El café

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Invitado
Publico ahora una historia especial de las que yo denomino como light. Sugiere, pero no concluye. Colgaré dos así. Me gustaría saber si os gusta con ese final abierto para que vosotros/as imaginéis el final o que las terminara.
Mañana colgaré la segunda historia de este tipo.


Tensión sexual no resuelta. Capítulo uno. El café

Amanda salió de trabajar a las cuatro. Como cada día. Como cada puñetero día. Estaba cansada de la rutina. Su trabajo de funcionaria no era precisamente muy creativo, y eso la mataba poco a poco. Hace diez años, cuando aprobó las oposiciones, se sintió la mujer más feliz del mundo. Ahora lo sería si fuera capaz de mandarlo todo al carajo e irse de viaje con billete de solo ida. Pero la hipoteca y las facturas había que pagarlas, sobre todo ahora que estaba viviendo sola. Ya hacía ocho meses que Dani se fue, y lo que en principio fue una tragedia ahora lo veía de otro modo: era libre. Libre de dar explicaciones. Libre de hacer lo que le diera la gana. Libre de gestionar su tiempo libre. Estaba sola, sí, pero eso solo le afectaba en días tristes, nublados. Días de música de Miles Davis. Si hacía sol, sus tardes eran buenas. Escuchaba a Elvis. Se las tiraba planeando qué haría cuando le tocara la lotería. O haciendo deporte. O yendo al cine, sola o con alguna amiga. O leyendo. O paseando. Y en sus vacaciones engañaba a unos y a otros diciendo que se iba con compañeros de trabajo o con familia o con amigos imaginarios. Cogía el coche y se iba a la costa. Viajar sola era la bomba. Era todo muy fácil de organizar. Así que, en ese momento de su vida, solo tenía claro que no quería compañía veinticuatro horas.
Como cada día, antes de regresar a casa, tomaba un café en una cafetería cercana; así se espabilaba para preparar el almuerzo. Era un sitio alternativo, con decoración hippie y un poco dejado, pero tenía más encanto que veinte franquicias juntas. Todas las sillas y mesas eran diferentes. Y ella tenía un lugar preferido: la silla de bambú con la mesa de madera. Estaba apartada y le permitía saborear el café casi siempre sola, sin nadie que la molestara. Eso es lo que le gustaba de los cafés: no había buitres como en los bares. Y si los había, ella no era una presa apetecible para ellos. Era atractiva, pero no se cuidaba. Solía llevar ropa cómoda, ancha, y zapatillas deportivas. También gafas grandes, que la hacían interesante, pero no era la primera chica a la que miraban fuera donde fuera. Solía pasar desapercibida, y eso le gustaba. Nunca había querido ser el centro de atención. Cosa diferente era desnuda: su cuerpo era escultural, con bellos senos y caderas bien formadas. Pero eso solo lo habían visto muy pocos afortunados.
Se le acercó Pablo. Sabía su nombre porque se lo había oído decir a otras compañeras. Era su camarero favorito. Era una de esas personas que proyectaba algo, llámese aura o lo que sea. Algo positivo. Nunca, estuviera lo agobiado que estuviera, perdía su sonrisa. Y eso también hacía que sus grandes labios destacaran. Era lo que más le llamaba la atención de él. Mentira. Sus ojos. Vaya ojos. Siempre estaban brillantes. Tenían como chispa, energía. Y sus manos. Fuertes. Siempre se las miraba cuando limpiaba la mesa. Mentira otra vez. Lo que más le gustaba era su culo. Cuando le traía el café y se daba la vuelta, Amanda lo observaba con atención. No sólo su forma, embutido siempre en unos vaqueros ajustados, sino cómo lo movía. Mentira. Se había olvidado de su pelo. Algo largo y siempre recogido en una coleta. Le daban rabia esos tíos que, sin pretenderlo, llevaban el pelo largo mejor que muchas tías que se gastan una pasta en peluquerías. En definitiva, el café estaba el doble de bueno cuando se lo servía él. Mentira. El triple.
-¿Qué va a ser? ¿Lo de siempre? ¿Café bombón y tarta de zanahoria? Desde luego, eres una chica muy dulce. -dijo Pablo, mirándola con su mejor sonrisa derritehielo.
-Pues no. Hoy quiero café solo. No me apetece nada dulce- contestó Amanda.
-Vaya, vaya. Un mal día. Tengo la solución para eso. Tarta de frambuesa. Recién hecha. Y café con ron.
-No, gracias.-Respondió Amanda.
-Disculpa que insista. Te prometo que me lo vas a agradecer, ehhh... ¿Sabes? Llevas viniendo un montón de tiempo y no nos hemos presentado. Yo soy Pablo.
-Ya lo sé. Yo soy Amanda. - y le extendió la mano, un gesto que marcaba distancias.
Entonces Pablo hizo algo que no se esperaba. Le cogió la mano y la besó suavemente, rozándole el dorso ligeramente con los labios. Una descarga directa al bajo vientre. Esos labios que la embelesaban. Y su perilla bien recortada al rozarle la piel le produjo un escalofrío. En décimas de segundo imaginó ese roce en otro sitio. Y se puso colorada. Mucho. Pablo se rio. Entonces pensó que estaba mofando de ella. Y su cara pasó a enfado. Y su belleza pasó a furia.
-Disculpa, pareces enfadada. No pretendía eso. Era solo una broma, como los caballeros antiguos. -dijo Pablo con una sonrisa forzada, algo tenso.
La cara de Amanda no dejaba lugar a dudas. Se había reído de ella. Bajó los ojos y se concentró en su móvil. Pablo pilló el mensaje y se retiró, algo cabizbajo. No había sido un buen primer contacto personal, precisamente.
Entonces Amanda se levantó, cogió su bolso y se fue. Estaba enojada. El típico guaperas chulo pensaba que podía dárselas de Don Juan con ella. Pues de eso nada. A tomar por culo. Lo que más le jodía era que ese sitio era su oasis de tranquilidad, algo así como un sitio zen. Y de repente se había desvanecido. Se fue a casa. Necesitaba una ducha.
El agua dibujaba curvas por su piel, en una carrera de gotas por alcanzar primero sus pies. Estuvo un rato debajo del agua, y poco a poco empezó a reflexionar. Y se dio cuenta que quizás se había pasado. “Ha sido una broma, y has quedado como una borde”, pensó para sus adentros. Y se sintió mal. Se puso realmente triste, hasta el punto de dejar escapar un ligero sollozo. ¿Qué me pasa? No tengo la regla. No tengo problemas graves en mi vida. No me han hecho realmente nada malo. ¿Por qué he reaccionado así? No se lo explicaba. Y entonces, le vino a la cabeza una posible respuesta. Se estaba convirtiendo en una chica solitaria. Con falta de relaciones sociales. Con un trabajo burocrático y aburrido, sin alicientes. Y en unos segundos se había cargado uno de los pocos oasis que quedaban en su vida. Ahora sí que no lo pudo evitar. Se puso a llorar como una magdalena. Y sus lágrimas se mezclaron con el agua caliente en dirección al purgatorio.
A la mañana siguiente se levantó con los ojos hinchados. No había dormido bien. Fue al baño y se miró al espejo. No se reconocía. Había sido una chica alegre y bastante guapa, que se cuidaba. Un desengaño y una vida monótona la habían desfigurado. Y entonces, mirándose desafiante al espejo, se juró que todo iba a cambiar.
Llamó al trabajo. No se encontraba bien. Posible gripe, sí. No te preocupes. Que te mejores. Era la primera vez que faltaba al trabajo en varios años. Y la primera vez que lo hacía mintiendo. Y no le importó nada en absoluto. Cogió su bolso y salió a la calle. Se dirigió al centro, y enfiló la calle que iba hacia aquella peluquería. Aquella que siempre miraba por el escaparate al pasar, con esos precios desorbitados. Y entró.
-Buenos días. ¿Qué desea?
-Un cambio de look.- Dijo cortante.
-¿Tiene cita? -Respondió la chica
-No. Pero no me importa esperar.
-Es que quizás tenga que esperar bastante.
-Tengo todo el tiempo del mundo.
La chica se resignó y la hizo pasar a la sala de espera. Amanda cogió una revista y empezó a hojearla sin prestar ninguna atención. Estaba repasando su plan del día.
Tres horas después, se miró en el espejo. No se reconocía. Le habían cortado su pelo largo en una media melena, y la habían peinado de una forma en la que ella nunca se había imaginado. Moderna. Le hacía cambiar la cara. A mejor. Le habían hecho un tratamiento completo con los últimos productos. Ni miró el total cuando entregó la tarjeta. Estaba feliz.
Después salió y se fue directa a los grandes almacenes. Ropa interior nueva. "Joder, con la poca tela que lleva y la pasta que cuesta". Tres vestidos. Dos pantalones cortos. Mallas de deporte. Zapatillas de deporte.
Después fue camino del gym de moda. Matrícula y seis meses pagados. Acto seguido, a la nueva tienda de maquillaje. Cofre de una de las mejores marcas. Dos perfumes nuevos. Salió maquillada y se miró en el escaparate. "Chica, estás que lo rompes". Pero faltaba el toque final.
Entró en la tienda. Nada más mirar, se enamoró de nada menos que tres pares. "Le recomiendo este. Pruébeselo: comodísimo, a pesar del tacón. Este otro es algo más caro, pero el cuero es de primerísima calidad. Y estas botas que ha elegido son de nueva temporada. Muy exclusivas. ¿Cuál se va a llevar al final?"
-Las tres.
No había parado hasta haberse gastado completamente la paga extra. “Al carajo todo: Me siento genial”.
Por la mañana llamó de nuevo al trabajo. “No, sigo mal. Sí, ya iré al médico y enviaré la baja. Sí, seguro es gripe. Gracias, gracias. No, no te preocupes”. Colgó y se bebió el café. Se puso la ropa de deporte y se fue a correr. Después, una ducha. Se sintió más viva que nunca. Se vistió con nueva ropa. Se arregló. Y se fue a almorzar a un italiano. Vaya día más hermoso. Y pensó entonces en tomar un café. Y decidió que iría a su cafetería, para exorcizar sus demonios. Se dirigió hacia allí. Una vez llegó a la puerta, dudó si entrar o no. Pero solo fue un segundo. Empujó la puerta y una dulce melodía de Zaz invadía la sala. Automáticamente se tranquilizó. Esa voz traviesa y llena de vida le provocaba siempre ganas de vivir. Se dirigió a su mesa. Estaba libre, menos mal. Hacía solo dos días que no había ido, pero parecían meses. Se sentó. Miró hacia la barra y vio a Pablo. No pudo evitar sentirse incómoda. Entonces él la miró. Se puso serio. Y ella también. Tensa. Fueron unos segundos interminables. Entonces Pablo se acercó.
-Buenas tardes. ¿Que te puedo poner?- dijo con una sonrisa forzada.
-Nada, solo he venido a disculparme. El otro día me comporté como una niñata. Perdona. No tenía un buen día. -Le dijo un poco atropellada, pero mirándole fijamente a los ojos.
-No. Si alguien tiene que disculparse aquí soy yo. Quise hacer una broma y te molesté. Y eso no me lo perdono. Me caes muy bien. Eres mi clienta preferida. Pero soy experto en meter la pata. Te pido perdón. Me siento avergonzado -dijo con sinceridad.
-No, no pasa nada. Quizás deberíamos presentarnos de nuevo y arreglar esa tontería. ¿Qué te parece? Soy Amanda, encantada.- Ella misma no se creía la seguridad con la que pronunció esas palabras-
-Soy Pablo, un placer -dijo con una inmensa sonrisa. Parecía haber soltado mil kilos de presión. ¿Te importa si ahora te doy un beso en la mejilla?- Dijo mirándola intensamente. -Es lo que suele hacer la gente que se conoce.
-Por supuesto que no. En la cara, no en la mano. Es lo que suele hacer la gente que se conoce en el siglo XXI- dijo riéndose. Los dos estallaron en risas, y fue como un exorcismo. La tensión se disipó de forma definitiva.
Pablo la cogió suavemente por la cintura y le dio un beso en la cara. Suave, despacio. Amanda no sabía porqué, pero dudaba que el mejor polvo fuera mejor que ese momento. No fue un acercamiento normal. Los dos habían bajado sus barreras. En ese preciso instante dejaron de ser clienta y camarero. El dulce beso la terminó de desarmar. Y ese perfume embriagador. Entonces Pablo le dijo al oído:
-Por nada del mundo quería ofender a la clienta más guapa.
Amanda lo miró. No vio rastro de burla, ni cumplido forzado. Sus pupilas estaban dilatadas. De hecho, era tan intensa la situación que todo el alrededor de la escena principal desapareció. Hasta la música de Zaz. Los dos se quedaron mirando fijamente. Pablo quería agarrarla fuerte y besarla en la boca. Se moría por hacerlo. Amanda se reprimía a duras penas de coger su pelo y acercar su boca a la suya y fundirse en un interminable beso. Pablo quería rozar sus pechos. Amanda deseaba apretarse por las cinturas. Pablo quería agarrar su hermoso trasero con las dos manos y atraerla hacia él. Amanda soñaba con meter su mano bajo la camisa y tocar sus pectorales. Pablo todavía sentía el sabor de Amanda en sus labios. Amanda no pensaba en otra cosa que en invadir la boca de Pablo.
Pero nada de eso pasó. Solo un beso y un cumplido. Únicamente. Nada más. Y nada menos.
No había juego. Sus ojos ardían. No existía para ellos el resto del mundo. Estaban en plena erupción. Las cartas estaban en la mesa y boca arriba. No importaba absolutamente nada más.
-¿A qué hora termina tu turno?-Preguntó Amanda
-A las diez cerramos- respondió Pablo. ¿Por?
-Qué casualidad. A las diez tengo reservada una mesa en el tailandés que hay enfrente. Voy sola. ¿Te apetece?- Dijo Amanda.
-No me lo perdería por nada del mundo.
 
Hola.

Creo que esta bien dejar el final abierto. Es fácil pensar que todo acabara en un encuentro salvaje y sexual entre los protagonistas pero quien sabe no todo es lo que parece.

Que cada cual imagine la situación que se va a dar después de la cena.

Escribes muy bien y tus relatos cambian de registro de manera envidiable.

Saludos
 
Hola.

Creo que esta bien dejar el final abierto. Es fácil pensar que todo acabara en un encuentro salvaje y sexual entre los protagonistas pero quien sabe no todo es lo que parece.

Que cada cual imagine la situación que se va a dar después de la cena.

Escribes muy bien y tus relatos cambian de registro de manera envidiable.

Saludos
Muchas gracias por tu comentario. Me sirve más de lo que piensas
 
Un gran relato, como muchos de los que he leído tuyos.
Transmite mucha naturalidad y crea una tensión abrumadora que espero sepas y puedas alargar, matizando el morbo de situaciones cotidianas como las de tomar un café, una primera cita, etc...
Me alegro que te haya gustado. Esta noche cuelgo la segunda historia de este tipo, El examen.
 

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