Carmen. Cap 1

Cjbandolero

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Carmen, una mujer madura gordita atrapada en la monotonía de un matrimonio sin pasión, ha vivido durante años en la sombra de sus propias inseguridades. Trabajando como enfermera en un hospital, se ha resignado a una vida sin chispa, hasta que la llegada de Félix, un joven y carismático médico, sacude los cimientos de su existencia. A través de una serie de encuentros cargados de tensión y deseo, Carmen redescubre su propia sensualidad, embarcándose en un viaje de auto descubrimiento que desafía los límites de su vida cotidiana.


Sin embargo, mientras se sumerge en una apasionada aventura con Félix, también se enfrenta a la culpa, la tristeza, y la inevitable pregunta: ¿Podrá alguna vez volver a su vida anterior? “Carmen” es una historia de deseo, redención y los complicados caminos del corazón, donde una sola noche puede cambiarlo todo.






Capítulo 1: La Rutina Agobiante



El reloj de la mesita de noche marcaba las seis de la mañana cuando Carmen abrió los ojos. A su lado, Antonio aún dormía profundamente, su respiración pesada llenando el silencio de la habitación. Carmen se quedó quieta por unos momentos, observando la luz tenue del amanecer que se filtraba a través de las cortinas. Era una escena que se repetía todos los días, un ritual matutino sin variaciones, salvo los cambios de estaciones. Ella suspiró y, con un movimiento lento, se deslizó fuera de la cama.


El suelo estaba frío bajo sus pies descalzos, y la realidad de un nuevo día comenzó a asentarse en su mente. Se miró en el espejo mientras se recogía el cabello, que ya mostraba hilos de plata entre los mechones rubios. A sus 52 años, Carmen había aprendido a aceptar su apariencia con una mezcla de resignación y desdén. Sabía que su cuerpo era grande, sus pechos pesados y su vientre pronunciado, pero lo que más le dolía era la indiferencia con la que Antonio la miraba. O, más bien, la falta de miradas. Hacía años que Antonio había dejado de mirarla con deseo. Esa chispa que alguna vez iluminaba sus ojos cuando la veía, que hacía que Carmen se sintiera viva, deseada, se había apagado lentamente, consumida por la rutina y el peso de los años. Carmen no podía recordar la última vez que habían tenido una conversación larga con su marido, una en la que realmente se escucharan, donde algo más allá de lo práctico o cotidiano se hubiese dicho. Ya ni siquiera discutían. Lo que alguna vez había sido un hogar lleno de risas y complicidad, ahora era un lugar silencioso, habitado por dos personas que compartían un espacio, pero no una vida.


Bajó las escaleras con cuidado, intentando no hacer ruido, aunque sabía que Antonio no se despertaría fácilmente. Era un hombre que había aprendido a desconectarse de su entorno, a hundirse en el sueño con la misma facilidad con la que evitaba los conflictos. Carmen, por otro lado, estaba siempre en alerta, como si un instinto de protección la mantuviera al borde del despertar, lista para atender cualquier necesidad que surgiera. Quizás era la costumbre de ser madre, o quizás simplemente su manera de lidiar con la ansiedad que le generaba su vida actual.


Entró en la cocina y comenzó a preparar el desayuno. Puso a calentar la cafetera mientras sacaba la leche de la nevera. La rutina le proporcionaba un extraño consuelo. Sabía que, al menos en esos pequeños detalles, tenía el control. Podía decidir cuánto café poner, cómo tostar el pan, aunque estas decisiones carecieran de importancia real. Antonio bajaría en unos minutos, tal vez mascullaría un “buenos días” distraído mientras se hundía en la pantalla de su teléfono, y luego se iría a trabajar sin más. A veces, ni siquiera se despedía.


Mientras el café goteaba lentamente en la cafetera, Carmen se detuvo un momento a mirar por la ventana. Afuera, el vecindario comenzaba a despertar. Vio a la vecina de enfrente salir a correr, veía su cuerpo esbelto moviéndose con agilidad, algo que Carmen sentía que había perdido hacía mucho tiempo. El reflejo en el vidrio le devolvió la imagen de su propia silueta: una mujer con un cuerpo ancho, curvado, pero también con hombros caídos, como si el peso de los años la hubiese encorvado hacia adelante. Se preguntó cuántas veces Antonio había comparado, aunque fuera en su mente, a la mujer que ella era ahora con la que había sido antes, y cuántas veces había decidido mirar hacia otro lado, hacia un pasado que ya no existía.


Antonio finalmente apareció en la cocina, su cabello desordenado y su camisa a medio abotonar. Sin levantar la vista del teléfono, murmuró un “buenos días” antes de sentarse a la mesa. Carmen, ya acostumbrada a esta rutina, le sirvió el café y dejó el pan tostado frente a él. Ninguno de los dos habló durante el desayuno. Ella quería decir algo, cualquier cosa que rompiera el silencio, pero las palabras se le quedaban atascadas en la garganta, como si supiera que nada cambiaría realmente.


Después de desayunar, Antonio se levantó de la mesa, dejó la taza vacía en el fregadero y salió hacia la puerta sin despedirse. Carmen escuchó el ruido de la puerta cerrarse detrás de él y se quedó sola en la cocina. Una parte de ella se sintió aliviada por su partida, pero otra, una más profunda y dolorosa, deseó que él hubiera hecho algo diferente, algo que le recordara que aún estaba ahí, que aún la veía.


Subió nuevamente a su habitación, donde el silencio era aún más opresivo, y se preparó para ir al trabajo. El uniforme blanco de enfermera que colgaba en su armario era una especie de armadura, un recordatorio de que, aunque su vida personal estuviera desmoronándose en la monotonía, en el hospital aún tenía un propósito. Se vistió con cuidado, ajustándose la blusa para que no marcara demasiado sus curvas, y se peinó el cabello recogido en un moño firme, algo que siempre le daba una apariencia de profesionalismo que a veces sentía que le faltaba en su vida diaria.


Antes de salir, se miró una vez más en el espejo. Observó su rostro cansado, las líneas de expresión que se habían vuelto más profundas con los años, y sus ojos, que alguna vez habían brillado con una energía y que ahora parecía haberse extinguido. Su reflejo le devolvió la mirada, una mujer que aún tenía deseos y sueños, pero que había aprendido a enterrarlos bajo la superficie de su vida cotidiana.


Al llegar al hospital, Carmen sintió un pequeño alivio al entrar en el bullicio de los pasillos. Aquí, era alguien más. Era la enfermera eficiente, la que sabía cómo calmar a los pacientes más nerviosos, la que tenía la respuesta para las preguntas difíciles. Pero, a pesar de su competencia y de ser una figura confiable, también era invisible de otra manera. Sus colegas la respetaban, sí, pero no la veían como una mujer. Al menos, no de la manera en que otras mujeres o las otras enfermeras jóvenes eran vistas. Ella era simplemente Carmen, la enfermera mayor, la que siempre estaba ahí.


La jornada transcurrió como cualquier otra, con Carmen moviéndose entre las camas de los pacientes, administrando medicamentos, ofreciendo palabras de consuelo y, de vez en cuando, compartiendo una broma con alguno de los médicos. Aunque se esforzaba por mantener una fachada de calma, había algo dentro de ella que latía, una insatisfacción persistente que no lograba sofocar.


En un momento del día, Carmen se encontró atendiendo a un paciente particularmente difícil. Era un hombre mayor, irritado y malhumorado por el dolor que lo aquejaba. Su esposa, una mujer frágil y preocupada, no sabía cómo consolarlo. Carmen, con su paciencia habitual, tomó el control de la situación. Se sentó a su lado, le tomó la mano y, con una voz suave pero firme, lo guió a través del proceso de su tratamiento. Sus palabras calmaron al hombre, y su esposa le dirigió una mirada de agradecimiento. Sin embargo, a medida que se alejaba de la habitación, Carmen sintió una punzada de cansancio profundo, un agotamiento que no tenía tanto que ver con el esfuerzo físico, sino con la carga emocional que llevaba consigo día tras día.


En la sala de descanso, se sentó un momento para recuperar el aliento. Observó a las otras enfermeras, jóvenes y llenas de energía, hablando de sus planes para el fin de semana, de sus citas y sus vidas amorosas. Carmen las escuchaba en silencio, sintiendo una distancia insalvable entre ellas y ella. No es que las envidiara exactamente, pero no podía evitar preguntarse en qué momento su vida había comenzado a girar en torno a los demás, a los pacientes, a su familia, olvidándose de sí misma.


El día continuó, y Carmen se hundió en su trabajo, utilizando cada tarea como un escape, una forma de no pensar demasiado en lo que realmente la agobiaba. Pero, en los momentos de silencio, cuando no había nada que hacer más que esperar, su mente volvía a la misma pregunta: ¿era esto todo lo que la vida le tenía reservado? ¿Una existencia donde la pasión y el deseo eran cosas del pasado, enterradas bajo la rutina y el deber?


Finalmente, la jornada terminó, y Carmen regresó a casa, donde el silencio la recibió de nuevo. Antonio no estaba, estaría aún en su trabajo o quizás fuera, atendiendo alguna tarea sin importancia. Carmen no se molestó en averiguarlo. Se dejó caer en el sofá de la sala, sin encender la televisión ni la radio, solo dejando que el silencio llenara cada rincón de la casa.


Se dio cuenta de que había pasado el día entero sin pensar en ella misma. Todo había sido para los demás, para sus pacientes, para su marido. No recordaba la última vez que se había permitido sentir algo solo para ella, un deseo, una ambición, un sueño. Se preguntó si alguna vez podría recuperar lo que había perdido, si alguna vez volvería a sentirse viva de nuevo.


Cerró los ojos y, por un momento, permitió que una fantasía cruzara su mente, algo fugaz y casi infantil, donde aún podía ser deseada, amada, donde alguien la miraba con ojos llenos de pasión. Pero, como todas las demás fantasías, fue rápidamente relegada al fondo de su mente, enterrada bajo la realidad de su vida cotidiana.


Se levantó del sofá y se dirigió al baño. Mientras se desvestía, evitó mirarse en el espejo. Sabía lo que vería: la misma mujer cansada, con un cuerpo que ya no le parecía atractivo, una sombra de lo que había sido. Entró en la ducha y dejó que el agua caliente corriera por su piel, tratando de lavar no solo la suciedad del día, sino también la tristeza que se aferraba a su alma.


Al salir de la ducha, se puso su bata de baño y volvió a la cocina. Preparó una cena ligera para ella sola y se sentó en la mesa, en el mismo lugar donde Antonio había estado sentado esa mañana. Miró el plato frente a ella, pero el apetito había desaparecido. Empujó la comida a un lado y apoyó la cabeza en las manos, sintiendo una soledad que, aunque familiar, era dolorosa.


Cuando António finalmente llegó a casa, ya era tarde. Carmen había dejado la cocina recogida y estaba sentada en el sofá, hojeando una revista sin realmente prestar atención. Él la saludó con un gesto rápido y se dirigió directamente a la cama, murmurando algo sobre el cansancio. Carmen lo observó desaparecer por el pasillo, su corazón no dejaba de sentir un peso que no sabía cómo aliviar.


Se quedó un rato más en el sofá, pensando en lo que podría haber sido diferente, en lo que podría haber hecho para cambiar las cosas. Pero, finalmente, se dio cuenta de que esos pensamientos no la llevarían a ninguna parte. Con un suspiro, apagó las luces y se dirigió al dormitorio, donde Antonio ya dormía profundamente.


Al acostarse a su lado, Carmen sintió el frío de las sábanas, una frialdad que reflejaba la distancia entre ellos. Cerró los ojos y, por un momento, deseó que las cosas fueran diferentes, que aún hubiera pasión, que Antonio la deseara como antes. Pero, mientras el sueño la envolvía, supo que, al menos por ahora, tendría que conformarse con sus fantasías.


Y así, con el sonido suave de la respiración de Antonio a su lado, Carmen se dejó llevar por el sueño, sabiendo que mañana sería otro día igual al de hoy, una rutina agobiante que no sabía cómo romper.


Continuará…
 
Última edición:
Ummm tiene buena pinta y la Carmen de la foto está muy apetecible para sacarle una sonrisa.
 
Capítulo 2: La Llegada de Félix


El hospital estaba en su apogeo cuando Carmen llegó a su turno la mañana siguiente. Los pasillos, llenos de movimiento, parecían respirar con la actividad constante de médicos, enfermeras y pacientes. Era un lugar donde el tiempo tenía una forma de estirarse y contraerse de manera impredecible, con minutos que se alargaban interminablemente durante las emergencias, y horas que se desvanecían en un parpadeo durante los momentos de calma.


Carmen se dirigió a la sala de enfermería, saludando a los colegas que ya habían comenzado su jornada. Se detuvo un momento frente al espejo en el baño de personal, asegurándose de que su uniforme estuviera en orden y de que su moño estuviera bien sujeto. Había algo en ese gesto, en la pequeña rutina de arreglarse antes de enfrentar el día, que le daba un mínimo de confianza, aunque no se sintiera particularmente atractiva.


Al salir, se encontró con una atmósfera ligeramente distinta a la habitual. Las enfermeras hablaban en voz baja entre ellas, algunas con una sonrisa que Carmen no reconocía. Había una sensación de expectación en el aire, algo que no era común en un lugar donde las rutinas solían ser la norma.


“¿Has visto al nuevo médico?” escuchó que una de las enfermeras le preguntaba a otra.


Carmen, aunque curiosa, no dio mayor importancia a la conversación y se dirigió hacia la sala de descanso. Pero antes de que pudiera entrar, se topó con una figura que no reconoció. Era un hombre alto, de contextura atlética, con el cabello oscuro cuidadosamente peinado y una expresión relajada en su rostro. Sus ojos eran claros y brillantes, con una mirada que parecía captar todo a su alrededor con una facilidad sorprendente.


El hombre le sonrió al verla, y Carmen sintió una ligera punzada de nerviosismo, una reacción que no experimentaba a menudo en su entorno de trabajo.


—Hola, soy Félix —dijo él, extendiendo su mano hacia ella. Su voz era profunda, con un tono amigable que le daba un aire de cercanía inmediata.


—Carmen —respondió ella, estrechando su mano con la suya, sintiendo la calidez de su piel y notando la firmeza en su apretón.


—He oído hablar mucho de ti —continuó él, sin dejar de sonreír—. Todos dicen que eres la que mantiene todo en orden por aquí.


Carmen se encontró sin palabras durante un segundo. No era común recibir cumplidos tan directos, y mucho menos de alguien que acababa de conocer. Pero rápidamente se recompuso.


—Solo hago lo que puedo —dijo con modestia—. ¿Es tu primer día aquí?


—Sí, exactamente. Estoy aquí cubriendo la baja del doctor Martínez. Aún estoy intentando orientarme. La verdad es que este hospital es un poco más grande de lo que esperaba.


—Bueno, puedo mostrarte los lugares más importantes si necesitas —ofreció Carmen, notando como él parecía evaluarla con curiosidad, aunque sin la mirada crítica que a menudo temía.


—Eso sería fantástico, gracias —respondió Félix con una sonrisa agradecida—. No quiero perderme en mi primer día. Ya sería demasiado embarazoso.


Carmen asintió, sintiendo una mezcla de responsabilidad y algo más, una emoción tenue que no lograba identificar completamente. A medida que caminaban juntos por los pasillos, Carmen le señaló las áreas principales: las diferentes unidades, la sala de emergencias, la sala de operaciones y, finalmente, la cafetería, donde ambos se detuvieron un momento para tomar un café.


Félix la escuchaba con atención mientras ella le explicaba las dinámicas del hospital, desde los procedimientos hasta las pequeñas peculiaridades del personal. Había algo en su manera de escuchar que la hizo sentir valorada, como si lo que ella decía realmente importara, y no simplemente porque él era nuevo y necesitaba orientación.


—Debes llevar aquí mucho tiempo —comentó Félix mientras revolvía su café—. Se nota que conoces este lugar como la palma de tu mano.


—Llevo más de veinte años trabajando aquí —respondió Carmen—. He visto pasar a muchos médicos por estas puertas.


—Y, sin embargo, tú sigues aquí —dijo Félix con un tono que no era de sorpresa, sino de admiración—. Eso dice mucho de ti, ¿no crees?


Carmen sonrió, aunque de manera contenida. No estaba acostumbrada a que la halagaran de esa manera, y mucho menos a que un hombre tan joven y atractivo mostrara interés en su trabajo.


El día transcurrió con normalidad, aunque Carmen notó que la presencia de Félix no pasaba desapercibida. Las enfermeras jóvenes se encontraban con él en los pasillos con más frecuencia de la que parecía accidental, y siempre había una sonrisa o una mirada que intercambiaban. Félix, por su parte, era educado y atento con todas, pero no parecía dar especial importancia a ninguna.


Carmen, sin embargo, no podía evitar sentir una punzada de comparación al observar las interacciones. Aunque sabía que no era justo compararse con mujeres que tenían casi la mitad de su edad, la inseguridad siempre estaba presente, recordándole que, al menos en términos de atractivo físico, ella no estaba en la misma liga que ellas.


Durante un breve descanso en la sala de enfermeras, Carmen y Félix coincidieron nuevamente. Esta vez, el ambiente era más relajado. Félix se sentó frente a ella, con una bandeja que contenía una ensalada ligera y un refresco.


—¿Cómo ha sido hasta ahora? —le preguntó Carmen, sabiendo que los primeros días en un nuevo lugar podían ser abrumadores.


—Bien, aunque todavía me estoy acostumbrando a todo —admitió Félix, tomando un sorbo de su bebida—. Este hospital es bastante diferente al anterior en el que trabajaba, pero me gusta el ambiente aquí. Todos parecen muy unidos.


Carmen asintió, recordando lo que había sentido cuando comenzó en el hospital años atrás. La sensación de estar fuera de lugar, de tener que demostrar su valía constantemente, era algo que aún recordaba con claridad.


—Con el tiempo te acostumbrarás. Aquí todos somos como una gran familia. —Carmen no pudo evitar sonreír un poco al decir esto. A pesar de sus propias dificultades personales, siempre había sentido una especie de orgullo por la camaradería que existía entre el personal del hospital.


La conversación fluía con facilidad entre ellos, pasando de temas laborales a cosas más personales. Félix le habló brevemente de su anterior trabajo en una clínica privada en una ciudad más grande, y de cómo había decidido buscar algo diferente, un entorno menos rígido y más humano. Carmen, aunque más reservada, compartió algunos detalles de su vida familiar, mencionando a sus hijos ya mayores y la rutina que tenía en casa.


Hubo un momento, mientras Félix hablaba sobre su experiencia en cirugía, en el que Carmen lo observó con más detenimiento. Su voz era firme pero tranquila, y había una seriedad en sus palabras que contrastaba con su apariencia juvenil. No era solo un médico joven; era un profesional que sabía lo que hacía, alguien que se tomaba en serio su trabajo y que, al mismo tiempo, no parecía agobiado por la presión.


Félix, por su parte, comenzaba a notar pequeños detalles en Carmen que le llamaban la atención. No solo su eficiencia en el trabajo, sino también su forma de hablar con los pacientes, su paciencia infinita, y la manera en que siempre encontraba algo positivo que decir, incluso en las situaciones más difíciles. Había algo en su risa, en la forma en que se iluminaban sus ojos cuando contaba una anécdota divertida, que Félix encontró genuinamente encantador.


Sin darse cuenta, Carmen estaba empezando a hacer una impresión en Félix, aunque no de la manera que podría haber esperado. Félix no la veía como las otras mujeres del hospital la veían, ni siquiera como Carmen se veía a sí misma. Para él, había algo en ella que lo intrigaba, algo que iba más allá de la apariencia física, una calidez y una autenticidad que no era fácil de encontrar.


El almuerzo terminó, y ambos volvieron a sus respectivas tareas. Sin embargo, durante el resto del día, Félix buscó la oportunidad de cruzarse con Carmen, aunque solo fuera para intercambiar un par de palabras o compartir una sonrisa en medio del ajetreo del hospital.


Mientras el día llegaba a su fin, Carmen se dio cuenta de que había pasado la jornada con una sensación extraña, algo que no había sentido en mucho tiempo. Aunque no sabía exactamente qué era, sí sabía que tenía que ver con Félix, con la forma en que él había sido amable y atento con ella. No era solo que Félix fuera guapo o joven; era el hecho de que parecía interesarse por ella, por lo que tenía que decir y por cómo se sentía.


Cuando llegó a casa esa noche, Carmen se encontró pensando en él más de lo que hubiera querido admitir. Era como si, por primera vez en años, alguien hubiera notado su presencia, no solo como una enfermera o una esposa, sino como una mujer. Esa noche, al acostarse al lado de Antonio, su mente seguía reviviendo las pequeñas interacciones con Félix, esos momentos que, aunque breves, habían dejado una marca en ella.


Antonio, como siempre, se quedó dormido en cuanto su cabeza tocó la almohada, pero Carmen no podía hacer lo mismo. Se dio la vuelta en la cama, intentando apartar los pensamientos de Félix de su mente, diciéndose así misma que era absurdo, que no debía leer demasiado en gestos que probablemente eran solo amabilidad profesional. Pero en lo profundo de su ser, había algo que no podía ignorar, una chispa que hacía mucho tiempo no sentía y que, aunque pequeña, se negaba a apagarse.


En los días que siguieron, Carmen y Félix continuaron interactuando en el hospital, y aunque no hubo nada fuera de lo común en esas interacciones, Carmen no podía evitar sentir que algo estaba cambiando. Félix seguía mostrándose interesado en lo que ella tenía que decir, y aunque no había cruzado ninguna línea, Carmen notaba que sus miradas duraban un poco más de lo habitual, que había una suavidad en su tono cuando hablaba con ella que no usaba con los demás.


Las demás enfermeras también notaron esta dinámica, aunque no dijeron nada directamente. Sin embargo, Carmen podía sentir las miradas y escuchar los susurros, y aunque esto solía hacerla sentir incómoda, esta vez se dio cuenta de que no le importaba. Había algo en la forma en que Félix la hacía sentir que la llenaba de una energía nueva, una que hacía que sus inseguridades pasaran a un segundo plano, al menos por un rato.


Una tarde, durante otro descanso en la sala de enfermeras, Félix y Carmen se encontraron solos. Era un momento raro, ya que usualmente la sala estaba llena de personas y ruido. Félix, con una sonrisa, se sentó a su lado y la miró de una manera que hizo que Carmen sintiera un ligero escalofrío.


—Carmen, ¿alguna vez has pensado en hacer algo diferente? —preguntó él, su voz era suave pero curiosa.


Carmen lo miró, un poco desconcertada por la pregunta.


—¿Diferente? ¿A qué te refieres?


—No lo sé, algo que no esté relacionado con el hospital. Algo que sea solo para ti.


La pregunta la tomó por sorpresa. Hacía tanto tiempo que no pensaba en algo que fuera solo para ella que, por un momento, no supo qué responder. Finalmente, esbozó una sonrisa triste.


—No estoy segura de recordar cómo es eso —dijo honestamente.


Félix asintió, como si entendiera lo que ella quería decir, y no presionó más el tema. Pero algo en esa conversación se quedó con Carmen durante el resto del día. Era como si Félix hubiera abierto una pequeña puerta en su mente, una puerta que llevaba a un mundo de posibilidades que ella había cerrado hace mucho tiempo.


Esa noche, al llegar a casa, Carmen se sintió diferente. No era una transformación radical, pero había un cambio en su manera de verse, un pequeño despertar de algo que había estado dormido durante mucho tiempo. Se miró en el espejo antes de acostarse, observando las líneas de su rostro y las curvas de su cuerpo, y por primera vez en mucho tiempo, no se sintió completamente insatisfecha con lo que veía.


Mientras se metía en la cama, Carmen supo que algo había empezado a cambiar en su vida, aunque aún no sabía a dónde la llevaría. La chispa que Félix había encendido en ella era pequeña, pero estaba allí, brillando en la oscuridad de la monotonía que había dominado su vida durante tanto tiempo. Y aunque Carmen no sabía lo que eso significaba, una parte de ella no podía evitar sentirse emocionada por lo que podría venir.


Antonio, como de costumbre, se durmió rápidamente, pero Carmen permaneció despierta un poco más, permitiéndose pensar en lo que Félix le había dicho. “Algo que sea solo para ti”. Esas palabras resonaban en su mente, recordándole que, aunque su vida había estado dedicada a los demás durante tanto tiempo, todavía tenía el derecho de desear algo más, algo solo para ella.


Con esos pensamientos en mente, Carmen finalmente cerró los ojos, permitiendo que el sueño la llevara, sabiendo que, al menos por ahora, había algo nuevo en su vida, una chispa de esperanza en medio de la rutina agobiante. Y aunque no sabía exactamente lo que el futuro le deparaba, una parte de ella estaba ansiosa por descubrirlo.

Continuará…
 
Excelente e interesante relato
Muchas mujeres se sentirían reflejadas en Carmen.
Esperando con interés la continuación.
 
Capítulo 3: El Despertar del Deseo



Los días en el hospital comenzaban a adquirir un tono diferente para Carmen. No era un cambio brusco, sino algo que se sentía como un murmullo en el fondo de su mente, una corriente subterránea que lentamente iba tomando fuerza. Desde que Félix había llegado, ella había empezado a notar cosas que antes simplemente pasaban desapercibidas. El modo en que él la miraba cuando pensaba que ella no se daba cuenta, cómo sus ojos parecían detenerse un segundo más en sus pechos o en la curva de sus caderas. Estos detalles, que podrían haber pasado inadvertidos en otro tiempo, ahora ocupaban un lugar prominente en sus pensamientos.


Por su parte, Félix también había comenzado a sentir algo distinto. Lo que al principio había sido una curiosidad amable hacia Carmen, una mujer que claramente era competente y respetada en su entorno, comenzó a transformarse en algo más. No sabía exactamente cuándo había empezado a cambiar su percepción de ella, pero poco a poco se dio cuenta de que no podía dejar de pensar en ella. Era su risa, la manera en que sus ojos se iluminaban cuando hablaba con los pacientes, la calidez que emanaba de su cuerpo, y sobre todo, cómo su voluptuosa figura parecía desafiar todo lo que él había considerado atractivo antes.


Félix no podía evitarlo. Cada vez que estaba cerca de Carmen, su mente empezaba a divagar, imaginando cómo sería acariciar esa piel suave y sentir el peso de su cuerpo contra el suyo. En el trabajo, encontraba excusas para estar cerca de ella. Si Carmen estaba en la sala de descanso, él buscaba algo que hacer allí. Si estaban en el pasillo, se aseguraba de caminar a su lado, lo suficientemente cerca como para rozarla accidentalmente con su brazo. Cada roce, por insignificante que pareciera, enviaba una descarga de electricidad a través de su cuerpo.


Por las noches, cuando Félix regresaba a su apartamento, no podía sacar a Carmen de su cabeza. Se sentaba frente a su portátil y sin poder evitarlo, comenzaba a buscar videos porno de mujeres similares a ella: maduras, con cuerpos generosos, curvas amplias y una sensualidad que Félix encontraba irresistible. Cada video, cada imagen, solo alimentaba más su deseo, haciéndolo imaginar cómo sería estar con Carmen, sentir su calor, explorar cada rincón de su cuerpo. Cada noche mientras veía esos vídeos se masturbaba imaginándose haciendo el amor con Carmen.


En el hospital, la tensión entre ambos crecía. Carmen comenzó a notar cómo Félix la miraba, esa intensidad en sus ojos que no podía ser ignorada. Aunque trataba de no darle importancia, algo en su interior empezaba a despertar. Se sentía viva de una manera que no había experimentado en años, como si el simple hecho de estar cerca de Félix encendiera algo en su interior. Pero con esa chispa de vida venía la duda, la culpa. Carmen no podía dejar de pensar en Antonio, en lo que significaría para su matrimonio si alguna vez cedía a esas emociones.


Sin embargo, la atención de Félix comenzaba a tener un impacto positivo en ella. Cada vez que él se acercaba, cuando su mano rozaba la suya al pasarle un informe, o cuando su mirada se detenía en su escote, Carmen sentía un calor subirle por el cuerpo, algo que la hacía sentirse deseada, algo que no había sentido en tanto tiempo que casi lo había olvidado. Y ese sentimiento comenzó a afectar su autoestima. Se sorprendía mirándose en el espejo más de lo habitual, arreglándose un poco más antes de salir de casa, eligiendo ropa interior que hacía mucho tiempo no usaba, solo para sentir ese pequeño placer de saber que, al menos para alguien, aún era atractiva.


Las interacciones entre Carmen y Félix se volvieron más personales, más íntimas, aunque sin cruzar la línea de lo estrictamente profesional. Sin embargo, ambos sabían que había algo más en juego, algo que iba más allá de las palabras o los gestos educados. Una tarde, después de un turno particularmente largo, se encontraron solos en la sala de descanso. El hospital estaba en calma, y la luz del atardecer entraba suavemente por la ventana, bañando la habitación en tonos dorados.


—¿Te gustaría un café? —preguntó Félix, ya sirviendo una taza para Carmen.


—Sí, gracias —respondió ella, aceptando la taza con una sonrisa.


Se sentaron uno frente al otro, el silencio entre ellos estaba cargado de una tensión que ambos podían sentir pero ninguno mencionaba. Carmen miró su taza, dando vueltas al líquido oscuro con la cuchara, mientras Félix la observaba de reojo, notando la manera en que sus dedos acariciaban el borde de la taza, cómo sus labios se curvaban en una sonrisa suave y cómo la luz resaltaba el brillo de su piel.


—Sabes, Carmen —comenzó Félix, su voz baja y suave—, desde que llegué, no puedo evitar admirar cómo manejas todo aquí. Tienes una forma de hacer que todo parezca tan fácil.


Carmen levantó la vista, sorprendida por la sinceridad en sus palabras. Sintió un calor en sus mejillas, algo que no había experimentado en mucho tiempo.


—Gracias, Félix. Es solo… lo que he hecho durante muchos años. Supongo que uno se acostumbra.


Félix negó con la cabeza, con una sonrisa suave.


—No creo que sea solo costumbre. Es algo más… algo que no todos tienen.


Carmen no supo qué decir. La intensidad de su mirada, la sinceridad en su voz, la hicieron sentirse expuesta, como si Félix estuviera viendo algo en ella que había estado escondido durante mucho tiempo. Su corazón comenzó a latir más rápido, y por un momento, no pudo evitar imaginar lo que sería dejarse llevar, cruzar esa línea que sabía que existía entre ellos.


Esa noche, de vuelta en casa, Carmen no podía dejar de pensar en lo que Félix le había dicho. Se sentía confusa, atrapada entre el deseo que crecía dentro de ella y la realidad de su vida cotidiana. Antonio estaba, como siempre, ensimismado en su propio mundo, sin notar el torbellino de emociones que se arremolinaban dentro de su esposa. Después de la cena, Carmen se retiró a su habitación, cerrando la puerta detrás de ella con un suspiro profundo.


Se sentó en el borde de la cama, su mente estaba llena de imágenes de Félix, de cómo la había mirado, cómo su voz parecía acariciar cada palabra que le decía. Carmen se dejó caer hacia atrás, hundiéndose en las sábanas, en su cuerpo pesado había un deseo que había estado reprimiendo durante tanto tiempo. Cerró los ojos, y la imagen de Félix apareció en su mente, más clara y más intensa que nunca.


Su mano, casi sin que ella lo pensara, comenzó a deslizarse por su cuerpo, acariciando su abdomen antes de llegar a su coño. Sentía el calor acumulado entre sus piernas, un calor que la hacía temblar ligeramente. Sus dedos encontraron su vagina, y Carmen no pudo evitar soltar un gemido suave cuando acarició los labios suavemente, sintiendo la humedad que ya se había acumulado.


Con los ojos aún cerrados, Carmen imaginó que era Félix quien la tocaba, quien exploraba cada rincón de su cuerpo con sus manos firmes y seguras. Su respiración se aceleró, y su mano se movió más rápido, frotando su clítoris con una urgencia que hacía mucho tiempo no sentía. Los gemidos escaparon de sus labios, ahogados por la almohada mientras sus dedos se hundían más profundamente en su vagina, acariciando su pelo púbico, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada caricia.


El placer se acumulaba rápidamente, como una ola que amenazaba con desbordarse. Carmen apretó los muslos alrededor de su mano, sintiendo el calor y la presión crecer, hasta que finalmente, con un grito ahogado, se dejó llevar por un orgasmo que la sacudió desde adentro, haciéndola arquear la espalda y apretar las sábanas con fuerza.


Se quedó quieta por unos minutos, su respiración era lenta y pesada, mientras el placer se desvanecía lentamente, dejando solo una sensación de calma y satisfacción. Pero también había algo más, algo que no podía ignorar: una sensación de culpa que comenzó a asentarse en su pecho, recordándole que lo que acababa de hacer, lo que acababa de sentir, era un deseo prohibido, un deseo que no debería haber permitido crecer.


Carmen se levantó de la cama, sintiendo las piernas un poco temblorosas, y se dirigió al baño. El reflejo en el espejo le mostró a una mujer con el cabello desordenado, las mejillas sonrojadas y los ojos llenos de una mezcla de placer y confusión. Abrió el grifo y se echó agua fría en la cara, tratando de borrar las imágenes de Félix de su mente, pero sabía que era inútil. Ese deseo, esa chispa que había sentido, no desaparecería fácilmente.


Cuando finalmente regresó a la cama, se metió entre las sábanas, todavía sintiendo los efectos del orgasmo en su cuerpo. Antonio acababa de acostarse y ya dormía profundamente a su lado, ajeno a todo lo que había pasado. Carmen lo observó por un momento, sintiendo una mezcla de tristeza y resentimiento. Sabía que las cosas no podían seguir así, pero no tenía idea de cómo cambiarlo.


Esa noche, los sueños de Carmen estuvieron llenos de imágenes de Félix, de sus manos sobre su cuerpo, de su voz susurrándole al oído. Y aunque sabía que no debía pensar en él de esa manera, no podía evitar desear que esos sueños se hicieran realidad.

Continuará…
 
Excelente continuación.
Perfecta descripción de cómo va creciendo la admiración y el deseo mutuo entre Carmen y Félix.
Por cierto... Antonio se lo está ganando a pulso.
Felicidades al autor.
 
Lo he leido de seguido, ufff magnifico relato, maraviloosa sensacion de excitarte mientras lo lees... deseando seguir leyendote...
 
Capítulo 4: La Cena de Navidad


La noche de la cena de Navidad del hospital había llegado, y el ambiente en la casa de Carmen estaba extrañamente cargado de una mezcla de nerviosismo y expectación. Mientras Antonio veía la televisión en la sala, ajeno a la pequeña tormenta que se desarrollaba dentro de su esposa, Carmen estaba en su habitación, frente al espejo, evaluando cada detalle de su apariencia.


Había pasado más tiempo de lo habitual eligiendo qué ponerse. Sabía que esta no era una cena cualquiera. Desde que Félix había llegado al hospital, todo parecía tener un peso diferente, una importancia que antes no tenía. Quería impresionarlo, aunque no se lo admitiera ni a sí misma. Sabía que Félix estaría allí, y no podía evitar pensar en la última vez que lo había visto, en cómo su mirada la había hecho sentir viva, deseada.


Finalmente, después de mucha indecisión, Carmen optó por un vestido negro que había comprado hace varios años pero que apenas había usado. Era un vestido que resaltaba sus curvas de manera sutil pero efectiva, ajustándose en los lugares correctos y fluyendo en los demás. No era escandaloso, pero tampoco pasaba desapercibido. Se miró en el espejo, girando ligeramente para ver cómo el vestido caía sobre sus caderas amplias, y por un momento se sintió satisfecha con lo que veía.


El siguiente paso fue la ropa interior. Sacó del fondo de su cajón un conjunto de lencería negra que había guardado para ocasiones especiales, pero que rara vez usaba. Al deslizarse las braguitas sobre sus caderas, sintió una mezcla de nerviosismo y excitación. Sabía que nadie más vería lo que llevaba debajo, pero la idea de estar usando algo tan atrevido bajo el vestido, especialmente algo que Félix podría imaginarse, la hacía sentir poderosa de una manera que no había sentido en mucho tiempo.


Mientras se ajustaba el sujetador, Carmen notó el vello que comenzaba a sobresalir por las líneas de sus bragas. Durante un momento, se quedó mirando su reflejo en el espejo, debatiendo internamente si debía depilarse. Si lo hacía, sería como una señal para ella misma de que estaba preparándose para algo más que una simple cena. Pero el pensamiento de que Antonio podría darse cuenta, de que eso levantara sospechas, la hizo desistir. No quería arriesgarse a tener que explicar algo que ni ella misma podía justificar del todo. Aunque pensándolo bien Antonio ni se daría cuenta, ya ni recordaba la última vez que la había buscado con deseo.


Decidió recortar un poco los pelos que salían pero la depilación total de su coño la dejó para otro momento y terminó de arreglarse. Un poco de maquillaje para acentuar sus ojos, unas gotas de perfume, un toque de lápiz labial rojo, y estaba lista. Se miró una última vez en el espejo antes de salir, tratando de calmar los nervios que comenzaban a agitarse en su estómago. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Era solo una cena, se repetía, pero en el fondo sabía que era mucho más que eso.


Cuando Carmen salió de la habitación, Antonio apenas levantó la vista de la televisión. Murmuró algo sobre que se veía bien, pero sin realmente mirarla, sin prestar atención a los detalles que ella había cuidado con tanto esmero. Carmen sintió una punzada de decepción, pero rápidamente la apartó. Esta noche no se trataba de Antonio, se trataba de ella, de lo que podría descubrir sobre sí misma.


— No se cuando volveré, tal vez duerma en casa de una compañera si se nos hace tarde— dijo pensando en un “por si acaso”.


El restaurante donde se celebraba la cena estaba decorado con luces festivas y adornos navideños que llenaban el ambiente de una calidez acogedora. Las mesas estaban dispuestas en largas filas, cubiertas con manteles rojos y centros de mesa llenos de velas y flores de pascua. La música suave de fondo, una mezcla de villancicos clásicos y melodías de jazz, daba un toque elegante a la velada.


Cuando Carmen llegó, ya había varios compañeros de trabajo sentados, riendo y charlando entre ellos. Sintió una oleada de nerviosismo mientras avanzaba hacia la mesa, pero se relajó ligeramente cuando vio a una de sus compañeras sonreírle y hacerle un gesto para que se sentara junto a ella. Aún no había rastro de Félix, lo que le dio tiempo para calmarse un poco y sumergirse en la conversación.


A medida que la noche avanzaba, el ambiente se volvía más relajado. Las formalidades del trabajo se desvanecían con cada copa de vino, y las risas se hacían más frecuentes. Carmen, que normalmente era más reservada en este tipo de eventos, se encontró riendo y participando en las bromas, dejándose llevar por el espíritu festivo. Pero en el fondo, su mente no podía evitar pensar en Félix, preguntándose si él también la estaría buscando entre la multitud.


Finalmente, lo vio. Félix llegó con una sonrisa despreocupada en el rostro, saludando a todos con su habitual carisma. Estaba vestido de manera informal pero elegante, con una camisa blanca ligeramente desabotonada y un pantalón oscuro que resaltaba su figura. Cuando sus ojos encontraron a Carmen, su sonrisa se amplió, y ella sintió que el corazón le daba un vuelco.


Félix se acercó a la mesa donde estaba sentada Carmen y, para su sorpresa y deleite, tomó asiento justo a su lado. El calor de su proximidad, el leve aroma de su colonia, la hicieron sentir un hormigueo en la piel.


—Veo que llegué justo a tiempo para la mejor parte —dijo Félix, inclinándose hacia ella con una sonrisa cómplice.


Carmen sonrió, tratando de mantener la compostura, aunque podía sentir el rubor subir por sus mejillas.


—Estás justo a tiempo para las historias vergonzosas —respondió, señalando a un grupo de colegas que reían a carcajadas al recordar anécdotas del hospital.


La conversación entre ellos fluyó con una facilidad que Carmen no había experimentado en mucho tiempo. Félix era encantador, y aunque se aseguraba de incluir a los demás en la conversación, había algo en la manera en que se dirigía a Carmen, en cómo sus ojos se detenían en los suyos, que la hacía sentir como si fueran los únicos en la sala.


A medida que la cena avanzaba, las miradas entre ellos se volvieron más intensas, más significativas. Cada vez que Félix le pasaba un vaso o se inclinaba para hablarle al oído, Carmen sentía su corazón acelerarse. Había un roce intencional de manos, un ligero roce en el brazo, gestos que podrían haber parecido inocentes a ojos de los demás, pero que para ellos estaban cargados de un significado más profundo.


El vino fluía con generosidad, y con cada copa, Carmen sentía cómo sus inhibiciones se desvanecían lentamente. Se reía con más libertad, se inclinaba más cerca de Félix, y por momentos, olvidaba completamente el mundo exterior. Solo existían ellos dos, compartiendo un momento que, aunque no lo dijeran en voz alta, sabían que era especial.


Félix, por su parte, no podía apartar los ojos de Carmen. Se había dado cuenta de que esta noche ella estaba diferente, más segura de sí misma, más radiante. Había algo en la manera en que el vestido se ceñía a sus curvas, en cómo su sonrisa iluminaba toda la sala, que lo hacía desearla aún más. No podía dejar de imaginar cómo sería llevarla a su cama, desvestirla lentamente y descubrir todo lo que ese vestido ocultaba.


Cuando la cena terminó y algunos comenzaron a irse, Félix se inclinó hacia Carmen, con voz baja pero llena de intención.


—¿Te apetece seguir la noche en otro lugar? —preguntó, sus ojos miraban fijamente los de ella.


Carmen sintió un nudo formarse en su estómago, una mezcla de miedo, emoción y deseo que la dejó sin aliento por un momento. Sabía lo que Félix estaba sugiriendo, y aunque una parte de ella quería salir corriendo, otra parte, más fuerte, más atrevida, la instaba a decir que sí.


—¿Dónde? —fue todo lo que pudo decir, su voz apenas un susurro.


Félix sonrió, como si supiera que la respuesta sería afirmativa.


—Podemos ir a un bar cercano… o… a mi casa. Lo que prefieras.


Carmen sintió que el mundo a su alrededor se desvanecía, dejando solo la expectación de lo que podría suceder. Sabía que aceptar su invitación significaba cruzar una línea de la que no habría vuelta atrás. Pero también sabía que, si no lo hacía, se quedaría con la duda, con la sensación de haber dejado pasar algo que podría cambiar su vida. De volver a sentirse mujer.


Después de un momento que le pareció eterno, Carmen asintió.


—Vamos a tu casa —dijo, con apenas un susurro.


Félix la miró con intensidad, sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y satisfacción.


—No te arrepentirás —murmuró, y Carmen supo que estaba diciendo la verdad.


Salieron juntos del restaurante, despidiéndose de los colegas que quedaban con excusas rápidas y sonrisas que ocultaban la verdadera naturaleza de lo que estaban a punto de hacer. Sabían que serían el tema de los cotilleos del hospital pero les daba exactamente igual. Cuando llegaron al coche de Félix, Carmen sintió que sus manos temblaban ligeramente mientras él abría la puerta para ella. Todo su cuerpo estaba en alerta, cada nervio encendido por la adrenalina y el deseo.


El trayecto en coche fue corto, pero la tensión en el aire era palpable. Félix conducía en silencio, pero su mano descansaba sobre la pierna de Carmen, acariciando suavemente su muslo a través del vestido. Carmen sentía cada caricia como una descarga eléctrica, un recordatorio constante de lo que estaba a punto de suceder.


Cuando llegaron a la casa de Félix, Carmen se sintió atrapada entre la emoción y la culpa. Mientras él estacionaba el coche y apagaba el motor, ella observó la fachada de la casa, una pequeña vivienda acogedora en una calle tranquila. Se dio cuenta de que su corazón latía con fuerza, y que había un nudo en su garganta que la hacía difícil respirar.


Félix salió del coche y rodeó el vehículo para abrir la puerta de Carmen. Le ofreció su mano, y ella la aceptó, sintiendo cómo su cuerpo respondía al contacto. Caminaron juntos hacia la puerta de la casa, y mientras Félix buscaba las llaves, Carmen no pudo evitar pensar en Antonio, en lo que estaría haciendo en ese momento. La culpa la asaltó de nuevo, pero esta vez no fue lo suficientemente fuerte como para detenerla.


Cuando Félix finalmente abrió la puerta y la invitó a pasar, Carmen sintió que estaba cruzando un umbral invisible. Al entrar, la atmósfera dentro de la casa era cálida y acogedora, con luces suaves que iluminaban el espacio de manera íntima. Félix cerró la puerta detrás de ellos, y en ese momento, Carmen supo que no había vuelta atrás.



Félix se acercó a ella, y Carmen sintió cómo su corazón se aceleraba aún más. Podía sentir el calor de su cuerpo, el deseo en su mirada, y por un momento, se permitió dejar de lado todas sus dudas, todas las barreras que había construido a lo largo de los años. Estaba en un lugar donde no tenía que ser la esposa perfecta, la madre responsable, la enfermera dedicada. Aquí, con Félix, podía ser solo Carmen, una mujer llena de deseos que finalmente estaban a punto de ser liberados.

Continuará…
 
La puerta se cerró con un suave clic detrás de ellos, aislándolos del resto del mundo. Carmen sintió cómo el aire dentro de la casa de Félix se cargaba de una intimidad que la envolvía, una calidez que contrastaba con la fría noche de diciembre que habían dejado atrás. Sus sentidos estaban alertas, cada pequeño detalle se registraba en su mente con una nitidez que la sorprendía: el leve crujido del piso bajo sus pies, el aroma de los muebles que flotaba en el aire, y el sonido lejano de música suave que provenía de algún rincón de la casa. Félix se movía con una seguridad que solo aumentaba la tensión en Carmen. No había prisa en sus movimientos, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y eso hacía que su presencia se sintiera aún más apabullante. La tomó de la mano con una suavidad inesperada, guiándola a través de la entrada hacia una sala de estar decorada con un gusto elegante pero acogedor. Una luz tenue iluminaba el espacio, creando sombras suaves que daban al lugar una atmósfera casi onírica.


—¿Te gustaría algo de beber? —preguntó Félix, con voz baja y cercana, como si el mero hecho de alzarla pudiera romper el hechizo que se había formado entre ellos.


Carmen negó con la cabeza, sin confiar en su voz en ese momento. Sentía que cualquier palabra podría traicionar el torbellino de emociones que la atravesaba. Miedo, deseo… todo se mezclaba dentro de ella, haciendo que el corazón le latiera con fuerza. Félix, entendiendo su silencio, no insistió. En su lugar, se acercó lentamente a ella, acortando la distancia que los separaba. Carmen pudo sentir el calor de su cuerpo, la promesa de lo que estaba por venir, y cuando él alzó una mano para acariciar su mejilla, un temblor involuntario recorrió su cuerpo. Fue una caricia suave, casi reverente, que hizo que Carmen cerrara los ojos, permitiéndose sentir completamente ese momento.


El primer beso fue suave, una presión ligera de sus labios contra los de ella, como una pregunta silenciosa que Carmen respondió inclinándose hacia él. A medida que el beso se intensificaba, sintió cómo su mundo se reducía a ese contacto, a la manera en que los labios de Félix parecían derretir años de represión y soledad en su interior. Fue un beso que despertó algo profundo en ella, una pasión que había estado latente durante demasiado tiempo, esperando el momento adecuado para explotar.


Félix la envolvió en sus brazos, acercándola más a él, y Carmen pudo sentir la firmeza de su cuerpo contra el suyo. Su propio cuerpo, grande y voluptuoso, se apretó contra el de él, y en lugar de la inseguridad que normalmente la embargaba, solo sintió una necesidad ardiente. Se sintió deseada, no solo por lo que Félix estaba haciendo, sino por cómo lo estaba haciendo, con una intensidad que le decía que no había nada más que él quisiera en ese momento.


—Eres hermosa —murmuró Félix contra sus labios, y Carmen sintió que el calor subía a sus mejillas, una mezcla de placer y timidez que la dejó sin aliento.


Carmen se permitió sonreír, una sonrisa que Félix selló con otro beso, esta vez más urgente, más necesitado. Con sus manos, Félix comenzó a explorar el cuerpo de Carmen, sus dedos trazando el contorno de su cintura, acariciando sus caderas amplias y redondeadas. Ella sintió cómo sus manos firmes pero suaves la recorrían con una admiración palpable, sin prisa pero con una intención clara.


—Ven conmigo —dijo Félix finalmente, su voz ronca de deseo.


La guió hacia el dormitorio, un espacio íntimo y cálido, donde la luz suave creaba un ambiente casi sagrado. El dormitorio estaba decorado con tonos oscuros y cálidos, con una gran cama en el centro que parecía invitarlos a perderse en ella.


Félix se detuvo junto a la cama y, girándose hacia Carmen, comenzó a desvestirla con una lentitud deliberada, como si estuviera desenvolviendo un regalo que había esperado mucho tiempo para recibir. Primero, deslizó el vestido negro de sus hombros, dejando que cayera al suelo en un suave susurro, revelando la lencería negra que Carmen había elegido esa noche. El contraste del encaje negro contra su piel clara era algo que Félix encontró irresistible. Sus ojos se detuvieron en las tetas de Carmen, grandes y pesadas, sostenidas por el sujetador de encaje que apenas contenía sus generosas curvas. Carmen sintió una punzada de inseguridad, consciente de sus tetas grandes, y pesadas, pero esa inseguridad se desvaneció rápidamente cuando vio la forma en que Félix la miraba, con una mezcla de adoración y deseo que hizo que se sintiera más hermosa que nunca.


Félix se inclinó hacia adelante, besando la piel expuesta de su pecho, justo por encima del borde del sujetador, antes de deslizar las tiras por sus hombros. Carmen jadeó suavemente cuando sintió el encaje deslizarse por sus brazos, y finalmente, cuando Félix la desnudó completamente, sus pechos quedaron expuestos, libres, pesados, sus grandes areolas destacaban contra la plenitud de sus senos. Félix dejó que sus manos se deslizaran por las tetas de Carmen, tomándose su tiempo para explorar cada centímetro de ellos. Sus dedos acariciaron los pezones, sintiendo como se endurecían bajo su mano. Carmen cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación, permitiéndose disfrutar de la manera en que Félix adoraba su cuerpo, sin apresurarse, sin juzgarla, simplemente disfrutando de ella. Después le chupó uno haciendo que a Carmen se le erizara la piel al sentir los labios y la humedad de la lengua disfrutar de sus pezones, cerró los ojos con un suspiro mientras acariciaba el pelo de Félix.


Él bajó las manos por su cuerpo, sus dedos iban trazando el contorno de su barriga, notando las estrías que marcaban su piel, recuerdos de los años y de las transformaciones que su cuerpo había experimentado. Félix se detuvo en ellas, no las evitó; en lugar de eso, las acarició con la lengua con la misma devoción con la que había acariciado sus pechos, haciendo que Carmen se sintiera aceptada de una manera que nunca había experimentado antes. Carmen temblaba ligeramente mientras Félix continuaba bajando, sus dedos ya rozaban la parte superior de sus muslos, donde las estrías también estaban presentes, un testimonio de la vida que había llevado. Y finalmente, sus manos llegaron a la parte más íntima de su cuerpo, a la curva de su entrepierna, donde el vello suave y oscuro crecía libremente. Félix no se detuvo, no vaciló. En lugar de eso, sus dedos quitaron sus bragas y se sumergieron en ese vello, acariciando la piel sensible debajo, explorando el calor y la humedad que ya se habían acumulado.


—Eres perfecta —susurró Félix, y en ese momento, Carmen sintió que todas sus dudas, todas sus inseguridades, se desvanecían.


Félix la besó de nuevo, esta vez con más pasión, más urgencia, como si el hecho de que Carmen se hubiera entregado completamente a él lo hubiera desatado. La guió hacia la cama, donde la hizo recostarse suavemente, sus labios nunca dejaban los de ella. Cuando finalmente se separó, fue solo para desvestirse rápidamente, deslizándose fuera de su ropa con una eficiencia que solo aumentaba la anticipación de lo que vendría.


Carmen lo observó, su respiración agitada, su cuerpo temblando ligeramente por la excitación. Cuando Félix se unió a ella en la cama, su piel desnuda presionada contra la suya, sintió que todo en su interior se encendía. Él comenzó a besarla de nuevo, pero esta vez sus labios se movieron hacia abajo, recorriendo su cuello, sus tetas, sus costillas, hasta llegar a su vientre, donde sus besos se volvieron más suaves, más tiernos. Carmen jadeó cuando sintió la boca de Félix bajar aún más, sus labios acariciaban la piel tensa y marcada de su abdomen antes de llegar a la parte más íntima de su cuerpo. Félix se detuvo un momento, mirándola a los ojos, buscando su aprobación, su consentimiento. Carmen, con el corazón latiendo con fuerza, asintió, y en ese momento, Félix bajó su boca hasta el centro de su placer.


El primer contacto de su lengua contra la piel de Carmen la hizo arquear la espalda, un gemido bajo escapó de sus labios mientras Félix exploraba su coño con una mezcla de ternura y pasión. Sus manos se aferraron a las sábanas mientras él la adoraba con su boca, sus labios y su lengua encontraban cada punto sensible, cada rincón que la hacía temblar de placer. Carmen sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor, dejando solo la sensación del placer que Félix le estaba proporcionando. Su lengua se movía con una habilidad que Carmen no había experimentado antes, encontrando su clítoris y acariciándolo suavemente antes de aumentar la intensidad, haciendo que Carmen soltara gemidos que llenaban la habitación.


Las manos de Félix se deslizaron por sus muslos, sosteniéndola firmemente mientras su boca trabajaba en ella, llevándola cada vez más cerca del orgasmo. Carmen sentía que todo su cuerpo vibraba con la intensidad del placer, cada fibra de su ser centrada en lo que él estaba haciendo, en cómo la hacía sentir. Con un último movimiento de su lengua, Félix la llevó al éxtasis, y Carmen sintió que el orgasmo se apoderaba de ella, arrancando un grito de sus labios mientras su cuerpo se estremecía y se retorcía bajo el asalto de placer que Félix le provocaba. Las olas de placer la recorrieron, una tras otra, dejándola exhausta y satisfecha, pero también hambrienta de más.


Cuando finalmente Félix levantó la cabeza, sus ojos se encontraron con los de Carmen, y en ese momento, sin necesidad de palabras, supieron que esto era solo el comienzo. Había algo más, algo más profundo, más íntimo, que aún tenían que explorar, y los dos lo sabían. Félix se movió sobre ella, sus labios buscaron los de Carmen en un beso que sellaba la conexión que acababan de compartir. Pero Carmen, sintiendo la necesidad de devolver el placer que él le había dado, lo empujó suavemente hacia atrás, haciéndole entender que ahora era su turno. Félix sonrió, cediendo el control, y Carmen se inclinó sobre él, su boca encontró su piel, su cuello, su pecho, mientras sus manos bajaban por su torso, explorando cada músculo, cada línea de su cuerpo. Carmen sintió cómo su propia confianza aumentaba con cada caricia, con cada beso, con cada gemido que lograba arrancar de los labios de Félix. Había algo profundamente satisfactorio en verlo reaccionar a ella, en saber que era capaz de provocarle el mismo deseo, la misma necesidad, que él había provocado en ella.


Cuando sus manos finalmente encontraron la polla de Félix, la acarició suavemente al principio, disfrutando de la sensación de su dureza, de cómo respondía a su mano. Con un movimiento lento y deliberado, comenzó a mover su mano, observando cada reacción de Félix, cada respiración agitada, cada gemido bajo que escapaba de su garganta. Carmen se inclinó hacia adelante, dejando que su boca reemplazara su mano, tomando el miembro de Félix entre sus labios, sintiendo cómo se tensaba bajo sus labios. Sus movimientos fueron lentos al principio, disfrutando de la sensación, del poder que tenía sobre él en ese momento. Pero pronto, la urgencia de Félix se hizo evidente, y Carmen aceleró su ritmo, sintiendo como él comenzaba a perder el control.


Cada gemido, cada susurro de placer que Félix dejaba escapar, solo aumentaba la determinación de Carmen de llevarlo al límite, de darle el mismo placer que él le había dado. Sus movimientos se volvieron más rápidos, más intensos, mientras Félix se retorcía bajo ella, sus manos estaban aferrándose a su pelo, su respiración acelerada, su cuerpo tenso mientras luchaba por contenerse. Pero antes de que Félix pudiera llegar al orgasmo, se detuvo, sus manos encontraron los hombros de Carmen, guiándola hacia él en un movimiento suave pero firme. Carmen lo miró a los ojos, viendo el deseo y la necesidad en ellos, y en ese momento, supo que había llegado el momento de dar el siguiente paso.


Félix la guió de nuevo hacia la cama, acostándola suavemente sobre las sábanas, y cuando se inclinó sobre ella. Sabía lo que venía a continuación, y su cuerpo ya estaba temblando de deseo, listo para lo que él estaba a punto de hacer. Pero justo antes de que Félix se moviera para penetrarla, se detuvo, sus ojos se encontraron con los de Carmen una vez más, buscando su aprobación, su consentimiento. Carmen, con el corazón latiendo con fuerza, asintió, dándole la respuesta que él necesitaba. Félix se inclinó hacia adelante, su polla estaba rozando la entrada de su coño, y Carmen contuvo la respiración, esperando, deseando, pero también sabiendo que estaba a punto de cruzar un umbral del que no habría vuelta atrás.


Con un movimiento suave pero firme, Félix comenzó a penetrar a Carmen. El calor y la firmeza de su polla al abrirse camino dentro de ella hicieron que Carmen soltara un gemido bajo, un sonido que era una mezcla de placer y alivio. Sentirlo dentro de ella, llenándola completamente, era algo que había anhelado de una manera que ni siquiera había comprendido hasta ese momento. Félix se detuvo un momento, permitiendo que Carmen se acostumbrara a la sensación, antes de comenzar a moverse lentamente, sus embestidas eran suaves al principio, aumentando gradualmente en intensidad. Carmen cerró los ojos, concentrándose en cada movimiento, en la manera en que su cuerpo respondía al de él, en cómo cada embestida la llevaba un poco más cerca de la liberación que tanto deseaba. A medida que Félix continuaba moviéndose dentro de ella, se inclinó hacia adelante, y su boca encontró uno de los grandes pezones de Carmen, que se había endurecido con el placer. Félix los chupó con una mezcla de deseo y ansia, como si no pudiera tener suficiente de su sabor, de su textura. Su lengua rodeaba las grandes areolas de Carmen, succionando con fuerza, arrancándole gemidos de placer que llenaban la habitación.


—Oh, Félix… —jadeó Carmen, su cuerpo arqueándose bajo el suyo mientras sentía cómo el placer se intensificaba con cada movimiento de su boca, con cada embestida de su cadera.


Félix continuó succionando sus pezones, alternando entre ellos mientras su cuerpo se movía sobre el de Carmen con un ritmo constante y profundo. Sus manos se deslizaron por los costados de su cuerpo, aferrándose a sus caderas con fuerza mientras aumentaba el ritmo, sus embestidas volviéndose más rápidas, más urgentes. Carmen sentía que el placer la estaba consumiendo por completo, cada fibra de su ser centrada en el hombre que la estaba llevando al límite. Pero, a pesar del placer que Félix le estaba proporcionando, Carmen sintió una creciente necesidad de tomar el control, de ser ella quien lo llevara al borde.


—Déjame subir encima —murmuró Carmen, con la voz entrecortada por el deseo.


Félix se detuvo inmediatamente, sudaba y su respiración estaba agitada mientras la miraba con deleite. Con un movimiento fluido, se retiró de ella y se dejó caer hacia atrás en la cama, permitiendo que Carmen se moviera sobre él. Carmen, con el corazón latiendo con fuerza, se colocó a horcajadas sobre Félix, sintiendo cómo su polla dura presionaba contra su mojado coño. Lentamente, guiada por la necesidad de controlar el ritmo, comenzó a descender sobre él, tomando todo su grosor en su interior. La sensación de llenarse completamente de nuevo hizo que Carmen soltara un gemido bajo, un sonido que se mezcló con el suspiro de satisfacción de Félix. Carmen comenzó a moverse sobre él, al principio lentamente, disfrutando de la sensación de poder sobre su propio placer. Sus manos se apoyaron en el pecho de Félix mientras ella marcaba el ritmo, moviéndose arriba y abajo, sintiendo cómo cada movimiento los llevaba a ambos más cerca del clímax. Félix, con las manos aferradas a las caderas de Carmen, se dejó llevar por la sensación de tenerla encima, su mirada fija en la de ella, observando cómo sus tetas se balanceaban con cada movimiento, cómo su rostro reflejaba la mezcla de placer y poder que estaba sintiendo. Carmen, cada vez más segura de sí misma, aumentó la velocidad, sintiendo cómo el placer se acumulaba dentro de ella, construyéndose con cada movimiento de sus caderas.


Los gemidos de Félix se mezclaban con los de Carmen, el sonido del placer compartido llenando la habitación mientras ambos se perdían en el momento. La sensación de estar encima de él, de ser ella quien dictaba el ritmo, la hacía sentirse más viva, más deseada, más poderosa que nunca. Pero, a medida que el clímax se acercaba, Carmen sintió que necesitaba más, algo más profundo, más intenso. Sin detenerse, Carmen se inclinó hacia adelante, sus labios buscaron los de Félix en un beso urgente, casi desesperado. Sus cuerpos se movían al unísono, el ritmo frenético de sus caderas llevándolos cada vez más cerca del borde. Carmen sintió cómo su cuerpo comenzaba a tensarse, la presión dentro de ella aumentando con cada embestida, cada movimiento de sus caderas. Finalmente Carmen con un grito gutural sé corrió con el orgasmo más intenso que hubiera experimentado antes. Félix quería más.


—Carmen, quiero… —jadeó Felix, su voz estaba entrecortada por el placer— quiero que me dejes… por detrás.


Carmen que ya estaba extasiada, abrió los ojos con sorpresa y deleite, nunca lo había hecho por ahí y era algo que la intrigaba. Lo miró con una mezcla de timidez y decisión, su deseo estaba claramente reflejado en sus ojos. Sin decir una palabra, Carmen asintió, entendiendo lo que él quería, lo que necesitaba. Carmen se movió con cuidado, levantándose de él mientras sentía cómo su cuerpo temblaba con la anticipación de lo que estaba a punto de suceder. Félix se sentó rápidamente, alcanzando el cajón de su mesilla de noche y sacando un preservativo. Con movimientos rápidos y precisos, lo colocó sobre su polla, preparándose para lo que sabía sería un momento aún más intenso. Mientras tanto, Carmen se colocó a cuatro patas, apoyando sus manos y rodillas sobre la cama, su respiración era agitada, y su cuerpo temblando ligeramente con la mezcla de excitación y nerviosismo. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era algo que nunca había experimentado antes, algo que requería confianza y entrega total. Pero, con Félix, se sentía lista para explorar esa parte de sí misma, para entregarse completamente a la experiencia.


Félix se arrodilló detrás de Carmen, colocando sus manos firmemente sobre su culazo abriéndola completamente, su ojete marrón y rugoso apareció delante de él coronando su fabuloso coño gordo y peludo que acababa de penetrar. Ella sintió cómo su polla, ahora cubierta por el preservativo, rozaba la entrada de su vagina antes de que él la deslizara hacia arriba, colocándose en la posición correcta. Pero Félix no tenía prisa. Sabía que necesitaba prepararla adecuadamente para lo que estaba por venir. Con una mano, alcanzó el lubricante que había preparado en la mesilla, aplicando una cantidad generosa sobre sus dedos. Carmen sintió el frío del lubricante contra su piel mientras Félix comenzaba a lubricarla, sus dedos masajeaban suavemente el área sensible de su agujero introduciéndolos lentamente mientras aplicaba más lubricante, asegurándose de que ella estuviera completamente relajada y lista. Carmen jadeó mientras sentía cómo los dedos de Félix la invadían, una sensación que era una mezcla de placer y algo más, algo desconocido pero emocionante. Sus músculos se relajaron bajo los movimientos experto de Félix, permitiéndole explorar cada rincón de su cuerpo, preparándola para lo que estaba por venir.


Finalmente, cuando Félix sintió que Carmen estaba lista, retiró sus dedos y se inclinó hacia adelante una vez más, sus labios besaron la piel suave de su espalda mientras se preparaba para penetrarla. Carmen, con el cuerpo temblando por la novedad, respiró profundamente, permitiendo que Félix la guiara en el siguiente paso. Con un movimiento lento y deliberado, Félix comenzó a penetrar a Carmen por el culo, su polla iba deslizándose poco a poco y suavemente en su interior mientras Carmen dejaba escapar un gemido bajo, una mezcla de placer y dolor. Sintió cómo Félix se detenía un momento, permitiendo que su cuerpo se acostumbrara a la nueva sensación, antes de comenzar a moverse lentamente, con cada embestida un poco más profunda que la anterior. Carmen sintió que su cuerpo se tensaba, cada músculo vibrando con la intensidad de la experiencia. El placer mezclado con la incomodidad inicial rápidamente se transformó en una sensación más profunda, más intensa, mientras Félix la penetraba con movimientos lentos y firmes, su respiración estaba acelerada, y sus manos aferradas fuertemente a las caderas de Carmen.


Félix continuó moviéndose dentro de ella, sus embestidas aumentando en ritmo y profundidad mientras ambos se perdían en el momento, cada uno completamente centrado en el placer que estaban compartiendo. Carmen sentía que su cuerpo se estaba desintegrando, cada fibra de su ser centrada en la sensación de estar completamente llena, de estar siendo llevada al límite de lo que podía soportar. Ella comenzó a masajear su hinchado clítoris a la vez que era penetrada por el culo para aumentar su placer. Los gemidos de Carmen se volvieron más altos, más urgentes, mientras Félix continuaba moviéndose, las manos de él se aferraron con fuerza a sus caderas viendo como su polla entraba y salía del ojete de Carmen. Carmen sintió cómo el placer se acumulaba dentro de ella, la presión aumentando con cada embestida que hacían moverse sus grandes tetas, hasta que finalmente, sintió que todo su cuerpo se tensaba, el orgasmo iba apoderándose de ella de una manera que nunca antes había experimentado con su ano.


Con un grito de puro placer, Carmen se dejó llevar por el orgasmo, su cuerpo iba sacudiéndose violentamente mientras las olas de placer la atravesaban una y otra vez. Félix la siguió poco después, su propio orgasmo iba llegando con una intensidad que lo dejó sin aliento, su cuerpo temblaba mientras se corría dentro de ella. Ambos quedaron inmóviles por un momento, sus cuerpos aún temblaban con las secuelas del placer compartido. Félix, con un suspiro de satisfacción, se retiró lentamente de Carmen, su respiración aún era agitada mientras se dejaba caer a su lado en la cama. Carmen se dejó caer sobre las sábanas, su cuerpo agotado y sudoroso pero completamente satisfecho. Sintió cómo Félix se acercaba a ella, sus brazos la rodearon suavemente mientras ambos se acomodaban en la cama, disfrutando del calor y la intimidad que habían creado.


En el silencio que siguió, Carmen se permitió reflexionar sobre lo que acababa de suceder, sobre la manera en que Félix había hecho que se sintiera viva, deseada, y completamente en control de su propio placer. Sabía que algo dentro de ella había cambiado para siempre, algo que no podía deshacerse ni olvidar. Mientras Félix la abrazaba, y sus cuerpos aún entrelazados, Carmen supo que este momento quedaría grabado en su memoria como uno de los más poderosos y transformadores de su vida. Había cruzado una línea, se había permitido sentir y experimentar de una manera que nunca antes había imaginado. Y aunque no sabía lo que el futuro le depararía, en ese momento, se sintió completamente en paz con quien era, y con lo que había descubierto sobre sí misma. Y con ese pensamiento, mientras la respiración de Félix se volvía más lenta y regular a su lado, Carmen cerró los ojos, dejando que la satisfacción y la paz la envolvieran, sabiendo que, al menos por esta noche, había encontrado algo más profundo y verdadero de lo que jamás había esperado.

Continuará…
 
La puerta se cerró con un suave clic detrás de ellos, aislándolos del resto del mundo. Carmen sintió cómo el aire dentro de la casa de Félix se cargaba de una intimidad que la envolvía, una calidez que contrastaba con la fría noche de diciembre que habían dejado atrás. Sus sentidos estaban alertas, cada pequeño detalle se registraba en su mente con una nitidez que la sorprendía: el leve crujido del piso bajo sus pies, el aroma de los muebles que flotaba en el aire, y el sonido lejano de música suave que provenía de algún rincón de la casa. Félix se movía con una seguridad que solo aumentaba la tensión en Carmen. No había prisa en sus movimientos, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y eso hacía que su presencia se sintiera aún más apabullante. La tomó de la mano con una suavidad inesperada, guiándola a través de la entrada hacia una sala de estar decorada con un gusto elegante pero acogedor. Una luz tenue iluminaba el espacio, creando sombras suaves que daban al lugar una atmósfera casi onírica.


—¿Te gustaría algo de beber? —preguntó Félix, con voz baja y cercana, como si el mero hecho de alzarla pudiera romper el hechizo que se había formado entre ellos.


Carmen negó con la cabeza, sin confiar en su voz en ese momento. Sentía que cualquier palabra podría traicionar el torbellino de emociones que la atravesaba. Miedo, deseo… todo se mezclaba dentro de ella, haciendo que el corazón le latiera con fuerza. Félix, entendiendo su silencio, no insistió. En su lugar, se acercó lentamente a ella, acortando la distancia que los separaba. Carmen pudo sentir el calor de su cuerpo, la promesa de lo que estaba por venir, y cuando él alzó una mano para acariciar su mejilla, un temblor involuntario recorrió su cuerpo. Fue una caricia suave, casi reverente, que hizo que Carmen cerrara los ojos, permitiéndose sentir completamente ese momento.


El primer beso fue suave, una presión ligera de sus labios contra los de ella, como una pregunta silenciosa que Carmen respondió inclinándose hacia él. A medida que el beso se intensificaba, sintió cómo su mundo se reducía a ese contacto, a la manera en que los labios de Félix parecían derretir años de represión y soledad en su interior. Fue un beso que despertó algo profundo en ella, una pasión que había estado latente durante demasiado tiempo, esperando el momento adecuado para explotar.


Félix la envolvió en sus brazos, acercándola más a él, y Carmen pudo sentir la firmeza de su cuerpo contra el suyo. Su propio cuerpo, grande y voluptuoso, se apretó contra el de él, y en lugar de la inseguridad que normalmente la embargaba, solo sintió una necesidad ardiente. Se sintió deseada, no solo por lo que Félix estaba haciendo, sino por cómo lo estaba haciendo, con una intensidad que le decía que no había nada más que él quisiera en ese momento.


—Eres hermosa —murmuró Félix contra sus labios, y Carmen sintió que el calor subía a sus mejillas, una mezcla de placer y timidez que la dejó sin aliento.


Carmen se permitió sonreír, una sonrisa que Félix selló con otro beso, esta vez más urgente, más necesitado. Con sus manos, Félix comenzó a explorar el cuerpo de Carmen, sus dedos trazando el contorno de su cintura, acariciando sus caderas amplias y redondeadas. Ella sintió cómo sus manos firmes pero suaves la recorrían con una admiración palpable, sin prisa pero con una intención clara.


—Ven conmigo —dijo Félix finalmente, su voz ronca de deseo.


La guió hacia el dormitorio, un espacio íntimo y cálido, donde la luz suave creaba un ambiente casi sagrado. El dormitorio estaba decorado con tonos oscuros y cálidos, con una gran cama en el centro que parecía invitarlos a perderse en ella.


Félix se detuvo junto a la cama y, girándose hacia Carmen, comenzó a desvestirla con una lentitud deliberada, como si estuviera desenvolviendo un regalo que había esperado mucho tiempo para recibir. Primero, deslizó el vestido negro de sus hombros, dejando que cayera al suelo en un suave susurro, revelando la lencería negra que Carmen había elegido esa noche. El contraste del encaje negro contra su piel clara era algo que Félix encontró irresistible. Sus ojos se detuvieron en las tetas de Carmen, grandes y pesadas, sostenidas por el sujetador de encaje que apenas contenía sus generosas curvas. Carmen sintió una punzada de inseguridad, consciente de sus tetas grandes, y pesadas, pero esa inseguridad se desvaneció rápidamente cuando vio la forma en que Félix la miraba, con una mezcla de adoración y deseo que hizo que se sintiera más hermosa que nunca.


Félix se inclinó hacia adelante, besando la piel expuesta de su pecho, justo por encima del borde del sujetador, antes de deslizar las tiras por sus hombros. Carmen jadeó suavemente cuando sintió el encaje deslizarse por sus brazos, y finalmente, cuando Félix la desnudó completamente, sus pechos quedaron expuestos, libres, pesados, sus grandes areolas destacaban contra la plenitud de sus senos. Félix dejó que sus manos se deslizaran por las tetas de Carmen, tomándose su tiempo para explorar cada centímetro de ellos. Sus dedos acariciaron los pezones, sintiendo como se endurecían bajo su mano. Carmen cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación, permitiéndose disfrutar de la manera en que Félix adoraba su cuerpo, sin apresurarse, sin juzgarla, simplemente disfrutando de ella. Después le chupó uno haciendo que a Carmen se le erizara la piel al sentir los labios y la humedad de la lengua disfrutar de sus pezones, cerró los ojos con un suspiro mientras acariciaba el pelo de Félix.


Él bajó las manos por su cuerpo, sus dedos iban trazando el contorno de su barriga, notando las estrías que marcaban su piel, recuerdos de los años y de las transformaciones que su cuerpo había experimentado. Félix se detuvo en ellas, no las evitó; en lugar de eso, las acarició con la lengua con la misma devoción con la que había acariciado sus pechos, haciendo que Carmen se sintiera aceptada de una manera que nunca había experimentado antes. Carmen temblaba ligeramente mientras Félix continuaba bajando, sus dedos ya rozaban la parte superior de sus muslos, donde las estrías también estaban presentes, un testimonio de la vida que había llevado. Y finalmente, sus manos llegaron a la parte más íntima de su cuerpo, a la curva de su entrepierna, donde el vello suave y oscuro crecía libremente. Félix no se detuvo, no vaciló. En lugar de eso, sus dedos quitaron sus bragas y se sumergieron en ese vello, acariciando la piel sensible debajo, explorando el calor y la humedad que ya se habían acumulado.


—Eres perfecta —susurró Félix, y en ese momento, Carmen sintió que todas sus dudas, todas sus inseguridades, se desvanecían.


Félix la besó de nuevo, esta vez con más pasión, más urgencia, como si el hecho de que Carmen se hubiera entregado completamente a él lo hubiera desatado. La guió hacia la cama, donde la hizo recostarse suavemente, sus labios nunca dejaban los de ella. Cuando finalmente se separó, fue solo para desvestirse rápidamente, deslizándose fuera de su ropa con una eficiencia que solo aumentaba la anticipación de lo que vendría.


Carmen lo observó, su respiración agitada, su cuerpo temblando ligeramente por la excitación. Cuando Félix se unió a ella en la cama, su piel desnuda presionada contra la suya, sintió que todo en su interior se encendía. Él comenzó a besarla de nuevo, pero esta vez sus labios se movieron hacia abajo, recorriendo su cuello, sus tetas, sus costillas, hasta llegar a su vientre, donde sus besos se volvieron más suaves, más tiernos. Carmen jadeó cuando sintió la boca de Félix bajar aún más, sus labios acariciaban la piel tensa y marcada de su abdomen antes de llegar a la parte más íntima de su cuerpo. Félix se detuvo un momento, mirándola a los ojos, buscando su aprobación, su consentimiento. Carmen, con el corazón latiendo con fuerza, asintió, y en ese momento, Félix bajó su boca hasta el centro de su placer.


El primer contacto de su lengua contra la piel de Carmen la hizo arquear la espalda, un gemido bajo escapó de sus labios mientras Félix exploraba su coño con una mezcla de ternura y pasión. Sus manos se aferraron a las sábanas mientras él la adoraba con su boca, sus labios y su lengua encontraban cada punto sensible, cada rincón que la hacía temblar de placer. Carmen sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor, dejando solo la sensación del placer que Félix le estaba proporcionando. Su lengua se movía con una habilidad que Carmen no había experimentado antes, encontrando su clítoris y acariciándolo suavemente antes de aumentar la intensidad, haciendo que Carmen soltara gemidos que llenaban la habitación.


Las manos de Félix se deslizaron por sus muslos, sosteniéndola firmemente mientras su boca trabajaba en ella, llevándola cada vez más cerca del orgasmo. Carmen sentía que todo su cuerpo vibraba con la intensidad del placer, cada fibra de su ser centrada en lo que él estaba haciendo, en cómo la hacía sentir. Con un último movimiento de su lengua, Félix la llevó al éxtasis, y Carmen sintió que el orgasmo se apoderaba de ella, arrancando un grito de sus labios mientras su cuerpo se estremecía y se retorcía bajo el asalto de placer que Félix le provocaba. Las olas de placer la recorrieron, una tras otra, dejándola exhausta y satisfecha, pero también hambrienta de más.


Cuando finalmente Félix levantó la cabeza, sus ojos se encontraron con los de Carmen, y en ese momento, sin necesidad de palabras, supieron que esto era solo el comienzo. Había algo más, algo más profundo, más íntimo, que aún tenían que explorar, y los dos lo sabían. Félix se movió sobre ella, sus labios buscaron los de Carmen en un beso que sellaba la conexión que acababan de compartir. Pero Carmen, sintiendo la necesidad de devolver el placer que él le había dado, lo empujó suavemente hacia atrás, haciéndole entender que ahora era su turno. Félix sonrió, cediendo el control, y Carmen se inclinó sobre él, su boca encontró su piel, su cuello, su pecho, mientras sus manos bajaban por su torso, explorando cada músculo, cada línea de su cuerpo. Carmen sintió cómo su propia confianza aumentaba con cada caricia, con cada beso, con cada gemido que lograba arrancar de los labios de Félix. Había algo profundamente satisfactorio en verlo reaccionar a ella, en saber que era capaz de provocarle el mismo deseo, la misma necesidad, que él había provocado en ella.


Cuando sus manos finalmente encontraron la polla de Félix, la acarició suavemente al principio, disfrutando de la sensación de su dureza, de cómo respondía a su mano. Con un movimiento lento y deliberado, comenzó a mover su mano, observando cada reacción de Félix, cada respiración agitada, cada gemido bajo que escapaba de su garganta. Carmen se inclinó hacia adelante, dejando que su boca reemplazara su mano, tomando el miembro de Félix entre sus labios, sintiendo cómo se tensaba bajo sus labios. Sus movimientos fueron lentos al principio, disfrutando de la sensación, del poder que tenía sobre él en ese momento. Pero pronto, la urgencia de Félix se hizo evidente, y Carmen aceleró su ritmo, sintiendo como él comenzaba a perder el control.


Cada gemido, cada susurro de placer que Félix dejaba escapar, solo aumentaba la determinación de Carmen de llevarlo al límite, de darle el mismo placer que él le había dado. Sus movimientos se volvieron más rápidos, más intensos, mientras Félix se retorcía bajo ella, sus manos estaban aferrándose a su pelo, su respiración acelerada, su cuerpo tenso mientras luchaba por contenerse. Pero antes de que Félix pudiera llegar al orgasmo, se detuvo, sus manos encontraron los hombros de Carmen, guiándola hacia él en un movimiento suave pero firme. Carmen lo miró a los ojos, viendo el deseo y la necesidad en ellos, y en ese momento, supo que había llegado el momento de dar el siguiente paso.


Félix la guió de nuevo hacia la cama, acostándola suavemente sobre las sábanas, y cuando se inclinó sobre ella. Sabía lo que venía a continuación, y su cuerpo ya estaba temblando de deseo, listo para lo que él estaba a punto de hacer. Pero justo antes de que Félix se moviera para penetrarla, se detuvo, sus ojos se encontraron con los de Carmen una vez más, buscando su aprobación, su consentimiento. Carmen, con el corazón latiendo con fuerza, asintió, dándole la respuesta que él necesitaba. Félix se inclinó hacia adelante, su polla estaba rozando la entrada de su coño, y Carmen contuvo la respiración, esperando, deseando, pero también sabiendo que estaba a punto de cruzar un umbral del que no habría vuelta atrás.


Con un movimiento suave pero firme, Félix comenzó a penetrar a Carmen. El calor y la firmeza de su polla al abrirse camino dentro de ella hicieron que Carmen soltara un gemido bajo, un sonido que era una mezcla de placer y alivio. Sentirlo dentro de ella, llenándola completamente, era algo que había anhelado de una manera que ni siquiera había comprendido hasta ese momento. Félix se detuvo un momento, permitiendo que Carmen se acostumbrara a la sensación, antes de comenzar a moverse lentamente, sus embestidas eran suaves al principio, aumentando gradualmente en intensidad. Carmen cerró los ojos, concentrándose en cada movimiento, en la manera en que su cuerpo respondía al de él, en cómo cada embestida la llevaba un poco más cerca de la liberación que tanto deseaba. A medida que Félix continuaba moviéndose dentro de ella, se inclinó hacia adelante, y su boca encontró uno de los grandes pezones de Carmen, que se había endurecido con el placer. Félix los chupó con una mezcla de deseo y ansia, como si no pudiera tener suficiente de su sabor, de su textura. Su lengua rodeaba las grandes areolas de Carmen, succionando con fuerza, arrancándole gemidos de placer que llenaban la habitación.


—Oh, Félix… —jadeó Carmen, su cuerpo arqueándose bajo el suyo mientras sentía cómo el placer se intensificaba con cada movimiento de su boca, con cada embestida de su cadera.


Félix continuó succionando sus pezones, alternando entre ellos mientras su cuerpo se movía sobre el de Carmen con un ritmo constante y profundo. Sus manos se deslizaron por los costados de su cuerpo, aferrándose a sus caderas con fuerza mientras aumentaba el ritmo, sus embestidas volviéndose más rápidas, más urgentes. Carmen sentía que el placer la estaba consumiendo por completo, cada fibra de su ser centrada en el hombre que la estaba llevando al límite. Pero, a pesar del placer que Félix le estaba proporcionando, Carmen sintió una creciente necesidad de tomar el control, de ser ella quien lo llevara al borde.


—Déjame subir encima —murmuró Carmen, con la voz entrecortada por el deseo.


Félix se detuvo inmediatamente, sudaba y su respiración estaba agitada mientras la miraba con deleite. Con un movimiento fluido, se retiró de ella y se dejó caer hacia atrás en la cama, permitiendo que Carmen se moviera sobre él. Carmen, con el corazón latiendo con fuerza, se colocó a horcajadas sobre Félix, sintiendo cómo su polla dura presionaba contra su mojado coño. Lentamente, guiada por la necesidad de controlar el ritmo, comenzó a descender sobre él, tomando todo su grosor en su interior. La sensación de llenarse completamente de nuevo hizo que Carmen soltara un gemido bajo, un sonido que se mezcló con el suspiro de satisfacción de Félix. Carmen comenzó a moverse sobre él, al principio lentamente, disfrutando de la sensación de poder sobre su propio placer. Sus manos se apoyaron en el pecho de Félix mientras ella marcaba el ritmo, moviéndose arriba y abajo, sintiendo cómo cada movimiento los llevaba a ambos más cerca del clímax. Félix, con las manos aferradas a las caderas de Carmen, se dejó llevar por la sensación de tenerla encima, su mirada fija en la de ella, observando cómo sus tetas se balanceaban con cada movimiento, cómo su rostro reflejaba la mezcla de placer y poder que estaba sintiendo. Carmen, cada vez más segura de sí misma, aumentó la velocidad, sintiendo cómo el placer se acumulaba dentro de ella, construyéndose con cada movimiento de sus caderas.


Los gemidos de Félix se mezclaban con los de Carmen, el sonido del placer compartido llenando la habitación mientras ambos se perdían en el momento. La sensación de estar encima de él, de ser ella quien dictaba el ritmo, la hacía sentirse más viva, más deseada, más poderosa que nunca. Pero, a medida que el clímax se acercaba, Carmen sintió que necesitaba más, algo más profundo, más intenso. Sin detenerse, Carmen se inclinó hacia adelante, sus labios buscaron los de Félix en un beso urgente, casi desesperado. Sus cuerpos se movían al unísono, el ritmo frenético de sus caderas llevándolos cada vez más cerca del borde. Carmen sintió cómo su cuerpo comenzaba a tensarse, la presión dentro de ella aumentando con cada embestida, cada movimiento de sus caderas. Finalmente Carmen con un grito gutural sé corrió con el orgasmo más intenso que hubiera experimentado antes. Félix quería más.


—Carmen, quiero… —jadeó Felix, su voz estaba entrecortada por el placer— quiero que me dejes… por detrás.


Carmen que ya estaba extasiada, abrió los ojos con sorpresa y deleite, nunca lo había hecho por ahí y era algo que la intrigaba. Lo miró con una mezcla de timidez y decisión, su deseo estaba claramente reflejado en sus ojos. Sin decir una palabra, Carmen asintió, entendiendo lo que él quería, lo que necesitaba. Carmen se movió con cuidado, levantándose de él mientras sentía cómo su cuerpo temblaba con la anticipación de lo que estaba a punto de suceder. Félix se sentó rápidamente, alcanzando el cajón de su mesilla de noche y sacando un preservativo. Con movimientos rápidos y precisos, lo colocó sobre su polla, preparándose para lo que sabía sería un momento aún más intenso. Mientras tanto, Carmen se colocó a cuatro patas, apoyando sus manos y rodillas sobre la cama, su respiración era agitada, y su cuerpo temblando ligeramente con la mezcla de excitación y nerviosismo. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era algo que nunca había experimentado antes, algo que requería confianza y entrega total. Pero, con Félix, se sentía lista para explorar esa parte de sí misma, para entregarse completamente a la experiencia.


Félix se arrodilló detrás de Carmen, colocando sus manos firmemente sobre su culazo abriéndola completamente, su ojete marrón y rugoso apareció delante de él coronando su fabuloso coño gordo y peludo que acababa de penetrar. Ella sintió cómo su polla, ahora cubierta por el preservativo, rozaba la entrada de su vagina antes de que él la deslizara hacia arriba, colocándose en la posición correcta. Pero Félix no tenía prisa. Sabía que necesitaba prepararla adecuadamente para lo que estaba por venir. Con una mano, alcanzó el lubricante que había preparado en la mesilla, aplicando una cantidad generosa sobre sus dedos. Carmen sintió el frío del lubricante contra su piel mientras Félix comenzaba a lubricarla, sus dedos masajeaban suavemente el área sensible de su agujero introduciéndolos lentamente mientras aplicaba más lubricante, asegurándose de que ella estuviera completamente relajada y lista. Carmen jadeó mientras sentía cómo los dedos de Félix la invadían, una sensación que era una mezcla de placer y algo más, algo desconocido pero emocionante. Sus músculos se relajaron bajo los movimientos experto de Félix, permitiéndole explorar cada rincón de su cuerpo, preparándola para lo que estaba por venir.


Finalmente, cuando Félix sintió que Carmen estaba lista, retiró sus dedos y se inclinó hacia adelante una vez más, sus labios besaron la piel suave de su espalda mientras se preparaba para penetrarla. Carmen, con el cuerpo temblando por la novedad, respiró profundamente, permitiendo que Félix la guiara en el siguiente paso. Con un movimiento lento y deliberado, Félix comenzó a penetrar a Carmen por el culo, su polla iba deslizándose poco a poco y suavemente en su interior mientras Carmen dejaba escapar un gemido bajo, una mezcla de placer y dolor. Sintió cómo Félix se detenía un momento, permitiendo que su cuerpo se acostumbrara a la nueva sensación, antes de comenzar a moverse lentamente, con cada embestida un poco más profunda que la anterior. Carmen sintió que su cuerpo se tensaba, cada músculo vibrando con la intensidad de la experiencia. El placer mezclado con la incomodidad inicial rápidamente se transformó en una sensación más profunda, más intensa, mientras Félix la penetraba con movimientos lentos y firmes, su respiración estaba acelerada, y sus manos aferradas fuertemente a las caderas de Carmen.


Félix continuó moviéndose dentro de ella, sus embestidas aumentando en ritmo y profundidad mientras ambos se perdían en el momento, cada uno completamente centrado en el placer que estaban compartiendo. Carmen sentía que su cuerpo se estaba desintegrando, cada fibra de su ser centrada en la sensación de estar completamente llena, de estar siendo llevada al límite de lo que podía soportar. Ella comenzó a masajear su hinchado clítoris a la vez que era penetrada por el culo para aumentar su placer. Los gemidos de Carmen se volvieron más altos, más urgentes, mientras Félix continuaba moviéndose, las manos de él se aferraron con fuerza a sus caderas viendo como su polla entraba y salía del ojete de Carmen. Carmen sintió cómo el placer se acumulaba dentro de ella, la presión aumentando con cada embestida que hacían moverse sus grandes tetas, hasta que finalmente, sintió que todo su cuerpo se tensaba, el orgasmo iba apoderándose de ella de una manera que nunca antes había experimentado con su ano.


Con un grito de puro placer, Carmen se dejó llevar por el orgasmo, su cuerpo iba sacudiéndose violentamente mientras las olas de placer la atravesaban una y otra vez. Félix la siguió poco después, su propio orgasmo iba llegando con una intensidad que lo dejó sin aliento, su cuerpo temblaba mientras se corría dentro de ella. Ambos quedaron inmóviles por un momento, sus cuerpos aún temblaban con las secuelas del placer compartido. Félix, con un suspiro de satisfacción, se retiró lentamente de Carmen, su respiración aún era agitada mientras se dejaba caer a su lado en la cama. Carmen se dejó caer sobre las sábanas, su cuerpo agotado y sudoroso pero completamente satisfecho. Sintió cómo Félix se acercaba a ella, sus brazos la rodearon suavemente mientras ambos se acomodaban en la cama, disfrutando del calor y la intimidad que habían creado.


En el silencio que siguió, Carmen se permitió reflexionar sobre lo que acababa de suceder, sobre la manera en que Félix había hecho que se sintiera viva, deseada, y completamente en control de su propio placer. Sabía que algo dentro de ella había cambiado para siempre, algo que no podía deshacerse ni olvidar. Mientras Félix la abrazaba, y sus cuerpos aún entrelazados, Carmen supo que este momento quedaría grabado en su memoria como uno de los más poderosos y transformadores de su vida. Había cruzado una línea, se había permitido sentir y experimentar de una manera que nunca antes había imaginado. Y aunque no sabía lo que el futuro le depararía, en ese momento, se sintió completamente en paz con quien era, y con lo que había descubierto sobre sí misma. Y con ese pensamiento, mientras la respiración de Félix se volvía más lenta y regular a su lado, Carmen cerró los ojos, dejando que la satisfacción y la paz la envolvieran, sabiendo que, al menos por esta noche, había encontrado algo más profundo y verdadero de lo que jamás había esperado.

Continuará…
Jooderrrr 🤤
 
Maravillosa descripción del encuentro entre Carmen y Félix. Las sensaciones de los amantes han quedado magistralmente plasmadas.
Enhorabuena.
 
La puerta se cerró con un suave clic detrás de ellos, aislándolos del resto del mundo. Carmen sintió cómo el aire dentro de la casa de Félix se cargaba de una intimidad que la envolvía, una calidez que contrastaba con la fría noche de diciembre que habían dejado atrás. Sus sentidos estaban alertas, cada pequeño detalle se registraba en su mente con una nitidez que la sorprendía: el leve crujido del piso bajo sus pies, el aroma de los muebles que flotaba en el aire, y el sonido lejano de música suave que provenía de algún rincón de la casa. Félix se movía con una seguridad que solo aumentaba la tensión en Carmen. No había prisa en sus movimientos, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y eso hacía que su presencia se sintiera aún más apabullante. La tomó de la mano con una suavidad inesperada, guiándola a través de la entrada hacia una sala de estar decorada con un gusto elegante pero acogedor. Una luz tenue iluminaba el espacio, creando sombras suaves que daban al lugar una atmósfera casi onírica.


—¿Te gustaría algo de beber? —preguntó Félix, con voz baja y cercana, como si el mero hecho de alzarla pudiera romper el hechizo que se había formado entre ellos.


Carmen negó con la cabeza, sin confiar en su voz en ese momento. Sentía que cualquier palabra podría traicionar el torbellino de emociones que la atravesaba. Miedo, deseo… todo se mezclaba dentro de ella, haciendo que el corazón le latiera con fuerza. Félix, entendiendo su silencio, no insistió. En su lugar, se acercó lentamente a ella, acortando la distancia que los separaba. Carmen pudo sentir el calor de su cuerpo, la promesa de lo que estaba por venir, y cuando él alzó una mano para acariciar su mejilla, un temblor involuntario recorrió su cuerpo. Fue una caricia suave, casi reverente, que hizo que Carmen cerrara los ojos, permitiéndose sentir completamente ese momento.


El primer beso fue suave, una presión ligera de sus labios contra los de ella, como una pregunta silenciosa que Carmen respondió inclinándose hacia él. A medida que el beso se intensificaba, sintió cómo su mundo se reducía a ese contacto, a la manera en que los labios de Félix parecían derretir años de represión y soledad en su interior. Fue un beso que despertó algo profundo en ella, una pasión que había estado latente durante demasiado tiempo, esperando el momento adecuado para explotar.


Félix la envolvió en sus brazos, acercándola más a él, y Carmen pudo sentir la firmeza de su cuerpo contra el suyo. Su propio cuerpo, grande y voluptuoso, se apretó contra el de él, y en lugar de la inseguridad que normalmente la embargaba, solo sintió una necesidad ardiente. Se sintió deseada, no solo por lo que Félix estaba haciendo, sino por cómo lo estaba haciendo, con una intensidad que le decía que no había nada más que él quisiera en ese momento.


—Eres hermosa —murmuró Félix contra sus labios, y Carmen sintió que el calor subía a sus mejillas, una mezcla de placer y timidez que la dejó sin aliento.


Carmen se permitió sonreír, una sonrisa que Félix selló con otro beso, esta vez más urgente, más necesitado. Con sus manos, Félix comenzó a explorar el cuerpo de Carmen, sus dedos trazando el contorno de su cintura, acariciando sus caderas amplias y redondeadas. Ella sintió cómo sus manos firmes pero suaves la recorrían con una admiración palpable, sin prisa pero con una intención clara.


—Ven conmigo —dijo Félix finalmente, su voz ronca de deseo.


La guió hacia el dormitorio, un espacio íntimo y cálido, donde la luz suave creaba un ambiente casi sagrado. El dormitorio estaba decorado con tonos oscuros y cálidos, con una gran cama en el centro que parecía invitarlos a perderse en ella.


Félix se detuvo junto a la cama y, girándose hacia Carmen, comenzó a desvestirla con una lentitud deliberada, como si estuviera desenvolviendo un regalo que había esperado mucho tiempo para recibir. Primero, deslizó el vestido negro de sus hombros, dejando que cayera al suelo en un suave susurro, revelando la lencería negra que Carmen había elegido esa noche. El contraste del encaje negro contra su piel clara era algo que Félix encontró irresistible. Sus ojos se detuvieron en las tetas de Carmen, grandes y pesadas, sostenidas por el sujetador de encaje que apenas contenía sus generosas curvas. Carmen sintió una punzada de inseguridad, consciente de sus tetas grandes, y pesadas, pero esa inseguridad se desvaneció rápidamente cuando vio la forma en que Félix la miraba, con una mezcla de adoración y deseo que hizo que se sintiera más hermosa que nunca.


Félix se inclinó hacia adelante, besando la piel expuesta de su pecho, justo por encima del borde del sujetador, antes de deslizar las tiras por sus hombros. Carmen jadeó suavemente cuando sintió el encaje deslizarse por sus brazos, y finalmente, cuando Félix la desnudó completamente, sus pechos quedaron expuestos, libres, pesados, sus grandes areolas destacaban contra la plenitud de sus senos. Félix dejó que sus manos se deslizaran por las tetas de Carmen, tomándose su tiempo para explorar cada centímetro de ellos. Sus dedos acariciaron los pezones, sintiendo como se endurecían bajo su mano. Carmen cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación, permitiéndose disfrutar de la manera en que Félix adoraba su cuerpo, sin apresurarse, sin juzgarla, simplemente disfrutando de ella. Después le chupó uno haciendo que a Carmen se le erizara la piel al sentir los labios y la humedad de la lengua disfrutar de sus pezones, cerró los ojos con un suspiro mientras acariciaba el pelo de Félix.


Él bajó las manos por su cuerpo, sus dedos iban trazando el contorno de su barriga, notando las estrías que marcaban su piel, recuerdos de los años y de las transformaciones que su cuerpo había experimentado. Félix se detuvo en ellas, no las evitó; en lugar de eso, las acarició con la lengua con la misma devoción con la que había acariciado sus pechos, haciendo que Carmen se sintiera aceptada de una manera que nunca había experimentado antes. Carmen temblaba ligeramente mientras Félix continuaba bajando, sus dedos ya rozaban la parte superior de sus muslos, donde las estrías también estaban presentes, un testimonio de la vida que había llevado. Y finalmente, sus manos llegaron a la parte más íntima de su cuerpo, a la curva de su entrepierna, donde el vello suave y oscuro crecía libremente. Félix no se detuvo, no vaciló. En lugar de eso, sus dedos quitaron sus bragas y se sumergieron en ese vello, acariciando la piel sensible debajo, explorando el calor y la humedad que ya se habían acumulado.


—Eres perfecta —susurró Félix, y en ese momento, Carmen sintió que todas sus dudas, todas sus inseguridades, se desvanecían.


Félix la besó de nuevo, esta vez con más pasión, más urgencia, como si el hecho de que Carmen se hubiera entregado completamente a él lo hubiera desatado. La guió hacia la cama, donde la hizo recostarse suavemente, sus labios nunca dejaban los de ella. Cuando finalmente se separó, fue solo para desvestirse rápidamente, deslizándose fuera de su ropa con una eficiencia que solo aumentaba la anticipación de lo que vendría.


Carmen lo observó, su respiración agitada, su cuerpo temblando ligeramente por la excitación. Cuando Félix se unió a ella en la cama, su piel desnuda presionada contra la suya, sintió que todo en su interior se encendía. Él comenzó a besarla de nuevo, pero esta vez sus labios se movieron hacia abajo, recorriendo su cuello, sus tetas, sus costillas, hasta llegar a su vientre, donde sus besos se volvieron más suaves, más tiernos. Carmen jadeó cuando sintió la boca de Félix bajar aún más, sus labios acariciaban la piel tensa y marcada de su abdomen antes de llegar a la parte más íntima de su cuerpo. Félix se detuvo un momento, mirándola a los ojos, buscando su aprobación, su consentimiento. Carmen, con el corazón latiendo con fuerza, asintió, y en ese momento, Félix bajó su boca hasta el centro de su placer.


El primer contacto de su lengua contra la piel de Carmen la hizo arquear la espalda, un gemido bajo escapó de sus labios mientras Félix exploraba su coño con una mezcla de ternura y pasión. Sus manos se aferraron a las sábanas mientras él la adoraba con su boca, sus labios y su lengua encontraban cada punto sensible, cada rincón que la hacía temblar de placer. Carmen sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor, dejando solo la sensación del placer que Félix le estaba proporcionando. Su lengua se movía con una habilidad que Carmen no había experimentado antes, encontrando su clítoris y acariciándolo suavemente antes de aumentar la intensidad, haciendo que Carmen soltara gemidos que llenaban la habitación.


Las manos de Félix se deslizaron por sus muslos, sosteniéndola firmemente mientras su boca trabajaba en ella, llevándola cada vez más cerca del orgasmo. Carmen sentía que todo su cuerpo vibraba con la intensidad del placer, cada fibra de su ser centrada en lo que él estaba haciendo, en cómo la hacía sentir. Con un último movimiento de su lengua, Félix la llevó al éxtasis, y Carmen sintió que el orgasmo se apoderaba de ella, arrancando un grito de sus labios mientras su cuerpo se estremecía y se retorcía bajo el asalto de placer que Félix le provocaba. Las olas de placer la recorrieron, una tras otra, dejándola exhausta y satisfecha, pero también hambrienta de más.


Cuando finalmente Félix levantó la cabeza, sus ojos se encontraron con los de Carmen, y en ese momento, sin necesidad de palabras, supieron que esto era solo el comienzo. Había algo más, algo más profundo, más íntimo, que aún tenían que explorar, y los dos lo sabían. Félix se movió sobre ella, sus labios buscaron los de Carmen en un beso que sellaba la conexión que acababan de compartir. Pero Carmen, sintiendo la necesidad de devolver el placer que él le había dado, lo empujó suavemente hacia atrás, haciéndole entender que ahora era su turno. Félix sonrió, cediendo el control, y Carmen se inclinó sobre él, su boca encontró su piel, su cuello, su pecho, mientras sus manos bajaban por su torso, explorando cada músculo, cada línea de su cuerpo. Carmen sintió cómo su propia confianza aumentaba con cada caricia, con cada beso, con cada gemido que lograba arrancar de los labios de Félix. Había algo profundamente satisfactorio en verlo reaccionar a ella, en saber que era capaz de provocarle el mismo deseo, la misma necesidad, que él había provocado en ella.


Cuando sus manos finalmente encontraron la polla de Félix, la acarició suavemente al principio, disfrutando de la sensación de su dureza, de cómo respondía a su mano. Con un movimiento lento y deliberado, comenzó a mover su mano, observando cada reacción de Félix, cada respiración agitada, cada gemido bajo que escapaba de su garganta. Carmen se inclinó hacia adelante, dejando que su boca reemplazara su mano, tomando el miembro de Félix entre sus labios, sintiendo cómo se tensaba bajo sus labios. Sus movimientos fueron lentos al principio, disfrutando de la sensación, del poder que tenía sobre él en ese momento. Pero pronto, la urgencia de Félix se hizo evidente, y Carmen aceleró su ritmo, sintiendo como él comenzaba a perder el control.


Cada gemido, cada susurro de placer que Félix dejaba escapar, solo aumentaba la determinación de Carmen de llevarlo al límite, de darle el mismo placer que él le había dado. Sus movimientos se volvieron más rápidos, más intensos, mientras Félix se retorcía bajo ella, sus manos estaban aferrándose a su pelo, su respiración acelerada, su cuerpo tenso mientras luchaba por contenerse. Pero antes de que Félix pudiera llegar al orgasmo, se detuvo, sus manos encontraron los hombros de Carmen, guiándola hacia él en un movimiento suave pero firme. Carmen lo miró a los ojos, viendo el deseo y la necesidad en ellos, y en ese momento, supo que había llegado el momento de dar el siguiente paso.


Félix la guió de nuevo hacia la cama, acostándola suavemente sobre las sábanas, y cuando se inclinó sobre ella. Sabía lo que venía a continuación, y su cuerpo ya estaba temblando de deseo, listo para lo que él estaba a punto de hacer. Pero justo antes de que Félix se moviera para penetrarla, se detuvo, sus ojos se encontraron con los de Carmen una vez más, buscando su aprobación, su consentimiento. Carmen, con el corazón latiendo con fuerza, asintió, dándole la respuesta que él necesitaba. Félix se inclinó hacia adelante, su polla estaba rozando la entrada de su coño, y Carmen contuvo la respiración, esperando, deseando, pero también sabiendo que estaba a punto de cruzar un umbral del que no habría vuelta atrás.


Con un movimiento suave pero firme, Félix comenzó a penetrar a Carmen. El calor y la firmeza de su polla al abrirse camino dentro de ella hicieron que Carmen soltara un gemido bajo, un sonido que era una mezcla de placer y alivio. Sentirlo dentro de ella, llenándola completamente, era algo que había anhelado de una manera que ni siquiera había comprendido hasta ese momento. Félix se detuvo un momento, permitiendo que Carmen se acostumbrara a la sensación, antes de comenzar a moverse lentamente, sus embestidas eran suaves al principio, aumentando gradualmente en intensidad. Carmen cerró los ojos, concentrándose en cada movimiento, en la manera en que su cuerpo respondía al de él, en cómo cada embestida la llevaba un poco más cerca de la liberación que tanto deseaba. A medida que Félix continuaba moviéndose dentro de ella, se inclinó hacia adelante, y su boca encontró uno de los grandes pezones de Carmen, que se había endurecido con el placer. Félix los chupó con una mezcla de deseo y ansia, como si no pudiera tener suficiente de su sabor, de su textura. Su lengua rodeaba las grandes areolas de Carmen, succionando con fuerza, arrancándole gemidos de placer que llenaban la habitación.


—Oh, Félix… —jadeó Carmen, su cuerpo arqueándose bajo el suyo mientras sentía cómo el placer se intensificaba con cada movimiento de su boca, con cada embestida de su cadera.


Félix continuó succionando sus pezones, alternando entre ellos mientras su cuerpo se movía sobre el de Carmen con un ritmo constante y profundo. Sus manos se deslizaron por los costados de su cuerpo, aferrándose a sus caderas con fuerza mientras aumentaba el ritmo, sus embestidas volviéndose más rápidas, más urgentes. Carmen sentía que el placer la estaba consumiendo por completo, cada fibra de su ser centrada en el hombre que la estaba llevando al límite. Pero, a pesar del placer que Félix le estaba proporcionando, Carmen sintió una creciente necesidad de tomar el control, de ser ella quien lo llevara al borde.


—Déjame subir encima —murmuró Carmen, con la voz entrecortada por el deseo.


Félix se detuvo inmediatamente, sudaba y su respiración estaba agitada mientras la miraba con deleite. Con un movimiento fluido, se retiró de ella y se dejó caer hacia atrás en la cama, permitiendo que Carmen se moviera sobre él. Carmen, con el corazón latiendo con fuerza, se colocó a horcajadas sobre Félix, sintiendo cómo su polla dura presionaba contra su mojado coño. Lentamente, guiada por la necesidad de controlar el ritmo, comenzó a descender sobre él, tomando todo su grosor en su interior. La sensación de llenarse completamente de nuevo hizo que Carmen soltara un gemido bajo, un sonido que se mezcló con el suspiro de satisfacción de Félix. Carmen comenzó a moverse sobre él, al principio lentamente, disfrutando de la sensación de poder sobre su propio placer. Sus manos se apoyaron en el pecho de Félix mientras ella marcaba el ritmo, moviéndose arriba y abajo, sintiendo cómo cada movimiento los llevaba a ambos más cerca del clímax. Félix, con las manos aferradas a las caderas de Carmen, se dejó llevar por la sensación de tenerla encima, su mirada fija en la de ella, observando cómo sus tetas se balanceaban con cada movimiento, cómo su rostro reflejaba la mezcla de placer y poder que estaba sintiendo. Carmen, cada vez más segura de sí misma, aumentó la velocidad, sintiendo cómo el placer se acumulaba dentro de ella, construyéndose con cada movimiento de sus caderas.


Los gemidos de Félix se mezclaban con los de Carmen, el sonido del placer compartido llenando la habitación mientras ambos se perdían en el momento. La sensación de estar encima de él, de ser ella quien dictaba el ritmo, la hacía sentirse más viva, más deseada, más poderosa que nunca. Pero, a medida que el clímax se acercaba, Carmen sintió que necesitaba más, algo más profundo, más intenso. Sin detenerse, Carmen se inclinó hacia adelante, sus labios buscaron los de Félix en un beso urgente, casi desesperado. Sus cuerpos se movían al unísono, el ritmo frenético de sus caderas llevándolos cada vez más cerca del borde. Carmen sintió cómo su cuerpo comenzaba a tensarse, la presión dentro de ella aumentando con cada embestida, cada movimiento de sus caderas. Finalmente Carmen con un grito gutural sé corrió con el orgasmo más intenso que hubiera experimentado antes. Félix quería más.


—Carmen, quiero… —jadeó Felix, su voz estaba entrecortada por el placer— quiero que me dejes… por detrás.


Carmen que ya estaba extasiada, abrió los ojos con sorpresa y deleite, nunca lo había hecho por ahí y era algo que la intrigaba. Lo miró con una mezcla de timidez y decisión, su deseo estaba claramente reflejado en sus ojos. Sin decir una palabra, Carmen asintió, entendiendo lo que él quería, lo que necesitaba. Carmen se movió con cuidado, levantándose de él mientras sentía cómo su cuerpo temblaba con la anticipación de lo que estaba a punto de suceder. Félix se sentó rápidamente, alcanzando el cajón de su mesilla de noche y sacando un preservativo. Con movimientos rápidos y precisos, lo colocó sobre su polla, preparándose para lo que sabía sería un momento aún más intenso. Mientras tanto, Carmen se colocó a cuatro patas, apoyando sus manos y rodillas sobre la cama, su respiración era agitada, y su cuerpo temblando ligeramente con la mezcla de excitación y nerviosismo. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era algo que nunca había experimentado antes, algo que requería confianza y entrega total. Pero, con Félix, se sentía lista para explorar esa parte de sí misma, para entregarse completamente a la experiencia.


Félix se arrodilló detrás de Carmen, colocando sus manos firmemente sobre su culazo abriéndola completamente, su ojete marrón y rugoso apareció delante de él coronando su fabuloso coño gordo y peludo que acababa de penetrar. Ella sintió cómo su polla, ahora cubierta por el preservativo, rozaba la entrada de su vagina antes de que él la deslizara hacia arriba, colocándose en la posición correcta. Pero Félix no tenía prisa. Sabía que necesitaba prepararla adecuadamente para lo que estaba por venir. Con una mano, alcanzó el lubricante que había preparado en la mesilla, aplicando una cantidad generosa sobre sus dedos. Carmen sintió el frío del lubricante contra su piel mientras Félix comenzaba a lubricarla, sus dedos masajeaban suavemente el área sensible de su agujero introduciéndolos lentamente mientras aplicaba más lubricante, asegurándose de que ella estuviera completamente relajada y lista. Carmen jadeó mientras sentía cómo los dedos de Félix la invadían, una sensación que era una mezcla de placer y algo más, algo desconocido pero emocionante. Sus músculos se relajaron bajo los movimientos experto de Félix, permitiéndole explorar cada rincón de su cuerpo, preparándola para lo que estaba por venir.


Finalmente, cuando Félix sintió que Carmen estaba lista, retiró sus dedos y se inclinó hacia adelante una vez más, sus labios besaron la piel suave de su espalda mientras se preparaba para penetrarla. Carmen, con el cuerpo temblando por la novedad, respiró profundamente, permitiendo que Félix la guiara en el siguiente paso. Con un movimiento lento y deliberado, Félix comenzó a penetrar a Carmen por el culo, su polla iba deslizándose poco a poco y suavemente en su interior mientras Carmen dejaba escapar un gemido bajo, una mezcla de placer y dolor. Sintió cómo Félix se detenía un momento, permitiendo que su cuerpo se acostumbrara a la nueva sensación, antes de comenzar a moverse lentamente, con cada embestida un poco más profunda que la anterior. Carmen sintió que su cuerpo se tensaba, cada músculo vibrando con la intensidad de la experiencia. El placer mezclado con la incomodidad inicial rápidamente se transformó en una sensación más profunda, más intensa, mientras Félix la penetraba con movimientos lentos y firmes, su respiración estaba acelerada, y sus manos aferradas fuertemente a las caderas de Carmen.


Félix continuó moviéndose dentro de ella, sus embestidas aumentando en ritmo y profundidad mientras ambos se perdían en el momento, cada uno completamente centrado en el placer que estaban compartiendo. Carmen sentía que su cuerpo se estaba desintegrando, cada fibra de su ser centrada en la sensación de estar completamente llena, de estar siendo llevada al límite de lo que podía soportar. Ella comenzó a masajear su hinchado clítoris a la vez que era penetrada por el culo para aumentar su placer. Los gemidos de Carmen se volvieron más altos, más urgentes, mientras Félix continuaba moviéndose, las manos de él se aferraron con fuerza a sus caderas viendo como su polla entraba y salía del ojete de Carmen. Carmen sintió cómo el placer se acumulaba dentro de ella, la presión aumentando con cada embestida que hacían moverse sus grandes tetas, hasta que finalmente, sintió que todo su cuerpo se tensaba, el orgasmo iba apoderándose de ella de una manera que nunca antes había experimentado con su ano.


Con un grito de puro placer, Carmen se dejó llevar por el orgasmo, su cuerpo iba sacudiéndose violentamente mientras las olas de placer la atravesaban una y otra vez. Félix la siguió poco después, su propio orgasmo iba llegando con una intensidad que lo dejó sin aliento, su cuerpo temblaba mientras se corría dentro de ella. Ambos quedaron inmóviles por un momento, sus cuerpos aún temblaban con las secuelas del placer compartido. Félix, con un suspiro de satisfacción, se retiró lentamente de Carmen, su respiración aún era agitada mientras se dejaba caer a su lado en la cama. Carmen se dejó caer sobre las sábanas, su cuerpo agotado y sudoroso pero completamente satisfecho. Sintió cómo Félix se acercaba a ella, sus brazos la rodearon suavemente mientras ambos se acomodaban en la cama, disfrutando del calor y la intimidad que habían creado.


En el silencio que siguió, Carmen se permitió reflexionar sobre lo que acababa de suceder, sobre la manera en que Félix había hecho que se sintiera viva, deseada, y completamente en control de su propio placer. Sabía que algo dentro de ella había cambiado para siempre, algo que no podía deshacerse ni olvidar. Mientras Félix la abrazaba, y sus cuerpos aún entrelazados, Carmen supo que este momento quedaría grabado en su memoria como uno de los más poderosos y transformadores de su vida. Había cruzado una línea, se había permitido sentir y experimentar de una manera que nunca antes había imaginado. Y aunque no sabía lo que el futuro le depararía, en ese momento, se sintió completamente en paz con quien era, y con lo que había descubierto sobre sí misma. Y con ese pensamiento, mientras la respiración de Félix se volvía más lenta y regular a su lado, Carmen cerró los ojos, dejando que la satisfacción y la paz la envolvieran, sabiendo que, al menos por esta noche, había encontrado algo más profundo y verdadero de lo que jamás había esperado.

Continuará…
Increible 🤤
 
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