Baratijas

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Invitado
Hoy toca una historia más corta de lo habitual pero con una fantasía que seguro ha tenido más de una en la playa...


Baratijas

"Vaya calor tan horrible. Y eso que estoy debajo de la sombrilla. No entiendo como puede aguantar la gente al sol. Algunos llevan un par de horas sin bañarse, dando vueltas como una brocheta en la barbacoa..."

Alba se rio para sí misma por su ocurrencia. Estaba tumbada en la hamaca observando a la gente. Había alquilado dos y puso otra toalla en la hamaca de al lado para librarse de los moscones. Estaba harta de los buitres de playa que le rondaban habitualmente, sobre todo cuando hacía top-less. Y es que no era para menos. Tenía un cuerpazo, y lo sabía, pero muchas veces le gustaba estar a solas. Fue a darse un baño para refrescarse y los pezones se le pusieron enhiestos y duros como piedras. “Qué fría está el agua, pero qué sensación tan buena después”, pensó para sí misma. Sacó de la bolsa una cerveza y siguió observando a la gente. Le encantaba. Se fijaba en un objetivo e intentaba imaginar cómo era esa persona. Su trabajo. Su vida personal. Sus problemas. Sus secretos. Su vida sexual. Y podía pasarse así horas enteras. Le gustaba hacer eso sobre todo en los parques.

-Madre mía, qué calor. Vamos a echar otra cerveza. Menos mal que compré seis.

Poco a poco fue quedándose amodorrada. Eran las 6. Cayó profundamente dormida. A las 8 se despertó. Alguien estaba haciendo ruido al lado. Era el hamaquero recogiendo. Se puso en pie de un salto.

-Perdona, me he quedado dormida. Te estoy alargando la jornada. Ya me voy.

-Qué va, chiquilla, no te preocupes. Quédate el tiempo que quieras. Simplemente deja que te quite las colchonetas. Eso sí, tu compañía ha usado poco su hamaca. Pero por mí como si pasas aquí la noche.

-Sí, se agobia con el sol, jajaja, gracias. Me voy en un ratillo.

Le hizo gracia la ocurrencia de pasar la noche. Aunque, bien pensado, ¿dónde iba a estar mejor que aquí? Ya se estaban yendo las familias y en un rato esto se iba a quedar muy tranquilo. Y el hostal donde dormía era muy ruidoso. Así que decidió ir al chiringuito a pedir una ración de calamares y una ensalada.

-Y me pones también un tinto de verano. Todo para llevar, gracias.

Se sentó en la hamaca y empezó a comer; el paraíso no puede ser muy diferente. Qué maravilla escuchar las olas y no a los niños gritando y a los padres discutiendo. Los calamares estaban el doble de buenos. Y el tinto tenía el doble de alcohol. Empezó a anochecer. Movió la hamaca para ver la luna y se encendió un cigarrillo. Miró hacia el paseo marítimo y no se veía mucha gente.

“Es lo que tiene un lunes. La gente trabaja el martes, menos los que estamos de vacaciones”.

Solo se escuchaban de lejos las persianas del chiringuito cerrándose. De repente, de forma instintiva, miró hacia la ducha, y vio a un chico negro. Dejó una caja con relojes, gafas y sombreros y se quitó la camiseta. Casi no había luz, pero podía ver el perfil de su torso. Sus pectorales definidos. Su estómago plano. Se quitó el pantalón y se bañó en slips. Su culo era pronunciado, pero esbelto. “Se nota que camina todo el día por la arena. Tiene que estar duro como, como...mis pezones ahora mismo”.

El chico terminó de ducharse y se puso la ropa, sin secarse. Cogió sus cosas y miró hacia la playa. Y la vio. Y como se dio cuenta que se cruzaron sus miradas, pensó en una última clienta antes de irse a la cama. Se acercó a ella y le dijo en un rudimentario español:

-Compra, compra. Ahora en la noche más barato.

Alba se meó de risa.

-¿Más barato que por la mañana? ¡Qué suerte!

El chico la miró sonriendo, y sus dientes blanquísimos refulgían.

Se sentó a su lado y empezó a sacar la mercancía. Alba le dijo que no, que gracias, pero que ya se iba.

-Perdón, je ne parle espagnol. Tu veux acheter quelque chose?

Alba se lamentó de haber prestado tan poca atención a las clases de la bruja de Clotilde. Ahora sí le hacía falta el francés. Al final iba a tener razón: "Algún día lo necesitaréis, y os acordaréis de mí".

Le dijo en una mezcla de francés básico, español, inglés y lenguaje corporal que su novio estaba a punto de llegar, y le señaló la hamaca. Pero se dio cuenta que ya no había ni colchoneta, ni toalla, y se puso roja. “Estúpida, eso de mentir no está bien. Menos mal que es de noche y no te ve la cara”.
Se sintió tan mal que se puso a hablar atropelladamente, y le preguntó que de dónde era. El chico le contó en francés que era de Ghana. Había llegado a España en patera hacía dos años, y en su país trabajaba en un hospital.

-¡En un hospital! ¡Y has venido en patera! ¿Y cómo hiciste esa locura? ¿Eres médico? Le preguntó mezclando idiomas.

-Non, je suis phisioterapiste. Il y avait une guerre et je devais échapper tout de suite.

Alba se sintió mal por segunda vez. Qué fácil era juzgar a alguien que vende baratijas en la playa sin pensar en que podría ser una persona con estudios, de hecho con más formación que ella.

- Bon, yo tengo un probleme ici, dans le dos. Est-ce que tu peux ayudar?

Se sorprendió al decir estas palabras tanto que se ruborizó por segunda vez. Pero más le sorprendió la reacción del chico:

-Bien sûr que oui. Où est ce que tu as le douleur?

Entonces ella le indicó que en el hombro derecho, ese que siempre le molesta en la oficina cuando está tensa. Y él le indicó que se acostara boca abajo. Ella miró alrededor y no había ya absolutamente nadie en la playa. Y sintió algo de miedo. Pero había algo en la voz del chico que la tranquilizaba. Ese tono de voz grave, dulce pero seguro a la vez. Y ese francés africano. “Diosssss, claro que me doy la vuelta”.

El chico empezó a manipularle el hombro. Primero con un suave masaje y después con estiramientos, con firmeza y rozando el dolor, pero, ¡qué dolor más bueno!. Y después de un rato que le pareció cortísimo, le masajeó la zona más suavemente.

-¿Tout va bien?

-Oui, va muy bien. -dijo con voz entregada.

Y entonces el chico se sentó en sus lumbares y empezó a masajearle toda la espalda. Sus manos eran fuertes y grandes. “Como sea verdad eso que el tamaño de la mano es el mismo que...”.

-Toma, tu peux user la creme del sol -dijo Alba. El chico se rió. Pero a ella le daba igual. Estaba en la gloria. Estoy tenía que contarlo la semana que viene en la oficina.
El chico daba masajes circulares alternando la presión. Justo cuando parecía que iba a ser demasiado fuerte, aflojaba.
Y se iba acercando lentamente a los glúteos..

Cuando llegó a la zona lumbar el masaje se convirtió casi en una caricia firme. Pero caricia. Y sus largos dedos masajeaban los muslos desde el exterior hasta el interior, acercándose cada vez más a la zona prohibida, metiéndolos debajo del biquini. Alba intentaba acallar sus gemidos, pero no estaba segura de que lo estuviera consiguiendo. Hasta que un dedo se atrevió. Se acercó lentamente a su perineo y bajó hacia su vagina. Muy despacio. Y todo estaba muy húmedo. Mojado, realmente. El chico se dio cuenta y se quitó la camiseta. Ella miró hacia atrás y vio sus abdominales bien formados y sus brazos esbeltos y musculosos. Y cerró los ojos, porque uno de los dedos encontró la puerta de la cueva del tesoro.

-Oh, sí, sí, sigue así...

El chico se quitó el pantalón y le dio la vuelta a Alba. Le bajó el biquini y acercó su lengua subiéndola por el muslo lentamente hasta llegar a su clítoris. Hacía esto mientras luchaba por quitarse los slips. Cuando lo consiguió Alba se dio cuenta que esa definitivamente iba a ser una noche para recordar.
Su polla era grandísima, y eso que no estaba completamente en erección. Recordó entonces una de sus fantasías: chupar una polla negra. Sentirla crecer en su boca. Cogerla después con su mano y dirigirla hasta su coño. Y eso fue exactamente lo que hizo. Ahora los gemidos cambiaron de boca. Y el chico no se contenía.
Empezó a pasarle la punta de la lengua por el glande, y después a chupárselo muy poco a poco. Después lo masturbó mientras le chupaba los testículos. Y entonces aquello tomó su verdadera forma. Era tan grande que dudó que le cupiera, pero habría que probar, ¿no?
Se sentó encima y le puso las manos en sus hombros. Empezó a subir y bajar sus caderas hasta que pudo meterse la mitad de aquello tan enorme. Y el placer era indescriptible. Era una mezcla de dolor y tremendo gusto, y no pudo evitar correrse. Pero sus caderas parecían ser independientes de su cerebro, y se movían sin cesar. Bajaba el ritmo, se recuperaba, y empezaban a subir y bajar de nuevo, haciendo que se corriera por primera vez en su vida varias veces. Su boca estaba entreabierta para coger aliento, y solo abría los ojos puntualmente para mirar a su fisioterapista personal. El sudor le brotaba de sus magníficos pectorales negros. Cuando parecía que ya no podía con más placer, su cintura se desplazaba adelante y atrás una vez más. Perdió la noción del tiempo y el lugar. Finalmente se hizo a un lado. Por fin un tío que no se corría antes que ella.

Le cogió la polla y empezó a mamársela con pasión y pensó: "Tío, te has portado tan bien que voy a permitirte lo que no suelo dejar a ningún chico. Además, quiero saber si el semen tiene un sabor diferente. Mis amigas me lo van a preguntar fijo". Y entonces abrió la boca y puso la polla frente a ella mientras seguía masturbándolo. Él la observaba mirándolo fijamente, con la boca entreabierta y la lengua lamiéndose los labios. El chico dio un grito y eyaculó en su cara y en su boca. El semen le chorreaba por todos lados. Y ella pensó para sí misma: "¡Este tenía reservas acumuladas desde hacía meses!"
Entonces se puso de pie y le besó. El chico la correspondió y se tendió después en la hamaca, exhausto. Los dos se dieron la mano y se quedaron profundamente dormidos. Así se los encontró el hamaquero a la mañana siguiente. Una sonrisa se dibujó en su cara y los despertó diciendo:

-¡Buenos días! ¿Otras dos colchonetas? ¿Hoy se va a quedar?
 

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