Dedicado a mi esposa Ángela.
Era tarde, en mi mente adelantaba los acontecimientos, tú te habías vestido con esa lencería atrevida, tacones que resonaban en la acera, y una actitud mezcla de desafío y sumisión. Yo, sentado en el coche, te observaba mientras caminabas delante, jugando a ser mi puta, mi mercancía, mi prisionera.
Le propuse a mi mujer hacer algo especial esa noche. Angela me miró con esa mezcla de curiosidad y deseo que siempre aparece cuando sabe que tengo algo preparado. Sabía que tenía relación con nuestros juegos habituales, esos que solíamos hacer en casa, entre susurros, esposas y miradas cómplices.
Pero esta vez sería diferente. Me acerqué lentamente, le tomé la barbilla con firmeza y mirándola a los ojos, le dije en voz baja:
—Te vas a poner la lencería roja, los tacones y el abrigo largo. Hoy sales a la calle… como si fueras mi puta. Y harás exactamente lo que te diga, sin preguntar. ¿Entendido?
Quiero que pasees bajo las miradas lascivas de los hombres e imagines lo que querrían hacerte por unos pocos euros.
Ella no dijo nada, pero su respiración se aceleró. En su mirada, sorpresa y entrega se entrelazaban como tantas veces antes… solo que esta vez, sería más allá de la puerta.
Cuando llegamos a la zona de marcha eran las 2 de la noche
—Vas a salir sola —te dije con voz firme—. Vas a caminar por esta calle como si fueras mi puta y yo voy a seguirte desde el coche. Recuerda: aquí mando yo. No se te ocurra hablar con nadie sin mi permiso.
Tu respiración se aceleró, pero asentiste, comprendiendo el juego, la tensión, el poder que yo tenía sobre ti.
Saliste del coche y empezaste a andar, moviendo las caderas con intención, mirando al suelo y a los pocos transeúntes con una mezcla de descaro y vulnerabilidad. Yo te seguía en el coche, vigilante, atento a cada gesto.
Sentías una mezcla intensa de emociones mientras caminabas por la calle bajo las miradas lascivas de los hombres que te evaluaban.
Por un lado, el nerviosismo y la vulnerabilidad de ser observada de esa manera, una sensación de exposición que despertaba un temor controlado. Por otro, una chispa de excitación, un hormigueo interno provocado por la tensión del juego y la conciencia de su propio poder y deseo escondidos tras esa fachada.
Cada mirada te hacía sentir protagonista de una escena secreta, donde la sumisión se mezclaba con tu voluntad y el consentimiento tácito de aquel juego de poder. En el fondo, sabías que esta experiencia intensificaba tu conexión conmigo y esa mezcla de miedo, deseo y complicidad te envolvía en una atmósfera cargada de adrenalina y entrega.
Entonces, un hombre se acercó con una sonrisa lasciva. Te miró directamente, evaluando, y luego se volvió hacia mí. Tú buscaste mi mirada y esperaste mi respuesta.
Asentí con la cabeza, sin decir palabra.
Bajé del coche y me planté frente a vosotros.
—¿Cuánto cobra por una mamada? Tengo el coche ahí mismo —preguntó el hombre, señalando hacia un Mercedes que había aparcado a unos 20 metros.
—Treinta euros —respondí con voz firme—. 15 minutos 30 euros y es toda suya.- le dije sin haber pactado nada de esto con ella.
Ángela sintió una oleada intensa de sorpresa y desconcierto al escuchar mis palabras. No esperaba que aquello sucediera tan rápido ni de esa manera, y por un momento su mirada reflejó la confusión y el miedo ante lo inesperado. Sin embargo, en medio de esa incertidumbre, también apareció una mezcla compleja de tensión y excitación, un torbellino de emociones que la hacían tambalear entre el temor y el deseo.
Aunque la situación la descolocaba, sabía que yo estaba allí, observándola, controlando el juego. Mi presencia y determinacion le dio un punto de apoyo, una certeza en medio del caos que la impulsó a aceptar el desafío, a entregarse a la experiencia a pesar del vértigo que sentía.
—Tengo el coche aquí mismo —dijo el hombre—. Podemos ir para allá.
—Primero —dije—, dame los 30 euros. Cuando los tenga, ella es tuya durante quince minutos. Sin reclamaciones.
El hombre sacó el dinero y me lo entregó. Lo conté de un vistazo, mi esposa valía mucho más que eso , pero me gustó ponerle precio de puta barata,mirando a mi esposa, que contenía la respiración, atrapada en esa mezcla de miedo y excitación, sus ojos se posaron en mi, y yo no podía apartar la mirada de su rostro. Vi la mezcla de sorpresa y temor que se dibujaba en tus ojos, ese instante en el que la realidad del juego te golpeaba con fuerza
Con una media sonrisa contenida le hice una señal para que siguiera al hombre y mientras caminában hacia el coche, la tensión crecía en su cuerpo . El juego, la entrega y el control la envolvían en una atmósfera única.
No te lo esperabas, y tu cuerpo lo decía todo: un temblor sutil en las piernas, un jadeo contenido, la piel erizada bajo la luz de la calle. En ese momento, me excitaba profundamente su vulnerabilidad, esa entrega inesperada que rompía todas las barreras , esa expresión de entrega y sumisión que pocas veces podía ver en sus ojos.
Por dentro, mi corazón latía con fuerza, un cóctel de dominación y deseo que me envolvía. Su cara, ese balance entre la sorpresa, el miedo y la excitación, era el motor que alimentaba mi control.
Mientras caminában hacia el coche, sentí cómo sus manos temblaban ligeramente, buscando una fortaleza que solo yo podía darle. En ese momento, éramos dos en un mundo secreto, un juego donde el poder y la entrega se entrelazaban en cada mirada y en cada respiración.
Mientras el hombre abria la puerta, te giraste y me miraste, vi tus ojos llenos de duda y temor, preguntando sin palabras qué pasaría ahora.
Yo te miré con firmeza, transmitiendo todo el control que sentía, y asentí lentamente, para que supieras que eso era exactamente lo que quería, lo que esperábamos los dos.
El hombre te hizo entrar, mientras yo me quedaba a unos diez metros, fuera de su alcance pero lo suficientemente cerca para vigilar cada movimiento, cada reacción tuya.
Él sacó lentamente su polla y te miró con impaciencia. Sentí el nerviosismo crecer en ti, cómo tu respiración se aceleraba y tus manos se apretaban, mientras tu mente luchaba con la mezcla de miedo y excitación.
El hombre esperaba, y tú, con un temblor en el cuerpo, la sujetaste con una mano moviéndola lentamente arriba y abajo. El juego estaba en marcha, y cada segundo era un desafío para ti, un balance delicado entre la sumisión y el deseo verdadero.
Desde la distancia, apoyado contra un coche, te observaba con atención, mi mirada fija en cada uno de tus movimientos. A unos diez metros, podía sentir el peso de la escena como si estuviera dentro, aunque no estuviera físicamente junto a vosotros.
Cuando el puso su mano en tu nuca para guiarte suavemente acia su polla, tu respiración se volvió más rápida y superficial. Tus manos temblaban levemente, la inseguridad intentaba dominarte, pero en ese instante, tú levantaste la mirada hacia mí.
Nuestros ojos se encontraron, y en esa mirada firme, en ese contacto silencioso, encontraste la fuerza que necesitabas. El miedo se transformó en determinación.
Con un temblor en el cuerpo, la rodeaste con tus labios y comenzaste a subir y bajar, sabiendo que yo te vigilaba y controlaba desde la distancia. Cada movimiento tuyo era un acto de entrega, y cada vez que alzabas la vista, mi presencia te recordaba que esto era nuestro juego, que nada podía salir mal mientras estuviéramos unidos.
El hombre suspiraba con ganas, pero tú dominabas la escena, mezclando esa sensación de sumisión con la excitación real de ser observada y protegida a la vez.
Yo sentía una mezcla de orgullo y deseo intenso al verte así, entregada, poderosa en tu vulnerabilidad.
Dentro del coche, el silencio se volvió más denso. Él te miraba con deseo abierto, esperando que continuaras hasta el final. Tú seguias, nerviosa, sintiendo el calor subir de entre tus piernas por tu pecho , lentamente, con la mente dividida entre el miedo y el fuego que te quemaba por dentro.
Sabías que yo estaba allí, apenas a unos metros, viendo cada movimiento. Esa vigilancia te excitaba y te intimidaba al mismo tiempo. Cada vez que levantabas los ojos, me encontrabas. Yo no decía nada, pero mi presencia era una orden silenciosa: sigue.
El hombre no disimulaba su impaciencia, pero tú mantenías el ritmo, intentando tomar el control desde esa entrega aparente. Sentías su respiración agitada, su cuerpo tensarse, mientras tú, por dentro, eras un torbellino de emociones: la vergüenza, el pudor, y debajo de todo eso… el deseo crudo, potente, innegable.
Yo observaba cómo te dejabas ir poco a poco, cómo tu lenguaje corporal pasaba de la duda a la rendición. En ese momento, me sentí más unido a ti que nunca. Esto no era solo un juego. Era confianza absoluta, y eso era lo más poderoso de todo.
Esperabas el final y llegó pronto inundando tu boca y bajando por tu garganta mientras el hombre suspiraba sin disimulo ,y te sujetaba la cabeza apretándola contra su polla
Cuando todo terminó, el hombre se abrochó el cinturón con torpeza, satisfecho, saliste del coche sin apenas una palabra. Cerraste la puerta de golpe y se marchó calle abajo, como si nada hubiera ocurrido. Pero tú... tú te quedaste de pie, sin moverte unos segundos más, mirando tus manos, intentando asimilar todo.
Yo empecé a acercarme, despacio, sin prisas, dejándote espacio para recomponerte.
Me puse frente a ti, tus ojos brillaban: no de lágrimas, sino de algo mucho más complejo. Eras tú misma, sí, pero distinta. Más fuerte. Más viva. Más entregada. Nos habíamos llevado al límite y habías cruzado esa línea con una mezcla de miedo, valentía y deseo.
Tomaste mi mano y fuimos a nuestro coche. Tu cuerpo aún temblaba, pero al mismo tiempo, sentías una paz extraña, como si por fin hubieras soltado algo que llevaba tiempo dentro. Te acerqué a mí y te abracé fuerte, sin decir una palabra.
No hacía falta.
Esa noche, el juego fue más allá de lo físico. Fue la confirmación de que, incluso en la oscuridad más retorcida, nuestra complicidad era la única luz. Una entrega total, un pacto silencioso
.
Y mientras volvíamos en coche, nos miramos, no éramos los mismos. Éramos algo más.
Era tarde, en mi mente adelantaba los acontecimientos, tú te habías vestido con esa lencería atrevida, tacones que resonaban en la acera, y una actitud mezcla de desafío y sumisión. Yo, sentado en el coche, te observaba mientras caminabas delante, jugando a ser mi puta, mi mercancía, mi prisionera.
Le propuse a mi mujer hacer algo especial esa noche. Angela me miró con esa mezcla de curiosidad y deseo que siempre aparece cuando sabe que tengo algo preparado. Sabía que tenía relación con nuestros juegos habituales, esos que solíamos hacer en casa, entre susurros, esposas y miradas cómplices.
Pero esta vez sería diferente. Me acerqué lentamente, le tomé la barbilla con firmeza y mirándola a los ojos, le dije en voz baja:
—Te vas a poner la lencería roja, los tacones y el abrigo largo. Hoy sales a la calle… como si fueras mi puta. Y harás exactamente lo que te diga, sin preguntar. ¿Entendido?
Quiero que pasees bajo las miradas lascivas de los hombres e imagines lo que querrían hacerte por unos pocos euros.
Ella no dijo nada, pero su respiración se aceleró. En su mirada, sorpresa y entrega se entrelazaban como tantas veces antes… solo que esta vez, sería más allá de la puerta.
Cuando llegamos a la zona de marcha eran las 2 de la noche
—Vas a salir sola —te dije con voz firme—. Vas a caminar por esta calle como si fueras mi puta y yo voy a seguirte desde el coche. Recuerda: aquí mando yo. No se te ocurra hablar con nadie sin mi permiso.
Tu respiración se aceleró, pero asentiste, comprendiendo el juego, la tensión, el poder que yo tenía sobre ti.
Saliste del coche y empezaste a andar, moviendo las caderas con intención, mirando al suelo y a los pocos transeúntes con una mezcla de descaro y vulnerabilidad. Yo te seguía en el coche, vigilante, atento a cada gesto.
Sentías una mezcla intensa de emociones mientras caminabas por la calle bajo las miradas lascivas de los hombres que te evaluaban.
Por un lado, el nerviosismo y la vulnerabilidad de ser observada de esa manera, una sensación de exposición que despertaba un temor controlado. Por otro, una chispa de excitación, un hormigueo interno provocado por la tensión del juego y la conciencia de su propio poder y deseo escondidos tras esa fachada.
Cada mirada te hacía sentir protagonista de una escena secreta, donde la sumisión se mezclaba con tu voluntad y el consentimiento tácito de aquel juego de poder. En el fondo, sabías que esta experiencia intensificaba tu conexión conmigo y esa mezcla de miedo, deseo y complicidad te envolvía en una atmósfera cargada de adrenalina y entrega.
Entonces, un hombre se acercó con una sonrisa lasciva. Te miró directamente, evaluando, y luego se volvió hacia mí. Tú buscaste mi mirada y esperaste mi respuesta.
Asentí con la cabeza, sin decir palabra.
Bajé del coche y me planté frente a vosotros.
—¿Cuánto cobra por una mamada? Tengo el coche ahí mismo —preguntó el hombre, señalando hacia un Mercedes que había aparcado a unos 20 metros.
—Treinta euros —respondí con voz firme—. 15 minutos 30 euros y es toda suya.- le dije sin haber pactado nada de esto con ella.
Ángela sintió una oleada intensa de sorpresa y desconcierto al escuchar mis palabras. No esperaba que aquello sucediera tan rápido ni de esa manera, y por un momento su mirada reflejó la confusión y el miedo ante lo inesperado. Sin embargo, en medio de esa incertidumbre, también apareció una mezcla compleja de tensión y excitación, un torbellino de emociones que la hacían tambalear entre el temor y el deseo.
Aunque la situación la descolocaba, sabía que yo estaba allí, observándola, controlando el juego. Mi presencia y determinacion le dio un punto de apoyo, una certeza en medio del caos que la impulsó a aceptar el desafío, a entregarse a la experiencia a pesar del vértigo que sentía.
—Tengo el coche aquí mismo —dijo el hombre—. Podemos ir para allá.
—Primero —dije—, dame los 30 euros. Cuando los tenga, ella es tuya durante quince minutos. Sin reclamaciones.
El hombre sacó el dinero y me lo entregó. Lo conté de un vistazo, mi esposa valía mucho más que eso , pero me gustó ponerle precio de puta barata,mirando a mi esposa, que contenía la respiración, atrapada en esa mezcla de miedo y excitación, sus ojos se posaron en mi, y yo no podía apartar la mirada de su rostro. Vi la mezcla de sorpresa y temor que se dibujaba en tus ojos, ese instante en el que la realidad del juego te golpeaba con fuerza
Con una media sonrisa contenida le hice una señal para que siguiera al hombre y mientras caminában hacia el coche, la tensión crecía en su cuerpo . El juego, la entrega y el control la envolvían en una atmósfera única.
No te lo esperabas, y tu cuerpo lo decía todo: un temblor sutil en las piernas, un jadeo contenido, la piel erizada bajo la luz de la calle. En ese momento, me excitaba profundamente su vulnerabilidad, esa entrega inesperada que rompía todas las barreras , esa expresión de entrega y sumisión que pocas veces podía ver en sus ojos.
Por dentro, mi corazón latía con fuerza, un cóctel de dominación y deseo que me envolvía. Su cara, ese balance entre la sorpresa, el miedo y la excitación, era el motor que alimentaba mi control.
Mientras caminában hacia el coche, sentí cómo sus manos temblaban ligeramente, buscando una fortaleza que solo yo podía darle. En ese momento, éramos dos en un mundo secreto, un juego donde el poder y la entrega se entrelazaban en cada mirada y en cada respiración.
Mientras el hombre abria la puerta, te giraste y me miraste, vi tus ojos llenos de duda y temor, preguntando sin palabras qué pasaría ahora.
Yo te miré con firmeza, transmitiendo todo el control que sentía, y asentí lentamente, para que supieras que eso era exactamente lo que quería, lo que esperábamos los dos.
El hombre te hizo entrar, mientras yo me quedaba a unos diez metros, fuera de su alcance pero lo suficientemente cerca para vigilar cada movimiento, cada reacción tuya.
Él sacó lentamente su polla y te miró con impaciencia. Sentí el nerviosismo crecer en ti, cómo tu respiración se aceleraba y tus manos se apretaban, mientras tu mente luchaba con la mezcla de miedo y excitación.
El hombre esperaba, y tú, con un temblor en el cuerpo, la sujetaste con una mano moviéndola lentamente arriba y abajo. El juego estaba en marcha, y cada segundo era un desafío para ti, un balance delicado entre la sumisión y el deseo verdadero.
Desde la distancia, apoyado contra un coche, te observaba con atención, mi mirada fija en cada uno de tus movimientos. A unos diez metros, podía sentir el peso de la escena como si estuviera dentro, aunque no estuviera físicamente junto a vosotros.
Cuando el puso su mano en tu nuca para guiarte suavemente acia su polla, tu respiración se volvió más rápida y superficial. Tus manos temblaban levemente, la inseguridad intentaba dominarte, pero en ese instante, tú levantaste la mirada hacia mí.
Nuestros ojos se encontraron, y en esa mirada firme, en ese contacto silencioso, encontraste la fuerza que necesitabas. El miedo se transformó en determinación.
Con un temblor en el cuerpo, la rodeaste con tus labios y comenzaste a subir y bajar, sabiendo que yo te vigilaba y controlaba desde la distancia. Cada movimiento tuyo era un acto de entrega, y cada vez que alzabas la vista, mi presencia te recordaba que esto era nuestro juego, que nada podía salir mal mientras estuviéramos unidos.
El hombre suspiraba con ganas, pero tú dominabas la escena, mezclando esa sensación de sumisión con la excitación real de ser observada y protegida a la vez.
Yo sentía una mezcla de orgullo y deseo intenso al verte así, entregada, poderosa en tu vulnerabilidad.
Dentro del coche, el silencio se volvió más denso. Él te miraba con deseo abierto, esperando que continuaras hasta el final. Tú seguias, nerviosa, sintiendo el calor subir de entre tus piernas por tu pecho , lentamente, con la mente dividida entre el miedo y el fuego que te quemaba por dentro.
Sabías que yo estaba allí, apenas a unos metros, viendo cada movimiento. Esa vigilancia te excitaba y te intimidaba al mismo tiempo. Cada vez que levantabas los ojos, me encontrabas. Yo no decía nada, pero mi presencia era una orden silenciosa: sigue.
El hombre no disimulaba su impaciencia, pero tú mantenías el ritmo, intentando tomar el control desde esa entrega aparente. Sentías su respiración agitada, su cuerpo tensarse, mientras tú, por dentro, eras un torbellino de emociones: la vergüenza, el pudor, y debajo de todo eso… el deseo crudo, potente, innegable.
Yo observaba cómo te dejabas ir poco a poco, cómo tu lenguaje corporal pasaba de la duda a la rendición. En ese momento, me sentí más unido a ti que nunca. Esto no era solo un juego. Era confianza absoluta, y eso era lo más poderoso de todo.
Esperabas el final y llegó pronto inundando tu boca y bajando por tu garganta mientras el hombre suspiraba sin disimulo ,y te sujetaba la cabeza apretándola contra su polla
Cuando todo terminó, el hombre se abrochó el cinturón con torpeza, satisfecho, saliste del coche sin apenas una palabra. Cerraste la puerta de golpe y se marchó calle abajo, como si nada hubiera ocurrido. Pero tú... tú te quedaste de pie, sin moverte unos segundos más, mirando tus manos, intentando asimilar todo.
Yo empecé a acercarme, despacio, sin prisas, dejándote espacio para recomponerte.
Me puse frente a ti, tus ojos brillaban: no de lágrimas, sino de algo mucho más complejo. Eras tú misma, sí, pero distinta. Más fuerte. Más viva. Más entregada. Nos habíamos llevado al límite y habías cruzado esa línea con una mezcla de miedo, valentía y deseo.
Tomaste mi mano y fuimos a nuestro coche. Tu cuerpo aún temblaba, pero al mismo tiempo, sentías una paz extraña, como si por fin hubieras soltado algo que llevaba tiempo dentro. Te acerqué a mí y te abracé fuerte, sin decir una palabra.
No hacía falta.
Esa noche, el juego fue más allá de lo físico. Fue la confirmación de que, incluso en la oscuridad más retorcida, nuestra complicidad era la única luz. Una entrega total, un pacto silencioso
.
Y mientras volvíamos en coche, nos miramos, no éramos los mismos. Éramos algo más.