Bajo la falda de mi ahijada

Tiravallas

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13 Jul 2024
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El que no te apoya en los malos momentos no es un buen amigo ni se merece estar a tu lado cuando todo te va bien. Tardé bastante tiempo en darme cuenta de que los éxitos únicamente hay que compartirlos con quien se lo haya ganado, pero al aprender esa lección obtuve la mejor y más morbosa recompensa de mi vida.


Debe ser por eso que dicen de que el hambre agudiza e ingenio, pero desde bien pequeñito, a pesar de la mala situación económica que padecíamos en casa, siempre tuve la cabeza llena de ideas que me aportaban grandes beneficios. Empecé intercambiando los deberes por chucherías y acabé vendiendo un eficaz método para copiar en los exámenes.


Mi único objetivo era poder aportar dinero a casa, aunque para eso tuviera que sacárselo a mis compañeros. A todos menos a uno, ya que Abraham era mi mejor amigo y a él no podía cobrarle para que lograra aprobar, aunque solo fuese porque no era precisamente al que mejor se le daba eso de estudiar y necesitaba mi ayuda.


No recuerdo qué fue lo que nos unió tanto, pero la cuestión es que éramos inseparables desde niños. Yo le contaba todos mis problemas y él hacía lo mismo conmigo. Lo único que no nos ponía de acuerdo era que Abraham, a pesar de beneficiarse notablemente de ello, no veía bien que ayudara a los demás a aprobar con trampas.


- Cosme, lo que haces no está bien.


- Es pura supervivencia, tío.


- Haces que apruebe un montón de gente que no se lo merece.


- Tú entre ellos, te lo recuerdo.


- Pero yo soy tu colega.


- Pues entonces apóyame un poquito más.


- Te puedo prestar dinero.


- ¿En serio?


- Bueno... ahora mismo no, pero quizás más adelante.


No quería que me prestara dinero, sabía que eso podía perjudicar a nuestra amistad, pero me molestaba que siempre se ofreciera y al final acabase poniendo una excusa. Aun así, lo seguía considerando mi mejor amigo, aunque solo fuese porque los demás me veían como poco más que ese rarito que inventaba métodos para aprobar con trampas.


Con el paso de los años empezamos a tener otro tipo de roces, especialmente cuando las chicas se interpusieron en nuestro camino. Solía suceder que a los dos nos gustase la misma, aunque en eso también me tocaba fastidiarme, porque parecía obvio que Abraham poseía un atractivo del que yo carecía. No podía enfadarme, simplemente la fortuna tampoco me sonreía en eso.


La edad adulta no hizo más que evidenciar las desigualdades entre nosotros. Mientras que yo a los veinticinco años seguía trabajando en un supermercado para colaborar económicamente en casa, Abraham ya había terminado la carrera de derecho y estaba colocado en el bufete de abogados de su padre, cobrando tres o cuatro veces más que yo.


Como había ocurrido durante toda la vida, no podía reprocharle que tuviese más suerte que yo, pero me parecía injusto que siendo mucho más inteligente me tuviera que conformar con una vida tan inferior a la suya. Porque no era únicamente el asunto económico, además llevaba bastante tiempo saliendo con una chica preciosa, una antigua compañera de clase por la que yo siempre había bebido los vientos.


Para colmo de males, lo mío con el amor era aún más preocupante que lo del dinero. Estaba acostumbrado a no ligar demasiado, pero lo que me ocurría en aquella época era casi peor. Todas las señoras se encaprichaban de mí, mujeres con bastante más edad que yo me provocaban constantemente. La desesperación me llevaba a picar de vez en cuando.


Llevando vidas tan distintas lo normal hubiese sido que nuestros caminos se hubiesen separado hacía tiempo, pero la verdad era que nos seguíamos viendo con bastante regularidad. A veces pensaba que para Abraham no era más que un entretenimiento, una forma de seguir conectado a ese mundo lleno de problemas que él no tenía.


- Tío, el supermercado se te queda muy pequeño.


- ¿Y dónde quieres que trabaje? Si no tengo estudios.


- Puedo hablar con mi padre.


- ¿Me vais a hacer abogado?


- No, hombre, pero necesitamos un conserje para las nuevas oficinas.


- ¿En serio? Eso sería la leche.


- Más que de cajero ganarías, eso seguro.


- Pues haz lo que sea para que tu padre me acepte.


- No creo que haya ningún problema, últimamente está muy contento.


- ¿Y eso?


- Va a ser abuelo.


- ¿Cuál de tus hermanas le ha dado la alegría?


- Ninguna, es mi chica la que está embarazada.


- ¡Enhorabuena!


Nunca me había planteado la posibilidad de ser padre, así que no me importó que Abraham se me adelantara y me alegré sinceramente por él. Esperaba que ambos pudiéramos celebrar juntos, él por su bebé y yo por haber conseguido ese trabajo como conserje. Quizás tampoco era el empleo de mis sueños, pero me moría por dejar el maldito supermercado.


Por primera vez en mucho tiempo, por no decir en toda la vida, sentía que algo al fin me iba a salir bien, que había merecido la pena conservar a Abraham como amigo a pesar de que únicamente solía darme disgustos. Esperaba no tardar demasiado en recibir noticias por su parte, pero al cabo de tres semanas comencé a mosquearme y lo llamé.


- Cosme, ¿todo bien?


- Pues no lo sé, tú dirás.


- No te entiendo.


- Tenías que comunicarme la decisión de tu padre.


- Mierda, lo del trabajo de conserje... se me olvidó por completo llamarte.


- Dime ya lo que sea.


- Tío, hice lo que pude, pero prefirió contratar a alguien con experiencia.


- Joder...


- Ya, es una putada, pero seguía sin ser un trabajo a tu altura.


- No me vengas otra vez con eso.


- Es la verdad, eres muy inteligente.


- No me ha servido nunca para nada serlo.


- Sabes que estoy aquí para cualquier cosa que necesites.


- Eso me lo dices siempre, pero a la hora de la verdad, nada.


- Mira, esto no te lo iba a decir aún, pero no aguanto más.


- ¿Qué pasa?


- Quiero que seas el padrino de la niña que estoy esperando.


- ¿Me lo estás diciendo de verdad?


- Claro, eres mi mejor amigo.


Quizás era demasiado fácil de ablandar, pero aquello hizo que me olvidara de inmediato del asunto del trabajo. Sabía que lo de ser padrino era algo más bien simbólico, pero Abraham conocía a mucha gente influyente, así que elegirme a mí, de alguna manera, era como confirmarme que realmente me consideraba su mejor amigo.


Pese a mi constante falta de recursos económicos, desde ese mismo instante me volqué para que a la niña que estaba por nacer jamás le faltara un regalo de mi parte. Era consciente de que antes de llegar al mundo esa criatura ya tendría de todo, pero eso no me iba a impedir cumplir con ella, aunque tuviera que apretarme aún más el cinturón.


Unos meses después nació Iris. Como era de esperar, a pesar de haberme gastado más que en mi propia alimentación, el regalo que llevé aquel día era el más insignificante de todos los que recibió. A mí eso me daba igual, sabía que pertenecíamos a mundos distintos y me alegraba el haber cumplido como padrino.


Durante los siguientes años estuve todo lo presente que pude en la vida de esa niña. No la veía tanto como me hubiese gustado, por culpa del trabajo, pero tenía muy buena relación con ella. Precisamente jugando con Iris se me ocurrió algo que pensaba que podía llegar a ser un invento revolucionario.


Estaba convencido de que acababa de dar con algo que podía ser un auténtico éxito, por eso corrí a internet, para ver si existía ya algo similar, pero me di cuenta de que no. Lo patenté de inmediato y a partir de ese momento empezó un largo periplo durante el cual intenté vender mi idea, aunque en España nadie parecía dispuesto a comprar mi idea.


Tras dedicar mucho tiempo y esfuerzo, conseguí que alguien en Alemania se mostrara interesado. Era una empresa especializada en productos infantiles y creían que mi idea tenía bastante potencial. El problema era que querían que fuese allí para presentársela, pero no tenía dinero para costearme el viaje, había gastado mis escasos ahorros en regalos para la niña y en intentar que mi proyecto triunfara.


No me podía creer que ni siquiera fuese a tener la oportunidad de dar la cara por eso en lo que cuenta me había me he esforzado, pero es que me resultaba totalmente imposible hacer ese viaje a Alemania. Estaba tan desesperado que recurrí a Abraham, a pesar de que nunca me creí eso de que estaba dispuesto a ayudarme con cualquier cosa que necesitara.


- Ocho años cumple ya mi niña, no me lo puedo creer.


- ¿No habéis pensado en darle un hermanito?


- Yo sí, pero mi chica dice que sin boda no hay más hijos.


- ¿Y por qué no le pides matrimonio?


- Creo que es demasiado compromiso.


- ¿Más que criar una niña juntos?


- Me gusta pensar que mis opciones siguen intactas.


- Tú sabrás. Me gustaría comentarte una cosa.


- Dime.


- Hay una empresa alemana muy interesada en mi idea.


- Eso es una gran noticia.


- Sí, pero quieren que vaya allí a defenderla.


- ¿Cuál es el problema?


- Que no tengo ni para un mísero billete de avión.


- Pero estamos a final de mes, no tardarás en cobrar.


- Si me gasto mi sueldo no podemos pagar el alquiler de casa.


- No os van a desahuciar por un mes, cuando cierres el negocio lo pagas.


- Prefiero no arriesgarme, pero si tan claro lo ves podrías prestármelo tú.


- Eso no creo que sea buena idea.


- ¿Por qué?


- Somos amigos, Cosme, si no sale bien y me debes dinero te vas a sentir mal.


- Peor me sentiré si dejo escapar esta oportunidad.


- En confianza: no creo que tu invento tenga mucho recorrido.


- No tienes ni puñetera idea.


- Como mucho te van a pagar lo justo para costearte el viaje de vuelta.


- Siempre has sido un amigo de mierda.


- Ya te darás cuenta de que estoy haciendo justo lo que haría un buen amigo.


Por mucho que no creyera en mi proyecto, solo le estaba pidiendo la cantidad de dinero que él se gastaba al mes en el club de golf, algo de lo que podría desprenderse sin ni siquiera darse cuenta y así demostrar que realmente era un buen amigo. Pero no lo era, eso siempre había estado claro, aunque no quisiera verlo.


Me fui furioso de esa casa, pero también muy triste, porque es la consciente de que difícilmente iba a volver a ver a mi hija. Fue precisamente Iris la que salió a despedirme. Por lo visto, había estado escuchando mi conversación con su padre y no quería que me fuera de allí sin antes decirme que ella sí que confiaba en mí.


Fueron sus emotivas palabras las que me llevaron a aferrarme a mi última oportunidad, una a la que me había negado en todo momento. Mi padre estaba dispuesto a vender su coche para que yo pudiera ir a Alemania. Era un trasto viejo, pero me daban lo suficiente para ir y volver. Tenía que estar convencido y creer que le iba a devolver ese dinero con creces.


Nunca había estado tan nervioso como cuando me vi delante de esos alemanes. Un traductor les iba explicando lo que yo torpemente conseguía decirles para venderles el producto. En esas circunstancias, no esperaba tener ningún éxito, pero la vida me tenía preparada mi primera gran alegría en mis más de treinta años.


No solo se comprometieron a desarrollar mi idea, sino que me pagaron muchísimo dinero por ella y me suplicaron que entrase a trabajar en su empresa a cambio de un sueldo infinitamente superior al que ganaba en el supermercado. En ese momento pensé en mis padres y en Iris, pero fue a otra persona a la que llamé en primer lugar.


- Cosme, tío, no te arrastres más, ya te dije que no es tan buena idea como piensas.


- Te llamo desde Alemania.


- A saber que has hecho para pagar el viaje...


- Vender el coche de mi padre.


- Eres un puto inconsciente.


- Eso tendría que decírtelo yo a ti, pero creo que ya lo sabes.


- ¿Qué quieres decir con eso?


- He firmado un contrato millonario, sin embargo, tú siempre serás un enchufado.


- ¿Has conseguido timar a los alemanes?


- A ti sí que te timaron el día que repartieron los cerebros.


- Entiendo que estés molesto conmigo, pero te estás pasando.


- Cuida bien a Iris, es el único bueno que has hecho en tu vida.


Tras darme ese gusto, ya podía centrarme en mi nuevo trabajo y en llevar la vida que siempre me había merecido. Lo primero que hice fue comprarle a mi padre un coche mucho mejor y una casa para que ellos pudieran vivir sin preocuparse nunca más del alquiler. Tampoco escatimé en todos esos caprichos que nunca había podido darme.


La vida de rico era mucho mejor de lo que me había imaginado, aunque eso no quiere decir que no tuviese que trabajar también duro. Allí me trataban como un genio, pero precisamente eso me obligaba a estar siempre a la altura y mantenerme activo en busca de nuevas ideas para la empresa. Mi sueldo no paraba de crecer.


Me gustaría decir que mi nueva posición me lo puso más fácil con las mujeres, pero eso, por desgracia, no fue del todo así. Aunque de vez en cuando ligaba con alguna alemana para aliviar mis necesidades, no acababa de dar con una que me gustara de verdad. Echaba de menos a una buena morena, a la típica mujer española.


Afortunadamente, mi cuenta corriente no era lo único que aumentaba por momentos. La empresa también se iba expandiendo cada vez más, y los alemanes decían que era gracias a mí, por eso decidieron crear una nueva sede y establecerla en España, dándome la oportunidad de volver a mi país después de ocho años allí.


Tenía unas ganas enormes de regresar, especialmente para volver a estar cerca de mis padres. Sentía una gran satisfacción al volver a todos esos sitios en los que solo me conocían como el Cosme pobre, por eso no pude evitar pasar por mi antiguo instituto o comprar en el supermercado en el que tanto tiempo había trabajado.


También me moría de ganas por ir a ver a Abraham y restregarle mi éxito, pero llevábamos muchos años sin hablar. No lamentaba haberlo perdido como amigo, solo no haber vuelto a saber de mi ahijada. A veces tenía la tentación de llamarle, aunque no fue necesario, de alguna manera se enteró de que había vuelto y fue él quien contactó conmigo.


- Cosme, amigo, he oído que has vuelto a la ciudad.


- ¿Quién te lo ha dicho?


- Cuando regresa un triunfador todo el mundo se entera.


- ¿Cómo está Iris?


- Bastante rebelde, pero supongo que es normal en su edad.


- ¿Ha preguntado alguna vez por mí?


- A menudo, pero no te preocupes, yo le decía que seguíamos en contacto.


- Me gustaría verla algún día.


- Claro, un día quedamos los tres, que tengo muchas cosas que contarte.


Acepté única y exclusivamente por reencontrarme con ella, porque no tenía ningún interés en volver a ver a Abraham. Mi primer impulso fue ir a comprarle un buen regalo a mi ahijada, pero enseguida caía en la cuenta de que no sabía nada de ella, no tenía ni idea de qué podría gustarle. Además, daba por hecho que tendría de todo.


Abraham se encargó de que lo de vernos no cayera en el olvido llamándome prácticamente a diario. Aproveché la ocasión para presumir de la casa que me pagaba de comprar citándolo allí. Su insistencia no me daba muy buena espina, y mis sensaciones fueron aún peores cuando lo vi a parecer sin Iris. De él podía esperarme cualquier cosa.


- Sé lo que estás pensando, pero es que no le he podido decir nada a la niña.


- ¿Por qué no?


- No la veo hasta el fin de semana que viene.


- ¿Te has separado?


- En cuanto se terminó el dinero dejó de hacer la vista gorda con las infidelidades.


- ¿Cómo que se terminó el dinero?


- Una inversión fallida por aquí, una apuesta arriesgada por acá...


- Pero tenías un sueldo muy bueno.


- Hasta que mi padre me despidió por mis continuos escándalos.


- ¿Y ahora de qué vives?


- Me han hecho conserje en el club de golf, a veces hasta me dejan jugar gratis.


- Espero que tu intención no sea pedirme dinero.


- No, no tengo la cara tan dura, pero...


- ¿Qué?


- Podrías ayudar un poco a Iris, no lo está llevando del todo bien.


- ¿A qué tipo de ayuda te refieres?


- Le gusta mucho la ropa, pero ya no le puedo comprar como antes.


- No hay problema, me lo llevo un día de compras y que coja todo lo que quiera.


- Gracias, Cosme, sé que no me lo merezco.


- Desde luego que no, pero ella no tiene la culpa.


Aquello me daba la oportunidad de volver a ver a Iris y de redimirme por tantos años fuera de su vida sin hacerle ningún regalo. Abraham me dio el número de teléfono de su hija y yo mismo acordé con ella cuando y donde vernos. La muchacha parecía realmente feliz por el reencuentro, decía acordarse de lo mucho que jugábamos cuando era una cría.


Quedamos en la entrada del centro comercial que Iris escogió. Aquel día estaba casi tan nervioso como cuando tuve delante a los alemanes, igualmente quería causarle buena impresión y que todo saliese a la perfección. Aunque no empezó del todo bien, ya que no la lo conocí hasta que ella misma se plantó delante de mis narices y se presentó.


Si no me hubiese dicho que era ella, probablemente no lo hubiera reconocido ni mil años. No solo había dado el lógico estirón de estatura, sino que ya era toda una mujer, cosa lógica a su edad. Era morena, tanto de piel como de cabello, y no pude evitar fijarme en que tenía una curvas de escándalo. Aunque si no las hubiera visto igualmente las hubiese notado, porque me dio un abrazo que casi me rompe las costillas.


- Madre mía, ¿en serio eres Iris?


- He crecido un poquito, ¿no?


- Desde luego, estás preciosa.


- A ti te veo tal y como te recordaba.


- Creo que eso no es tan bueno como te piensas.


- Y tanto que sí, de niña me parecías superguapo.


- Eso era porque te compraba muchos regalos.


- Mi padre me compraba más y ya en esa época no lo soportaba.


- Bueno, es que él es un caso aparte.


- Desde luego.


- ¿Entramos?


- Claro, tengo muchas ganas de pasar tiempo contigo.


Tuve que insistirle mucho para que gastara todo que le diese la gana, pero ya en la primera tienda en la que entramos cogió un montón de ropa. Me daba igual el dinero, disfrutaba tan viéndola feliz con algo que para mí era tan simple como renovar el vestuario. Iris era encantadora y me agradecía cada compra con un montón de besos y abrazos.


Me parecía una muchacha increíble. Era divertida, tenía un humor muy ácido y no se callaba nada, decía todo tal y como lo pensaba. Esa misma espontaneidad la llevó a arrancarle la etiqueta a una falda que acababa de comprarse porque no podía aguantar más tiempo sin llevarla puesta. Me pareció una escena muy graciosa, aunque me acabaría pasando factura.


Resultó que esa falda más que corta era cortísima. Tenía la tela justa para taparle las nalgas y poco más, lo cual me llevaba a tener que hacer un esfuerzo para no mirarle las piernas. En principio no era nada preocupante, hasta que subimos por las escaleras mecánicas, colocada ella delante de mí, y le vi por completo el culo.


Llevaba un tanga negro minúsculo que no evitó que, a mi pesar, me deleitara con el trasero con más perfecto que había visto en mi vida. Bajé la mirada de inmediato para disimular, pero estaba convencido de que ya nunca me quitaría esa imagen tan morbosa de la cabeza, al igual que el calentón me iba a acompañar durante todo el día.


A partir de aquel momento, cada abrazo de agradecimiento que me daba se convertía en todo un desafío. Sabía que lo que me estaba pasando era casi monstruoso, pero es que esa muchacha encajaba a la perfección en el ideal de mujer que había tenido siempre en mente. La vista se me iba en instintivamente a sus caderas, hasta que al fin paramos a comer.


- Cuando haya gastado suficiente dímelo.


- Tranquila, tienes barra libre.


- Eres el hombre de mi vida.


- No seas tan exagerada.


- Es que lo tienes todo, de verdad.


- Solo tengo dinero.


- Eras igual de fascinante cuando estabas tieso.


- Gracias por el halago.


- Si hubiera más tíos como tú no seguiría dos velas.


- Alguno habrá que merezca la pena.


- Todos me parecen unos cretinos como mi padre.


Escuchaba atónito los detalles que Iris me daba de su vida personal. Todavía era joven, pero aun así no podía creerme que no hubiese estado con ningún chico. Un montón de ideas perversas se juntaron en mi cabeza, pero tuve que apartarlas como buenamente pude, porque aún nos quedaban unas cuantas horas juntos.


Después de comer entramos en otra tienda, en la que, según ella, era su favorita. Tenían los precios más altos del centro comercial, eso seguro, pero seguía dispuesto a dejar que se gastara todo lo que quisiera. Iris cogió un montón de prendas y se metió en el probador. Al cabo de cinco minutos se asomó y me pidió que me acercara.


Entré mirando hacia abajo, para evitar ver más de la cuenta, y me relajé al ver que llevaba pantalones, unos bastante ajustados, por cierto. Al levantar la vista casi me da algo, ya que Iris únicamente llevaba puesto en sujetador, probablemente una o dos tallas más pequeñas de la cuenta, lo que hacía que sus grandes pechos quedaran apretados de una manera extremadamente erótica.


- Tengo un problema, Cosme.


- ¿Qué pasa?


- Me gusta todo.


- Pero eso es bueno, ¿no?


- Es que la ropa aquí es carísima.


- Ya te he dicho que no te preocupes por eso, llévatelo todo.


- ¿Lo dices en serio?


- Completamente.


- Buah, es que te follaría aquí mismo.


- Iris, por dios, no digas esas cosas.


- Es que es la verdad, me pone todo de ti.


- Eres mi ahijada.


- Eso no incluye lazos sanguíneos.


- Ya, pero sabes que no puede ser.


- Porque no quiero perder aún la virginidad, que si no...


Salimos del probador y posteriormente de la tienda cargados ya con más bolsas de las que podíamos transportar. Antes de volver a casa, mi ahijada necesitaba ir al lavabo y yo me quedé fuera esperándola. Al cabo de unos minutos, como ya ocurriera cuando estaba en el probador, salió para decirme que pasara un momento con ella.


A pesar de la dificultad por el gran número de bolsas que llevaba y de la vergüenza por entrar al lavabo femenino, volví a obedecerla. Por suerte, dentro no había nadie, solo ella asomando la cabeza desde detrás de la puerta de uno de los cubículos. Esa chica tenía un don para ponerme nervioso sin necesidad de abrir la boca.


- ¿No hay papel?


- No es eso, pasa.


- Es imposible que quepamos los dos con las bolas.


- Un momento, solo quiero decirte una cosa.


- ¿Y tiene que ser dentro?


- Entra de una vez.


- Voy.


- Estaba aquí sentada y se me ha ocurrido una cosa.


- Sorpréndeme.


- Sigo pensando que de momento no quiero estrenarme.


- Ya te he dicho que no va a ocurrir.


- Déjame hablar.


- Perdón.


- Me pones, Cosme, y ahora mismo estoy muy cachonda y agradecida.


- Ya apagarás ese fuego cuando conozcas a un buen chico.


- Lo conozco de toda la vida... eres tú.


- Muy bien, Iris, pero ya has dicho que no lo vas a hacer.


- Por delante no, desde luego, pero...


- ¿Qué?


- ¿Te gustaría probar mi culito?


Nunca nada me había apetecido tanto. Llevaba todo el día dedicándole miradas furtivas, colando mi vista por debajo de su faldita cada vez que subíamos en las escaleras, pero aquello no podía ocurrir. Si la idea de tener sexo con ella ya me hacía sentir mal, la posibilidad de romper esa maravilla de culo me provocaba escalofríos.


Pero su pregunta me dejó tan sorprendido que no fui capaz de contestarle. Mi falta de contundencia a la hora de negarme la aprovechó para empezar a provocarme. Iris se dio la vuelta y comenzó a subir su falda lentamente, hasta dejar al descubierto sus pomposas nalgas. Quería mirar hacia otro lado, aunque apenas había espacio para desviar la vista.


Iris no dejaba de insistir, para ella parecía más un juego que verdaderas ganas de que le desvirgara el culo. Aun así, movía las caderas con afán de provocarme y yo notaba como la polla me iba creciendo cada vez más. En un último intento por hacerme ceder, Iris se bajó también el tanga y se agachó para regalarme un primer plano de su coñito por detrás y del agujero del culo.


Hice todo lo que pude por contenerme, hasta que no aguanté más. Me senté en el retrete para tener ese monumento a la altura de mi cara y, tras aferrarme a su cintura y atraerlo hacia mi cara, comencé a lamerle el ano como si no hubiera un mañana. Escuché cómo mi ahijada se reía triunfal y comenzó a gemir con la intención de provocarme aún más.


Perdí la noción del tiempo mientras le separaba sus increíbles nalgas con las manos, aprovechándome para palparlas bien, y le comía el culo. Nunca había hecho algo así, es más, no era una práctica sexual que me atrajera, pero en ese momento me parecía lo más excitante del mundo, un manjar para degustar.


- Esto ha sido increíble, Cosme, pero quiero que me la metas.


- ¿Estás segura?


-Totalmente.


En ese momento yo no controlaba mis propios impulsos. Me puse de pie como un resorte, me bajé los pantalones hasta los tobillos y me sujeté la polla coma más dura y palpitante de lo que nunca me la había visto. Tras escupirme en la mano para lubricarla todo lo posible, acerqué la punta al agujero y la introduje con muchísimo cuidado.


- Vamos, padrino, empuja sin miedo.


Continuará...
 
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