Chocolate

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Invitado
Chocolate



La risas no paraban. Hacía tiempo que no se veían, pero daba igual. Se llevaban tan bien los cuatro que enseguida conectaban y empezaban las bromas de todo tipo. Corría el alcohol a raudales, desinhibiendo y divirtiendo a partes iguales. Una copa de vino seguía a la otra. Empezó Lola con un comentario sexual sobre su marido Jose. Después contraatacó Lourdes ensalzando las virtudes sexuales de Roberto, exagerándolas. Y ellos comenzaron a hablar de la importancia de la ropa interior femenina y de la depilación. Las conversaciones se entremezclaban, y las risas no hacían sino subir de volumen, y los comentarios, de tono. La cena había sido magnífica gracias a la buen labor de Jose. Las fajitas le habían salido magníficas. Después de comer habían salido a la terraza para fumar, pero llegó el momento del postre. Jose se fue a la cocina a prepararlo y Lourdes aprovechó para excusarse e ir al baño. Cuando terminó, se dirigió a la cocina en lugar de la terraza.

-¿Puedo ayudarte?-Le dijo a Jose a sus espaldas, mientras él preparaba y adornaba las bolas de helado con chocolate fundido.

-No, gracias, está todo bajo control. O, al menos, eso creo. -dijo riéndose.

-Déjame que te eche una mano. Entre dos es más divertido -dijo Lourdes, ahora totalmente pegada detrás. Jose notó sus pechos en su espalda, y notaba su barbilla apoyada ahora en su hombro.

-Uy, eso que estás preparando tiene muy buena pinta. Me encanta el chocolate caliente derretido. ¿Lo has probado alguna vez a comerlo directamente de la piel? Por supuesto, no muy caliente (risas). Lo divertido es intentar que no quede ningún rastro. Y te aseguro que no es fácil. Hay que chupar y lamer con fuerza. Y usar mucha saliva. Comido así está el doble de bueno. -Dijo Lourdes, muy pegada a su oreja.

Desde la cocina se oían las risas de Roberto y Lola. Evidentemente, se lo estaban pasando bien. Se tranquilizó. Estaban solos. “Si quiere jugar, juguemos”. Jose entonces soltó la jarrita con el chocolate y se puso detrás de Lourdes.

-Venga, si quieres ayudarme, perfecto. Baña las bolas de vainilla con el chocolate, pero como si estuvieras pintando. No las ahogues. Así. Muy bien. Despacito, como todo lo que se hace bien.

Jose se pegó ahora a la espalda de ella y le cogió la mano derecha con delicadeza. Las dos manos vertieron el chocolate encima de una bola a la vez que Jose apretaba su miembro contra el culo de ella, acomodándolo entre los glúteos. Entonces Lourdes movió casi imperceptiblemente sus nalgas, haciendo que se acoplaran todavía más. Ahora era él el que apoyaba su barbilla en el hombro de ella, haciendo que su aliento cálido se estrellara en el cuello y el oído de Lourdes, haciéndole acelerar la respiración. El chocolate colmaba ya el plato, y empezó a derramarse en la encimera. Entonces ella recogió un poco con el dedo índice y lo chupó ligeramente.

-Está bueno. Pruébalo. Recuerda: no dejes nada. -Dijo Lourdes espaciando las palabras.

Lourdes le acercó el dedo a la boca y Jose lo chupó primero suavemente, y después usando su lengua. Ella sacaba y metía el dedo, y las dos respiraciones se hicieron densas, profundas, intensas. Entonces Jose agarró el culo de Lourdes y ella le apartó las manos suavemente. Estaban a centímetros de tocar sus caras, y ella se metió el dedo en su boca mirándolo fijamente y dijo:

-Lo has hecho muy bien. Ni rastro de chocolate. Has captado el truco. Vámonos a la mesa. El helado se está derritiendo.

Ella cogió dos platos y se fue a la terraza. Jose necesitó un minuto para recobrar un ritmo de respiración normal y después llevó el resto del postre a la mesa. Su mujer y Roberto estaban sentados uno frente a otro charlando animadamente sobre música, y Lourdes estaba sentada frente a él. Siempre había habido cierta tensión sexual entre ambos pero esta noche había habido por primera vez contacto físico deliberado. Ahora él entendía los roces que en otras ocasiones Lourdes le había dado en algún bar, o en alguna comida juntos. Su mujer y su amigo charlaban, mientras ellos se miraban. Entonces Lourdes mojó de nuevo el dedo en chocolate y se lo acercó a la boca de su marido.

-¡Guau, Lourdes, eso es muy erótico! -exclamó Lola- ¡Esperad un poco a regresar a casa que si no vais a dar un espectáculo!

Lourdes se limitó a sonreír y comenzó a comer el helado. Se le escapó un poco por la comisura de los labios y lo dejó deslizarse, hasta atraparlo con su lengua con un movimiento lento. Miró de reojo a Jose. Y después siguió comiendo. El corazón de Jose subió una marcha más. La otra pareja circunstancial no se daba cuenta que eran los únicos que hablaban. Ahora Jose la miraba fijamente, y ella se hacía la distraída. Le encantaba jugar. Y a él entrar en el juego. Estaba en el centro de la corriente y no tenía nada a lo que agarrarse. El caudal era demasiado poderoso, y él demasiado débil. Poco a poco fueron entrando en la conversación. Una vez terminado el postre, se levantó para traer el ron. Bebieron y la conversación fue subiendo de tono acerca de anécdotas de parejas infieles. En un momento dado, Jose notó que algo le rozaba la pantorrilla, subía lentamente hasta su rodilla y continuaba acariciando la parte interna de sus muslos hasta tocar su pene. Era el pie descalzo de Lourdes, que tenía su cubata en una mano mientras la otra la apoyaba en el hombro de su marido, riéndose con un comentario de Lola. Repitió el movimiento en varias ocasiones. La polla de Jose estaba a punto de estallar; sus pulsaciones, a mil. Traviesa, Lourdes dejó de mirarle un rato, pero le encantaba el poder que en este momento tenía sobre él. Saber que el único pensamiento era el de follársela, el de hacerle guarradas impronunciables, el de llenarla, el de saciarla, el de besarla finalmente antes de caer rendido. Le encantaba dominar sus pensamientos. Y le encantaba lo peligroso del juego, allí, delante de todo el mundo.

-Pues le he dicho muchas veces a Jose que debe estirar después de correr e ir al gimnasio. Su musculatura está agarrotada. No me hace caso. Y hace un par de días le dio un tirón en la espalda. Lourdes, ¿no puedes hacerle un hueco en tu clínica? Jose es anti-masajes, pero si tú o alguno de tus compañeros fisios pudierais hacerle un hueco le vendría muy bien. -Dijo Lola.

-Tú déjame a mi. Ya mejoraré. No te preocupes que a partir de ahora estiraré más. -Dijo Jose.

-Si tienes una contractura muscular, que es lo que parece, te recomiendo que te lo trates. Ahora estamos a tope en la consulta, pero te conseguiré en esta semana una cita a última hora del día con uno de mis fisios. No te preocupes; será un chico. Puedes relajarte. -Dijo entre risas Lourdes.

Llegó la hora de despedirse. Lourdes y Roberto se despidieron en la puerta. Cuando fue a darle los dos besos a Jose, su lengua rozó deliberadamente los labios de él en el camino de una mejilla a la otra. El tremendo calentón que tenía Jose lo aprovechó su mujer un rato después en la cama. Disfrutó enormemente de un polvo brutal de los que a veces todo el mundo necesita. Algo animal, primitivo, sudoroso.

Al día siguiente por la mañana recibió un mensaje de la consulta de fisioterapia de Lourdes. Cita a las 20:30. Se ruega confirmación. Bueno, mal no me va a venir, aunque no sé si me voy a sentir cómodo. Lo recibió un chico que le tomó los datos. ¿Primera vez? ¿Alguna enfermedad reseñable? ¿Cuál es la razón de su cita? Esto era mucho más profesional de lo que pensaba. Pase a esta sala. Desvístase y quédese solo con la ropa interior. Tiéndase en la camilla y colóquese la toalla. En unos minutos estará mi compañera con usted.

Un momento. ¿Mi compañera? ¿Ha dicho mi compañera? Creía que ese chico era quien lo iba a tratar. Entonces escuchó en la puerta una voz conocida. “Sí, gracias por prepararlo. No te preocupes, yo cierro y pongo la alarma. Yo me encargo de todo. Hasta mañana y gracias de nuevo”. Era Lourdes hablando en la recepción. Varios minutos después, entró en la sala.

-Bueno, bueno, bueno. Mira a quien tenemos aquí. Al señor antifisioterapia. Al señor ya estiraré el próximo mes. Al caballero contracturado y cabezón. Pues bien, regla número uno: aquí mando yo. Es posible que haya movimientos que te duelan. Eso nos lleva a la regla número dos: te aguantas. Los tíos sois mucho más blanditos que las chicas. Y para terminar, regla número tres: mañana estarás peor que hoy, pero pasado mañana mucho peor, posiblemente. Será en tres o cuatro días cuando notarás los resultados. Y verás que merece la pena. Ahora, al lío, que se hace tarde y tengo mucho que hacer contigo -dijo Lourdes con un tono de voz que le resultaba nuevo a Jose. No era el de la chica dulce que él conocía; era el de la profesional segura de sí misma que no admite opiniones. Así que intentó relajarse, pero fue en vano.

Lourdes comenzó deslizando sus pulgares por la columna buscando contracturas, y le fue indicando a Jose donde se encontraban, clavando el dedo con fuerza. Jose intentaba reprimir pequeños gritos de dolor. “Dónde coño me he metido”. Después le manipuló el cuello, haciéndolo crujir. Eso inicialmente le produjo pánico, aunque pasados unos segundos notó una liberación y comprobó que realmente no le había dolido; solo había sonado como una carraca oxidada. Y una vez terminada toda la terapia de choque inicial, Lourdes se embadurnó las manos con aceite y comenzó el masaje. Lo hacía con firmeza, y lo que al principio era algo doloroso poco a poco se convirtió en algo muy placentero. El masaje en el cuello y hombros fue muy relajante. Llegó a la zona lumbar y directamente quitó la toalla. Entonces hizo algo que lo desconcertó. Le bajó el slip hasta quitárselo completamente. Entonces Jose, con la cabeza metida en el hueco de la camilla habilitado para eso, dijo:

-¿Esto es lo habitual?

-Uy, perdona. Olvidé contarte la regla número cuatro. Solo debes hablar si yo te pregunto. Yo me dejo llevar por los gemidos de placer o dolor de mis pacientes. Cuando hablan me distraen. Perdona si suena borde, pero todo el mundo tiene sus manías, ¿no?- y se rio.

Jose quiso replicarle, pero se calló. Esta chica definitivamente tenía dos caras. Y lo curioso es que no sabía cuál de las dos le gustaba más: la de embaucadora sensual o la de sargento amenazante. Entonces comenzó el masaje de glúteos, muslos, pantorrillas y pies. Después de un masaje enérgico, vino otro relajante. En un momento determinado, Jose abrió los ojos y vio algo que le chocó: unos pies desnudos. Lourdes estaba descalza. Recordó el roce de su pie contra su entrepierna y se empalmó. Entonces ella le dijo:

-Ahora, date la vuelta. Con cuidado, suavemente.

-¿Perdona?

-Que te des la vuelta. Mirando hacia arriba. -dio Lourdes, autoritaria.

Jose le hizo caso. Su pene erecto cayó sobre su estómago. No sabía dónde meterse. Entonces ella empezó a masajearle los marcados pectorales y el estómago. Después bajó a los muslos y allí se entretuvo un rato.

-Parece que hay un músculo especialmente tenso. No sé si estará también contracturado. Habrá que tantear los alrededores para descubrir el origen del problema. Y si no lo encontramos, pues habrá que hacer una terapia de choque. -Dijo Lourdes.

Empezó entonces a masajear el interior de los muslos con un extra de aceite, haciendo que sus manos se deslizaran fácilmente. Sus dedos recorrían las ingles arriba y abajo, haciendo que la erección no desfalleciera. Al contrario: iba en aumento. Entonces Lourdes se le acercó al oído y le dijo:

-Lo que va a pasar ahora solo le ocurre a pacientes muy especiales. Hay dos formas de hacerlo: la suave o la heavy. Te recomiendo la segunda. Tienes suerte de poder elegir. Ya me dices.

Jose tragó saliva y respondió:

-Me dejo llevar por tu recomendación. Tú eres la profesional. Estoy en tus manos.

-Literalmente. Y buena elección- dijo Lourdes. -Ahora, relájate.

Lourdes se dio la vuelta y cogió vendas elásticas. Con ellas amarró las piernas y manos de Jose a la camilla. Él no salía de su asombro. Entonces ella se desabotonó la bata blanca y se deshizo del pantalón, dejando ver su maravilloso cuerpo desnudo en todo su esplendor. Entonces le sonrió por primera vez en toda la noche y cogió el tarro del aceite de masaje. Vertió un gran chorro en la polla erecta de Jose y comenzó a acariciar muy suavemente los testículos.

-Esto lo hago para que la corrida sea muy abundante.

Jose cerró los ojos. Esta sensación que sentía era completamente nueva para él. Esa sensación oleosa, grasa, unida al hecho de saber que no podía moverse y que todo estaba centrado únicamente en su placer, le volvía loco. Cerraba los ojos para dejarse llevar y los abría intermitentemente para excitarse con la maravillosa visión de Lourdes desnuda, con unos pechos pequeños y erguidos, un ombligo precioso y un sexo completamente rasurado. Entonces comenzó con la polla. Vertió más aceite y la masturbó con un ritmo muy tranquilo, jugando con sus dedos, rodeándola con sus dedos índice y pulgar y apretando muy levemente. Jose empezó a gemir. Y a levantar la pelvis de manera inconsciente. Lourdes incrementaba el ritmo muy, muy levemente, y cuando parecía que lo iba a pajear de forma tradicional, volvía al ritmo lento inicial provocando la queja de Jose. Lourdes no podía ocultar una mueca de satisfacción. Después de unos interminables minutos así, hizo algo totalmente inesperado. Se subió a la camilla y se sentó a la altura de los tobillos de Jose, mirando hacia él. Entonces vertió un poco de aceite en sus pies y lo masturbó con ellos. La sensación era tan diferente, tan placentera que sintió hasta mareos. “Debe ser de contener la respiración”, pensó. “No te desmayes ahora, capullo. No te pierdas ni un segundo de este inolvidable momento”. Intentó levantar la cabeza y vio el magnífico cuerpo de Lourdes frente a él. Sus piernas abiertas, dejando ver su pubis rasurado, sus hermosos pechos, sus labios entreabiertos, recordándole que hacía poco estaban cubiertos de chocolate, y sus pies que se movían acompasadamente masturbándolo de maneras que nunca hubiera imaginado. Pasado un rato así, ella se puso de rodillas y se dispuso a preparar el final, acelerando el ritmo. Cuando veía que estaba a punto de correrse, paraba y apretaba. Y vuelta a empezar. Y otra vez.

-No puedo más. Me muero de gusto. Sigue más rápido. Quiero correrme. Quiero correrme ya. No puedo más. Aprieta más. Más rápido. Por favor. Me encanta.

Lourdes cogió con sus dos manos la polla erecta y lo masturbó con fuerza y rapidez. La explosión. Los chorros de semen parecían inagotables. El placer en la cara de Jose, también. Y en la cara de Lourdes. Amaba hacer feliz de manera tan brutal a los tíos. Disfrutaba viéndolos. Y en ocasiones hasta se corría sin tocarse.

Mientras lo desataba, Jose la besó. Se fundieron en un interminable y profundo beso húmedo. Entonces, Lourdes le dijo:

-Espero que te haya gustado tanto como ha parecido. Me ha encantado a mí también. Pero esta es solo la primera parte. Ahora te toca a ti. Solo te doy unas pistas: La próxima vez es mi turno. Quiero un hotel elegante. Yo llevo las ataduras. Lo que ocurra después lo dejo a tu elección. Yo seré tu esclava entonces. Lo espero con ansiedad.

José pensó unos segundos, y respondió:

-Yo también. Tus tetas estarán cubiertas de virutas de chocolate. Tu coño, de fresas y nata. En tus labios habrá sirope de caramelo. Mi lengua exfoliará tu piel. Quedará completamente limpia. Y me pedirás que te coma más rápido. Y no te haré caso. Sufrirás. Y disfrutarás como nunca antes en tu vida. Como yo hoy.
 
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La risas no paraban. Hacía tiempo que no se veían, pero daba igual. Se llevaban tan bien los cuatro que enseguida conectaban y empezaban las bromas de todo tipo. Corría el alcohol a raudales, desinhibiendo y divirtiendo a partes iguales. Una copa de vino seguía a la otra. Empezó Lola con un comentario sexual sobre su marido Jose. Después contraatacó Lourdes ensalzando las virtudes sexuales de Roberto, exagerándolas. Y ellos comenzaron a hablar de la importancia de la ropa interior femenina y de la depilación. Las conversaciones se entremezclaban, y las risas no hacían sino subir de volumen, y los comentarios, de tono. La cena había sido magnífica gracias a la buen labor de Jose. Las fajitas le habían salido magníficas. Después de comer habían salido a la terraza para fumar, pero llegó el momento del postre. Jose se fue a la cocina a prepararlo y Lourdes aprovechó para excusarse e ir al baño. Cuando terminó, se dirigió a la cocina en lugar de la terraza.

-¿Puedo ayudarte?-Le dijo a Jose a sus espaldas, mientras él preparaba y adornaba las bolas de helado con chocolate fundido.

-No, gracias, está todo bajo control. O, al menos, eso creo. -dijo riéndose.

-Déjame que te eche una mano. Entre dos es más divertido -dijo Lourdes, ahora totalmente pegada detrás. Jose notó sus pechos en su espalda, y notaba su barbilla apoyada ahora en su hombro.

-Uy, eso que estás preparando tiene muy buena pinta. Me encanta el chocolate caliente derretido. ¿Lo has probado alguna vez a comerlo directamente de la piel? Por supuesto, no muy caliente (risas). Lo divertido es intentar que no quede ningún rastro. Y te aseguro que no es fácil. Hay que chupar y lamer con fuerza. Y usar mucha saliva. Comido así está el doble de bueno. -Dijo Lourdes, muy pegada a su oreja.

Desde la cocina se oían las risas de Roberto y Lola. Evidentemente, se lo estaban pasando bien. Se tranquilizó. Estaban solos. “Si quiere jugar, juguemos”. Jose entonces soltó la jarrita con el chocolate y se puso detrás de Lourdes.

-Venga, si quieres ayudarme, perfecto. Baña las bolas de vainilla con el chocolate, pero como si estuvieras pintando. No las ahogues. Así. Muy bien. Despacito, como todo lo que se hace bien.

Jose se pegó ahora a la espalda de ella y le cogió la mano derecha con delicadeza. Las dos manos vertieron el chocolate encima de una bola a la vez que Jose apretaba su miembro contra el culo de ella, acomodándolo entre los glúteos. Entonces Lourdes movió casi imperceptiblemente sus nalgas, haciendo que se acoplaran todavía más. Ahora era él el que apoyaba su barbilla en el hombro de ella, haciendo que su aliento cálido se estrellara en el cuello y el oído de Lourdes, haciéndole acelerar la respiración. El chocolate colmaba ya el plato, y empezó a derramarse en la encimera. Entonces ella recogió un poco con el dedo índice y lo chupó ligeramente.

-Está bueno. Pruébalo. Recuerda: no dejes nada. -Dijo Lourdes espaciando las palabras.

Lourdes le acercó el dedo a la boca y Jose lo chupó primero suavemente, y después usando su lengua. Ella sacaba y metía el dedo, y las dos respiraciones se hicieron densas, profundas, intensas. Entonces Jose agarró el culo de Lourdes y ella le apartó las manos suavemente. Estaban a centímetros de tocar sus caras, y ella se metió el dedo en su boca mirándolo fijamente y dijo:

-Lo has hecho muy bien. Ni rastro de chocolate. Has captado el truco. Vámonos a la mesa. El helado se está derritiendo.

Ella cogió dos platos y se fue a la terraza. Jose necesitó un minuto para recobrar un ritmo de respiración normal y después llevó el resto del postre a la mesa. Su mujer y Roberto estaban sentados uno frente a otro charlando animadamente sobre música, y Lourdes estaba sentada frente a él. Siempre había habido cierta tensión sexual entre ambos pero esta noche había habido por primera vez contacto físico deliberado. Ahora él entendía los roces que en otras ocasiones Lourdes le había dado en algún bar, o en alguna comida juntos. Su mujer y su amigo charlaban, mientras ellos se miraban. Entonces Lourdes mojó de nuevo el dedo en chocolate y se lo acercó a la boca de su marido.

-¡Guau, Lourdes, eso es muy erótico! -exclamó Lola- ¡Esperad un poco a regresar a casa que si no vais a dar un espectáculo!

Lourdes se limitó a sonreír y comenzó a comer el helado. Se le escapó un poco por la comisura de los labios y lo dejó deslizarse, hasta atraparlo con su lengua con un movimiento lento. Miró de reojo a Jose. Y después siguió comiendo. El corazón de Jose subió una marcha más. La otra pareja circunstancial no se daba cuenta que eran los únicos que hablaban. Ahora Jose la miraba fijamente, y ella se hacía la distraída. Le encantaba jugar. Y a él entrar en el juego. Estaba en el centro de la corriente y no tenía nada a lo que agarrarse. El caudal era demasiado poderoso, y él demasiado débil. Poco a poco fueron entrando en la conversación. Una vez terminado el postre, se levantó para traer el ron. Bebieron y la conversación fue subiendo de tono acerca de anécdotas de parejas infieles. En un momento dado, Jose notó que algo le rozaba la pantorrilla, subía lentamente hasta su rodilla y continuaba acariciando la parte interna de sus muslos hasta tocar su pene. Era el pie descalzo de Lourdes, que tenía su cubata en una mano mientras la otra la apoyaba en el hombro de su marido, riéndose con un comentario de Lola. Repitió el movimiento en varias ocasiones. La polla de Jose estaba a punto de estallar; sus pulsaciones, a mil. Traviesa, Lourdes dejó de mirarle un rato, pero le encantaba el poder que en este momento tenía sobre él. Saber que el único pensamiento era el de follársela, el de hacerle guarradas impronunciables, el de llenarla, el de saciarla, el de besarla finalmente antes de caer rendido. Le encantaba dominar sus pensamientos. Y le encantaba lo peligroso del juego, allí, delante de todo el mundo.

-Pues le he dicho muchas veces a Jose que debe estirar después de correr e ir al gimnasio. Su musculatura está agarrotada. No me hace caso. Y hace un par de días le dio un tirón en la espalda. Lourdes, ¿no puedes hacerle un hueco en tu clínica? Jose es anti-masajes, pero si tú o alguno de tus compañeros fisios pudierais hacerle un hueco le vendría muy bien. -Dijo Lola.

-Tú déjame a mi. Ya mejoraré. No te preocupes que a partir de ahora estiraré más. -Dijo Jose.

-Si tienes una contractura muscular, que es lo que parece, te recomiendo que te lo trates. Ahora estamos a tope en la consulta, pero te conseguiré en esta semana una cita a última hora del día con uno de mis fisios. No te preocupes; será un chico. Puedes relajarte. -Dijo entre risas Lourdes.

Llegó la hora de despedirse. Lourdes y Roberto se despidieron en la puerta. Cuando fue a darle los dos besos a Jose, su lengua rozó deliberadamente los labios de él en el camino de una mejilla a la otra. El tremendo calentón que tenía Jose lo aprovechó su mujer un rato después en la cama. Disfrutó enormemente de un polvo brutal de los que a veces todo el mundo necesita. Algo animal, primitivo, sudoroso.

Al día siguiente por la mañana recibió un mensaje de la consulta de fisioterapia de Lourdes. Cita a las 20:30. Se ruega confirmación. Bueno, mal no me va a venir, aunque no sé si me voy a sentir cómodo. Lo recibió un chico que le tomó los datos. ¿Primera vez? ¿Alguna enfermedad reseñable? ¿Cuál es la razón de su cita? Esto era mucho más profesional de lo que pensaba. Pase a esta sala. Desvístase y quédese solo con la ropa interior. Tiéndase en la camilla y colóquese la toalla. En unos minutos estará mi compañera con usted.

Un momento. ¿Mi compañera? ¿Ha dicho mi compañera? Creía que ese chico era quien lo iba a tratar. Entonces escuchó en la puerta una voz conocida. “Sí, gracias por prepararlo. No te preocupes, yo cierro y pongo la alarma. Yo me encargo de todo. Hasta mañana y gracias de nuevo”. Era Lourdes hablando en la recepción. Varios minutos después, entró en la sala.

-Bueno, bueno, bueno. Mira a quien tenemos aquí. Al señor antifisioterapia. Al señor ya estiraré el próximo mes. Al caballero contracturado y cabezón. Pues bien, regla número uno: aquí mando yo. Es posible que haya movimientos que te duelan. Eso nos lleva a la regla número dos: te aguantas. Los tíos sois mucho más blanditos que las chicas. Y para terminar, regla número tres: mañana estarás peor que hoy, pero pasado mañana mucho peor, posiblemente. Será en tres o cuatro días cuando notarás los resultados. Y verás que merece la pena. Ahora, al lío, que se hace tarde y tengo mucho que hacer contigo -dijo Lourdes con un tono de voz que le resultaba nuevo a Jose. No era el de la chica dulce que él conocía; era el de la profesional segura de sí misma que no admite opiniones. Así que intentó relajarse, pero fue en vano.

Lourdes comenzó deslizando sus pulgares por la columna buscando contracturas, y le fue indicando a Jose donde se encontraban, clavando el dedo con fuerza. Jose intentaba reprimir pequeños gritos de dolor. “Dónde coño me he metido”. Después le manipuló el cuello, haciéndolo crujir. Eso inicialmente le produjo pánico, aunque pasados unos segundos notó una liberación y comprobó que realmente no le había dolido; solo había sonado como una carraca oxidada. Y una vez terminada toda la terapia de choque inicial, Lourdes se embadurnó las manos con aceite y comenzó el masaje. Lo hacía con firmeza, y lo que al principio era algo doloroso poco a poco se convirtió en algo muy placentero. El masaje en el cuello y hombros fue muy relajante. Llegó a la zona lumbar y directamente quitó la toalla. Entonces hizo algo que lo desconcertó. Le bajó el slip hasta quitárselo completamente. Entonces Jose, con la cabeza metida en el hueco de la camilla habilitado para eso, dijo:

-¿Esto es lo habitual?

-Uy, perdona. Olvidé contarte la regla número cuatro. Solo debes hablar si yo te pregunto. Yo me dejo llevar por los gemidos de placer o dolor de mis pacientes. Cuando hablan me distraen. Perdona si suena borde, pero todo el mundo tiene sus manías, ¿no?- y se rio.

Jose quiso replicarle, pero se calló. Esta chica definitivamente tenía dos caras. Y lo curioso es que no sabía cuál de las dos le gustaba más: la de embaucadora sensual o la de sargento amenazante. Entonces comenzó el masaje de glúteos, muslos, pantorrillas y pies. Después de un masaje enérgico, vino otro relajante. En un momento determinado, Jose abrió los ojos y vio algo que le chocó: unos pies desnudos. Lourdes estaba descalza. Recordó el roce de su pie contra su entrepierna y se empalmó. Entonces ella le dijo:

-Ahora, date la vuelta. Con cuidado, suavemente.

-¿Perdona?

-Que te des la vuelta. Mirando hacia arriba. -dio Lourdes, autoritaria.

Jose le hizo caso. Su pene erecto cayó sobre su estómago. No sabía dónde meterse. Entonces ella empezó a masajearle los marcados pectorales y el estómago. Después bajó a los muslos y allí se entretuvo un rato.

-Parece que hay un músculo especialmente tenso. No sé si estará también contracturado. Habrá que tantear los alrededores para descubrir el origen del problema. Y si no lo encontramos, pues habrá que hacer una terapia de choque. -Dijo Lourdes.

Empezó entonces a masajear el interior de los muslos con un extra de aceite, haciendo que sus manos se deslizaran fácilmente. Sus dedos recorrían las ingles arriba y abajo, haciendo que la erección no desfalleciera. Al contrario: iba en aumento. Entonces Lourdes se le acercó al oído y le dijo:

-Lo que va a pasar ahora solo le ocurre a pacientes muy especiales. Hay dos formas de hacerlo: la suave o la heavy. Te recomiendo la segunda. Tienes suerte de poder elegir. Ya me dices.

Jose tragó saliva y respondió:

-Me dejo llevar por tu recomendación. Tú eres la profesional. Estoy en tus manos.

-Literalmente. Y buena elección- dijo Lourdes. -Ahora, relájate.

Lourdes se dio la vuelta y cogió vendas elásticas. Con ellas amarró las piernas y manos de Jose a la camilla. Él no salía de su asombro. Entonces ella se desabotonó la bata blanca y se deshizo del pantalón, dejando ver su maravilloso cuerpo desnudo en todo su esplendor. Entonces le sonrió por primera vez en toda la noche y cogió el tarro del aceite de masaje. Vertió un gran chorro en la polla erecta de Jose y comenzó a acariciar muy suavemente los testículos.

-Esto lo hago para que la corrida sea muy abundante.

Jose cerró los ojos. Esta sensación que sentía era completamente nueva para él. Esa sensación oleosa, grasa, unida al hecho de saber que no podía moverse y que todo estaba centrado únicamente en su placer, le volvía loco. Cerraba los ojos para dejarse llevar y los abría intermitentemente para excitarse con la maravillosa visión de Lourdes desnuda, con unos pechos pequeños y erguidos, un ombligo precioso y un sexo completamente rasurado. Entonces comenzó con la polla. Vertió más aceite y la masturbó con un ritmo muy tranquilo, jugando con sus dedos, rodeándola con sus dedos índice y pulgar y apretando muy levemente. Jose empezó a gemir. Y a levantar la pelvis de manera inconsciente. Lourdes incrementaba el ritmo muy, muy levemente, y cuando parecía que lo iba a pajear de forma tradicional, volvía al ritmo lento inicial provocando la queja de Jose. Lourdes no podía ocultar una mueca de satisfacción. Después de unos interminables minutos así, hizo algo totalmente inesperado. Se subió a la camilla y se sentó a la altura de los tobillos de Jose, mirando hacia él. Entonces vertió un poco de aceite en sus pies y lo masturbó con ellos. La sensación era tan diferente, tan placentera que sintió hasta mareos. “Debe ser de contener la respiración”, pensó. “No te desmayes ahora, capullo. No te pierdas ni un segundo de este inolvidable momento”. Intentó levantar la cabeza y vio el magnífico cuerpo de Lourdes frente a él. Sus piernas abiertas, dejando ver su pubis rasurado, sus hermosos pechos, sus labios entreabiertos, recordándole que hacía poco estaban cubiertos de chocolate, y sus pies que se movían acompasadamente masturbándolo de maneras que nunca hubiera imaginado. Pasado un rato así, ella se puso de rodillas y se dispuso a preparar el final, acelerando el ritmo. Cuando veía que estaba a punto de correrse, paraba y apretaba. Y vuelta a empezar. Y otra vez.

-No puedo más. Me muero de gusto. Sigue más rápido. Quiero correrme. Quiero correrme ya. No puedo más. Aprieta más. Más rápido. Por favor. Me encanta.

Lourdes cogió con sus dos manos la polla erecta y lo masturbó con fuerza y rapidez. La explosión. Los chorros de semen parecían inagotables. El placer en la cara de Jose, también. Y en la cara de Lourdes. Amaba hacer feliz de manera tan brutal a los tíos. Disfrutaba viéndolos. Y en ocasiones hasta se corría sin tocarse.

Mientras lo desataba, Jose la besó. Se fundieron en un interminable y profundo beso húmedo. Entonces, Lourdes le dijo:

-Espero que te haya gustado tanto como ha parecido. Me ha encantado a mí también. Pero esta es solo la primera parte. Ahora te toca a ti. Solo te doy unas pistas: La próxima vez es mi turno. Quiero un hotel elegante. Yo llevo las ataduras. Lo que ocurra después lo dejo a tu elección. Yo seré tu esclava entonces. Lo espero con ansiedad.

José pensó unos segundos, y respondió:

-Yo también. Tus tetas estarán cubiertas de virutas de chocolate. Tu coño, de fresas y nata. En tus labios habrá sirope de caramelo. Mi lengua exfoliará tu piel. Quedará completamente limpia. Y me pedirás que te coma más rápido. Y no te haré caso. Sufrirás. Y disfrutarás como nunca antes en tu vida. Como yo hoy.
Muy sensual, erótico y excitante.
Parecía largo pero se hace corto al leerlo.
Gracias hottlove por el relato
 

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