el relato.
 
Se va haciendo un poco pesado seguir la historia con tanto paron entre entregas.
Ya sé que cada autor tiene sus tiempos pero se agradecería mucho la continuidad.
Gracias por el relato.
Como antecedente, tal vez desconoces que este autor lleva varios hilos con relatos simultáneos en este foro.
 
8.


Dentro de todo, pude acabar con el cierre de temporada y, finalmente, tomar un respiro del trabajo. Las últimas semanas habían sido un torbellino de entregas, llamadas interminables y reuniones que parecían no tener fin. Sin embargo, una vez que el último informe estuvo en manos de mis superiores, sentí una liberación que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. Había terminado la temporada y, con ella, esa presión constante que me había consumido. Era mi oportunidad para desconectar un poco y redirigir mi energía hacia lo que realmente importaba, Diana.

Por fin, las mañanas volvieron a tener un ritmo tranquilo. Comencé a preparar el desayuno para Diana. A Diana le gustaba cuando preparaba sus desayunos especiales: café recién hecho, pan tostado con aguacate, y huevos revueltos, algo sencillo pero hecho con calma. A medida que los días pasaron, comenzamos a salir más, a dejar atrás las largas jornadas frente a la pantalla del ordenador o las tareas que se acumulaban sin fin.

Un par de veces, decidimos ir a caminar por el parque para despejarnos. Algo sencillo, solo para disfrutar del aire libre y alejarnos un poco del estrés del trabajo. Otros días, nos dedicamos a hacer algo más activo, como alquilar bicicletas y recorrer la ciudad, o simplemente pasear por el centro sin un destino claro, disfrutando del tiempo juntos sin pensar en nada más.

Una noche, después de una semana tranquila, Diana y yo decidimos hacer algo diferente. Le propuse ir a un restaurante nuevo que había abierto en la ciudad, uno de esos lugares que prometían una experiencia gastronómica única. Aunque habíamos hablado de ir muchas veces antes, siempre terminábamos dejando la idea en el aire.

Así que esa noche, saliendo del trabajo me dirigí a casa con entusiasmo, sintiendo una energía que hacía tiempo no sentía. Al llegar, dejé mi abrigo en la entrada y subí las escaleras, buscando a Diana.

—¡Diana! — llamé, mi voz reverberando en el pasillo.

—¡Estoy arriba, cariño! — respondió desde la habitación. Al entrar, la vi frente al espejo, retocándose el maquillaje. Estaba sentada de espaldas a mí, su cabello cayendo suavemente sobre sus hombros. Llevaba unas panties negras que combinaban con un top del mismo color, resaltando su figura con una elegancia casual que me dejó sin palabras. Me quedé observándola por un momento, disfrutando de esa imagen íntima y reconociendo lo hermosa que se veía en su simplicidad.

Cuando se dio la vuelta, me sonrió y me preguntó:

—¿Y cómo te fue en el trabajo?

Había algo en su mirada que me hizo sentir que, a pesar de todo, todavía había un vínculo entre nosotros. Me acerqué y le respondí con una sonrisa.

—Bien, ya sabes, lo normal —dije, restándole importancia al estrés reciente.

Diana se levantó, se dio la vuelta hacia mí, y extendió los brazos, buscando mi aprobación.

—¿Cómo me veo? —preguntó con una mezcla de coquetería y vulnerabilidad.

—Como la mujer más hermosa del mundo —contesté sinceramente.

Ella sonrió, levemente sonrojada, y se acercó a besarme, un beso suave, casi tímido, que me recordó los inicios de nuestra relación.

—Ya… no exageres —dijo, riendo ligeramente mientras volvía a mirarse en el espejo para ajustar unos últimos detalles en su maquillaje.

De repente, noté un brillo en sus ojos, una chispa de entusiasmo que no esperaba.

—Por cierto, invité a Evelyn a cenar con nosotros esta noche, probablemente también vaya José —dijo, buscando mi mirada, esperando ver mi reacción.

Sentí que mi cuerpo se tensaba un poco. Había estado planeando una noche solo para los dos, pero la mención de Evelyn cambió todo.

—¿En serio? — traté de no sonar decepcionado, pero mi tono delató mi sorpresa —. Diana, quería que esta noche fuese especial, solo tú y yo.

Ella me miró con una mezcla de disculpa y firmeza.

—Lo sé, cariño, pero Evelyn me preguntó qué haríamos esta noche. Cuando le conté, insistió en acompañarnos. Pensé que sería bueno, hace tiempo que no la vemos, y... no sé, puede ser divertido.

Me costó asimilar la idea. Suspiré, tratando de mantener la calma.

Mi mente comenzó a procesar la situación. Traté de mantener una expresión neutral, pero la incomodidad se estaba asentando en mi interior.

—No sé si sea buena idea que venga Evelyn o incluso si viene José — admití con honestidad.

Diana negó con la cabeza y se acercó a mí, tomándome la mano con suavidad.

—No seas así — me dijo, con un tono cariñoso —. Será más divertido con ellos. Además, no está mal salir con otras personas de vez en cuando. Nos hará bien... y así también se pueden conocer mejor.

Sentí un nudo en el estómago. No podía dejar de recordar las conversaciones que había tenido con Evelyn, esos mensajes intercambiados a altas horas de la noche cuando el trabajo me dejaba exhausto y Diana ya estaba dormida. Había comenzado a sentir cierta familiaridad con ella, una complicidad que no esperaba.

—Está bien, está bien —dije al final, intentando sonreírle a Diana para no mostrar mi incomodidad—. Supongo que será interesante.

Ella me devolvió la sonrisa, aparentemente satisfecha con mi respuesta, y volvió a sus últimos retoques en el maquillaje. Mientras la observaba desde la puerta, no pude evitar pensar en cómo la cena cambiaría la dinámica de nuestra noche. Evelyn no era solo una amiga de Diana, era alguien que, de forma inesperada, se había convertido en una especie de confidente para mí.

Me quedé ahí unos segundos, en silencio, observándola mientras la tensión y la expectativa crecían en mi interior.

Mientras me alistaba, escuché el sonido familiar de mi celular vibrando sobre la mesa. Sentí una mezcla de curiosidad y anticipación al ver que tenía varios mensajes de Evelyn. Tomé el teléfono y lo desbloqueé, mi pulso acelerándose un poco mientras abría el chat.

Evelyn: ¿Listo para la cita de hoy? 😊
Evelyn: Todavía no sé qué ponerme... ¿qué opinas de este vestido?

Mi mirada se fijó en la imagen que apareció en la pantalla. Evelyn estaba de pie frente a un espejo de cuerpo entero, con un vestido negro que le llegaba justo por encima de las rodillas. El tejido se ajustaba perfectamente a sus caderas, delineando su figura con elegancia y resaltando cada curva. El escote, era sutil pero sugerente, realzando sus tetas, y sus hombros quedaban al descubierto, mostrando un toque de sensualidad que hacía imposible apartar la mirada. Ella sonreía con naturalidad, ese tipo de sonrisa que transmite confianza, pero también un atrevimiento que me desconcertaba. El vestido caía suavemente sobre sus muslos, destacando la longitud de sus piernas, y un par de tacones elegantes completaban el conjunto, dándole un aire sofisticado pero provocador.

Me tomó un segundo procesar la imagen antes de que otro mensaje llegara, acompañado de una nueva foto.

Evelyn: O... ¿qué tal esto?

Esta vez estaba de perfil, llevaba unos jeans ajustados que parecían hechos a medida. El denim oscuro se ceñía a sus piernas, acentuando su culo, y dibujando con precisión la curva de su cintura. La camiseta que llevaba, un top blanco de tirantes finos, dejaba ver un poco de piel en su abdomen. En la foto, ella jugaba con un mechón, ladeando la cabeza con una expresión juguetona y traviesa.

No sabía qué responder. Había algo en esos mensajes que se sentía más íntimo de lo que debería ser, considerando la relación que tenía con Diana y que Evelyn era su amiga. El tono, las fotos, la manera en que me involucraba en su decisión sobre qué ponerse. A pesar de todo, respondí, intentando mantener las cosas ligeras.

— Wow, los dos se ven geniales. Los jeans te quedan genial, pero el vestido... tienen algo especial, —escribí, sin atreverme a mostrar ninguna preferencia evidente. Traté de sonar despreocupado, como si estuviera conversando con cualquier otra amiga, pero mi corazón latía con fuerza mientras esperaba su respuesta.

Presioné "enviar" y observé la pantalla, esperando su reacción. Sentí un cosquilleo en el estómago, una mezcla de culpa y emoción. Traté de convencerme de que era solo una elección inocente de vestuario, que no había nada más allá de eso.

Minutos después, mi celular vibró nuevamente con su respuesta.

Evelyn: ¡Perfecto! Sabía que te gustaría el vestido. 😉 ¡Entonces, decidido! Nos vemos en la cena, no puedo esperar.

Puse el celular sobre la cama, tratando de concentrarme en lo que tenía que hacer: terminar de arreglarme, preparar la cena, y aparentar que todo seguía en orden cuando en realidad sentía que algo había cambiado.

Subí al coche con Diana, y mientras nos dirigíamos al restaurante, no podía evitar sentir un ligero malestar. Hubiera preferido que la noche fuera solo para nosotros dos, un momento para reconectar sin distracciones. Aun así, no me molestaba realmente que Evelyn nos acompañara; después de todo, era una buena amiga de Diana, y, para ser sincero, había empezado a disfrutar de su compañía más de lo que quería admitir.

ntramos al restaurante, un lugar con una atmósfera acogedora, donde las luces tenues y el murmullo de las conversaciones le daban un aire íntimo. Tomé la mano de Diana mientras caminábamos hacia nuestra mesa, dispuesto a disfrutar de la noche, pero de repente, lo vi.

Leo estaba allí, en una esquina del local, levantando la mano para saludarnos con una sonrisa despreocupada en el rostro. Sentí una punzada en el pecho, un reflejo de la incomodidad que me causaba su presencia. Solté la mano de Diana y la miré directamente a los ojos, esperando alguna explicación.

—¿Leo? ¿Qué hace aquí? —le pregunté, tratando de mantener la voz en calma, pero sin poder disimular la sorpresa.

Diana se encogió ligeramente de hombros, visiblemente incómoda.

—No lo sé, Diego, de verdad. No tenía idea de que él iba a estar aquí... —respondió, alzando las manos en señal de inocencia—. Tal vez Evelyn lo invitó, no tengo ni idea.

Fruncí el ceño, sintiendo un peso en el estómago. Algo no me cuadraba, y la idea de tener que compartir la noche con Leo me resultaba insoportable. Pensé en pedirle a Diana que nos fuéramos, que buscáramos un lugar diferente para cenar, pero en ese momento, una voz familiar me sacó de mi intento de escapatoria.

—¡Diana, Diego! —Evelyn apareció de la nada, como si hubiese estado esperando el momento perfecto. Llevaba el vestido que yo había sugerido, ajustado en los lugares correctos, resaltando su figura de manera elegante pero indiscutiblemente provocativa. Me quedé sin palabras durante un segundo, mientras ella me dedicaba una sonrisa traviesa, consciente del impacto que causaba.

—¡Qué bueno verlos! —dijo Evelyn, besando a Diana en la mejilla y luego dándome un abrazo rápido. El perfume que llevaba me envolvió por un instante, despertando una mezcla de emociones que prefería no analizar en ese momento.

Tragué saliva y forcé una sonrisa. —Te queda bien el vestido… Evelyn —logré decir, intentando que mi tono no sonara demasiado evidente. Ella me guiñó un ojo, como si compartiéramos un secreto, y eso solo hizo que mi nerviosismo aumentara.

—¡Sí Evelyn, te queda precioso ese vestido, eh! —comentó Diana, admirando la elección de ropa de su amiga.

—¡Gracias! —respondió Evelyn con una sonrisa—, y tú te ves muy bien con ese traje. Oh, por cierto, invité a Leo a acompañarnos, ya que José no pudo venir. Espero que no les moleste.

Antes de que pudiera decir algo más, una voz detrás de nosotros se hizo escuchar.

—¡Hola chicos! —Leo se unió al grupo, radiando una confianza que me resultaba irritante. Saludó a Diana con un abrazo demasiado entusiasta para mi gusto y luego estrechó mi mano con firmeza, como si quisiera dejar claro que él también era parte de la noche.

Observé de reojo a Diana, buscando alguna señal de incomodidad, pero ella mantenía una sonrisa amable, como si todo estuviera en orden. Sentí una mezcla de frustración y celos que traté de contener, consciente de que mostrarme molesto solo arruinaría la velada. Decidí que lo mejor sería hacer de tripas corazón y seguir adelante.

—Bueno... parece que esta noche será interesante —comenté, intentando sonar ligero, aunque mi mente estaba ya en alerta. Evelyn tomó asiento junto a Leo, mientras Diana y yo nos sentamos frente a ellos

Pedimos un vino para empezar, y traté de mantener la conversación en marcha, preguntando sobre cosas triviales, evitando cualquier tema que pudiera encender la tensión que sentía en el aire. Sin embargo, no podía dejar de notar cómo Leo miraba a Diana con una familiaridad que me incomodaba, y cómo Evelyn, sentada justo frente a mí, jugaba con el borde de su copa de vino, manteniendo sus ojos fijos en los míos más de lo necesario..

—¿Y cómo están tú y José? —preguntó Leo, aprovechando su ausencia. Evelyn lo miró, con una sonrisa casi melancólica.

—Oh, ya sabes... casi siempre ocupado, con proyectos y reuniones —dijo, encogiéndose de hombros—. A veces quisiera que tuviera tiempo para cosas más simples, como salir a cenar o pasar una noche tranquila en casa. Pero bueno, así es él. Lo importante es que me apoya en todo lo que hago.

Leo asintió, aparentemente comprendiendo. Hubo un breve silencio, y fue Diana la que lo rompió, quizás intentando aliviar la ligera incomodidad que se había instalado.

—Ya sabes cómo es esto, Leo. Las relaciones pueden ser complicadas cuando el trabajo absorbe tanto de tu vida —comentó Diana, con una sonrisa comprensiva—. A veces es difícil encontrar el equilibrio.

—Supongo que es cuestión de etapas, ¿no? —intervine, intentando desviar la conversación hacia un terreno más seguro—. Todos pasamos por esas etapas en las que lo profesional o las responsabilidades ocupan más espacio del que deberían. A veces, es difícil encontrar un equilibrio.

—Claro, Diego, tú deberías saberlo mejor que nadie —dijo Evelyn, girándose hacia mí con esa sonrisa que parecía siempre a medio camino entre el juego y la provocación—. No sé cómo logras manejar todo eso y aún tener tiempo para salir.

—Es cuestión de organización... o al menos eso intento —respondí, forzando una sonrisa y levantando mi copa en un gesto casi automático.

Diana me lanzó una mirada que no logré interpretar del todo, pero que sentí cargada de algo. ¿Molestia? ¿Incomodidad? No podía estar seguro. Me pregunté si había dicho algo que no debía, pero ya era tarde para retroceder. Opté por seguir adelante, manteniendo la conversación ligera.

—De hecho, creo que todos estamos en la misma —continué—. Al final del día, todos tratamos de encontrar ese balance. Y, a veces, eso significa que simplemente hay que tomar un descanso y disfrutar de la compañía.

—Exacto, Diego —dijo Leo, levantando su copa para brindar conmigo—. Brindo por eso. Por encontrar tiempo para las cosas que realmente importan, y por no complicarnos demasiado.

Brindamos, y Evelyn no perdió la oportunidad de agregar un toque más a la conversación.

—¿Y tú Leo? ¿Alguna aventura que tengas con una chica por ahí? Seguro que más de una interesada si tienes —dijo Evelyn.

—No realmente —contestó—. Ya no estoy para ese tipo de encuentros casuales.

—¿Ah, no? —replicó Diana, con una ceja alzada, como si no creyera del todo sus palabras.

—Quiero algo más serio, algo real. No estoy buscando algo que termine después de una noche —dijo Leo.

Evelyn se inclinaba ligeramente hacia adelante, su atención completamente fijada en Leo. Yo, por otro lado, no podía dejar de notar la insinuación de su escote, que subía y bajaba con cada respiración que ella tomaba, especialmente cuando reía o hacía un comentario agudo para mantener la conversación animada.

Sentía que mi mirada traicionaba mis intenciones. Por más que intentaba enfocar mi atención en Diana, en mi comida, o en cualquier otro punto de la habitación, de vez en cuando mis ojos se desviaban hacia Evelyn. Su vestido no solo era elegante sino calculado, y sabía perfectamente cómo aprovecharlo para atraer miradas sin ser evidente. La tela abrazaba sus curvas con una sutileza que dejaba poco a la imaginación, y el borde del escote me mantenía en una especie de trance del que no lograba salir.

El momento fue interrumpido cuando el mesero llegó con la comida, y por un instante, todos se centraron en sus copas, en el acto de brindar por una buena noche.

—Por las noches como esta —repitió Diana, con una sonrisa que parecía esforzarse por ser sincera, mientras levantábamos nuestras copas—. Porque siempre hay un momento para relajarse y disfrutar.

El resto de la noche se desarrolló en una especie de juego de equilibrios. Evelyn hablaba con la misma naturalidad de siempre, y Leo, siempre atento, seguía sus historias con interés. Diana se esforzaba por mantener la conversación animada, pero noté que, de vez en cuando, su mirada se perdía, como si estuviera lidiando con sus propios pensamientos.

La velada finalmente llegó a su fin, entre risas forzadas y conversaciones que parecían pasar por alto las verdaderas tensiones que bullían debajo de la superficie. Nos despedimos de Leo y Evelyn en la puerta del restaurante. Diana abrazó a Evelyn, agradeciéndole por haber venido, mientras yo intercambiaba un apretón de manos con Leo que se sintió más formal de lo que debería.

—Bueno, nos vemos pronto, ¿no? —dijo Evelyn, dedicándome una sonrisa que me hizo sentir un cosquilleo en el estómago.

—Claro, cuidense —contesté con una sonrisa educada, antes de seguir a Diana hasta el coche.

Cuando llegamos a casa, Diana dejó su bolso en la mesa del comedor y se quitó los zapatos sin decir palabra. La seguí hasta la habitación, esperando un momento más íntimo después de una noche tan extraña. Ella se sentó en la cama, frotándose las sienes.

—Ha sido una noche larga, ¿verdad? —dije, tratando de sonar casual.

—Sí, un poco —respondió sin mirarme, mientras comenzaba a desabrocharse los pendientes.

Me acerqué por detrás, besándole suavemente la nuca, esperando que eso ayudara a romper la distancia que se había establecido entre nosotros.

—Oye... —murmuré contra su piel—. Pensé que quizás podríamos... ya sabes, relajarnos un poco antes de dormir.

Diana se giró, sonriendo, pero sus ojos reflejaban un cansancio que iba más allá de lo físico.

—Diego, me encantaría... pero mañana tengo que levantarme temprano para la reunión con los nuevos clientes. Ha sido un día largo y de verdad necesito descansar.

Sus palabras cayeron como una losa, y aunque traté de ocultar mi decepción, creo que ella la notó. Se inclinó hacia adelante y me dio un beso en la frente, uno de esos besos rápidos que se sienten más como un gesto de rutina que como un verdadero acto de afecto.

—Lo siento —añadió, y luego se levantó—. Voy a prepararme para dormir.

Me quedé ahí, viendo cómo desaparecía en el cuarto. Un suspiro de frustración escapó de mis labios, y me dejé caer sobre el sofá. La noche, que había comenzado con la expectativa de una cena especial, terminaba con una sensación de vacío y confusión que no podía sacudirme. Me levanté, caminando hacia el baño del pasillo para darme una ducha rápida, intentando quitarme de encima la tensión acumulada.

Me quité la ropa con movimientos automáticos, abriendo el agua caliente y dejando que el vapor llenara el pequeño espacio. Justo cuando estaba a punto de meterme en la ducha, mi teléfono vibró sobre el lavabo. Lo cogí sin pensarlo, esperando quizás algún mensaje de trabajo o una notificación sin importancia, pero lo que vi me hizo detenerme en seco.

Era un mensaje de Evelyn.

Evelyn: "No podía evitar notar cómo me mirabas esta noche."

Sentí que el corazón se me aceleraba mientras leía el texto. Y antes de que pudiera decidir si contestar o simplemente ignorarlo, llegó otro mensaje, esta vez acompañado de una imagen. Mi pulso se disparó. Con una mezcla de curiosidad y culpa, abrí la foto.

Evelyn estaba frente al espejo de lo que parecía ser su dormitorio. Llevaba el mismo vestido que había usado esa noche, pero había desabrochado la parte superior, dejando a la vista un escote más pronunciado que dejaba ver mejor sus tetas. Sus ojos, reflejados en el espejo, me miraban desafío, una invitación tácita que no dejaba lugar a dudas.

El aire en el baño se volvió más denso, y durante unos segundos me quedé allí, inmóvil, mirando la imagen en la pantalla. Las gotas de agua caliente caían desde la regadera, formando una nube de vapor a mi alrededor, pero apenas lo notaba. Sentía la adrenalina recorriéndome, la tentación ardiendo en algún lugar profundo de mi mente.

Evelyn: "Espero que te haya gustado lo que viste. Buenas noches, Diego 😉"

Me quedé con el teléfono en la mano, sintiendo cómo el peso de sus palabras se asentaba sobre mis hombros. Por un lado, sabía que debía ignorarla, bloquear ese camino antes de que fuera demasiado tarde. Pero, al mismo tiempo, no podía negar la sensación de emoción, de un peligroso juego que se abría ante mí.

Finalmente, dejé el teléfono sobre el lavabo y me metí bajo el agua, dejando que el calor abrasador de la ducha borrara, al menos por un momento, la confusión que me atormentaba. Cerré los ojos, pero la imagen de Evelyn seguía ahí, grabada en mi mente, mientras el agua caía sobre mi cuerpo, intensificando un deseo que había intentado negar.

Comencé a masturbarme pensando en aquella foto, en las tetas de Evelyn, en cómo su vestido se ceñía a su culo, y sin reparar en el tiempo, ya estaba eyaculando.​
 
Última edición:
Esta historia re escrita la verdad parecería que va a estar más sufrida. Diego es un pobre diablo e hipócrita, que por un lado siente celos y la inseguridad de que su esposa lo engaña o engañará con Leo, pero al mismo tiempo el si está permitiendo los avances de Evelyn. No se la historia seguirá la línea anterior o cambiará, pero Diego se merece todo lo malo que le pueda pasar, que de entrada parece que Diana se aleja de Diego cada vez que se encuentra con Leo,
 

📢 Webcam con más espectadores ahora 🔥

Atrás
Top Abajo