Crónica de una traición

chabomperdido2

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20 Jun 2024
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Hola a todos y todas soy danny52 y como no puedo publicar con mi nombre lo hago en el de este amigo. Tampoco he podido hacerlo en la oTRa orilla, por cuestiones tecnonológicas que no cmprendo.
Esta historia me surgió leyendo La cena del idiota y, la imposibilidad de continuar una relación, después que se cruzan circunstancias y situaciones imposibles de aceptar.
Espero que sea del agrado de ustedes. un fuerte abrazo.

El hombre no tema al hombre porque el temer perjudica
La idea, aunque a veces chica, de que aquel es superior

Obliga a ser inferior y a que haga carne la pica

Herencia pa’ un hijo gaucho
José Larralde



Crónica de una traición: capítulo uno

La escena era altamente inquietante. Ella y su amante estaban fuertemente amarrados al respaldo de una cama vieja y rústica. Cuando despertaron, lo hicieron con una fuerte jaqueca y un acre gusto metálico en las gargantas y los paladares. El sonido del agua, que les llegaba junto con el rumor del frondoso monte, les permitió darse cuenta de que estaban en una región perdida y aislada, casi selvática, que bordea la zona sur del Río de la Plata. Este estuario de agua dulce presenta características similares a las de una ribera marítima.
En el momento en que fueron recuperando el estado de conciencia y, al levantar la mirada, pudo ver, con gran estupor, la sonrisa sardónica del marido de ella.

Veintidós años antes.

Ignacio ingresó a un salón de convenciones que había sido remodelado para celebrar una fiesta de empresa. Había sido invitado por su amigo Demetrio, quien, gracias a un buen matrimonio, había contraído nupcias con Tamara, la bella y codiciada hija del acaudalado e influyente empresario ítalo-argentino Vicenzo Sturba.

Una vez dentro de las instalaciones donde se celebraba el evento, pudo observar a Tamara reunida con un grupo de ejecutivos de la firma. Cuando ella lo vio, pidió permiso, dejó a ese grupo de personas y se dirigió hacia donde estaba Ignacio. Después de un afectuoso saludo, lo tomó del brazo y lo acompañó hacia las personas con las que, momentos antes, había estado hablando. Lo presentó como un viejo y querido amigo, excompañero de facultad y asesor externo en inversiones y finanzas del grupo.

Tamara lo invitó a la barra para tomar una copa y conversar un rato. Le dijo:
—Hace tanto que no nos vemos. Quiero saber cómo van tus cosas.
—¿Mis cosas? Como siempre. Me he convertido en un ser absolutamente previsible, predecible y aburrido. Agrégale que mi profesión no contiene ningún tipo de divertimento…
—Cuando te conocí no eras un tipo aburrido, muy por el contrario, y puedo dar fe de ello.
—¡Bueno! No nos vamos a poner a hablar de períodos geológicos. Jajaja.
—¡Cheee! Somos muy jóvenes. Hemos llegado a lugares importantes: yo, por ser la hija del presidente del grupo, y tú, por ser el tipo más brillante que he conocido. Pero somos jóvenes, y tú sigues siendo el bombón que fuiste siempre.
—Si hay alguien que realmente está bien, eres tú: tres hijos y mira qué silueta y qué cara tan hermosa.
—Te lo perdiste.
—A ti te perdí, pero zafé de todo lo demás.
—No hablemos más de ese tema. Ya no tiene solución ni arreglo.
—Te lo agradezco.

En ese momento, don Vicenzo se acercó para hacerle una consulta a Tamara. Al reconocer a Ignacio, le dio un afectuoso abrazo y le agradeció porque, gracias a los informes que recibió de la consultora que él dirige, pudo tomar la decisión correcta y concretar un muy buen negocio.

Después de una conversación no muy extensa, se anunció que iba a ser servida la cena. Con la promesa de seguir la charla en otro momento, la bella Tamara se despidió de su amigo para dirigirse al lugar que, junto a su padre y miembros del directorio, le había sido asignado.

En ese momento apareció Demetrio para saludarlo e indicarle el lugar que también tenía reservado. Ante la pregunta de Ignacio, sobre si conoció a algunos de sus circunstancias acompañantes, Demetrio respondió:
—De los que están en tu mesa, no conozco a nadie. —Y, risueño, agregó—: Espero que tú conozcas o puedas conocer a alguien.

Cuando llegaron a la mesa correspondiente, sólo quedaba libre el lugar que debía ocupar Ignacio. Su amigo, con una sonrisa cómplice y, acercándose al oído, le dijo:
—Parece que esta es tu noche de suerte.

No era para menos. La joven mujer ubicada junto a la silla donde él tenía que sentarse era de una belleza y un atractivo tal que produjo una deslumbrante sugestión en la sensibilidad del joven invitado.

En el momento en que comenzó a servirse la cena, Demetrio dejó a Ignacio en compañía de la joven y bella muchacha Después de los comentarios de rigor sobre el exquisito sabor de lo que se estaba degustando, ella le preguntó:
—¿Trabajas en la empresa?
—Trabajo para una consultora que le presta, a la empresa, servicios de asesoramiento financiero. ¿Y tú? ¿Trabajas para la empresa?
—No, soy amiga de una chica que es ejecutiva y está intentando que yo pueda ingresar como empleada.

Ignacio pensó: “Hablo con Tamara o con Demetrio, y mañana estás trabajando. Pero primero tendremos que conocernos. No puedo recomendar a alguien sin tener idea de quién es”.

—Perdón, me llamo Natalia, ¿y tú?
—¡Ignacio!
—Por tu actividad, debes ser economista.
—Sí, soy doctor en Economía. ¿Y tú?
—Tengo una Tecnicatura en Relaciones Públicas y algunos cursos de capacitación relacionados con ese tema. Hice primaria y secundaria en una escuela bilingüe, y tengo un curso de perfeccionamiento en idioma inglés. Actualmente, estoy cursando cuarto año de Sociología.
—¡Guau! ¡Qué prolífica estudiante! Si no te molesta, ¿te puedo preguntar la edad?
—Jajaja, claro que no me molesta. Me va a molestar cuando tenga la edad suficiente para que me moleste. Tengo veintitrés años.
—¿Vivís con tu familia?
—Alquilo un departamento. Vivo sola. Mi familia no es de acá, pero, sin ser adinerados, me apoyan económicamente. Poder trabajar en esta empresa sería muy importante para mi presente, mi futuro y también para el alivio económico de mi familia.

La conversación continuó por otros temas. Entre la música que se escuchaba de fondo mientras la concurrencia cenaba, sonaba Persiana Americana de Soda Stereo. Natalia comenzó a tararear ya moverse lentamente al ritmo de la música. Ignacio la siguió, tarareando y cantando muy despacito.

—Dime, Ignacio, ¿te gusta Soda Stereo?
-Si. No soy de separar géneros; Me gusta el pop y el rock. No hago diferencias entre estilos. Una buena banda lo es, al margen de su género. Tampoco busco identificarme con determinados grupos que siguen a ciertas bandas. Eso lo dejo para los adolescentes. Ya estoy crecidito para eso.
—A mí también me sucede lo mismo. Me gusta lo que expresan los artistas. Para lo otro, me basta con ser hincha de River. Jajaja. ¿Has ido a algún concierto últimamente?
—¡Uf! Hace mucho. Antes de que falleciera mi madre fui a ver a Nirvana. ¿Y tú?
—Jajaja, ¿en mi pueblo? Nooo. Lo único que pasó cerca fueron Los Redondos. Me moría por ver al Indio, pero mis viejos ni locos me iban a dejar ir.

—Ahora he ido a ver a Soda, Charly y, en cuanto salga la fecha, no importa dónde, me voy a ver a los Redondos.

—Avisame así vamos juntos.

—¿En serio? Te tomo la palabra.
—A mí también me gustan los redondos.
—Muero por participar del pogo más grande del mundo.
—Así he escuchado que le dicen.
—Hace algún tiempo fui a alquilar una peli y alquilé un video, no sé si casero, era de distintos recitales de los Redondos y me quedé impactada.
—¿No alquilaste la peli que ibas a buscar?
—Sí, pero me entusiasmé tanto con los Redondos que al final no la vi.
—jajaja por eso cada vez que voy a alquilar una peli, alquiló una sola.
—¿Qué peli has visto últimamente?
—No soy de ir al cine. Como programa de salida es entretenido e interesante, Iría si tuviera pareja. ir solo no me seduce. Cuando alguien me da un dato o leo alguna crítica que me interese, alquilo la película y la veo. Muy pocas veces suelen ser estrenos. Me gusta el cine negro y de suspenso, en ese rubro, los mejores films son de los sesenta y setenta. Hay películas francesas y norteamericanas, de esa época, que son muy buenas. Me han hecho comentarios muy interesantes del cine coreano.
—¿Y tú qué películas has visto últimamente?
—Soy muy romántica. Tampoco soy de ir mucho al cine. También alquilo pelis. Lloré con “los puentes de Madison” “El guarda espalda” “Tacones lejanos” en esa línea y, si el ánimo lo permite, soy de leer cuentos y novelas.
—¿Qué es lo último que leíste?
—Jajaja ¿últimamente? libros y apuntes de sociología. En casa de mis padres había una pequeña biblioteca. He leído algunos cuentos de cortázar y leí una novela viejísima, de los años del hippismo: “Los caminos a Katmandú” y Tú ¿que leíste últimamente?.
—Jajaja Después de leer los mamotretos sobre economía, no me quedaron muchas ganas de seguir leyendo.
Más adelante sirvieron confituras dulces y saladas, vino espumante, discursos y brindis. Las luces disminuyeron su intensidad y la música aumentó su volumen. Ignacio la invitó a bailar, y ella aceptó de buena manera.

Bailaron, bebieron, rieron, y cuando la música bajó su ritmo, lo hicieron muy pegados: ella tomada de su cuello y él de su cintura. Cuando la música retomó su intensidad, siguió bailando sin separarse demasiado. En algunos momentos, lo hicieron con los ojos fijos el uno en el otro, como si sus miradas de embeleso intentaran decir algo que escapaba a la comprensión de ambos. Solo sentir un extraño sentimiento de atracción y aprensión.

Cuando se quedaron solos en la pista, Natalia le hizo saber que el evento había llegado a su fin y que podía continuarlo en algún boliche cercano.

En la discoteca siguieron los tragos y comenzaron los besos. Bailaban pegados, sin dejar de besarse y acariciarse. La mirada de ella estaba sumergida en la de él, y la de él, en la de ella. Entre los vahos etílicos, la intensidad de la música y la intermitencia de las luces, no pudieron comprender qué les pasaba por dentro. Tenían la sensación, desde el corazón y el alma de cada uno, de que algo, a través de sus ojos, intentaba desentrañar el presagio de lo inescrutable.

Cada uno, por su parte, supuso que todas esas sensaciones eran producto de ese carrusel de vivencias, de una loca noche de excitada diversión. La ingesta de alcohol fue tal, que lo único que pudo hacer fue irse cada uno a su casa, darse una buena ducha, tomar una taza de café bien fuerte y rogar que la resaca del día siguiente no fuera tan terrible. Pero lo fue.

Al mediodía del sábado, Ignacio ya había tomado su segundo café bien cargado, y una intensa languidez comenzaba a invadir su sistema digestivo. En ese momento, recibió la llamada de Natalia, quien le preguntó cómo había amanecido. Él le contó el lamentable estado en que se encontraba y le dijo que necesitaba almorzar, porque la languidez lo estaba matando. Ella respondió que se encontraba en idénticas condiciones.

—Te voy a buscar y vamos a algún restaurante.
—Me tendría que cambiar y estoy muy cómoda con “las poquitas ropas” que llevo puesta. Compra algo en una casa de comidas y vení que te espero en mi departamento.

—¿Qué comida prefieres?
—La que tú quieras
—¿Pastas?
—¡Síii! Ravioles.
—¿Qué tipo de ravioles?
—Rellenos de pollo al champignon.
—¿Dónde los consigo?.
—Acá a la vuelta de mi casa. Es una trattoria que tiene venta al público y se llama il buon mangiare.

—¿Postre?

—Ahí tienen, pero, si no hay nada que te apetezca, voy a tratar de darte un postre que, estoy segura que te va a gustar.

—Voy a llevar algún postre, pero estaré ilusionado con el que tú me ofrezcas.

—Mientras tú haces todos esos trámites, voy a decorar tu postre para que esté bien tentador y puedas disfrutarlo.
—Espero que el postre que te lleve puedas tú también disfrutarlo.
—Por lo poco que probé anoche, te prometo que me va a encantar.
En la trattoria, le dijeron que el pedido iba a estar listo en cuarenta minutos. Para combatir la languidez mientras esperaba, pidió una tabla de fiambres y dos latas de cerveza.

Al ingresar al departamento de Natalia, Ignacio se encontró con la deslumbrante, desbordante y sensual belleza de una mujer espectacular: sandalias de altísimos tacones de aguja, un baby doll rojo semitransparente

Ignacio buscó rápidamente un lugar donde dejar la tabla de fiambres y las latas de cerveza, con el oscuro propósito de lanzarse sobre Natalia. Pero ella lo contuvo, diciéndole que primero debían almorzar.

¿Tu serás mi postre?, preguntó él. ¡Y tú serás el mío!, contestó ella y se colgó del cuello de él para comerse la boca, dejando de lado la espera del almuerzo.

Al acariciar la tersa piel de la muchacha y sumergirse, besando cada centímetro de su vientre, Ignacio, tuvo la sensación, que el cielo le hacía un guiño a su vida. Al ir ascendiendo hasta llegar a la turgencia perfecta de sus senos, que sus labios, recorrieron con avidez, mientras sus manos, con delicadeza y la habilidad de un prestidigitador, quitaron su brevísima tanga. Al momento que sus labios se sellaban y sus lenguas intentaban un duelo de lujuria. Con delicada firmeza, penetró en su interior y una melodía de gemidos, suspiros e interjecciones acariciaron, como una dulce canción, la piel excitada y estremecida de los amantes.
La llegada del delivery los sorprendió el uno encima del otro, desparramados, agitados y desfogados. Ignacio, comenzó a buscar la ropa, sin tener idea a donde la había tirado. Ella comenzó a reír, ante esa desopilante escena. Cuando volvió a sonar el timbre, Ignacio, solo tenía puesta la camiseta, las medias y el calzoncillo, aún permanecía en sus manos. Natalia, se incorporó, se acomodó el baby doll, se colocó las sandalias de altura, abrió la puerta de par en par para recibir la vianda, que ya había sido abonada. Hizo esperar al cadete y, zarandeando su hermoso culo, fue por la propina. El flaco alucinaba, no podía salir de su asombro. Cuando quiso agradecer la propina y despedirse, no hizo más que tartamudear.
Natalia colocó la comida en la mesa y arregló todo para almorzar. Ignacio, todavía no había terminado de vestirse y aún, se encontraba sentado en un sillón. Ella se acercó, lo besó y cuando le pidió que se sentará a la mesa para almorzar; fue cuando él le dijo: eres una asesina. El flaco del delivery se va a matar a pajas. Ella lanzó una carcajada, se le tiró encima y volvieron a repetir la sublime aventura de amarse, envueltos en un aura de amorosas sensaciones.
la relación fue idílica un hombre y una mujer se amaban con toda la intensidad que los sentimientos y la fuerza de sus jóvenes años les exigían.

Ignacio, que durante sus años estudiantiles había acumulado un sinnúmero de romances y noviazgos, hacía tiempo que no mantenía más que relaciones ocasionales y, en algunos casos, furtivas. Pensó que con esta muchacha no se repetiría esa posibilidad. Por su belleza, carácter, personalidad, frescura y trato amoroso, Ignacio no pudo pensar en otra cosa que no fuera Natalia.

Él sintió que todo a su alrededor había cambiado: lo que antes era monotonía, hastío y agobio se transformó en sonrisas, ilusiones y esperanzas. Los colores, los aromas y los sabores comenzaron a tener una intensidad distinta.

Ignacio recuerda aquellas palabras que le dijo a Tamara y que tan solo pretendían ser una ironía: que se había vuelto un ser solitario, predecible y previsible. Pero no eran una ironía. Él sentía que, de un tiempo a esta parte, se había convertido en una persona retraída y abstraída. El largo padecimiento que culminó con la muerte de su padre, sumado a la de su madre unos años atrás, lo llevó a replantearse el tener que asumir que, a pesar de contar con buenos amigos y colegas, estaba solo. Desde que se alejó de Tamara no había vuelto a tener una relación de la que, en ese momento, pudiera haberse aferrado para no sentir la angustia de ese vacío que le taladraba el pecho.

Acompañó a su padre hasta sus últimos momentos en la vieja casona donde pasó los años de su niñez y adolescencia, hasta el inicio de la universidad. Tras el fallecimiento de su padre, decidió volver a su departamento. Cargó sus cosas en el auto, cerró la puerta de entrada, caminó hasta el portal, aseguró la puerta de metal con una cadena y puso un candado. Se paró en la vereda y, de frente a la vieja casona, dijo: “Papá, Mamá: el día que tenga que morir, sólo pido poder hacerlo aquí y, desde aquí, poder llegar a ustedes”.

Desde que ingresó a la universidad hasta que su padre enfermó, vivió solo, pero nunca sintió la soledad como en ese momento.

Natalia no solo lo enamoró, lo colmó de amor. Le regaló todas las sonrisas, todos los besos, todos los “te quiero”. Las noches más locas, los días más bellos. Ignacio había renacido en los abrazos y las caricias de esa muchacha a la que amaba con locura.

A las pocas semanas, en conversaciones perdidas y por mera curiosidad, él le preguntó si su amiga había logrado algún avance para hacerla ingresar al holding que, financieramente, controla Vicenzo Sturba. Ella le contestó que estaba en esos trámites y que no le estaba siendo fácil. Él le preguntó si lo dejaba intentar. Con un gesto de desconcierto, ella respondió: “Sí, por supuesto”. Ignacio pensó: Habrá creído que si su amiga no puede, él tampoco iba a poder. Nunca le habló de su relación con la familia Sturba. A los pocos días, Natalia ingresaba a la empresa en el área de personal.

Dado que en su currículo figuraba la tecnicatura en relaciones públicas y algunos cursos de capacitación en esa área, su puesto en la oficina de personal la hacía apta para el trato complejo y conflictivo con los empleados. Después de un tiempo de una relación amorosa e intensa, Ignacio le pidió a Natalia que se fuera a vivir a su departamento. Ella le dijo que estaba muy ilusionada con eso; pero que, con el trabajo, si agregaba la distracción que sería tenerlo a su lado, “adiós estudios”. “Los viernes me buscas a la salida de la universidad. Vamos a tu departamento o al mío y, entre caricias, besos y ‘algo más’, sigo estudiando. No mucho, pero algo es algo”.

Los viernes a la tarde, Ignacio iba a buscar a Natalia a la salida de la facultad de Ciencias Sociales, y ella se quedaba con él hasta la media mañana del domingo. La avidez por tenerla en sus brazos era un deseo sin límites. Además, una o dos veces a la semana, ella pasaba por su departamento y se quedaba hasta la mañana siguiente, cuando salía rumbo al trabajo. La avidez y el deseo eran un juego de dos. Esta relación continuó de esa manera hasta que Natalia se recibió como licenciada en Sociología.

A pocos días de recibir su título, esto fue un miércoles, Natalia se quedó con Ignacio hasta el sábado a la mañana. Ese día, tenía previsto ir por una semana a visitar a su familia con su soñado título universitario. Por viajes y horas acumuladas, le debían días de licencia, así que se los tomó todos.

A su regreso, Ignacio la invitó a viajar a Santa Fe al recital de los Redondos. Toda una aventura. Había que ir con algún día de anticipación para conseguir entradas; la hostelería estaba toda ocupada. Compraron una carpa, almohadones inflables, comidas envasadas y enlatadas, elementos para acampar, y se instalaron, como otros miles, en las inmediaciones de donde se iba a celebrar lo que —los acólitos seguidores de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota— llamaban “la misa”. No se trataba sólo de encontrar un lugar sino de conseguir dónde acampar. Cuando lo lograron, instalaron la carpa, inflaron los colchones, se encerraron en la tienda, se fumaron un porro y tuvieron sexo.

Ignacio fue a averiguar la ubicación de los baños, puestos sanitarios y agua para higienizarse. Todo estaba como debía estar; la organización era buena. Al regresar, no encontró a Natalia. Fue al auto a buscar su celular y encontró los dos. Por aquellos años no estaba tan difundido el uso de estos teléfonos y, en esa zona, no había señal. No pudo precisar el tiempo, pero cuando Natalia apareció, habían pasado horas. Dijo que salió a caminar y no supo cómo volver, hasta que vio a una pareja de chicos que estaban acampando cerca de donde ellos estaban y pudieron volver juntos.

Al día siguiente, Ignacio fue en busca de los baños químicos y tuvo que esperar un buen rato. Se quedó asombrado de la heterogeneidad social y etaria de la concurrencia. Pudo ver a la distancia algún ejecutivo de empresa, y encontrarse con otros. Entre esos otros estaba un conocido. Al comentar ese aspecto etario y social de la concurrencia, este le dijo: Acá vas a encontrar de todo, desde pibes que trabajan en la construcción, empleados de bancos y ejecutivos como yo o empresarios como vos.

Toda esta fauna, que somos nosotros, venimos a divertirnos: cantamos, bailamos, nos abrazamos para hacer pogo sin importar con quién. Después salimos de acá y volvemos a la idiotez de todos los días, pero por un día, como reza el poema de Machado: El rico y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha.
¡Ah! Para que veas lo que es esta fauna, ayer lo vi, entre la gente, a ese que es muy amigo tuyo e insoportable nariz parada de Demetrio; Iba acompañado por una chica que está buenísima.
 
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Hola a todos y todas soy danny52 y como no puedo publicar con mi nombre lo hago en el de este amigo. Tampoco he podido hacerlo en la oTRa orilla, por cuestiones tecnonológicas que no cmprendo.
Esta historia me surgió leyendo La cena del idiota y, la imposibilidad de continuar una relación, después que se cruzan circunstancias y situaciones imposibles de aceptar.
Espero que sea del agrado de ustedes. un fuerte abrazo.

El hombre no tema al hombre porque el temer perjudica
La idea, aunque a veces chica, de que aquel es superior

Obliga a ser inferior y a que haga carne la pica

Herencia pa’ un hijo gaucho
José Larralde



Crónica de una traición: capítulo uno

La escena era altamente inquietante. Ella y su amante estaban fuertemente amarrados al respaldo de una cama vieja y rústica. Cuando despertaron, lo hicieron con una fuerte jaqueca y un acre gusto metálico en las gargantas y los paladares. El sonido del agua, que les llegaba junto con el rumor del frondoso monte, les permitió darse cuenta de que estaban en una región perdida y aislada, casi selvática, que bordea la zona sur del Río de la Plata. Este estuario de agua dulce presenta características similares a las de una ribera marítima.
En el momento en que fueron recuperando el estado de conciencia y, al levantar la mirada, pudo ver, con gran estupor, la sonrisa sardónica del marido de ella.

Veintidós años antes.

Ignacio ingresó a un salón de convenciones que había sido remodelado para celebrar una fiesta de empresa. Había sido invitado por su amigo Demetrio, quien, gracias a un buen matrimonio, había contraído nupcias con Tamara, la bella y codiciada hija del acaudalado e influyente empresario ítalo-argentino Vicenzo Sturba.

Una vez dentro de las instalaciones donde se celebraba el evento, pudo observar a Tamara reunida con un grupo de ejecutivos de la firma. Cuando ella lo vio, pidió permiso, dejó a ese grupo de personas y se dirigió hacia donde estaba Ignacio. Después de un afectuoso saludo, lo tomó del brazo y lo acompañó hacia las personas con las que, momentos antes, había estado hablando. Lo presentó como un viejo y querido amigo, excompañero de facultad y asesor externo en inversiones y finanzas del grupo.

Tamara lo invitó a la barra para tomar una copa y conversar un rato. Le dijo:
—Hace tanto que no nos vemos. Quiero saber cómo van tus cosas.
—¿Mis cosas? Como siempre. Me he convertido en un ser absolutamente previsible, predecible y aburrido. Agrégale que mi profesión no contiene ningún tipo de divertimento…
—Cuando te conocí no eras un tipo aburrido, muy por el contrario, y puedo dar fe de ello.
—¡Bueno! No nos vamos a poner a hablar de períodos geológicos. Jajaja.
—¡Cheee! Somos muy jóvenes. Hemos llegado a lugares importantes: yo, por ser la hija del presidente del grupo, y tú, por ser el tipo más brillante que he conocido. Pero somos jóvenes, y tú sigues siendo el bombón que fuiste siempre.
—Si hay alguien que realmente está bien, eres tú: tres hijos y mira qué silueta y qué cara tan hermosa.
—Te lo perdiste.
—A ti te perdí, pero zafé de todo lo demás.
—No hablemos más de ese tema. Ya no tiene solución ni arreglo.
—Te lo agradezco.

En ese momento, don Vicenzo se acercó para hacerle una consulta a Tamara. Al reconocer a Ignacio, le dio un afectuoso abrazo y le agradeció porque, gracias a los informes que recibió de la consultora que él dirige, pudo tomar la decisión correcta y concretar un muy buen negocio.

Después de una conversación no muy extensa, se anunció que iba a ser servida la cena. Con la promesa de seguir la charla en otro momento, la bella Tamara se despidió de su amigo para dirigirse al lugar que, junto a su padre y miembros del directorio, le había sido asignado.

En ese momento apareció Demetrio para saludarlo e indicarle el lugar que también tenía reservado. Ante la pregunta de Ignacio, sobre si conoció a algunos de sus circunstancias acompañantes, Demetrio respondió:
—De los que están en tu mesa, no conozco a nadie. —Y, risueño, agregó—: Espero que tú conozcas o puedas conocer a alguien.

Cuando llegaron a la mesa correspondiente, sólo quedaba libre el lugar que debía ocupar Ignacio. Su amigo, con una sonrisa cómplice y, acercándose al oído, le dijo:
—Parece que esta es tu noche de suerte.

No era para menos. La joven mujer ubicada junto a la silla donde él tenía que sentarse era de una belleza y un atractivo tal que produjo una deslumbrante sugestión en la sensibilidad del joven invitado.

En el momento en que comenzó a servirse la cena, Demetrio dejó a Ignacio en compañía de la joven y bella muchacha Después de los comentarios de rigor sobre el exquisito sabor de lo que se estaba degustando, ella le preguntó:
—¿Trabajas en la empresa?
—Trabajo para una consultora que le presta, a la empresa, servicios de asesoramiento financiero. ¿Y tú? ¿Trabajas para la empresa?
—No, soy amiga de una chica que es ejecutiva y está intentando que yo pueda ingresar como empleada.

Ignacio pensó: “Hablo con Tamara o con Demetrio, y mañana estás trabajando. Pero primero tendremos que conocernos. No puedo recomendar a alguien sin tener idea de quién es”.

—Perdón, me llamo Natalia, ¿y tú?
—¡Ignacio!
—Por tu actividad, debes ser economista.
—Sí, soy doctor en Economía. ¿Y tú?
—Tengo una Tecnicatura en Relaciones Públicas y algunos cursos de capacitación relacionados con ese tema. Hice primaria y secundaria en una escuela bilingüe, y tengo un curso de perfeccionamiento en idioma inglés. Actualmente, estoy cursando cuarto año de Sociología.
—¡Guau! ¡Qué prolífica estudiante! Si no te molesta, ¿te puedo preguntar la edad?
—Jajaja, claro que no me molesta. Me va a molestar cuando tenga la edad suficiente para que me moleste. Tengo veintitrés años.
—¿Vivís con tu familia?
—Alquilo un departamento. Vivo sola. Mi familia no es de acá, pero, sin ser adinerados, me apoyan económicamente. Poder trabajar en esta empresa sería muy importante para mi presente, mi futuro y también para el alivio económico de mi familia.

La conversación continuó por otros temas. Entre la música que se escuchaba de fondo mientras la concurrencia cenaba, sonaba Persiana Americana de Soda Stereo. Natalia comenzó a tararear ya moverse lentamente al ritmo de la música. Ignacio la siguió, tarareando y cantando muy despacito.

—Dime, Ignacio, ¿te gusta Soda Stereo?
-Si. No soy de separar géneros; Me gusta el pop y el rock. No hago diferencias entre estilos. Una buena banda lo es, al margen de su género. Tampoco busco identificarme con determinados grupos que siguen a ciertas bandas. Eso lo dejo para los adolescentes. Ya estoy crecidito para eso.
—A mí también me sucede lo mismo. Me gusta lo que expresan los artistas. Para lo otro, me basta con ser hincha de River. Jajaja. ¿Has ido a algún concierto últimamente?
—¡Uf! Hace mucho. Antes de que falleciera mi madre fui a ver a Nirvana. ¿Y tú?
—Jajaja, ¿en mi pueblo? Nooo. Lo único que pasó cerca fueron Los Redondos. Me moría por ver al Indio, pero mis viejos ni locos me iban a dejar ir.

—Ahora he ido a ver a Soda, Charly y, en cuanto salga la fecha, no importa dónde, me voy a ver a los Redondos.

—Avisame así vamos juntos.

—¿En serio? Te tomo la palabra.
—A mí también me gustan los redondos.
—Muero por participar del pogo más grande del mundo.
—Así he escuchado que le dicen.
—Hace algún tiempo fui a alquilar una peli y alquilé un video, no sé si casero, era de distintos recitales de los Redondos y me quedé impactada.
—¿No alquilaste la peli que ibas a buscar?
—Sí, pero me entusiasmé tanto con los Redondos que al final no la vi.
—jajaja por eso cada vez que voy a alquilar una peli, alquiló una sola.
—¿Qué peli has visto últimamente?
—No soy de ir al cine. Como programa de salida es entretenido e interesante, Iría si tuviera pareja. ir solo no me seduce. Cuando alguien me da un dato o leo alguna crítica que me interese, alquilo la película y la veo. Muy pocas veces suelen ser estrenos. Me gusta el cine negro y de suspenso, en ese rubro, los mejores films son de los sesenta y setenta. Hay películas francesas y norteamericanas, de esa época, que son muy buenas. Me han hecho comentarios muy interesantes del cine coreano.
—¿Y tú qué películas has visto últimamente?
—Soy muy romántica. Tampoco soy de ir mucho al cine. También alquilo pelis. Lloré con “los puentes de Madison” “El guarda espalda” “Tacones lejanos” en esa línea y, si el ánimo lo permite, soy de leer cuentos y novelas.
—¿Qué es lo último que leíste?
—Jajaja ¿últimamente? libros y apuntes de sociología. En casa de mis padres había una pequeña biblioteca. He leído algunos cuentos de cortázar y leí una novela viejísima, de los años del hippismo: “Los caminos a Katmandú” y Tú ¿que leíste últimamente?.
—Jajaja Después de leer los mamotretos sobre economía, no me quedaron muchas ganas de seguir leyendo.
Más adelante sirvieron confituras dulces y saladas, vino espumante, discursos y brindis. Las luces disminuyeron su intensidad y la música aumentó su volumen. Ignacio la invitó a bailar, y ella aceptó de buena manera.

Bailaron, bebieron, rieron, y cuando la música bajó su ritmo, lo hicieron muy pegados: ella tomada de su cuello y él de su cintura. Cuando la música retomó su intensidad, siguió bailando sin separarse demasiado. En algunos momentos, lo hicieron con los ojos fijos el uno en el otro, como si sus miradas de embeleso intentaran decir algo que escapaba a la comprensión de ambos. Solo sentir un extraño sentimiento de atracción y aprensión.

Cuando se quedaron solos en la pista, Natalia le hizo saber que el evento había llegado a su fin y que podía continuarlo en algún boliche cercano.

En la discoteca siguieron los tragos y comenzaron los besos. Bailaban pegados, sin dejar de besarse y acariciarse. La mirada de ella estaba sumergida en la de él, y la de él, en la de ella. Entre los vahos etílicos, la intensidad de la música y la intermitencia de las luces, no pudieron comprender qué les pasaba por dentro. Tenían la sensación, desde el corazón y el alma de cada uno, de que algo, a través de sus ojos, intentaba desentrañar el presagio de lo inescrutable.

Cada uno, por su parte, supuso que todas esas sensaciones eran producto de ese carrusel de vivencias, de una loca noche de excitada diversión. La ingesta de alcohol fue tal, que lo único que pudo hacer fue irse cada uno a su casa, darse una buena ducha, tomar una taza de café bien fuerte y rogar que la resaca del día siguiente no fuera tan terrible. Pero lo fue.

Al mediodía del sábado, Ignacio ya había tomado su segundo café bien cargado, y una intensa languidez comenzaba a invadir su sistema digestivo. En ese momento, recibió la llamada de Natalia, quien le preguntó cómo había amanecido. Él le contó el lamentable estado en que se encontraba y le dijo que necesitaba almorzar, porque la languidez lo estaba matando. Ella respondió que se encontraba en idénticas condiciones.

—Te voy a buscar y vamos a algún restaurante.
—Me tendría que cambiar y estoy muy cómoda con “las poquitas ropas” que llevo puesta. Compra algo en una casa de comidas y vení que te espero en mi departamento.

—¿Qué comida prefieres?
—La que tú quieras
—¿Pastas?
—¡Síii! Ravioles.
—¿Qué tipo de ravioles?
—Rellenos de pollo al champignon.
—¿Dónde los consigo?.
—Acá a la vuelta de mi casa. Es una trattoria que tiene venta al público y se llama il buon mangiare.

—¿Postre?

—Ahí tienen, pero, si no hay nada que te apetezca, voy a tratar de darte un postre que, estoy segura que te va a gustar.

—Voy a llevar algún postre, pero estaré ilusionado con el que tú me ofrezcas.

—Mientras tú haces todos esos trámites, voy a decorar tu postre para que esté bien tentador y puedas disfrutarlo.
—Espero que el postre que te lleve puedas tú también disfrutarlo.
—Por lo poco que probé anoche, te prometo que me va a encantar.
En la trattoria, le dijeron que el pedido iba a estar listo en cuarenta minutos. Para combatir la languidez mientras esperaba, pidió una tabla de fiambres y dos latas de cerveza.

Al ingresar al departamento de Natalia, Ignacio se encontró con la deslumbrante, desbordante y sensual belleza de una mujer espectacular: sandalias de altísimos tacones de aguja, un baby doll rojo semitransparente

Ignacio buscó rápidamente un lugar donde dejar la tabla de fiambres y las latas de cerveza, con el oscuro propósito de lanzarse sobre Natalia. Pero ella lo contuvo, diciéndole que primero debían almorzar.

¿Tu serás mi postre?, preguntó él. ¡Y tú serás el mío!, contestó ella y se colgó del cuello de él para comerse la boca, dejando de lado la espera del almuerzo.

Al acariciar la tersa piel de la muchacha y sumergirse, besando cada centímetro de su vientre, Ignacio, tuvo la sensación, que el cielo le hacía un guiño a su vida. Al ir ascendiendo hasta llegar a la turgencia perfecta de sus senos, que sus labios, recorrieron con avidez, mientras sus manos, con delicadeza y la habilidad de un prestidigitador, quitaron su brevísima tanga. Al momento que sus labios se sellaban y sus lenguas intentaban un duelo de lujuria. Con delicada firmeza, penetró en su interior y una melodía de gemidos, suspiros e interjecciones acariciaron, como una dulce canción, la piel excitada y estremecida de los amantes.
La llegada del delivery los sorprendió el uno encima del otro, desparramados, agitados y desfogados. Ignacio, comenzó a buscar la ropa, sin tener idea a donde la había tirado. Ella comenzó a reír, ante esa desopilante escena. Cuando volvió a sonar el timbre, Ignacio, solo tenía puesta la camiseta, las medias y el calzoncillo, aún permanecía en sus manos. Natalia, se incorporó, se acomodó el baby doll, se colocó las sandalias de altura, abrió la puerta de par en par para recibir la vianda, que ya había sido abonada. Hizo esperar al cadete y, zarandeando su hermoso culo, fue por la propina. El flaco alucinaba, no podía salir de su asombro. Cuando quiso agradecer la propina y despedirse, no hizo más que tartamudear.
Natalia colocó la comida en la mesa y arregló todo para almorzar. Ignacio, todavía no había terminado de vestirse y aún, se encontraba sentado en un sillón. Ella se acercó, lo besó y cuando le pidió que se sentará a la mesa para almorzar; fue cuando él le dijo: eres una asesina. El flaco del delivery se va a matar a pajas. Ella lanzó una carcajada, se le tiró encima y volvieron a repetir la sublime aventura de amarse, envueltos en un aura de amorosas sensaciones.
la relación fue idílica un hombre y una mujer se amaban con toda la intensidad que los sentimientos y la fuerza de sus jóvenes años les exigían.

Ignacio, que durante sus años estudiantiles había acumulado un sinnúmero de romances y noviazgos, hacía tiempo que no mantenía más que relaciones ocasionales y, en algunos casos, furtivas. Pensó que con esta muchacha no se repetiría esa posibilidad. Por su belleza, carácter, personalidad, frescura y trato amoroso, Ignacio no pudo pensar en otra cosa que no fuera Natalia.

Él sintió que todo a su alrededor había cambiado: lo que antes era monotonía, hastío y agobio se transformó en sonrisas, ilusiones y esperanzas. Los colores, los aromas y los sabores comenzaron a tener una intensidad distinta.

Ignacio recuerda aquellas palabras que le dijo a Tamara y que tan solo pretendían ser una ironía: que se había vuelto un ser solitario, predecible y previsible. Pero no eran una ironía. Él sentía que, de un tiempo a esta parte, se había convertido en una persona retraída y abstraída. El largo padecimiento que culminó con la muerte de su padre, sumado a la de su madre unos años atrás, lo llevó a replantearse el tener que asumir que, a pesar de contar con buenos amigos y colegas, estaba solo. Desde que se alejó de Tamara no había vuelto a tener una relación de la que, en ese momento, pudiera haberse aferrado para no sentir la angustia de ese vacío que le taladraba el pecho.

Acompañó a su padre hasta sus últimos momentos en la vieja casona donde pasó los años de su niñez y adolescencia, hasta el inicio de la universidad. Tras el fallecimiento de su padre, decidió volver a su departamento. Cargó sus cosas en el auto, cerró la puerta de entrada, caminó hasta el portal, aseguró la puerta de metal con una cadena y puso un candado. Se paró en la vereda y, de frente a la vieja casona, dijo: “Papá, Mamá: el día que tenga que morir, sólo pido poder hacerlo aquí y, desde aquí, poder llegar a ustedes”.

Desde que ingresó a la universidad hasta que su padre enfermó, vivió solo, pero nunca sintió la soledad como en ese momento.

Natalia no solo lo enamoró, lo colmó de amor. Le regaló todas las sonrisas, todos los besos, todos los “te quiero”. Las noches más locas, los días más bellos. Ignacio había renacido en los abrazos y las caricias de esa muchacha a la que amaba con locura.

A las pocas semanas, en conversaciones perdidas y por mera curiosidad, él le preguntó si su amiga había logrado algún avance para hacerla ingresar al holding que, financieramente, controla Vicenzo Sturba. Ella le contestó que estaba en esos trámites y que no le estaba siendo fácil. Él le preguntó si lo dejaba intentar. Con un gesto de desconcierto, ella respondió: “Sí, por supuesto”. Ignacio pensó: Habrá creído que si su amiga no puede, él tampoco iba a poder. Nunca le habló de su relación con la familia Sturba. A los pocos días, Natalia ingresaba a la empresa en el área de personal.

Dado que en su currículo figuraba la tecnicatura en relaciones públicas y algunos cursos de capacitación en esa área, su puesto en la oficina de personal la hacía apta para el trato complejo y conflictivo con los empleados. Después de un tiempo de una relación amorosa e intensa, Ignacio le pidió a Natalia que se fuera a vivir a su departamento. Ella le dijo que estaba muy ilusionada con eso; pero que, con el trabajo, si agregaba la distracción que sería tenerlo a su lado, “adiós estudios”. “Los viernes me buscas a la salida de la universidad. Vamos a tu departamento o al mío y, entre caricias, besos y ‘algo más’, sigo estudiando. No mucho, pero algo es algo”.

Los viernes a la tarde, Ignacio iba a buscar a Natalia a la salida de la facultad de Ciencias Sociales, y ella se quedaba con él hasta la media mañana del domingo. La avidez por tenerla en sus brazos era un deseo sin límites. Además, una o dos veces a la semana, ella pasaba por su departamento y se quedaba hasta la mañana siguiente, cuando salía rumbo al trabajo. La avidez y el deseo eran un juego de dos. Esta relación continuó de esa manera hasta que Natalia se recibió como licenciada en Sociología.

A pocos días de recibir su título, esto fue un miércoles, Natalia se quedó con Ignacio hasta el sábado a la mañana. Ese día, tenía previsto ir por una semana a visitar a su familia con su soñado título universitario. Por viajes y horas acumuladas, le debían días de licencia, así que se los tomó todos.

A su regreso, Ignacio la invitó a viajar a Santa Fe al recital de los Redondos. Toda una aventura. Había que ir con algún día de anticipación para conseguir entradas; la hostelería estaba toda ocupada. Compraron una carpa, almohadones inflables, comidas envasadas y enlatadas, elementos para acampar, y se instalaron, como otros miles, en las inmediaciones de donde se iba a celebrar lo que —los acólitos seguidores de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota— llamaban “la misa”. No se trataba sólo de encontrar un lugar sino de conseguir dónde acampar. Cuando lo lograron, instalaron la carpa, inflaron los colchones, se encerraron en la tienda, se fumaron un porro y tuvieron sexo.

Ignacio fue a averiguar la ubicación de los baños, puestos sanitarios y agua para higienizarse. Todo estaba como debía estar; la organización era buena. Al regresar, no encontró a Natalia. Fue al auto a buscar su celular y encontró los dos. Por aquellos años no estaba tan difundido el uso de estos teléfonos y, en esa zona, no había señal. No pudo precisar el tiempo, pero cuando Natalia apareció, habían pasado horas. Dijo que salió a caminar y no supo cómo volver, hasta que vio a una pareja de chicos que estaban acampando cerca de donde ellos estaban y pudieron volver juntos.

Al día siguiente, Ignacio fue en busca de los baños químicos y tuvo que esperar un buen rato. Se quedó asombrado de la heterogeneidad social y etaria de la concurrencia. Pudo ver a la distancia algún ejecutivo de empresa, y encontrarse con otros. Entre esos otros estaba un conocido. Al comentar ese aspecto etario y social de la concurrencia, este le dijo: Acá vas a encontrar de todo, desde pibes que trabajan en la construcción, empleados de bancos y ejecutivos como yo o empresarios como vos.

Toda esta fauna, que somos nosotros, venimos a divertirnos: cantamos, bailamos, nos abrazamos para hacer pogo sin importar con quién. Después salimos de acá y volvemos a la idiotez de todos los días, pero por un día, como reza el poema de Machado: El rico y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha.
¡Ah! Para que veas lo que es esta fauna, ayer lo vi, entre la gente, a ese que es muy amigo tuyo e insoportable nariz parada de Demetrio; Iba acompañado por una chica que está buenísima.
Soy un cascote en materia de sintaxis y puntuación. las fallas que se puedan observar son de chat gtp.
 
En su cara pelada le puso los cuernos?, al menos es lo que parece. Si es así, la chica va sin escrúpulos como si se rascara el coño.
Me tiene muy entusiasmado esta historia, en su introducción danny52 hace referencia a su inspiración en LCDI, y a una diferente forma de actuar ante lo inaceptable de algunas situaciones y circunstancias.
Bueno, parecen enredarse las cosas para Ignacio, me temo que esas horas que Natalia "se perdió caminando", pudieron transcurrir en la carpa de esos dos que la ayudaron a venir(se), y/o con Demetrio.
No pierde tiempo Natalia, así se entiende mejor su deseo de mantenerse viviendo "a solas" en su propio departamento.
Magistral presentación de los personajes principales, sin ser explícito en ninguna situación, desde ya el autor nos deja con una duda en todo lo que Natalia dice hacer, los días que no se ven, su viaje a casa de sus familiares, el extravío por horas, y recién vamos comenzando.
Como sea, la historia promete intriga y morbo, lamentablemente a costa de nuestro enamorado Ignacio. ;)
 
Última edición:
Me tiene muy entusiasmado esta historia, en su introducción danny52 hace referencia a su inspiración en LCDI, y a una diferente forma de actuar ante lo inaceptable de algunas situaciones y circunstancias.
Bueno, parecen enredarse las cosas para Ignacio, me temo que esas horas que Natalia "se perdió caminando", pudieron transcurrir en la carpa de esos dos que la ayudaron a venir(se), y/o con Demetrio.
No pierde tiempo Natalia, así se entiende mejor su deseo de mantenerse viviendo "a solas" en su propio departamento.
Magistral presentación de los personajes principales, sin ser explícito en ninguna situación, desde ya el autor nos deja con una duda en todo lo que Natalia dice hacer, los días que no se ven, su viaje a casa de sus familiares, el extravío por horas, y recién vamos comenzando.
Como sea, la historia promete intriga y morbo, lamentablemente a costa de nuestro enamorado Ignacio. ;)
Por supuesto.

Igual, yo apuntaba a las circunstancias. Una cosa es que te cuerneen alejado de ti, y otra en el mismo entorno, en una cita contigo. Eso ya no es sólo un calentón, ya es querer herirte y humillarte, no tenerte ni un atisbo de respeto.

Como en LCDI
 
Hola a todos y todas soy danny52 y como no puedo publicar con mi nombre lo hago en el de este amigo. Tampoco he podido hacerlo en la oTRa orilla, por cuestiones tecnonológicas que no cmprendo.
Esta historia me surgió leyendo La cena del idiota y, la imposibilidad de continuar una relación, después que se cruzan circunstancias y situaciones imposibles de aceptar.
Espero que sea del agrado de ustedes. un fuerte abrazo.

El hombre no tema al hombre porque el temer perjudica
La idea, aunque a veces chica, de que aquel es superior

Obliga a ser inferior y a que haga carne la pica

Herencia pa’ un hijo gaucho
José Larralde



Crónica de una traición: capítulo uno

La escena era altamente inquietante. Ella y su amante estaban fuertemente amarrados al respaldo de una cama vieja y rústica. Cuando despertaron, lo hicieron con una fuerte jaqueca y un acre gusto metálico en las gargantas y los paladares. El sonido del agua, que les llegaba junto con el rumor del frondoso monte, les permitió darse cuenta de que estaban en una región perdida y aislada, casi selvática, que bordea la zona sur del Río de la Plata. Este estuario de agua dulce presenta características similares a las de una ribera marítima.
En el momento en que fueron recuperando el estado de conciencia y, al levantar la mirada, pudo ver, con gran estupor, la sonrisa sardónica del marido de ella.

Veintidós años antes.

Ignacio ingresó a un salón de convenciones que había sido remodelado para celebrar una fiesta de empresa. Había sido invitado por su amigo Demetrio, quien, gracias a un buen matrimonio, había contraído nupcias con Tamara, la bella y codiciada hija del acaudalado e influyente empresario ítalo-argentino Vicenzo Sturba.

Una vez dentro de las instalaciones donde se celebraba el evento, pudo observar a Tamara reunida con un grupo de ejecutivos de la firma. Cuando ella lo vio, pidió permiso, dejó a ese grupo de personas y se dirigió hacia donde estaba Ignacio. Después de un afectuoso saludo, lo tomó del brazo y lo acompañó hacia las personas con las que, momentos antes, había estado hablando. Lo presentó como un viejo y querido amigo, excompañero de facultad y asesor externo en inversiones y finanzas del grupo.

Tamara lo invitó a la barra para tomar una copa y conversar un rato. Le dijo:
—Hace tanto que no nos vemos. Quiero saber cómo van tus cosas.
—¿Mis cosas? Como siempre. Me he convertido en un ser absolutamente previsible, predecible y aburrido. Agrégale que mi profesión no contiene ningún tipo de divertimento…
—Cuando te conocí no eras un tipo aburrido, muy por el contrario, y puedo dar fe de ello.
—¡Bueno! No nos vamos a poner a hablar de períodos geológicos. Jajaja.
—¡Cheee! Somos muy jóvenes. Hemos llegado a lugares importantes: yo, por ser la hija del presidente del grupo, y tú, por ser el tipo más brillante que he conocido. Pero somos jóvenes, y tú sigues siendo el bombón que fuiste siempre.
—Si hay alguien que realmente está bien, eres tú: tres hijos y mira qué silueta y qué cara tan hermosa.
—Te lo perdiste.
—A ti te perdí, pero zafé de todo lo demás.
—No hablemos más de ese tema. Ya no tiene solución ni arreglo.
—Te lo agradezco.

En ese momento, don Vicenzo se acercó para hacerle una consulta a Tamara. Al reconocer a Ignacio, le dio un afectuoso abrazo y le agradeció porque, gracias a los informes que recibió de la consultora que él dirige, pudo tomar la decisión correcta y concretar un muy buen negocio.

Después de una conversación no muy extensa, se anunció que iba a ser servida la cena. Con la promesa de seguir la charla en otro momento, la bella Tamara se despidió de su amigo para dirigirse al lugar que, junto a su padre y miembros del directorio, le había sido asignado.

En ese momento apareció Demetrio para saludarlo e indicarle el lugar que también tenía reservado. Ante la pregunta de Ignacio, sobre si conoció a algunos de sus circunstancias acompañantes, Demetrio respondió:
—De los que están en tu mesa, no conozco a nadie. —Y, risueño, agregó—: Espero que tú conozcas o puedas conocer a alguien.

Cuando llegaron a la mesa correspondiente, sólo quedaba libre el lugar que debía ocupar Ignacio. Su amigo, con una sonrisa cómplice y, acercándose al oído, le dijo:
—Parece que esta es tu noche de suerte.

No era para menos. La joven mujer ubicada junto a la silla donde él tenía que sentarse era de una belleza y un atractivo tal que produjo una deslumbrante sugestión en la sensibilidad del joven invitado.

En el momento en que comenzó a servirse la cena, Demetrio dejó a Ignacio en compañía de la joven y bella muchacha Después de los comentarios de rigor sobre el exquisito sabor de lo que se estaba degustando, ella le preguntó:
—¿Trabajas en la empresa?
—Trabajo para una consultora que le presta, a la empresa, servicios de asesoramiento financiero. ¿Y tú? ¿Trabajas para la empresa?
—No, soy amiga de una chica que es ejecutiva y está intentando que yo pueda ingresar como empleada.

Ignacio pensó: “Hablo con Tamara o con Demetrio, y mañana estás trabajando. Pero primero tendremos que conocernos. No puedo recomendar a alguien sin tener idea de quién es”.

—Perdón, me llamo Natalia, ¿y tú?
—¡Ignacio!
—Por tu actividad, debes ser economista.
—Sí, soy doctor en Economía. ¿Y tú?
—Tengo una Tecnicatura en Relaciones Públicas y algunos cursos de capacitación relacionados con ese tema. Hice primaria y secundaria en una escuela bilingüe, y tengo un curso de perfeccionamiento en idioma inglés. Actualmente, estoy cursando cuarto año de Sociología.
—¡Guau! ¡Qué prolífica estudiante! Si no te molesta, ¿te puedo preguntar la edad?
—Jajaja, claro que no me molesta. Me va a molestar cuando tenga la edad suficiente para que me moleste. Tengo veintitrés años.
—¿Vivís con tu familia?
—Alquilo un departamento. Vivo sola. Mi familia no es de acá, pero, sin ser adinerados, me apoyan económicamente. Poder trabajar en esta empresa sería muy importante para mi presente, mi futuro y también para el alivio económico de mi familia.

La conversación continuó por otros temas. Entre la música que se escuchaba de fondo mientras la concurrencia cenaba, sonaba Persiana Americana de Soda Stereo. Natalia comenzó a tararear ya moverse lentamente al ritmo de la música. Ignacio la siguió, tarareando y cantando muy despacito.

—Dime, Ignacio, ¿te gusta Soda Stereo?
-Si. No soy de separar géneros; Me gusta el pop y el rock. No hago diferencias entre estilos. Una buena banda lo es, al margen de su género. Tampoco busco identificarme con determinados grupos que siguen a ciertas bandas. Eso lo dejo para los adolescentes. Ya estoy crecidito para eso.
—A mí también me sucede lo mismo. Me gusta lo que expresan los artistas. Para lo otro, me basta con ser hincha de River. Jajaja. ¿Has ido a algún concierto últimamente?
—¡Uf! Hace mucho. Antes de que falleciera mi madre fui a ver a Nirvana. ¿Y tú?
—Jajaja, ¿en mi pueblo? Nooo. Lo único que pasó cerca fueron Los Redondos. Me moría por ver al Indio, pero mis viejos ni locos me iban a dejar ir.

—Ahora he ido a ver a Soda, Charly y, en cuanto salga la fecha, no importa dónde, me voy a ver a los Redondos.

—Avisame así vamos juntos.

—¿En serio? Te tomo la palabra.
—A mí también me gustan los redondos.
—Muero por participar del pogo más grande del mundo.
—Así he escuchado que le dicen.
—Hace algún tiempo fui a alquilar una peli y alquilé un video, no sé si casero, era de distintos recitales de los Redondos y me quedé impactada.
—¿No alquilaste la peli que ibas a buscar?
—Sí, pero me entusiasmé tanto con los Redondos que al final no la vi.
—jajaja por eso cada vez que voy a alquilar una peli, alquiló una sola.
—¿Qué peli has visto últimamente?
—No soy de ir al cine. Como programa de salida es entretenido e interesante, Iría si tuviera pareja. ir solo no me seduce. Cuando alguien me da un dato o leo alguna crítica que me interese, alquilo la película y la veo. Muy pocas veces suelen ser estrenos. Me gusta el cine negro y de suspenso, en ese rubro, los mejores films son de los sesenta y setenta. Hay películas francesas y norteamericanas, de esa época, que son muy buenas. Me han hecho comentarios muy interesantes del cine coreano.
—¿Y tú qué películas has visto últimamente?
—Soy muy romántica. Tampoco soy de ir mucho al cine. También alquilo pelis. Lloré con “los puentes de Madison” “El guarda espalda” “Tacones lejanos” en esa línea y, si el ánimo lo permite, soy de leer cuentos y novelas.
—¿Qué es lo último que leíste?
—Jajaja ¿últimamente? libros y apuntes de sociología. En casa de mis padres había una pequeña biblioteca. He leído algunos cuentos de cortázar y leí una novela viejísima, de los años del hippismo: “Los caminos a Katmandú” y Tú ¿que leíste últimamente?.
—Jajaja Después de leer los mamotretos sobre economía, no me quedaron muchas ganas de seguir leyendo.
Más adelante sirvieron confituras dulces y saladas, vino espumante, discursos y brindis. Las luces disminuyeron su intensidad y la música aumentó su volumen. Ignacio la invitó a bailar, y ella aceptó de buena manera.

Bailaron, bebieron, rieron, y cuando la música bajó su ritmo, lo hicieron muy pegados: ella tomada de su cuello y él de su cintura. Cuando la música retomó su intensidad, siguió bailando sin separarse demasiado. En algunos momentos, lo hicieron con los ojos fijos el uno en el otro, como si sus miradas de embeleso intentaran decir algo que escapaba a la comprensión de ambos. Solo sentir un extraño sentimiento de atracción y aprensión.

Cuando se quedaron solos en la pista, Natalia le hizo saber que el evento había llegado a su fin y que podía continuarlo en algún boliche cercano.

En la discoteca siguieron los tragos y comenzaron los besos. Bailaban pegados, sin dejar de besarse y acariciarse. La mirada de ella estaba sumergida en la de él, y la de él, en la de ella. Entre los vahos etílicos, la intensidad de la música y la intermitencia de las luces, no pudieron comprender qué les pasaba por dentro. Tenían la sensación, desde el corazón y el alma de cada uno, de que algo, a través de sus ojos, intentaba desentrañar el presagio de lo inescrutable.

Cada uno, por su parte, supuso que todas esas sensaciones eran producto de ese carrusel de vivencias, de una loca noche de excitada diversión. La ingesta de alcohol fue tal, que lo único que pudo hacer fue irse cada uno a su casa, darse una buena ducha, tomar una taza de café bien fuerte y rogar que la resaca del día siguiente no fuera tan terrible. Pero lo fue.

Al mediodía del sábado, Ignacio ya había tomado su segundo café bien cargado, y una intensa languidez comenzaba a invadir su sistema digestivo. En ese momento, recibió la llamada de Natalia, quien le preguntó cómo había amanecido. Él le contó el lamentable estado en que se encontraba y le dijo que necesitaba almorzar, porque la languidez lo estaba matando. Ella respondió que se encontraba en idénticas condiciones.

—Te voy a buscar y vamos a algún restaurante.
—Me tendría que cambiar y estoy muy cómoda con “las poquitas ropas” que llevo puesta. Compra algo en una casa de comidas y vení que te espero en mi departamento.

—¿Qué comida prefieres?
—La que tú quieras
—¿Pastas?
—¡Síii! Ravioles.
—¿Qué tipo de ravioles?
—Rellenos de pollo al champignon.
—¿Dónde los consigo?.
—Acá a la vuelta de mi casa. Es una trattoria que tiene venta al público y se llama il buon mangiare.

—¿Postre?

—Ahí tienen, pero, si no hay nada que te apetezca, voy a tratar de darte un postre que, estoy segura que te va a gustar.

—Voy a llevar algún postre, pero estaré ilusionado con el que tú me ofrezcas.

—Mientras tú haces todos esos trámites, voy a decorar tu postre para que esté bien tentador y puedas disfrutarlo.
—Espero que el postre que te lleve puedas tú también disfrutarlo.
—Por lo poco que probé anoche, te prometo que me va a encantar.
En la trattoria, le dijeron que el pedido iba a estar listo en cuarenta minutos. Para combatir la languidez mientras esperaba, pidió una tabla de fiambres y dos latas de cerveza.

Al ingresar al departamento de Natalia, Ignacio se encontró con la deslumbrante, desbordante y sensual belleza de una mujer espectacular: sandalias de altísimos tacones de aguja, un baby doll rojo semitransparente

Ignacio buscó rápidamente un lugar donde dejar la tabla de fiambres y las latas de cerveza, con el oscuro propósito de lanzarse sobre Natalia. Pero ella lo contuvo, diciéndole que primero debían almorzar.

¿Tu serás mi postre?, preguntó él. ¡Y tú serás el mío!, contestó ella y se colgó del cuello de él para comerse la boca, dejando de lado la espera del almuerzo.

Al acariciar la tersa piel de la muchacha y sumergirse, besando cada centímetro de su vientre, Ignacio, tuvo la sensación, que el cielo le hacía un guiño a su vida. Al ir ascendiendo hasta llegar a la turgencia perfecta de sus senos, que sus labios, recorrieron con avidez, mientras sus manos, con delicadeza y la habilidad de un prestidigitador, quitaron su brevísima tanga. Al momento que sus labios se sellaban y sus lenguas intentaban un duelo de lujuria. Con delicada firmeza, penetró en su interior y una melodía de gemidos, suspiros e interjecciones acariciaron, como una dulce canción, la piel excitada y estremecida de los amantes.
La llegada del delivery los sorprendió el uno encima del otro, desparramados, agitados y desfogados. Ignacio, comenzó a buscar la ropa, sin tener idea a donde la había tirado. Ella comenzó a reír, ante esa desopilante escena. Cuando volvió a sonar el timbre, Ignacio, solo tenía puesta la camiseta, las medias y el calzoncillo, aún permanecía en sus manos. Natalia, se incorporó, se acomodó el baby doll, se colocó las sandalias de altura, abrió la puerta de par en par para recibir la vianda, que ya había sido abonada. Hizo esperar al cadete y, zarandeando su hermoso culo, fue por la propina. El flaco alucinaba, no podía salir de su asombro. Cuando quiso agradecer la propina y despedirse, no hizo más que tartamudear.
Natalia colocó la comida en la mesa y arregló todo para almorzar. Ignacio, todavía no había terminado de vestirse y aún, se encontraba sentado en un sillón. Ella se acercó, lo besó y cuando le pidió que se sentará a la mesa para almorzar; fue cuando él le dijo: eres una asesina. El flaco del delivery se va a matar a pajas. Ella lanzó una carcajada, se le tiró encima y volvieron a repetir la sublime aventura de amarse, envueltos en un aura de amorosas sensaciones.
la relación fue idílica un hombre y una mujer se amaban con toda la intensidad que los sentimientos y la fuerza de sus jóvenes años les exigían.

Ignacio, que durante sus años estudiantiles había acumulado un sinnúmero de romances y noviazgos, hacía tiempo que no mantenía más que relaciones ocasionales y, en algunos casos, furtivas. Pensó que con esta muchacha no se repetiría esa posibilidad. Por su belleza, carácter, personalidad, frescura y trato amoroso, Ignacio no pudo pensar en otra cosa que no fuera Natalia.

Él sintió que todo a su alrededor había cambiado: lo que antes era monotonía, hastío y agobio se transformó en sonrisas, ilusiones y esperanzas. Los colores, los aromas y los sabores comenzaron a tener una intensidad distinta.

Ignacio recuerda aquellas palabras que le dijo a Tamara y que tan solo pretendían ser una ironía: que se había vuelto un ser solitario, predecible y previsible. Pero no eran una ironía. Él sentía que, de un tiempo a esta parte, se había convertido en una persona retraída y abstraída. El largo padecimiento que culminó con la muerte de su padre, sumado a la de su madre unos años atrás, lo llevó a replantearse el tener que asumir que, a pesar de contar con buenos amigos y colegas, estaba solo. Desde que se alejó de Tamara no había vuelto a tener una relación de la que, en ese momento, pudiera haberse aferrado para no sentir la angustia de ese vacío que le taladraba el pecho.

Acompañó a su padre hasta sus últimos momentos en la vieja casona donde pasó los años de su niñez y adolescencia, hasta el inicio de la universidad. Tras el fallecimiento de su padre, decidió volver a su departamento. Cargó sus cosas en el auto, cerró la puerta de entrada, caminó hasta el portal, aseguró la puerta de metal con una cadena y puso un candado. Se paró en la vereda y, de frente a la vieja casona, dijo: “Papá, Mamá: el día que tenga que morir, sólo pido poder hacerlo aquí y, desde aquí, poder llegar a ustedes”.

Desde que ingresó a la universidad hasta que su padre enfermó, vivió solo, pero nunca sintió la soledad como en ese momento.

Natalia no solo lo enamoró, lo colmó de amor. Le regaló todas las sonrisas, todos los besos, todos los “te quiero”. Las noches más locas, los días más bellos. Ignacio había renacido en los abrazos y las caricias de esa muchacha a la que amaba con locura.

A las pocas semanas, en conversaciones perdidas y por mera curiosidad, él le preguntó si su amiga había logrado algún avance para hacerla ingresar al holding que, financieramente, controla Vicenzo Sturba. Ella le contestó que estaba en esos trámites y que no le estaba siendo fácil. Él le preguntó si lo dejaba intentar. Con un gesto de desconcierto, ella respondió: “Sí, por supuesto”. Ignacio pensó: Habrá creído que si su amiga no puede, él tampoco iba a poder. Nunca le habló de su relación con la familia Sturba. A los pocos días, Natalia ingresaba a la empresa en el área de personal.

Dado que en su currículo figuraba la tecnicatura en relaciones públicas y algunos cursos de capacitación en esa área, su puesto en la oficina de personal la hacía apta para el trato complejo y conflictivo con los empleados. Después de un tiempo de una relación amorosa e intensa, Ignacio le pidió a Natalia que se fuera a vivir a su departamento. Ella le dijo que estaba muy ilusionada con eso; pero que, con el trabajo, si agregaba la distracción que sería tenerlo a su lado, “adiós estudios”. “Los viernes me buscas a la salida de la universidad. Vamos a tu departamento o al mío y, entre caricias, besos y ‘algo más’, sigo estudiando. No mucho, pero algo es algo”.

Los viernes a la tarde, Ignacio iba a buscar a Natalia a la salida de la facultad de Ciencias Sociales, y ella se quedaba con él hasta la media mañana del domingo. La avidez por tenerla en sus brazos era un deseo sin límites. Además, una o dos veces a la semana, ella pasaba por su departamento y se quedaba hasta la mañana siguiente, cuando salía rumbo al trabajo. La avidez y el deseo eran un juego de dos. Esta relación continuó de esa manera hasta que Natalia se recibió como licenciada en Sociología.

A pocos días de recibir su título, esto fue un miércoles, Natalia se quedó con Ignacio hasta el sábado a la mañana. Ese día, tenía previsto ir por una semana a visitar a su familia con su soñado título universitario. Por viajes y horas acumuladas, le debían días de licencia, así que se los tomó todos.

A su regreso, Ignacio la invitó a viajar a Santa Fe al recital de los Redondos. Toda una aventura. Había que ir con algún día de anticipación para conseguir entradas; la hostelería estaba toda ocupada. Compraron una carpa, almohadones inflables, comidas envasadas y enlatadas, elementos para acampar, y se instalaron, como otros miles, en las inmediaciones de donde se iba a celebrar lo que —los acólitos seguidores de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota— llamaban “la misa”. No se trataba sólo de encontrar un lugar sino de conseguir dónde acampar. Cuando lo lograron, instalaron la carpa, inflaron los colchones, se encerraron en la tienda, se fumaron un porro y tuvieron sexo.

Ignacio fue a averiguar la ubicación de los baños, puestos sanitarios y agua para higienizarse. Todo estaba como debía estar; la organización era buena. Al regresar, no encontró a Natalia. Fue al auto a buscar su celular y encontró los dos. Por aquellos años no estaba tan difundido el uso de estos teléfonos y, en esa zona, no había señal. No pudo precisar el tiempo, pero cuando Natalia apareció, habían pasado horas. Dijo que salió a caminar y no supo cómo volver, hasta que vio a una pareja de chicos que estaban acampando cerca de donde ellos estaban y pudieron volver juntos.

Al día siguiente, Ignacio fue en busca de los baños químicos y tuvo que esperar un buen rato. Se quedó asombrado de la heterogeneidad social y etaria de la concurrencia. Pudo ver a la distancia algún ejecutivo de empresa, y encontrarse con otros. Entre esos otros estaba un conocido. Al comentar ese aspecto etario y social de la concurrencia, este le dijo: Acá vas a encontrar de todo, desde pibes que trabajan en la construcción, empleados de bancos y ejecutivos como yo o empresarios como vos.

Toda esta fauna, que somos nosotros, venimos a divertirnos: cantamos, bailamos, nos abrazamos para hacer pogo sin importar con quién. Después salimos de acá y volvemos a la idiotez de todos los días, pero por un día, como reza el poema de Machado: El rico y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha.
¡Ah! Para que veas lo que es esta fauna, ayer lo vi, entre la gente, a ese que es muy amigo tuyo e insoportable nariz parada de Demetrio; Iba acompañado por una chica que está buenísima.
Soy un admirador tuyo. Seguiré tu relato.

Un beso.- Cristina
 
Por supuesto.
Igual, yo apuntaba a las circunstancias. Una cosa es que te cuerneen alejado de ti, y otra en el mismo entorno, en una cita contigo. Eso ya no es sólo un calentón, ya es querer herirte y humillarte, no tenerte ni un atisbo de respeto.
Como en LCDI
Es lo que me temo, no veo a Natalia muy escrupulosa a la hora de tomar decisiones.
Parece el tipo de mujer que impone su propio ritmo, quien esté cerca sólo le quedará seguirlo o hacerse a un lado, consciente de las sensaciones que provoca, y lo sencillo de usarlo en su beneficio, necesita un hombre fuerte a su lado, de lo contrario sólo serán herramientas para cumplir sus metas.:rolleyes::confused:
 
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