Caminaba por las calles, absorto en mis pensamientos, un peregrino sin destino en el laberinto de mis propias cavilaciones. Era mi costumbre bajar la vista, evitar los ojos de las gentes, pues en el espejo del alma ajena no buscaba más que el reflejo de mi propia desdicha.
Mas, ¡ay de mí!, cuán...