Deseos ocultos

Cjbandolero

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Capítulo 1: La confesión inesperada





“Manu esta tarde juega el Atleti, ¿quedamos en el “Beni” para verlo?”

“Vale, guay. A las 19 nos vemos allí”

Lo que tenía decidido confesarle Manu a su amigo podría cambiar su relación de amistad para siempre, para bien o para mal. Pero no podía aguantar más, debía ser honesto con él y confesarlo.

Desde que tienen memoria, Alberto y Manu han sido inseparables. Sus vidas se entrelazaron en la infancia, creciendo juntos en el mismo barrio, compartiendo juegos, secretos y sueños. Era común verlos por las calles de su vecindario, siempre juntos, riendo a carcajadas mientras inventaban nuevas formas de entretenerse. Con el paso de los años, su amistad solo se fortaleció. Las pruebas del tiempo, como el inicio de sus vidas laborales, las relaciones amorosas y los retos personales, no hicieron más que afianzar el lazo entre ambos. A lo largo de los años, se apoyaron mutuamente en momentos difíciles: cuando Manu tuvo problemas familiares y necesitaba un lugar donde quedarse, Alberto lo acogió en su casa sin pensarlo dos veces; cuando Alberto atravesó una crisis laboral, Manu fue quien le ofreció un hombro en el que apoyarse, sin juzgar sus decisiones. Juntos, enfrentaron los altibajos de la vida, construyendo una confianza inquebrantable. Era una amistad en la que podían ser completamente sinceros, sin miedo al rechazo o a las críticas. Esa cercanía se tradujo en una complicidad que iba más allá de lo común. Podían hablar de cualquier cosa, incluso de temas que muchos considerarían incómodos o inapropiados. Se conocían tan bien que, con una simple mirada, podían entenderse, anticipando las reacciones y los pensamientos del otro. Sin embargo, había un límite tácito que nunca habían cruzado: las parejas de cada uno eran un terreno prohibido, un espacio que, por respeto y lealtad, nunca habían tocado.

Esa tarde, mientras el sol se ponía en el horizonte y los bares comenzaban a llenarse de gente, Alberto y Manu se encontraron en su lugar de siempre, un pequeño pub donde acostumbraban a reunirse para ver el fútbol. El ambiente era relajado, familiar, lleno de rostros conocidos y conversaciones animadas. La cerveza fría corría de manera generosa mientras los dos amigos se ponían al día sobre los acontecimientos de la semana. Manu, sin embargo, parecía estar más distraído de lo habitual. Su mirada se perdía a menudo en la pantalla del televisor, pero sus pensamientos estaban claramente en otro lugar. Alberto, conociéndolo bien, notó esa actitud y decidió abordarlo directamente.

—¿Qué te pasa, Manu? Hoy estás más callado de lo normal —comentó Alberto, medio en broma, mientras tomaba un trago de su cerveza.

Manu vaciló un momento, jugueteando con su vaso. Finalmente, después de una pausa que pareció eterna y con el pulso a mil por hora, respiró hondo y decidió hablar.

—Hay algo de lo que tengo que hablar contigo, pero no sé cómo decirlo —empezó Manu, con una voz que revelaba una mezcla de nerviosismo y seriedad.

Alberto, intrigado, dejó su vaso en la mesa y se inclinó ligeramente hacia adelante, atento.

—¿Qué pasa, tío? Sabes que puedes decirme lo que sea.

Manu tragó saliva y, con los ojos fijos en la mesa, soltó la bomba.

—Ya pero es que… es sobre Alicia… —dijo, apenas en un susurro.

Alberto frunció el ceño, sin entender a dónde iba su amigo con aquella declaración.

—¿Qué pasa con Alicia? —preguntó, su tono era más serio, como de preocupación.

Manu levantó la mirada, enfrentando a su amigo con una mezcla de culpa y desesperación.

—Es que… a ver, no sé cómo decírtelo, pero… estoy obsesionado con sus pechos.

Las palabras quedaron flotando en el aire, cargadas de una intensidad que rompió el ambiente despreocupado del bar. Alberto, sin saber cómo reaccionar, se quedó en silencio. No era una broma, eso lo sabía. Conocía a Manu lo suficiente como para distinguir cuándo hablaba en serio. Y esta vez, lo hacía.

La confesión lo tomó completamente por sorpresa. Durante unos segundos que le parecieron eternos, Alberto no supo qué pensar. Intentó procesar las palabras de su amigo, pero una parte de él simplemente no podía asimilar lo que acababa de escuchar. Manu, su mejor amigo, estaba confesando algo que él jamás habría esperado: una obsesión con una parte tan íntima del cuerpo de su esposa. Las emociones se agolparon en su mente. En un primer momento, sintió una mezcla de incredulidad y desconcierto. ¿Cómo era posible que Manu, de todas las personas que conocía, sintiera algo así por Alicia? Una voz interna le decía que debía estar enfadado, ofendido incluso. Sin embargo, en lugar de ira, lo que sintió fue algo completamente inesperado: una punzada de curiosidad y, para su sorpresa, un atisbo de excitación. El hecho de que su amigo más cercano encontrara a su esposa tan atractiva que no podía sacarla de su mente comenzó a jugar con sus pensamientos de una manera que jamás habría imaginado. Al principio, intentó reprimir esos sentimientos, pero a medida que las palabras de Manu se repetían en su cabeza, la idea se fue asentando, transformándose en algo que lo perturbaba y lo intrigaba al mismo tiempo.

No es que hubiera fantaseado nunca con que Ali tuviera algo con otro hombre y él lo disfrutara, pero tampoco se enfadaba cuando pillaba a alguno mirando sus tetas o su culo, era consciente de que su mujer estaba buena y mirar lo hacemos todos, pero esto que acababa de oír era otra historia.

¿Qué significaba esto para su amistad? ¿Qué implicaba para su matrimonio? Y, sobre todo, ¿por qué se sentía tan inesperadamente atraído por la idea de que Manu fantaseara con Alicia? Eran preguntas que lo invadían mientras intentaba mantener la calma y escuchar lo que Manu tenía que decir. Después de lo que pareció una eternidad, Alberto finalmente logró romper el silencio.

—¿Desde cuándo? —preguntó, mirándolo fijamente y con su voz más firme de lo que esperaba.

Manu, aliviado de que su amigo no hubiera reaccionado mal, se animó a continuar.

—No lo sé exactamente… Creo que empezó hace un tiempo, cuando un día fuimos todos a la playa. Estabais en el agua y Alicia salió del mar con ese bikini blanco… —explicó, recordando cada detalle como si hubiera ocurrido ayer—. No podía dejar de mirarla. Sus tetas se veían perfectas, y desde entonces, no he podido quitármelas de la cabeza. Y cuando la veo con algún escote… No se tío, esto es una locura que está comiéndome por dentro.

Alberto recordó ese día en la playa, pero nunca había imaginado que Manu, su amigo de toda la vida, podría estar mirando a su esposa de esa manera. Y, sin embargo, en lugar de sentirse traicionado, una parte de él se sintió… intrigada.

—¿Y por qué me lo dices ahora? —preguntó, tratando de entender la motivación detrás de la confesión.

Manu suspiró, aliviado de finalmente estar sacando todo a la luz.

—Porque no puedo más, Alberto. Esto me está volviendo loco. He intentado ignorarlo, pero cada vez que la veo, siento esa atracción. Y no es solo física… Es algo más. Como si necesitara verla de esa manera, con el pecho al aire quiero decir, en ese mismo momento, y no puedo explicarlo. Siento que si no te lo decía, iba a estallar. Si me quieres partir la cara estás en tu derecho.

Alberto lo observó en silencio, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Parte de él quería decirle que estaba loco, que debía olvidarse de todo. Pero otra parte, la que más lo perturbaba, estaba siendo arrastrada por un torbellino de emociones que lo empujaban a explorar esta situación de una manera que nunca habría imaginado.

Finalmente, decidió no reprimir lo que sentía.

—¿Te sientes atraído solo por sus tetas o…? —Alberto dejó la pregunta en el aire, inseguro de si quería escuchar la respuesta.

Manu, captando el tono y la pregunta implícita, negó con la cabeza rápidamente.

—No, no, no… Es solo eso. No sé por qué, pero es solo eso. Es como si me hubiera obsesionado con ellas, como si necesitara verlas, tocarlas… —su voz se fue apagando mientras hablaba, consciente de lo inapropiado que sonaba todo aquello.

Alberto asintió lentamente, todavía procesando la información. Era un territorio completamente nuevo para él, pero no podía negar que la confesión de Manu había despertado algo en su interior. Algo oscuro, retorcido y sorprendentemente excitante.

—Voy a ser honesto contigo, Manu —dijo finalmente, su voz era un poco más baja—. Esto es… raro. Muy raro. Para que nos vamos a engañar. Pero quiero que sepas que aprecio tu sinceridad. No me voy a enfadar, pero necesitamos entender qué significa todo esto. Porque no voy a mentir: la idea de que estés obsesionado con las tetas de Alicia me tiene más confundido de lo que puedas imaginar.


La conversación se quedó en suspenso, como si ambos necesitaran tiempo para asimilar lo que acababa de suceder. A pesar de la incomodidad de la situación, había algo innegable en el aire: una tensión palpable, cargada de posibilidades que ninguno de los dos se atrevía a explorar en ese momento, pero que, sin duda, cambiaría su relación para siempre. Alberto sabía que este era solo el comienzo de algo mucho más grande, y aunque no podía prever las consecuencias, una parte de él estaba dispuesta a seguir adelante, intrigado por lo que podría descubrir. Mientras ambos seguían en el bar, en medio del bullicio de la gente y el ruido del televisor, sabían que nada volvería a ser igual.



Continuará…
 
Esto me parece haberlo leído antes, en la otra esquina quizás.
 
Capítulo 2: Fantasías y complicidad



El eco de la confesión de Manu resonaba en la mente de Alberto como una melodía perturbadora, incesante. A cada momento del día, su mente regresaba a esa noche en el bar, a las palabras cargadas de deseo que su amigo había pronunciado. Era como si se hubiera abierto una grieta en la realidad, revelando un abismo de fantasías prohibidas en el que se sentía inevitablemente atraído a caer. Sin embargo, la culpa lo acompañaba a cada paso, como una sombra que se alargaba a medida que se acercaba al límite de lo moralmente aceptable.

Esa tarde, mientras el sol comenzaba a declinar, Alberto decidió que no podía seguir huyendo de esos pensamientos. Necesitaba hablar con Manu de nuevo, confrontar lo que sentía, pero sobre todo, descubrir si había una forma de manejar esa situación sin destruir todo lo que amaba y valoraba en su vida. Lo llamó para quedar en su bar habitual, y aunque ambos sabían que la conversación no sería fácil, acudieron sin dudar. El ambiente del bar era el mismo de siempre: el murmullo del fútbol en la televisión, las risas y charlas de los clientes, y el sonido constante de las cervezas sirviéndose detrás de la barra. Pero esta vez, entre Alberto y Manu, había una tensión palpable, como si ambos supieran que lo que estaba por suceder cambiaría todo para siempre.

—No he podido dejar de pensar en lo que hablamos el otro día —empezó Alberto, mientras su mirada se perdía en el vaso de cerveza que tenía frente a él.

Manu, que se sentía igual de atrapado por esos pensamientos, asintió lentamente.

—Yo tampoco, Alberto. He estado nervioso, incluso más que antes de decírtelo. Pero al mismo tiempo, siento que al contártelo algo cambió entre nosotros y espero que no sea para mal.

—¿Te arrepientes de habérmelo dicho? —preguntó, sin estar seguro de qué respuesta esperaba— si quieres lo olvidamos y hacemos como si nunca hubiera existido esta conversación.

Manu negó con la cabeza, aunque una sombra de duda cruzó su rostro.

—No lo sé. Parte de mí se siente culpable por haberte puesto en esta situación, pero otra parte… —dudó un momento, buscando las palabras—, otra parte se siente aliviada de haberlo compartido contigo. Me quité un peso de encima. Sé que no es algo fácil de entender, pero para mí, esto es más que una simple atracción física. Es una obsesión que no he podido controlar, y al decírtelo, es como si hubiera liberado una presión que llevaba mucho tiempo acumulando. La inquebrantable confianza que tenemos me ha ayudado a dar el paso.

Alberto asintió, comprendiendo mejor de lo que le gustaría admitir. Él también había sentido esa presión, ese deseo creciente que no podía ignorar, y ahora se encontraba en una encrucijada: debía decidir si permitir que ese deseo tomara el control o si luchar contra ello en nombre de su matrimonio y su amistad. La conversación avanzaba, y con cada palabra, la tensión entre ambos crecía. Sabían que estaban explorando un terreno peligroso, uno que podría cambiar el curso de sus vidas para siempre, pero también sabían que no podían detenerse.

—Hay algo que no me dijiste la última vez —dijo Alberto, su voz más baja y temblorosa de lo que había planeado—. Dijiste que te excita pensar en Alicia, en sus tetas… pero nunca me dijiste exactamente cómo te sientes cuando piensas en ellas. ¿Qué es lo que realmente deseas hacer?

Manu lo miró fijamente, sorprendido por la pregunta, pero sabiendo que no tenía sentido ocultar la verdad en ese punto.

—Lo que más deseo es poder verlas… No puedo sacarme de la cabeza cómo deben ser, cómo se deben mover cuando ella se inclina, o cómo se verían al quedar al descubierto. Me imagino en situaciones donde ella no se da cuenta al principio, pero luego se da cuenta de que la estoy mirando… y en lugar de detenerse, me deja continuar. Es como si necesitara verla de esa manera, sentir que ella lo sabe y aun así lo permite.

Alberto sintió un nudo en el estómago mientras escuchaba a Manu. Las palabras de su amigo lo envolvían en una fantasía que no podía controlar, una imagen tan clara y tentadora que, por un momento, se perdió en sus pensamientos, imaginando a Alicia en esa situación. Se la imaginaba desabrochando el sujetador para que Manu pudiera disfrutar de lo que tanto deseaba y en vez de avergonzarse se sentía excitado ante esa visión.

—Y… ¿te has… te has masturbado pensando en ella? —preguntó Alberto, sabiendo que la respuesta podría ser devastadora, pero sintiendo una necesidad casi dolorosa de conocerla.

Manu apartó la mirada por un momento, avergonzado, pero luego volvió a enfrentar a su amigo.

—Sí, Alberto. Lo he hecho, y no una sola vez. Me he imaginado cómo sería estar con ella, cómo se sentirían sus tetas en mis manos, cómo reaccionarían a mis caricias… Y cada vez que lo hago, siento que estoy cruzando una línea, pero no puedo evitarlo. Es algo que me consume.

Claro que lo había hecho. Guardaba un montón de fotos de ella de sus redes sociales y además tenía un fotomontaje, donde a una chica de internet que por cuerpo se parecía le había cambiado la cara por la de Alicia, y era un resultado muy realista.

Al escuchar la confesión de Manu, Alberto sintió que algo dentro de él se rompía. Una parte de él quería detener la conversación, alejarse y fingir que nada de esto estaba ocurriendo. Pero otra parte, más oscura y reprimida, se sintió atrapada por la excitación que emanaba de las palabras de su amigo. Esa parte lo empujaba a continuar, a explorar esos límites, a descubrir hasta dónde podía llegar.

Manu, viendo la reacción de su amigo, se atrevió a dar un paso más. Sabía que lo que estaba a punto de pedir podría cambiarlo todo, estaba tensando demasiado la cuerda de su confianza, pero el deseo era más fuerte que su miedo.

—Alberto… —dijo con voz entrecortada, dudando si debía continuar—, ¿podrías… describirme cómo son? Es decir, sé que es raro, pero no puedo sacarme esa imagen de la cabeza y me gustaría saber cómo son realmente.

Alberto se quedó en silencio, impactado por la audacia de la petición. Durante unos segundos, su mente se nubló, luchando por procesar lo que Manu le había pedido. Pero, a medida que la idea se asentaba, sintió un calor creciente en su interior, una excitación incontrolable que lo empujaba a ceder.

—¿Quieres que te describa sus tetas? —preguntó Alberto, su voz apenas un susurro.

Manu asintió, sintiéndose vulnerable pero decidido.

—Sí, Alberto. Sé que es una locura, pero no puedo evitarlo. Me muero por saber cómo son, por imaginarme cada detalle.

Alberto cerró los ojos por un momento, respirando hondo mientras trataba de reunir el valor para continuar. Sabía que si aceptaba, estaría cruzando una línea que nunca podría deshacer. Pero al mismo tiempo, había algo indescriptiblemente excitante en la idea de describir los tetas de Alicia a su amigo, algo que lo atraía como un imán.

—Son… —empezó Alberto, notando cómo su corazón latía con fuerza en su pecho—. Son perfectas, Manu. Grandes, pero no demasiado, una 95 de talla, naturales… se mueven con una gracia que no puedo describir. Su piel es suave, tan suave que a veces me cuesta creer que son reales. Cuando los toco, siento que el mundo se detiene, que no hay nada más en la vida que valga la pena.

Manu escuchaba en silencio, atrapado por las palabras de Alberto. Cada descripción, cada detalle que su amigo compartía, alimentaba sus fantasías, haciendo que su deseo se volviera casi insoportable.

—Sus pezones… —continuó Alberto, su voz temblando ligeramente—, son rosados, del tamaño como una galleta y se endurecen con el más mínimo roce. Incluso tiene un pequeño lunar al lado del pezón derecho. A veces, cuando se excita, se vuelven tan sensibles que basta con rozarlos para que se estremezca. Me encanta ver cómo se erizan bajo mis manos o mi lengua, como responden a cada caricia.

Manu cerró los ojos, permitiendo que las palabras de Alberto se filtraran en su mente, imaginando cada detalle con una claridad casi dolorosa. La excitación que sentía era tan intensa que apenas podía contenerse.

—Joder, Alberto… —murmuró Manu, sin poder evitar la crudeza en su voz—. No sabes lo que me haces sentir al describirlas así. Es como si pudiera verlas, tocarlas… Dios, me estoy volviendo loco.

Alberto sintió que su propia respiración se aceleraba mientras continuaba describiendo los pechos de Alicia. La línea entre la realidad y la fantasía se desdibujaba a medida que hablaba, y el morbo que sentía lo empujaba a seguir adelante, a explorar cada detalle con una precisión casi obsesiva.

—A veces, cuando estamos en la cama —dijo Alberto, su voz baja y cargada de deseo—, me gusta ver cómo se mueven mientras hacemos el amor. Me excita ver cómo se balancean con cada empujón, cómo reaccionan a mi cuerpo. Es algo que no puedo describir con palabras… es como si estuvieran hechas para ser adoradas.

Mientras Alberto describía los tetas de su mujer con una precisión casi dolorosa, sentía que su mente se dividía en dos. Una parte de él estaba completamente inmersa en la excitación que sus propias palabras provocaban, tanto en él mismo como en Manu. Era como si estuviera revelando un secreto prohibido, algo tan íntimo que solo debería existir en la privacidad de su matrimonio, pero que ahora compartía con su mejor amigo. La otra parte, sin embargo, estaba llena de dudas y remordimientos. Cada palabra que pronunciaba lo hacía sentirse como si estuviera traicionando a Alicia, exponiendo su intimidad de una manera que nunca habría imaginado posible. Pero el deseo, el morbo que crecía con cada detalle, era demasiado fuerte para ser ignorado. Sentía cómo su cuerpo respondía a la situación, cómo la tensión sexual en el aire se volvía casi insoportable. Sabía que Manu estaba experimentando algo similar; lo veía en su mirada, en la manera en que sus manos se aferraban con fuerza al vaso de cerveza, como si de alguna manera eso pudiera contener el deseo que sentía.

—Alberto, joder… —susurró Manu, la voz rota por la intensidad del momento—. No sabes lo que daría por poder verlas, por tocar esas tetas que acabas de describir. Solo imaginarlo me vuelve loco.

Alberto respiró hondo, sintiendo que su pecho se comprimía por la culpa y la excitación. Las palabras de Manu le recordaban la gravedad de lo que estaba haciendo. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Cómo había llegado a este punto? Pero a pesar de las dudas, no podía detenerse.

—A mí también me excita pensarlo, Manu —admitió Alberto, sorprendiéndose a sí mismo al decirlo en voz alta—. Nunca pensé que algo así me provocaría tanto morbo, pero lo hace. La idea de que puedas verlas, de que puedas… tocarlas, me hace sentir raro. Y no sé por qué.

El silencio que siguió a esas palabras fue abrumador. Ambos amigos sabían que acababan de cruzar una línea de la que no había vuelta atrás. Habían transformado lo que podría haber sido solo una fantasía secreta en algo tangible, algo que podría convertirse en realidad si decidían dar ese paso. El rostro de Manu se iluminó con una mezcla de incredulidad y esperanza. Sabía que no podía presionar demasiado a su amigo, pero también era consciente de que lo que acababa de escuchar era una especie de permiso, una señal de que las cosas podrían avanzar más allá de lo imaginado. Era ahora o nunca.

—¿Crees que… crees que alguna vez podría verlas? —preguntó Manu, con la voz cargada de anhelo—. No estoy pidiendo nada más, Alberto, solo… solo verlas. Prometo que no haré nada que no quieras. Pero si ella accediera, si alguna vez decidiera que está bien… me harías el hombre más feliz del mundo.

Alberto se quedó en silencio, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza en su pecho. La idea de que Alicia pudiera aceptar algo así le parecía al mismo tiempo absurda y tentadora. Nunca había hablado con ella de algo tan atrevido, tan prohibido, pero no podía negar que la mera posibilidad de que sucediera lo excitaba más de lo que quería admitir.

—No lo sé, Manu —dijo finalmente, su voz llena de incertidumbre—. No sé cómo reaccionaría Alicia si se lo planteara. Pero… si llegara a aceptarlo, si ella quisiera, te prometo que… bueno, que hablaríamos sobre cómo hacerlo de manera que todos estemos cómodos.

—Gracias, Alberto —dijo Manu, su voz cargada de sinceridad—. No sabes cuánto significa para mí que estés dispuesto a considerar esto. Sé que es una locura, pero… bueno, gracias.



Cuando finalmente terminaron sus cervezas, ambos hombres sabían que la conversación no podía continuar sin que primero hablaran con Alicia. Habían llegado a un punto en el que la fantasía estaba demasiado cerca de convertirse en realidad, y esa realidad requería que todos estuvieran de acuerdo. Alberto sabía que tenía que hablar con su esposa, que tenía que descubrir si ella estaría dispuesta a explorar ese lado oculto de su relación.

—Voy a hablar con ella, Manu —dijo Alberto, mientras se levantaba de la mesa—. No sé qué va a pasar, pero te prometo que voy a ser sincero con ella. Lo que decida, será nuestra decisión conjunta.

Manu asintió, sintiendo que la esperanza y la ansiedad se mezclaban en su pecho. Sabía que no podía esperar más de Alberto en ese momento, y agradecía que su amigo estuviera dispuesto a dar ese paso.

—Lo entiendo, Alberto. Y gracias por… por considerarlo. De verdad.

Alberto asintió en silencio, sabiendo que lo que estaba por venir cambiaría todo para siempre. Cuando ambos se despidieron y se alejaron por caminos diferentes, sintieron que el peso de lo que habían hablado los acompañaba como una sombra. Sabían que lo que estaba en juego era más grande que ellos, que el deseo que sentían podría llevarlos a lugares que nunca habían imaginado.



Esa noche, cuando Alberto regresó a casa, sintió que la atmósfera en su hogar había cambiado. Todo le parecía diferente: los muebles, las luces, incluso el aroma familiar que flotaba en el aire. Era como si todo lo que lo rodeaba estuviera cargado de una tensión que solo él podía sentir. Alicia lo recibió con una sonrisa, ajena al terremoto que se avecinaba, pero Alberto no pudo evitar que su mirada se clavara en sus tetas y observarla de una manera nueva, como si la estuviera viendo por primera vez.

Mientras cenaban juntos, Alberto intentó comportarse de manera normal, pero la conversación con Manu seguía resonando en su cabeza. Cada vez que Alicia se movía, cada vez que su cuerpo se inclinaba hacia adelante, él recordaba lo que había dicho a su amigo, lo que había descrito con tanto detalle. Se dio cuenta de que estaba mirando a su esposa con los ojos de Manu, imaginando cómo se sentiría su amigo al verla, al tocarla, y ese pensamiento lo perturbaba tanto como lo excitaba. Cuando finalmente se fueron a la cama, Alberto sintió que su corazón latía con fuerza. Sabía que la conversación con Alicia no podía esperar mucho más, pero también sabía que no podía forzar las cosas. Se recostó a su lado, observando cómo su cuerpo se relajaba en la penumbra, cómo su respiración se volvía lenta y profunda mientras el sueño la envolvía.

Él, sin embargo, no podía dormir. Su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos y emociones contradictorias. Sentía una necesidad urgente de hablar con Alicia, de contarle lo que había sucedido, pero también temía su reacción. ¿Y si se enfadaba? que sería lo más lógico. ¿Y si no entendía lo que él estaba sintiendo? Pero, por otro lado, ¿y si aceptaba? ¿Y si compartía su morbo, su deseo de explorar esa fantasía? La posibilidad era tan tentadora como aterradora.

Finalmente, cuando las primeras luces del amanecer comenzaron a filtrarse por la ventana, Alberto tomó una decisión. Sabía que no podía seguir reprimiendo lo que sentía, que tenía que hablar con Alicia, ser sincero y descubrir si había alguna posibilidad de que compartieran ese deseo. La conversación con Manu lo había llevado al límite, y ahora tenía que enfrentarse a la realidad de sus sentimientos. Se giró hacia Alicia, que aún dormía plácidamente a su lado, y sintió una mezcla de amor, deseo y culpa. Sabía que estaba a punto de cruzar una línea que podría cambiar su matrimonio para siempre, pero también sabía que no podía detenerse ahora. Tenía que saber si lo que había entre ellos podía resistir esa prueba, si el amor que sentían el uno por el otro era lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a lo que estaba por venir. Mientras cerraba los ojos, pensando de qué manera poder abordar esa conversación, Alberto supo que las próximas semanas serían cruciales. Había entrado en un territorio inexplorado, y aunque no sabía cuál sería el desenlace, estaba dispuesto a seguir adelante, impulsado por un deseo que no podía controlar.


Continuará…
 
Capítulo 3: La propuesta a Alicia



Alberto había pasado el día entero atrapado en un remolino de ansiedad y confusión. No podía dejar de pensar en lo que Manu le había confesado, en cómo las palabras de su amigo habían despertado algo oscuro y retorcido dentro de él. Pero ahora, mientras él y Alicia se preparaban para dormir, sabía que el momento de la verdad había llegado. No podía seguir ocultando lo que sentía, pero tampoco tenía idea de cómo abordar el tema sin que todo se viniera abajo. Se recostó en la cama junto a su esposa, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo. Alicia, ajena a la tormenta que se gestaba en el dormitorio, se acurrucó junto a él, como hacía cada noche, y cerró los ojos con una sonrisa tranquila. Alberto la observó en silencio, su corazón iba latiendo con fuerza. Sabía que tenía que hablar, pero las palabras se resistían a salir de su boca.

—Ali… —empezó, su voz era temblorosa, apenas un susurro en la penumbra de la habitación.

Ella abrió los ojos lentamente, mirándolo con curiosidad.

—¿Qué pasa, cariño?

Alberto sintió un nudo en el estómago, pero supo que no podía echarse atrás. Inspiró profundamente y decidió que la única forma de abordar la situación era siendo completamente honesto, por difícil que fuera.

—Hay algo de lo que necesito hablar contigo. Algo que… ha pasado y ha estado rondando mi cabeza desde hace unos días.

Alicia se incorporó un poco en la cama, apoyándose en un codo para mirarlo mejor. Su expresión se tornó más seria, percibiendo la preocupación en la voz de su marido.

—¿De qué se trata? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y preocupación.

Alberto tragó saliva y se preparó para la tormenta que estaba seguro se avecinaba.

—El otro día, cuando salí con Manu, él… él me confesó algo. Algo que no esperaba, y que me dejó bastante confundido.

Alicia lo miraba, cada vez más preocupada.

—¿Qué te dijo, le pasa algo? —inquirió, sin poder evitar que su voz revelara una pizca de inquietud.

—Me dijo que… está obsesionado contigo —soltó Alberto, casi sin aliento, como si las palabras fueran tan pesadas que necesitara liberarlas de inmediato—. Más específicamente, con tus tetas.

El silencio que siguió fue abrumador. Alicia parpadeó, su expresión pasó de la sorpresa a la incredulidad, y luego a la confusión.

—¿Qué cojones estás diciendo? —exclamó finalmente—. ¿Manu está obsesionado con mis tetas? ¿Y tú me lo estás contando así, como si nada?

Alberto sintió una ola de culpa y arrepentimiento, pero sabía que tenía que continuar.

—Sí, lo sé, suena mal… —intentó explicar, buscando las palabras correctas—. Pero me lo dijo en confianza. Me dijo que no puede dejar de pensar en ellas, y que… bueno, que le gustaría mucho verlas.

Alicia lo miró con los ojos entrecerrados, su rostro estaba tenso de rabia contenida. Estaba claro que no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Esto era verdad, en serio su marido le estaba diciendo eso?

—¿Y tú qué hiciste, Alberto? —preguntó con voz cortante—. ¿Te levantaste y lo mandaste a la mierda? Porque eso es lo que deberías haber hecho.

Alberto sintió que la presión aumentaba en su pecho, pero no podía mentirle.

—No… no lo hice, Alicia —admitió, en un tono cargado de culpa—. En lugar de eso, seguí hablando con él. Le dije que hablaría contigo… que si tú te sentías cómoda, podría… podría ser algo que exploremos juntos.

Las palabras apenas salieron de su boca cuando vio cómo la cara de Alicia se transformaba en una máscara de indignación. Ella se incorporó completamente en la cama, alejándose un poco de él, como si necesitara espacio para procesar lo que acababa de escuchar.

—¿¡Qué mierdas estás diciendo, Alberto!? —estalló, su voz vibrando de enfado—. ¿Me estás diciendo que, en lugar de poner a Manu en su sitio, decidiste considerar que podría estar bien que me vea las tetas? ¿Qué clase de marido eres? ¿Qué cojones tienes en la puta cabeza?

Alberto sintió una punzada de dolor en el pecho, pero no retrocedió. Sabía que la reacción de Alicia era completamente justificada, pero también sabía que debía ser honesto con ella, por difícil que fuera.

—Alicia, lo sé, suena terrible —dijo, su voz temblando—. Pero por alguna razón, la idea me ha estado volviendo loco. No puedo dejar de pensar en ello. No sé por qué, pero me excita la idea de que Manu te desee, de que pueda verte… y sí, sé que es una locura, pero no quiero ocultarte lo que siento.

Alicia lo miró con incredulidad, sus ojos brillaban con furia y confusión.

—Esto es una locura, Alberto —dijo, su voz llena de desprecio—. No puedo creer que estés siquiera considerando algo así. ¡Es Manu! ¡Es tu mejor amigo! ¿Cómo puedes siquiera pensar en permitirle que me vea desnuda? Y encima me dices que eso te excita. Es que yo flipo contigo.

Alberto tragó saliva, sintiendo cómo la situación se le escapaba de las manos.

—Lo sé, Alicia. Sé que es difícil de entender, pero no quiero ocultarte lo que siento. Si esto te hace sentir incómoda, lo dejaremos aquí, te lo prometo. Pero al mismo tiempo, si sientes aunque sea una pizca de curiosidad…

Antes de que pudiera terminar, Alicia lo interrumpió si cabe más enfurecida.

—¡¿Curiosidad?! —exclamó, con los ojos abiertos como platos—. ¿En serio me estás pidiendo que considere esta locura por “curiosidad”? Alberto, me estás pidiendo que permita que tu mejor amigo, alguien en quien confiaba, me vea las tetas, y todo porque te excita. ¿Te has vuelto loco?

Alberto sintió que las lágrimas amenazaban con brotar. Había sabido desde el principio que la conversación sería difícil, pero escuchar a Alicia decir esas palabras en voz alta le hacía darse cuenta de cuán profundamente perturbador era lo que estaba proponiendo.

—No, no estoy loco, Alicia —dijo, con su voz casi quebrándose—. Pero no puedo evitar lo que siento. No quiero obligarte a nada, pero sentí que debía ser honesto contigo. Si decides que no quieres hacer esto, lo entenderé, de verdad. Pero necesito que entiendas que no es solo por morbo, es algo que me está consumiendo.

Alicia lo miró durante unos momentos que parecieron eternos. Sus ojos estaban llenos de confusión, rabia, y una pizca de tristeza. Finalmente, sacudió la cabeza y dejó escapar un largo suspiro.

—Alberto, no sé si puedo afrontar esto —dijo, su voz más baja, pero todavía cargada de emoción—. Es como si no te reconociera. ¿Qué ha pasado con nosotros para que llegues a un punto en el que pienses que esto está bien? ¿De verdad crees que puedes hablar conmigo de algo tan íntimo y esperar que lo acepte así, sin más?

Alberto sintió que su corazón se rompía al escuchar sus palabras. Quería retroceder, deshacer todo lo que había dicho, pero sabía que era demasiado tarde. Lo único que podía hacer ahora era intentar salvar lo que fuera posible.

—Alicia, lo siento… —dijo, su voz llena de arrepentimiento—. No quería herirte. Solo pensé que… si tú también lo considerabas, podríamos explorar algo diferente, algo que podría ser incluso divertido. Pero si no lo ves así, si no puedes… lo dejaremos aquí, te lo prometo. No quiero que esto nos destruya.

Alicia lo observó, su expresión aún era dura, pero sus ojos mostraban un atisbo de la conexión que siempre habían compartido. Quería creer en las palabras de su marido, en la sinceridad de su arrepentimiento, pero el daño ya estaba hecho. Aun así, había algo que la preocupaba más que nada en ese momento.

—¿Y Manu? —preguntó finalmente, con voz áspera—. ¿Qué le has dicho exactamente? ¿Sabes lo que significa esto si las cosas salen mal? Estás poniendo en juego no solo nuestro matrimonio, sino también nuestra relación con él.

Alberto asintió rápidamente, aferrándose a la oportunidad de demostrarle que tenía todo bajo control.

—No te preocupes por Manu, Alicia. Hablé con él y le dejé claro que esto sería algo absolutamente privado, algo que solo sucedería si tú lo quisieras. Me aseguró que nunca hablaría de esto con nadie más, y que si decides que no quieres seguir adelante, lo aceptará sin problemas. Es mi mejor amigo, es casi como mi hermano y sé que nunca haría nada para arruinar lo que tenemos.

Alicia lo observó con ojos entrecerrados, sopesando sus palabras.

—¿De verdad crees que puedes confiar en él con algo así? —preguntó, su tono ahora más reflexivo que acusatorio—. Porque si le das permiso para verme medio desnuda, no hay vuelta atrás. Todo cambiará entre nosotros, y no sé si podremos manejarlo.

Alberto sintió que su corazón latía con fuerza. Sabía que Alicia tenía razón, que lo que estaba proponiendo podía cambiarlo todo. Pero también sabía que no podía ignorar lo que sentía, que no podía dejar de pensar en la posibilidad de explorar esa fantasía.

—Confío en él, Alicia —dijo finalmente, su voz llena de determinación—. Sé que es una decisión difícil, y no te pido que la tomes ahora. Pero si alguna vez decides que quieres intentarlo, sé que Manu respetará nuestros límites, y que lo que suceda será solo entre nosotros. La confianza con él siempre ha sido un pilar fundamental de nuestra amistad. Por eso me he atrevido a contarte todo.

Alicia se recostó de nuevo en la cama, mirando al techo mientras intentaba procesar todo lo que Alberto le había dicho. Su mente estaba llena de dudas, de preguntas sin respuesta. Por un lado, estaba furiosa con él por haber siquiera considerado algo tan íntimo y arriesgado. Pero por otro, no podía negar que había algo en la propuesta que despertaba una pizca de curiosidad, algo que no podía simplemente descartar.

—Esto no es algo que pueda decidir de un día para otro —dijo finalmente, su voz era más calmada pero aún llena de tensión—. Necesito tiempo para pensar en todo esto. No quiero sentirme presionada, y no quiero que pienses que estoy diciendo que sí. Solo… necesito tiempo para procesarlo. Creo que, mejor deberíamos hablarlo los tres y aclarar las cosas.

Alberto asintió, aliviado de que al menos no hubiera rechazado la idea de plano.

—Tómate todo el tiempo que necesites, Alicia —respondió con suavidad—. No quiero que te sientas presionada, y si después de pensarlo decides que no quieres hacerlo, lo aceptaré sin problemas. Lo más importante para mí eres tú, y no quiero que nada se interponga entre nosotros.

Alicia asintió lentamente, cerrando los ojos mientras intentaba encontrar algo de paz en medio del torbellino de emociones que sentía. Sabía que la decisión que tomara afectaría todo, y no podía permitirse tomarla a la ligera.

Esa noche, ambos se quedaron en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Alicia, que antes había estado segura de lo que significaba su matrimonio, ahora se encontraba en un terreno desconocido, tratando de reconciliar los sentimientos encontrados que se agitaban en su interior. Alberto, por su parte, se sentía aliviado de haber sido honesto con su esposa, pero también profundamente preocupado por las posibles consecuencias de sus palabras. Mientras el reloj avanzaba, y la oscuridad de la noche envolvía la habitación, ambos sabían que estaban en el umbral de un cambio. Nada volvería a ser igual, y aunque el futuro era incierto, sabían que la decisión que tomaran en los días siguientes definiría el curso de su relación para siempre.


Continuará…
 
Fantástico y morboso relato.
Buena respuesta de Alicia, hay que hablarlo entre los tres y poner unos límites aceptados por los tres. Puede ser una experiencia genial. O no.

Esperando ansioso al miércoles para continuar leyendo.

Gracias por escribir y compartir.
 
Lo he descubierto hoy y me he leído las tres entrega, pinta bien aunque creo que terminará mal, lo siento soy pesimista, lo podía haber resuelto con una foto o un vídeo y como amigos íntimos dejar claro que eso es lo que hay pero el giro que toma no llevará a buen término, esperaremos a ver qué pasa, sea cual sea me gusta el ritmo y el relato
 

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