Decadencia Matrimonial

Eldric

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24 Ago 2023
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1.

Desperté con un dolor de cabeza insoportable y, tras tomar unas pastillas, me apresuré a la oficina solo para que el dolor persistiera. Después de explicarle a mi jefe Mauricio, quien no tomó bien la noticia, me envió al médico. Me dirigí en taxi y, tras un diagnóstico de infección, me recetaron medicamentos y descanso. Al volver a casa, me desplomé en la cama hasta la tarde, cuando el calor me hizo abrir las ventanas. Fue entonces que noté un auto en la cochera, algo raro ya que Diana, mi esposa, suele tomar el metro.

Bajé en silencio y me detuve al escuchar una voz desconocida; me oculté, agudizando el oído.

—Será en el restaurante Luxemburgo —dijo la mujer.

—Vaya, escuché que era un lugar muy ostentoso. ¿En caso de ir, puedo invitar a mi esposo? —preguntó Diana.

La mujer se rió suavemente.

—Oh, no, cariño. La idea es que sea una salida entre amigos del trabajo. Ya sabes, algo relajado.

—No lo sé, Evelyn. De por si no me entusiasma tanto —dijo Diana en voz baja.

—Anda, que irá Leo. Ustedes dos se llevan de maravilla, ¿eh? —dijo Evelyn con un tono malicioso—. Yo diría que hasta le gustas.

Hubo un silencio incómodo, y pude imaginar la expresión de Diana.

—Leo y yo solo somos amigos, —replicó Diana, un poco a la defensiva—. Es un buen compañero de trabajo, nada más.

Evelyn soltó una carcajada.

—Claro, claro… Pero no se puede negar que Leo tiene su encanto.

Diana suspiró, pero no respondió. Evelyn continuó.

—Venga, ¿nunca te has fijado en otro hombre? Mira, todos lo hacemos en algún momento. Hasta tu esposo seguro bromea con sus amigos sobre alguna chica guapa en la oficina.

—Jamás, —respondió Diana, tajante—. Diego es el único hombre con el que he estado, el único que me importa.

Evelyn soltó una risa sarcástica.

—¿En serio? Eso sí que es amor. Pero, ¿nunca te ha dado curiosidad? ¿Saber cómo sería con alguien diferente?

Diana parecía irritada, y su tono se endureció.

—No tengo interés en otros hombres, Evelyn. Estoy satisfecha con Diego, no necesito más.

Hubo un momento de silencio incómodo, como si Evelyn no esperara una respuesta tan tajante. Por un instante, todo quedó en calma.

—Bueno, —dijo finalmente Evelyn con un tono algo más ligero—. A veces es solo una conversación entre chicas, ya sabes. Pero si tú estás contenta… eso es lo que importa.

—¿Y qué tal te va a ti con José? —preguntó Diana.

—Pues es muy bueno conmigo, pero lamentablemente no me puede complacer en la cama —suspiró Evelyn.

—Pues ya tiene sus añitos —repuso Diana.

—No nada de eso tonta, si al viejo le gusta dar caña, es solo que, no me es suficiente.

—Acaso…

—Sí, la tiene chica — dijo en tono burlón — son 5 minutos en los que tengo que fingir que me da placer, a veces ni lo siento dentro — agregó lamentándose.

—Si serás, ¿y gimes y toda la cosa eh? — A Diana parecía divertirle.

—Pues sí, vamos que a los hombres les hiere el orgullo si no lo hacemos, ya ves, las cosas que una mujer hace por amor — ambas rieron a carcajadas.

—¿Y qué tal tu marido? — preguntó aquella mujer.

—¿A qué te refieres?

—No te hagas la inocente, dime ¿la tiene grande o chica?

—Pues yo diría que normal — respondió mi esposa.

—No hay normales, son grandes o chicas, así de simple.

—Pues no sé, nunca he visto otra polla aparte de la de Diego —dijo Diana.

—Es cierto, solo has estado con él. Pero ya te lo afirmo yo, que cuando pruebas una polla grande, ya las chicas no las toleras más —dijo Evelyn.

—Evelyn por favor, no quiero hablar más de eso.

—Venga no seas tan aguafiestas, es solo una platica de chicas —dijo Evelyn

—Ya, pero a veces si te pasas un poco.

—Perdón amiguis, pero ya en serio, tienes que ir mañana con nosotros.

—No sé si a Diego le agrade la idea.

—Tú no te preocupes, solo dile que es algo tranqui y que volverás temprano.

—Bueno… creo que mi marido no se quejará si voy un rato.

—Esa es mi amiga, solo porque dijiste que sí te invito un sushi, vamos que tengo hambre.

Tiempo después de que salieron le envié un mensaje a Diana explicándole mi situación y que había regresado a descansar, ya que no debió enterarse de que estaba en casa y no quería que se llevara la sorpresa al volver. Esa amiguita suya no me daba buena espina, y encima lo que dijo sobre ese tal Leo me inquietaba un poco, no podía evitar sentir algo de celos, pero tampoco podía recriminarle nada, ya que después de todo, solo fueron los vagos comentarios de Evelyn.

Instintivamente, saqué mi celular y abrí la aplicación de Peoplegram. Busqué el nombre de Leo entre los seguidores de Diana, sintiéndome como uno de esos tipos controladores que siempre están al acecho. Pero la curiosidad por ese tal Leo me empujó a seguir adelante. La voz de Diana resonaba en mi mente, su tono ambiguo y la risa de Evelyn, como un eco de advertencia.

Finalmente, lo encontré. La pantalla me mostró su perfil: un tipo alto y atlético, con una piel morena que reflejaba una vitalidad casi envidiable. Parecía estar rondando la edad de mi mujer y la mía, aproximadamente 30 años. Había algo en su sonrisa que me causaba incomodidad.

Pero lo que más me incomodó, fue ver que Diana también lo tenía agregado.​
 
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1.

Desperté con un dolor de cabeza insoportable y, tras tomar unas pastillas, me apresuré a la oficina solo para que el dolor persistiera. Después de explicarle a mi jefe Mauricio, quien no tomó bien la noticia, me envió al médico. Me dirigí en taxi y, tras un diagnóstico de infección, me recetaron medicamentos y descanso. Al volver a casa, me desplomé en la cama hasta la tarde, cuando el calor me hizo abrir las ventanas. Fue entonces que noté un auto en la cochera, algo raro ya que Diana, mi esposa, suele tomar el metro.

Bajé en silencio y me detuve al escuchar una voz desconocida; me oculté, agudizando el oído.

—Será en el Restaurante Luxemburgo —dijo la mujer.

—Vaya, escuché que era un lugar muy ostentoso. ¿En caso de ir, puedo invitar a mi esposo? —preguntó Diana.

La mujer se rió suavemente.

—Oh, no, cariño. La idea es que sea una salida entre amigos del trabajo. Ya sabes, algo relajado.

—No lo sé, Evelyn. De por si no me entusiasma tanto —dijo Diana en voz baja.

—Anda, que irá Leo. Ustedes dos se llevan de maravilla, ¿eh? —dijo Evelyn con un tono malicioso—. Yo diría que hasta le gustas.

Hubo un silencio incómodo, y pude imaginar la expresión de Diana.

—Leo y yo solo somos amigos, —replicó Diana, un poco a la defensiva—. Es un buen compañero de trabajo, nada más.

Evelyn soltó una carcajada.

—Claro, claro… Pero no se puede negar que Leo tiene su encanto.

Diana suspiró, pero no respondió. Evelyn continuó.

—Venga, ¿nunca te has fijado en otro hombre? Mira, todos lo hacemos en algún momento. Hasta tu esposo seguro bromea con sus amigos sobre alguna chica guapa en la oficina.

—Jamás, —respondió Diana, tajante—. Diego es el único hombre con el que he estado, el único que me importa.

Evelyn soltó una risa sarcástica.

—¿En serio? Eso sí que es amor. Pero, ¿nunca te ha dado curiosidad? ¿Saber cómo sería con alguien diferente?

Diana parecía irritada, y su tono se endureció.

—No tengo interés en otros hombres, Evelyn. Estoy satisfecha con Diego, no necesito más.

Hubo un momento de silencio incómodo, como si Evelyn no esperara una respuesta tan tajante. Por un instante, todo quedó en calma.

—Bueno, —dijo finalmente Evelyn con un tono algo más ligero—. A veces es solo una conversación entre chicas, ya sabes. Pero si tú estás contenta… eso es lo que importa.

—¿Y qué tal te va a ti con José? —preguntó Diana.

—Pues es muy bueno conmigo, pero lamentablemente no me puede complacer en la cama —suspiró Evelyn.

—Pues ya tiene sus añitos —repuso Diana.

—No nada de eso tonta, si al viejo le gusta dar caña, es solo que, no me es suficiente.

—Acaso…

—Sí, la tiene chica — dijo en tono burlón — son 5 minutos en los que tengo que fingir que me da placer, a veces ni lo siento dentro — agregó lamentándose.

—Si serás, ¿y gimes y toda la cosa eh? — A Diana parecía divertirle.

—Pues sí, vamos que a los hombres les hiere el orgullo si no lo hacemos, ya ves, las cosas que una mujer hace por amor — ambas rieron a carcajadas.

—¿Y qué tal tu marido? — preguntó aquella mujer.

—¿A qué te refieres?

—No te hagas la inocente, dime ¿la tiene grande o chica?

—Pues yo diría que normal — respondió mi esposa.

—No hay normales, son grandes o chicas, así de simple.

—Pues no sé, nunca he visto otra polla aparte de la de Diego —dijo Diana.

—Es cierto, solo has estado con él. Pero ya te lo afirmo yo, que cuando pruebas una polla grande, ya las chicas no las toleras más —dijo Evelyn.

—Evelyn por favor, no quiero hablar más de eso.

—Venga no seas tan aguafiestas, es solo una platica de chicas —dijo Evelyn

—Ya, pero a veces si te pasas un poco.

—Perdón amiguis, pero ya en serio, tienes que ir mañana con nosotros.

—No le gusta mucho ese tipo de cosas.

—Va no te preocupes, solo dile que es algo tranqui y que volverás temprano.

—Bueno… creo que mi marido no se quejará si voy un rato.

—Esa es mi amiga, solo porque dijiste que sí te invito un sushi, vamos que tengo hambre.

Tiempo después de que salieron le envié un mensaje a Diana explicándole mi situación y que había regresado a descansar, ya que no debió enterarse de que estaba en casa y no quería que se llevara la sorpresa al volver. Esa amiguita suya no me daba buena espina, y encima lo que dijo sobre ese tal Leo me inquietaba un poco, no podía evitar sentir algo decelos, pero tampoco podía recriminarle nada, ya que después de todo, solo fueron los vagos comentarios de Evelyn.

Instintivamente, saqué mi celular y abrí la aplicación de Peoplegram. Busqué el nombre de Leo entre los seguidores de Diana, sintiéndome como uno de esos tipos controladores que siempre están al acecho. Pero la curiosidad por ese tal Leo me empujó a seguir adelante. La voz de Diana resonaba en mi mente, su tono ambiguo y la risa de Evelyn, como un eco de advertencia.

Finalmente, lo encontré. La pantalla me mostró su perfil: un tipo alto y atlético, con una piel morena que reflejaba una vitalidad casi envidiable. Parecía estar rondando la edad de mi mujer y la mía, aproximadamente 30 años, pero había algo en su sonrisa que me causaba incomodidad.

Pero lo que más me incomodó fue ver que Diana también lo tenía agregado.​
Muy buen relato, gracias por compartir, me gusta aunque la tenga normal🤣
 
Me parece haberlo leídos. Seguro mientras avanza recuerdo del todo
Si yNo puedo decir más porque lo recuerdo perfectamente.
Me acuerdo que el autor dijo que iba a prolongarlo porque quedó con un final con muchas incógnitas y pedimos que siguiera y lo iba a hacer pero entonces desapareció la otra web.
Yo como lo conozco voy a ver si le da continuidad a lo que le pedimos y lo digo a partir de ese momento.
 
Buenas. En esta ocasión les compartó uno de mis primeros relatos, que gracias al colega Salgas pude recuperar. Le cambiaré unos detalles a la historia (por segunda ocasión), en especial el final. Saludos a todos.
Eso espero amigo.
Porque si te acuerdas bien, a mí y algunos más el final nos dio muchísimo coraje. Espero que está vez seas más justo con el protagonista.
 
2.

Al parecer, me quedé dormido el resto del día. Cuando desperté, la luz de la mañana ya iluminaba la habitación y el dolor de cabeza había disminuido. Sentí mi cuerpo más ligero, y por primera vez en días, tuve la esperanza de que hoy sería un día normal.

Al levantarme y bajar las escaleras, el aroma a café recién hecho y a pan tostado me envolvió como una bienvenida cálida.

Y allí estaba Diana, de espaldas, concentrada en la estufa. Llevaba un camisón de seda ligero, tan suave que parecía flotar sobre su piel, apenas cubriéndose su culo. La tela gris perlada dejaba entrever la curva de su cintura y la delicada línea de su espalda, insinuando más de lo que ocultaba. Su cabello, suelto y ligeramente despeinado, caía en ondas suaves que reflejaban la luz del sol de la mañana, dándole un brillo casi dorado. Sus piernas, esbeltas y firmes, se movían de un lado a otro mientras ella preparaba el desayuno, y noté cómo sus dedos delicados sostenían el cuchillo con precisión mientras cortaba las frutas.

—Buenos días, dormilón, —me dijo con su voz suave, esa que podía ser tranquilizadora y misteriosa al mismo tiempo—. Te preparé el desayuno, pensé que te haría bien algo reconfortante después de tu día de ayer.

Tomé asiento en la mesa, y Diana se acercó con un plato de frutas y una sonrisa radiante. Mientras la observaba colocar el plato frente a mí, no pude evitar imaginarla en aquella conversación con Evelyn, riendo, hablando de Leo.

Diana sirvió el café y se sentó frente a mí, removiendo su taza distraídamente. Le tomé un sorbo al mío, tratando de encontrar el momento adecuado para tocar el tema que me rondaba la mente desde anoche. Me aferré al borde de la taza, como si fuera un ancla, y me decidí a hablar.

—Entonces, ¿qué planes tienes para hoy? —pregunté con aparente ligereza, tratando de sonar casual.

Diana levantó la vista, sus ojos chispeaban con la misma tranquilidad de siempre, aunque percibí una pizca de entusiasmo que intentaba disimular.

—Oh, nada en especial… sólo una salida con los compañeros de trabajo esta noche —respondió, y sonrió mientras tomaba un trozo de fruta de su plato.

—¿De verdad? —respondí, manteniendo un tono despreocupado—. ¿Quiénes irán?

Ella hizo una pausa, como si estuviera repasando mentalmente la lista.

—Bueno, estará Evelyn, por supuesto. Y también su novio, José. Sabes, el jefe de la oficina —agregó con una sonrisa al final, como si eso fuera un dato importante que debería tranquilizarme. Pero luego, soltó la última pieza con un poco más de cautela—. Ah, y Leo también.

Lo dijo con naturalidad, como si fuera solo otro nombre en la lista. Pero me quedé observándola, esperando su reacción mientras añadía, casi al azar:

—¿Leo? No recuerdo que me hayas hablado mucho de él. ¿Es un buen amigo?

Diana pareció sorprenderse ligeramente ante mi interés, y la mirada que me devolvió tenía algo de desconcierto.

—Sí… bueno, es un compañero de trabajo —respondió, encogiéndose de hombros—. Es muy simpático. Nos llevamos bien, pero nada más, solo somos colegas.

Asentí despacio, sin perder el contacto visual. Podía ver cómo Diana mantenía su mirada firme, casi como si se anticipara a una pregunta más profunda. Pero sus dedos jugaban con el borde de la taza, un gesto sutil que noté solo porque conocía sus hábitos tan bien como conocía los míos. Era raro verla dudar, incluso un poco.

—Qué bien. Y dime, ¿qué tal es él? —pregunté, tanteando el terreno—. ¿Ya lo conoces bien?

Diana soltó una risa suave, como si encontrara la pregunta un poco absurda.

—No tan bien, Diego —dijo, con una sonrisa que intentaba desviar el tema—. Es… cómo decirlo, un chico agradable, y todos nos llevamos bien en el trabajo, nada fuera de lo normal.

Noté que sus ojos se desviaban, solo por un segundo, como si tratara de medir mis reacciones también.

—Claro, claro —respondí—. Es bueno que tengas un grupo de compañeros que te apoyen. Espero que se diviertan.

Diana asintió, y aunque sonreía, algo en su expresión se había vuelto un poco más serio, como si supiera que la conversación no era del todo inocente. Después de unos segundos de silencio, ella fue la primera en levantarse de la mesa, recogiendo los platos.



El día pasó más lento de lo que había imaginado. Cada vez que intentaba concentrarme en cualquier cosa, desde el periódico hasta la lista de cosas que debía hacer en la casa, me encontraba pensando en Diana, en esa salida con sus compañeros… y en Leo.

Apenas podía recordar la última vez que ella y yo habíamos tenido una cita de verdad. Todo era rutina últimamente: despertarse, trabajar, y caer agotados en la cama al final del día. Había olvidado cuándo fue la última vez que había hecho algo especial para ella o que le había sorprendido, como lo hacía cuando éramos recién casados. Aquella familiaridad, tan reconfortante en algunos momentos, ahora parecía una carga; un reflejo de que quizás algo se había perdido en el camino.

¿Y si lo que Diana y yo teníamos ya no era suficiente? Las palabras de Evelyn sobre “la curiosidad” y "probar" otras cosas seguían resonando en mi mente, y la duda mordía fuerte: ¿y si no era suficiente para ella? ¿Y si no había sido lo suficientemente atento, o incluso… buen amante? La sola idea me ponía en un estado de incomodidad que no lograba apaciguar.

Las horas avanzaron hasta que escuché el sonido de la cerradura. Me apresuré a la entrada, con una mezcla de nervios y una necesidad de verla, de encontrar en su expresión algo que me calmara esa angustia que había crecido durante todo el día.

Diana entró, y el cansancio del día era evidente en sus ojos, pero no en su aspecto. Llevaba una falda de trabajo ajustada, color gris oscuro, que delineaba perfectamente sus caderas, y una blusa blanca que hacía juego con su piel ligeramente bronceada. Su cabello, recogido al inicio del día, ahora caía en mechones sueltos, dándole un toque despreocupado. Tenía ese aspecto de alguien que no buscaba llamar la atención, y sin embargo, no podía evitar hacerlo.

Por un instante, la observé desde la puerta del salón, fijándome en la gracia con la que colgaba su abrigo y soltaba sus tacones, liberándose de la formalidad del trabajo. No podía evitar una sensación de orgullo y temor, ambos a la vez, al verla tan hermosa y con esa naturalidad que siempre me había cautivado.

—¿Qué tal el día? —pregunté, tratando de que mi voz sonara despreocupada, mientras me acercaba y me apoyaba en el marco de la puerta.

Ella me miró con una sonrisa breve, como la que se da después de un día largo.

—Largo, como siempre —respondió—. Me alegra estar en casa. ¿Tú cómo estás? ¿Te sientes mejor de la cabeza?

Asentí, pero mi mente aún giraba en torno a las dudas. Antes de que pudiera pensarlo dos veces, me acerqué un poco más y tomé su mano, guiándola hasta el sofá.

—Diana… —empecé, sin saber realmente cómo expresar todo lo que me pasaba por la cabeza—. Últimamente he estado… pensando. ¿Te sientes bien conmigo? ¿Con nuestra relación?

Ella frunció el ceño, claramente sorprendida por la pregunta.

—¿Diego? Claro que sí, ¿de dónde viene todo esto?

—No sé… siento que hace mucho que no hacemos algo juntos, como cuando empezamos a salir. Quiero asegurarme de que… de que estás feliz conmigo, de que no te falta nada.

—Diego, eres todo para mí —mencionó, mirándome con sinceridad.

Minutos después Diana se fue al cuarto. Fui a buscarla a nuestra habitación y vi que se estaba desvistiendo. Ella estaba frente al espejo, solo en ropa interior con su sujetador y bragas negras. Aquel culo seguía igual de firme que cuando la conocí en la universidad. Sin decir una palabra, me coloqué detrás de ella. Diana me miró por el reflejo del espejo, sonriendo con esa naturalidad que hacía que todo se sintiera más sencillo, más real. La rodeé con mis brazos y me acerqué a su cuello, dejándole un beso suave, que se deslizó hacia su hombro desnudo.

No era solo un gesto de afecto; en mi interior, algo se agitaba, como una necesidad de reafirmarme. Quería probarme, demostrar que entre nosotros aún había una chispa, que yo podía ser el amante que ella deseaba. Dejé que mis manos recorrieran su cintura y la atrajeran hacia mí, sintiendo el calor de su piel contra la mía.

—Diego... —murmuró, girándose para verme con una sonrisa tímida, pero curiosa, esa mirada que siempre me había hecho sentir único.

Le respondí con un beso, uno que fue intensificándose, como si en cada segundo intentara ahuyentar cualquier sombra de duda, cualquier espacio que alguien más pudiera llenar. Diana, sorprendida al principio, me respondió con la misma calidez, y en ese momento, sentí que el resto del mundo desaparecía.

Mis manos se deslizaron hacia abajo, acariciando sus costillas, su vientre plano, hasta llegar al borde de sus bragas. Ella gimió en mi boca cuando comencé a bajárselas lentamente, revelando su piel suave y desnuda. Me separé de ella solo lo suficiente para ver cómo se quitaba el sujetador, dejando al descubierto sus pechos redondos y firmes. No pude evitar tomar uno en mi mano, sintiendo su peso, su suavidad.

La levanté para sentarla en el borde del tocador. Me arrodillé frente a ella, separándole las piernas para poder acercarme a su coño. Ella jadeó cuando comencé a besarla allí, mi lengua explorando su calor húmedo. Su sabor era dulce y salado al mismo tiempo, y no pude evitar gemir mientras la saboreaba.

—Oh, Diego... —gimió ella, sus dedos enredados en mi cabello.

Me puse de pie y me desabroché los pantalones, liberando mi erección. Diana se relamió los labios, mirándome con deseo. La tomé de la cintura y la atraje hacia el borde del tocador, posicionándome en su entrada.

—Estoy lista —susurró ella, mirándome a los ojos.

La penetré lentamente, sintiendo cómo su calor me envolvía.

—Oh, Dios... —gimió ella, cerrando los ojos.

Comencé a moverme dentro de ella, primero lentamente y después más rápido. Ella se sujetó del tocador, sus uñas clavándose en la madera mientras yo la follaba. Nuestros cuerpos se encontraban en un ritmo perfecto, y el sonido de nuestra piel chocando llenaba la habitación.

—Más fuerte, Diego —pidió ella, su voz entrecortada.

—Como quieras —respondí, y aumenté la fuerza de mis embestidas.

—Sí, así... —gimió ella, su cabeza echada hacia atrás.

—Mírame —ordené, y ella obedeció, sus ojos llenos de deseo y pasión.

—Voy a... voy a... —tartamudeó ella, su cuerpo tensándose.

—Hazlo, Diana —dije, y ella se corrió con un gemido fuerte, su cuerpo convulsionando.

Le seguí poco después, mi cuerpo temblando mientras me vaciaba dentro de ella. Me incliné hacia adelante, apoyando mi frente en la suya, mientras recuperábamos el aliento.

—Te amo, Diana —susurré, mirándola a los ojos.

—Yo también te amo, Diego —respondió ella, sonriendo.
 
Última edición:
Buenas. En esta ocasión les compartó uno de mis primeros relatos, que gracias al colega Salgas pude recuperar. Le cambiaré unos detalles a la historia (por segunda ocasión), en especial el final. Saludos a todos.
Eso espero amigo.
Porque si te acuerdas bien, a mí y algunos más el final nos dio muchísimo coraje. Espero que está vez seas más justo con el protagonista.

Muy interesante sería que nos compartas los tres desenlaces, si no es mucho abusar de tu generosidad mi estimado Eldric.
 
Entiendo, luego de leer este capítulo, que será una salida de cuatro compañeros de trabajo, son dos parejas al cabo, eso parece más una cita doble, no se entiende que Diego no vea el peligro en eso, y lo acepte de manera casi natural, diferente sería un grupo asimétrico, pero así se lo está dando en bandeja.
 
3.

Me dejé caer en la cama, todavía sin aliento, mientras Diana se acomodaba junto a mí, con una sonrisa suave que no veía en ella desde hacía tiempo. El cuarto estaba en silencio, salvo por nuestras respiraciones que se iban calmando poco a poco. Sentí sus dedos recorrer mi pecho, dibujando pequeños círculos, y luego su mirada fija en mí, cálida y tranquila.

—Hace mucho que no estábamos así —dijo en un susurro, casi como si hablara más consigo misma que conmigo. Había una chispa en sus ojos, una mezcla de sorpresa y satisfacción que me hizo sonreír sin querer. Sentí que esa chispa, por pequeña que fuera, iluminaba el espacio entre nosotros, como un recordatorio de todo lo que habíamos compartido.

La miré, tratando de interpretar cada detalle de su rostro, esa expresión suave y radiante que me hacía sentir que, al menos por ahora, todo estaba bien. Sentí como si hubiera reencontrado algo perdido, algo que durante demasiado tiempo había dado por hecho.

—Estaba inspirado —le respondí, dejando escapar una risa leve que la hizo sonreír también.

Diana se inclinó hacia mí, apoyando su cabeza en mi pecho. Por un instante, estuvimos en silencio, en esa comodidad compartida que siempre habíamos tenido y que, en los últimos tiempos, parecía haberse desvanecido un poco. Me pregunté en qué momento habíamos dejado de buscar estos momentos, de vernos de esta manera, de tocarnos con esa urgencia.

—¿Sabes? Extrañaba esa parte de ti —me susurró de pronto, su voz suave y tranquila, como si ese momento pudiera durar para siempre.

Sentí una mezcla de orgullo y nostalgia, como si de alguna manera, en esos minutos, me hubiera reconectado con la versión de mí que solía ser.

Diana se levantó, dejando una caricia en mi brazo mientras buscaba algo de ropa para bañarse. La observé en silencio, en parte fascinado, en parte intranquilo. La sombra de Leo aún rondaba en mi mente, pero en este instante, todo eso parecía lejano. Me aferré a la sensación de su cercanía, al resplandor en su rostro, y me prometí que haría lo necesario para que esto no fuera solo un momento, sino un retorno a lo que siempre habíamos sido.

Y entonces, mientras la veía sonreír y perderse en sus propios pensamientos, comprendí que esta batalla por nuestra relación, por nuestra intimidad, apenas comenzaba.



Entonces llegó la noche, y cuando Diana salió del cuarto, el tiempo pareció detenerse. Llevaba una blusa negra de satén con finos tirantes que se ajustaba perfectamente a su silueta, marcando el contorno de sus hombros y la suavidad de su cuello. La tela, ligera y brillante, caía suavemente hasta su cintura, ondeando un poco con cada paso que daba. Combinaba la blusa con una falda ajustada de un rojo oscuro que le llegaba por encima de sus rodillas. Se había puesto un par de tacones altos que realzaban aún más su postura elegante y segura, y su perfume, ese aroma cítrico y suave que solía usar en ocasiones especiales, flotaba en el aire. Su maquillaje también era más pronunciado de lo habitual: los labios teñidos de un rojo intenso, las pestañas largas y definidas, y un ligero delineado que acentuaba sus ojos, dándole una mirada que resultaba magnética. Por un segundo, me pregunté si alguna vez la había visto así, o si era mi imaginación la que estaba jugando con mis nervios.

—Te ves increíble, Diana —dije, esforzándome por mantener la voz serena, aunque la incomodidad comenzaba a instalarse en mí.

—Gracias, Diego —respondió con una sonrisa breve, casi distraída, mientras se retocaba el labial frente al espejo—. Vamos a un lugar lujoso, así que hay que estar a la altura.

La observé por el espejo, y en un impulso, quise recuperar algo de lo que sentía que habíamos perdido.

—Sabes, hace mucho que no salimos juntos, solo tú y yo —murmuré—. ¿Qué te parece si el próximo fin de semana hacemos algo? No sé, tal vez una cena en algún lugar bonito.

Diana me miró, claramente sorprendida, pero después de un segundo, asintió con una sonrisa cálida, una que hacía mucho no veía.

—Me encantaría, Diego. De verdad.

Sentí un alivio momentáneo, como si en ese instante todo pudiera ser sencillo de nuevo, pero las preguntas seguían acechando en el fondo de mi mente. ¿Por qué esta noche se estaba arreglando con tanto esmero? ¿Cuándo fue la última vez que la había visto tan emocionada?

—¿A qué hora piensas regresar? —pregunté con un tono más casual de lo que realmente sentía.

—No muy tarde, lo prometo —dijo, dándome un beso rápido en la mejilla mientras tomaba su bolso—. Evelyn y José no tardan en pasar por mí.

Diana salió a las 8 de la noche. Me quedé en la sala, intentando concentrarme en el televisor, aunque mis pensamientos no dejaban de ir hacia ella, hacia esa sonrisa, ese perfume, y a quiénes la están acompañando. La noche avanzaba lenta y cargada de silencio. La inquietud se convirtió en un nudo en el estómago. Sabía que probablemente estaba exagerando, que solo se trataba de una salida entre amigos, pero la duda estaba ahí, inamovible. Finalmente, cedí al impulso de enviarle un mensaje: “Avísame cuando estés de regreso.”

Apenas eran pasadas las 9 de la noche, y me sentía bastantate cansado, haber dormido temprano el día anterior me estaba pesando, y aunque intenté esperar despierto, el cansancio me venció.

Fue el sonido de las sábanas y el peso de alguien acomodándose en la cama lo que me despertó. Abrí los ojos pesadamente y la vi a mi lado, intentando moverse sin hacer ruido.

—¿Diana? ¿Qué hora es? —pregunté, entre el sueño y la confusión.

—Son casi las 12 —respondió en voz baja, sin mirarme directamente.

Un ligero enfado me recorrió.

—Diana, ¿qué haces llegando tan tarde? Me dijiste que no ibas a tardar.

Ella suspiró, como si hubiera anticipado mi reacción y estuviera dispuesta a calmarme.

—Diego, llegué hace rato, solo que no podía dormir.

Me miró con una mezcla de cansancio y algo que no podía identificar. Ya estaba cambiada, lucía su pijama suave y había hecho su rutina de desmaquillado. Me pregunté si era cierto lo que decía o si, de hecho, acababa de llegar hace poco. Tal vez estaba sobre analizando las cosas.

Ella se acercó y me dio un beso suave en el cachete, y después se giró, cerrando los ojos y acomodándose en la cama. Yo, por otro lado, me quedé allí, observándola en la penumbra, intentando despejar las dudas que se arremolinaban en mi mente.



Al día siguiente, en el trabajo, aproveché un momento libre para hablar con Dylan. Él siempre había sido un tipo directo, no se andaba con rodeos, y aunque a veces sus opiniones eran un poco duras, también sabía escuchar sin juzgar. Así que, después de un rato de charla sobre cualquier cosa, me armé de valor y saqué el tema.

—Dylan, hermano, creo que… no sé, siento que hay algo que no está bien con Diana —comencé, sin saber muy bien cómo explicar lo que sentía.

Él alzó una ceja, captando la seriedad en mi tono, y dejó su taza de café en la mesa.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó, cruzando los brazos—. No parecías preocupado por ella hasta hace poco, ¿o me equivoco?

Suspiré y bajé la mirada, pensando en cómo ponerlo en palabras.

—Es que... bueno, he estado bastante enfocado en el trabajo, y, no sé, siento que quizá he dejado que las cosas se enfríen. Ayer fue la primera vez en semanas que tuvimos sexo —admití, con un tono casi avergonzado—. Y no porque ella no quiera, o yo… simplemente, las cosas no se han dado, y me pregunto si he descuidado nuestra relación sin darme cuenta.

Dylan se quedó en silencio, escuchando atentamente, aunque pude ver un atisbo de preocupación en sus ojos. Soltó un silbido bajo y movió la cabeza lentamente.

—Diego, eso suena como una alarma, amigo. Si apenas han tenido intimidad en semanas… eso podría ser una señal.

Asentí, sintiendo el peso de sus palabras.

—Sí, lo sé, por eso me siento así. Estoy tratando de hacer algo para que volvamos a conectar, reavivar la chispa, ¿sabes? Pero… hay algo que me tiene intranquilo.

Dylan levantó las cejas, animándome a continuar.

—La otra vez en casa, escuché sin querer una conversación de Diana con una amiga, Evelyn. Estaban hablando de una salida entre compañeros de trabajo, y al parecer iba a estar este tipo… Leo.

—¿Leo? —repitió Dylan, sonriendo con un toque de picardía—. ¿Y quién es Leo?

—Es un compañero de trabajo de ella. Y no sé, tal vez estoy siendo paranoico, pero sentí… algo raro. Diana dijo que solo eran amigos, pero Evelyn hizo algunos comentarios que me dejaron incómodo, como si hubiera… algo más entre ellos.

—A veces el instinto no miente —dijo Dylan, frunciendo el ceño—. Si te hace sentir incómodo, hay una razón para prestar atención.

—Ayer salió con una blusa que apenas le había visto y se veía muy guapa. Cuando regresó… me dijo que había llegado hacía rato, pero no estoy seguro de si era cierto. —suspiré—. Siento como si estuviera imaginando cosas.

—Mira, Diego, no quiero ser el que sume leña al fuego, pero esas cosas nunca son solo casualidades, ten los ojos bien abiertos. Pero por otro lado, hay que revivir ese fuego en tu relación y que no sean solo chispazos.

Me rasqué la cabeza, sintiéndome expuesto.

—Sí, he descuidado a Diana. Hemos estado tan ocupados con nuestras rutinas que nos olvidamos de lo que solíamos ser.

—No subestimes el poder de la atención —dijo Dylan, inclinándose hacia mí con una seriedad inesperada—. A veces, lo que más quieren es sentirse deseadas, que las miren como si fueran el único ser en el mundo. ¿Cuándo fue la última vez que la sacaste a un lugar bonito o le diste un detalle?

Me removí en la silla, sintiendo una incomodidad que venía no solo de sus palabras, sino de la sensación de que había fallado en algo básico.

—No recuerdo la última vez, si soy honesto. Supongo que he estado demasiado enfocado en otras cosas —admití, sintiéndome un poco culpable.

—Entonces, ahí tienes tu respuesta, amigo —dijo Dylan, dándome una palmada en el hombro—. Si realmente quieres mejorar las cosas, tienes que dar el primer paso. Tal vez una noche de hotel, o un fin de semana en algún lugar bonito. Haz que se sienta especial, Diego. Y créeme, si le das lo que necesita en casa, lo último que va a hacer es buscarlo en otro lado.

Dylan me observó por un momento, y luego sonrió con un toque de picardía.

—Si quieres darle algo diferente —dijo en voz baja, pero con entusiasmo—, no te limites a una cena o una noche romántica. Sorpréndela en la cama también. Te lo digo en serio, Diego, a veces subestimamos cuánto le puede gustar a una mujer que innovemos ahí.

Arqueé una ceja, algo escéptico pero intrigado.

—¿Estás hablando de… juguetes y cosas así? —pregunté, tratando de disimular mi nerviosismo.

Él asintió, sin titubear.

—Exacto. Mira, no tienes que hacer nada extremo, solo algo que cambie la rutina. A veces un detalle tan simple como una venda en los ojos puede darle un giro emocionante a todo. ¿Sabes lo que puede hacerle el no ver nada pero sentir todo?

—No estoy seguro de cómo reaccionaría ella. Siempre ha sido más tradicional… —dije, dudando.

—Pero eso no significa que no le gustaría intentar algo nuevo —insistió Dylan—. Podrías comenzar con algo sutil. Un simple vibrador, por ejemplo. Podrías sorprenderla. Hay también kits de juegos que son bastante divertidos y pueden ayudar a romper el hielo. Te aseguro que no solo será emocionante para ella, también lo será para ti.

La idea comenzaba a parecerme menos descabellada. Después de todo, ¿cuántas veces había oído que la comunicación y la exploración eran claves para una relación saludable?

—Entonces, ¿debería mencionarlo? —pregunté, sintiéndome un poco más seguro.

—¡Claro! Pero hazlo de una manera divertida. No le digas: “Oye, vamos a probar esto”. Más bien, sorpréndela en un momento íntimo. Dile que tienes una idea para hacer que las cosas sean más emocionantes. Puede que le encante la idea y se sienta atraída por el hecho de que estás dispuesto a explorar con ella. Eso puede fortalecer la conexión entre ustedes —me aconsejó Dylan con una sonrisa cómplice.

—Y si no le gusta la idea, siempre puedes enfocarte en hacer cosas más simples, como un masaje sensual o crear un ambiente romántico. A veces, un buen ambiente y un poco de creatividad pueden hacer maravillas —agregó, mientras yo asentía, sintiendo que la presión de la incertidumbre comenzaba a ceder.

Con un renovado sentido de propósito, volví a mi escritorio. Quería que Diana recordara lo que había entre nosotros, y ahora tenía algunas ideas en mente para reavivar el fuego. Aunque, en el fondo, aún me preocupaba la sombra de Leo. ¿Sería suficiente para reconquistarla? ¿Podría hacer que ella se sintiera deseada nuevamente? Con la mente en esos pensamientos, empecé a trazar un plan que no solo implicaba sorpresas en la cama, sino también un enfoque más atento y considerado hacia nuestra relación. Era hora de actuar.
 
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Es duro ese proceso en que intuyes cosas, empiezas a notar esas típicas señales que dan forma a las nunca bienvenidas sospechas, esperemos que esta vez nada sea tan grave.:unsure::cautious:
 
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