Criogenia

ikarusulu

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Desde niña he estado enamorada de mi mejor amiga, Sonia. Ella sabía que yo era lesbiana y que me gustaban las mujeres, pero mi sentimiento por ella era de amor.


En cambio ella era heterosexual, se derretía por cualquier polla que se cruzara en su camino. Aún conociendo mis deseos su cariño por mí no cambiaba.


Había ciertos limites que ni ella ni yo nos atrevíamos a cruzar en nuestras caricias y roces. No queríamos arruinar nuestra perfecta amistad. Bromeábamos con nuestras actitudes y todo eso aún nos unía mas.


A los diecinueve años me diagnosticaron una enfermedad mortal e incurable y entré en un programa experimental de criogenia. Ya sabéis, eso de congelar a la gente y revivirlos años después. No quiero extenderme mucho en la tragedia que fue en su día, pero había una esperanza.


Lo ultimo que supe de los siguientes treinta años fue que me dormí con la anestesia viendo las caras de mis padres y la de Sonia mirándome en la cama del hospital. No recuerdo haber soñado en ese periodo.


Ahora me han descongelado y me estaban curando. La primera cara que vi al despertar me pareció la suya. Suponía que eran los efectos de la sedación pero era idéntica y no parecía haber pasado el tiempo por ella. ¿Me habían despertado tan pronto?.


Pero había algo raro en la placa de identificación que lucia en la pechera de un extraño uniforme azul celeste. Allí estaba estampado mi nombre, Marta, no el suyo.


Su peinado era diferente pero sus facciones eran las mismas de las que acababa de separarme y de las que estaba enamorada.


- ¿Sonia?. ¿Ya encontraron la cura?. O no me he quedado dormida.


Confusa, le pregunté si no había funcionado llamándola Sonia, el nombre que recordaba.
Con una dulce sonrisa en sus labios rojos por fin me lo explicó ahora que yo estaba coherente.


- Si, estas perfecta. Ya casi has terminado el tratamiento. Así que no te preocupes por nada. Ahora solo tienes que recuperar la forma física.


- Pero.... Sonia.


- No, soy Marta su hija. En cuanto puedas recibir visitas dejo pasar a todo el mundo. Están deseando verte, pero hoy eres toda mía. Todavía estás muy débil.


Poco a poco me lo fue explicando. Habían pasado treinta años, yo estaba curada y ella no era Sonia sino Marta la hija de mi mejor amiga, la descendiente de mi amor platónico y tan bonita como ella.


Llevaba mi nombre en mi honor, Sonia nunca me había olvidado. Marta la había acompañado en sus visitas al hospital desde niña. Se había hecho doctora en buena parte por mi causa.


Pregunté por ella y me dijo con la misma risa cristalina que yo recordaba en su madre que había hecho falta personal de seguridad para apartarla de la cápsula. E impedir que entrara en la habitación demasiado pronto. En cuanto yo estuviese preparada la dejaría venir a verme.


Si siempre había estado enamorada de su madre ahora mis sentimientos eran confusos. Mi médico estaba despertando ahora en mí emociones inteligibles para mí corazón, pero tan intensas como los que tenía por su madre. Los flechazos existen. Aunque con mi suerte seguro que seria aún mas hetero que Sonia.


El resto de los reencuentros fueron emotivos, familia y amigos aunque mi infatigable doctora cuidaba de que no me cansaran demasiado. Las técnicas gerontologicas también han avanzado mucho y mi padres están perfectos. El reencuentro mas intenso desde luego fue con ella, Sonia.


Los tratamientos de cirugía plástica y rejuvenecedores habían avanzado mucho en esos años. Debían ser maravillosos o mis enamorados ojos perdonaban cualquier detalle. Me parecía que por mi amiga no había pasado el tiempo.


Nos interrumpíamos la una a la otra al hablar. Recordábamos los viejos tiempos que para mí era ayer. No me quería descubrir nada de ese presente que podía resultarme abrumador.


Por fin su hija sonriendo y entre bromas la echó de la habitación. Tan atenta como siempre me preguntó cómo me sentía.


El shock emocional era tan fuerte que necesitaba desahogarme con alguien y todo salió de mi boca como un torrente.


Yo aún tenía diecinueve o veinte años fisiológicos, el tiempo no había pasado apenas por mi cuerpo congelado. Desde luego no por mi mente. No había envejecido, pero no había vivido todos los años que habían pasado y todo había cambiado sin yo enterarme.


La chica que me abrazaba en la ultra moderna cama de hospital y que poseía un rostro que yo adoraba era seis años mayor que yo. Mi amiga había vivido toda una vida en ese tiempo, maridos, amantes, una hija, todo por lo que yo tendría que pasar a partir de ese momento.


La descarga emocional la recibió sentada en mi cama abrazándome con ternura acariciando mi cabello. Dejando que mis lágrimas resbalaran por la bata azul de un tejido que era incapaz de reconocer.
Cuando terminé de sollozar me separó un poco y besó mi frente apartando mis cabellos.


Ante su mirada de ternura intenté disculparme por lloriquear como una niña. Pero no me dejó, mirándome a los ojos agachó un poco más la bonita cabeza y besó muy suavemente mis labios.


El suave roce como un aleteo de las alas de una mariposa me conmovió, pues era justo lo que estaba esperando toda mi vida, un beso de esos labios.
Pero también me confundía pues aunque la boca era idéntica, no era el beso de la persona que yo esperaba.


Por fin sin soltar el abrazo y en la habitación del hospital donde me había despertado me lo explicó. Ella estaba enamorada de mí desde siempre. De niña acompañaba a su madre para ver mi confusa silueta desnuda tras el cristal del congelador.


Veía cada foto que nos habíamos hecho juntas su madre y yo. La infinidad que ella me había hecho a mí cuando aún no me habían congelado. Escuchaba las explicaciones de Sonia sobre una amistad tan fuerte que sobrevivía a los años y a esa extraña separación.


Marta, como yo, era consciente de ser lesbiana, de que sus deseos eran por mujeres. Pero era a mí, la ausente amiga de su madre a quien amaba. Teníamos clavada la mirada en los ojos de la otra con miedo de su reacción, con sentimientos confusos y emociones a flor de piel.


Como no podía enfrentarme a todo ello en ese momento me limité a volver a abrazarla apretándola fuerte contra mi pecho. Apoyando la cabeza en el hueco de su hombro con el cuello y dejando que el perfume de su piel inundará mis sentidos.


Con otro suave beso se despidió de mí para dejarme descansar y reflexionar sin ruegos ni promesas. Solo dejando que fuera mi mente, mis sentimientos y mi cuerpo los que llegaran a una decisión.


Tenía claro que en realidad no conocía a esa chica que decía estar enamorada de mí. No podía trasferir mi amor por su madre con tanta facilidad y a la vez ansiaba conocerla.


Los siguientes días no me presionó más que en el aspecto físico para acelerar mi recuperación, para recuperar mis fuerzas. Pero sus manos en mi piel me excitaban cada vez que me examinaba desnuda o cuando forzaba mis músculos en los ejercicios o ante su aguda mirada. Sus suaves dedos me quemaban, me provocaban deseos.


Todo el mundo allí parecía haber vivido mas que yo. Apostaba conmigo misma que hasta la chica, médica, mujer, que confuso, que afirmaba amarme habría tenido mas amantes que yo en mi época. Y eso sin pensar en los avances en las técnicas del sexo en todos esos años y que me había perdido.


Una tarde le dije:


- Tendrían que congelarte a tí cuatro años para que yo pudiera alcanzarte.


- Cielo, me gustas tal y como eres. Mucho más ahora que estás despierta y te conozco de verdad. No sé si una vieja como yo te puede gustar a tí.


- Siempre me pusieron las maduritas.


Conseguí bromear. Y me llevé un suave pellizco en el brazo. Aún así no estaba tranquila del todo. Yo le iba a parecer una paleta al lado de las chicas con experiencia que se habría follado. Y no es que no estuviese un poco celosa de esas amantes sin rostro.


Por fin llegó el día de salir del hospital y por su cuenta y casi sin contar con mi opinión me llevaron a su preciosa casa donde vivían las dos solas. En la de mis padres con el resto de la familia no quedaba apenas sitio y ellos consintieron en esa opción.


El el trayecto apenas pude reconocer ningún edificio de mi ciudad. Ni las tiendas, todo era desconocido. Hasta los coches habían evolucionado. Casi no podía reconocer ningún modelo y todos eran eléctricos y muy silenciosos.


Andaban por casa apenas cubiertas por sensuales prendas que yo, la chica venida del pasado, de épocas oscuras, solo podía soñar. Tangas, sensuales bodys y kimonos y ni pensar en lo que poco que se ponían para salir a la calle y a trabajar. Marta cuando más vestida estaba era en el hospital con el uniforme que la protegía de contagios.


Si que habían cambiado las costumbres. Se besaban y acariciaban de una forma que yo nunca me habría atrevido a hacerlo con mi madre. A veces incluso me parecía ver sus lenguas jugar durante unos segundos. Sus manos acariciar los pechos o nalgas de la otra con lo que a mí me parecía mucha confianza.


A menudo ni se ponían bragas debajo de sus camisetas o faldas. Verle el xoxito depilado del todo a Sonia y ahora me lo mostraba con menos pudor que años atrás me ponía cardíaca. Y yo llevaba el mío con todo el pelo, a lo jungla salvaje. Nunca me había depilado. Y por cierto aún lo tapaba mucho más que ellas.


Renovaron mi vestuario, prendas a las que tendría que acostumbrarme y que se sentían sensuales, incluso lascivas. Pensaba que me daría vergüenza salir a la calle vestida así. Pero todas las mujeres llevaban esas ropas.


Me mimaban, pero me obligaban a trabajar duro para conseguir recuperar el tono muscular perdido durante los treinta años durmiendo. Una vez recuperada estaba en estado de constante excitación. Por ver sus cuerpos casi desnudos a mi alrededor con los rostros que mas amaba.


Me masturbaba pensando en ellas. Me sorprendí pensando en las dos y la amabilidad y ternura que tenían conmigo hacían que las amara aún mas.


Por fin una noche, estábamos muy juntas en el sofá mi doctora y yo. Sonia había salido con uno de sus amantes. Me atreví a preguntarle si sus sentimientos habían cambiado al tenerme moviéndome por su casa y no tras un helado cristal.


- Ahora que te conozco creo que te quiero todavía más.


Fue su respuesta.


Yo me sentía como una Neandertal atrasada pero viva en vez de una estatua congelada incapaz de meter la pata.


Cogiendo mis manos y mirándome a los ojos me contestó que me amaba más que nunca.


- La chica real es aún mejor que la más fantástica mujer que me hubiera imaginado, mejor que las historias de mi madre. Y por cierto siempre me han gustado las jovencitas.


Respondí con una carcajada. Allí mismo sellamos nuestro amor con un beso que poco a poco se fue haciendo más y más lascivo. Las lenguas empezaron a invadir la boca de la otra y las manos a recorrer la piel desnuda y a exponer la poca epidermis que estaba tapada.


Vale, me había ligado a toda una doctora y no había hecho nada para ello. Una mujer sofisticada, profesional, con un buen sueldo, terriblemente sexi y como estaba a punto de descubrir completamente lujuriosa.


Abrió mi kimono de seda sintética con suavidad inclinándose a besar mis pechos y lamer mis pezones. Yo me deshice de su body de lencería con las nuevas habilidades aprendidas en estas semanas.


La suave prenda se me quedó en las manos antes de darme cuenta de que estaba tirando de la tela. Su glorioso cuerpo apareció ante mis avariciosos ojos completamente desnudo.


Marta pretendía seguir bajando pero agarré fuerte sus duras nalgas para apretarla a mi cuerpo. Deseaba poder acariciar el suyo, besé su cuello, lamí su piel y jugué con la punta de mi lengua en su oído.


- ¡Como te he deseado!.


Estaba hambrienta de su carne y ella de la mía. Necesitaba probar cada centímetro de su suave piel. Así que empecé a bajar por su cuerpo. mis labios probaron sus hombros y sus pechos. Lamí sus axilas antes de tumbarla en el diván en el que estábamos. Seguí por su vientre plano.


Aunque estaba deseando probar su sexo, me lo tomé con calma. Quería excitarla todo lo posible y hacerle saber que la chica venida del pasado también tenía sus trucos.


Me dediqué a besar, lamer y acariciar cada centímetro de su tersa piel. Desde luego que me detuve en sus pezones, en la vulva y en el ano. Y supe que se corría. Sus jadeos y gemidos me confirmaban cada orgasmo.


Ella tampoco quería quedarse quieta. Sus manos recorrían todo mi cuerpo. Su lengua repasaba mi piel. Por entonces yo tenía menos experiencia que ella, había tenido menos amantes.


Marta estaba explorando sitios de mi anatomía que nadie antes había tocado. Cuando la punta de su lengua se clavó en mi ano me corrí como nunca. Lamió cada uno de mis dedos de mis pies. Chupó mis tetas con lo habría hecho un bebé hambriento.


Por supuesto dedicó un montón de tiempo y de mis orgasmos a lamer mi coño. Clavaba sus dedos en mi encharcada vulva mientras su lengua se dedicaba a mí clítoris. Estaba tomando buena nota de lo que me hacía.


Lo que vino después fue mucho sexo dulce, húmedo, lascivo, tierno. Sobre su cama hasta muy tarde en la madrugada y muchas madrugadas después.


Cuando por la mañana su madre encontró nuestras ropas en el sofá y a las dos durmiendo juntas con las piernas enredadas desnudas en la cama solo pudo despertarnos con besos en la boca y felicitarnos por nuestro amor. Con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja lo único que dijo fue:


- ¡Por fin!










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