Corre tita que te pillo

Tiravallas

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13 Jul 2024
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Casi todos hemos tenido una tía, una prima o una hermana mayor que protagonizó nuestras primeras fantasías cuando todavía no sabíamos que era exactamente lo que nos atraía. En mi caso, fue mi tía Sara. Nunca he puesto más ingenio al servicio de un propósito como cuando me propuso verle las tetas a toda costa. Era una obsesión. Me metía debajo de la cama, me escondía en su armario o la esperaba dentro de la ducha. No conseguí pillarla jamás, pero un día, harta del constante acoso, me agarró por el pescuezo e introdujo mi cabeza por debajo de su camiseta sin sostén y movió el cuerpo para golpearme la cara con sus mamas. Casi me mata de la vergüenza, pero fue alucinante. Eso sí, ya no volví a intentarlo más. Sólo tenía fijación con esa parte, lo demás ni siquiera sabía que existía. Lo peor de todo fue que durante años esa anécdota se recordaba constantemente, no desaprovechaban una oportunidad para mencionar lo salido que estaba el niño y la lección que se llevó. Por suerte ya han pasado diez años y aquello cayó en el olvido, menos para mí.


Mi tía se acaba de divorciar y no está pasando por un buen momento. Repite todo el rato que está vieja, fea y gorda y mi padre cree que solo lo dice para castigarse y dar pena, que sigue estando como un queso. Yo creo que tiene razón mi padre, al menos en lo último. Con el fin de animarla un poco, mi madre le ha propuesto que se venga una semana con nosotros a la playa y después de negarse durante todo el verano, ha acabado aceptando a regañadientes. La tenemos por aquí como un alma en pena. El único rastro de la mujer que fue es su enorme delantera, imponente dentro del bikini que luce desde que llegó. Después de cenar, mis progenitores me han encomendado la misión de entretenerla, aunque dudo que lo consiga, por intentarlo que no quede.


- Tía Sara, ese bikini te queda genial, ¿es nuevo?


- Gracias por el intento, cariño, eres un encanto. Pero me queda fatal, estoy gorda.


- No es verdad, ya quisieran las de mi edad tener ese cuerpazo.


- No te burles de mí.


- Si tan mal crees que estás, ¿Por qué no sales conmigo a correr mañana?


- Porque ya no estoy para esos trotes.


- Confía en mí, te engancharás al deporte. Vamos con calma y si no te gusta, no vuelvo a insistir.


- Está bien, no tengo nada que perder, porque ni dignidad me queda.


- Pues nos vemos a las siete de la mañana en la entrada.


La cara que puso al decirle la hora me hizo pensar que se echaría atrás, pero nada más lejos de la realidad. A las siete en punto me estaba esperando abajo, estirando, con una vestimenta un tanto peculiar. Le expliqué que desayunaríamos después, como recompensa. No parecía muy conforme, pero tampoco rechistó. Fuimos caminando hasta el paseo marítimo, vacío a esas horas.


- Pensé que esto estaría lleno de cachas como tú.


- Aquí todo el mundo sale de fiesta hasta las tantas, a esta hora no hay nadie despierto.


- Pues mejor, no quiero que nadie me vea hacer el ridículo.


- Ya verás, tita, esto va a suponer un antes y un después para ti.


Estuvimos aproximadamente una hora, corriendo un rato y descansando la mayor parte del tiempo. Esa no era mi rutina, pero mi tía llevaba mucho sin hacer ejercicio y encima había vuelto a fumar. No la presioné, le di ánimos en todo momento y fui comprensivo con ella, ya nos esforzaríamos un poco más el día siguiente. Ahora tocaba un buen desayuno y a la playa el resto de la mañana.


Cuando llegamos a casa, mis padres estaban saliendo por la puerta con un par de bolsas de viaje. Nos dijeron que habían llamado del campamento de mi hermano, que había empezado a notar un dolor en el costado y lo iban a operar de apendicitis. Mi tía se ofreció a ir con ellos, pero mi madre se negó, dijo que volverían en tres días y que alguien tenía que echarme un ojo. No me hizo gracia su desconfianza, pero sentí cierto cosquilleo al pensar que iba a estar tres días a solas con mi tía.


Fui directo a la cocina a preparar el desayuno mientras mi tía se duchaba, probablemente sea la única persona que se lava antes de ir a la playa. Bajó al cabo de un cuarto de hora con el bikini y un pareo puesto y bastante mejor cara que el día anterior. Las endorfinas.


- Huevos con bacon, el desayuno de los campeones.


- Nos lo hemos ganado, pero si quieres te puedo preparar otra cosa.


- No hace falta, cielo, estoy segura de que me van a encantar tus huevos.


Otra vez el cosquilleo. No sé si era una provocadora o si no pensaba antes de hablar. Preferí no darle vueltas al asunto y una vez terminado, nos fuimos camino a la playa, paseando tranquilamente. Al llegar me quité la camiseta y mi tía insistió en ponerme crema. Intenté negarme por la imagen que aquello podía dar, pero se salió con la suya. Empezó a aplicarme la protección solar como el que unta mantequilla en una tostada, pero percibí un cambio brusco cuando pasó de la espalda a los bíceps, ya no iba tan deprisa, parecía querer cubrir cada milímetro de piel. Más exagerado fue cuando llegó a los pectorales y bajó hacia los abdominales. Quise devolverle el favor, pero me dijo que no pensaba moverse de debajo de la sombrilla. Mejor, necesitaba salir corriendo hacia el agua, cuanto más fría mejor.


Después de aquello, la mañana transcurrió sin mayor novedad. Volvimos para casa, ella cocinó unos deliciosos macarrones al pesto y nos fuimos cada uno a nuestra habitación a dormir una merecida siesta.


- Tita, voy a salir a correr otro ratito.


- Normal, esta mañana te he fastidiado el entrenamiento.


- No, no es eso. Deberías aprovechar para rebuscar en los cajones de mi madre. Tiene tops, mallas y zapatillas deportivas bastante buenas.


- Capto el mensaje. Voy a leer un rato y después echaré un ojo.


- Perfecto, así mañana podré darte más caña.


- No llegues tarde, recuerda que te toca hacer la cena.


- ¿Prefieres que salgamos a cenar fuera?


- Me parece genial, si pagas tú.


- Una pizzería es todo lo que me puedo permitir.


- ¡Me encanta la pizza!


Esa tarde me esforcé al máximo sabiendo que la cena no iba a ser precisamente ligera. Corrí unos cuantos kilómetros, nadé un buen rato en la piscina de la urbanización y volví para casa. El lector de libros de mi tía estaba sobre el sofá y me entró curiosidad por saber qué estaba leyendo. Tenía abierto un relato titulado "Mi sobrina Sabrina", de una tal VictoriaSG. Que le gustara leer esas cosas, y encima historias de tíos y sobrinos, me puso muy cachondo. Subí a mi habitación a quitarme la ropa para darme una buena ducha y lo que surgiera. En ese momento mi tía salía de la habitación de mis padres, vestida de arriba a abajo con la ropa de su hermana. Mi madre tenía bastante menos pecho que ella, así que el top le quedaba muy apretado, pero a ella no parecía importarle y a mí menos, más imágenes para la ducha.


A las nueve salimos de casa. Yo me había puesto una camisa de flores, bien abierta y pantalones cortos. Mi tía llevaba un vestido blanco cortito, con un escote bien pronunciado. Entre eso y lo mucho que se le marcaba el tanga, me di cuenta de que la paja de la ducha no me había calmado, aunque tendría que fingirlo. Después de la pizza barbacoa y el refresco de cola que yo tomé y su media pizza de cuatro quesos, más dos cervezas, mi tía propuso ir a tomar una copa, pero me opuse.


- Mañana tenemos que madrugar y como coach no tolero el alcohol.


- Agradezco lo que estás haciendo, Aitor, pero en una semana no me voy a poner en forma, prefiero disfrutar, olvidarme de las penas.


- Puedes hacer las dos cosas, pero si piensas seguir bebiendo, que sea en casa.


- Eres un muermo, pero acepto.


Lo primero que hice al llegar a casa fue poner la tele. Ella se fue directa al mueble bar y a saber lo que se sirvió, pero debía estar cargado, porque al rato ya no entendía casi nada de lo que me decía. Tuve que ayudarla a subir las escaleras y a meterse en la cama y me dijo que yo sí que era un hombre de verdad, me dio las buenas noches y un beso en la comisura de los labios. Tuve que apartar de mi cabeza las horribles visiones en las que abusaba de mi tía borracha, eso sí, después de clavarme otra paja épica.


Para mi sorpresa, mi tía volvía a estar esperando en la entrada a las siete en punto, vestida para la ocasión y sin el más mínimo rastro de resaca. Esta mujer no hacía más que sorprenderme. Mi idea era ir más a saco, si tenía aguante para beber, que lo tuviera también para correr.


- Te explico el primer ejercicio. Vamos a correr hasta los árboles del final de la calle y tú saldrás con veinte segundos de ventaja, si te pillo, te doy una palmada en el culo.


- ¿Lo dices en serio? Al monitor de mi gimnasio lo denunciaron por acoso sexual por mucho menos.


- Pero yo soy tu sobrino querido, no un extraño. Y no habrá acoso de ningún tipo si haces bien tu trabajo.


- Pues venga, vamos allá.


Nada más verla salir me di cuenta de que la iba a pillar en tres zancadas. Y así fue, manotazo en el culo. Lejos de quejarse lanzó un aullido sexy, de gatita, que me puso a tono. Le expliqué el siguiente ejercicio, que era básicamente el mismo pero con más tiempo de ventaja, no daba para más. En esta ocasión fui demasiado benevolente con ella y me tuve que poner las pilas para alcanzarla justo antes de que llegara. Además del manotazo me atreví a manosear la nalga.


- ¿Eso era una palmada?


- Más ventaja, mayor castigo.


- Pues si estás esperando a que tu tía de cuarenta y dos años te gane en una carrera, ya empótrame directamente, que es ya lo que te falta.


- Qué exagerada eres. El último ejercicio es más sencillo: aguanta corriendo a tu ritmo diez minutos y te invito a un helado.


Lo consiguió, aunque casi la mato en el intento. La vi con la cintura doblada y las manos sobre las rodillas, buscando aire desesperadamente, y no pude evitar la tentación de aparecer por detrás y apretar mi paquete contra su culo. Estaba totalmente fuera de lugar, pero es que ya no aguantaba más, verla correr con ese top y las tetas rebotando fue la gota que colmó el vaso. Por suerte, ella fingió que aquello no había sucedido y fuimos a por nuestros helados.


Yo pedí un cucurucho de chocolate y ella de turrón y nos fuimos directos para casa. Nos sentamos en el sofá a terminar aquel desayuno tan saludable. Nunca he sido un experto en seducción ni provocación, no me daría cuenta de que me tiran los tejos ni aunque me lo señalaran con luces de neón, pero que mi tía estuviera dando lametones al helado como la que se come una tranca mientras no deja de mirarme a los ojos tiene que significar algo. Estábamos entrando en un juego peligroso y lo peor es que a cada paso que dábamos el otro parecía echarse atrás. Es evidente que de no ser mi tía ya la hubiera puesto mirando a Cuenca y ella debía pensar algo similar, pero en estas circunstancias, íbamos con el freno de mano irremediablemente echado.


En la playa la cosa no mejoró, hoy sí le apetecía bañarse. Me pidió que le pusiera crema por todo el cuerpo, poniendo especial énfasis en la palabra 'todo'. Lo hice con toda la contención que fui capaz de reunir, no más de cinco segundos en cada zona, ni si quiera en esos pechos cuyos pezones me apuntaban acusatorios desde detrás del bikini. Salí corriendo hacia el agua y ella vino detrás. Estaba juguetona, me hacía cosquillas y me abrazaba.


- ¿Te acuerdas de cuando eras niño y fingías que te daban miedo las olas para que te cogiera?


- No lo fingía.


- Claro que sí, para sobarme las tetas, eras muy pesado, te tuve que dar una lección, ¿lo recuerdas?


- Sí, sí que me acuerdo.


- Y lo tímido que eres ahora... como si yo mordiera.


- No soy tímido, te he dado caña durante el entrenamiento.


- Poca cosa. Tengo hambre, ¿vamos para casa?


- Como quieras.


En esta ocasión cocinó un par de filetes con patatas. No hablamos demasiado durante la comida y le dije que me subía a mi habitación para llamar a mi madre y preguntarle como iba la recuperación de mi hermano y me dijo que enseguida subía ella también.


Estaba sentado en mi cama mientras mi madre me explicaba que todo estaba yendo muy bien y que mañana después de comer vendrían para aquí. En ese momento apareció mi tía vestida únicamente con una camiseta de manga corta y se sentó a mi lado, muy pegada a mí para escuchar el teléfono. Cuando colgué no se separó ni un milímetro, me echó un brazo por encima del hombro, me dio un beso en la cara y me dijo dos cosas: que era muy buen chico y que tenía una sorpresa para mí. Antes de llegar a imaginarme nada ya me había vuelto a meter la cabeza debajo de su camiseta.


La estupefacción me duró un segundo, no me iba a volver a llamar tímido. Metí las dos manos debajo de la camiseta, intentando abarcar sin éxitos los dos melones, y los estrujé con ganas. Tenía los pezones enormes y duros como piedras. Con la cabeza aun atrapada iba dando lametones donde pillaba. Con una mano me apretaba la cabeza contra su busto y con la otra me estaba deshaciendo el nudo del bañador. Quería liberarme, follarme a mi tía como una bestia en celo, pero no me lo permitía. Me quitó el bañador y me empezó a acariciar las pelotas, me susurraba cosas al oído, como lo grande que la tenía o lo suaves que eran mis testículos. Repetía que era un buen chico y que me merecía una recompensa. Me empezó a masturbar con una mano cubierta de saliva. Primero movimientos lentos, pero iba aumentando la velocidad. Lo único que me separaba en ese momento de una corrida descomunal era que no conseguía salir del estado de shock, pero igualmente no iba a aguantar demasiado. Subía y bajaba, maseajeaba la punta y soltaba. Así varias veces, hasta que volví a sentir el cosquilleo, pero esta vez en los huevos y subiendo hacia arriba. Una vez llegado a la punta, descargué una cantidad enorme de semen sobre mi tía. Entonces me soltó y se tumbó en la cama. Salí de mi prisión y me tiré encima, estaba totalmente cubierta de leche, pero me daba igual, le quería comer la boca. Ella se dejaba hacer, sin colaborar. Fui bajando por el cuello, le comí las tetas en condiciones, le separé las piernas, no llevaba ropa interior y su coño estaba empeñado, sin más pelo que una fina línea en el pubis, me lo tenía que comer, lo ansiaba.


- Calma, Aitor, esto que ha pasado te lo debía, pero de momento no podemos ir a más.


- ¿Qué quiere decir "de momento"?


- Quiere decir que esta noche te voy a regalar el mejor polvo de tu vida.
 
Casi todos hemos tenido una tía, una prima o una hermana mayor que protagonizó nuestras primeras fantasías cuando todavía no sabíamos que era exactamente lo que nos atraía. En mi caso, fue mi tía Sara. Nunca he puesto más ingenio al servicio de un propósito como cuando me propuso verle las tetas a toda costa. Era una obsesión. Me metía debajo de la cama, me escondía en su armario o la esperaba dentro de la ducha. No conseguí pillarla jamás, pero un día, harta del constante acoso, me agarró por el pescuezo e introdujo mi cabeza por debajo de su camiseta sin sostén y movió el cuerpo para golpearme la cara con sus mamas. Casi me mata de la vergüenza, pero fue alucinante. Eso sí, ya no volví a intentarlo más. Sólo tenía fijación con esa parte, lo demás ni siquiera sabía que existía. Lo peor de todo fue que durante años esa anécdota se recordaba constantemente, no desaprovechaban una oportunidad para mencionar lo salido que estaba el niño y la lección que se llevó. Por suerte ya han pasado diez años y aquello cayó en el olvido, menos para mí.


Mi tía se acaba de divorciar y no está pasando por un buen momento. Repite todo el rato que está vieja, fea y gorda y mi padre cree que solo lo dice para castigarse y dar pena, que sigue estando como un queso. Yo creo que tiene razón mi padre, al menos en lo último. Con el fin de animarla un poco, mi madre le ha propuesto que se venga una semana con nosotros a la playa y después de negarse durante todo el verano, ha acabado aceptando a regañadientes. La tenemos por aquí como un alma en pena. El único rastro de la mujer que fue es su enorme delantera, imponente dentro del bikini que luce desde que llegó. Después de cenar, mis progenitores me han encomendado la misión de entretenerla, aunque dudo que lo consiga, por intentarlo que no quede.


- Tía Sara, ese bikini te queda genial, ¿es nuevo?


- Gracias por el intento, cariño, eres un encanto. Pero me queda fatal, estoy gorda.


- No es verdad, ya quisieran las de mi edad tener ese cuerpazo.


- No te burles de mí.


- Si tan mal crees que estás, ¿Por qué no sales conmigo a correr mañana?


- Porque ya no estoy para esos trotes.


- Confía en mí, te engancharás al deporte. Vamos con calma y si no te gusta, no vuelvo a insistir.


- Está bien, no tengo nada que perder, porque ni dignidad me queda.


- Pues nos vemos a las siete de la mañana en la entrada.


La cara que puso al decirle la hora me hizo pensar que se echaría atrás, pero nada más lejos de la realidad. A las siete en punto me estaba esperando abajo, estirando, con una vestimenta un tanto peculiar. Le expliqué que desayunaríamos después, como recompensa. No parecía muy conforme, pero tampoco rechistó. Fuimos caminando hasta el paseo marítimo, vacío a esas horas.


- Pensé que esto estaría lleno de cachas como tú.


- Aquí todo el mundo sale de fiesta hasta las tantas, a esta hora no hay nadie despierto.


- Pues mejor, no quiero que nadie me vea hacer el ridículo.


- Ya verás, tita, esto va a suponer un antes y un después para ti.


Estuvimos aproximadamente una hora, corriendo un rato y descansando la mayor parte del tiempo. Esa no era mi rutina, pero mi tía llevaba mucho sin hacer ejercicio y encima había vuelto a fumar. No la presioné, le di ánimos en todo momento y fui comprensivo con ella, ya nos esforzaríamos un poco más el día siguiente. Ahora tocaba un buen desayuno y a la playa el resto de la mañana.


Cuando llegamos a casa, mis padres estaban saliendo por la puerta con un par de bolsas de viaje. Nos dijeron que habían llamado del campamento de mi hermano, que había empezado a notar un dolor en el costado y lo iban a operar de apendicitis. Mi tía se ofreció a ir con ellos, pero mi madre se negó, dijo que volverían en tres días y que alguien tenía que echarme un ojo. No me hizo gracia su desconfianza, pero sentí cierto cosquilleo al pensar que iba a estar tres días a solas con mi tía.


Fui directo a la cocina a preparar el desayuno mientras mi tía se duchaba, probablemente sea la única persona que se lava antes de ir a la playa. Bajó al cabo de un cuarto de hora con el bikini y un pareo puesto y bastante mejor cara que el día anterior. Las endorfinas.


- Huevos con bacon, el desayuno de los campeones.


- Nos lo hemos ganado, pero si quieres te puedo preparar otra cosa.


- No hace falta, cielo, estoy segura de que me van a encantar tus huevos.


Otra vez el cosquilleo. No sé si era una provocadora o si no pensaba antes de hablar. Preferí no darle vueltas al asunto y una vez terminado, nos fuimos camino a la playa, paseando tranquilamente. Al llegar me quité la camiseta y mi tía insistió en ponerme crema. Intenté negarme por la imagen que aquello podía dar, pero se salió con la suya. Empezó a aplicarme la protección solar como el que unta mantequilla en una tostada, pero percibí un cambio brusco cuando pasó de la espalda a los bíceps, ya no iba tan deprisa, parecía querer cubrir cada milímetro de piel. Más exagerado fue cuando llegó a los pectorales y bajó hacia los abdominales. Quise devolverle el favor, pero me dijo que no pensaba moverse de debajo de la sombrilla. Mejor, necesitaba salir corriendo hacia el agua, cuanto más fría mejor.


Después de aquello, la mañana transcurrió sin mayor novedad. Volvimos para casa, ella cocinó unos deliciosos macarrones al pesto y nos fuimos cada uno a nuestra habitación a dormir una merecida siesta.


- Tita, voy a salir a correr otro ratito.


- Normal, esta mañana te he fastidiado el entrenamiento.


- No, no es eso. Deberías aprovechar para rebuscar en los cajones de mi madre. Tiene tops, mallas y zapatillas deportivas bastante buenas.


- Capto el mensaje. Voy a leer un rato y después echaré un ojo.


- Perfecto, así mañana podré darte más caña.


- No llegues tarde, recuerda que te toca hacer la cena.


- ¿Prefieres que salgamos a cenar fuera?


- Me parece genial, si pagas tú.


- Una pizzería es todo lo que me puedo permitir.


- ¡Me encanta la pizza!


Esa tarde me esforcé al máximo sabiendo que la cena no iba a ser precisamente ligera. Corrí unos cuantos kilómetros, nadé un buen rato en la piscina de la urbanización y volví para casa. El lector de libros de mi tía estaba sobre el sofá y me entró curiosidad por saber qué estaba leyendo. Tenía abierto un relato titulado "Mi sobrina Sabrina", de una tal VictoriaSG. Que le gustara leer esas cosas, y encima historias de tíos y sobrinos, me puso muy cachondo. Subí a mi habitación a quitarme la ropa para darme una buena ducha y lo que surgiera. En ese momento mi tía salía de la habitación de mis padres, vestida de arriba a abajo con la ropa de su hermana. Mi madre tenía bastante menos pecho que ella, así que el top le quedaba muy apretado, pero a ella no parecía importarle y a mí menos, más imágenes para la ducha.


A las nueve salimos de casa. Yo me había puesto una camisa de flores, bien abierta y pantalones cortos. Mi tía llevaba un vestido blanco cortito, con un escote bien pronunciado. Entre eso y lo mucho que se le marcaba el tanga, me di cuenta de que la paja de la ducha no me había calmado, aunque tendría que fingirlo. Después de la pizza barbacoa y el refresco de cola que yo tomé y su media pizza de cuatro quesos, más dos cervezas, mi tía propuso ir a tomar una copa, pero me opuse.


- Mañana tenemos que madrugar y como coach no tolero el alcohol.


- Agradezco lo que estás haciendo, Aitor, pero en una semana no me voy a poner en forma, prefiero disfrutar, olvidarme de las penas.


- Puedes hacer las dos cosas, pero si piensas seguir bebiendo, que sea en casa.


- Eres un muermo, pero acepto.


Lo primero que hice al llegar a casa fue poner la tele. Ella se fue directa al mueble bar y a saber lo que se sirvió, pero debía estar cargado, porque al rato ya no entendía casi nada de lo que me decía. Tuve que ayudarla a subir las escaleras y a meterse en la cama y me dijo que yo sí que era un hombre de verdad, me dio las buenas noches y un beso en la comisura de los labios. Tuve que apartar de mi cabeza las horribles visiones en las que abusaba de mi tía borracha, eso sí, después de clavarme otra paja épica.


Para mi sorpresa, mi tía volvía a estar esperando en la entrada a las siete en punto, vestida para la ocasión y sin el más mínimo rastro de resaca. Esta mujer no hacía más que sorprenderme. Mi idea era ir más a saco, si tenía aguante para beber, que lo tuviera también para correr.


- Te explico el primer ejercicio. Vamos a correr hasta los árboles del final de la calle y tú saldrás con veinte segundos de ventaja, si te pillo, te doy una palmada en el culo.


- ¿Lo dices en serio? Al monitor de mi gimnasio lo denunciaron por acoso sexual por mucho menos.


- Pero yo soy tu sobrino querido, no un extraño. Y no habrá acoso de ningún tipo si haces bien tu trabajo.


- Pues venga, vamos allá.


Nada más verla salir me di cuenta de que la iba a pillar en tres zancadas. Y así fue, manotazo en el culo. Lejos de quejarse lanzó un aullido sexy, de gatita, que me puso a tono. Le expliqué el siguiente ejercicio, que era básicamente el mismo pero con más tiempo de ventaja, no daba para más. En esta ocasión fui demasiado benevolente con ella y me tuve que poner las pilas para alcanzarla justo antes de que llegara. Además del manotazo me atreví a manosear la nalga.


- ¿Eso era una palmada?


- Más ventaja, mayor castigo.


- Pues si estás esperando a que tu tía de cuarenta y dos años te gane en una carrera, ya empótrame directamente, que es ya lo que te falta.


- Qué exagerada eres. El último ejercicio es más sencillo: aguanta corriendo a tu ritmo diez minutos y te invito a un helado.


Lo consiguió, aunque casi la mato en el intento. La vi con la cintura doblada y las manos sobre las rodillas, buscando aire desesperadamente, y no pude evitar la tentación de aparecer por detrás y apretar mi paquete contra su culo. Estaba totalmente fuera de lugar, pero es que ya no aguantaba más, verla correr con ese top y las tetas rebotando fue la gota que colmó el vaso. Por suerte, ella fingió que aquello no había sucedido y fuimos a por nuestros helados.


Yo pedí un cucurucho de chocolate y ella de turrón y nos fuimos directos para casa. Nos sentamos en el sofá a terminar aquel desayuno tan saludable. Nunca he sido un experto en seducción ni provocación, no me daría cuenta de que me tiran los tejos ni aunque me lo señalaran con luces de neón, pero que mi tía estuviera dando lametones al helado como la que se come una tranca mientras no deja de mirarme a los ojos tiene que significar algo. Estábamos entrando en un juego peligroso y lo peor es que a cada paso que dábamos el otro parecía echarse atrás. Es evidente que de no ser mi tía ya la hubiera puesto mirando a Cuenca y ella debía pensar algo similar, pero en estas circunstancias, íbamos con el freno de mano irremediablemente echado.


En la playa la cosa no mejoró, hoy sí le apetecía bañarse. Me pidió que le pusiera crema por todo el cuerpo, poniendo especial énfasis en la palabra 'todo'. Lo hice con toda la contención que fui capaz de reunir, no más de cinco segundos en cada zona, ni si quiera en esos pechos cuyos pezones me apuntaban acusatorios desde detrás del bikini. Salí corriendo hacia el agua y ella vino detrás. Estaba juguetona, me hacía cosquillas y me abrazaba.


- ¿Te acuerdas de cuando eras niño y fingías que te daban miedo las olas para que te cogiera?


- No lo fingía.


- Claro que sí, para sobarme las tetas, eras muy pesado, te tuve que dar una lección, ¿lo recuerdas?


- Sí, sí que me acuerdo.


- Y lo tímido que eres ahora... como si yo mordiera.


- No soy tímido, te he dado caña durante el entrenamiento.


- Poca cosa. Tengo hambre, ¿vamos para casa?


- Como quieras.


En esta ocasión cocinó un par de filetes con patatas. No hablamos demasiado durante la comida y le dije que me subía a mi habitación para llamar a mi madre y preguntarle como iba la recuperación de mi hermano y me dijo que enseguida subía ella también.


Estaba sentado en mi cama mientras mi madre me explicaba que todo estaba yendo muy bien y que mañana después de comer vendrían para aquí. En ese momento apareció mi tía vestida únicamente con una camiseta de manga corta y se sentó a mi lado, muy pegada a mí para escuchar el teléfono. Cuando colgué no se separó ni un milímetro, me echó un brazo por encima del hombro, me dio un beso en la cara y me dijo dos cosas: que era muy buen chico y que tenía una sorpresa para mí. Antes de llegar a imaginarme nada ya me había vuelto a meter la cabeza debajo de su camiseta.


La estupefacción me duró un segundo, no me iba a volver a llamar tímido. Metí las dos manos debajo de la camiseta, intentando abarcar sin éxitos los dos melones, y los estrujé con ganas. Tenía los pezones enormes y duros como piedras. Con la cabeza aun atrapada iba dando lametones donde pillaba. Con una mano me apretaba la cabeza contra su busto y con la otra me estaba deshaciendo el nudo del bañador. Quería liberarme, follarme a mi tía como una bestia en celo, pero no me lo permitía. Me quitó el bañador y me empezó a acariciar las pelotas, me susurraba cosas al oído, como lo grande que la tenía o lo suaves que eran mis testículos. Repetía que era un buen chico y que me merecía una recompensa. Me empezó a masturbar con una mano cubierta de saliva. Primero movimientos lentos, pero iba aumentando la velocidad. Lo único que me separaba en ese momento de una corrida descomunal era que no conseguía salir del estado de shock, pero igualmente no iba a aguantar demasiado. Subía y bajaba, maseajeaba la punta y soltaba. Así varias veces, hasta que volví a sentir el cosquilleo, pero esta vez en los huevos y subiendo hacia arriba. Una vez llegado a la punta, descargué una cantidad enorme de semen sobre mi tía. Entonces me soltó y se tumbó en la cama. Salí de mi prisión y me tiré encima, estaba totalmente cubierta de leche, pero me daba igual, le quería comer la boca. Ella se dejaba hacer, sin colaborar. Fui bajando por el cuello, le comí las tetas en condiciones, le separé las piernas, no llevaba ropa interior y su coño estaba empeñado, sin más pelo que una fina línea en el pubis, me lo tenía que comer, lo ansiaba.


- Calma, Aitor, esto que ha pasado te lo debía, pero de momento no podemos ir a más.


- ¿Qué quiere decir "de momento"?


- Quiere decir que esta noche te voy a regalar el mejor polvo de tu vida.
Deseando leer la continuación,bufff
 
Me hubiera encantado poder ordeñar a tu tia Sara y dejarla bien satisfecha. Ojalá yo hubiera tenido una tía tan puta. Gracias y muestranos algo de ella por favor
 
Casi todos hemos tenido una tía, una prima o una hermana mayor que protagonizó nuestras primeras fantasías cuando todavía no sabíamos que era exactamente lo que nos atraía. En mi caso, fue mi tía Sara. Nunca he puesto más ingenio al servicio de un propósito como cuando me propuso verle las tetas a toda costa. Era una obsesión. Me metía debajo de la cama, me escondía en su armario o la esperaba dentro de la ducha. No conseguí pillarla jamás, pero un día, harta del constante acoso, me agarró por el pescuezo e introdujo mi cabeza por debajo de su camiseta sin sostén y movió el cuerpo para golpearme la cara con sus mamas. Casi me mata de la vergüenza, pero fue alucinante. Eso sí, ya no volví a intentarlo más. Sólo tenía fijación con esa parte, lo demás ni siquiera sabía que existía. Lo peor de todo fue que durante años esa anécdota se recordaba constantemente, no desaprovechaban una oportunidad para mencionar lo salido que estaba el niño y la lección que se llevó. Por suerte ya han pasado diez años y aquello cayó en el olvido, menos para mí.


Mi tía se acaba de divorciar y no está pasando por un buen momento. Repite todo el rato que está vieja, fea y gorda y mi padre cree que solo lo dice para castigarse y dar pena, que sigue estando como un queso. Yo creo que tiene razón mi padre, al menos en lo último. Con el fin de animarla un poco, mi madre le ha propuesto que se venga una semana con nosotros a la playa y después de negarse durante todo el verano, ha acabado aceptando a regañadientes. La tenemos por aquí como un alma en pena. El único rastro de la mujer que fue es su enorme delantera, imponente dentro del bikini que luce desde que llegó. Después de cenar, mis progenitores me han encomendado la misión de entretenerla, aunque dudo que lo consiga, por intentarlo que no quede.


- Tía Sara, ese bikini te queda genial, ¿es nuevo?


- Gracias por el intento, cariño, eres un encanto. Pero me queda fatal, estoy gorda.


- No es verdad, ya quisieran las de mi edad tener ese cuerpazo.


- No te burles de mí.


- Si tan mal crees que estás, ¿Por qué no sales conmigo a correr mañana?


- Porque ya no estoy para esos trotes.


- Confía en mí, te engancharás al deporte. Vamos con calma y si no te gusta, no vuelvo a insistir.


- Está bien, no tengo nada que perder, porque ni dignidad me queda.


- Pues nos vemos a las siete de la mañana en la entrada.


La cara que puso al decirle la hora me hizo pensar que se echaría atrás, pero nada más lejos de la realidad. A las siete en punto me estaba esperando abajo, estirando, con una vestimenta un tanto peculiar. Le expliqué que desayunaríamos después, como recompensa. No parecía muy conforme, pero tampoco rechistó. Fuimos caminando hasta el paseo marítimo, vacío a esas horas.


- Pensé que esto estaría lleno de cachas como tú.


- Aquí todo el mundo sale de fiesta hasta las tantas, a esta hora no hay nadie despierto.


- Pues mejor, no quiero que nadie me vea hacer el ridículo.


- Ya verás, tita, esto va a suponer un antes y un después para ti.


Estuvimos aproximadamente una hora, corriendo un rato y descansando la mayor parte del tiempo. Esa no era mi rutina, pero mi tía llevaba mucho sin hacer ejercicio y encima había vuelto a fumar. No la presioné, le di ánimos en todo momento y fui comprensivo con ella, ya nos esforzaríamos un poco más el día siguiente. Ahora tocaba un buen desayuno y a la playa el resto de la mañana.


Cuando llegamos a casa, mis padres estaban saliendo por la puerta con un par de bolsas de viaje. Nos dijeron que habían llamado del campamento de mi hermano, que había empezado a notar un dolor en el costado y lo iban a operar de apendicitis. Mi tía se ofreció a ir con ellos, pero mi madre se negó, dijo que volverían en tres días y que alguien tenía que echarme un ojo. No me hizo gracia su desconfianza, pero sentí cierto cosquilleo al pensar que iba a estar tres días a solas con mi tía.


Fui directo a la cocina a preparar el desayuno mientras mi tía se duchaba, probablemente sea la única persona que se lava antes de ir a la playa. Bajó al cabo de un cuarto de hora con el bikini y un pareo puesto y bastante mejor cara que el día anterior. Las endorfinas.


- Huevos con bacon, el desayuno de los campeones.


- Nos lo hemos ganado, pero si quieres te puedo preparar otra cosa.


- No hace falta, cielo, estoy segura de que me van a encantar tus huevos.


Otra vez el cosquilleo. No sé si era una provocadora o si no pensaba antes de hablar. Preferí no darle vueltas al asunto y una vez terminado, nos fuimos camino a la playa, paseando tranquilamente. Al llegar me quité la camiseta y mi tía insistió en ponerme crema. Intenté negarme por la imagen que aquello podía dar, pero se salió con la suya. Empezó a aplicarme la protección solar como el que unta mantequilla en una tostada, pero percibí un cambio brusco cuando pasó de la espalda a los bíceps, ya no iba tan deprisa, parecía querer cubrir cada milímetro de piel. Más exagerado fue cuando llegó a los pectorales y bajó hacia los abdominales. Quise devolverle el favor, pero me dijo que no pensaba moverse de debajo de la sombrilla. Mejor, necesitaba salir corriendo hacia el agua, cuanto más fría mejor.


Después de aquello, la mañana transcurrió sin mayor novedad. Volvimos para casa, ella cocinó unos deliciosos macarrones al pesto y nos fuimos cada uno a nuestra habitación a dormir una merecida siesta.


- Tita, voy a salir a correr otro ratito.


- Normal, esta mañana te he fastidiado el entrenamiento.


- No, no es eso. Deberías aprovechar para rebuscar en los cajones de mi madre. Tiene tops, mallas y zapatillas deportivas bastante buenas.


- Capto el mensaje. Voy a leer un rato y después echaré un ojo.


- Perfecto, así mañana podré darte más caña.


- No llegues tarde, recuerda que te toca hacer la cena.


- ¿Prefieres que salgamos a cenar fuera?


- Me parece genial, si pagas tú.


- Una pizzería es todo lo que me puedo permitir.


- ¡Me encanta la pizza!


Esa tarde me esforcé al máximo sabiendo que la cena no iba a ser precisamente ligera. Corrí unos cuantos kilómetros, nadé un buen rato en la piscina de la urbanización y volví para casa. El lector de libros de mi tía estaba sobre el sofá y me entró curiosidad por saber qué estaba leyendo. Tenía abierto un relato titulado "Mi sobrina Sabrina", de una tal VictoriaSG. Que le gustara leer esas cosas, y encima historias de tíos y sobrinos, me puso muy cachondo. Subí a mi habitación a quitarme la ropa para darme una buena ducha y lo que surgiera. En ese momento mi tía salía de la habitación de mis padres, vestida de arriba a abajo con la ropa de su hermana. Mi madre tenía bastante menos pecho que ella, así que el top le quedaba muy apretado, pero a ella no parecía importarle y a mí menos, más imágenes para la ducha.


A las nueve salimos de casa. Yo me había puesto una camisa de flores, bien abierta y pantalones cortos. Mi tía llevaba un vestido blanco cortito, con un escote bien pronunciado. Entre eso y lo mucho que se le marcaba el tanga, me di cuenta de que la paja de la ducha no me había calmado, aunque tendría que fingirlo. Después de la pizza barbacoa y el refresco de cola que yo tomé y su media pizza de cuatro quesos, más dos cervezas, mi tía propuso ir a tomar una copa, pero me opuse.


- Mañana tenemos que madrugar y como coach no tolero el alcohol.


- Agradezco lo que estás haciendo, Aitor, pero en una semana no me voy a poner en forma, prefiero disfrutar, olvidarme de las penas.


- Puedes hacer las dos cosas, pero si piensas seguir bebiendo, que sea en casa.


- Eres un muermo, pero acepto.


Lo primero que hice al llegar a casa fue poner la tele. Ella se fue directa al mueble bar y a saber lo que se sirvió, pero debía estar cargado, porque al rato ya no entendía casi nada de lo que me decía. Tuve que ayudarla a subir las escaleras y a meterse en la cama y me dijo que yo sí que era un hombre de verdad, me dio las buenas noches y un beso en la comisura de los labios. Tuve que apartar de mi cabeza las horribles visiones en las que abusaba de mi tía borracha, eso sí, después de clavarme otra paja épica.


Para mi sorpresa, mi tía volvía a estar esperando en la entrada a las siete en punto, vestida para la ocasión y sin el más mínimo rastro de resaca. Esta mujer no hacía más que sorprenderme. Mi idea era ir más a saco, si tenía aguante para beber, que lo tuviera también para correr.


- Te explico el primer ejercicio. Vamos a correr hasta los árboles del final de la calle y tú saldrás con veinte segundos de ventaja, si te pillo, te doy una palmada en el culo.


- ¿Lo dices en serio? Al monitor de mi gimnasio lo denunciaron por acoso sexual por mucho menos.


- Pero yo soy tu sobrino querido, no un extraño. Y no habrá acoso de ningún tipo si haces bien tu trabajo.


- Pues venga, vamos allá.


Nada más verla salir me di cuenta de que la iba a pillar en tres zancadas. Y así fue, manotazo en el culo. Lejos de quejarse lanzó un aullido sexy, de gatita, que me puso a tono. Le expliqué el siguiente ejercicio, que era básicamente el mismo pero con más tiempo de ventaja, no daba para más. En esta ocasión fui demasiado benevolente con ella y me tuve que poner las pilas para alcanzarla justo antes de que llegara. Además del manotazo me atreví a manosear la nalga.


- ¿Eso era una palmada?


- Más ventaja, mayor castigo.


- Pues si estás esperando a que tu tía de cuarenta y dos años te gane en una carrera, ya empótrame directamente, que es ya lo que te falta.


- Qué exagerada eres. El último ejercicio es más sencillo: aguanta corriendo a tu ritmo diez minutos y te invito a un helado.


Lo consiguió, aunque casi la mato en el intento. La vi con la cintura doblada y las manos sobre las rodillas, buscando aire desesperadamente, y no pude evitar la tentación de aparecer por detrás y apretar mi paquete contra su culo. Estaba totalmente fuera de lugar, pero es que ya no aguantaba más, verla correr con ese top y las tetas rebotando fue la gota que colmó el vaso. Por suerte, ella fingió que aquello no había sucedido y fuimos a por nuestros helados.


Yo pedí un cucurucho de chocolate y ella de turrón y nos fuimos directos para casa. Nos sentamos en el sofá a terminar aquel desayuno tan saludable. Nunca he sido un experto en seducción ni provocación, no me daría cuenta de que me tiran los tejos ni aunque me lo señalaran con luces de neón, pero que mi tía estuviera dando lametones al helado como la que se come una tranca mientras no deja de mirarme a los ojos tiene que significar algo. Estábamos entrando en un juego peligroso y lo peor es que a cada paso que dábamos el otro parecía echarse atrás. Es evidente que de no ser mi tía ya la hubiera puesto mirando a Cuenca y ella debía pensar algo similar, pero en estas circunstancias, íbamos con el freno de mano irremediablemente echado.


En la playa la cosa no mejoró, hoy sí le apetecía bañarse. Me pidió que le pusiera crema por todo el cuerpo, poniendo especial énfasis en la palabra 'todo'. Lo hice con toda la contención que fui capaz de reunir, no más de cinco segundos en cada zona, ni si quiera en esos pechos cuyos pezones me apuntaban acusatorios desde detrás del bikini. Salí corriendo hacia el agua y ella vino detrás. Estaba juguetona, me hacía cosquillas y me abrazaba.


- ¿Te acuerdas de cuando eras niño y fingías que te daban miedo las olas para que te cogiera?


- No lo fingía.


- Claro que sí, para sobarme las tetas, eras muy pesado, te tuve que dar una lección, ¿lo recuerdas?


- Sí, sí que me acuerdo.


- Y lo tímido que eres ahora... como si yo mordiera.


- No soy tímido, te he dado caña durante el entrenamiento.


- Poca cosa. Tengo hambre, ¿vamos para casa?


- Como quieras.


En esta ocasión cocinó un par de filetes con patatas. No hablamos demasiado durante la comida y le dije que me subía a mi habitación para llamar a mi madre y preguntarle como iba la recuperación de mi hermano y me dijo que enseguida subía ella también.


Estaba sentado en mi cama mientras mi madre me explicaba que todo estaba yendo muy bien y que mañana después de comer vendrían para aquí. En ese momento apareció mi tía vestida únicamente con una camiseta de manga corta y se sentó a mi lado, muy pegada a mí para escuchar el teléfono. Cuando colgué no se separó ni un milímetro, me echó un brazo por encima del hombro, me dio un beso en la cara y me dijo dos cosas: que era muy buen chico y que tenía una sorpresa para mí. Antes de llegar a imaginarme nada ya me había vuelto a meter la cabeza debajo de su camiseta.


La estupefacción me duró un segundo, no me iba a volver a llamar tímido. Metí las dos manos debajo de la camiseta, intentando abarcar sin éxitos los dos melones, y los estrujé con ganas. Tenía los pezones enormes y duros como piedras. Con la cabeza aun atrapada iba dando lametones donde pillaba. Con una mano me apretaba la cabeza contra su busto y con la otra me estaba deshaciendo el nudo del bañador. Quería liberarme, follarme a mi tía como una bestia en celo, pero no me lo permitía. Me quitó el bañador y me empezó a acariciar las pelotas, me susurraba cosas al oído, como lo grande que la tenía o lo suaves que eran mis testículos. Repetía que era un buen chico y que me merecía una recompensa. Me empezó a masturbar con una mano cubierta de saliva. Primero movimientos lentos, pero iba aumentando la velocidad. Lo único que me separaba en ese momento de una corrida descomunal era que no conseguía salir del estado de shock, pero igualmente no iba a aguantar demasiado. Subía y bajaba, maseajeaba la punta y soltaba. Así varias veces, hasta que volví a sentir el cosquilleo, pero esta vez en los huevos y subiendo hacia arriba. Una vez llegado a la punta, descargué una cantidad enorme de semen sobre mi tía. Entonces me soltó y se tumbó en la cama. Salí de mi prisión y me tiré encima, estaba totalmente cubierta de leche, pero me daba igual, le quería comer la boca. Ella se dejaba hacer, sin colaborar. Fui bajando por el cuello, le comí las tetas en condiciones, le separé las piernas, no llevaba ropa interior y su coño estaba empeñado, sin más pelo que una fina línea en el pubis, me lo tenía que comer, lo ansiaba.


- Calma, Aitor, esto que ha pasado te lo debía, pero de momento no podemos ir a más.


- ¿Qué quiere decir "de momento"?


- Quiere decir que esta noche te voy a regalar el mejor polvo de tu vida.
Muy morboso
 
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