La mujer de mi mejor amigo

Botic

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29 Jul 2025
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He decidido contar esta historia porque sigue siendo uno de mis mejores y más excitantes recuerdos.

Siempre había sido de los que piensan que las novias de los amigos se respetan, más incluso cuando se convierten en su mujer, pero ella me hizo cambiar. Se había convertido en la mujer de mi mejor amigo y los primeros años ni me fijaba en ella.

Nos gustaba, cada fin de semana, cenar juntos: mi pareja y yo, y ellos dos. Este agosto, un sábado como de costumbre, nos reunimos; hacía calor y ella llegó con un gran escote. Tetas gordas y bien juntas. Conforme avanzaba la noche y el alcohol iba en aumento, mi mirada cada vez se centraba más en ese pecho que brillaba con el sudor. Hubo un momento en que ella se percató, aunque disimuló, y continuamos con la conversación.

Más tarde acabamos en una discoteca y, en un momento de la noche, ella pasó a mi lado y rozó sus tetas contra mi brazo. Yo, por instinto, me aparté y ella me miró sonriendo. Esa imagen estuvo muy presente a la mañana siguiente, cuando me tuve que masturbar pensando en ella. Mientras lo hacía, me apareció una notificación de WhatsApp de ella: me había pasado las fotos de la noche anterior. Como podéis imaginar, ese material fue perfecto para seguir masturbándome. Fruto de la excitación, el orgasmo fue increíble y cada chorro de semen iba acompañado de un gemido. Durante la corrida, con el móvil en la mano, sin querer toqué el micrófono y se grabó un pequeño audio donde se me escucha jadear. Nervioso, intenté borrarlo lo antes posible. Pensé que lo había hecho a tiempo, pero una hora después ella me contestó con dos emojis 😈💦.

Se entremezclaron los nervios con la excitación. Una parte de mí creía que lo mejor era dejarlo pasar, pero otra sentía curiosidad. Esa misma noche, mientras me masturbaba nuevamente pensando en ella, no pude resistirme. “¿Te gustaría escucharme de nuevo?”, escribí para seguir jugando.

Pronto vi que me escribía...
 
Última edición:
La respuesta fue 💦💦, no dijo más. Tremendamente excitado, apreté el micrófono para grabar un audio, amplié una de las fotos que me había enviado y, dejando el móvil sobre la mesa, me empecé a masturbar hasta correrme. Las gotas salpicaron el móvil; con la mano aún manchada detuve la grabación y le envié el audio.

Esperé su respuesta, pero no escribió nada. Agobiado por si me había sobrepasado, traté de borrar el audio, pero la opción no estaba disponible. El siguiente finde, por primera vez, no quedamos para cenar. Mi amigo me dijo que ella se encontraba mal. Mi preocupación fue mayor cuando la siguiente semana tampoco quedamos; mi amigo terminó su mensaje diciendo: “cuando puedas tenemos que hablar”.

En ese momento me quedé bloqueado, pero decidí llamarlo para afrontar la situación. Con la voz un tanto titubeante, mi amigo me dijo que era mejor no volver a quedar los cuatro, que su mujer ya no estaba cómoda. Su explicación fue que ella no se sentía cómoda con mi novia, que había detalles que no le gustaban. Respiré aliviado, aunque seguía con el sentimiento de haberme sobrepasado. Quizá su respuesta había sido una forma “graciosa” de sobrellevar una situación un tanto embarazosa.

Se lo expliqué a mi novia y, para mi sorpresa, ella dijo que se alegraba de no volver a quedar, ya que no era una persona que le cayera excesivamente bien. Lo cierto es que se llevaban genial…, por lo que esa respuesta era el resultado de su orgullo femenino. La situación me permitió poner algo de tierra de por medio y olvidar lo sucedido, aunque seguía masturbándome pensando en ella.

Pasaron unas cuantas semanas y un día entre semana recibí un mensaje de ella. Lo abrí y era un audio de dos minutos. Lo reproduje y se escuchaba un ruido; pensé que quizá había sido sin querer y que se desbloqueó el móvil mientras caminaba, pero los gemidos que escuché de fondo me confirmaron que se estaba masturbando. La intensidad de su voz cuando llegó al orgasmo me disipó cualquier duda. Lo volví a reproducir y me masturbé pensando en ella; me corrí al instante. Cuando abrí nuevamente el chat, comprobé que el audio se había borrado y que su foto de perfil había desaparecido. Me había bloqueado. Tampoco la podía encontrar en redes sociales… ¿Qué estaba pasando?
 
Última edición:
La respuesta fue 💦💦, no dijo más. Tremendamente excitado, apreté el micrófono para grabar un audio, amplié una de las fotos que me había enviado y, dejando el móvil sobre la mesa, me empecé a masturbar hasta correrme. Las gotas salpicaron el móvil; con la mano aún manchada detuve la grabación y le envié el audio.

Esperé su respuesta, pero no escribió nada. Agobiado por si me había sobrepasado, traté de borrar el audio, pero la opción no estaba disponible. El siguiente finde, por primera vez, no quedamos para cenar. Mi amigo me dijo que ella se encontraba mal. Mi preocupación fue mayor cuando la siguiente semana tampoco quedamos; mi amigo terminó su mensaje diciendo: “cuando puedas tenemos que hablar”.

En ese momento me quedé bloqueado, pero decidí llamarlo para afrontar la situación. Con la voz un tanto titubeante, mi amigo me dijo que era mejor no volver a quedar los cuatro, que su mujer ya no estaba cómoda. Su explicación fue que ella no se sentía cómoda con mi novia, que había detalles que no le gustaban. Respiré aliviado, aunque seguía con el sentimiento de haberme sobrepasado. Quizá su respuesta había sido una forma “graciosa” de sobrellevar una situación un tanto embarazosa.

Se lo expliqué a mi novia y, para mi sorpresa, ella dijo que se alegraba de no volver a quedar, ya que no era una persona que le cayera excesivamente bien. Lo cierto es que se llevaban genial…, por lo que esa respuesta era el resultado de su orgullo femenino. La situación me permitió poner algo de tierra de por medio y olvidar lo sucedido, aunque seguía masturbándome pensando en ella.

Pasaron unas cuantas semanas y un día entre semana recibí un mensaje de ella. Lo abrí y era un audio de dos minutos. Lo reproduje y se escuchaba un ruido; pensé que quizá había sido sin querer y que se desbloqueó el móvil mientras caminaba, pero los gemidos que escuché de fondo me confirmaron que se estaba masturbando. La intensidad de su voz cuando llegó al orgasmo me disipó cualquier duda. Lo volví a reproducir y me masturbé pensando en ella; me corrí al instante. Cuando abrí nuevamente el chat, comprobé que el audio se había borrado y que su foto de perfil había desaparecido. Me había bloqueado. Tampoco la podía encontrar en redes sociales… ¿Qué estaba pasando?
¡¡Pufff, vaya historia!!
 
Pasaron semanas y de repente serían las dos de la madrugada volví a recibir un mensaje de ella... Era una imagen, pulse y vi esta foto. ¿Qué pretendía?
 

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Intenté contenerme y dejarlo pasar; de hecho, pasaron varios días y no contesté. Seguí quedando con mi amigo; parte de nuestra conversación eran sus problemas de pareja, sobre todo se quejaba de que en las últimas semanas no había tenido sexo con ella, siempre había alguna excusa… Nunca habían tenido una gran vida sexual, pero ahora era nula.

Una noche, fruto de la excitación, mientras me masturbaba decidí responderle. Decidí ser comedido: “Qué foto más bonita”, respondí. Al contrario de lo que pasó en otras ocasiones, contestó al segundo:

—¿Te gustan?
—Mucho —dije yo.

Los siguientes mensajes empezaron a ser más explícitos.

—¿Tienes la polla dura? —dijo ella.
—Mucho —respondí.
—Quiero verla.

No lo pensé ni un segundo; le envié una foto con mi polla bien erecta.

—Quiero que te corras aquí.

Al momento me llegó una foto de su coño, abierto con dos dedos.

—¿Estás así ahora? —pregunté.
—Sí, tengo el coño empapado por tu culpa.

No aguanté la excitación y me corrí al momento; los chorros empaparon mi mano y parte de mi cuerpo, ya que estaba tumbado. Le envié una foto del resultado.

—Has hecho que mi coño se corra como hace años que no lo hacía —me respondió—. Quiero que esa leche acabe dentro de mí.
 
Esa vez no hubo bloqueo ni ningún comportamiento extraño. De hecho, la noche siguiente me volvió a hablar preguntándome qué tal el día y cómo me encontraba. Perdí la noción del tiempo; hablamos cerca de dos horas y, aunque pueda parecer sorprendente, el sexo no apareció en la conversación. Era una mujer totalmente diferente a la que veía cuando nos reuníamos los cuatro a cenar. Era sensible y con inquietudes.

Al día siguiente quedé con mi amigo en su casa. Cuando ella trabajaba por la tarde, solíamos de vez en cuando quedar para jugar a la Play y beber unas cervezas. A mitad de la tarde me vibró el móvil; pensaba que era mi novia, pero era ella. Rápidamente lo guardé.

—Voy a por un par más a la cocina —le dije a mi amigo.

Cuando ya estaba solo, abrí el mensaje:

“Hola. Espero que lo estés pasando bien. He pensado en algo; si no quieres hacerlo lo entiendo, pero me da mucho morbo. He dejado un tanga entre las toallas en el armario del cuarto de baño. Me encantaría que lo cogieras y, antes de irte, te masturbaras con él en la mano y lo dejaras bien manchado. Hazlo cuando te vayas a ir para que, cuando llegue, se haya secado lo menos posible. Déjamelo en el cesto de la ropa sucia”.

Al leerlo, un calor y un escalofrío recorrieron mi cuerpo; era una mezcla de excitación y nervios. En ese momento no le contesté. Finalmente, antes de irme, decidí hacer lo que me pidió. Entré en el baño y, como había dicho, allí estaba: un tanga rojo y negro. Lo cogí y la erección fue instantánea. Agarré mi polla con él y me masturbé; cuando me corrí, lo puse delante y eyaculé en él.

Al salir del baño, después del orgasmo y con la excitación más baja, tengo que reconocer que, al ver a mi amigo, me sentí muy mal. Me despedí y me fui hacia el coche convencido de que tenía que terminar con esto.

A medianoche me volvió a escribir; yo no le había contestado.

“Acabo de verlo, mira lo que estoy haciendo ahora mismo”.

Acto seguido me llegó un vídeo: era ella masturbándose. Se acariciaba el coño con el tanga manchado y, por momentos, ayudándose con el dedo, lo introducía un poquito; después lo subía y se tocaba el clítoris con él.
 
Esa vez no hubo bloqueo ni ningún comportamiento extraño. De hecho, la noche siguiente me volvió a hablar preguntándome qué tal el día y cómo me encontraba. Perdí la noción del tiempo; hablamos cerca de dos horas y, aunque pueda parecer sorprendente, el sexo no apareció en la conversación. Era una mujer totalmente diferente a la que veía cuando nos reuníamos los cuatro a cenar. Era sensible y con inquietudes.

Al día siguiente quedé con mi amigo en su casa. Cuando ella trabajaba por la tarde, solíamos de vez en cuando quedar para jugar a la Play y beber unas cervezas. A mitad de la tarde me vibró el móvil; pensaba que era mi novia, pero era ella. Rápidamente lo guardé.

—Voy a por un par más a la cocina —le dije a mi amigo.

Cuando ya estaba solo, abrí el mensaje:

“Hola. Espero que lo estés pasando bien. He pensado en algo; si no quieres hacerlo lo entiendo, pero me da mucho morbo. He dejado un tanga entre las toallas en el armario del cuarto de baño. Me encantaría que lo cogieras y, antes de irte, te masturbaras con él en la mano y lo dejaras bien manchado. Hazlo cuando te vayas a ir para que, cuando llegue, se haya secado lo menos posible. Déjamelo en el cesto de la ropa sucia”.

Al leerlo, un calor y un escalofrío recorrieron mi cuerpo; era una mezcla de excitación y nervios. En ese momento no le contesté. Finalmente, antes de irme, decidí hacer lo que me pidió. Entré en el baño y, como había dicho, allí estaba: un tanga rojo y negro. Lo cogí y la erección fue instantánea. Agarré mi polla con él y me masturbé; cuando me corrí, lo puse delante y eyaculé en él.

Al salir del baño, después del orgasmo y con la excitación más baja, tengo que reconocer que, al ver a mi amigo, me sentí muy mal. Me despedí y me fui hacia el coche convencido de que tenía que terminar con esto.

A medianoche me volvió a escribir; yo no le había contestado.

“Acabo de verlo, mira lo que estoy haciendo ahora mismo”.

Acto seguido me llegó un vídeo: era ella masturbándose. Se acariciaba el coño con el tanga manchado y, por momentos, ayudándose con el dedo, lo introducía un poquito; después lo subía y se tocaba el clítoris con él.
¡¡Vaya con la novia del amigo!!
 
Esa vez no hubo bloqueo ni ningún comportamiento extraño. De hecho, la noche siguiente me volvió a hablar preguntándome qué tal el día y cómo me encontraba. Perdí la noción del tiempo; hablamos cerca de dos horas y, aunque pueda parecer sorprendente, el sexo no apareció en la conversación. Era una mujer totalmente diferente a la que veía cuando nos reuníamos los cuatro a cenar. Era sensible y con inquietudes.

Al día siguiente quedé con mi amigo en su casa. Cuando ella trabajaba por la tarde, solíamos de vez en cuando quedar para jugar a la Play y beber unas cervezas. A mitad de la tarde me vibró el móvil; pensaba que era mi novia, pero era ella. Rápidamente lo guardé.

—Voy a por un par más a la cocina —le dije a mi amigo.

Cuando ya estaba solo, abrí el mensaje:

“Hola. Espero que lo estés pasando bien. He pensado en algo; si no quieres hacerlo lo entiendo, pero me da mucho morbo. He dejado un tanga entre las toallas en el armario del cuarto de baño. Me encantaría que lo cogieras y, antes de irte, te masturbaras con él en la mano y lo dejaras bien manchado. Hazlo cuando te vayas a ir para que, cuando llegue, se haya secado lo menos posible. Déjamelo en el cesto de la ropa sucia”.

Al leerlo, un calor y un escalofrío recorrieron mi cuerpo; era una mezcla de excitación y nervios. En ese momento no le contesté. Finalmente, antes de irme, decidí hacer lo que me pidió. Entré en el baño y, como había dicho, allí estaba: un tanga rojo y negro. Lo cogí y la erección fue instantánea. Agarré mi polla con él y me masturbé; cuando me corrí, lo puse delante y eyaculé en él.

Al salir del baño, después del orgasmo y con la excitación más
Diosss que morbo, me la has puesto como un poste
 
Esa vez no hubo bloqueo ni ningún comportamiento extraño. De hecho, la noche siguiente me volvió a hablar preguntándome qué tal el día y cómo me encontraba. Perdí la noción del tiempo; hablamos cerca de dos horas y, aunque pueda parecer sorprendente, el sexo no apareció en la conversación. Era una mujer totalmente diferente a la que veía cuando nos reuníamos los cuatro a cenar. Era sensible y con inquietudes.

Al día siguiente quedé con mi amigo en su casa. Cuando ella trabajaba por la tarde, solíamos de vez en cuando quedar para jugar a la Play y beber unas cervezas. A mitad de la tarde me vibró el móvil; pensaba que era mi novia, pero era ella. Rápidamente lo guardé.

—Voy a por un par más a la cocina —le dije a mi amigo.

Cuando ya estaba solo, abrí el mensaje:

“Hola. Espero que lo estés pasando bien. He pensado en algo; si no quieres hacerlo lo entiendo, pero me da mucho morbo. He dejado un tanga entre las toallas en el armario del cuarto de baño. Me encantaría que lo cogieras y, antes de irte, te masturbaras con él en la mano y lo dejaras bien manchado. Hazlo cuando te vayas a ir para que, cuando llegue, se haya secado lo menos posible. Déjamelo en el cesto de la ropa sucia”.

Al leerlo, un calor y un escalofrío recorrieron mi cuerpo; era una mezcla de excitación y nervios. En ese momento no le contesté. Finalmente, antes de irme, decidí hacer lo que me pidió. Entré en el baño y, como había dicho, allí estaba: un tanga rojo y negro. Lo cogí y la erección fue instantánea. Agarré mi polla con él y me masturbé; cuando me corrí, lo puse delante y eyaculé en él.

Al salir del baño, después del orgasmo y con la excitación más baja, tengo que reconocer que, al ver a mi amigo, me sentí muy mal. Me despedí y me fui hacia el coche convencido de que tenía que terminar con esto.

A medianoche me volvió a escribir; yo no le había contestado.

“Acabo de verlo, mira lo que estoy haciendo ahora mismo”.

Acto seguido me llegó un vídeo: era ella masturbándose. Se acariciaba el coño con el tanga manchado y, por momentos, ayudándose con el dedo, lo introducía un poquito; después lo subía y se tocaba el clítoris con él.
mmm yo quiero saber como sigue
 
Al día siguiente volvimos a hablar; cada vez me parecía una chica más interesante. Compartíamos gustos, hablábamos de cine, series, deporte… Teníamos puntos de vista muy similares sobre cómo veíamos la vida. Mi amigo siempre me había dicho que por momentos era “un coñazo” y que le aburría hablar con ella. Después de un par de días hablando por mensajes, una tarde-noche me llamó; ella estaba volviendo del trabajo y hablamos de cómo había sido su día y el mío.

Al día siguiente por la mañana me escribió:

“Me gustaría verte. Como sabes, no tengo mucho tiempo, pero cuando vuelva del trabajo podemos coincidir”.

“Me gustaría mucho”, le respondí.

“Normalmente suelo llegar puntual a casa, así que no puede ser mucho tiempo, apenas algunos minutos; si no quieres, lo entiendo”, envió.

“No importa, me adapto”, dije yo.

“Te mando ubicación, nos vemos a medio camino, sobre las 9:30”.

El sitio donde habíamos quedado era una pequeña área de servicio. Sobre la hora acordada pude ver a lo lejos su coche llegar; aparcó al lado del mío y salió. Era una noche fría; venía con un plumas negro.

Al entrar en el coche nos saludamos con dos besos. La verdad es que durante los primeros minutos el ambiente fue un poco raro. Nos hicimos un par de preguntas típicas, qué tal el día y esas cosas… Los dos estábamos con la sensación de que eso no estaba bien; pasar de lo virtual a lo físico quizá había sido demasiado. Una cosa es un juego y otra llevarlo a la realidad. Lo mejor era dejarlo ahí; creo que los dos estábamos pensando lo mismo: volver cada uno a su casa y olvidarnos del asunto.

Pero hubo un momento que lo cambió todo. Mientras hablábamos vi cómo un mechón de pelo se le cruzaba en la cara y, de forma casi instintiva, con mi mano se lo puse detrás de la oreja. En ese momento cogió mi mano con la suya y la dejó por un momento en su cara. Sentí el calor de su piel. Todo desapareció; éramos ella y yo en ese instante, no existía nadie más. Me acerqué y le besé la comisura; seguí hasta acabar en sus labios, nos besamos cada vez más rápido, y nuestras lenguas empezaron a chocar. Mi mano fue directa a su pecho; ella se bajó la cremallera del plumas y las pude notar mejor. Con su brazo me apartó y me dejó reclinado sobre el asiento; empezó a desabrocharme el pantalón y pasó su mano por encima de mi ropa interior. La erección era tan grande que parte de mi pene estaba al descubierto; ella lo descubrió completamente y empezó a masturbarme. Lo hacía de forma suave al comienzo y poco a poco empezó a subir el ritmo. Mientras lo hacía miraba con enorme deseo mi pene y se mordía el labio.

Empezó a bajar la cabeza y lo introdujo en su boca. Movimientos constantes; yo le retiraba el pelo, ya que lo tenía suelto. La excitación era tan grande que al poco noté que me iba a correr; le intenté apartar la cabeza advirtiéndole de lo que iba a pasar. Ella se movió para que dejara de hacerlo y continuó. El placer me dejó paralizado y noté cómo salían varios chorros abundantes de semen; en ningún momento apartó su boca de mi pene. Al terminar se incorporó y pude ver cómo solo tenía una pequeña gota blanca en el labio inferior; con delicadeza pasó el dedo y se lo introdujo en la boca.
 
Al día siguiente volvimos a hablar; cada vez me parecía una chica más interesante. Compartíamos gustos, hablábamos de cine, series, deporte… Teníamos puntos de vista muy similares sobre cómo veíamos la vida. Mi amigo siempre me había dicho que por momentos era “un coñazo” y que le aburría hablar con ella. Después de un par de días hablando por mensajes, una tarde-noche me llamó; ella estaba volviendo del trabajo y hablamos de cómo había sido su día y el mío.

Al día siguiente por la mañana me escribió:

“Me gustaría verte. Como sabes, no tengo mucho tiempo, pero cuando vuelva del trabajo podemos coincidir”.

“Me gustaría mucho”, le respondí.

“Normalmente suelo llegar puntual a casa, así que no puede ser mucho tiempo, apenas algunos minutos; si no quieres, lo entiendo”, envió.

“No importa, me adapto”, dije yo.

“Te mando ubicación, nos vemos a medio camino, sobre las 9:30”.

El sitio donde habíamos quedado era una pequeña área de servicio. Sobre la hora acordada pude ver a lo lejos su coche llegar; aparcó al lado del mío y salió. Era una noche fría; venía con un plumas negro.

Al entrar en el coche nos saludamos con dos besos. La verdad es que durante los primeros minutos el ambiente fue un poco raro. Nos hicimos un par de preguntas típicas, qué tal el día y esas cosas… Los dos estábamos con la sensación de que eso no estaba bien; pasar de lo virtual a lo físico quizá había sido demasiado. Una cosa es un juego y otra llevarlo a la realidad. Lo mejor era dejarlo ahí; creo que los dos estábamos pensando lo mismo: volver cada uno a su casa y olvidarnos del asunto.

Pero hubo un momento que lo cambió todo. Mientras hablábamos vi cómo un mechón de pelo se le cruzaba en la cara y, de forma casi instintiva, con mi mano se lo puse detrás de la oreja. En ese momento cogió mi mano con la suya y la dejó por un momento en su cara. Sentí el calor de su piel. Todo desapareció; éramos ella y yo en ese instante, no existía nadie más. Me acerqué y le besé la comisura; seguí hasta acabar en sus labios, nos besamos cada vez más rápido, y nuestras lenguas empezaron a chocar. Mi mano fue directa a su pecho; ella se bajó la cremallera del plumas y las pude notar mejor. Con su brazo me apartó y me dejó reclinado sobre el asiento; empezó a desabrocharme el pantalón y pasó su mano por encima de mi ropa interior. La erección era tan grande que parte de mi pene estaba al descubierto; ella lo descubrió completamente y empezó a masturbarme. Lo hacía de forma suave al comienzo y poco a poco empezó a subir el ritmo. Mientras lo hacía miraba con enorme deseo mi pene y se mordía el labio.

Empezó a bajar la cabeza y lo introdujo en su boca. Movimientos constantes; yo le retiraba el pelo, ya que lo tenía suelto. La excitación era tan grande que al poco noté que me iba a correr; le intenté apartar la cabeza advirtiéndole de lo que iba a pasar. Ella se movió para que dejara de hacerlo y continuó. El placer me dejó paralizado y noté cómo salían varios chorros abundantes de semen; en ningún momento apartó su boca de mi pene. Al terminar se incorporó y pude ver cómo solo tenía una pequeña gota blanca en el labio inferior; con delicadeza pasó el dedo y se lo introdujo en la boca.
Continua por favor, es muy interesante el relato
 
Totalmente de acuerdo en los dos puntos.
Mejor en relatos.... Que continúe, que tiene buena pinta
Yo creo que habiendo dicho que es un recuerdo, encaja perfectamente aquí como experiencia o incluso confesiones.

Dicho esto y vaya donde vaya el hilo, que continúe para poder seguir disfrutando de el.

Gracias de antemano por seguir.
 
En ese momento le empecé a besar el cuello; se reclinó sobre su asiento. Le bajé completamente la cremallera del plumas; llevaba un pantalón estilo deportivo, por lo que fue fácil deslizar mi mano dentro de él. Quería acariciar su coño, pero estaba tan húmedo que mi dedo se metió rápidamente dentro de ella. Un gemido de placer salió de su boca; suavemente lo saqué, coloqué mis dedos sobre sus labios y un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo. Fui subiendo poco a poco hasta colocar la yema de mi dedo índice sobre su clítoris; muy despacio fui acariciando esa parte. Sus gemidos fueron a más. Cuando llegó su primer orgasmo, agarró fuertemente mi cabeza contra ella. Ahora sí bajé los dedos para introducirlos dentro de ella. Estaba tan lubricada que fácilmente entraron dos. Los metí y, suavemente, iba moviendo mi brazo y acariciándola por dentro; el sonido cada vez más mojado de su coño era cada vez más presente. Bajé completamente su pantalón y su tanga y subí el ritmo. Un gemido intenso vino acompañado de un chorro que procedía de dentro de ella; mantuve el ritmo hasta que tenía la mano completamente mojada.

—Lo siento, te he mojado todo el asiento. Me da mucha vergüenza, pero me dejé llevar —dijo ella.

—No te preocupes —respondí mientras le besaba la cara, que en ese momento desprendía ternura.

Un momento de complicidad que se cortó cuando vimos el reloj.

Había pasado cerca de una hora. Nos despedimos y ella entró en su coche.

Mientras tanto, encendí el mío para que fuera cogiendo temperatura el motor y abrí la ventana para desempañar los cristales. Me quedé mirando hacia donde estaba y me di cuenta de que me estaba haciendo señales para que me acercara.

Abrí la puerta del copiloto.

—Mira —me dijo con cara desencajada.

Me enseñó su móvil y en la pantalla había cinco llamadas perdidas y cerca de diez mensajes de WhatsApp de mi amigo.
 
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