Caricias

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Invitado
Esto que publico hoy no es realmente una historia, ni un breve relato. Es simplemente la descripción de un masaje que di y las sensaciones que deseé que sintiera la masajeada. Si buscáis una historia normal, mañana publicaré otra. Si os apetece un pequeño apetitivo, aquí lo tenéis. Espero que lo disfrutéis.


Caricias. Un pequeño aperitivo.

Apoyada mi espalda en su pecho, sus manos acariciaron mi cabello como cuando entras en el mar y balanceas las manos sumergidas. Cerré los ojos y me entregué. No es fácil tener tanta confianza. ¿Por qué la tengo con él? Las yemas de sus dedos surcaban los intrincados caminos de mi cabeza, buscando respuestas que no existían ni para mí misma. Pero mis problemas se descargaban en sus manos, como un exorcismo, haciéndome sentir liberada de todo. En ese momento no quería nada más. Pero llegarían más instantes que me harían cambiar de opinión. Sus dedos pulgares se deslizaron desde la coronilla hasta mi cuello, deteniéndose allí, haciendo y deshaciendo el camino una y otra vez. La presión en aumento borraba la frontera entre el placer y el dolor. En ese momento, podría haber hecho conmigo lo que quisiera. No era yo. Entonces entraron en el juego otros dedos. Estos investigaron la parte oculta de mis orejas, produciéndome un incontrolado y placentero escalofrío. Esa zona debería estar prohibida si quieres mantener el control. Al menos, no ha tocado los lóbulos. Por favor, que no los toque. Mierda, lo acaba de hacer. Se acabó el mínimo control que tenía sobre mí. A partir de ahora podría ser su esclava. Espero que no lo note. No gimas, no te contonees. No muestres lo que estás sintiendo en cada centímetro de tu piel. Sería la perdición.
Sus delgados y fuertes dedos se concentraron en mi cuello. Agaché la cabeza como si le rindiera pleitesía. Eres mi amo. Haz lo que quieras. Las caricias eran ahora como deslizar la palma de la mano por la superficie de un trigal mecido por el viento. Esas cosquillas como las que se sienten en el estómago en ese momento que tú y yo sabemos, y que un día desaparecerán irremisiblemente. Así debe ser para que tenga su verdadero sentido. Toda la tensión de esos días desapareció. Me sentí como en una campana al vacío, aislada. Y el dolor. Ese dolor. Que no acabe nunca. A ratos difícil de aguantar, pero deseosa siempre que no terminase nunca. Entonces me tendió boca abajo. No ver lo que iba a pasar no me importaba. Mi piel iba a ser mis ojos. Todo se fundió entonces a negro. Como cuando conoces y hablas por primera vez con alguien que te roba el alma. No hay sonido aparte de su voz, no hay luz aparte de la necesaria para iluminar ese momento, como un foco que nos apunta en medio de la oscuridad. Comienza el contacto. Aceite goteando en mi espalda, recorriendo mil caminos aleatorios, anticipando el siguiente movimiento que llegará. Manos cálidas, fuertes, dominadoras, relajantes, incisivas, expertas, descubridoras, excitantes. No, más abajo no, por favor. Para. Para. Bueno, sigue. Los pájaros echan a volar, la tierra tiembla. El volcán está a punto de entrar en erupción. Mi respiración se acelera. Me recoloco. Facilito la invasión. De repente, todo se detiene. Dos segundos, que parecen dos siglos. Los dedos rastrillan mis muslos hacia el sur. Siempre el sur. Los pies. Dedos de sus manos entre los dedos de mis pies. Extraña y placentera sensación nunca antes sentida. Nueva parada. Dios. ¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando?
Su lengua entró entre los dedos de mis pies como la lujuria personificada. Primero, el shock. Luego, el placer, pasaporte directo hacia mis instintos placenteros más básicos. Oleadas de calor subiendo por autopistas sin peaje. Lava pura que fundía todas las demás sensaciones. ¿Seguía respirando? ¿Seguía en este mundo? Una pausa. Notó mi boca entreabierta. No sabía si había estado gritando, gimiendo o sollozando. Miré hacia atrás, forzando el cuello. Vi un torso musculoso y una cara concentrada, que sonrió al contactar mis ojos. Otra forma de disfrutar era ver el disfrute en la cara de los demás. Saber que también estaban disfrutando conmigo me hacía sentirme poderosa, deseada. Entonces lo perdí de mi campo de visión, y, de repente, la invasión. Entró en mí el calor del sol, el misterio de la luna, la belleza del atardecer, la tristeza de una despedida, la razón de vivir. Todo mezclado al mismo tiempo. Y ese ritmo inmisericorde, repetitivo. Que no termine nunca. Y la explosión de vida en mi interior. Pude notar la calidez de su néctar formando ya parte de mí. El peso en mi espalda de esos pétreos pectorales. La derrota del guerrero sobre mí. Su victoria. La deliciosa sensación de plenitud. La comunión con todo lo vivo. Y la automática tristeza por el placer concluido. Me sentí dos personas en una. Ahora solo quería que el contacto de las pieles no terminara nunca. Nunca.
 
Esto que publico hoy no es realmente una historia, ni un breve relato. Es simplemente la descripción de un masaje que di y las sensaciones que deseé que sintiera la masajeada. Si buscáis una historia normal, mañana publicaré otra. Si os apetece un pequeño apetitivo, aquí lo tenéis. Espero que lo disfrutéis.


Caricias. Un pequeño aperitivo.

Apoyada mi espalda en su pecho, sus manos acariciaron mi cabello como cuando entras en el mar y balanceas las manos sumergidas. Cerré los ojos y me entregué. No es fácil tener tanta confianza. ¿Por qué la tengo con él? Las yemas de sus dedos surcaban los intrincados caminos de mi cabeza, buscando respuestas que no existían ni para mí misma. Pero mis problemas se descargaban en sus manos, como un exorcismo, haciéndome sentir liberada de todo. En ese momento no quería nada más. Pero llegarían más instantes que me harían cambiar de opinión. Sus dedos pulgares se deslizaron desde la coronilla hasta mi cuello, deteniéndose allí, haciendo y deshaciendo el camino una y otra vez. La presión en aumento borraba la frontera entre el placer y el dolor. En ese momento, podría haber hecho conmigo lo que quisiera. No era yo. Entonces entraron en el juego otros dedos. Estos investigaron la parte oculta de mis orejas, produciéndome un incontrolado y placentero escalofrío. Esa zona debería estar prohibida si quieres mantener el control. Al menos, no ha tocado los lóbulos. Por favor, que no los toque. Mierda, lo acaba de hacer. Se acabó el mínimo control que tenía sobre mí. A partir de ahora podría ser su esclava. Espero que no lo note. No gimas, no te contonees. No muestres lo que estás sintiendo en cada centímetro de tu piel. Sería la perdición.
Sus delgados y fuertes dedos se concentraron en mi cuello. Agaché la cabeza como si le rindiera pleitesía. Eres mi amo. Haz lo que quieras. Las caricias eran ahora como deslizar la palma de la mano por la superficie de un trigal mecido por el viento. Esas cosquillas como las que se sienten en el estómago en ese momento que tú y yo sabemos, y que un día desaparecerán irremisiblemente. Así debe ser para que tenga su verdadero sentido. Toda la tensión de esos días desapareció. Me sentí como en una campana al vacío, aislada. Y el dolor. Ese dolor. Que no acabe nunca. A ratos difícil de aguantar, pero deseosa siempre que no terminase nunca. Entonces me tendió boca abajo. No ver lo que iba a pasar no me importaba. Mi piel iba a ser mis ojos. Todo se fundió entonces a negro. Como cuando conoces y hablas por primera vez con alguien que te roba el alma. No hay sonido aparte de su voz, no hay luz aparte de la necesaria para iluminar ese momento, como un foco que nos apunta en medio de la oscuridad. Comienza el contacto. Aceite goteando en mi espalda, recorriendo mil caminos aleatorios, anticipando el siguiente movimiento que llegará. Manos cálidas, fuertes, dominadoras, relajantes, incisivas, expertas, descubridoras, excitantes. No, más abajo no, por favor. Para. Para. Bueno, sigue. Los pájaros echan a volar, la tierra tiembla. El volcán está a punto de entrar en erupción. Mi respiración se acelera. Me recoloco. Facilito la invasión. De repente, todo se detiene. Dos segundos, que parecen dos siglos. Los dedos rastrillan mis muslos hacia el sur. Siempre el sur. Los pies. Dedos de sus manos entre los dedos de mis pies. Extraña y placentera sensación nunca antes sentida. Nueva parada. Dios. ¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando?
Su lengua entró entre los dedos de mis pies como la lujuria personificada. Primero, el shock. Luego, el placer, pasaporte directo hacia mis instintos placenteros más básicos. Oleadas de calor subiendo por autopistas sin peaje. Lava pura que fundía todas las demás sensaciones. ¿Seguía respirando? ¿Seguía en este mundo? Una pausa. Notó mi boca entreabierta. No sabía si había estado gritando, gimiendo o sollozando. Miré hacia atrás, forzando el cuello. Vi un torso musculoso y una cara concentrada, que sonrió al contactar mis ojos. Otra forma de disfrutar era ver el disfrute en la cara de los demás. Saber que también estaban disfrutando conmigo me hacía sentirme poderosa, deseada. Entonces lo perdí de mi campo de visión, y, de repente, la invasión. Entró en mí el calor del sol, el misterio de la luna, la belleza del atardecer, la tristeza de una despedida, la razón de vivir. Todo mezclado al mismo tiempo. Y ese ritmo inmisericorde, repetitivo. Que no termine nunca. Y la explosión de vida en mi interior. Pude notar la calidez de su néctar formando ya parte de mí. El peso en mi espalda de esos pétreos pectorales. La derrota del guerrero sobre mí. Su victoria. La deliciosa sensación de plenitud. La comunión con todo lo vivo. Y la automática tristeza por el placer concluido. Me sentí dos personas en una. Ahora solo quería que el contacto de las pieles no terminara nunca. Nunca.
Muy sensual esperando el de hoy
 
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