Dobles vidas

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Invitado
Buenas a todos/as (sobre todo a vosotras, si es que tengo lectoras...)

Hoy voy a colgar tres historias, una en cada temática en las que suelo publicar (Herero, infidelidades/cornudos y swingers, tríos y orgías).
Hasta ahora he subido unas 11 historias que he escrito a lo largo de unos años, que se convirtieron en un libro autopublicado (y ahora estoy trabajando el segundo). Para vosotros/as son gratis. El objetivo era escribir un libro erótico dirigido a mujeres, para intentar cubrir muchas de las fantasías que muchas amigas y parejas que te tenido me han contado. Me pone mucho imaginar que con palabras puedo conseguir que una chica disfrute, o como dijo una amiga, que es un libro para leer con una sola mano. Escucho siempre el parecer de mis lectoras/es y me gusta saber qué cosas les gustan y les hacen acariciarse y masturbarse, y qué les gustaría llevar a cabo. Reconozco que saber esos detalles me ponen a mil y me dan energía para escribir más. Por supuesto, doy por hecho que es imposible contentar a todos/as, porque son muy variadas.
Foreros como Elherdau, Mario, Hotam o Pedromiguel han comentado mis historias y me han resultado interesantes sus opiniones. Gracias por dedicarme unos segundos. Muchos otros me han dado sus likes, y la gran mayoría las han leído, pero no sé si les han gustado. Saberlo me dice si debo continuar o no.
Si en alguna de mis historias habéis encontrado una de vuestras fantasías que no habéis llevado a cabo todavía, ¿por qué no se las dais a leer a vuestras parejas a ver si captan el mensaje? Quizás introduzca algo de pimienta en vuestra relación. Me encantaría que así fuera (y que me lo contárais con detalles...)

Gracias por leer e imaginar. Os dejo con una nueva fantasía.



Dobles vidas

Abel arrancó el coche. Estaba cansado. La noche anterior se acostó tarde viendo el fútbol. Y hoy le esperaba un día duro de trabajo, con muchas citas y bastantes posibles ventas, así que necesitaba estar concentrado. Menos mal que era jueves, y esa tarde tenía la cita que más le apetecía: Estefanía. Comerían juntos en su casa y después follarían como locos. Llevaba seis meses así, y le daba la vida. Le hacía olvidarse de sus problemas en el trabajo. Y la chica le gustaba. Y, por supuesto, el sexo también. Era totalmente desinhibido, salvaje, y los dos daban rienda suelta a sus fantasías sin pudor. Toda la mañana estuvo pensando en el jueves anterior, y estaba ansioso por verla de nuevo desnuda esta tarde e intentar sorprenderla con alguna postura nueva. Tendría como siempre de unas tres a cuatro horas, el tiempo que supuestamente pasaba en la piscina y después en el gimnasio. Después volvería a casa, daría un beso a su mujer y se acostaría cansado.
Lorena llegó a casa a mediodía. Almorzó y descansó un poco. Se duchó y se cambió de ropa. Hoy estrenaba lencería roja. Y un liguero. Eso no fallaba nunca. Era jueves y su marido no vendría hasta la noche. Así que llamaría a la puerta de Miguel, su vecino del segundo, que la estaría esperando con unas cervezas en la terraza. Supuestamente, ella dedicaba las tardes de los jueves para practicar yoga, aunque practicaba otro tipo de posturas. Hacía tres meses que follaban. Y todo empezó el día que ella le pidió ayuda para subir el paquete que los transportistas le dejaron en la puerta. Imposible de cargar. Pero ahí estaba el chico del segundo llegando sudoroso de correr, y le hizo el favor. Y continuó haciéndoselo durante tres meses.
Abel llamó a la puerta. No hubo respuesta. Probó de nuevo. Nada. Una vez más. De lejos se escuchó un "ya voy". Y la puerta se abrió lentamente, sin que se viera a nadie. Pasó y allí estaba ella. Se quedó sin respiración. Llevaba un camisón corto negro entreabierto, y debajo un tanga y un sujetador a juego que no dejaba absolutamente nada a la imaginación. El tanga era una fina línea de tela que se perdía escondido en su coño, y el sujetador hacía honor a su nombre, intentando sostener los hermosos y turgentes senos que estaban como asomados a un balcón. Sus pezones oscuros estaban listos para ser retorcidos, como le gustaba a ella. Todo lo salvaje le ponía. Agarró a Abel del cuello y lo besó apasionadamente, y le cogió una mano, dirigiéndosela a su pubis. Él se llevó primero los dedos a la boca y después separó la fina línea de tela y empezó a acariciar todos los alrededores de su vagina, hasta que le metió el dedo índice y empezó a hacer el gesto de la llamada. Los gemidos de ella empezaron a salir de su boca mientras se besaban. Aire caliente, saliva, ronroneos de gata salvaje mezclados con pequeños gritos de leona herida. Entonces él la levantó con sus fuertes brazos y ella cruzó sus piernas detrás. Abel empezó a masturbarla por detrás, metiéndole ahora dos dedos. Estefanía empezó a chuparle la oreja y a decirle cosas inimaginablemente sucias al oído, susurrándole entre gemido y gemido. Él cogió la polla con una mano y se la metió bruscamente, como sabía que a ella le gustaba. Ella se agarró con más fuerza a su cuello intentando reprimir un grito, sin conseguirlo. Notó como el glande se abría camino en su coño pasando sin pedir permiso, buscando el final. Ella notaba exactamente por donde iba. Ese medio segundo de la primera embestida lo vivió a cámara lenta. Después, la retirada. Y de nuevo el ataque, y de nuevo marcha atrás. Abel notaba como ella apretaba su coño intentando sentirlo todavía más, y él le agarró el culo con fuerza y se la folló a fuertes embestidas como un animal. Los ojos de Estefanía estaban en blanco y su barbilla apoyada en el hombro de él. Sus manos ya no podían agarrarse bien. Abel la puso en el suelo y le dio la vuelta. Le levantó una pierna y la penetró por detrás, mientras le masajeaba el clítoris.
La polla entraba y salía fácilmente gracias a la lubricada vagina, pero ella apretaba su entrenado coño -benditas bolas chinas- y él se notó a punto de correrse en varias ocasiones. Entonces la cogió el brazos y se la llevó al sofá. Allí la tendió, poniendo el culo elevado en el reposabrazos. Levantó las piernas y empezó a follársela sin remisión. Hoy no era día de medias tintas. Sus tetas subían y bajaban al compás de las embestidas, en perfecta sincronía con sus gritos. Estefanía bajó la presión de sus músculos vaginales. El sentimiento era demasiado fuerte. Ver a Abel desde abajo, su pecho, su torso moldeado, su polla salir y entrar, su cara de placer; todo eso le producía tanto gusto como la placentera penetración. Él bajó el ritmo y empezó a entrar en ella despacio, y ella sintió su verga invadirla centímetro a centímetro, su glande abrirse paso en su interior milímetro a milímetro y tocar, por fin, “oh, sí, ahí”, su punto G. Curvó su espalda todavía más y el roce le hizo poner los ojos en blanco. Abel se dio cuenta que había llegado el momento. Con el pulgar le estimuló el clítoris y empezó a embestirla cadenciosamente pero cada vez con más fuerza. Estefanía apretó y su cuerpo se convirtió en un estallido de fuegos artificiales. Entonces él sacó su polla, se masturbó rápido y sofocando un grito, su semen bañó el cuerpo y la hermosa lencería de encaje negro de Estefanía, que lo observaba con inmenso morbo. Le encantaba ver ese momento en la cara de los tíos. Cogió una pequeña gota de esperma que había llegado hasta su pecho y se la restregó en el labio inferior, sacando después la lengua para lamerlo, mientras le miraba con ojos de lujuria.
Tres golpes en la puerta. Jueves. Cuatro de la tarde. Miguel abrió, con el pelo mojado. Estaba recién duchado. Ni había cerrado la puerta cuando ya estaban besándose con pasión. Estaban bajando la guardia, pero en estos momentos les daba igual. Ya ni ponían música fuerte para disimular los gritos cuando follaban, ni cuando él le golpeaba los cachetes. Ella no supo lo que le gustaba hasta que un día él le dio un golpe en uno cuando se la follaba por detrás. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. El dolor se mezcló con el placer y no supo distinguir cuál era cuál. Y le encantaba, sobre todo cuando estaba a punto de correrse. Se lo hacía saber a Miguel de forma clara. Un "sí" fuerte a cada golpe, uno más fuerte a cada cachetada, un “sigue así no pares me corro cabrón” a cada embestida brutal acompañada de cada fuerte palmada. El sexo con su marido no era malo. De hecho, le gustaba bastante. Pero Miguel tenía carta blanca para ser sucio, y ella le daba pie a ello. Se sentía otra mujer, libre, sucia, desinhibida, con ganas de experimentar sin límites, sin necesidad de dar explicaciones a nadie. Y veía porno por primera vez para poner en práctica con Miguel nuevas ideas. Y, fuera de esos jueves por la tarde, no se veían. No les interesaban sus vidas y problemas personales. No había nada más que puro vicio. Y les encantaba sorprenderse mutuamente.
Miguel metió una mano debajo de su camiseta y Lorena se la apartó.
-Date la vuelta. Voy a darte una sorpresa. -Dijo ella.
Él le hizo caso con una sonrisa, pero con el corazón acelerado. Entonces ella le puso una venda negra de terciopelo.
Le cogió de la mano y lo dirigió a la cama. Lo tendió. Él hizo ademán de preguntarle algo.
-Shhhhhh, espera. Cállate y espera. Quítate la venda solo cuando yo te lo diga. -le dijo Lorena al oído con voz susurrante.
Ella sacó cuatro cintas de las que usaba en el gimnasio y con ellas amarró las manos y piernas de Miguel a las patas de la cama. Él sonreía, expectante. Entonces ella se desnudó y se puso un traje de látex negro tan apretado que necesitó unos minutos para ajustárselo. Le cubría absolutamente todo su cuerpo y estaba tan apretado que no dejaba nada a la imaginación. Se puso unos zapatos de tacón y añadió en toque final: un antifaz de gata. Llegó el momento. Se acercó y le quitó la venda. La cara de Miguel no tenía precio.
-Ostia.
Lorena no sonrió. Al contrario. Se puso de pie en la cama y puso un tacón en su pecho.
-Hay una cosa que tienes que tener clara. -Dijo Lorena con voz autoritaria-. Esta tarde mando yo. Tú no decides nada. Si lo deseo, sufrirás dolor. Si lo deseo, me darás placer. No te quejarás. No te correrás hasta que yo te lo permita. Y no hablarás porque no podrás pronunciar palabra.- Dicho esto, le puso una cinta adhesiva en la boca, y vio su cara sorprendida, con los ojos abiertos.
-No te preocupes. Por razones obvias, para que yo me lo pase bien, tú también tienes que disfrutar. Así que relájate.
Miguel observó la situación. Vio como ella se dio la vuelta, y contoneó su hermoso cuerpo embutido en ese sexy vestido de látex. Su pene empezó a crecer. Ella lo miró de reojo y se agachó, poniéndose en cuclillas y colocando su culo a escasos centímetros de la cara de Miguel. Él empezó a gemir. Entonces ella abrió una cremallera oculta, dejando a la vista su hermoso coño depilado y su culo. Se giró y arrancó la cinta de un lado de la boca mirándolo fijamente a través del antifaz, le dijo:
-Chupa. Chupa y procura que me corra. Si no me satisfaces lo pasarás mal.
Entonces ella se giró y empezó a lamerle la polla. Y sintió una lengua entrando en ella. Le encantaba el 69. Y más teniendo ella el control. Le lamía el pene muy suavemente, pasando la punta de la lengua por toda su extensión, incluidos los testículos, chupándolos y recorriendo también las ingles muy despacio. Miguel se retorcía de placer. Movía sus caderas pidiendo más. Pero mientras más excitado estaba, más despacio y suave lo estimulaba. De repente, paró. Y se sentó encima de su cara. Y empezó a restregar primero su coño por su boca, y su culo después. Miguel chupaba, sacaba la lengua e intentaba respirar entre medias, y a Lorena empezaron a temblarle los brazos apoyados en la cama del placer que estaba recibiendo. Sus gemidos no hacían sino excitar todavía más a Miguel. Entonces se levantó, le puso de nuevo la cinta y le guiñó.
-No ha estado mal. Pero quiero correrme con tu polla. Procura conseguir que me vaya yo primero. Si no, habrá consecuencias.
Dicho esto, se metió la polla completamente erecta en su mojadísimo coño, y empezó a follárselo. Subía y bajaba sus caderas y disfrutaba igualmente viendo la cara congestionada, sudorosa y excitada de él. Miguel intentaba contenerse y no correrse. Lo que estaba presenciando era la imagen más sexy nunca imaginada. Y sus silenciosos gemidos no hacían sino calentar más a Lorena. Apretó sus músculos vaginales y se corrió disfrutando doblemente al sentirse ella al control absoluto. Miguel se vació en su interior en varias sacudidas finales. Entonces Lorena le quitó la cinta y él respiró aliviado. Le metió la lengua hasta el fondo de su boca y le dijo a dos centímetros de sus ojos:
-Buen chico.

Por primera vez iban a quedar en un sitio que no fuera la casa de Estefanía. Abel no quería arriesgarse y que lo vieran con ella algún amigo o su mujer. Pero Estefanía le propuso ir a una casa rural con sus amigos del máster de la universidad; él pasaría por su marido. Llevaban ya varios meses juntos y le apetecía salir de la rutina apartamento-polvo. Así que aceptó e inventó una historia para justificar el fin de semana fuera. Viaje de negocios a Lisboa a una feria de turismo. Tres días. El domingo estaría de vuelta. Preparó la maleta con su traje y ropa elegante, mientras en el maletero del coche tenía la mochila con la ropa cómoda de verano. Se despidió de su mujer con un beso y un abrazo y salió.
Al principio se sintió en la casa fuera de lugar. Todos eran mucho más jóvenes que él, y se conocían. Bromeaban sobre sus cosas y Estefanía estaba con unos y con otros. Así que decidió integrarse. No le costó mucho: era un grupo muy simpático. Había cuatro parejas y también varios chicos y chicas solos. La casa era enorme, y tenía un gran jardín con piscina y jacuzzi exterior. Un lujo. Nada más llegar, todo el mundo se puso a beber. Empezó a sonar Bob Marley y alguien se lió el primer porro. El olor le recordaba sus fiestas universitarias. Era solo diez años mayor que ellos, pero se sintió el viejo del grupo.
La noche transcurrió divertida. La barbacoa no paraba de sacar carne, y la cerveza y el vino casi se agotaron la primera noche. Empezaron las bajas. Algunos yacían tendidos en el sofá del salón mientras que otros subían a rastras las escaleras hacia sus habitaciones. Estefanía se acercó a Abel.
-Pobrecito, te he dejado solo toda la noche. Lo siento, guapo. Espero que no te hayas aburrido. Hay muchos amigos aquí que hacía tiempo que no veía, y tenía muchas ganas de hablar con ellos. -dijo Estefanía arrastrando las palabras, visiblemente ebria.
-Me lo he pasado bien, no te preocupes. La gente es muy simpática. Me he sentido cómodo. Pero, claro, te he echado de menos. -dijo Abel
-Bueno, pues tendré que hacer algo para compensar. -le dijo mientras le miraba con ojos de corderita, pasándose el dedo índice por el labio inferior. Justo después le cogió de la mano y le dijo:
-Vamos fuera. Aquí hace mucho calor. Y creo recordar que había un jacuzzi...
Abel vio como, mientras caminaba delante de él, iba desprendiéndose de la ropa y tirándola al suelo, sin girarse. Su andar irregular no le quitaba ni una pizca de sensualidad a ese culo balanceándose como un barco mecido por las olas próximas a la orilla. Él empezó a desnudarse también mientras caminaba, pero su andar era más determinado, como su propósito.
Estefanía se metió en el jacuzzi completamente desnuda. Después de haber estado todo en día al sol, el agua estaba caliente. No había ni pizca de viento, y un mar estrellado los observaba con atención desde las alturas. Abel se metió también y ella alargó el brazo para pulsar el botón. Las burbujas comenzaron a brotar y sus cuerpos quedaron ocultos. El burbujeo ocultó el sonido de los grillos. Ella le cogió la cabeza con una mano y lo atrajo para sí. Lo besó sin introducción. Con la otra mano buscó entre las burbujas su miembro. Y lo encontró moviéndose descontrolado como una veleta. Lo cogió y empezó a masturbarle, sin dejar de besarle. Él se dejaba hacer, con los brazos apoyados en el borde, en éxtasis. Las burbujas le provocaban a ella unas excitantes cosquillas en sus pies, sus pezones y su entrepierna. Qué placer. El calentón fue in crescendo. Cuando notó que la polla estaba tiesa, se subió encima. Se apoyó en sus hombros y subía y bajaba las nalgas, sintiendo placer en cada milímetro de su cuerpo. Las burbujas contribuían a estimularla en cada centímetro de su piel.
Mientras tanto, Silvia estaba fumando un cigarro apoyada en la ventana de la habitación, en la segunda planta, mientras Ángel terminaba en el baño. El cigarro llevaba apagado dos minutos y no se dio cuenta. Estaba tan ensimismada viendo la escena del jacuzzi que ni pestañeaba, ni escuchó a su novio salir del baño y acercarse a ella por detrás.
-¿Qué estás mirando con tanta atención? Ni me escuchas. -Dijo Ángel detrás de ella.
Silvia salió de su abstracción, y solo acertó a señalar hacia el jacuzzi al lado de la piscina. Cuando él vio lo que estaba sucediendo, se quedó atónito.
-¿Quienes son? -Preguntó en voz baja.
-Estefanía y su marido. No veas. Me han puesto caliente. ¡Mira, mira ahora! -Dijo Silvia con asombro.
Estefanía se había dado la vuelta y tenía apoyadas las manos en el borde del jacuzzi, mientras Abel se la follaba desde atrás. Las burbujas no podían disimular lo que estaba ocurriendo.
-Esto hay que grabarlo. Voy a por el móvil -Dijo Ángel.
-¿Qué coño dices? Tú no vas a ningún sitio. Lo que vas a hacer es follarme por detrás. Estoy muy caliente.
Dicho esto, se bajó los pantalones cortos y se apoyó en la ventana, mostrando su hermoso culo.
-Tienes barra libre. Haz lo que quieras con él. ¡Pero hazlo ya!
Ante tal ofrecimiento, Ángel no pudo negarse. Estaban viendo en una tele real una escena totalmente erótica, y sus pantalones volaron. Cogió sus tetas por detrás y las acarició, mientras su pene ya casi totalmente erecto luchaba por encontrar a ciegas un cálido acomodo. Se llevó entonces la mano a la boca y la humedeció, para a continuación extender la saliva por todo el pubis. Los gemidos de Silvia se convirtieron en una orden.
-¡Métemela ya! ¡Fóllame ya!
Ángel le introdujo suavemente la polla en el lubricado coño, mientras masajeaba sus tetas por detrás. Pero abajo la postura había cambiado. Medio cuerpo de Estefanía estaba fuera, tendido en el césped, y Abel agarraba sus piernas en alto mientras se la follaba, él dentro del jacuzzi. Ya no dejaban nada a la imaginación. Las burbujas no cubrían nada. Los gemidos se escuchaban desde la ventana, y se mezclaban con los de Silvia.
-¡Me encanta, me encanta, me encanta, sigue! -Su voz parecía una montaña rusa, que subía o bajaba dependiendo de las embestidas de Ángel. Los dos miraban la escena del jacuzzi y mientras follaban se sentían los protagonistas de lo que estaba pasando abajo. Así que cuando escucharon los gritos del orgasmo final de Estefanía, al momento se mezclaron con los de Silvia. Cuando Ángel vio que el nuevo chico de Estefanía terminaba en su pecho, él hizo lo propio en la espalda de su chica. Ella se incorporó recuperando la respiración, y él la abrazó por detrás, fundiéndose en un libidinoso abrazo unidos por el líquido de la vida, al igual que Abel y Estefanía.
Abel sacó el pan de la tostadora y lo puso en el plato. Le vertió aceite y le puso encima una fina lámina de tomate. Lorena estaba en el sofá, tomando su café. Se comió la tostada de pie en la cocina y cogió su café para tomárselo junto a ella. A los dos les gustaba este momento. No solían hablar, cada uno tenía su espacio, él leía el periódico y ella miraba su móvil. Pero estaban juntos, mejor dicho, se sentían juntos. Y eso les producía un extraño placer. Siempre había sido así. Ella estiró la pierna y le puso un pie en su muslo. Él lo cogió con una mano y lo masajeó. Estaba frío. A ella le encantaba sentir el calor allí donde le tocaba. Eso era un buen despertar de domingo. De repente, no supo el porqué, Abel levantó la mirada de su periódico y la posó en ella. Seguía ensimismada en su móvil, leyendo mensajes. La observó tranquilamente. Hacía quince años que estaban juntos. Ya se le veían algunas arrugas en sus ojos, pero le seguía pareciendo terriblemente hermosa. Sus labios seguían siendo igual de sugerentes que el primer día, cuando la conoció en aquella fiesta de la primavera. No supo explicar el porqué. No lo tenía planeado. No pensaba que iba a hacerlo algún día. Pero algo le empujó a hacerlo. Algo tal fuerte que era imposible resistirse.
-Lorena, tengo que decirte algo.
-¿Qué, perdón? Estaba con el móvil. Dime.
-Necesito contarte una cosa.
-Pues cuéntamela. Dime.
-Estoy viéndome con otra chica.
Lorena lo miró y no entendió nada. Buscó de nuevo las palabras retumbando en sus oídos, las reordenó e intentó comprenderlas. Todo eso pasó en un segundo, pero a ella le pareció media hora.
-¿Perdona? ¿Qué quieres decir con "viéndote"?- Dijo ella con cara sorprendida.
- Saliendo. Acostándome con ella. -Abel tamborileaba con los dedos la taza, visiblemente nervioso.
A Lorena le subió un ramalazo de ira desde sus entrañas hasta su cabeza, donde explotó. Notó el calor en su cara. De repente, todo su remordimiento por haberle sido infiel desapareció, y ella se sintió la engañada. Y no le gustó nada la sensación. Y automáticamente no pudo controlar la respuesta de despechada, de venganza, y le espetó:
-Pues yo también. Con otro chico. Varios meses. Y no solo viéndonos. Follando.
La cara de Abel se desencajó. Ahora el estúpido era él, el engañado. Los cuatro ojos se observaban tan fijamente, buscando respuestas en la cara del otro, que ninguno de los dos era consciente de ninguna otra parte de sus cuerpos, solo sus ojos. Buscando pistas, respuestas.
Abel habló, intentando mantener la compostura sin conseguirlo:
-Vaya, parece que verdaderamente algo en nuestra relación no estaba funcionando. Y no era yo el único culpable.
A lo que Lorena respondió:
-Te robo las palabras. Pienso exactamente igual que tú.
-Llegados a este punto- dijo Abel-, sobran las palabras. Creo que está todo muy claro. Me voy.
Dejó la taza en la mesa, se levantó y se fue en dirección a la puerta. Allí cogió su chaqueta.
-No, la que se va soy yo. -Dijo Alba-. Se levantó y se fue a la cocina. Justo dos minutos después escuchó cerrarse la puerta de la calle.
Abel caminó durante cinco horas por la ciudad, sin rumbo fijo. No fue consciente del camino que tomaba. No prestaba atención al cruzar las calles. No entendía nada. No entendía porqué le había sido infiel a Lorena. No entendía porqué ella había hecho lo mismo con él. No supo explicarse en qué preciso momento todo se fue al carajo.
Lorena se sentó un par de horas en un parque. Después se fue a un café. Y más tarde vio el atardecer en la playa, sentada en la arena, a dos metros de la orilla, mirando el horizonte, el infinito, y no viendo nada. Sintió como si la realidad le hubiera dado una bofetada a mano abierta, haciéndole sentir tan estúpida que estaba avergonzada. La misma oscuridad que empezaba a cernirse sobre la playa se adueñó de su mente.
Giró la llave y abrió la puerta. Entró y cerró tras de sí. De repente, escuchó un ruido en la cocina. Su corazón se alteró. Estaba allí. No sabía como reaccionar. Se quedó paralizada. Sus llaves cayeron al suelo. El ruido en la cocina desapareció.
Estaba organizando la cocina. Lo que siempre había odiado, esta noche le vino genial para no pensar en nada. Y de repente escuchó ese ruido en la puerta. Y algo que se caía. Y su corazón se desbocó.
Lorena se dirigió hacia la cocina. No sabía de donde sacaba las fuerzas, pero las tenía. Entró y vio a Abel, con el pelo mojado y liado con los platos.
-Hola.
-Hola.
...
-Tenemos que hablar.
-Sí, tenemos que hablar.
Los dos estaban frente a frente, serios, impasibles, esperando una señal para actuar, buscando un gesto en el otro. Ella, apoyada en el quicio de la puerta. Él, con el trapo de cocina en la mano. El viejo frigorífico, tan ruidoso normalmente, parecía estar conteniendo la respiración. Se cortaba el silencio. Lorena dio el primer paso:
-¿Dónde hablamos? ¿Aquí?
-No. Vamos al sofá.
Se sentaron los dos. Se miraron, pero la mirada ya no era desafiante. Lorena quería decirle que lo que había buscado en el otro chico era la salida a la rutina, el morbo, el placer de lo prohibido, el disfrutar más de su cuerpo, el sentirse viva. Y lo que había comenzado como un rollo de una tarde, se convirtió en una rutina de meses. Abel quería explicarle que el sexo era lo único que le había movido, la falta de tiempo para hacer cosas juntos, la rutina, el aburrimiento, el sentirse deseado por otra mujer, el sentirse vivo. Pero, en lugar de eso, ella le extendió la mano y él acercó la suya. Cuando se tocaron, Lorena dijo:
-Perdóname. De corazón. Perdóname.
Y Abel le dijo:
-Perdóname tú. Dime por favor que esto tiene todavía solución. Que hay vuelta atrás.
Una lágrima brotó del ojo derecho de Lorena. Bajó muy despacio, como si fuera miel, recorriendo su mejilla. Y entonces se subió encima de él. Abel le pasó un dedo y recogió la lágrima, untándosela en sus labios. Y se besaron. Y el beso supo como aquel hacía quince años en la fiesta de la primavera.
Lorena se quitó la camiseta. Su piel olía a sal marina. Sus pechos luchaban por escapar de su prisión de encaje, y miraban cara a cara a Abel. Él cogió el cierre por detrás y los liberó. Y, agradecidos, se acercaron a su boca, donde él los lamió con delicadeza, como le gustaba a ella. No tenía que explicarle nada. Él se quitó también la camiseta y se bajó los pantalones y los slips con bastante dificultad, sin parar de besarse. Ella se quitó el tanga, pero se dejó la minifalda. No quería distraerse más. Su mano ayudó a mostrar el camino a la polla de Abel, y le animó a que entrara sin llamar. Cuando lo hizo los dos contuvieron la respiración. Parecía su primer polvo. Estaban tan excitados y tan impacientes como la primera vez. Y el placer. Ese gusto tan inmenso de follar y disfrutar sin pedir nada a cambio y recibiendo todo de todas maneras. Cada movimiento era un perdón, cada roce de piel contra piel en el interior era un estallido de sensaciones en ambos cuerpos. Un dedo en la boca de ella, buscando su lengua. Las uñas de ella clavadas en el pecho de él. Y el movimiento se aceleró, y la intensidad aumentó. Ella atrajo fuerte la cabeza de él contra sus pechos, y él los mordisqueó con deleite. Abel agarró con fuerza el culo de Lorena, buscando cada resquicio de su entrepierna para acariciarlo, estimularlo e invadirlo. Y esa respiración acelerada que ella empezó a escuchar en él, le hacía desear llegar al mismo tiempo al paraíso. Y esa explosión en su interior hizo temblar los cimientos de ambas mentes, seguida al momento por una paz y un silencio absoluto. Y, finalmente, el perdón mutuo, sin palabras.
 
Al acabar de leer he respirado hondo. Algo acaramelado pero muy bien llevado, porque la rutina entre ellos, la estaban repitiendo con sus amantes.
Excelente o así me lo parece...
 
Al acabar de leer he respirado hondo. Algo acaramelado pero muy bien llevado, porque la rutina entre ellos, la estaban repitiendo con sus amantes.
Excelente o así me lo parece...
Pues me alegro que te haya gustado. Gracias por tu parecer
 
Excelente temática, infidelidades mutuas que decantan una necesidad de amarse diferente.

Abel y Lorena tienen más que contarnos, compartir sus más oscuros secretos y ansiadas fantasías, piénsalo Hotlove. ;)
 
Buenas a todos/as (sobre todo a vosotras, si es que tengo lectoras...)

Hoy voy a colgar tres historias, una en cada temática en las que suelo publicar (Herero, infidelidades/cornudos y swingers, tríos y orgías).
Hasta ahora he subido unas 11 historias que he escrito a lo largo de unos años, que se convirtieron en un libro autopublicado (y ahora estoy trabajando el segundo). Para vosotros/as son gratis. El objetivo era escribir un libro erótico dirigido a mujeres, para intentar cubrir muchas de las fantasías que muchas amigas y parejas que te tenido me han contado. Me pone mucho imaginar que con palabras puedo conseguir que una chica disfrute, o como dijo una amiga, que es un libro para leer con una sola mano. Escucho siempre el parecer de mis lectoras/es y me gusta saber qué cosas les gustan y les hacen acariciarse y masturbarse, y qué les gustaría llevar a cabo. Reconozco que saber esos detalles me ponen a mil y me dan energía para escribir más. Por supuesto, doy por hecho que es imposible contentar a todos/as, porque son muy variadas.
Foreros como Elherdau, Mario, Hotam o Pedromiguel han comentado mis historias y me han resultado interesantes sus opiniones. Gracias por dedicarme unos segundos. Muchos otros me han dado sus likes, y la gran mayoría las han leído, pero no sé si les han gustado. Saberlo me dice si debo continuar o no.
Si en alguna de mis historias habéis encontrado una de vuestras fantasías que no habéis llevado a cabo todavía, ¿por qué no se las dais a leer a vuestras parejas a ver si captan el mensaje? Quizás introduzca algo de pimienta en vuestra relación. Me encantaría que así fuera (y que me lo contárais con detalles...)

Gracias por leer e imaginar. Os dejo con una nueva fantasía.



Dobles vidas

Abel arrancó el coche. Estaba cansado. La noche anterior se acostó tarde viendo el fútbol. Y hoy le esperaba un día duro de trabajo, con muchas citas y bastantes posibles ventas, así que necesitaba estar concentrado. Menos mal que era jueves, y esa tarde tenía la cita que más le apetecía: Estefanía. Comerían juntos en su casa y después follarían como locos. Llevaba seis meses así, y le daba la vida. Le hacía olvidarse de sus problemas en el trabajo. Y la chica le gustaba. Y, por supuesto, el sexo también. Era totalmente desinhibido, salvaje, y los dos daban rienda suelta a sus fantasías sin pudor. Toda la mañana estuvo pensando en el jueves anterior, y estaba ansioso por verla de nuevo desnuda esta tarde e intentar sorprenderla con alguna postura nueva. Tendría como siempre de unas tres a cuatro horas, el tiempo que supuestamente pasaba en la piscina y después en el gimnasio. Después volvería a casa, daría un beso a su mujer y se acostaría cansado.
Lorena llegó a casa a mediodía. Almorzó y descansó un poco. Se duchó y se cambió de ropa. Hoy estrenaba lencería roja. Y un liguero. Eso no fallaba nunca. Era jueves y su marido no vendría hasta la noche. Así que llamaría a la puerta de Miguel, su vecino del segundo, que la estaría esperando con unas cervezas en la terraza. Supuestamente, ella dedicaba las tardes de los jueves para practicar yoga, aunque practicaba otro tipo de posturas. Hacía tres meses que follaban. Y todo empezó el día que ella le pidió ayuda para subir el paquete que los transportistas le dejaron en la puerta. Imposible de cargar. Pero ahí estaba el chico del segundo llegando sudoroso de correr, y le hizo el favor. Y continuó haciéndoselo durante tres meses.
Abel llamó a la puerta. No hubo respuesta. Probó de nuevo. Nada. Una vez más. De lejos se escuchó un "ya voy". Y la puerta se abrió lentamente, sin que se viera a nadie. Pasó y allí estaba ella. Se quedó sin respiración. Llevaba un camisón corto negro entreabierto, y debajo un tanga y un sujetador a juego que no dejaba absolutamente nada a la imaginación. El tanga era una fina línea de tela que se perdía escondido en su coño, y el sujetador hacía honor a su nombre, intentando sostener los hermosos y turgentes senos que estaban como asomados a un balcón. Sus pezones oscuros estaban listos para ser retorcidos, como le gustaba a ella. Todo lo salvaje le ponía. Agarró a Abel del cuello y lo besó apasionadamente, y le cogió una mano, dirigiéndosela a su pubis. Él se llevó primero los dedos a la boca y después separó la fina línea de tela y empezó a acariciar todos los alrededores de su vagina, hasta que le metió el dedo índice y empezó a hacer el gesto de la llamada. Los gemidos de ella empezaron a salir de su boca mientras se besaban. Aire caliente, saliva, ronroneos de gata salvaje mezclados con pequeños gritos de leona herida. Entonces él la levantó con sus fuertes brazos y ella cruzó sus piernas detrás. Abel empezó a masturbarla por detrás, metiéndole ahora dos dedos. Estefanía empezó a chuparle la oreja y a decirle cosas inimaginablemente sucias al oído, susurrándole entre gemido y gemido. Él cogió la polla con una mano y se la metió bruscamente, como sabía que a ella le gustaba. Ella se agarró con más fuerza a su cuello intentando reprimir un grito, sin conseguirlo. Notó como el glande se abría camino en su coño pasando sin pedir permiso, buscando el final. Ella notaba exactamente por donde iba. Ese medio segundo de la primera embestida lo vivió a cámara lenta. Después, la retirada. Y de nuevo el ataque, y de nuevo marcha atrás. Abel notaba como ella apretaba su coño intentando sentirlo todavía más, y él le agarró el culo con fuerza y se la folló a fuertes embestidas como un animal. Los ojos de Estefanía estaban en blanco y su barbilla apoyada en el hombro de él. Sus manos ya no podían agarrarse bien. Abel la puso en el suelo y le dio la vuelta. Le levantó una pierna y la penetró por detrás, mientras le masajeaba el clítoris.
La polla entraba y salía fácilmente gracias a la lubricada vagina, pero ella apretaba su entrenado coño -benditas bolas chinas- y él se notó a punto de correrse en varias ocasiones. Entonces la cogió el brazos y se la llevó al sofá. Allí la tendió, poniendo el culo elevado en el reposabrazos. Levantó las piernas y empezó a follársela sin remisión. Hoy no era día de medias tintas. Sus tetas subían y bajaban al compás de las embestidas, en perfecta sincronía con sus gritos. Estefanía bajó la presión de sus músculos vaginales. El sentimiento era demasiado fuerte. Ver a Abel desde abajo, su pecho, su torso moldeado, su polla salir y entrar, su cara de placer; todo eso le producía tanto gusto como la placentera penetración. Él bajó el ritmo y empezó a entrar en ella despacio, y ella sintió su verga invadirla centímetro a centímetro, su glande abrirse paso en su interior milímetro a milímetro y tocar, por fin, “oh, sí, ahí”, su punto G. Curvó su espalda todavía más y el roce le hizo poner los ojos en blanco. Abel se dio cuenta que había llegado el momento. Con el pulgar le estimuló el clítoris y empezó a embestirla cadenciosamente pero cada vez con más fuerza. Estefanía apretó y su cuerpo se convirtió en un estallido de fuegos artificiales. Entonces él sacó su polla, se masturbó rápido y sofocando un grito, su semen bañó el cuerpo y la hermosa lencería de encaje negro de Estefanía, que lo observaba con inmenso morbo. Le encantaba ver ese momento en la cara de los tíos. Cogió una pequeña gota de esperma que había llegado hasta su pecho y se la restregó en el labio inferior, sacando después la lengua para lamerlo, mientras le miraba con ojos de lujuria.
Tres golpes en la puerta. Jueves. Cuatro de la tarde. Miguel abrió, con el pelo mojado. Estaba recién duchado. Ni había cerrado la puerta cuando ya estaban besándose con pasión. Estaban bajando la guardia, pero en estos momentos les daba igual. Ya ni ponían música fuerte para disimular los gritos cuando follaban, ni cuando él le golpeaba los cachetes. Ella no supo lo que le gustaba hasta que un día él le dio un golpe en uno cuando se la follaba por detrás. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. El dolor se mezcló con el placer y no supo distinguir cuál era cuál. Y le encantaba, sobre todo cuando estaba a punto de correrse. Se lo hacía saber a Miguel de forma clara. Un "sí" fuerte a cada golpe, uno más fuerte a cada cachetada, un “sigue así no pares me corro cabrón” a cada embestida brutal acompañada de cada fuerte palmada. El sexo con su marido no era malo. De hecho, le gustaba bastante. Pero Miguel tenía carta blanca para ser sucio, y ella le daba pie a ello. Se sentía otra mujer, libre, sucia, desinhibida, con ganas de experimentar sin límites, sin necesidad de dar explicaciones a nadie. Y veía porno por primera vez para poner en práctica con Miguel nuevas ideas. Y, fuera de esos jueves por la tarde, no se veían. No les interesaban sus vidas y problemas personales. No había nada más que puro vicio. Y les encantaba sorprenderse mutuamente.
Miguel metió una mano debajo de su camiseta y Lorena se la apartó.
-Date la vuelta. Voy a darte una sorpresa. -Dijo ella.
Él le hizo caso con una sonrisa, pero con el corazón acelerado. Entonces ella le puso una venda negra de terciopelo.
Le cogió de la mano y lo dirigió a la cama. Lo tendió. Él hizo ademán de preguntarle algo.
-Shhhhhh, espera. Cállate y espera. Quítate la venda solo cuando yo te lo diga. -le dijo Lorena al oído con voz susurrante.
Ella sacó cuatro cintas de las que usaba en el gimnasio y con ellas amarró las manos y piernas de Miguel a las patas de la cama. Él sonreía, expectante. Entonces ella se desnudó y se puso un traje de látex negro tan apretado que necesitó unos minutos para ajustárselo. Le cubría absolutamente todo su cuerpo y estaba tan apretado que no dejaba nada a la imaginación. Se puso unos zapatos de tacón y añadió en toque final: un antifaz de gata. Llegó el momento. Se acercó y le quitó la venda. La cara de Miguel no tenía precio.
-Ostia.
Lorena no sonrió. Al contrario. Se puso de pie en la cama y puso un tacón en su pecho.
-Hay una cosa que tienes que tener clara. -Dijo Lorena con voz autoritaria-. Esta tarde mando yo. Tú no decides nada. Si lo deseo, sufrirás dolor. Si lo deseo, me darás placer. No te quejarás. No te correrás hasta que yo te lo permita. Y no hablarás porque no podrás pronunciar palabra.- Dicho esto, le puso una cinta adhesiva en la boca, y vio su cara sorprendida, con los ojos abiertos.
-No te preocupes. Por razones obvias, para que yo me lo pase bien, tú también tienes que disfrutar. Así que relájate.
Miguel observó la situación. Vio como ella se dio la vuelta, y contoneó su hermoso cuerpo embutido en ese sexy vestido de látex. Su pene empezó a crecer. Ella lo miró de reojo y se agachó, poniéndose en cuclillas y colocando su culo a escasos centímetros de la cara de Miguel. Él empezó a gemir. Entonces ella abrió una cremallera oculta, dejando a la vista su hermoso coño depilado y su culo. Se giró y arrancó la cinta de un lado de la boca mirándolo fijamente a través del antifaz, le dijo:
-Chupa. Chupa y procura que me corra. Si no me satisfaces lo pasarás mal.
Entonces ella se giró y empezó a lamerle la polla. Y sintió una lengua entrando en ella. Le encantaba el 69. Y más teniendo ella el control. Le lamía el pene muy suavemente, pasando la punta de la lengua por toda su extensión, incluidos los testículos, chupándolos y recorriendo también las ingles muy despacio. Miguel se retorcía de placer. Movía sus caderas pidiendo más. Pero mientras más excitado estaba, más despacio y suave lo estimulaba. De repente, paró. Y se sentó encima de su cara. Y empezó a restregar primero su coño por su boca, y su culo después. Miguel chupaba, sacaba la lengua e intentaba respirar entre medias, y a Lorena empezaron a temblarle los brazos apoyados en la cama del placer que estaba recibiendo. Sus gemidos no hacían sino excitar todavía más a Miguel. Entonces se levantó, le puso de nuevo la cinta y le guiñó.
-No ha estado mal. Pero quiero correrme con tu polla. Procura conseguir que me vaya yo primero. Si no, habrá consecuencias.
Dicho esto, se metió la polla completamente erecta en su mojadísimo coño, y empezó a follárselo. Subía y bajaba sus caderas y disfrutaba igualmente viendo la cara congestionada, sudorosa y excitada de él. Miguel intentaba contenerse y no correrse. Lo que estaba presenciando era la imagen más sexy nunca imaginada. Y sus silenciosos gemidos no hacían sino calentar más a Lorena. Apretó sus músculos vaginales y se corrió disfrutando doblemente al sentirse ella al control absoluto. Miguel se vació en su interior en varias sacudidas finales. Entonces Lorena le quitó la cinta y él respiró aliviado. Le metió la lengua hasta el fondo de su boca y le dijo a dos centímetros de sus ojos:
-Buen chico.

Por primera vez iban a quedar en un sitio que no fuera la casa de Estefanía. Abel no quería arriesgarse y que lo vieran con ella algún amigo o su mujer. Pero Estefanía le propuso ir a una casa rural con sus amigos del máster de la universidad; él pasaría por su marido. Llevaban ya varios meses juntos y le apetecía salir de la rutina apartamento-polvo. Así que aceptó e inventó una historia para justificar el fin de semana fuera. Viaje de negocios a Lisboa a una feria de turismo. Tres días. El domingo estaría de vuelta. Preparó la maleta con su traje y ropa elegante, mientras en el maletero del coche tenía la mochila con la ropa cómoda de verano. Se despidió de su mujer con un beso y un abrazo y salió.
Al principio se sintió en la casa fuera de lugar. Todos eran mucho más jóvenes que él, y se conocían. Bromeaban sobre sus cosas y Estefanía estaba con unos y con otros. Así que decidió integrarse. No le costó mucho: era un grupo muy simpático. Había cuatro parejas y también varios chicos y chicas solos. La casa era enorme, y tenía un gran jardín con piscina y jacuzzi exterior. Un lujo. Nada más llegar, todo el mundo se puso a beber. Empezó a sonar Bob Marley y alguien se lió el primer porro. El olor le recordaba sus fiestas universitarias. Era solo diez años mayor que ellos, pero se sintió el viejo del grupo.
La noche transcurrió divertida. La barbacoa no paraba de sacar carne, y la cerveza y el vino casi se agotaron la primera noche. Empezaron las bajas. Algunos yacían tendidos en el sofá del salón mientras que otros subían a rastras las escaleras hacia sus habitaciones. Estefanía se acercó a Abel.
-Pobrecito, te he dejado solo toda la noche. Lo siento, guapo. Espero que no te hayas aburrido. Hay muchos amigos aquí que hacía tiempo que no veía, y tenía muchas ganas de hablar con ellos. -dijo Estefanía arrastrando las palabras, visiblemente ebria.
-Me lo he pasado bien, no te preocupes. La gente es muy simpática. Me he sentido cómodo. Pero, claro, te he echado de menos. -dijo Abel
-Bueno, pues tendré que hacer algo para compensar. -le dijo mientras le miraba con ojos de corderita, pasándose el dedo índice por el labio inferior. Justo después le cogió de la mano y le dijo:
-Vamos fuera. Aquí hace mucho calor. Y creo recordar que había un jacuzzi...
Abel vio como, mientras caminaba delante de él, iba desprendiéndose de la ropa y tirándola al suelo, sin girarse. Su andar irregular no le quitaba ni una pizca de sensualidad a ese culo balanceándose como un barco mecido por las olas próximas a la orilla. Él empezó a desnudarse también mientras caminaba, pero su andar era más determinado, como su propósito.
Estefanía se metió en el jacuzzi completamente desnuda. Después de haber estado todo en día al sol, el agua estaba caliente. No había ni pizca de viento, y un mar estrellado los observaba con atención desde las alturas. Abel se metió también y ella alargó el brazo para pulsar el botón. Las burbujas comenzaron a brotar y sus cuerpos quedaron ocultos. El burbujeo ocultó el sonido de los grillos. Ella le cogió la cabeza con una mano y lo atrajo para sí. Lo besó sin introducción. Con la otra mano buscó entre las burbujas su miembro. Y lo encontró moviéndose descontrolado como una veleta. Lo cogió y empezó a masturbarle, sin dejar de besarle. Él se dejaba hacer, con los brazos apoyados en el borde, en éxtasis. Las burbujas le provocaban a ella unas excitantes cosquillas en sus pies, sus pezones y su entrepierna. Qué placer. El calentón fue in crescendo. Cuando notó que la polla estaba tiesa, se subió encima. Se apoyó en sus hombros y subía y bajaba las nalgas, sintiendo placer en cada milímetro de su cuerpo. Las burbujas contribuían a estimularla en cada centímetro de su piel.
Mientras tanto, Silvia estaba fumando un cigarro apoyada en la ventana de la habitación, en la segunda planta, mientras Ángel terminaba en el baño. El cigarro llevaba apagado dos minutos y no se dio cuenta. Estaba tan ensimismada viendo la escena del jacuzzi que ni pestañeaba, ni escuchó a su novio salir del baño y acercarse a ella por detrás.
-¿Qué estás mirando con tanta atención? Ni me escuchas. -Dijo Ángel detrás de ella.
Silvia salió de su abstracción, y solo acertó a señalar hacia el jacuzzi al lado de la piscina. Cuando él vio lo que estaba sucediendo, se quedó atónito.
-¿Quienes son? -Preguntó en voz baja.
-Estefanía y su marido. No veas. Me han puesto caliente. ¡Mira, mira ahora! -Dijo Silvia con asombro.
Estefanía se había dado la vuelta y tenía apoyadas las manos en el borde del jacuzzi, mientras Abel se la follaba desde atrás. Las burbujas no podían disimular lo que estaba ocurriendo.
-Esto hay que grabarlo. Voy a por el móvil -Dijo Ángel.
-¿Qué coño dices? Tú no vas a ningún sitio. Lo que vas a hacer es follarme por detrás. Estoy muy caliente.
Dicho esto, se bajó los pantalones cortos y se apoyó en la ventana, mostrando su hermoso culo.
-Tienes barra libre. Haz lo que quieras con él. ¡Pero hazlo ya!
Ante tal ofrecimiento, Ángel no pudo negarse. Estaban viendo en una tele real una escena totalmente erótica, y sus pantalones volaron. Cogió sus tetas por detrás y las acarició, mientras su pene ya casi totalmente erecto luchaba por encontrar a ciegas un cálido acomodo. Se llevó entonces la mano a la boca y la humedeció, para a continuación extender la saliva por todo el pubis. Los gemidos de Silvia se convirtieron en una orden.
-¡Métemela ya! ¡Fóllame ya!
Ángel le introdujo suavemente la polla en el lubricado coño, mientras masajeaba sus tetas por detrás. Pero abajo la postura había cambiado. Medio cuerpo de Estefanía estaba fuera, tendido en el césped, y Abel agarraba sus piernas en alto mientras se la follaba, él dentro del jacuzzi. Ya no dejaban nada a la imaginación. Las burbujas no cubrían nada. Los gemidos se escuchaban desde la ventana, y se mezclaban con los de Silvia.
-¡Me encanta, me encanta, me encanta, sigue! -Su voz parecía una montaña rusa, que subía o bajaba dependiendo de las embestidas de Ángel. Los dos miraban la escena del jacuzzi y mientras follaban se sentían los protagonistas de lo que estaba pasando abajo. Así que cuando escucharon los gritos del orgasmo final de Estefanía, al momento se mezclaron con los de Silvia. Cuando Ángel vio que el nuevo chico de Estefanía terminaba en su pecho, él hizo lo propio en la espalda de su chica. Ella se incorporó recuperando la respiración, y él la abrazó por detrás, fundiéndose en un libidinoso abrazo unidos por el líquido de la vida, al igual que Abel y Estefanía.
Abel sacó el pan de la tostadora y lo puso en el plato. Le vertió aceite y le puso encima una fina lámina de tomate. Lorena estaba en el sofá, tomando su café. Se comió la tostada de pie en la cocina y cogió su café para tomárselo junto a ella. A los dos les gustaba este momento. No solían hablar, cada uno tenía su espacio, él leía el periódico y ella miraba su móvil. Pero estaban juntos, mejor dicho, se sentían juntos. Y eso les producía un extraño placer. Siempre había sido así. Ella estiró la pierna y le puso un pie en su muslo. Él lo cogió con una mano y lo masajeó. Estaba frío. A ella le encantaba sentir el calor allí donde le tocaba. Eso era un buen despertar de domingo. De repente, no supo el porqué, Abel levantó la mirada de su periódico y la posó en ella. Seguía ensimismada en su móvil, leyendo mensajes. La observó tranquilamente. Hacía quince años que estaban juntos. Ya se le veían algunas arrugas en sus ojos, pero le seguía pareciendo terriblemente hermosa. Sus labios seguían siendo igual de sugerentes que el primer día, cuando la conoció en aquella fiesta de la primavera. No supo explicar el porqué. No lo tenía planeado. No pensaba que iba a hacerlo algún día. Pero algo le empujó a hacerlo. Algo tal fuerte que era imposible resistirse.
-Lorena, tengo que decirte algo.
-¿Qué, perdón? Estaba con el móvil. Dime.
-Necesito contarte una cosa.
-Pues cuéntamela. Dime.
-Estoy viéndome con otra chica.
Lorena lo miró y no entendió nada. Buscó de nuevo las palabras retumbando en sus oídos, las reordenó e intentó comprenderlas. Todo eso pasó en un segundo, pero a ella le pareció media hora.
-¿Perdona? ¿Qué quieres decir con "viéndote"?- Dijo ella con cara sorprendida.
- Saliendo. Acostándome con ella. -Abel tamborileaba con los dedos la taza, visiblemente nervioso.
A Lorena le subió un ramalazo de ira desde sus entrañas hasta su cabeza, donde explotó. Notó el calor en su cara. De repente, todo su remordimiento por haberle sido infiel desapareció, y ella se sintió la engañada. Y no le gustó nada la sensación. Y automáticamente no pudo controlar la respuesta de despechada, de venganza, y le espetó:
-Pues yo también. Con otro chico. Varios meses. Y no solo viéndonos. Follando.
La cara de Abel se desencajó. Ahora el estúpido era él, el engañado. Los cuatro ojos se observaban tan fijamente, buscando respuestas en la cara del otro, que ninguno de los dos era consciente de ninguna otra parte de sus cuerpos, solo sus ojos. Buscando pistas, respuestas.
Abel habló, intentando mantener la compostura sin conseguirlo:
-Vaya, parece que verdaderamente algo en nuestra relación no estaba funcionando. Y no era yo el único culpable.
A lo que Lorena respondió:
-Te robo las palabras. Pienso exactamente igual que tú.
-Llegados a este punto- dijo Abel-, sobran las palabras. Creo que está todo muy claro. Me voy.
Dejó la taza en la mesa, se levantó y se fue en dirección a la puerta. Allí cogió su chaqueta.
-No, la que se va soy yo. -Dijo Alba-. Se levantó y se fue a la cocina. Justo dos minutos después escuchó cerrarse la puerta de la calle.
Abel caminó durante cinco horas por la ciudad, sin rumbo fijo. No fue consciente del camino que tomaba. No prestaba atención al cruzar las calles. No entendía nada. No entendía porqué le había sido infiel a Lorena. No entendía porqué ella había hecho lo mismo con él. No supo explicarse en qué preciso momento todo se fue al carajo.
Lorena se sentó un par de horas en un parque. Después se fue a un café. Y más tarde vio el atardecer en la playa, sentada en la arena, a dos metros de la orilla, mirando el horizonte, el infinito, y no viendo nada. Sintió como si la realidad le hubiera dado una bofetada a mano abierta, haciéndole sentir tan estúpida que estaba avergonzada. La misma oscuridad que empezaba a cernirse sobre la playa se adueñó de su mente.
Giró la llave y abrió la puerta. Entró y cerró tras de sí. De repente, escuchó un ruido en la cocina. Su corazón se alteró. Estaba allí. No sabía como reaccionar. Se quedó paralizada. Sus llaves cayeron al suelo. El ruido en la cocina desapareció.
Estaba organizando la cocina. Lo que siempre había odiado, esta noche le vino genial para no pensar en nada. Y de repente escuchó ese ruido en la puerta. Y algo que se caía. Y su corazón se desbocó.
Lorena se dirigió hacia la cocina. No sabía de donde sacaba las fuerzas, pero las tenía. Entró y vio a Abel, con el pelo mojado y liado con los platos.
-Hola.
-Hola.
...
-Tenemos que hablar.
-Sí, tenemos que hablar.
Los dos estaban frente a frente, serios, impasibles, esperando una señal para actuar, buscando un gesto en el otro. Ella, apoyada en el quicio de la puerta. Él, con el trapo de cocina en la mano. El viejo frigorífico, tan ruidoso normalmente, parecía estar conteniendo la respiración. Se cortaba el silencio. Lorena dio el primer paso:
-¿Dónde hablamos? ¿Aquí?
-No. Vamos al sofá.
Se sentaron los dos. Se miraron, pero la mirada ya no era desafiante. Lorena quería decirle que lo que había buscado en el otro chico era la salida a la rutina, el morbo, el placer de lo prohibido, el disfrutar más de su cuerpo, el sentirse viva. Y lo que había comenzado como un rollo de una tarde, se convirtió en una rutina de meses. Abel quería explicarle que el sexo era lo único que le había movido, la falta de tiempo para hacer cosas juntos, la rutina, el aburrimiento, el sentirse deseado por otra mujer, el sentirse vivo. Pero, en lugar de eso, ella le extendió la mano y él acercó la suya. Cuando se tocaron, Lorena dijo:
-Perdóname. De corazón. Perdóname.
Y Abel le dijo:
-Perdóname tú. Dime por favor que esto tiene todavía solución. Que hay vuelta atrás.
Una lágrima brotó del ojo derecho de Lorena. Bajó muy despacio, como si fuera miel, recorriendo su mejilla. Y entonces se subió encima de él. Abel le pasó un dedo y recogió la lágrima, untándosela en sus labios. Y se besaron. Y el beso supo como aquel hacía quince años en la fiesta de la primavera.
Lorena se quitó la camiseta. Su piel olía a sal marina. Sus pechos luchaban por escapar de su prisión de encaje, y miraban cara a cara a Abel. Él cogió el cierre por detrás y los liberó. Y, agradecidos, se acercaron a su boca, donde él los lamió con delicadeza, como le gustaba a ella. No tenía que explicarle nada. Él se quitó también la camiseta y se bajó los pantalones y los slips con bastante dificultad, sin parar de besarse. Ella se quitó el tanga, pero se dejó la minifalda. No quería distraerse más. Su mano ayudó a mostrar el camino a la polla de Abel, y le animó a que entrara sin llamar. Cuando lo hizo los dos contuvieron la respiración. Parecía su primer polvo. Estaban tan excitados y tan impacientes como la primera vez. Y el placer. Ese gusto tan inmenso de follar y disfrutar sin pedir nada a cambio y recibiendo todo de todas maneras. Cada movimiento era un perdón, cada roce de piel contra piel en el interior era un estallido de sensaciones en ambos cuerpos. Un dedo en la boca de ella, buscando su lengua. Las uñas de ella clavadas en el pecho de él. Y el movimiento se aceleró, y la intensidad aumentó. Ella atrajo fuerte la cabeza de él contra sus pechos, y él los mordisqueó con deleite. Abel agarró con fuerza el culo de Lorena, buscando cada resquicio de su entrepierna para acariciarlo, estimularlo e invadirlo. Y esa respiración acelerada que ella empezó a escuchar en él, le hacía desear llegar al mismo tiempo al paraíso. Y esa explosión en su interior hizo temblar los cimientos de ambas mentes, seguida al momento por una paz y un silencio absoluto. Y, finalmente, el perdón mutuo, sin palabras.
Muy bien descrito y te cautiva. Me he sentido reflejado. La vida en pareja es larga y no todo son caminos de rosas.
 
¿Una reconciliación después de meses de cuernos?

¿sin haber hijos, deudas o bienes raíces de por medio?

Es más verosímil el mandaloriano.

Pero la historia es muy dulce.


Besitos
 
¿Una reconciliación después de meses de cuernos?

¿sin haber hijos, deudas o bienes raíces de por medio?

Es más verosímil el mandaloriano.

Pero la historia es muy dulce.


Besitos

Difícil puede ser, pero no imposible, la traición fue mutua.

Tal vez sentir en propia piel el dolor que sus acciones provocaron al otro, pudo darles esa visión gris, donde nada es tan negro ni tan blanco.
:rolleyes::cool:
 
El mundo real está lleno de ego y orgullo , no hay espacio para el perdón y la generosidad.

Besitos
bufffff...eego y orgullo.....lado oscuro de la fuerza.
Hay que buscar en el fondo de la pareja con esa generosidad que bien citas y si se desea hay perdón. Ahora bien dialogando,y dialogando mucho.......
...pero que digo yo diciendo esto!........... si de dialogar soy poco y cagadas un montón....en fin, que no soy ningún modelo da nada vaya. :cautious:.. y menos paradisertaciones.

Pero me ha gustado tu observacion sobre la condición humana
 
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