Eldric
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1.
Desperté con un dolor de cabeza insoportable y, tras tomar unas pastillas, me apresuré a la oficina solo para que el dolor persistiera. Después de explicarle a mi jefe Mauricio, quien no tomó bien la noticia, me envió al médico. Me dirigí en taxi y, tras un diagnóstico de infección, me recetaron medicamentos y descanso. Al volver a casa, me desplomé en la cama hasta la tarde, cuando el calor me hizo abrir las ventanas. Fue entonces que noté un auto en la cochera, algo raro ya que Diana, mi esposa, suele tomar el metro.
Bajé en silencio y me detuve al escuchar una voz desconocida; me oculté, agudizando el oído.
—Será en el restaurante Luxemburgo —dijo la mujer.
—Vaya, escuché que era un lugar muy ostentoso. ¿En caso de ir, puedo invitar a mi esposo? —preguntó Diana.
La mujer se rió suavemente.
—Oh, no, cariño. La idea es que sea una salida entre amigos del trabajo. Ya sabes, algo relajado.
—No lo sé, Evelyn. De por si no me entusiasma tanto —dijo Diana en voz baja.
—Anda, que irá Leo. Ustedes dos se llevan de maravilla, ¿eh? —dijo Evelyn con un tono malicioso—. Yo diría que hasta le gustas.
Hubo un silencio incómodo, y pude imaginar la expresión de Diana.
—Leo y yo solo somos amigos, —replicó Diana, un poco a la defensiva—. Es un buen compañero de trabajo, nada más.
Evelyn soltó una carcajada.
—Claro, claro… Pero no se puede negar que Leo tiene su encanto.
Diana suspiró, pero no respondió. Evelyn continuó.
—Venga, ¿nunca te has fijado en otro hombre? Mira, todos lo hacemos en algún momento. Hasta tu esposo seguro bromea con sus amigos sobre alguna chica guapa en la oficina.
—Jamás, —respondió Diana, tajante—. Diego es el único hombre con el que he estado, el único que me importa.
Evelyn soltó una risa sarcástica.
—¿En serio? Eso sí que es amor. Pero, ¿nunca te ha dado curiosidad? ¿Saber cómo sería con alguien diferente?
Diana parecía irritada, y su tono se endureció.
—No tengo interés en otros hombres, Evelyn. Estoy satisfecha con Diego, no necesito más.
Hubo un momento de silencio incómodo, como si Evelyn no esperara una respuesta tan tajante. Por un instante, todo quedó en calma.
—Bueno, —dijo finalmente Evelyn con un tono algo más ligero—. A veces es solo una conversación entre chicas, ya sabes. Pero si tú estás contenta… eso es lo que importa.
—¿Y qué tal te va a ti con José? —preguntó Diana.
—Pues es muy bueno conmigo, pero lamentablemente no me puede complacer en la cama —suspiró Evelyn.
—Pues ya tiene sus añitos —repuso Diana.
—No nada de eso tonta, si al viejo le gusta dar caña, es solo que, no me es suficiente.
—Acaso…
—Sí, la tiene chica — dijo en tono burlón — son 5 minutos en los que tengo que fingir que me da placer, a veces ni lo siento dentro — agregó lamentándose.
—Si serás, ¿y gimes y toda la cosa eh? — A Diana parecía divertirle.
—Pues sí, vamos que a los hombres les hiere el orgullo si no lo hacemos, ya ves, las cosas que una mujer hace por amor — ambas rieron a carcajadas.
—¿Y qué tal tu marido? — preguntó aquella mujer.
—¿A qué te refieres?
—No te hagas la inocente, dime ¿la tiene grande o chica?
—Pues yo diría que normal — respondió mi esposa.
—No hay normales, son grandes o chicas, así de simple.
—Pues no sé, nunca he visto otra polla aparte de la de Diego —dijo Diana.
—Es cierto, solo has estado con él. Pero ya te lo afirmo yo, que cuando pruebas una polla grande, ya las chicas no las toleras más —dijo Evelyn.
—Evelyn por favor, no quiero hablar más de eso.
—Venga no seas tan aguafiestas, es solo una platica de chicas —dijo Evelyn
—Ya, pero a veces si te pasas un poco.
—Perdón amiguis, pero ya en serio, tienes que ir mañana con nosotros.
—No sé si a Diego le agrade la idea.
—Tú no te preocupes, solo dile que es algo tranqui y que volverás temprano.
—Bueno… creo que mi marido no se quejará si voy un rato.
—Esa es mi amiga, solo porque dijiste que sí te invito un sushi, vamos que tengo hambre.
Tiempo después de que salieron le envié un mensaje a Diana explicándole mi situación y que había regresado a descansar, ya que no debió enterarse de que estaba en casa y no quería que se llevara la sorpresa al volver. Esa amiguita suya no me daba buena espina, y encima lo que dijo sobre ese tal Leo me inquietaba un poco, no podía evitar sentir algo de celos, pero tampoco podía recriminarle nada, ya que después de todo, solo fueron los vagos comentarios de Evelyn.
Instintivamente, saqué mi celular y abrí la aplicación de Peoplegram. Busqué el nombre de Leo entre los seguidores de Diana, sintiéndome como uno de esos tipos controladores que siempre están al acecho. Pero la curiosidad por ese tal Leo me empujó a seguir adelante. La voz de Diana resonaba en mi mente, su tono ambiguo y la risa de Evelyn, como un eco de advertencia.
Finalmente, lo encontré. La pantalla me mostró su perfil: un tipo alto y atlético, con una piel morena que reflejaba una vitalidad casi envidiable. Parecía estar rondando la edad de mi mujer y la mía, aproximadamente 30 años. Había algo en su sonrisa que me causaba incomodidad.
Pero lo que más me incomodó, fue ver que Diana también lo tenía agregado.
Desperté con un dolor de cabeza insoportable y, tras tomar unas pastillas, me apresuré a la oficina solo para que el dolor persistiera. Después de explicarle a mi jefe Mauricio, quien no tomó bien la noticia, me envió al médico. Me dirigí en taxi y, tras un diagnóstico de infección, me recetaron medicamentos y descanso. Al volver a casa, me desplomé en la cama hasta la tarde, cuando el calor me hizo abrir las ventanas. Fue entonces que noté un auto en la cochera, algo raro ya que Diana, mi esposa, suele tomar el metro.
Bajé en silencio y me detuve al escuchar una voz desconocida; me oculté, agudizando el oído.
—Será en el restaurante Luxemburgo —dijo la mujer.
—Vaya, escuché que era un lugar muy ostentoso. ¿En caso de ir, puedo invitar a mi esposo? —preguntó Diana.
La mujer se rió suavemente.
—Oh, no, cariño. La idea es que sea una salida entre amigos del trabajo. Ya sabes, algo relajado.
—No lo sé, Evelyn. De por si no me entusiasma tanto —dijo Diana en voz baja.
—Anda, que irá Leo. Ustedes dos se llevan de maravilla, ¿eh? —dijo Evelyn con un tono malicioso—. Yo diría que hasta le gustas.
Hubo un silencio incómodo, y pude imaginar la expresión de Diana.
—Leo y yo solo somos amigos, —replicó Diana, un poco a la defensiva—. Es un buen compañero de trabajo, nada más.
Evelyn soltó una carcajada.
—Claro, claro… Pero no se puede negar que Leo tiene su encanto.
Diana suspiró, pero no respondió. Evelyn continuó.
—Venga, ¿nunca te has fijado en otro hombre? Mira, todos lo hacemos en algún momento. Hasta tu esposo seguro bromea con sus amigos sobre alguna chica guapa en la oficina.
—Jamás, —respondió Diana, tajante—. Diego es el único hombre con el que he estado, el único que me importa.
Evelyn soltó una risa sarcástica.
—¿En serio? Eso sí que es amor. Pero, ¿nunca te ha dado curiosidad? ¿Saber cómo sería con alguien diferente?
Diana parecía irritada, y su tono se endureció.
—No tengo interés en otros hombres, Evelyn. Estoy satisfecha con Diego, no necesito más.
Hubo un momento de silencio incómodo, como si Evelyn no esperara una respuesta tan tajante. Por un instante, todo quedó en calma.
—Bueno, —dijo finalmente Evelyn con un tono algo más ligero—. A veces es solo una conversación entre chicas, ya sabes. Pero si tú estás contenta… eso es lo que importa.
—¿Y qué tal te va a ti con José? —preguntó Diana.
—Pues es muy bueno conmigo, pero lamentablemente no me puede complacer en la cama —suspiró Evelyn.
—Pues ya tiene sus añitos —repuso Diana.
—No nada de eso tonta, si al viejo le gusta dar caña, es solo que, no me es suficiente.
—Acaso…
—Sí, la tiene chica — dijo en tono burlón — son 5 minutos en los que tengo que fingir que me da placer, a veces ni lo siento dentro — agregó lamentándose.
—Si serás, ¿y gimes y toda la cosa eh? — A Diana parecía divertirle.
—Pues sí, vamos que a los hombres les hiere el orgullo si no lo hacemos, ya ves, las cosas que una mujer hace por amor — ambas rieron a carcajadas.
—¿Y qué tal tu marido? — preguntó aquella mujer.
—¿A qué te refieres?
—No te hagas la inocente, dime ¿la tiene grande o chica?
—Pues yo diría que normal — respondió mi esposa.
—No hay normales, son grandes o chicas, así de simple.
—Pues no sé, nunca he visto otra polla aparte de la de Diego —dijo Diana.
—Es cierto, solo has estado con él. Pero ya te lo afirmo yo, que cuando pruebas una polla grande, ya las chicas no las toleras más —dijo Evelyn.
—Evelyn por favor, no quiero hablar más de eso.
—Venga no seas tan aguafiestas, es solo una platica de chicas —dijo Evelyn
—Ya, pero a veces si te pasas un poco.
—Perdón amiguis, pero ya en serio, tienes que ir mañana con nosotros.
—No sé si a Diego le agrade la idea.
—Tú no te preocupes, solo dile que es algo tranqui y que volverás temprano.
—Bueno… creo que mi marido no se quejará si voy un rato.
—Esa es mi amiga, solo porque dijiste que sí te invito un sushi, vamos que tengo hambre.
Tiempo después de que salieron le envié un mensaje a Diana explicándole mi situación y que había regresado a descansar, ya que no debió enterarse de que estaba en casa y no quería que se llevara la sorpresa al volver. Esa amiguita suya no me daba buena espina, y encima lo que dijo sobre ese tal Leo me inquietaba un poco, no podía evitar sentir algo de celos, pero tampoco podía recriminarle nada, ya que después de todo, solo fueron los vagos comentarios de Evelyn.
Instintivamente, saqué mi celular y abrí la aplicación de Peoplegram. Busqué el nombre de Leo entre los seguidores de Diana, sintiéndome como uno de esos tipos controladores que siempre están al acecho. Pero la curiosidad por ese tal Leo me empujó a seguir adelante. La voz de Diana resonaba en mi mente, su tono ambiguo y la risa de Evelyn, como un eco de advertencia.
Finalmente, lo encontré. La pantalla me mostró su perfil: un tipo alto y atlético, con una piel morena que reflejaba una vitalidad casi envidiable. Parecía estar rondando la edad de mi mujer y la mía, aproximadamente 30 años. Había algo en su sonrisa que me causaba incomodidad.
Pero lo que más me incomodó, fue ver que Diana también lo tenía agregado.
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