El camino se hace largo, demasiado largo. Mi corazón palpita quizás por la emoción, quizás por el sin número de veces que he imaginado esta escena en mi cabeza. Una escena que ahora va a abandonar ese mundo de ilusiones para hacerse realidad. Una vez más miro el reloj en el salpicadero de mi coche comprobando que aún tenemos tiempo. La luna ya comienza a dar sus primeras pinceladas en el horizonte costero, reflejada en las turbulentas aguas del estrecho. Algún que otro carguero flota entre olas oscuras esperando el momento oportuno para atracar en el puerto y poder así descargar su preciada mercancía, sus parpadeantes luces son su único testigo.
Frente a mí, una larga autovía, iluminada aquí y allí por alguna que otra farola entre las muchas con su luz ya fundida. Te miro, has pasado prácticamente todo el camino en silencio mirando a través de la ventanilla. También estás nerviosa, veo como una vez más tratas de esconder tu cuerpo envuelto en una larga gabardina beige, quizás por el frío, quizás por una ligera vergüenza, encogida, pero incluso así te es imposible esconder el rubor de tus mejillas. Tú también has pensado en esto, tú también deseas convertir mi sueño en realidad.
La carretera se hace larga, se pueden contar los vehículos que nos hemos cruzado con las manos, casi todos camiones en transito desde un muelle de carga abarrotado de contenedores con destino a los muchos almacenes de la provincia, e incluso del país, que aprovechan la calma de la noche para transitar y abastecer las necesidades de un mundo caprichoso.
La señal del área de descanso brilla reflejada ante los faros, ya estamos cerca. Por un momento pienso en parar todo esto y regresar, que todo esto es una locura, pero noto el calor de tu mano en mi pierna. Puedo ver el brillo crepitante de un anillo que aún abraza tu dedo anular, una señal silenciosa inequívoca que me indica que a pesar de todo tu corazón aún me pertenece.
Una dantesca gasolinera surge tras la siguiente curva iluminando parcialmente una igualmente enorme área de descanso. Un emplazamiento frecuentado por camioneros que necesitan de un descanso en su larga travesía. Un lugar en el que dejar descansar su poderosa maquinaria y la valiosa mercancía que transportan.
Hoy no parece estar muy concurrido, solo un par de camiones aquí y allá aparcados en batería, formando como militares en una larga línea delimitada por surcos blancos en una explanada alquitranada que aún conserva el calor del sol sureño.
Reduzco la velocidad, paseando entre gigantes durmientes, tratando de localizar a nuestro contacto. Casi todos los camiones yacen en silencio, con amplias cortinas cubriendo el parabrisas para aprovechar así todo lo posible el tiempo de oscuridad, casi todos, excepto uno.
Entre ellos, uno permanece con sus cortinas abiertas. Con luces apagadas sí, pero el ascua de un cigarrillo encendido delata que alguien aún espera, sentado impaciente, observando, y deseándote.
El coche se para frente ala cabina del camión a unos 30 metros, distancia suficiente para mostrar cierta cortesía y dejarnos pensar con detenimiento una última vez. El vaho de tu respiración empaña el cristal presa dela excitación.
- Es todo lo que necesitaba saber. - le susurro.
- ¿Qué? - Por un momento pareces desconcertada - ¿A qué te refieres?
- Solo quería saber que estabas dispuesta a cumplir mi sueño. - digo con calma - Si no quieres continuar podemos dar la vuelta.
Por un largo minuto todo queda en silencio, nuestros ojos se cruzan nerviosos, bajas la cabeza, y respondes...
-No, ya estamos aquí... - tu mirada vuelve a cruzarse con la mía, esta vez envuelta en el fuego que inunda tu interior. Admiro tu belleza en silencio, cubierta por esa gabardina beige de la cual ni siquiera a mi me me has dejado ver lo que esconde, y tras otro largo mutis, asiento.
La puerta del coche se abre. Desciendes lentamente, casi de forma felina, tratando demostrar todos tus encantos en el arte de la seducción. Te detienes frente al coche lanzándome una última mirada, con un gesto me indicas que encienda las luces y cual película porno de serie B abres tu gabardina exponiendo tu cuerpo ante mí. Tu piel solo la cubre un conjunto de lencería blanca, un conjunto de sujetador de encaje con motivos florales, un corsé bajo pecho también blanco, regalo que te compré hace poco y que tampoco habías estrenado hasta hoy. Un tanga también de encaje semitransparente, y seguido de unas kilométricas medias también del color de los ángeles. Al observarte ahí de pie, en mitad de la nada, declarándote oficialmente una exhibicionista nata, me excita y dispara en mi todos los instintos básicos.
Apago las luces, señal de que yo ya estoy listo, vuelves a taparte y lentamente te giras hacia nuestro invitado indiscreto. Posando con cuidado tus tacones de aguja te vas acercando lentamente, con cada paso, al camión. La luz rojiza se enciende tras una nueva calada y me doy cuenta de que sigue presente y a presenciado también la escena previa desde su propio punto de vista. Mi corazón se detiene con cada paso que das, y me susurro... bum, te quiero, bum, te adoro, bum, eres la fuente de todos mis deseos por perturbados que sean.
Esos 30 metros se hacen eternos para mi pero ya los has recorrido en un suspiro y la puerta no tarda en abrirse. Una silueta oscura desciende sonriente. Tu también le sonríes, y te contoneas para que pueda apreciarte. El hombre desliza una mano tras tu cintura, y tu me lanzas una mirada cargada de dudas. Vuelvo a asentir a oscuras, suplicándote que me entiendas. Tus manos se mueven temblorosas hasta el nudo de la gabardina y tras un rápido tirón consigues deshacerlo. Las solapas de la gabardina se despliegan mostrando su apetecible interior. El desconocido aprovecha la abertura para deslizar sus manos sobre tus hombros desnudos, y con otro igualmente rápido movimiento termina de abrirla para que pueda caer al suelo cual regalo de cumpleaños. No te mueves, dejas que él te admire girando a tu alrededor, posa sus grandes manos en tu trasero, y con un gesto casi imperceptible te indica que subas al interior de la cabina.
La puerta se cierra tras vosotros, y se a ciencia cierta que ya no hay vuelta atrás. A oscuras consigo deslizarme fuera de mi vehículo, quedo de pie a mitad de camino tratando de ver algo a través de un cristal negro como la noche. Me decido a recorrer esos últimos 20 pasos, a recoger la gabardina que ha quedado perdida en el suelo, y sin darme cuenta me encuentro buscando algo en sus bolsillos. Casi como por instinto mi mano se cierra aprisionando un pequeño objeto. Bum, te quiero, bum, te deseo, la mano se abre y de su interior surge un diminuto brillante, el mismo que hace menos de una hora observaba en la mano de mi esposa, y por un momento pierdo el aliento.
La puerta está cerrada, pero la ventanilla está entreabierta quizás para tratar de amortiguar un poco el calor de la noche. Escucho unas risas, risas que en segundos se vuelven suspiros, y escucho el gemido grave de un hombre. Soy consciente de las habilidades de mi esposa y probablemente ahora estará de rodillas, sujetando con sus manos la polla de este desconocido, acercando sus delicados labios para jugar un lascivo juego del que yo he sido privado. Cierro los ojos para imaginarla y noto como me endurezco, soy incapaz de controlar mi erección. Por segundos no se si mi mente me juega malas pasadas pero ahora sí está claro, es tan claro como el agua, y puedo identificar ese sonido recordando la multitud de veces en las que yo he sido el privilegiado dueño de tus caricias. Tu boca está disfrutando de su gran polla.
Nuevamente susurros, y el sonido ruidoso de alguien apartando objetos. La ropa golpea hecha un ovillo contra el cristal del parabrisas, unos segundos de silencio, y un gemido. Esta vez tuyo. Bum, te deseo, mis manos se precipitan bajo el pantalón tratando de envolver la erección que contengo. Bum, te adoro. Un nuevo gemido, está vez seguido de un golpe seco, un golpe que también reconozco. Ya estás sintiéndolo, sintiendo el sexo de otro hombre, sintiendo como atraviesa tus entrañas. Bum, ya no puedo más. Otro gemido, puedo ver una mano dibujada en un cristal auxiliar en un lateral de la cabina, una mano que ahora marca la ausencia del anillo que aprieto con fuerza.
Los gemidos se aceleran, la mano se separa del cristal e imagino que ahora lo estás abrazando, que sujetas sus caderas para evitar que se separe de ti. Bum, quiero que seas mía otra vez. A tus gemidos se unen los suyos, y puedo oír tu respiración entrecortada sincronizada con la mía. Bum, gracias amor mío. Escucho un grito de placer, acompañado por el gorgoteo de un hombre que acaba de alcanzar el paraíso...
La luz interior se enciende y me hace despertar de mi perverso sueño. Tardo tan solo unos segundos en darme cuenta de donde me encuentro, de que no debería de estar allí. Mis instintos me gritan correr hacia el coche. En mi huida puedo escuchar risas y palabras alegres dentro dela cabina. Ahora no puedo pararme a escuchar ni a entender qué se dice. Ahora el tiempo se precipita, corre más de lo que logro entender, y en un suspiro consigo salvar la distancia hasta la seguridad de mi corsa.
El camión vuelve a abrir sus puertas, y el hombre que me ha hecho cornudo te tiende una mano para ayudarte a descender con cuidado. Depositas un beso en su mejilla, el te tienta los pechos una última vez, y sin mediar palabra te despides girándote hacia mi. Tu camino de vuelta es aún más lento que el de ida. Puedo ver que has dejado olvidados como botín sujetador y tanga, solo conservas las medias y el corsé, y tu miedo a exhibirte ha desaparecido por completo. Una sonrisa ilumina tu cara a la luz de una luna que ya luce alta en el horizonte.
El camino de vuelta está siendo igualmente silencioso, ninguno de los dos nos atrevemos a decir nada. Aunque es patente la erección que aún perdura en el tiempo, retenida por las idas y venidas de mis recuerdos, no quiero ser yo el primero en hablar. La carretera se vuelve cada vez más oscura ahora siguiendo una red secundaria de la cual alguien ha debido olvidar iluminar.
- Para. - Tu voz rompe el silencio con una orden clara y directa.
Extiendes tu mano, con la palma abierta, pidiéndome algo que no logro entender y por un momento recuerdo el anillo que apretaba con fuerza mientras otro hombre te penetraba y rompía las barreras que te hacían mi mujer.
En silencio saco la joya de mi bolsillo y con la delicadeza de un amante vuelvo a colocarlo en tu dedo anular.
- Ahora solo falta una cosa. - Me miras con ansias, tu ojos vuelven a reflejar el fuego que mostrabas horas antes de que todo esto hubiese pasado. Sales del coche en silencio, y te alejas campo a través nuevamente haciendo gala de tus movimientos felinos.
A oscuras, consigo encontrarte apoyada en una roca, reclinada, mirando a la luna. Me miras con una sonrisa picara.
- ¿No quieres volver a reclamar lo que es solo tuyo? - Un destello ilumina tu cara. Momento de desconcierto que aprovechas para girarte exponiendo tu trasero, y tu sexo. Diciéndome sin palabras que una vez que el anillo ha vuelto a tu mano vuelves a ser únicamente mía... pero que aún falta un último ritual escrito a fuego desde tiempos inmemorables.
Tengo que recuperar lo que es mío.
Mi lado más primario se desata, tiro de la correa de mi pantalón y sujeto tus manos con él. Te fuerzo a recostarte en la fría piedra para exponer aún más tus encantos. Agarró tus nalgas, y en un solo movimiento, tirando de tu coleta mi polla te atraviesa. Un grito de placer rompe el silencio de la noche, el destello de ojos salvajes brilla en la lejanía, probablemente animales de granja ahora despiertos por nuestra incursión. Ahora me guía un impulso grabado en nuestro córtex desde la prehistoria, el afán de concebir, de ser el elegido por la hembra. Mi polla, dura como jamás ha estado, entra cual pistón una y otra vez. Arqueas tu cuerpo, tus tetas se rebotan danzando en el aire con cada golpe. Tu culo se eleva, tus músculos se contraen tratando de aprisionarla dentro de ti y noto como se desliza empapada en tus jugos. Tiemblas, tiemblas de placer, gritas, noto un liquido cálido envolviendo tus piernas, goteando sobre mi, y yo grito contigo, ahora soy yo el que explota en tu interior. Ahora soy yo el que ha depositado mi semilla cual cavernícola en ti. Eres mía.
Siempre serás mía.
Frente a mí, una larga autovía, iluminada aquí y allí por alguna que otra farola entre las muchas con su luz ya fundida. Te miro, has pasado prácticamente todo el camino en silencio mirando a través de la ventanilla. También estás nerviosa, veo como una vez más tratas de esconder tu cuerpo envuelto en una larga gabardina beige, quizás por el frío, quizás por una ligera vergüenza, encogida, pero incluso así te es imposible esconder el rubor de tus mejillas. Tú también has pensado en esto, tú también deseas convertir mi sueño en realidad.
La carretera se hace larga, se pueden contar los vehículos que nos hemos cruzado con las manos, casi todos camiones en transito desde un muelle de carga abarrotado de contenedores con destino a los muchos almacenes de la provincia, e incluso del país, que aprovechan la calma de la noche para transitar y abastecer las necesidades de un mundo caprichoso.
La señal del área de descanso brilla reflejada ante los faros, ya estamos cerca. Por un momento pienso en parar todo esto y regresar, que todo esto es una locura, pero noto el calor de tu mano en mi pierna. Puedo ver el brillo crepitante de un anillo que aún abraza tu dedo anular, una señal silenciosa inequívoca que me indica que a pesar de todo tu corazón aún me pertenece.
Una dantesca gasolinera surge tras la siguiente curva iluminando parcialmente una igualmente enorme área de descanso. Un emplazamiento frecuentado por camioneros que necesitan de un descanso en su larga travesía. Un lugar en el que dejar descansar su poderosa maquinaria y la valiosa mercancía que transportan.
Hoy no parece estar muy concurrido, solo un par de camiones aquí y allá aparcados en batería, formando como militares en una larga línea delimitada por surcos blancos en una explanada alquitranada que aún conserva el calor del sol sureño.
Reduzco la velocidad, paseando entre gigantes durmientes, tratando de localizar a nuestro contacto. Casi todos los camiones yacen en silencio, con amplias cortinas cubriendo el parabrisas para aprovechar así todo lo posible el tiempo de oscuridad, casi todos, excepto uno.
Entre ellos, uno permanece con sus cortinas abiertas. Con luces apagadas sí, pero el ascua de un cigarrillo encendido delata que alguien aún espera, sentado impaciente, observando, y deseándote.
El coche se para frente ala cabina del camión a unos 30 metros, distancia suficiente para mostrar cierta cortesía y dejarnos pensar con detenimiento una última vez. El vaho de tu respiración empaña el cristal presa dela excitación.
- Es todo lo que necesitaba saber. - le susurro.
- ¿Qué? - Por un momento pareces desconcertada - ¿A qué te refieres?
- Solo quería saber que estabas dispuesta a cumplir mi sueño. - digo con calma - Si no quieres continuar podemos dar la vuelta.
Por un largo minuto todo queda en silencio, nuestros ojos se cruzan nerviosos, bajas la cabeza, y respondes...
-No, ya estamos aquí... - tu mirada vuelve a cruzarse con la mía, esta vez envuelta en el fuego que inunda tu interior. Admiro tu belleza en silencio, cubierta por esa gabardina beige de la cual ni siquiera a mi me me has dejado ver lo que esconde, y tras otro largo mutis, asiento.
La puerta del coche se abre. Desciendes lentamente, casi de forma felina, tratando demostrar todos tus encantos en el arte de la seducción. Te detienes frente al coche lanzándome una última mirada, con un gesto me indicas que encienda las luces y cual película porno de serie B abres tu gabardina exponiendo tu cuerpo ante mí. Tu piel solo la cubre un conjunto de lencería blanca, un conjunto de sujetador de encaje con motivos florales, un corsé bajo pecho también blanco, regalo que te compré hace poco y que tampoco habías estrenado hasta hoy. Un tanga también de encaje semitransparente, y seguido de unas kilométricas medias también del color de los ángeles. Al observarte ahí de pie, en mitad de la nada, declarándote oficialmente una exhibicionista nata, me excita y dispara en mi todos los instintos básicos.
Apago las luces, señal de que yo ya estoy listo, vuelves a taparte y lentamente te giras hacia nuestro invitado indiscreto. Posando con cuidado tus tacones de aguja te vas acercando lentamente, con cada paso, al camión. La luz rojiza se enciende tras una nueva calada y me doy cuenta de que sigue presente y a presenciado también la escena previa desde su propio punto de vista. Mi corazón se detiene con cada paso que das, y me susurro... bum, te quiero, bum, te adoro, bum, eres la fuente de todos mis deseos por perturbados que sean.
Esos 30 metros se hacen eternos para mi pero ya los has recorrido en un suspiro y la puerta no tarda en abrirse. Una silueta oscura desciende sonriente. Tu también le sonríes, y te contoneas para que pueda apreciarte. El hombre desliza una mano tras tu cintura, y tu me lanzas una mirada cargada de dudas. Vuelvo a asentir a oscuras, suplicándote que me entiendas. Tus manos se mueven temblorosas hasta el nudo de la gabardina y tras un rápido tirón consigues deshacerlo. Las solapas de la gabardina se despliegan mostrando su apetecible interior. El desconocido aprovecha la abertura para deslizar sus manos sobre tus hombros desnudos, y con otro igualmente rápido movimiento termina de abrirla para que pueda caer al suelo cual regalo de cumpleaños. No te mueves, dejas que él te admire girando a tu alrededor, posa sus grandes manos en tu trasero, y con un gesto casi imperceptible te indica que subas al interior de la cabina.
La puerta se cierra tras vosotros, y se a ciencia cierta que ya no hay vuelta atrás. A oscuras consigo deslizarme fuera de mi vehículo, quedo de pie a mitad de camino tratando de ver algo a través de un cristal negro como la noche. Me decido a recorrer esos últimos 20 pasos, a recoger la gabardina que ha quedado perdida en el suelo, y sin darme cuenta me encuentro buscando algo en sus bolsillos. Casi como por instinto mi mano se cierra aprisionando un pequeño objeto. Bum, te quiero, bum, te deseo, la mano se abre y de su interior surge un diminuto brillante, el mismo que hace menos de una hora observaba en la mano de mi esposa, y por un momento pierdo el aliento.
La puerta está cerrada, pero la ventanilla está entreabierta quizás para tratar de amortiguar un poco el calor de la noche. Escucho unas risas, risas que en segundos se vuelven suspiros, y escucho el gemido grave de un hombre. Soy consciente de las habilidades de mi esposa y probablemente ahora estará de rodillas, sujetando con sus manos la polla de este desconocido, acercando sus delicados labios para jugar un lascivo juego del que yo he sido privado. Cierro los ojos para imaginarla y noto como me endurezco, soy incapaz de controlar mi erección. Por segundos no se si mi mente me juega malas pasadas pero ahora sí está claro, es tan claro como el agua, y puedo identificar ese sonido recordando la multitud de veces en las que yo he sido el privilegiado dueño de tus caricias. Tu boca está disfrutando de su gran polla.
Nuevamente susurros, y el sonido ruidoso de alguien apartando objetos. La ropa golpea hecha un ovillo contra el cristal del parabrisas, unos segundos de silencio, y un gemido. Esta vez tuyo. Bum, te deseo, mis manos se precipitan bajo el pantalón tratando de envolver la erección que contengo. Bum, te adoro. Un nuevo gemido, está vez seguido de un golpe seco, un golpe que también reconozco. Ya estás sintiéndolo, sintiendo el sexo de otro hombre, sintiendo como atraviesa tus entrañas. Bum, ya no puedo más. Otro gemido, puedo ver una mano dibujada en un cristal auxiliar en un lateral de la cabina, una mano que ahora marca la ausencia del anillo que aprieto con fuerza.
Los gemidos se aceleran, la mano se separa del cristal e imagino que ahora lo estás abrazando, que sujetas sus caderas para evitar que se separe de ti. Bum, quiero que seas mía otra vez. A tus gemidos se unen los suyos, y puedo oír tu respiración entrecortada sincronizada con la mía. Bum, gracias amor mío. Escucho un grito de placer, acompañado por el gorgoteo de un hombre que acaba de alcanzar el paraíso...
La luz interior se enciende y me hace despertar de mi perverso sueño. Tardo tan solo unos segundos en darme cuenta de donde me encuentro, de que no debería de estar allí. Mis instintos me gritan correr hacia el coche. En mi huida puedo escuchar risas y palabras alegres dentro dela cabina. Ahora no puedo pararme a escuchar ni a entender qué se dice. Ahora el tiempo se precipita, corre más de lo que logro entender, y en un suspiro consigo salvar la distancia hasta la seguridad de mi corsa.
El camión vuelve a abrir sus puertas, y el hombre que me ha hecho cornudo te tiende una mano para ayudarte a descender con cuidado. Depositas un beso en su mejilla, el te tienta los pechos una última vez, y sin mediar palabra te despides girándote hacia mi. Tu camino de vuelta es aún más lento que el de ida. Puedo ver que has dejado olvidados como botín sujetador y tanga, solo conservas las medias y el corsé, y tu miedo a exhibirte ha desaparecido por completo. Una sonrisa ilumina tu cara a la luz de una luna que ya luce alta en el horizonte.
El camino de vuelta está siendo igualmente silencioso, ninguno de los dos nos atrevemos a decir nada. Aunque es patente la erección que aún perdura en el tiempo, retenida por las idas y venidas de mis recuerdos, no quiero ser yo el primero en hablar. La carretera se vuelve cada vez más oscura ahora siguiendo una red secundaria de la cual alguien ha debido olvidar iluminar.
- Para. - Tu voz rompe el silencio con una orden clara y directa.
Extiendes tu mano, con la palma abierta, pidiéndome algo que no logro entender y por un momento recuerdo el anillo que apretaba con fuerza mientras otro hombre te penetraba y rompía las barreras que te hacían mi mujer.
En silencio saco la joya de mi bolsillo y con la delicadeza de un amante vuelvo a colocarlo en tu dedo anular.
- Ahora solo falta una cosa. - Me miras con ansias, tu ojos vuelven a reflejar el fuego que mostrabas horas antes de que todo esto hubiese pasado. Sales del coche en silencio, y te alejas campo a través nuevamente haciendo gala de tus movimientos felinos.
A oscuras, consigo encontrarte apoyada en una roca, reclinada, mirando a la luna. Me miras con una sonrisa picara.
- ¿No quieres volver a reclamar lo que es solo tuyo? - Un destello ilumina tu cara. Momento de desconcierto que aprovechas para girarte exponiendo tu trasero, y tu sexo. Diciéndome sin palabras que una vez que el anillo ha vuelto a tu mano vuelves a ser únicamente mía... pero que aún falta un último ritual escrito a fuego desde tiempos inmemorables.
Tengo que recuperar lo que es mío.
Mi lado más primario se desata, tiro de la correa de mi pantalón y sujeto tus manos con él. Te fuerzo a recostarte en la fría piedra para exponer aún más tus encantos. Agarró tus nalgas, y en un solo movimiento, tirando de tu coleta mi polla te atraviesa. Un grito de placer rompe el silencio de la noche, el destello de ojos salvajes brilla en la lejanía, probablemente animales de granja ahora despiertos por nuestra incursión. Ahora me guía un impulso grabado en nuestro córtex desde la prehistoria, el afán de concebir, de ser el elegido por la hembra. Mi polla, dura como jamás ha estado, entra cual pistón una y otra vez. Arqueas tu cuerpo, tus tetas se rebotan danzando en el aire con cada golpe. Tu culo se eleva, tus músculos se contraen tratando de aprisionarla dentro de ti y noto como se desliza empapada en tus jugos. Tiemblas, tiemblas de placer, gritas, noto un liquido cálido envolviendo tus piernas, goteando sobre mi, y yo grito contigo, ahora soy yo el que explota en tu interior. Ahora soy yo el que ha depositado mi semilla cual cavernícola en ti. Eres mía.
Siempre serás mía.
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