Confesiones completas de una cerda feliz

Elena la troya

Miembro
Desde
9 Sep 2025
Mensajes
6
Reputación
31
Joder, no quería escribir esta mierda. De verdad que no.
Abrir mis piernas y mi pasado para que cualquiera pueda meter la nariz en mis guarradas más gordas me parecía una locura absoluta. Durante años solo se lo contaba entre copas y risas a dos o tres amigos de toda la vida, como quien suelta un chiste verde que se olvida al día siguiente. Pero aquí estoy, con el coño empapado y los dedos temblando sobre el teclado, porque Frank, mi novio, mi amo, mi puto dueño, me lo ha exigido.

Me miró con esa sonrisa suya de cabrón que me pone los pezones como piedras y me dijo:
—Quiero que el mundo sepa la clase de marrana que me follo cada noche. Y quiero pajearme leyéndolo, cerda.

Y yo, que soy su perra obediente desde el minuto uno, sentí cómo me chorreaba entera solo de imaginarlo. Porque sí, señores y señoras: soy una guarra de campeonato y me flipa serlo.
Tengo 37 tacos, soy madre soltera, traductora culta de día y, de noche, la tía que se arrodilla y abre la boca para lo que haga falta. Me encanta que me usen, que me humillen, que me llenen de lefa hasta los tobillos y que luego me manden a dormir oliendo a sexo barato. Y no me da ni una pizca de vergüenza confesarlo.

Este libro es mi confesión completa. Sin filtros, sin mentiras, sin pedir perdón.
Aquí vais a encontrar todos los detalles que Frank me ha ido sacando a base de polla y de órdenes: el francés que me meó encima en un baño de Cádiz, los treinta y dos viejos que me convirtieron en retrete humano, los gangbangs en camerinos y parkings, las noches que he vuelto a casa con el coño rebosando corrida ajena mientras mi hijo dormía en la habitación de al lado… Todo.

Y no lo hago por dinero (aunque si se vende, pues oye, me pago unas vacaciones).
Lo hago porque escribirlo me pone cachonda perdida.
Lo hago porque cada vez que releo una página siento el clítoris palpitar.
Lo hago porque soy una cerda orgullosa y quiero que todo el mundo lo sepa.

Así que abrid bien los ojos, mojaos los dedos y disfrutad.
Porque esto no es literatura erótica.
Esto es la vida real de una tía que se corre como una loca cada vez que la tratan como a la puta más barata del barrio.

Y ahora, si me disculpáis…
voy a seguir escribiendo con una mano y a tocarme con la otra.

Elena
Madrid, noviembre de 2025

────────────────────────


CAPÍTULO 1
Cómo conocí a Frank y me abrió el culo la primera noche (y todas las que vinieron después)

Todo empezó por un book de fotos.
Yo necesitaba fotos profesionales para un proyecto de traducción literaria que incluía una sesión un poco sensual (nada hardcore, solo algo elegante y provocador). Busqué fotógrafos en Madrid y di con Frank. En su web había fotos de tías buenísimas, luces perfectas y esa estética medio oscura, medio porno-chic que me ponía el coño como una fuente solo de mirarlas.

Quedamos un viernes por la tarde en su estudio del centro. Llegué con un vestido negro ajustadísimo, sin sujetador, los pezones marcándome como dos balas y un tanga de encaje que apenas tapaba nada. Frank abrió la puerta y… joder. 1,88, pelo oscuro con canas sexys, ojos verdes que te desnudan en dos segundos y una sonrisa de hijo de puta que me dejó las bragas empapadas al instante.

—Pasa, Elena —dijo con esa voz medio alemana medio latina que parecía lamerte el clítoris solo con hablar—. Vamos a hacer algo muy bonito… o muy guarro, según lo que me dejes.

El estudio olía a café y a hombre caro. Luces rojas, fondo negro, una cama enorme con sábanas de satén negro y un sofá de cuero que ya gritaba «aquí se folla».

Empezamos normal: poses de pie, sentada, yo mirándolo por encima del hombro, él dándome órdenes suaves:
—Arquea la espalda… más… enséñame las tetas sin enseñarlas… perfecto.

Pero cada vez que decía «perfecto» lo decía mirándome el coño, no la cámara. Y yo notaba cómo se me hinchaban los labios de abajo, cómo empezaba a oler a sexo en el aire.

Después de media hora ya no aguantaba más.
—Frank —le dije con voz de gata en celo—, ¿tú siempre eres tan profesional o solo cuando la modelo no te pone cachondo?

Él dejó la cámara, sonrió y se acercó despacio.
—¿Tú qué crees, guarra?

Me agarró del pelo con una mano, con la otra me pellizcó un pezón por encima del vestido tan fuerte que di un grito ahogado. El dolor me atravesó como un rayo directo al clítoris.
—Quítate el vestido. Despacio. Quiero verte sufrir de ganas.

Obedecí. Me bajé la cremallera centímetro a centímetro, dejé que el vestido cayera al suelo. Ahí estaba yo, en tanga negro y tacones, las tetas al aire, los pezones duros como piedras. Él me miró de arriba abajo y se lamió los labios.
—Joder, qué pedazo de cerda estás hecha.

Se acercó, me metió la lengua hasta el fondo de la boca y me mordió el labio inferior hasta que noté sabor a sangre. Yo ya gemía como una perra. Me empujó contra el sofá, me dobló por la cintura y me dio el primer azote en el culo. ¡PAM! Sonó como un disparo.
—¡Joder! —grité.
—¿Te gusta, verdad, puta? —otro azote más fuerte.
—¡Ufff… Sí, joder, sí!

Me bajó el tanga de un tirón, me abrió el culo con las dos manos y me escupió directamente en el ojete. Sentí el salivazo caliente resbalando. Luego metió un dedo, luego dos, luego tres. Me retorcía de placer y de dolor a la vez.
—Estás abierta como una puta de carretera —me dijo—. ¿Cuántas pollas te han metido por aquí?

—Demasiadas —jadeé—. Pero quiero la tuya ya.

Se desabrochó el pantalón y sacó una polla que me dejó con la boca abierta: gruesa, venosa, la cabeza gorda y brillante de líquido preseminal . Me agarró del pelo y me obligó a arrodillarme.
—Abre.

Me la metió hasta el fondo de la garganta de un solo empujón. Me ahogué, me salieron lágrimas, pero no me dejó salir. Empezó a follarme la boca como si fuera un coño: adentro, afuera, adentro, afuera… glu glu glu… los huevos golpeándome la barbilla. Yo babeaba como una fuente, la saliva me caía por las tetas, por el estómago, hasta el coño.

De repente me sacó la polla, me dio la vuelta, me puso a cuatro patas en el sofá y me escupió otra vez en el culo.
—Ahora te voy a abrir del todo, cerda.

Apoyó la cabeza de la polla en mi ojete y empujó. Dolió como la primera vez que me lo hicieron con 16 años, pero mil veces mejor. Entró centímetro a centímetro hasta que noté sus huevos pegados a mi coño.
—¡Me partes, cabrón! —grité.
—Calla y disfruta, que esto es solo el principio.

Empezó a bombear despacio, luego más rápido, luego como un animal. Plaf plaf plaf plaf… cada embestida me llegaba al estómago. Yo gritaba, me corría, gritaba otra vez. Me metió una mano por debajo y me frotó el clítoris como loco. Me corrí otra vez, esta vez a chorros, salpicando el sofá.

—Ahora te lleno el culo de leche, guarra —gruñó.

Y lo hizo. Sentí los chorros calientes, uno, dos, tres, cuatro… hasta que noté cómo me rebosaba y me chorreaba por los muslos. Cuando salió, el ano se me quedó abierto y la leche me caía en hilos gruesos al suelo.

Me quedé allí temblando, con el culo en pompa, respirando como si hubiera corrido una maratón. Él se agachó, me metió dos dedos en el culo lleno y me los hizo chupar.
—Límpialos, cerda. Sabe a lo que eres.

Y yo los chupé, saboreando su corrida y mi culo, y me corrí otra vez solo con eso.

Después nos duchamos juntos. Me enjabonó las tetas, me metió dedos otra vez, me besó el cuello y me dijo al oído:
—Esto no ha sido una sesión de fotos. Esto ha sido tu entrevista de trabajo. Estás contratada como mi puta personal.

Y desde ese día lo soy.
Todas las noches.
Sin excepciones.
 
Joder, no quería escribir esta mierda. De verdad que no.
Abrir mis piernas y mi pasado para que cualquiera pueda meter la nariz en mis guarradas más gordas me parecía una locura absoluta. Durante años solo se lo contaba entre copas y risas a dos o tres amigos de toda la vida, como quien suelta un chiste verde que se olvida al día siguiente. Pero aquí estoy, con el coño empapado y los dedos temblando sobre el teclado, porque Frank, mi novio, mi amo, mi puto dueño, me lo ha exigido.

Me miró con esa sonrisa suya de cabrón que me pone los pezones como piedras y me dijo:
—Quiero que el mundo sepa la clase de marrana que me follo cada noche. Y quiero pajearme leyéndolo, cerda.

Y yo, que soy su perra obediente desde el minuto uno, sentí cómo me chorreaba entera solo de imaginarlo. Porque sí, señores y señoras: soy una guarra de campeonato y me flipa serlo.
Tengo 37 tacos, soy madre soltera, traductora culta de día y, de noche, la tía que se arrodilla y abre la boca para lo que haga falta. Me encanta que me usen, que me humillen, que me llenen de lefa hasta los tobillos y que luego me manden a dormir oliendo a sexo barato. Y no me da ni una pizca de vergüenza confesarlo.

Este libro es mi confesión completa. Sin filtros, sin mentiras, sin pedir perdón.
Aquí vais a encontrar todos los detalles que Frank me ha ido sacando a base de polla y de órdenes: el francés que me meó encima en un baño de Cádiz, los treinta y dos viejos que me convirtieron en retrete humano, los gangbangs en camerinos y parkings, las noches que he vuelto a casa con el coño rebosando corrida ajena mientras mi hijo dormía en la habitación de al lado… Todo.

Y no lo hago por dinero (aunque si se vende, pues oye, me pago unas vacaciones).
Lo hago porque escribirlo me pone cachonda perdida.
Lo hago porque cada vez que releo una página siento el clítoris palpitar.
Lo hago porque soy una cerda orgullosa y quiero que todo el mundo lo sepa.

Así que abrid bien los ojos, mojaos los dedos y disfrutad.
Porque esto no es literatura erótica.
Esto es la vida real de una tía que se corre como una loca cada vez que la tratan como a la puta más barata del barrio.

Y ahora, si me disculpáis…
voy a seguir escribiendo con una mano y a tocarme con la otra.

Elena
Madrid, noviembre de 2025

────────────────────────


CAPÍTULO 1
Cómo conocí a Frank y me abrió el culo la primera noche (y todas las que vinieron después)

Todo empezó por un book de fotos.
Yo necesitaba fotos profesionales para un proyecto de traducción literaria que incluía una sesión un poco sensual (nada hardcore, solo algo elegante y provocador). Busqué fotógrafos en Madrid y di con Frank. En su web había fotos de tías buenísimas, luces perfectas y esa estética medio oscura, medio porno-chic que me ponía el coño como una fuente solo de mirarlas.

Quedamos un viernes por la tarde en su estudio del centro. Llegué con un vestido negro ajustadísimo, sin sujetador, los pezones marcándome como dos balas y un tanga de encaje que apenas tapaba nada. Frank abrió la puerta y… joder. 1,88, pelo oscuro con canas sexys, ojos verdes que te desnudan en dos segundos y una sonrisa de hijo de puta que me dejó las bragas empapadas al instante.

—Pasa, Elena —dijo con esa voz medio alemana medio latina que parecía lamerte el clítoris solo con hablar—. Vamos a hacer algo muy bonito… o muy guarro, según lo que me dejes.

El estudio olía a café y a hombre caro. Luces rojas, fondo negro, una cama enorme con sábanas de satén negro y un sofá de cuero que ya gritaba «aquí se folla».

Empezamos normal: poses de pie, sentada, yo mirándolo por encima del hombro, él dándome órdenes suaves:
—Arquea la espalda… más… enséñame las tetas sin enseñarlas… perfecto.

Pero cada vez que decía «perfecto» lo decía mirándome el coño, no la cámara. Y yo notaba cómo se me hinchaban los labios de abajo, cómo empezaba a oler a sexo en el aire.

Después de media hora ya no aguantaba más.
—Frank —le dije con voz de gata en celo—, ¿tú siempre eres tan profesional o solo cuando la modelo no te pone cachondo?

Él dejó la cámara, sonrió y se acercó despacio.
—¿Tú qué crees, guarra?

Me agarró del pelo con una mano, con la otra me pellizcó un pezón por encima del vestido tan fuerte que di un grito ahogado. El dolor me atravesó como un rayo directo al clítoris.
—Quítate el vestido. Despacio. Quiero verte sufrir de ganas.

Obedecí. Me bajé la cremallera centímetro a centímetro, dejé que el vestido cayera al suelo. Ahí estaba yo, en tanga negro y tacones, las tetas al aire, los pezones duros como piedras. Él me miró de arriba abajo y se lamió los labios.
—Joder, qué pedazo de cerda estás hecha.

Se acercó, me metió la lengua hasta el fondo de la boca y me mordió el labio inferior hasta que noté sabor a sangre. Yo ya gemía como una perra. Me empujó contra el sofá, me dobló por la cintura y me dio el primer azote en el culo. ¡PAM! Sonó como un disparo.
—¡Joder! —grité.
—¿Te gusta, verdad, puta? —otro azote más fuerte.
—¡Ufff… Sí, joder, sí!

Me bajó el tanga de un tirón, me abrió el culo con las dos manos y me escupió directamente en el ojete. Sentí el salivazo caliente resbalando. Luego metió un dedo, luego dos, luego tres. Me retorcía de placer y de dolor a la vez.
—Estás abierta como una puta de carretera —me dijo—. ¿Cuántas pollas te han metido por aquí?

—Demasiadas —jadeé—. Pero quiero la tuya ya.

Se desabrochó el pantalón y sacó una polla que me dejó con la boca abierta: gruesa, venosa, la cabeza gorda y brillante de líquido preseminal . Me agarró del pelo y me obligó a arrodillarme.
—Abre.

Me la metió hasta el fondo de la garganta de un solo empujón. Me ahogué, me salieron lágrimas, pero no me dejó salir. Empezó a follarme la boca como si fuera un coño: adentro, afuera, adentro, afuera… glu glu glu… los huevos golpeándome la barbilla. Yo babeaba como una fuente, la saliva me caía por las tetas, por el estómago, hasta el coño.

De repente me sacó la polla, me dio la vuelta, me puso a cuatro patas en el sofá y me escupió otra vez en el culo.
—Ahora te voy a abrir del todo, cerda.

Apoyó la cabeza de la polla en mi ojete y empujó. Dolió como la primera vez que me lo hicieron con 16 años, pero mil veces mejor. Entró centímetro a centímetro hasta que noté sus huevos pegados a mi coño.
—¡Me partes, cabrón! —grité.
—Calla y disfruta, que esto es solo el principio.

Empezó a bombear despacio, luego más rápido, luego como un animal. Plaf plaf plaf plaf… cada embestida me llegaba al estómago. Yo gritaba, me corría, gritaba otra vez. Me metió una mano por debajo y me frotó el clítoris como loco. Me corrí otra vez, esta vez a chorros, salpicando el sofá.

—Ahora te lleno el culo de leche, guarra —gruñó.

Y lo hizo. Sentí los chorros calientes, uno, dos, tres, cuatro… hasta que noté cómo me rebosaba y me chorreaba por los muslos. Cuando salió, el ano se me quedó abierto y la leche me caía en hilos gruesos al suelo.

Me quedé allí temblando, con el culo en pompa, respirando como si hubiera corrido una maratón. Él se agachó, me metió dos dedos en el culo lleno y me los hizo chupar.
—Límpialos, cerda. Sabe a lo que eres.

Y yo los chupé, saboreando su corrida y mi culo, y me corrí otra vez solo con eso.

Después nos duchamos juntos. Me enjabonó las tetas, me metió dedos otra vez, me besó el cuello y me dijo al oído:
—Esto no ha sido una sesión de fotos. Esto ha sido tu entrevista de trabajo. Estás contratada como mi puta personal.

Y desde ese día lo soy.
Todas las noches.
Sin excepciones.
Felicidses bienvenida es muy morboso, sigue así, si te da juego y morbo añade alguna foto para darle más morbo gracias
 
una cerda así da mucho juego, morbo y vicio.
Seguro que nos sorprendes de lo guarra y puta que eres. Una hembra de gustos exquisitos que sabe lo que quiere y lo disfruta.
Mis respetos cerda
 
🔍 Señales de “esto lo ha escrito una IA calentorra”

Repetición de patrones: frases como “me abrió el culo”, “cerda”, “puta”, “me escupió”, “me llenó”, etc., combinadas en bucle y con la misma cadencia. Las IAs suelen repetir “conceptos clave” que han detectado como centrales en el tono.

Intensidad constante sin pausas: un humano suele alternar ritmo emocional; aquí es todo al 200%, como si el texto no respirara.

Fantasía extrema sin variación realista: demasiados elementos “hiperintensos” apilados uno tras otro sin coherencia emocional o narrativa. IA = siempre sube, nunca baja.

Voz narrativa uniforme: todo tiene EXACTAMENTE el mismo nivel de énfasis, como si la narradora estuviera en modo turbo desde la frase 1 hasta la última.

Descripciones ‘ideales’ y clichés sexuales: pollas “grosísimas”, hombres “dominantes perfectos”, mujeres “hiperobedientes y mojadas desde el saludo”. Patrón típico de modelos entrenados con datasets porno-fantásticos.

Falta de error humano: no hay frases torcidas, giros personales, contradicciones, marcas de estilo individual. Es demasiado clínico dentro de su suciedad.

Uso de números exagerados pero redondos: “treinta y dos viejos”, porque suena intenso pero no aporta contexto. IA pura.
 
🔍 Señales de “esto lo ha escrito una IA calentorra”

Repetición de patrones: frases como “me abrió el culo”, “cerda”, “puta”, “me escupió”, “me llenó”, etc., combinadas en bucle y con la misma cadencia. Las IAs suelen repetir “conceptos clave” que han detectado como centrales en el tono.

Intensidad constante sin pausas: un humano suele alternar ritmo emocional; aquí es todo al 200%, como si el texto no respirara.

Fantasía extrema sin variación realista: demasiados elementos “hiperintensos” apilados uno tras otro sin coherencia emocional o narrativa. IA = siempre sube, nunca baja.

Voz narrativa uniforme: todo tiene EXACTAMENTE el mismo nivel de énfasis, como si la narradora estuviera en modo turbo desde la frase 1 hasta la última.

Descripciones ‘ideales’ y clichés sexuales: pollas “grosísimas”, hombres “dominantes perfectos”, mujeres “hiperobedientes y mojadas desde el saludo”. Patrón típico de modelos entrenados con datasets porno-fantásticos.

Falta de error humano: no hay frases torcidas, giros personales, contradicciones, marcas de estilo individual. Es demasiado clínico dentro de su suciedad.

Uso de números exagerados pero redondos: “treinta y dos viejos”, porque suena intenso pero no aporta contexto. IA pura.
He pensado lo mismo!!
IA mezclada con ciencia ficcion.
 
Muchas gracias @Alba38 💟 ! Si es cierto lo de la IA. Probe dando el relato original para que lo hicise mejor o mas pornografico. Subo el original y si gusta mas me tocara teclar mas😅
 
Última edición:
Joder, no quería escribir esto, de verdad. No tenía ninguna gana de compartir mis aventuras sexuales con nadie. Solo hablo de ellas con cuatro amigos contados, con lo que tengo mucha confianza. Esa gente con la que te encanta compartir anécdotas heavys y descojonarte. De hecho, las historias frikis o las que salen mal suelen ser las más divertidas de contar.

Esto es distinto… Es un encargo de mi chico. Es un puto morboso y la verdad es que eso me encanta de él. No podría estar con alguien convencional, con quien no se pudiera hablar de cualquier cosa, por bárbara que parezca, sin sentirme juzgada. La verdad es que me supera con creces, aunque yo siempre haya sido un poco degenerada. Desde niña. Recuerdo que empecé a masturbarme a los nueve años con los cómics de Manara que le robaba a mi padre, y por si fuera poco, a los 11 años devoré Justine, del marqués de Sade, en una tienda de campaña en un camping en Asturias. Se lo acababa de leer mi madre y lo había dejado tirado por ahí. Se lo robé y creo que ahí se me jodió la cabeza.

Por dónde empezar… Ya llevo cuatro años con Frank. Cada uno vive en su casa, tenemos hijos de otras parejas, somos modernos… Es un caballero en la calle y un cerdo en la cama, como a mí me gusta. Nos conocimos cuando yo estaba buscando fotógrafo para hacer un intercambio, ya que a veces hago cositas para publi y quería actualizar mi book, y fue un flechazo. Cuando hablamos por teléfono la primera vez ya de entrada me sedujo su voz suave y su acento, entre alemán y latino. Al final no pudimos cuadrar fechas y quedó todo ahí. Nos seguimos por redes sociales y me ponía cachonda su foto de perfil: un retrato en blanco y negro en el que te miraba con cara de niño bueno, con el entrecejo un poco fruncido, y unos labios gruesos que acompañaban unos ojos de pervertido. La combinación de lo poco que había visto me daba un morbazo brutal. Al cabo de unas semanas, estaba en un festival de rock con unas amigas (había dejado a mi niño en casa de una vecina que lo cuida a veces) y me había tomado unos chupitos de tequila. Estaba triscando por ahí buscando algo de papeo con el puntillo y de pronto nos cruzamos de bruces. “¿Tú no eres…? ¡Sii! Hola, qué tal? Y las comisuras de los labios dibujaron una media luna que dejaba ver toda la dentadura, pero a él se le iban los ojos furtivamente a mi culo y tetas, pues iba con un shortcito vaquero que dejaba ver lo más grande… Ah, claro, pequeño inciso, que no me he descrito… A ver, 37 años, mido 1’69, soy morena, tengo los ojos marrones y media melena ondulada, con el típico corte de pelo a capas de mami treintañera. Siempre he tenido los labios carnosos y una dentadura casi perfecta, con los incisivos un poquito separados. Soy bastante atlética, mis tetas no parecen muy grandes para mi altura, pero son firmes y redondas, con los pezones pequeños y gorditos (masticables dice mi chico). Como he hecho gimnasia artística y danza muchos años, tengo las piernas muy torneadas y los abdominales y hombros bastante definidos… Pero mi plato fuerte es el culo, definitivamente. Sé que es un monumento, redondo, apretado como una manzana. Mis buenas clases de GAP me meto, soy la reina de las sentadillas… Me encanta llevar mallas apretadas y que lo admiren por la calle, jeje. La verdad es que estoy muy segura de mi físico y de mi inteligencia, por lo que me cuesta encontrar a gente que me provoque, que sienta que me ponen tanto como yo a ellos (o ellas). Se podía palpar la química, nos dimos un buen repaso, y entre risas nerviosas y tal, acabamos en mi casa…

Fuimos conociéndonos poco a poco, todo muy típico, ir a cenar, hablar de arte, de cine, de política, de niños, me caía bien y me gustaba, pero me temía que fuera un soso y que todo fuera un chasco. Un día me acompañó a casa después de dejar a mi niño en casa de un amigo del cole. Yo pensaba que no iba a pasar nada, era tan respetuoso… Pero me dije que ya era hora de catarlo, así que me tomé un par de cervezas (siempre he dicho que el alcohol es mi lubricante favorito), lo senté de un empujón en el sofá y le hice un bailecito de stripper mientras le mordía la boca y le succionaba la lengua, moviéndome de adelante hacia atrás para ponerle el rabo bien gordo y evaluar el material antes de pasar a la siguiente fase, cuando, de pronto, me pellizcó un pezón bastante fuerte. Eso me dolió, pero resultó que me mojé entera. Me puso cerdísima que tuviera ese puntito sádico. Tengo la piel muy blanquita, al mínimo roce se me pone roja y me salen moratones, pero empiezo a chorrear cuando me maltratan. Me ardían los pezones, pero me subí en su polla y empecé a cabalgarlo como una posesa. Estaba tan cachonda que me corría sin parar.

Cuando no pude más, me puse en pie de golpe y me arrodillé. Nada me daba vergüenza, me tragué aquel cacho de verga durísima hasta el fondo. Saqué bien la lengua para que llegara hasta la campanilla y empujé firmemente. He de admitir que soy una especie de fetichista a lo Linda Lovelace en Garganta profunda, la película de los 70. Lo que más me excita es que me sujeten la cabeza y me follen la garganta sin piedad, pero, claro, me daba palo pedírselo. Me puedo tirar media hora chupando una buena polla, aunque me gusta que me entre hasta el fondo, si es demasiado gorda no es lo mismo. Por suerte tenía la medida justa, y cuando se cansó de ahogarme rítmicamente y ver que no había manera de que me hiciera tener una arcada (la «técnica tragasables» la llamo yo) y se la dejé bien babosa, con esa baba profunda y mucosa que sale después de un buen rato con el capullo penetrándote la tráquea, yo ya estaba con los ojos en blanco de éxtasis, por lo que me agarró de los pelos, me dio la vuelta sujetándome las caderas, y me la metió directamente en el culo, que estaba totalmente abierto. Me sujetó fuerte de los antebrazos y me empotró como un animal, hasta que noté cómo salía a un chorro de leche tibia y me quedé con el culo en pompa, mientras me escurría todo piernas abajo…

Lo demás ya es historia, y ahí seguimos, pese a que a veces cuesta mantener el nivel. Él siempre me pide que le cuente mis fantasías más turbias, que le hable sucio, sobre mis escarceos, sobre mi pasado oculto… Me costó muchísimo confesarle mi fetiche de sumisa. En el día a día soy una mujer muy empoderada, inteligente, cultivada, mordaz, rápida, y no me achanto ante nadie. En lo íntimo, sin embargo, me he dejado hacer de todo, escupirme, pegarme, atarme, humillarme… sobre todo con tíos a los que acababa de conocer y a los que no pensaba volver a ver nunca. He tenido una juventud muy salvaje y muy sexual. Durante unos trece años me dediqué al mundo del espectáculo y bailaba en discotecas, el sitio ideal para conocer rollos esporádicos. Creo que he bloqueado algunas de las experiencias más obscenas. Me cuesta recordarlo y, más aún, verlo como material para las pajas de mi chico.

A Frank le encanta que le cuente lo guarra que he sido con otros tíos (y tías). Cuando estamos follando me pide que le cuente más, quiere saber todas mis experiencias, con los detalles más escabrosos… Dice que soy su actriz porno, que le encanta que sea una cerda. Pero, no sé por qué, hay un punto el que me corto. Creo que no termino de entender que le excite oírme contar cómo me usaba uno u otro y sé que he borrado ciertos detalles perversos que él ansía escuchar mientras se pajea como un chimpancé en celo. Creo que, como soy tan cerebral, lo que me hace correrme a lo bestia es perder el control, entregarme y sentirme una muñeca, nada de pensar. Hablar y contar historias requiere un esfuerzo mental que me corta el rollo en plena faena. Prefiero hacer el payaso, jugar, disfrazarme, asumir un rol… Al fin y al cabo siempre me ha gustado provocar; me encanta poner cachonda a la gente con mis movimientos y mi físico trabajado. Soy hiperlaxa y puedo ponerme en posturas muy extremas, lo que siempre he aprovechado en mis espectáculos.

Aunque ahora me gano la vida como traductora para una plataforma bastante conocida, de vez en cuando me llaman para algún rodaje como maquilladora y siempre que puedo me apunto. Resulta que hace un año y pico me llamaron para ir a rodar un par de días a Cádiz para una serie americana: fue un regalazo de la vida. Íbamos un equipo bastante grande y nos alojábamos en un pedazo de hotel de cinco estrellas cerca del circuito de Jerez. El último día nos fuimos un grupito a cenar. Había estado hablando con un tío francés, Cedric, amigo de un ex, otro actor, y hablando, hablando, y después de unas copas, la conversación fue subiendo de tono y acabamos con el tema del sexo, fetiches, idiomas, y dirty talk, y estuvimos jugando a ver quién decía las mayores barbaridades en distintas lenguas para reírnos en la cena. Lo cierto es que me gustaba su atención. Y él llamaba la mía, aunque en realidad no era mi tipo para nada. Era un tío alto, con la voz grave como un subwoofer, llamativamente rubio y blanco de piel, con los ojos glaucos. Tengo una coña con mis hermanas, la mayor es rubia y por eso creo que nunca me han puesto los rubios, de hecho, casi siempre me he sentido atraída por las pieles morenas, cuanto más mejor (de hecho, mi hijo es mulato). Solo quería tontear, reírme, coquetear, sentirme deseada… Nada con consecuencias. Después de cenar nos fuimos a un pub, que estaba completamente decorado con temática circense, con su carpa amarilla y roja y todo, en el que había una barra de poledance. Yo ya me había tomado un par de vinos…

(...CONTINUARÁ)
 
🔍 Señales de “esto lo ha escrito una IA calentorra”

Repetición de patrones: frases como “me abrió el culo”, “cerda”, “puta”, “me escupió”, “me llenó”, etc., combinadas en bucle y con la misma cadencia. Las IAs suelen repetir “conceptos clave” que han detectado como centrales en el tono.

Intensidad constante sin pausas: un humano suele alternar ritmo emocional; aquí es todo al 200%, como si el texto no respirara.

Fantasía extrema sin variación realista: demasiados elementos “hiperintensos” apilados uno tras otro sin coherencia emocional o narrativa. IA = siempre sube, nunca baja.

Voz narrativa uniforme: todo tiene EXACTAMENTE el mismo nivel de énfasis, como si la narradora estuviera en modo turbo desde la frase 1 hasta la última.

Descripciones ‘ideales’ y clichés sexuales: pollas “grosísimas”, hombres “dominantes perfectos”, mujeres “hiperobedientes y mojadas desde el saludo”. Patrón típico de modelos entrenados con datasets porno-fantásticos.

Falta de error humano: no hay frases torcidas, giros personales, contradicciones, marcas de estilo individual. Es demasiado clínico dentro de su suciedad.

Uso de números exagerados pero redondos: “treinta y dos viejos”, porque suena intenso pero no aporta contexto. IA pura.
Hay apps que detectan también bastante bien todo ese estilo de textos
 
A ver pero lo suyo es poner fantasía o realidad ...
Eso es cierto, de hecho estaba reflexionando que muchos textos hubieran sido muy buenos si hubieran contado con ayuda de autocorrector cómo el chatgpt para explicar algo que lleva tanto sentimientos y muchas veces dificultad escribir con claridad
 
Aunque me gusta ver qué la gente escriba cómo le salga salen expresiones únicas que de verdad transmiten lo que vivió la persona, más que corregidos por el chat gpt
 
Felicidses bienvenida es muy morboso, sigue así, si te da juego y morbo añade alguna foto para darle más morbo gracias
ELena_troya_tetas.jpeg
 
Atrás
Top Abajo