Abuso y Gozo

javieron

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Es la categoría más cercana creo, aunque no sea BDSM. Los escribí muy rápido 😬.

Abuso y Gozo - Parte Uno

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Marina se estaba dando una relajante ducha luego de regresar de una sesión de fotos y videos en que le ayudaba unos amigos para su cuenta de *******s. Hacía semi desnudos no explícitos en que le iba regular, le ayudaba en algo en su economía diaria ya que tenía algunos miles de seguidores en su cuenta de ********* donde lo publicitaba.

Desde luego, Marina tenía lo que le gusta a muchos, un gran cuerpo, un poco bajita pero bonita de cara, pelo castaño claro y de ojos café, senos de tamaño normal, una cintura de avispa y un culito respingón bien formadito en el gimnasio que era lo que mejor resaltaba en ella.

Pedro era un tipo de tez oscura, sin llegar a ser negro, de cuerpo atlético. Era inmigrante, salió de su país para ver si podía hacer más dinero ya que en el suyo no la pasaban bien ni los delincuentes, que era a lo que últimamente se dedicaba allá.

En el actual país donde estaba, ya había localizado un grupo de compatriotas, delincuentes también, donde hacían algunos golpes, no pasaban de robos, pero también se dedicaba a algunos trabajos de construcción y mantenimiento, ya que conocía algo del tema.

Marina vivía sola en un departamento del último piso de un edificio mediano, en un barrio de clase media tirando para abajo. Su baño daba hacia un tragaluz algo más grande de lo normal que terminaba en la azotea.

Pedro estaba terminando de colocar impermeabilizante en una de las partes de la azotea del edificio vecino al de Marina.

Mientras remataba la faena, sentía el ruido de una ducha, y mientras pensaba en lo duro de su situación, estresado por la soledad y sobre todo por la falta de sexo, ya que no se conformaba con las pajas, comenzó a poner más atención en aquel ruido. Se comenzó a imaginar que era una rica hembra sobándose el cuerpo y masturbándose como en los videos pornográficos que veía desde su celular.

Se comenzó a calentar terriblemente, lo cual hizo que apurara su trabajo hasta terminar y buscar el origen del agua corriendo.

Se puso primero a buscar por el edificio en el que estaba, por los tragaluces, ya que el eco lo confundía un poco. Una vez descartando el lugar donde estaba, comenzó a analizar el edificio contiguo.

Localizó una zona donde podía escalar y no lo dudó. Se había obsesionado con lo que se imaginaba y tenía que confirmarlo o descartarlo.

Una vez que trepó con cautela y sin hacer ruido, comenzó a transitar por los caminos de esa azotea, mirando los tragaluces que se iba cruzando. El edificio era de dos departamentos por piso, y en el lado en el que estaba vio un par de baños pero se notaban vacíos, así que emprendió hacia el otro lado para ver si tenía suerte.

Mientras se acercaba ya no tenía dudas, el ruido provenía de ahí y sólo era cuestión de tiempo encontrar su objetivo.

LLegando al segundo tragaluz de ese lado de la azotea, vio las luces prendidas y el ruido característico, pero sólo podía ver un poco de la cortina de baño, así que decidió tirarse al piso y asomar su cabeza. Estaba seguro que así podría ver claramente. Sólo esperaba que no se lleva una desagradable sorpresa, le bastaba con que sea una mujer que tenga el cuerpo medianamente cuidado, le daba mucho morbo verla desnuda, le bastaría con una rica paja esta vez con algo en vivo y en directo.

Mientras asomaba su cabeza, fue encontrando mejor ángulo. Ya posicionado comenzó a distinguir cada vez mejor entre el vapor de agua que no era poco hasta que distinguió totalmente lo que veía.

Se quedó tieso y no sólo del de la cara. Jamás se imaginó encontrar a tan deliciosa hembra sobándose el pelo y el cuerpo mientras recibía el agua. Era del tipo de mujer que le gustaba, chiquitas, flaquitas y con rico culo. La verga le comenzó a incomodar de inmediato por que estaba apretada contra e suelo.

Se acomodó de costado para agarrársela mientras contemplaba como ese pedazo de hembra se sobaba las tetas, el culo y el cabello. Lo hacía en forma lenta como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Pedro no aguantó y se sacó el pene totalmente tieso para masturbarse lentamente. Estuvo un pequeño rato así pero se la guardó de nuevo y salió de ahí. Pensó en que quizás no iba a tener otra oportunidad, tenía que gozársela sea como sea, si tenía que golpearla lo haría. Era una mujer de bandera y ya pensaba en todo lo que le iba a hacer. A él no le iba a temblar la mano, después de todo, era un delincuente, aunque este sería su primer ataque sexual.

Con cuidado caminó hasta el otro tragaluz donde se veía una pequeña lavandería. Con precaución comenzó a bajar y apoyarse en una mesa de concreto para luego apoyarse en el suelo. Caminó despacio por los pasillos para asegurarse de que no había nadie más en el departamento aunque antes ya por las ventanas estaba prácticamente seguro de que así era.

Llegó hasta donde era el cuarto principal donde también estaba en baño de su víctima. Esperó unos 10 minutos más donde preparaba su plan.

Luego de cerrar el grifo de la ducha, Marina se comenzó a secar con una toalla el cuerpo para después amarrársela en el pelo, luego cogió otra y se la puso en el cuerpo mientras caminaba hacia el cuarto. Una vez cruzó la puerta, sintió que alguien le agarró el cuello por detrás sintiendo un metal frío en la piel.

-- Quédate quieta en silencio o te rajo la cara.

Marina se asustó mucho y se quedó quita sin decir nada, temblando a pesar del calor.

-- Verás ricura, por cosas del destino, estuve en el lugar y momento correctos, y no pude evitar entrar a hacerte una visita, estás muy rica.

-- Por favor, llévese lo que quiera pero no me haga nada, se lo suplico.

-- Ya veremos que me llevo, aunque viendo un poco, no hay nada de mucho valor, sólo lo que tengo en mis manos.

-- Mi marido está por llegar... -- Mintió Marina.

Pedro por un momento dudo y comenzó a recorrer la vista por la habitación, comprobando lo evidente.

-- Jejejeje... crees que soy imbécil?, acá no hay rastros de nadie, sólo de ti perrita.-- Para luego pegarse a ella y sobarle el paquete por tada la cola de ella.

-- Por favor...

Pedro sin soltar la cuchilla, comenzó con una mano a sobarle las tetas con regular fuerza, mientras continuaba sus punteos en la deliciosa cola de ella, aunque aún por encima de la toalla.

-- Váyase ya por favor...-- Decía Marina ya sollozando y pensando en lo inevitable.

Pedro seguía pasándole la verga por toda la cola hasta que no aguantó más y le desanudó la toalla cayendo al suelo. Pedro casi eyacula ahí mismo teniendo tan delicioso cuerpo pegado al suyo mientras le pasaba ya las dos manos por todo lado, la navaja la había guardado en el bolsillo ya confiado que tenía todo bajo control.

Marina no sabía que hacer y sólo se dejaba esperando que el abusador se desanimara y se vaya, tenía mucho miedo, pero también algo muy adentro comenzó a despertar en ella.

-- Por favor ya déjeme, le prometo que no diré nada, pero váyase, snif!

-- Ok mamacita, quedemos en algo.

Pedro se despegó ante un poco el desconcierto de ella.

-- Mira, yo estoy muy caliente y necesito descargar toda esta leche acumulada -- Lo decía mientras se agarraba la pija por encima del pantalón.

--Así que te propongo algo, me vas a dar una buena mamada de verga hasta vaciarme los huevos, luego te dejo tranquila, que dices?

Marina no sabía que responder, por un lado le parecía denigrante hacerle lo que quería, pero por otro lado quería que se vaya y estar a salvo. Así que no se lo pensó más.

-- Ace... ace... acepto -- Dijo muy nerviosa.

-- Cómo?, no te escuché bien.

-- Que acepto el trato.

-- Dime que vas a hacer.

-- Voy a hacer lo que me dice.

-- Quiero que me lo digas textualmente.

-- Que... que... acepto... chupar... chuparle su pene.

-- Démelo bien, dime que me vas a mamar la verga y vaciarme los huevos, vamos!

-- Que... acepto ma... mamarle la verga y... va... vaciarle los huevos.

-- Así me gusta ricura, ahora ponte de rodillas y sácame la pija que estoy ansioso.

Pedro estaba más caliente que antes porque le gustó mucho la sumisión de la nena. Así que decidió ser un poco más brusco, quizás intuyendo algo en esa chica. La agarró el pelo y se lo tiró lentamente hacia abajo hasta hacerla poner de rodillas.

-- Ahhhh! Despacio por favor....

Marina hizo el descenso guiado por el intruso hasta ponerse de rodillas en la alfombra. Por un momento se quedó quieta mirando la bragueta de su captor, pero luego comenzó a desabrochar la correa, luego los botones y por último el cierre, todo con las manos temblando de los nervios, pero por otro lado también se sentía inexplicablemente húmeda, estaba sintiendo cosas que nunca sintió.

Marina ya había practicado sexo oral antes a un par de novios, pero nunca fue su práctica favorita, básicamente lo hacía por que le insistían, y hacía lo justo, nunca le han terminado en la boca, ni en la cara y menos tragado.

Luego de bajarle el pantalón, se encontró con un bulto de tamaño considerable oculto en la truza.

-- Vamos ricurita, no tengo todo el tiempo, libera mi verga y comienza a comértela.

Marina, optó por obedecer y comenzar a bajarle la la última prenda. Lo hizo con algo de dificultad por que estaba algo apretada, para luego salir de golpe el cipote de Pedro que casi le golpea el rostro.

Se quedó impresionada con el tamaño, aunque no vio muchos, era notoriamente el más grande y grueso que había visto, y estaba totalmente parada y apuntando hacia su boca. La analizó un poco y estaba bien venosa y recta, tenía poco bello y olía algo fuerte por el sudor y algo de orín.

De pronto sintió como Pedro le agarraba el cabello húmedo con algo de fuerza.

-- Vamos putita, abre esa boquita que se nota lo estás deseando.

Marina tenía emociones encontradas, por un lado sentía indignación y miedo, quería que se vaya, pero por otro lado su conchita estaba ya bastante húmeda, los pezones parados, estaba excitada, no entendía porque se sentía así, se sentía enojada consigo misma, trataba de poner la mente en blanco, pero era inútil.

-- Ahhhh..... despacio.... mmmmmmmm....

La verga del delincuente comenzó a ocupar su boca hasta llegar a un tercio de esta. Marina ponía sus manitas en el vientre de Pedro tratando de evitar que entre más. Este la forzaba lo justo, no quería tampoco que le vomitara.

Marina trataba de acomodar su boca al intruso pero le era muy difícil ya que no estaba acostumbrada a su tamaño ni tampoco a tenerla tan al fondo, y eso que faltaba la mitad del falo.

-- Ahhhh... coge con una mano la parte de verga que no te entra putita y esmérate mejor, cuida esos dientes Ahhhhh....

Marina le hizo caso y alzó su manita para coger el tronco desde la base. Ahora si pudo acomodarse y hacer un mejor trabajo, aunque seguía siendo una tarea difícil y humillante, aunque sus continuos flujos dijeran lo contrario.

Pedro ahora paseaba su vista entre el techo y el rostro de su víctima, a veces cerrando los ojos, pero más eran los momentos que le gustaba ver ese lindo rostro teniendo dificultad en complacerlo dada la diferencia de tamaño. Marina hacía el característico ida y venida de la cabeza al mamar, con los ojos cerrados y cejas fruncidas pero después semi abiertos, apretando con sus labios lo justo ya que se le dificultaba ejercer más presión.

A veces la hacía detener para sacarla y pasarla por la cara y dándole pequeños golpes.

-- Chúpame los huevos y lame como si fuera tu helado favorito perrita.

A Marina le molestaba que le diga así pero no veía otra opción que obedecer. A pesar de la involuntaria excitación, seguía teniendo mucho miedo de que le pueda hacer daño o incluso matarla.

Siguiendo sus instrucciones comenzó a pasar la lengua por los testículos de su captor para luego seguir por el tronco, regresando y repitiendo la tarea varias veces. Le fue inevitable pensar en las partes de sus ex novios, donde se dio cuenta que ellos tenían considerablemente más bello en esa zona. La del delincuente poseía muy poco e inconscientemente pensaba que le gustaba más así.

Pedro estaba disfrutando como nunca y quiso hacerlo más, así que se inclinó un poco para disfrutar pellizcando de esas no muy grandes pero preciosas tetas. Pasaba su mano desde la base haciendo masajes en círculos para luego terminar apretando los pezones, a veces con un poco de brusquedad que no controlaba.

-- Aaauuuuuu... por favor me hace daño, Ahhhhh...

-- Así también te gusta puta, yo se que si, me calientas demasiado.

-- Ya no me diga así, por favor...

-- Te llamo como me de la gana zorra, estás buenísima y estás muy caliente, me encanta.

-- Noooo, yo sólo lo hago por que me obliga... Ahhhhhh despacioooo...

-- Si claro puta, no engañas a nadie, ahora sigue tragando que mi verga te extraña...

Pedro volvió a agarrarla del pelo y la dirigió a su brillante falo producto de la saliva de Marina. Esta volvió a someterse a la presión y abrió lo más que pudo su boca repitiendo la postura anterior incluso la de sus manos apoyadas en el vientre de Pedro para no atragantarse, pero a este no le molestaba, por el contrario, le encantaba.

Luego de 10 minutos en esa rutina, Pedro sintió que ya estaba muy cerca de explotar.

-- Escúchame puta, sin dejar de mamar. Cuando te diga, vas a tirar tu cabeza para atrás con la boca abierta y la lengua fuera. Asiente si entendiste bien.

-- Mmmmm slrrrppp -- Asentía Marina sin evitar el ruido producto de la felación.

-- Ok, pues haslo ahora y no se te ocurra cambiar de posición.

Marina procedió a hacer lo que él le ordenaba aunque sin adivinar bien lo que venía a pesar de lo obvio que era.

Pedro agarró su falo y comenzó a agitar de manera lenta por la parte del tronco sin tocar la cabeza, siempre se masturbaba así, sentía más placer que agarrando la punta, además de eyacular mayor cantidad. Continuó de esa forma por unos segundos más mientras con la otra mano agarró el pelo de Marina asegurándose de que no se vaya a mover a pesar de la advertencia.

Repentinamente comenzaron a salir disparos y disparos de lefa que caían en el rostro de una sorprendida Marina, pero no por eso cambió de postura, seguía con la boca abierta sintiendo como también recibía el tibio liquido llegando a degustar su sabor a pesar de no mover su lengua. Sentía como el semen le caía en los pómulos, ojos, nariz, frente, cuello y pelo, parecía no tener fin.

Pero si lo tuvo, aunque antes de eso, Pedro transpiraba con la boca abierta cayéndosele incluso un poco de saliva producto del tremendo corrientazo que le nació en la espalda y que le hicieron temblar las piernas y cuerpo, siendo la mano agarrada del pelo de Marina la que la salvó de no perder el equilibrio.

A pesar del tremendo placer que estaba sintiendo, pudo seguir encaminando sus deseos, y metió la ya no tan hinchada verga en la boca de Marina que seguía quieta bañada de leche.

-- Aahhhhhh límpiala bien putita, que quede reluciente.

Marina, por alguna extraña razón no sintió ni el menor asco e inició un proceso de limpieza que abarcó todo el largo del pene y glande utilizando su lengua y sus labios hasta dejarlo limpio.

Pedro que aún no se contentaba, pasó el dedo por el rostro de Marina dirigiendo los lechazos hacia la boca de ella, no teniendo más opción que cumplir los nuevos caprichos de su amante impuesto, y chuparlo cada vez que repetía la acción hasta cogerlo casi todo.

-- Uufffff... viste zorrita?, tú puedes negarlo pero tu cuerpo dice otra cosa, aún cuando sólo ha sido una mamada. Imagina como se pondrá después de los varios orgasmos que te saque.

-- Qué?!!, a a a qu... qu.... que se refiere?

-- A que estoy pensando en cambiar el trato putita jajajajaja...

Continuará
 
Abuso y Gozo - Parte Dos

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Marina se quedó helada, con el rostro aún pegajoso por el semen que no había podido limpiarse del todo, y el sabor salado impregnándole la lengua. Sus ojos, enrojecidos por las lágrimas y la humillación, se clavaron en el suelo de la alfombra, donde gotas blancas y viscosas salpicaban como evidencia de su rendición. El corazón le latía desbocado, un tambor de pánico que resonaba en sus oídos. Cambiar el trato? Qué demonios significaba eso? Ya le había dado lo que pedía, se había tragado su orgullo —y parte de su carga— para que se largara. Pero ahí estaba él, Pedro, con esa sonrisa torcida de depredador saciado a medias, la verga aún semierecta colgando entre sus piernas oscuras y musculosas, reluciente por su propia saliva.

—N-no... por favor —balbuceó ella, la voz ronca de tanto sorber y tragar. Se incorporó un poco sobre las rodillas, instintivamente cubriéndose los pechos con los brazos, como si eso pudiera borrar la forma en que sus pezones traidores se erguían, duros y sensibles al roce del aire. Su concha... Dios, su concha palpitaba, húmeda y traicionera, un calor líquido que se extendía por sus muslos internos a pesar del terror que le atenazaba el estómago. Odiaba su cuerpo por eso, por responder a la fuerza bruta como si fuera un juego sucio que secretamente anhelaba. "Solo quiero que se vaya", se repetía en la mente, pero el pulso entre sus piernas la desmentía.

Pedro soltó una carcajada baja, gutural, como un ronroneo de bestia. Se agachó un poco, agarrándola por la barbilla con dedos ásperos que olían a sudor y a ella misma. La obligó a mirarlo a los ojos, esos ojos negros que brillaban con una lujuria renovada. —Ay, ricurita, crees que con esa boquita de ángel me vas a dejar así de fácil? —murmuró, pasando el pulgar por sus labios hinchados, untándolos de nuevo con el residuo de su corrida—. Te vi en la ducha, sobándote como una puta en celo. Ese culito... mmm, ese culito respingón me tiene loco. El trato se amplía, perrita. Vas a darme todo, que tengo ganas de cogerte, y si te portas bien, quizás te deje ilesa. Entiendes?

Marina negó con la cabeza, un movimiento débil, casi mecánico. —Por favor, no... ya le di lo que quería. Llévese mi teléfono, mi dinero, lo que sea. Pero no... no me haga más daño. Mi... mi marido... —Intentó la mentira de nuevo, pero su voz se quebró, y Pedro solo rio más fuerte, sabiendo que era puro humo.

—Tu marido, eh? El mismo que no existe, como las joyas en esta pocilga. —Con un movimiento rápido, la levantó del suelo como si no pesara nada, sus brazos fuertes rodeándola por la cintura. La arrojó sobre la cama deshecha, el colchón hundiéndose bajo su peso. Marina rodó instintivamente, tratando de gatear hacia el borde, pero él fue más rápido. La atrapó por las muñecas, retorciéndolas con esa malla que encontró tirada en el suelo —la misma que ella usaba para usar en la casa—, y la ató al cabecero con nudos firmes, de esos que había aprendido en sus "trabajos" de construcción. Estaba inmovilizada, los brazos por encima de la cabeza, el cuerpo expuesto como un banquete.

—No, por favor... suéltame —suplicó, retorciéndose, las lágrimas rodando frescas por sus mejillas. Pero su voz era un hilo, y en el fondo, el miedo a enfadarlo la mantenía quieta. Sabía que un grito de rabia de él podía terminar en sangre; había visto el filo de esa navaja antes, fría contra su cuello. Así que se mordió el labio, sumisa, mientras él se quitaba la camisa sudada, revelando un torso marcado por músculos duros y cicatrices de una vida jodida.

Pedro se trepó a la cama, arrodillándose entre sus piernas abiertas a la fuerza. Su verga ya estaba endureciéndose de nuevo, hinchándose como una amenaza viviente. —Shh, relájate, zorra. Vas a gozar esto más de lo que admites. —Rozó la cabeza contra su entrada, y Marina jadeó: estaba empapada, los labios de su concha hinchados y resbaladizos por la excitación no deseada. Empujó despacio al principio, abriéndola centímetro a centímetro, el grosor de él estirándola hasta el ardor. —Ahhh! No... duele... por favor, despacio —gimió ella, arqueando la espalda no por placer, sino por instinto de escape. Pero su cadera se elevó un poco, traidora, acogiéndolo más profundo.

Él gruñó de satisfacción, hundido hasta la base, y comenzó a bombear. Embistes lentas y profundas al inicio, golpeando ese punto sensible dentro de ella que la hacía ver chispas. —Mira cómo chupa mi verga, putita. Estás hecha para esto. —Sus manos callosas se clavaron en sus caderas, guiándola, obligándola a un ritmo que su cuerpo seguía sin permiso. Marina cerraba los ojos con fuerza, negando en su mente: "No, no quiero esto, no...". Pero el placer crecía como una marea, un cosquilleo ardiente en su vientre que se extendía a sus pechos, a sus pezones rozando el aire. Intentó resistir, apretando los dientes, pero el primer orgasmo la traicionó: explotó en oleadas, sus paredes contrayéndose alrededor de él en espasmos incontrolables. —No! Por favor, para! —lloró, pero sus piernas se enredaron en su cintura, atrayéndolo más adentro, y un gemido gutural escapó de su garganta.

Pedro aceleró, sudando sobre ella, el sonido de carne contra carne llenando la habitación como un tambor obsceno. —Así, perra, córrete para mí. Sé que te encanta. —Otro clímax la sacudió pronto, más violento, dejando su cuerpo convulso y su mente nublada en un shame de éxtasis. Lágrimas calientes rodaban, pero su concha chorreaba, empapando las sábanas.

No le dio tregua. Con un gruñido animal, la volteó boca abajo, las manos aún atadas, poniéndola de rodillas con el culo en pompa. Marina sollozó contra la almohada, el rostro hundido en el olor a sexo y lágrimas. —No... por favor, no ahí. Te lo suplico, no por favor... —jadeó, el terror puro helándole la piel. Sabía lo que venía; lo sentía en el roce de sus dedos, untados en sus propios jugos de la concha, probando su entrada trasera. El ano apretado se contrajo por instinto, pero el miedo a su ira la mantuvo quieta, sumisa como una oveja al matadero.

Pedro no era un bruto sin finesse; sabía que para disfrutarlo a fondo, tenía que prepararla, aunque fuera a su manera egoísta. —Shh, ricurita, no te tenses tanto. Voy a hacer que te abra como una flor —murmuró, con esa voz ronca que era mitad amenaza, mitad promesa sucia. Tomó más de sus fluidos resbaladizos, mezclados con saliva que escupió directamente sobre su ano, y comenzó a masajear el anillo apretado con el pulgar, círculos lentos y firmes. Marina se mordió el labio hasta sangrar, el cuerpo rígido. —Por favor... no, duele solo con tocar... sácame de aquí —suplicó, pero él ignoró, presionando el dedo índice lubricado contra la resistencia. Entró despacio, solo la yema al principio, y ella jadeó, un sonido entre sollozo y sorpresa. El ardor era intenso, invasivo, pero él lo movía con cuidado, entrando y saliendo en un ritmo hipnótico, curvándolo para rozar paredes sensibles que enviaban chispas inesperadas a su clítoris.

—Relájate, puta... siente cómo te abro —gruñó, agregando un segundo dedo después de unos minutos, estirándola más, el dolor fundiéndose con una plenitud extraña que la hacía temblar. Usó su propia saliva de nuevo, escupiendo sobre los dedos que ahora bombardeaban su ano con embistes cortos, lubricados por el sudor y sus jugos traidores. Marina negaba con la cabeza contra la almohada, lágrimas empapando la tela. —No... por favor, basta... no lo soporto —mentía a medias, porque su concha chorreaba más, el calor extendiéndose como veneno dulce. Él rio bajito, incorporando un tercer dedo —imposible, pensó ella—, pero lo hizo con paciencia brutal, abriéndola centímetro a centímetro hasta que su ano cedía, palpitante y resbaladizo. El placer prohibido crecía, un pulso sordo que la horrorizaba; su cuerpo se arqueaba ligeramente, pidiendo más sin permiso.

Satisfecho con la preparación, Pedro alineó su verga hinchada, la cabeza gruesa presionando contra el ano ahora laxo y untado. —Ahora sí, zorra. Vas a darme ese culito entero —masculló, empujando con lentitud agonizante. El dolor regresó como un latigazo al principio, rasgándola al entrar, y Marina gritó ahogado en la almohada, las uñas clavándose en las sábanas. —Ahhh! Duele... no, por favor, sácamela... te lo ruego —suplicó, el cuerpo rígido de puro pánico. Pero él pausó, solo la cabeza dentro, dejando que se acostumbrara, sus dedos ahora masajeando su clítoris hinchado para distraerla. El roce la traicionó: un gemido involuntario escapó, y Pedro aprovechó, hundiéndose más, centímetro a centímetro, hasta que estuvo enterrado por completo, la plenitud abrumadora mezclándose con el ardor residual.

Comenzó a moverse, embistes cortos y superficiales al inicio, saliendo casi del todo para volver a entrar con cuidado, el sonido húmedo de la fricción llenando el aire. De perrito, era humillante, su culito respingón tragándoselo todo mientras él gruñía como un poseído, sus manos amasando las nalgas para abrirla más. —Mmm, qué apretadita, puta. Te encanta, verdad? —Sus caderas chocaban contra las de ella en un ritmo creciente, profundo ahora, cada penetración rozando nervios ocultos que la hacían ver estrellas. Marina mordió la almohada para no gemir. —No... por favor, no más... duele tanto —mintió a medias, pero su voz se quebró en un moaned cuando el primer orgasmo anal la golpeó, sus músculos contrayéndose alrededor de él en pulsos que lo hicieron jadear. Grito ahogado, temblores incontrolables, y un chorro caliente escapando de su concha ignorada, empapando sus muslos. Pero él no paró; al contrario, ralentizó para prolongarlo, embistes largos y tortuosos que la mantenían al borde, construyendo otro clímax sin prisa. Diez minutos así, quizás más, su ano adaptándose, palpitando en torno a la invasión, el placer volviéndose adictivo a pesar de las súplicas ahogadas: —Por favor... ya no puedo... —Pero su cadera empujaba atrás, traidora, buscando la fricción que la desarmaba.

Pedro no paró. La desató y levantó con rudeza, sentándola a horcajadas sobre él en vaquera, su verga resbaladiza por el sudor, sus jugos y la saliva volviendo a invadir su ano. Ahora era ella arriba, pero sus manos en su cintura dictaban el ritmo, obligándola a bajar y subir como una muñeca rota. —Cabalga, zorra. Muéstrame cómo te gusta ese culito follado. —El ángulo era brutal, la fricción rozando todo, profundo y constante, y Marina sollozó: —Por favor... no puedo... duele todavía... —Pero sus caderas molían, girando instintivamente, los pechos rebotando mientras él los atrapaba, chupando pezones con dientes que la hacían arquearse. El placer era un torbellino, inevitable; subió y bajó con lentitud al principio, guiada por él, sintiendo cada vena de su polla estirándola, el ano ahora sensible y hambriento. Minutos se estiraron en una eternidad de subidas y bajadas, su clítoris rozando su vientre peludo con cada descenso, acumulando tensión hasta que otro orgasmo la atravesó, salvaje, haciendo que se corriera de nuevo, el cuerpo convulso sobre él mientras lágrimas de vergüenza caían en su pecho. —No! Dios, por favor, para ya! —lloró, pero no se detuvo, moliéndose más rápido, prolongando las olas hasta que jadeaba sin aliento, el ano contrayéndose en espasmos que lo ordeñaban.

—Joder, sí... qué rico te sientes —gruñó Pedro, empujando desde abajo con furia controlada, extendiendo la sesión en vaquera con embistes ascendentes que la hacían gritar. Pero quería más control, más dominio. La volteó de nuevo, de perrito una vez más, y esta vez la prolongó sin piedad. Embistió como un pistón, pero variando: rápido y superficial para avivar el fuego, luego profundo y lento para torturarla, sus dedos volviendo a su clítoris para mantenerla al límite. Marina estaba perdida, sumisa por completo, el miedo disuelto en un mar de sensaciones sucias. —Tómamelo todo, puta —ordenó, y su cuerpo obedeció, caderas empujando atrás para más, el ano ahora laxo y resbaladizo, acogiendo cada embiste como si lo anhelara. Veinte minutos, quizás, de esa danza obscena: él saliendo casi del todo para escupir más saliva y hundirse de nuevo, ella sollozando súplicas entre gemidos —No... por favor, ya basta... ahhh, Dios...—, pero su cuerpo traicionero respondía con contracciones que lo volvían loco. El clímax final los alcanzó juntos, después de una eternidad de fricción ardiente: el de él, caliente y abundante, llenándole el interior en chorros que goteaban por sus nalgas; el de ella, un estallido múltiple que la hizo colapsar, gritando en un éxtasis roto que la dejó temblando, exhausta, el ano palpitante y vacío cuando él se retiró.

Quedó allí, jadeante, con su peso aplastándola contra el colchón, el semen caliente filtrándose entre sus piernas. El terror volvía en oleadas frías, pero por ahora, solo podía cerrar los ojos y rendirse a la sensación que su carne le imponía, avergonzada hasta el alma. Qué vendría después? Rogaba que nada, que se fuera y la dejara en pedazos. Pero en el fondo, una vocecita traidora susurraba que, quizás, una parte de ella ya lo extrañaba.
 
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