El Club de Hombres del barrio

agratefuldude

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26 Mar 2025
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Cuando Alberto, el vecino del tercero, nos habló del Club de Hombres del barrio y de su Noche de Apreciación de las Madres a Silvia le pareció una idea estupenda pero a mi no me engañó. Y es que eran incontables las veces que le había pillado mirando poco disimuladamente los pechos de mi mujer, especialmente desde que éstos habían crecido un par de tallas después del embarazo. Intenté un par de veces que declinara la invitación a participar en esa "noche" especial pero solo conseguí que se enfadara conmigo, después de todo el vecino había sido taaaan amable por invitarla. En fin...

El Club de Hombres era en realidad un pequeño bar de copas y cocktails que, una vez al mes, cerraba para un grupo de socios. Llegamos a las 10 tal como Alberto nos dijo. Silvia me señaló un sencillo cartel en formato A4 clavado con chinchetas en el tablón de anuncios de la entrada indicando que era la tercera Noche de Apreciación de las Madres. Me sonrió y entró sin fijarse en el subtítulo que en letra diminuta y gris claro decía "MILF Night". Entré rápidamente detrás de ella para advertirle del detalle pero antes de que consiguiese decir nada me miró con cara de "deja de ser un cenizo" y se giró a saludar a algunos de los hombres que nada más verla se habían acercado a darle dos besos.

En el "club" había quizá una docena de hombres además del camarero que estaba atareado detrás de la barra de madera preparando un cocktail. Entre los presentes reconocí algunas caras del barrio, además de Alberto que no se separaba de Silvia e incluso le pasaba el brazo izquierdo por la cintura mientras sostenía una cerveza en su mano derecha.

Silvia no paraba de hablar con unos y con otros, riendo entre divertida y nerviosa debido a la desacostumbrada atención que recibía. Pronto tuvo una copa de cava en la mano gentileza de la casa y unos minutos más tarde una segunda. He de decir que alguien tuvo a bien invitar también "al marido de la homenajeada". Así que pronto yo también estaba "contento" después de un par de Whiskys. Quizá fue en ese momento que decidí dejar de preocuparme y disfrutar de la velada, fuera lo que fuera lo que deparara.

Silvia, a quien medio sorbo de vino ya le sube, después de dos copas se lo estaba pasando en grande. Conforme avanzaba la noche la nube de moscardones alrededor de mi mujer se hizo más insistente. De las conversaciones intrascendentes, a los coqueteos, a los piropos que poco a poco fueron subiendo de tono. Pasaron de "Las madres sois las mejores", "Tienes curvas en todos los lugares correctos" o "Tu marido es el hombre más afortunado de la Tierra" a los "Ese culo venía de serie o haces mucho twerking?", "Me gustaría ser tu hijo para vaciarte las tetas 4 veces al días" o "Perdona que me coloque el paquete pero me duele de verte". El del dolor de paquete, un hombre que conocía del bar de la esquina de casa y al que llamaban Juan, a esas alturas de la noche mostraba sin vergüenza un bulto considerable entre las piernas con el que parecía querer hacerle un agujero en el pantalón a Silvia.

No se exactamente cómo pasó, pero desaparecí un momento a vaciar la vejiga y cuando volví, el del bulto estaba medio desnudo y exhibía su inhiesto instrumento a mi mujer. He de decir que mi primer pensamiento fue ese tan masculino del "ya te lo dije". Y el segundo el de reconocer que el jodido Juan estaba bastante bien dotado, con una polla dura y gruesa que mi mujer se miraba con una mezcla de estupor y admiración. Era difícil ver todo lo que pasaba debido a la muralla de hombres que rodeaban a mi mujer pero me parecío ver que Juan se frotaba sin pudor contra el brazo de Silvia, sin duda intentando que ella le "acariciase" un poco.

En ese momento Alberto se la sacó y empezó a pajearse a escasos centímetros de mi mujer mirando la escena. Silvia pareció darse cuenta que la situación se había ido de madre (nunca mejor dicho) y pidió un poco de calma aunque sin mostrar intención de querer salir de ese circulo de hombres. Parecía incluso que le estaba gustando el espectáculo. Algunos hombres se quejaron teatralmente porque les "cortase el rollo" pero en seguida le pidieron, en el mismo tono burlesco, que ella también enseñase algo, para que todos pudieran apreciar la belleza de una madre de verdad. Silvia miraba a banda y banda mientras más y más hombres se añadieron a la petición. Al final, y para sorpresa absoluta mía, se levantó, se desabotonó el tejano y se lo bajó todo lo que pudo en el reducido espacio que tenía sin llegar a quitárselo. Las ovaciones de los presentes al ver sus bragas negras brasileñas que mostraban buena parte de sus redondas y blancas nalgas fueron ensordecedoras. Silvia rió con ganas ante la apreciación general y, sin pensarselo mucho, se levantó la camiseta para confirmar las sospechas de todos de que no llevaba sujetador. Los hombres jalearon, aplaudieron, sus copas chocaban en lo alto derramando su contenido sobre ellos mismos y sus vecinos. Silvia reía con ganas, tapándose la boca con la mano y dejando sus pechos balancearse libremente al ritmo de su carcajada.

Los siguientes minutos fueron de órdago. Juan frotaba sin pudor su capullo contra uno de los pezones de mi mujer, endurecido por el inesperado fresco y por la situación. Alberto següía pelándosela con los ojos clavados en los pechos desnudos de Silvia, sin duda su fantasía hecha realidad. Varios móviles salidos de la nada estaban de pronto grabando con detalle la situación. Silvia, aclaparada con tantas atenciones, se puso en plan provocador apretándose los pechos entre los brazos y mordiéndose el labio mientras levantaba la mirada hacia Alberto.

Eso fue demasiado para nuestro salido vecino que con un gruñido seco empezó a disparar salvas que pronto cubrieron el pecho de Silvia de abundante semen. Fué una corrida espectacular que muchos vitorearon y no pocos inmortalizaron en sus móviles con la cara de mi mujer en primer plano. La abundacia de la corrida pilló por sorpresa a Silvia que miraba hacia abajo viendo resbalar el esperma de Alberto por su pecho ensuciando la camiseta. "Ahora me toca a mi preciosa". Era Juan reclamando nuevamente que le hiciera un poco de caso a su pulsante polla. Silvia, aún medio en shock, puso su mano alrededor de la base del falo apenas pudiendo tocar los dedos de la ancho que era el instrumento. Sorprendida por el diámetro y la consistencia de ese trozo de carne comenzó a masturbarlo suavemente arriba y abajo. Reconozco que la imagen era radicalmente diferente a cuando ella me masturba: en movimientos rápidos de 3 o 4 centímetros de recorrido y apenas sujetandome el pene con dos dedos y el pulgar. Aquí la mano de Silvia subía y bajaba todo lo largo del miembro de Juan mientras lo aferraba con firmeza. La cámaras gravaban y los hombres acompañaban los movimientos de mi mujer como si se tratase de un partido de fútbol, hasta que finalmente el miembro de Juan comenzó a escupir semen como si fuera un volcán. Al contrario que Alberto su corrida no volaba sino que se derramaba copiosamente alrededor de su polla y de la mano de mi mujer. Al cabo de un minuto de erupción incesante la mano de Silvia, que no había parado de moverse arriba y abajo cual larga era la polla, estaba completamente cubierta por el viscoso y blanco esperma de Juan.

Cuando la acción hubo terminado y los hombres dejaron un poco de espacio Silvia salió, si prisa pero sin pausa, en dirección al labavo. En su cara reconocí esa sensación de incredulidad ante lo que había pasado y ella misma había consentido e incluso incitado.

Mientras esperaba incómodo a que saliera del lavabo observaba como los hombres del Club de Hombres comentaban "la jugada", algunos mirando en corrillo las pantallas de sus móviles, otros felicitando a Alberto y Juan. Ninguno se acercó a mi. No es que me hicieran el vacío, simplemente era como si yo no estuviera. Únicamente vi a Alberto mirándome un instante y sonriendo por debajo de la nariz. ¡Qué cabrón!

Cuando Silvia salió me pidió que nos fuéramos y salimos sin decir adiós ni mirar a nadie. Los días siguientes fueron difíciles hasta que llegamos al pacto de olvidar el asunto. Como si no hubiera pasado. E hicimos como si así fuera. Aunque fuera imposible. Tanto ella como yo nos encontrábamos casi a diario con hombres que reconocíamos de esa "selecta" reunión, incluídos Alberto y Juan. Juan, que era especialmente socarrón, no dejaba pasar la oportunidad de preguntarme por Silvia cada vez que nos veíamos. En voz bien alta si estábamos en público, como cuando me lo encontraba en el bar. Me daba cuenta de que muchos hombres sonreían cuando le oían preguntar por mi mujer. Estoy seguro que todos ellos habían visto los vídeos de Alberto corriendose en los pechos de mi mujer y después ella masturbando a Juan.

Tardé unos meses en asumir que era el hazmereir del barrio. Pero un día decidí que dejarían de afectarme los comentarios de Juan. Me convencí de que si dejaba de causar risa y pasaba a ser aburrido dejaría de hablarse del tema. Y Juan notó el cambio en mi actitud. Así que un día después de echar la partida con los amigos se acercó a la barra donde yo estaba tomándome una cerveza y me dijo, con una sonrisa en los ojos: "¿De verdad piensas que yo me conformaría con una paja?"
 
Creo que tienes tema para continuar la historia, después de lo que dijo Juan, apuntate al club de los maridos cornudos consentido y sigue informando jijiji
 
Cuando Alberto, el vecino del tercero, nos habló del Club de Hombres del barrio y de su Noche de Apreciación de las Madres a Silvia le pareció una idea estupenda pero a mi no me engañó. Y es que eran incontables las veces que le había pillado mirando poco disimuladamente los pechos de mi mujer, especialmente desde que éstos habían crecido un par de tallas después del embarazo. Intenté un par de veces que declinara la invitación a participar en esa "noche" especial pero solo conseguí que se enfadara conmigo, después de todo el vecino había sido taaaan amable por invitarla. En fin...

El Club de Hombres era en realidad un pequeño bar de copas y cocktails que, una vez al mes, cerraba para un grupo de socios. Llegamos a las 10 tal como Alberto nos dijo. Silvia me señaló un sencillo cartel en formato A4 clavado con chinchetas en el tablón de anuncios de la entrada indicando que era la tercera Noche de Apreciación de las Madres. Me sonrió y entró sin fijarse en el subtítulo que en letra diminuta y gris claro decía "MILF Night". Entré rápidamente detrás de ella para advertirle del detalle pero antes de que consiguiese decir nada me miró con cara de "deja de ser un cenizo" y se giró a saludar a algunos de los hombres que nada más verla se habían acercado a darle dos besos.

En el "club" había quizá una docena de hombres además del camarero que estaba atareado detrás de la barra de madera preparando un cocktail. Entre los presentes reconocí algunas caras del barrio, además de Alberto que no se separaba de Silvia e incluso le pasaba el brazo izquierdo por la cintura mientras sostenía una cerveza en su mano derecha.

Silvia no paraba de hablar con unos y con otros, riendo entre divertida y nerviosa debido a la desacostumbrada atención que recibía. Pronto tuvo una copa de cava en la mano gentileza de la casa y unos minutos más tarde una segunda. He de decir que alguien tuvo a bien invitar también "al marido de la homenajeada". Así que pronto yo también estaba "contento" después de un par de Whiskys. Quizá fue en ese momento que decidí dejar de preocuparme y disfrutar de la velada, fuera lo que fuera lo que deparara.

Silvia, a quien medio sorbo de vino ya le sube, después de dos copas se lo estaba pasando en grande. Conforme avanzaba la noche la nube de moscardones alrededor de mi mujer se hizo más insistente. De las conversaciones intrascendentes, a los coqueteos, a los piropos que poco a poco fueron subiendo de tono. Pasaron de "Las madres sois las mejores", "Tienes curvas en todos los lugares correctos" o "Tu marido es el hombre más afortunado de la Tierra" a los "Ese culo venía de serie o haces mucho twerking?", "Me gustaría ser tu hijo para vaciarte las tetas 4 veces al días" o "Perdona que me coloque el paquete pero me duele de verte". El del dolor de paquete, un hombre que conocía del bar de la esquina de casa y al que llamaban Juan, a esas alturas de la noche mostraba sin vergüenza un bulto considerable entre las piernas con el que parecía querer hacerle un agujero en el pantalón a Silvia.

No se exactamente cómo pasó, pero desaparecí un momento a vaciar la vejiga y cuando volví, el del bulto estaba medio desnudo y exhibía su inhiesto instrumento a mi mujer. He de decir que mi primer pensamiento fue ese tan masculino del "ya te lo dije". Y el segundo el de reconocer que el jodido Juan estaba bastante bien dotado, con una polla dura y gruesa que mi mujer se miraba con una mezcla de estupor y admiración. Era difícil ver todo lo que pasaba debido a la muralla de hombres que rodeaban a mi mujer pero me parecío ver que Juan se frotaba sin pudor contra el brazo de Silvia, sin duda intentando que ella le "acariciase" un poco.

En ese momento Alberto se la sacó y empezó a pajearse a escasos centímetros de mi mujer mirando la escena. Silvia pareció darse cuenta que la situación se había ido de madre (nunca mejor dicho) y pidió un poco de calma aunque sin mostrar intención de querer salir de ese circulo de hombres. Parecía incluso que le estaba gustando el espectáculo. Algunos hombres se quejaron teatralmente porque les "cortase el rollo" pero en seguida le pidieron, en el mismo tono burlesco, que ella también enseñase algo, para que todos pudieran apreciar la belleza de una madre de verdad. Silvia miraba a banda y banda mientras más y más hombres se añadieron a la petición. Al final, y para sorpresa absoluta mía, se levantó, se desabotonó el tejano y se lo bajó todo lo que pudo en el reducido espacio que tenía sin llegar a quitárselo. Las ovaciones de los presentes al ver sus bragas negras brasileñas que mostraban buena parte de sus redondas y blancas nalgas fueron ensordecedoras. Silvia rió con ganas ante la apreciación general y, sin pensarselo mucho, se levantó la camiseta para confirmar las sospechas de todos de que no llevaba sujetador. Los hombres jalearon, aplaudieron, sus copas chocaban en lo alto derramando su contenido sobre ellos mismos y sus vecinos. Silvia reía con ganas, tapándose la boca con la mano y dejando sus pechos balancearse libremente al ritmo de su carcajada.

Los siguientes minutos fueron de órdago. Juan frotaba sin pudor su capullo contra uno de los pezones de mi mujer, endurecido por el inesperado fresco y por la situación. Alberto següía pelándosela con los ojos clavados en los pechos desnudos de Silvia, sin duda su fantasía hecha realidad. Varios móviles salidos de la nada estaban de pronto grabando con detalle la situación. Silvia, aclaparada con tantas atenciones, se puso en plan provocador apretándose los pechos entre los brazos y mordiéndose el labio mientras levantaba la mirada hacia Alberto.

Eso fue demasiado para nuestro salido vecino que con un gruñido seco empezó a disparar salvas que pronto cubrieron el pecho de Silvia de abundante semen. Fué una corrida espectacular que muchos vitorearon y no pocos inmortalizaron en sus móviles con la cara de mi mujer en primer plano. La abundacia de la corrida pilló por sorpresa a Silvia que miraba hacia abajo viendo resbalar el esperma de Alberto por su pecho ensuciando la camiseta. "Ahora me toca a mi preciosa". Era Juan reclamando nuevamente que le hiciera un poco de caso a su pulsante polla. Silvia, aún medio en shock, puso su mano alrededor de la base del falo apenas pudiendo tocar los dedos de la ancho que era el instrumento. Sorprendida por el diámetro y la consistencia de ese trozo de carne comenzó a masturbarlo suavemente arriba y abajo. Reconozco que la imagen era radicalmente diferente a cuando ella me masturba: en movimientos rápidos de 3 o 4 centímetros de recorrido y apenas sujetandome el pene con dos dedos y el pulgar. Aquí la mano de Silvia subía y bajaba todo lo largo del miembro de Juan mientras lo aferraba con firmeza. La cámaras gravaban y los hombres acompañaban los movimientos de mi mujer como si se tratase de un partido de fútbol, hasta que finalmente el miembro de Juan comenzó a escupir semen como si fuera un volcán. Al contrario que Alberto su corrida no volaba sino que se derramaba copiosamente alrededor de su polla y de la mano de mi mujer. Al cabo de un minuto de erupción incesante la mano de Silvia, que no había parado de moverse arriba y abajo cual larga era la polla, estaba completamente cubierta por el viscoso y blanco esperma de Juan.

Cuando la acción hubo terminado y los hombres dejaron un poco de espacio Silvia salió, si prisa pero sin pausa, en dirección al labavo. En su cara reconocí esa sensación de incredulidad ante lo que había pasado y ella misma había consentido e incluso incitado.

Mientras esperaba incómodo a que saliera del lavabo observaba como los hombres del Club de Hombres comentaban "la jugada", algunos mirando en corrillo las pantallas de sus móviles, otros felicitando a Alberto y Juan. Ninguno se acercó a mi. No es que me hicieran el vacío, simplemente era como si yo no estuviera. Únicamente vi a Alberto mirándome un instante y sonriendo por debajo de la nariz. ¡Qué cabrón!

Cuando Silvia salió me pidió que nos fuéramos y salimos sin decir adiós ni mirar a nadie. Los días siguientes fueron difíciles hasta que llegamos al pacto de olvidar el asunto. Como si no hubiera pasado. E hicimos como si así fuera. Aunque fuera imposible. Tanto ella como yo nos encontrábamos casi a diario con hombres que reconocíamos de esa "selecta" reunión, incluídos Alberto y Juan. Juan, que era especialmente socarrón, no dejaba pasar la oportunidad de preguntarme por Silvia cada vez que nos veíamos. En voz bien alta si estábamos en público, como cuando me lo encontraba en el bar. Me daba cuenta de que muchos hombres sonreían cuando le oían preguntar por mi mujer. Estoy seguro que todos ellos habían visto los vídeos de Alberto corriendose en los pechos de mi mujer y después ella masturbando a Juan.

Tardé unos meses en asumir que era el hazmereir del barrio. Pero un día decidí que dejarían de afectarme los comentarios de Juan. Me convencí de que si dejaba de causar risa y pasaba a ser aburrido dejaría de hablarse del tema. Y Juan notó el cambio en mi actitud. Así que un día después de echar la partida con los amigos se acercó a la barra donde yo estaba tomándome una cerveza y me dijo, con una sonrisa en los ojos: "¿De verdad piensas que yo me conformaría con una paja?"
y finalmente, Juan se la folló?
 
Yo sin embargo no creo en estas cosas y no tengo claro que el marido sea de esos.
Si es verdad que tuvo sexo con ese tipo, yo no sé lo perdonaría, porque es una infidelidad no consentida.
 
Yo sin embargo no creo en estas cosas y no tengo claro que el marido sea de esos.
Si es verdad que tuvo sexo con ese tipo, yo no sé lo perdonaría, porque es una infidelidad no consentida.
infiel ya demostró que es.
Solo sería un paso más de una hotwife.
Yo aprendí a perdonar hace mucho tiempo y cuando lo hice comprendí que en realidad me gustaba que follara con otros.
Pero empezó ella poniéndome cuernos sin mi consentimiento. Al principio fue todo muy tormentoso, hasta que reconocí que me gustaba, lo acepté y ella me creyó. A partir de entonces fue todo muy divertido. Y no me pedía permiso. Lo hacía y luego me contaba, como lo dije.
 
En una historia quizá? :)
Yo mas bien me referia comentarlo, contigo.. con los demas... nose..
Pero tal vez desarrollarlo en una historia tambien estaria bien.
Aunqie yo me referia mas a lo primero.. hablarlo, gente de aqui, desde las experiencias.. contrastar y distintos puntos de vista... a mi me interesa la verdad.
Q tal...?! ;)
 

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