Cjbandolero
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Capítulo 1: La confesión inesperada
“Manu esta tarde juega el Atleti, ¿quedamos en el “Beni” para verlo?”
“Vale, guay. A las 19 nos vemos allí”
Lo que tenía decidido confesarle Manu a su amigo podría cambiar su relación de amistad para siempre, para bien o para mal. Pero no podía aguantar más, debía ser honesto con él y confesarlo.
Desde que tienen memoria, Alberto y Manu han sido inseparables. Sus vidas se entrelazaron en la infancia, creciendo juntos en el mismo barrio, compartiendo juegos, secretos y sueños. Era común verlos por las calles de su vecindario, siempre juntos, riendo a carcajadas mientras inventaban nuevas formas de entretenerse. Con el paso de los años, su amistad solo se fortaleció. Las pruebas del tiempo, como el inicio de sus vidas laborales, las relaciones amorosas y los retos personales, no hicieron más que afianzar el lazo entre ambos. A lo largo de los años, se apoyaron mutuamente en momentos difíciles: cuando Manu tuvo problemas familiares y necesitaba un lugar donde quedarse, Alberto lo acogió en su casa sin pensarlo dos veces; cuando Alberto atravesó una crisis laboral, Manu fue quien le ofreció un hombro en el que apoyarse, sin juzgar sus decisiones. Juntos, enfrentaron los altibajos de la vida, construyendo una confianza inquebrantable. Era una amistad en la que podían ser completamente sinceros, sin miedo al rechazo o a las críticas. Esa cercanía se tradujo en una complicidad que iba más allá de lo común. Podían hablar de cualquier cosa, incluso de temas que muchos considerarían incómodos o inapropiados. Se conocían tan bien que, con una simple mirada, podían entenderse, anticipando las reacciones y los pensamientos del otro. Sin embargo, había un límite tácito que nunca habían cruzado: las parejas de cada uno eran un terreno prohibido, un espacio que, por respeto y lealtad, nunca habían tocado.
Esa tarde, mientras el sol se ponía en el horizonte y los bares comenzaban a llenarse de gente, Alberto y Manu se encontraron en su lugar de siempre, un pequeño pub donde acostumbraban a reunirse para ver el fútbol. El ambiente era relajado, familiar, lleno de rostros conocidos y conversaciones animadas. La cerveza fría corría de manera generosa mientras los dos amigos se ponían al día sobre los acontecimientos de la semana. Manu, sin embargo, parecía estar más distraído de lo habitual. Su mirada se perdía a menudo en la pantalla del televisor, pero sus pensamientos estaban claramente en otro lugar. Alberto, conociéndolo bien, notó esa actitud y decidió abordarlo directamente.
—¿Qué te pasa, Manu? Hoy estás más callado de lo normal —comentó Alberto, medio en broma, mientras tomaba un trago de su cerveza.
Manu vaciló un momento, jugueteando con su vaso. Finalmente, después de una pausa que pareció eterna y con el pulso a mil por hora, respiró hondo y decidió hablar.
—Hay algo de lo que tengo que hablar contigo, pero no sé cómo decirlo —empezó Manu, con una voz que revelaba una mezcla de nerviosismo y seriedad.
Alberto, intrigado, dejó su vaso en la mesa y se inclinó ligeramente hacia adelante, atento.
—¿Qué pasa, tío? Sabes que puedes decirme lo que sea.
Manu tragó saliva y, con los ojos fijos en la mesa, soltó la bomba.
—Ya pero es que… es sobre Alicia… —dijo, apenas en un susurro.
Alberto frunció el ceño, sin entender a dónde iba su amigo con aquella declaración.
—¿Qué pasa con Alicia? —preguntó, su tono era más serio, como de preocupación.
Manu levantó la mirada, enfrentando a su amigo con una mezcla de culpa y desesperación.
—Es que… a ver, no sé cómo decírtelo, pero… estoy obsesionado con sus pechos.
Las palabras quedaron flotando en el aire, cargadas de una intensidad que rompió el ambiente despreocupado del bar. Alberto, sin saber cómo reaccionar, se quedó en silencio. No era una broma, eso lo sabía. Conocía a Manu lo suficiente como para distinguir cuándo hablaba en serio. Y esta vez, lo hacía.
La confesión lo tomó completamente por sorpresa. Durante unos segundos que le parecieron eternos, Alberto no supo qué pensar. Intentó procesar las palabras de su amigo, pero una parte de él simplemente no podía asimilar lo que acababa de escuchar. Manu, su mejor amigo, estaba confesando algo que él jamás habría esperado: una obsesión con una parte tan íntima del cuerpo de su esposa. Las emociones se agolparon en su mente. En un primer momento, sintió una mezcla de incredulidad y desconcierto. ¿Cómo era posible que Manu, de todas las personas que conocía, sintiera algo así por Alicia? Una voz interna le decía que debía estar enfadado, ofendido incluso. Sin embargo, en lugar de ira, lo que sintió fue algo completamente inesperado: una punzada de curiosidad y, para su sorpresa, un atisbo de excitación. El hecho de que su amigo más cercano encontrara a su esposa tan atractiva que no podía sacarla de su mente comenzó a jugar con sus pensamientos de una manera que jamás habría imaginado. Al principio, intentó reprimir esos sentimientos, pero a medida que las palabras de Manu se repetían en su cabeza, la idea se fue asentando, transformándose en algo que lo perturbaba y lo intrigaba al mismo tiempo.
No es que hubiera fantaseado nunca con que Ali tuviera algo con otro hombre y él lo disfrutara, pero tampoco se enfadaba cuando pillaba a alguno mirando sus tetas o su culo, era consciente de que su mujer estaba buena y mirar lo hacemos todos, pero esto que acababa de oír era otra historia.
¿Qué significaba esto para su amistad? ¿Qué implicaba para su matrimonio? Y, sobre todo, ¿por qué se sentía tan inesperadamente atraído por la idea de que Manu fantaseara con Alicia? Eran preguntas que lo invadían mientras intentaba mantener la calma y escuchar lo que Manu tenía que decir. Después de lo que pareció una eternidad, Alberto finalmente logró romper el silencio.
—¿Desde cuándo? —preguntó, mirándolo fijamente y con su voz más firme de lo que esperaba.
Manu, aliviado de que su amigo no hubiera reaccionado mal, se animó a continuar.
—No lo sé exactamente… Creo que empezó hace un tiempo, cuando un día fuimos todos a la playa. Estabais en el agua y Alicia salió del mar con ese bikini blanco… —explicó, recordando cada detalle como si hubiera ocurrido ayer—. No podía dejar de mirarla. Sus tetas se veían perfectas, y desde entonces, no he podido quitármelas de la cabeza. Y cuando la veo con algún escote… No se tío, esto es una locura que está comiéndome por dentro.
Alberto recordó ese día en la playa, pero nunca había imaginado que Manu, su amigo de toda la vida, podría estar mirando a su esposa de esa manera. Y, sin embargo, en lugar de sentirse traicionado, una parte de él se sintió… intrigada.
—¿Y por qué me lo dices ahora? —preguntó, tratando de entender la motivación detrás de la confesión.
Manu suspiró, aliviado de finalmente estar sacando todo a la luz.
—Porque no puedo más, Alberto. Esto me está volviendo loco. He intentado ignorarlo, pero cada vez que la veo, siento esa atracción. Y no es solo física… Es algo más. Como si necesitara verla de esa manera, con el pecho al aire quiero decir, en ese mismo momento, y no puedo explicarlo. Siento que si no te lo decía, iba a estallar. Si me quieres partir la cara estás en tu derecho.
Alberto lo observó en silencio, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Parte de él quería decirle que estaba loco, que debía olvidarse de todo. Pero otra parte, la que más lo perturbaba, estaba siendo arrastrada por un torbellino de emociones que lo empujaban a explorar esta situación de una manera que nunca habría imaginado.
Finalmente, decidió no reprimir lo que sentía.
—¿Te sientes atraído solo por sus tetas o…? —Alberto dejó la pregunta en el aire, inseguro de si quería escuchar la respuesta.
Manu, captando el tono y la pregunta implícita, negó con la cabeza rápidamente.
—No, no, no… Es solo eso. No sé por qué, pero es solo eso. Es como si me hubiera obsesionado con ellas, como si necesitara verlas, tocarlas… —su voz se fue apagando mientras hablaba, consciente de lo inapropiado que sonaba todo aquello.
Alberto asintió lentamente, todavía procesando la información. Era un territorio completamente nuevo para él, pero no podía negar que la confesión de Manu había despertado algo en su interior. Algo oscuro, retorcido y sorprendentemente excitante.
—Voy a ser honesto contigo, Manu —dijo finalmente, su voz era un poco más baja—. Esto es… raro. Muy raro. Para que nos vamos a engañar. Pero quiero que sepas que aprecio tu sinceridad. No me voy a enfadar, pero necesitamos entender qué significa todo esto. Porque no voy a mentir: la idea de que estés obsesionado con las tetas de Alicia me tiene más confundido de lo que puedas imaginar.
La conversación se quedó en suspenso, como si ambos necesitaran tiempo para asimilar lo que acababa de suceder. A pesar de la incomodidad de la situación, había algo innegable en el aire: una tensión palpable, cargada de posibilidades que ninguno de los dos se atrevía a explorar en ese momento, pero que, sin duda, cambiaría su relación para siempre. Alberto sabía que este era solo el comienzo de algo mucho más grande, y aunque no podía prever las consecuencias, una parte de él estaba dispuesta a seguir adelante, intrigado por lo que podría descubrir. Mientras ambos seguían en el bar, en medio del bullicio de la gente y el ruido del televisor, sabían que nada volvería a ser igual.
Continuará…