DirtyOldMan
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De joven mi físico no estaba mal, medía 1,85 y pesaba 85 kilos trabajados en gimnasio y privaciones. Me gustaba el deporte y elegí el rugby, a diferencia de mis amigos que todos se decantaron por el futbol. Los mejores años de mi vida los pasé en el gimnasio y entrenando. Pero no penséis que no tenía otras ocupaciones, me encantaban las mujeres y la fiesta. Lo malo es que después de cada partido seguíamos el mismo ritual: mucha cerveza, pocas mujeres y una pelea. Aquello se traducía en que casi todos los fines de semana cogía un pedo de campeonato, terminábamos follándonos a lo que se nos pusiera a tiro y no las buscábamos siempre había alguna pelea. Aquello terminó por hartarme y aproveché una lesión en un hombro para dejar el rugby y es una pena porque ese deporte me encanta.
Desde entonces he seguido el rugby por la televisión y cuando ha sido posible en algún campo, con alguna que otra escapada a las Islas Británicas a ver buen rugby. Aquel año (2003) se disputó la Copa Mundial de Rugby en Australia. Yo lo seguí por la televisión, siempre a horas inoportunas dada la diferencia horaria. Recuerdo que aquella noche, serían las tres de la madrugada y estaba solo en casa, para entonces ya vivía solo. Las paredes de mi salón coinciden con las paredes de uno de los dormitorios de los vecinos. Pero se trataba de verano y ellos se habían ido a veranear al Mediterráneo. Solo quedaba en casa su hija, que apenas llegaba a los veinte años y presumía de ser actriz. No había hecho más que pequeñas colaboraciones en campañas de promoción de cosas muy variadas. La niña era mona, delgadita, con buen tipo y unos ojos claros muy bonitos.
Esa noche estaba todo en silencio y yo enchufado a la tele animando a los All Blakcs. Llegó el descanso del partido y entonces bajé el volumen de la tele por si incordiara a algún vecino desvelado. Así, todo en silencio, comencé a escuchar gemidos en la habitación de al lado. La situación me produjo morbo, lo reconozco y puse la oreja pegada a la pared para ver si podía escuchar algo más. Lo cierto es que eran muy evidentes los resoplidos del chico pero lo que más me ponía eran los gemidos de la vecina. Sin duda alguna era la hija porque los padres estaban fuera de casa. La condenada no se cortaba lo más mínimo y gemía como una gata en celo mientras decía guarradas del estilo “joder dámelo… cómo me gusta… no pares cabrón… Dios que bueno… mas, mas, mas…” Estuvieron así un rato y me perdí el reinicio de la segunda parte del partido porque con tanto gemido la polla ya se me había puesto como un palo y pegué la cabeza a la pared al tiempo que me masturbaba enérgicamente. No me costó mucho correrme imaginándome a esa cría follando y gritando de esa forma.
Días después coincidí con ella por las escaleras y debí de mirarla con cierta picardía porque la muchacha se ruborizó. Ahí dejamos la cosa. Ella tendría 20 años y satisfacía sus necesidades con algún noviete y yo había pasado de los cuarenta, llevaba diez años separado y estaba tremendamente salido.
En la parte superior de la vivienda tenemos una terraza a la que todos los vecinos tenemos acceso e utilizamos somo solárium. Aquella tarde quise subir pero la puerta estaba cerrada. Lo comenté con algún vecino que tenía la misma intención y me informó que alguien subía a la terraza y cerraba la puerta con llave para asegurarse la privacidad. Otro cotilla me dijo que era la hija de los del tercero que subí a la terraza a tomar el sol en pelotas. Resulta que la hija de los del tercero es mi vecina, la del polvo de madrugada. Solo imaginarla tomando el sol desnuda en la terraza de casa me ponía malo.
Estuve unos días vigilándola y descubrí a que horas subía a la terraza. Así que una tarde me adelanté y subí antes. La terraza es amplia, con una zona de césped artificial y unas tumbonas. En el centro de la terraza instalamos una ducha, al lado de las hamacas que usábamos para tomar el sol. Cuando llevaba un rato en la zona más discreta de la terraza llegó ella. Pareció incomodarse al verme allí. Le saludé: “Hola vecina, tranquila, en breve me voy, solo estaré un rato”. “Tranquilo, no me molestas” respondió ella. Se quitó la escasa ropa que llevaba y se puso a tomar el sol con su bikini blanco. La verdad es que la diferencia de edad era brutal, yo los cuarenta pasados y ella los veinte justos pero su cuerpo me excitaba como el viejo verde que soy.
Traté de disimular lo mejor posible, pero me encantaba ver aquellas piernas largas y aquel cuerpo tan bonito, semidesnudo, apenas ocultos los pezones y el coño por el bikini blanco. Ella sabía que le estaba mirando pese a que yo tratara de disimular lo máximo posible. “Tengo calor” me dijo en un momento y se levantó para mojarse en la ducha. ¡Aquel espectáculo era digno de ver! El bikini le tapaba lo justo y tenía unos pechos firmes y se adivinaban prietos y sus largas piernas se juntaban en un ligero montículo que advertían de sus labios. Comenzó a mojar y mis plegarias se hicieron realidad: aquel bikini mojado transparentaba y se pegó a sus tetas adivinando la forma de los pezones y transparentando una piel más oscura. Lo mismo con la parte de abajo. Ella me daba la espalda y veía como la braga del bikini se pegaba a sus glúteos y marcaba aquel culo perfecto de diosa de 20 años. Volví a encomendar mis súplicas a la misma deidad y se dio la vuelta. Creo que lo hizo a propósito para que viera cómo la tela del bikini marcaba los pelos de su coño. Se inclinó un poco para mojarse las piernas y en un momento dado me miró diciendo: “Así mucho mejor, verdad?” Creí morirme de vergüenza, me había pillado embobado contemplándola y sin duda alguna mi empalme era más que evidente.
“Mejor te dejo sola” me atreví a decir y me levanté apresuradamente tratando de ocultar con la toalla el bulto que el pantalón de deporte no podía disimular. Bajé a casa y me masturbé pensando en ella, muerto de vergüenza. A partir de ese momento procuraba salir de casa sin coincidir con ella, me sentía muy avergonzado y me moría de miedo pensando en que aquella ninfa se lo pudiera contar a sus padres que eran buenos vecinos y conocidos. Luego, según pasaron los días, ya me di cuenta de que no había hecho nada malo y que quizás la única que tenía algo que ocultar era ella que se llevaba a sus novietes a casa.
Desde entonces he seguido el rugby por la televisión y cuando ha sido posible en algún campo, con alguna que otra escapada a las Islas Británicas a ver buen rugby. Aquel año (2003) se disputó la Copa Mundial de Rugby en Australia. Yo lo seguí por la televisión, siempre a horas inoportunas dada la diferencia horaria. Recuerdo que aquella noche, serían las tres de la madrugada y estaba solo en casa, para entonces ya vivía solo. Las paredes de mi salón coinciden con las paredes de uno de los dormitorios de los vecinos. Pero se trataba de verano y ellos se habían ido a veranear al Mediterráneo. Solo quedaba en casa su hija, que apenas llegaba a los veinte años y presumía de ser actriz. No había hecho más que pequeñas colaboraciones en campañas de promoción de cosas muy variadas. La niña era mona, delgadita, con buen tipo y unos ojos claros muy bonitos.
Esa noche estaba todo en silencio y yo enchufado a la tele animando a los All Blakcs. Llegó el descanso del partido y entonces bajé el volumen de la tele por si incordiara a algún vecino desvelado. Así, todo en silencio, comencé a escuchar gemidos en la habitación de al lado. La situación me produjo morbo, lo reconozco y puse la oreja pegada a la pared para ver si podía escuchar algo más. Lo cierto es que eran muy evidentes los resoplidos del chico pero lo que más me ponía eran los gemidos de la vecina. Sin duda alguna era la hija porque los padres estaban fuera de casa. La condenada no se cortaba lo más mínimo y gemía como una gata en celo mientras decía guarradas del estilo “joder dámelo… cómo me gusta… no pares cabrón… Dios que bueno… mas, mas, mas…” Estuvieron así un rato y me perdí el reinicio de la segunda parte del partido porque con tanto gemido la polla ya se me había puesto como un palo y pegué la cabeza a la pared al tiempo que me masturbaba enérgicamente. No me costó mucho correrme imaginándome a esa cría follando y gritando de esa forma.
Días después coincidí con ella por las escaleras y debí de mirarla con cierta picardía porque la muchacha se ruborizó. Ahí dejamos la cosa. Ella tendría 20 años y satisfacía sus necesidades con algún noviete y yo había pasado de los cuarenta, llevaba diez años separado y estaba tremendamente salido.
En la parte superior de la vivienda tenemos una terraza a la que todos los vecinos tenemos acceso e utilizamos somo solárium. Aquella tarde quise subir pero la puerta estaba cerrada. Lo comenté con algún vecino que tenía la misma intención y me informó que alguien subía a la terraza y cerraba la puerta con llave para asegurarse la privacidad. Otro cotilla me dijo que era la hija de los del tercero que subí a la terraza a tomar el sol en pelotas. Resulta que la hija de los del tercero es mi vecina, la del polvo de madrugada. Solo imaginarla tomando el sol desnuda en la terraza de casa me ponía malo.
Estuve unos días vigilándola y descubrí a que horas subía a la terraza. Así que una tarde me adelanté y subí antes. La terraza es amplia, con una zona de césped artificial y unas tumbonas. En el centro de la terraza instalamos una ducha, al lado de las hamacas que usábamos para tomar el sol. Cuando llevaba un rato en la zona más discreta de la terraza llegó ella. Pareció incomodarse al verme allí. Le saludé: “Hola vecina, tranquila, en breve me voy, solo estaré un rato”. “Tranquilo, no me molestas” respondió ella. Se quitó la escasa ropa que llevaba y se puso a tomar el sol con su bikini blanco. La verdad es que la diferencia de edad era brutal, yo los cuarenta pasados y ella los veinte justos pero su cuerpo me excitaba como el viejo verde que soy.
Traté de disimular lo mejor posible, pero me encantaba ver aquellas piernas largas y aquel cuerpo tan bonito, semidesnudo, apenas ocultos los pezones y el coño por el bikini blanco. Ella sabía que le estaba mirando pese a que yo tratara de disimular lo máximo posible. “Tengo calor” me dijo en un momento y se levantó para mojarse en la ducha. ¡Aquel espectáculo era digno de ver! El bikini le tapaba lo justo y tenía unos pechos firmes y se adivinaban prietos y sus largas piernas se juntaban en un ligero montículo que advertían de sus labios. Comenzó a mojar y mis plegarias se hicieron realidad: aquel bikini mojado transparentaba y se pegó a sus tetas adivinando la forma de los pezones y transparentando una piel más oscura. Lo mismo con la parte de abajo. Ella me daba la espalda y veía como la braga del bikini se pegaba a sus glúteos y marcaba aquel culo perfecto de diosa de 20 años. Volví a encomendar mis súplicas a la misma deidad y se dio la vuelta. Creo que lo hizo a propósito para que viera cómo la tela del bikini marcaba los pelos de su coño. Se inclinó un poco para mojarse las piernas y en un momento dado me miró diciendo: “Así mucho mejor, verdad?” Creí morirme de vergüenza, me había pillado embobado contemplándola y sin duda alguna mi empalme era más que evidente.
“Mejor te dejo sola” me atreví a decir y me levanté apresuradamente tratando de ocultar con la toalla el bulto que el pantalón de deporte no podía disimular. Bajé a casa y me masturbé pensando en ella, muerto de vergüenza. A partir de ese momento procuraba salir de casa sin coincidir con ella, me sentía muy avergonzado y me moría de miedo pensando en que aquella ninfa se lo pudiera contar a sus padres que eran buenos vecinos y conocidos. Luego, según pasaron los días, ya me di cuenta de que no había hecho nada malo y que quizás la única que tenía algo que ocultar era ella que se llevaba a sus novietes a casa.