Elena la troya
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- 9 Sep 2025
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Joder, no quería escribir esta mierda. De verdad que no.
Abrir mis piernas y mi pasado para que cualquiera pueda meter la nariz en mis guarradas más gordas me parecía una locura absoluta. Durante años solo se lo contaba entre copas y risas a dos o tres amigos de toda la vida, como quien suelta un chiste verde que se olvida al día siguiente. Pero aquí estoy, con el coño empapado y los dedos temblando sobre el teclado, porque Frank, mi novio, mi amo, mi puto dueño, me lo ha exigido.
Me miró con esa sonrisa suya de cabrón que me pone los pezones como piedras y me dijo:
—Quiero que el mundo sepa la clase de marrana que me follo cada noche. Y quiero pajearme leyéndolo, cerda.
Y yo, que soy su perra obediente desde el minuto uno, sentí cómo me chorreaba entera solo de imaginarlo. Porque sí, señores y señoras: soy una guarra de campeonato y me flipa serlo.
Tengo 37 tacos, soy madre soltera, traductora culta de día y, de noche, la tía que se arrodilla y abre la boca para lo que haga falta. Me encanta que me usen, que me humillen, que me llenen de lefa hasta los tobillos y que luego me manden a dormir oliendo a sexo barato. Y no me da ni una pizca de vergüenza confesarlo.
Este libro es mi confesión completa. Sin filtros, sin mentiras, sin pedir perdón.
Aquí vais a encontrar todos los detalles que Frank me ha ido sacando a base de polla y de órdenes: el francés que me meó encima en un baño de Cádiz, los treinta y dos viejos que me convirtieron en retrete humano, los gangbangs en camerinos y parkings, las noches que he vuelto a casa con el coño rebosando corrida ajena mientras mi hijo dormía en la habitación de al lado… Todo.
Y no lo hago por dinero (aunque si se vende, pues oye, me pago unas vacaciones).
Lo hago porque escribirlo me pone cachonda perdida.
Lo hago porque cada vez que releo una página siento el clítoris palpitar.
Lo hago porque soy una cerda orgullosa y quiero que todo el mundo lo sepa.
Así que abrid bien los ojos, mojaos los dedos y disfrutad.
Porque esto no es literatura erótica.
Esto es la vida real de una tía que se corre como una loca cada vez que la tratan como a la puta más barata del barrio.
Y ahora, si me disculpáis…
voy a seguir escribiendo con una mano y a tocarme con la otra.
Elena
Madrid, noviembre de 2025
────────────────────────
CAPÍTULO 1
Cómo conocí a Frank y me abrió el culo la primera noche (y todas las que vinieron después)
Todo empezó por un book de fotos.
Yo necesitaba fotos profesionales para un proyecto de traducción literaria que incluía una sesión un poco sensual (nada hardcore, solo algo elegante y provocador). Busqué fotógrafos en Madrid y di con Frank. En su web había fotos de tías buenísimas, luces perfectas y esa estética medio oscura, medio porno-chic que me ponía el coño como una fuente solo de mirarlas.
Quedamos un viernes por la tarde en su estudio del centro. Llegué con un vestido negro ajustadísimo, sin sujetador, los pezones marcándome como dos balas y un tanga de encaje que apenas tapaba nada. Frank abrió la puerta y… joder. 1,88, pelo oscuro con canas sexys, ojos verdes que te desnudan en dos segundos y una sonrisa de hijo de puta que me dejó las bragas empapadas al instante.
—Pasa, Elena —dijo con esa voz medio alemana medio latina que parecía lamerte el clítoris solo con hablar—. Vamos a hacer algo muy bonito… o muy guarro, según lo que me dejes.
El estudio olía a café y a hombre caro. Luces rojas, fondo negro, una cama enorme con sábanas de satén negro y un sofá de cuero que ya gritaba «aquí se folla».
Empezamos normal: poses de pie, sentada, yo mirándolo por encima del hombro, él dándome órdenes suaves:
—Arquea la espalda… más… enséñame las tetas sin enseñarlas… perfecto.
Pero cada vez que decía «perfecto» lo decía mirándome el coño, no la cámara. Y yo notaba cómo se me hinchaban los labios de abajo, cómo empezaba a oler a sexo en el aire.
Después de media hora ya no aguantaba más.
—Frank —le dije con voz de gata en celo—, ¿tú siempre eres tan profesional o solo cuando la modelo no te pone cachondo?
Él dejó la cámara, sonrió y se acercó despacio.
—¿Tú qué crees, guarra?
Me agarró del pelo con una mano, con la otra me pellizcó un pezón por encima del vestido tan fuerte que di un grito ahogado. El dolor me atravesó como un rayo directo al clítoris.
—Quítate el vestido. Despacio. Quiero verte sufrir de ganas.
Obedecí. Me bajé la cremallera centímetro a centímetro, dejé que el vestido cayera al suelo. Ahí estaba yo, en tanga negro y tacones, las tetas al aire, los pezones duros como piedras. Él me miró de arriba abajo y se lamió los labios.
—Joder, qué pedazo de cerda estás hecha.
Se acercó, me metió la lengua hasta el fondo de la boca y me mordió el labio inferior hasta que noté sabor a sangre. Yo ya gemía como una perra. Me empujó contra el sofá, me dobló por la cintura y me dio el primer azote en el culo. ¡PAM! Sonó como un disparo.
—¡Joder! —grité.
—¿Te gusta, verdad, puta? —otro azote más fuerte.
—¡Ufff… Sí, joder, sí!
Me bajó el tanga de un tirón, me abrió el culo con las dos manos y me escupió directamente en el ojete. Sentí el salivazo caliente resbalando. Luego metió un dedo, luego dos, luego tres. Me retorcía de placer y de dolor a la vez.
—Estás abierta como una puta de carretera —me dijo—. ¿Cuántas pollas te han metido por aquí?
—Demasiadas —jadeé—. Pero quiero la tuya ya.
Se desabrochó el pantalón y sacó una polla que me dejó con la boca abierta: gruesa, venosa, la cabeza gorda y brillante de líquido preseminal . Me agarró del pelo y me obligó a arrodillarme.
—Abre.
Me la metió hasta el fondo de la garganta de un solo empujón. Me ahogué, me salieron lágrimas, pero no me dejó salir. Empezó a follarme la boca como si fuera un coño: adentro, afuera, adentro, afuera… glu glu glu… los huevos golpeándome la barbilla. Yo babeaba como una fuente, la saliva me caía por las tetas, por el estómago, hasta el coño.
De repente me sacó la polla, me dio la vuelta, me puso a cuatro patas en el sofá y me escupió otra vez en el culo.
—Ahora te voy a abrir del todo, cerda.
Apoyó la cabeza de la polla en mi ojete y empujó. Dolió como la primera vez que me lo hicieron con 16 años, pero mil veces mejor. Entró centímetro a centímetro hasta que noté sus huevos pegados a mi coño.
—¡Me partes, cabrón! —grité.
—Calla y disfruta, que esto es solo el principio.
Empezó a bombear despacio, luego más rápido, luego como un animal. Plaf plaf plaf plaf… cada embestida me llegaba al estómago. Yo gritaba, me corría, gritaba otra vez. Me metió una mano por debajo y me frotó el clítoris como loco. Me corrí otra vez, esta vez a chorros, salpicando el sofá.
—Ahora te lleno el culo de leche, guarra —gruñó.
Y lo hizo. Sentí los chorros calientes, uno, dos, tres, cuatro… hasta que noté cómo me rebosaba y me chorreaba por los muslos. Cuando salió, el ano se me quedó abierto y la leche me caía en hilos gruesos al suelo.
Me quedé allí temblando, con el culo en pompa, respirando como si hubiera corrido una maratón. Él se agachó, me metió dos dedos en el culo lleno y me los hizo chupar.
—Límpialos, cerda. Sabe a lo que eres.
Y yo los chupé, saboreando su corrida y mi culo, y me corrí otra vez solo con eso.
Después nos duchamos juntos. Me enjabonó las tetas, me metió dedos otra vez, me besó el cuello y me dijo al oído:
—Esto no ha sido una sesión de fotos. Esto ha sido tu entrevista de trabajo. Estás contratada como mi puta personal.
Y desde ese día lo soy.
Todas las noches.
Sin excepciones.
Abrir mis piernas y mi pasado para que cualquiera pueda meter la nariz en mis guarradas más gordas me parecía una locura absoluta. Durante años solo se lo contaba entre copas y risas a dos o tres amigos de toda la vida, como quien suelta un chiste verde que se olvida al día siguiente. Pero aquí estoy, con el coño empapado y los dedos temblando sobre el teclado, porque Frank, mi novio, mi amo, mi puto dueño, me lo ha exigido.
Me miró con esa sonrisa suya de cabrón que me pone los pezones como piedras y me dijo:
—Quiero que el mundo sepa la clase de marrana que me follo cada noche. Y quiero pajearme leyéndolo, cerda.
Y yo, que soy su perra obediente desde el minuto uno, sentí cómo me chorreaba entera solo de imaginarlo. Porque sí, señores y señoras: soy una guarra de campeonato y me flipa serlo.
Tengo 37 tacos, soy madre soltera, traductora culta de día y, de noche, la tía que se arrodilla y abre la boca para lo que haga falta. Me encanta que me usen, que me humillen, que me llenen de lefa hasta los tobillos y que luego me manden a dormir oliendo a sexo barato. Y no me da ni una pizca de vergüenza confesarlo.
Este libro es mi confesión completa. Sin filtros, sin mentiras, sin pedir perdón.
Aquí vais a encontrar todos los detalles que Frank me ha ido sacando a base de polla y de órdenes: el francés que me meó encima en un baño de Cádiz, los treinta y dos viejos que me convirtieron en retrete humano, los gangbangs en camerinos y parkings, las noches que he vuelto a casa con el coño rebosando corrida ajena mientras mi hijo dormía en la habitación de al lado… Todo.
Y no lo hago por dinero (aunque si se vende, pues oye, me pago unas vacaciones).
Lo hago porque escribirlo me pone cachonda perdida.
Lo hago porque cada vez que releo una página siento el clítoris palpitar.
Lo hago porque soy una cerda orgullosa y quiero que todo el mundo lo sepa.
Así que abrid bien los ojos, mojaos los dedos y disfrutad.
Porque esto no es literatura erótica.
Esto es la vida real de una tía que se corre como una loca cada vez que la tratan como a la puta más barata del barrio.
Y ahora, si me disculpáis…
voy a seguir escribiendo con una mano y a tocarme con la otra.
Elena
Madrid, noviembre de 2025
────────────────────────
CAPÍTULO 1
Cómo conocí a Frank y me abrió el culo la primera noche (y todas las que vinieron después)
Todo empezó por un book de fotos.
Yo necesitaba fotos profesionales para un proyecto de traducción literaria que incluía una sesión un poco sensual (nada hardcore, solo algo elegante y provocador). Busqué fotógrafos en Madrid y di con Frank. En su web había fotos de tías buenísimas, luces perfectas y esa estética medio oscura, medio porno-chic que me ponía el coño como una fuente solo de mirarlas.
Quedamos un viernes por la tarde en su estudio del centro. Llegué con un vestido negro ajustadísimo, sin sujetador, los pezones marcándome como dos balas y un tanga de encaje que apenas tapaba nada. Frank abrió la puerta y… joder. 1,88, pelo oscuro con canas sexys, ojos verdes que te desnudan en dos segundos y una sonrisa de hijo de puta que me dejó las bragas empapadas al instante.
—Pasa, Elena —dijo con esa voz medio alemana medio latina que parecía lamerte el clítoris solo con hablar—. Vamos a hacer algo muy bonito… o muy guarro, según lo que me dejes.
El estudio olía a café y a hombre caro. Luces rojas, fondo negro, una cama enorme con sábanas de satén negro y un sofá de cuero que ya gritaba «aquí se folla».
Empezamos normal: poses de pie, sentada, yo mirándolo por encima del hombro, él dándome órdenes suaves:
—Arquea la espalda… más… enséñame las tetas sin enseñarlas… perfecto.
Pero cada vez que decía «perfecto» lo decía mirándome el coño, no la cámara. Y yo notaba cómo se me hinchaban los labios de abajo, cómo empezaba a oler a sexo en el aire.
Después de media hora ya no aguantaba más.
—Frank —le dije con voz de gata en celo—, ¿tú siempre eres tan profesional o solo cuando la modelo no te pone cachondo?
Él dejó la cámara, sonrió y se acercó despacio.
—¿Tú qué crees, guarra?
Me agarró del pelo con una mano, con la otra me pellizcó un pezón por encima del vestido tan fuerte que di un grito ahogado. El dolor me atravesó como un rayo directo al clítoris.
—Quítate el vestido. Despacio. Quiero verte sufrir de ganas.
Obedecí. Me bajé la cremallera centímetro a centímetro, dejé que el vestido cayera al suelo. Ahí estaba yo, en tanga negro y tacones, las tetas al aire, los pezones duros como piedras. Él me miró de arriba abajo y se lamió los labios.
—Joder, qué pedazo de cerda estás hecha.
Se acercó, me metió la lengua hasta el fondo de la boca y me mordió el labio inferior hasta que noté sabor a sangre. Yo ya gemía como una perra. Me empujó contra el sofá, me dobló por la cintura y me dio el primer azote en el culo. ¡PAM! Sonó como un disparo.
—¡Joder! —grité.
—¿Te gusta, verdad, puta? —otro azote más fuerte.
—¡Ufff… Sí, joder, sí!
Me bajó el tanga de un tirón, me abrió el culo con las dos manos y me escupió directamente en el ojete. Sentí el salivazo caliente resbalando. Luego metió un dedo, luego dos, luego tres. Me retorcía de placer y de dolor a la vez.
—Estás abierta como una puta de carretera —me dijo—. ¿Cuántas pollas te han metido por aquí?
—Demasiadas —jadeé—. Pero quiero la tuya ya.
Se desabrochó el pantalón y sacó una polla que me dejó con la boca abierta: gruesa, venosa, la cabeza gorda y brillante de líquido preseminal . Me agarró del pelo y me obligó a arrodillarme.
—Abre.
Me la metió hasta el fondo de la garganta de un solo empujón. Me ahogué, me salieron lágrimas, pero no me dejó salir. Empezó a follarme la boca como si fuera un coño: adentro, afuera, adentro, afuera… glu glu glu… los huevos golpeándome la barbilla. Yo babeaba como una fuente, la saliva me caía por las tetas, por el estómago, hasta el coño.
De repente me sacó la polla, me dio la vuelta, me puso a cuatro patas en el sofá y me escupió otra vez en el culo.
—Ahora te voy a abrir del todo, cerda.
Apoyó la cabeza de la polla en mi ojete y empujó. Dolió como la primera vez que me lo hicieron con 16 años, pero mil veces mejor. Entró centímetro a centímetro hasta que noté sus huevos pegados a mi coño.
—¡Me partes, cabrón! —grité.
—Calla y disfruta, que esto es solo el principio.
Empezó a bombear despacio, luego más rápido, luego como un animal. Plaf plaf plaf plaf… cada embestida me llegaba al estómago. Yo gritaba, me corría, gritaba otra vez. Me metió una mano por debajo y me frotó el clítoris como loco. Me corrí otra vez, esta vez a chorros, salpicando el sofá.
—Ahora te lleno el culo de leche, guarra —gruñó.
Y lo hizo. Sentí los chorros calientes, uno, dos, tres, cuatro… hasta que noté cómo me rebosaba y me chorreaba por los muslos. Cuando salió, el ano se me quedó abierto y la leche me caía en hilos gruesos al suelo.
Me quedé allí temblando, con el culo en pompa, respirando como si hubiera corrido una maratón. Él se agachó, me metió dos dedos en el culo lleno y me los hizo chupar.
—Límpialos, cerda. Sabe a lo que eres.
Y yo los chupé, saboreando su corrida y mi culo, y me corrí otra vez solo con eso.
Después nos duchamos juntos. Me enjabonó las tetas, me metió dedos otra vez, me besó el cuello y me dijo al oído:
—Esto no ha sido una sesión de fotos. Esto ha sido tu entrevista de trabajo. Estás contratada como mi puta personal.
Y desde ese día lo soy.
Todas las noches.
Sin excepciones.