BalancedAxis
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Los cuernos duelen al salir pero una vez fuera son fantásticos.
Esta es mi experiencia.
Todo empieza de esta forma.
Macu (nombre ficticio) mi novia desde que ella tenía 15 años cuando la conocí y a la que desvirgué y emputecí a los 18 desde entonces era una hembra fantástica, de las de bandera.
Vestía muy sugerente, pero más cuando descubrió el sexo y sobre todo que se podía correr una y otra vez, al principio conmigo y muchas, muchas veces.
Al principio de conocerla la empecé a emputecer con los deditos, la hacía muchas pajitas, con las palabras en el oído, contándola sus fantasías sexuales… También la tocaba en el cine, en el descampado, en el coche cuando mi padre me lo dejaba, en mi casa, en… bueno donde ella poco a poco me iba diciendo, ahí apuntaba maneras ya.
Ella por su parte no se quedaba quieta y me tenía siempre el rabo entretenido, incluso cuando íbamos en el metro las más de las veces iba agarrándome la polla cuando estábamos de pié y pegaditos.
Descubrimos un rincón en un descampado muy frondoso de vegetación y ahí todos los días, a la salida del instituto nos pajeábamos, ya digo que mucho, mucho. Mis corridas eran tremendas, no sé los litros de leche que derramé sobre ella, pero fueron muchos. La llenaba el vestido, los pantalones la cara… en fin toda ella era una diana de semen mío que hasta sus amigas la preguntaban qué era eso pegajoso que tenía.
Toda esta fase da para contar mucho, algo que si me pedís os la contaré con más gusto todavía al recordarla.
Un verano, en mi casa cuando mis padres se iban a Miraflores, ocurrió.
Llevaba un vestido de dos piezas amarillo con flores, muy bonito y muy pero que muy sexy. Todos los hombres y chicos la miraban con deseo y a mí con envídia y ella moviendo el culo se balanceaba de un lado a otro a sabiendas del efecto que producía. Decían que se parecía a una cantante de moda del momento rubia y con canciones pegadizas y sí en verdad que sí, pero ella en más guapa, rubia natural, con curvas, con un culo de escándalo y unas tetas bien bonitas. Labios con carmín rojo, piel blanca, dos ojos con un color cada uno (uno azul y otro marrón) la hacían única entre las chicas de su entorno y su edad en aquel momento, año 1982.
El día que la desvirgué como cada día que íbamos a mi casa a pajearnos, besarnos, chuparnos hasta el ano el uno a la otra ella me dijo que tenía un regalo muy especial para mí y empezó a hacerme una maravillosa mamada. Cuando me chupaba la polla siempre me dejaba a punto de correrme porque decía que así luego me salía el semen más abundante, fuerte y lejos y eso la encantaba; de hecho llamábamos a sus tetas la “pi” y la “sa” y apuntaba mi disparo a sus tetas para que las dos tuvieran su ración de leche, ya digo que la encantaba.
Por mi parte nunca he sido egoísta en dar amor y sexo y en esa ocasión como buen compañero siguiendo sus instrucciones la lamí el ano (la encantaba también). Ella a cuatro patas y con el culo apuntando hacía a mí me decía “lámeme el culo” y yo muy sumiso lo hacía. Daba vueltas con la lengua en círculos, hacía eses y por fin introducía la lengua moviéndola dentro de su estupendo culo y de su maravilloso ano. Tengo que decir que el sabor de su ano me encantaba y eso me ponía el rabo a 100. Además, el olor de su coño a hembra me embriagaba, sus feromonas sueltas me emborrachaban y creía que si el cielo existía tenía que ser algo así.
“Ahora chúpame el coño como tú sabes” me dijo y hice. Un chorro de flujo la caía por su sexo como anticipo de lo que sabía que le esperaba y obedecí, siempre he obedecido.
La lamí el sexo a cuatro patas y al cabo de unos 4 minutos (jugábamos a cronometrar lo que durábamos) explotó en una corrida fantástica. Gritaba y mucho, siempre fue muy chillona. Ella en mi boca, yo moviendo la lengua y su ano contrayéndose y relajándose en pálpitos. Yo tenía mi lengua en su clítoris, mi nariz en su vagina y mi mirada en su ano convulsionándose, fue fantástico y esa fue la primera corrida que esa tarde la dediqué, eso sí con sumisión, con mucha sumisión.
Después de su orgasmo yo estaba que me explotaba la polla, pero ella no hizo nada, me dijo que mandaba ella, que era su rabo y que su rabo hacía lo que ella quería… y efectivamente así era.
Desnudos en la cama, sentados, yo con el soldado firme y en pie y ella mirándome con sus 2 bonitos ojos de color azul y marrón y su sonrisa maléfica.
Bebió agua, me dio un poco a mí y me dijo “no te la bebas toda, deja agua para una cosa”, obedecí, como siempre.
Pusimos música, cerramos la persiana de la ventana, “esta vez quiero bajarla para algo muy especial” me dijo.
Y volvió a lamerme el rabo… eso sí, insistiendo en que no debía correrme bajo ningún pretexto o no tendría su regalo nunca, nunca.
Se esmeró, mucho, mi glande palpitaba, los huevos enormes, llenos de leche me dolían y en varias ocasiones salía líquido seminal de la punta, cosa que ella la hacía mucha gracia y me reprendía para que no me corriera dándome tortas en la polla.
Con la música, con poca luz y embriagado con el placer en un rápido movimiento me dijo “ven”.
Apuntó mi sexo palpitante en la entrada de su vagina y me dijo “empuja, pero despacio”, obedecí.
Empujaba y ella gritaba, “me haces daño cabrón saca eso de mi”, la saqué.
Me miró, la agarró y la dio un par de tortas como castigo diciéndome. “mala, mala, a tu ama no la hagas daño”, y volvió a apuntársela en la vagina, me dijo “empuja cabrón, esta vez fuerte”, obedecí.
Empujé y un grito desgarrador salió de sus labios carmesís. Nuevamente me empujó hacia atrás y saqué el rabo con sangre. Ella dolida mirándome el rabo y tocándose su vagina creía que la había partido en dos por ser brusco.
“Eres un hijo de puta me has hecho daño” me dijo.
Yo pedí perdón, mucho perdón, la besé, la acaricié, la miré a ver si salía más sangre, la limpié el sexo y la pregunté si la dolía.
“Mucho menos”, pero tendrás que pagar por esto, accedí a sus deseos.
Quiero que sufras como yo, trae el cepillo para el pelo que hay en tu baño, el del mango redondo, accedí.
“Ponte a cuatro patas”, accedí.
Con un escupitinajo me lo echó en el culo, yo para entonces con esa postura lo tenía abierto, junto con el rabo y los huevos colgando.
Agarró el cepillo para el pelo, apuntó el mango en mi ano lleno de saliva y lo introdujo hacia dentro dejándolo ahí.
“Te duele verdad”, “eso es lo que he sentido yo”.
Sin sacar el cepillo empezó a agarrarme primero un huevo y a apretarlo, luego otro y al final los dos. Yo sentía dolor, gusto, morbo…, no sabía qué sentir ya. MI ego me decía “esto no es de machos”, pero mi cuerpo respondía a un extraño placer que no había sentido nunca antes.
“Si no fuera porque estoy dolorida me daría hasta gusto”, -sí ama- le dije yo.
Acto seguido me empezó a pajear, pero antes me propinó un manotazo en los huevos haciéndome mucho daño, mientras me insultaba y me decía que si no fuera adicta a mi rabo ya se habría ido para siempre por el dolor que la había infligido a la parte más sagrada de su cuerpo y a la que más quería.
Dolor, gusto, dolor, gusto…
Gusto, gusto y cuando ya no podía más mientras meneaba el cepillo en mi culo agarró el vaso de agua con agua, lo puso delante de mi polla y me ordenó que me corriera.
Me corrí, como pocas veces antes, con una cantidad de leche inusual antes, y siempre habían sido muy abundantes, mientras ella me daba palmadas en los carrillos del culo y me sacaba el cepillo del ano para que no gozara tanto, al fin y al cabo, ella quería castigarme.
El agua del vaso se mezcló con mi semen, espeso, viscoso, abundante…
Quedé extasiado en la cama, con el culo dolorido, los huevos también mientras ella miraba el vaso pensativamente y a mi también.
Estaba preciosa…, bonita, bonita, sexy, muy sexy pensé.
“Quiero que metas la lengua y des vueltas a tu corrida”, obedecí.
“Quiero que bebas la lefa y el agua y me beses”, obedecí.
La besé, y mezclamos su saliva, el agua, mi semen y mi saliva en un abrazo de amor entre sus labios carmesís y los míos, el gusto fue indescriptible.
“Más me dijo”, así lo hicimos y así terminamos el vaso y el semen que arrebañamos con un dedo para luego compartirlo.
Al terminar me dijo “quiero más lefa ¿tienes?”, no sé dije yo asustado.
Mi miembro estaba erecto, no decaía, con 19 años siempre así.
“Pero será otro día”, hoy no se lo merece ni tú ni esa cosa con huevos que me gustan tanto.
Obedecí.
“Quiero irme a tomar algo, tengo calor, pero antes quiero que me mires la vagina”, obedecí.
No tenia sangre ya, la había limpiado pero ella insistió en que debía de chuparla la vagina para quitarla cualquier resto de sangre y así lo hice.
Lamí sus labios, con mucho cuidado abrí sus labios vaginales y pasé la lengua, algún resto empezó a salir de su vagina y los lamí, con gusto, con morbo y me los tragué, junto con el agua del vaso, mi lefa y la sangre de su himen roto en mi estómago.
“Me duele un poco, quiero que me lamas la punta del clítoris, justo en lo que sale del capuchón como ya te he enseñado”, y así lo hice, con mucho cuidado.
Parecía que la molestaba al principio, pero con mucho tacto, cuidado y tiempo empezaba a olvidarse del dolor residual y empezaba a mover sus caderas, creo que sentía gusto… sí siente gusto por su expresión, su cara bonita, sus ojos preciosos, su cabello rubio rizado.
Mientras el olor de su sexo me embriagaba, el olor de sus pies me excitaban, su sudor me ponía, y mi pene otra vez erecto enviándome las señas habituales de los hombres que necesitan apareamiento, descargar los huevos, arrojar su semilla embriagadora de sexo.
Tras otros 4 minutos de lamerla el clítoris, la punta que sobresale del capuchón según instrucciones concretas de ella, convulsionó en un espasmódico orgasmo. Con los ojos en blanco, chillando mientras yo la agarraba una teta y se la exprimía a la vez que con el dedo pulgar la acariciaba el pezón de abajo hacía arriba, como ella me había enseñado.
Caímos en la cama extenuados, mirando al techo, sin hablar.
Pasamos a un fuerte abrazo, unos besos que sabían a su sexo, al mío, a sangre, a mi semen y a nuestros anos.
Cuando recuperamos fuerzas me ordenó que se había acabado por ese día, vendrían otros igualmente tensos sexualmente e incluso más placenteros.
Nos vestimos, la observé mientras lo hacía, como si de un ritual se tratara mientras se ponía las bragas, el sujetador, el vestido los taconazos y se pintaba nuevamente los labios con color carmesí mirándose al espejo y reflejando en el mismo sus bonitos ojos de diferentes colores.
Y al final nos fuimos a Canillejas a tomarnos una limonada que nos supo a gloria.
Fin de la primera parte, si os gusta puedo contar más.
Esta es mi experiencia.
Todo empieza de esta forma.
Macu (nombre ficticio) mi novia desde que ella tenía 15 años cuando la conocí y a la que desvirgué y emputecí a los 18 desde entonces era una hembra fantástica, de las de bandera.
Vestía muy sugerente, pero más cuando descubrió el sexo y sobre todo que se podía correr una y otra vez, al principio conmigo y muchas, muchas veces.
Al principio de conocerla la empecé a emputecer con los deditos, la hacía muchas pajitas, con las palabras en el oído, contándola sus fantasías sexuales… También la tocaba en el cine, en el descampado, en el coche cuando mi padre me lo dejaba, en mi casa, en… bueno donde ella poco a poco me iba diciendo, ahí apuntaba maneras ya.
Ella por su parte no se quedaba quieta y me tenía siempre el rabo entretenido, incluso cuando íbamos en el metro las más de las veces iba agarrándome la polla cuando estábamos de pié y pegaditos.
Descubrimos un rincón en un descampado muy frondoso de vegetación y ahí todos los días, a la salida del instituto nos pajeábamos, ya digo que mucho, mucho. Mis corridas eran tremendas, no sé los litros de leche que derramé sobre ella, pero fueron muchos. La llenaba el vestido, los pantalones la cara… en fin toda ella era una diana de semen mío que hasta sus amigas la preguntaban qué era eso pegajoso que tenía.
Toda esta fase da para contar mucho, algo que si me pedís os la contaré con más gusto todavía al recordarla.
Un verano, en mi casa cuando mis padres se iban a Miraflores, ocurrió.
Llevaba un vestido de dos piezas amarillo con flores, muy bonito y muy pero que muy sexy. Todos los hombres y chicos la miraban con deseo y a mí con envídia y ella moviendo el culo se balanceaba de un lado a otro a sabiendas del efecto que producía. Decían que se parecía a una cantante de moda del momento rubia y con canciones pegadizas y sí en verdad que sí, pero ella en más guapa, rubia natural, con curvas, con un culo de escándalo y unas tetas bien bonitas. Labios con carmín rojo, piel blanca, dos ojos con un color cada uno (uno azul y otro marrón) la hacían única entre las chicas de su entorno y su edad en aquel momento, año 1982.
El día que la desvirgué como cada día que íbamos a mi casa a pajearnos, besarnos, chuparnos hasta el ano el uno a la otra ella me dijo que tenía un regalo muy especial para mí y empezó a hacerme una maravillosa mamada. Cuando me chupaba la polla siempre me dejaba a punto de correrme porque decía que así luego me salía el semen más abundante, fuerte y lejos y eso la encantaba; de hecho llamábamos a sus tetas la “pi” y la “sa” y apuntaba mi disparo a sus tetas para que las dos tuvieran su ración de leche, ya digo que la encantaba.
Por mi parte nunca he sido egoísta en dar amor y sexo y en esa ocasión como buen compañero siguiendo sus instrucciones la lamí el ano (la encantaba también). Ella a cuatro patas y con el culo apuntando hacía a mí me decía “lámeme el culo” y yo muy sumiso lo hacía. Daba vueltas con la lengua en círculos, hacía eses y por fin introducía la lengua moviéndola dentro de su estupendo culo y de su maravilloso ano. Tengo que decir que el sabor de su ano me encantaba y eso me ponía el rabo a 100. Además, el olor de su coño a hembra me embriagaba, sus feromonas sueltas me emborrachaban y creía que si el cielo existía tenía que ser algo así.
“Ahora chúpame el coño como tú sabes” me dijo y hice. Un chorro de flujo la caía por su sexo como anticipo de lo que sabía que le esperaba y obedecí, siempre he obedecido.
La lamí el sexo a cuatro patas y al cabo de unos 4 minutos (jugábamos a cronometrar lo que durábamos) explotó en una corrida fantástica. Gritaba y mucho, siempre fue muy chillona. Ella en mi boca, yo moviendo la lengua y su ano contrayéndose y relajándose en pálpitos. Yo tenía mi lengua en su clítoris, mi nariz en su vagina y mi mirada en su ano convulsionándose, fue fantástico y esa fue la primera corrida que esa tarde la dediqué, eso sí con sumisión, con mucha sumisión.
Después de su orgasmo yo estaba que me explotaba la polla, pero ella no hizo nada, me dijo que mandaba ella, que era su rabo y que su rabo hacía lo que ella quería… y efectivamente así era.
Desnudos en la cama, sentados, yo con el soldado firme y en pie y ella mirándome con sus 2 bonitos ojos de color azul y marrón y su sonrisa maléfica.
Bebió agua, me dio un poco a mí y me dijo “no te la bebas toda, deja agua para una cosa”, obedecí, como siempre.
Pusimos música, cerramos la persiana de la ventana, “esta vez quiero bajarla para algo muy especial” me dijo.
Y volvió a lamerme el rabo… eso sí, insistiendo en que no debía correrme bajo ningún pretexto o no tendría su regalo nunca, nunca.
Se esmeró, mucho, mi glande palpitaba, los huevos enormes, llenos de leche me dolían y en varias ocasiones salía líquido seminal de la punta, cosa que ella la hacía mucha gracia y me reprendía para que no me corriera dándome tortas en la polla.
Con la música, con poca luz y embriagado con el placer en un rápido movimiento me dijo “ven”.
Apuntó mi sexo palpitante en la entrada de su vagina y me dijo “empuja, pero despacio”, obedecí.
Empujaba y ella gritaba, “me haces daño cabrón saca eso de mi”, la saqué.
Me miró, la agarró y la dio un par de tortas como castigo diciéndome. “mala, mala, a tu ama no la hagas daño”, y volvió a apuntársela en la vagina, me dijo “empuja cabrón, esta vez fuerte”, obedecí.
Empujé y un grito desgarrador salió de sus labios carmesís. Nuevamente me empujó hacia atrás y saqué el rabo con sangre. Ella dolida mirándome el rabo y tocándose su vagina creía que la había partido en dos por ser brusco.
“Eres un hijo de puta me has hecho daño” me dijo.
Yo pedí perdón, mucho perdón, la besé, la acaricié, la miré a ver si salía más sangre, la limpié el sexo y la pregunté si la dolía.
“Mucho menos”, pero tendrás que pagar por esto, accedí a sus deseos.
Quiero que sufras como yo, trae el cepillo para el pelo que hay en tu baño, el del mango redondo, accedí.
“Ponte a cuatro patas”, accedí.
Con un escupitinajo me lo echó en el culo, yo para entonces con esa postura lo tenía abierto, junto con el rabo y los huevos colgando.
Agarró el cepillo para el pelo, apuntó el mango en mi ano lleno de saliva y lo introdujo hacia dentro dejándolo ahí.
“Te duele verdad”, “eso es lo que he sentido yo”.
Sin sacar el cepillo empezó a agarrarme primero un huevo y a apretarlo, luego otro y al final los dos. Yo sentía dolor, gusto, morbo…, no sabía qué sentir ya. MI ego me decía “esto no es de machos”, pero mi cuerpo respondía a un extraño placer que no había sentido nunca antes.
“Si no fuera porque estoy dolorida me daría hasta gusto”, -sí ama- le dije yo.
Acto seguido me empezó a pajear, pero antes me propinó un manotazo en los huevos haciéndome mucho daño, mientras me insultaba y me decía que si no fuera adicta a mi rabo ya se habría ido para siempre por el dolor que la había infligido a la parte más sagrada de su cuerpo y a la que más quería.
Dolor, gusto, dolor, gusto…
Gusto, gusto y cuando ya no podía más mientras meneaba el cepillo en mi culo agarró el vaso de agua con agua, lo puso delante de mi polla y me ordenó que me corriera.
Me corrí, como pocas veces antes, con una cantidad de leche inusual antes, y siempre habían sido muy abundantes, mientras ella me daba palmadas en los carrillos del culo y me sacaba el cepillo del ano para que no gozara tanto, al fin y al cabo, ella quería castigarme.
El agua del vaso se mezcló con mi semen, espeso, viscoso, abundante…
Quedé extasiado en la cama, con el culo dolorido, los huevos también mientras ella miraba el vaso pensativamente y a mi también.
Estaba preciosa…, bonita, bonita, sexy, muy sexy pensé.
“Quiero que metas la lengua y des vueltas a tu corrida”, obedecí.
“Quiero que bebas la lefa y el agua y me beses”, obedecí.
La besé, y mezclamos su saliva, el agua, mi semen y mi saliva en un abrazo de amor entre sus labios carmesís y los míos, el gusto fue indescriptible.
“Más me dijo”, así lo hicimos y así terminamos el vaso y el semen que arrebañamos con un dedo para luego compartirlo.
Al terminar me dijo “quiero más lefa ¿tienes?”, no sé dije yo asustado.
Mi miembro estaba erecto, no decaía, con 19 años siempre así.
“Pero será otro día”, hoy no se lo merece ni tú ni esa cosa con huevos que me gustan tanto.
Obedecí.
“Quiero irme a tomar algo, tengo calor, pero antes quiero que me mires la vagina”, obedecí.
No tenia sangre ya, la había limpiado pero ella insistió en que debía de chuparla la vagina para quitarla cualquier resto de sangre y así lo hice.
Lamí sus labios, con mucho cuidado abrí sus labios vaginales y pasé la lengua, algún resto empezó a salir de su vagina y los lamí, con gusto, con morbo y me los tragué, junto con el agua del vaso, mi lefa y la sangre de su himen roto en mi estómago.
“Me duele un poco, quiero que me lamas la punta del clítoris, justo en lo que sale del capuchón como ya te he enseñado”, y así lo hice, con mucho cuidado.
Parecía que la molestaba al principio, pero con mucho tacto, cuidado y tiempo empezaba a olvidarse del dolor residual y empezaba a mover sus caderas, creo que sentía gusto… sí siente gusto por su expresión, su cara bonita, sus ojos preciosos, su cabello rubio rizado.
Mientras el olor de su sexo me embriagaba, el olor de sus pies me excitaban, su sudor me ponía, y mi pene otra vez erecto enviándome las señas habituales de los hombres que necesitan apareamiento, descargar los huevos, arrojar su semilla embriagadora de sexo.
Tras otros 4 minutos de lamerla el clítoris, la punta que sobresale del capuchón según instrucciones concretas de ella, convulsionó en un espasmódico orgasmo. Con los ojos en blanco, chillando mientras yo la agarraba una teta y se la exprimía a la vez que con el dedo pulgar la acariciaba el pezón de abajo hacía arriba, como ella me había enseñado.
Caímos en la cama extenuados, mirando al techo, sin hablar.
Pasamos a un fuerte abrazo, unos besos que sabían a su sexo, al mío, a sangre, a mi semen y a nuestros anos.
Cuando recuperamos fuerzas me ordenó que se había acabado por ese día, vendrían otros igualmente tensos sexualmente e incluso más placenteros.
Nos vestimos, la observé mientras lo hacía, como si de un ritual se tratara mientras se ponía las bragas, el sujetador, el vestido los taconazos y se pintaba nuevamente los labios con color carmesí mirándose al espejo y reflejando en el mismo sus bonitos ojos de diferentes colores.
Y al final nos fuimos a Canillejas a tomarnos una limonada que nos supo a gloria.
Fin de la primera parte, si os gusta puedo contar más.