Me llamo Patricia y aquel día, en pleno agosto, estaba celebrando mi cumpleaños en plena adolescencia. Era una noche calurosa en Benidorm, de esas en las que el aire huele a sal del mar, a verano y a alcohol barato. Mi pareja, o más bien el chico con el que estaba saliendo, se llamaba Javier, un chaval de 19, normalito, con el pelo castaño y esa actitud despreocupada que a veces me sacaba de quicio. Llevábamos solo dos semanas juntos, nada serio, solo un rollo de verano que había empezado sin muchas expectativas. Yo era una chica joven con buen cuerpo, delgadita pero con curvas que empezaban a notarse, el pelo largo y castaño, y una cara que, según me decían, tenía un punto pícaro. Ese día me había puesto guapa para mi cumpleaños: llevaba un vestido corto negro que enseñaba más que escondía, con un escote pronunciado y la tela tan ajustada que marcaba cada línea de mi figura, acompañado de unas sandalias de tacón bajo. Me había maquillado bien, con eyeliner, sombra oscura y un poco de gloss, para aparentar más edad. Mi personalidad era lo que más destacaba: alocada, atrevida, sobre todo en el sexo, y con ganas de comerme el mundo. Vivíamos para los días de verano locos, esas noches de desenfreno que compensaban las mañanas de estudio en una academia. Había suspendido todas las asignaturas en el curso y mis padres me habían obligado a apuntarme a clases de recuperación durante el verano.
Estábamos en Benidorm, en la casa de veraneo de mis padres, un apartamento pequeño pero acogedor a pocos pasos de la playa. La economía no era un problema serio. Teníamos lo justo para salir, pillar unas botellas y pasarlo bien con los colegas. Javier y yo llevábamos poco tiempo juntos, apenas dos semanas, y no era nada formal. Al principio todo iba bien, pero últimamente notaba cosas raras: llegaba tarde, se ponía nervioso con el móvil, y más de una vez me llegaron rumores de que estaba con otras. No tenía pruebas, pero las sospechas me quemaban por dentro. Y, siendo como soy, no me iba a quedar de brazos cruzados, menos aún el día de mi cumpleaños, cuando lo único que quería era pasarlo bien.
Era sábado, el día de mi cumpleaños, y mis amigas habían organizado un botellón en la playa, a pocos metros de la casa de mis padres. La música sonaba a todo volumen desde un altavoz portátil, las olas rompían suavemente en la orilla, y el aire estaba cargado de sal y sudor. La gente gritaba y reía a mi alrededor, algunos bailando descalzos sobre la arena. Me sentía guapa, libre, y con el subidón de celebrar otro año más, a pesar de las mañanas agotadoras en la academia. Había decidido que esa noche iba a ser especial, así que me había traído una botella de vodka con limón, mi bebida favorita. Llevaba un par de vasos encima, y el sabor ácido y fresco me estaba soltando poco a poco, ayudándome a olvidar las horas de estudio y las broncas de mis padres por mis notas. Javier no estaba conmigo esa noche; sus padres lo habían castigado después de pillarlo fumando porros en su casa la semana anterior. Me dijo que no podía salir, que estaba encerrado en su habitación, pero yo no me fiaba del todo. ¿Y si era otra excusa para quedar con otra? Como no era nada serio entre nosotros, no iba a dejar que su ausencia me arruinara la noche. Estaba decidida a pasarlo bien, con o sin él.
Entonces lo vi. Dani, mi mejor amigo, estaba al otro lado del grupo, cerca de la orilla, con una cerveza en la mano y charlando con unos colegas. Dani y yo habíamos sido inseparables desde pequeños, pero llevábamos un año sin vernos. Él era alto, moreno, con ojos oscuros que siempre parecían estar riéndose de algo, y un cuerpo que, hay que reconocerlo, estaba bastante bien. Siempre había habido una chispa entre nosotros, aunque nunca habíamos cruzado la línea. Levantó la vista, me vio, y una sonrisa se le dibujó en la cara. Me hizo un gesto con la cabeza para que me acercara.
—¡Patri! —gritó, abriéndose paso entre la gente y la arena—. ¡Feliz cumpleaños, joder! ¡Cuánto tiempo!
Me acerqué con una sonrisa, sintiendo cómo el calor del alcohol y del verano me subía a las mejillas. Nos dimos un abrazo fuerte, de esos que te hacen darte cuenta de cuánto has echado de menos a alguien. Olía a colonia barata, pero no me importó. Estar cerca de él, con el sonido de las olas de fondo, me hacía sentir bien, como en los viejos tiempos.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté, apartándome un poco para mirarlo bien—. Pensé que te habías mudado o algo.
—Volví hace un par de semanas —respondió, dando un trago a su cerveza—. Mis padres se separaron y me vine con mi madre. Está viviendo aquí en Benidorm ahora. ¿Y tú? ¡Joder, estás increíble! ¿Estás con alguien?
Lo dijo con un tono que no supe descifrar, como si quisiera saber más pero no quisiera parecer demasiado interesado. Me encogí de hombros y miré al suelo un segundo, jugueteando con el vaso de vodka con limón en mi mano mientras la brisa marina me revolvía el pelo.
—Estoy con un chico, Javier, pero solo llevamos dos semanas y no es nada serio. Últimamente está raro. Creo que está con otras. Y hoy, encima, no ha venido a mi cumpleaños. Dice que está castigado, pero no me fío.
Dani arqueó una ceja y me miró fijamente. Había algo en su mirada que me ponía nerviosa, pero no en el mal sentido. Era como si me entendiera sin necesidad de que dijera más.
—¿Castigado? ¿Qué ha hecho ahora ese pringado? —preguntó con una risita, cambiando de tema con una sonrisa.
—No sé, lo pillaron fumando porros o algo así —respondí, devolviéndole la sonrisa y dando un trago largo al vodka con limón—. ¿Y tú? ¿Sigues siendo el mismo de siempre?
Charlamos un rato, poniéndonos al día, con el sonido del mar acompañando nuestras palabras. La conversación fluía como si no hubiera pasado un año desde la última vez que nos vimos. Con cada palabra, con cada risa, sentía que esa chispa entre nosotros seguía ahí, quizás más fuerte que nunca. El vodka me estaba soltando la lengua y las ideas, y las sospechas sobre Javier me daban vueltas en la cabeza como un torbellino. Era mi cumpleaños, me sentía traicionada, y después de pasar las mañanas estudiando en la academia para recuperar el curso, necesitaba algo que me hiciera sentir viva. Dani estaba ahí, tan cerca, tan real, con la arena bajo nuestros pies y el murmullo de las olas de fondo.
—Patri, ¿sabes qué? —dijo de pronto, bajando la voz como si quisiera que solo yo lo oyera entre el ruido del botellón—. Siempre he pensado que mereces algo mejor que ese tío. Y más en un día como hoy. Mírate, estás guapísima.
Me quedé callada, mirándolo. Mi corazón latía más rápido, y no sabía si era por el vodka, por sus palabras o por la forma en que me estaba mirando. Sentía un nudo en el estómago, pero también una especie de liberación. Si Javier estaba con otras, ¿por qué no podía divertirme yo también? Solo llevábamos dos semanas, no era nada serio, y él ni siquiera estaba aquí. Era mi cumpleaños, era joven, alocada, y después de un verano de mañanas en la academia, quería disfrutar de una noche loca en Benidorm.
—No sé, Dani... —murmuré, pero no terminé la frase. Él se acercó un poco más, y sentí su aliento cálido en mi cara, mezclado con el olor salado del mar.
—No tienes que saber nada ahora —susurró—. Solo déjate llevar. Es tu día.
Miré el vaso de vodka con limón en mi mano, todavía medio lleno, y luego volví a mirarlo a los ojos. Sonreí, sintiendo la adrenalina correr por mis venas.
—Acabaré el vodka y vamos a bailar —dije, dando un paso atrás con una risa traviesa, levantando el vaso como si fuera un brindis.
Dani me devolvió la sonrisa, asintiendo con la cabeza mientras la música seguía resonando en la playa. La brisa marina me acariciaba la piel, y el sonido de las olas parecía acompañar el latido acelerado de mi corazón. No sabía qué pasaría después, pero en ese instante, solo quería disfrutar del momento.
Estábamos en Benidorm, en la casa de veraneo de mis padres, un apartamento pequeño pero acogedor a pocos pasos de la playa. La economía no era un problema serio. Teníamos lo justo para salir, pillar unas botellas y pasarlo bien con los colegas. Javier y yo llevábamos poco tiempo juntos, apenas dos semanas, y no era nada formal. Al principio todo iba bien, pero últimamente notaba cosas raras: llegaba tarde, se ponía nervioso con el móvil, y más de una vez me llegaron rumores de que estaba con otras. No tenía pruebas, pero las sospechas me quemaban por dentro. Y, siendo como soy, no me iba a quedar de brazos cruzados, menos aún el día de mi cumpleaños, cuando lo único que quería era pasarlo bien.
Era sábado, el día de mi cumpleaños, y mis amigas habían organizado un botellón en la playa, a pocos metros de la casa de mis padres. La música sonaba a todo volumen desde un altavoz portátil, las olas rompían suavemente en la orilla, y el aire estaba cargado de sal y sudor. La gente gritaba y reía a mi alrededor, algunos bailando descalzos sobre la arena. Me sentía guapa, libre, y con el subidón de celebrar otro año más, a pesar de las mañanas agotadoras en la academia. Había decidido que esa noche iba a ser especial, así que me había traído una botella de vodka con limón, mi bebida favorita. Llevaba un par de vasos encima, y el sabor ácido y fresco me estaba soltando poco a poco, ayudándome a olvidar las horas de estudio y las broncas de mis padres por mis notas. Javier no estaba conmigo esa noche; sus padres lo habían castigado después de pillarlo fumando porros en su casa la semana anterior. Me dijo que no podía salir, que estaba encerrado en su habitación, pero yo no me fiaba del todo. ¿Y si era otra excusa para quedar con otra? Como no era nada serio entre nosotros, no iba a dejar que su ausencia me arruinara la noche. Estaba decidida a pasarlo bien, con o sin él.
Entonces lo vi. Dani, mi mejor amigo, estaba al otro lado del grupo, cerca de la orilla, con una cerveza en la mano y charlando con unos colegas. Dani y yo habíamos sido inseparables desde pequeños, pero llevábamos un año sin vernos. Él era alto, moreno, con ojos oscuros que siempre parecían estar riéndose de algo, y un cuerpo que, hay que reconocerlo, estaba bastante bien. Siempre había habido una chispa entre nosotros, aunque nunca habíamos cruzado la línea. Levantó la vista, me vio, y una sonrisa se le dibujó en la cara. Me hizo un gesto con la cabeza para que me acercara.
—¡Patri! —gritó, abriéndose paso entre la gente y la arena—. ¡Feliz cumpleaños, joder! ¡Cuánto tiempo!
Me acerqué con una sonrisa, sintiendo cómo el calor del alcohol y del verano me subía a las mejillas. Nos dimos un abrazo fuerte, de esos que te hacen darte cuenta de cuánto has echado de menos a alguien. Olía a colonia barata, pero no me importó. Estar cerca de él, con el sonido de las olas de fondo, me hacía sentir bien, como en los viejos tiempos.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté, apartándome un poco para mirarlo bien—. Pensé que te habías mudado o algo.
—Volví hace un par de semanas —respondió, dando un trago a su cerveza—. Mis padres se separaron y me vine con mi madre. Está viviendo aquí en Benidorm ahora. ¿Y tú? ¡Joder, estás increíble! ¿Estás con alguien?
Lo dijo con un tono que no supe descifrar, como si quisiera saber más pero no quisiera parecer demasiado interesado. Me encogí de hombros y miré al suelo un segundo, jugueteando con el vaso de vodka con limón en mi mano mientras la brisa marina me revolvía el pelo.
—Estoy con un chico, Javier, pero solo llevamos dos semanas y no es nada serio. Últimamente está raro. Creo que está con otras. Y hoy, encima, no ha venido a mi cumpleaños. Dice que está castigado, pero no me fío.
Dani arqueó una ceja y me miró fijamente. Había algo en su mirada que me ponía nerviosa, pero no en el mal sentido. Era como si me entendiera sin necesidad de que dijera más.
—¿Castigado? ¿Qué ha hecho ahora ese pringado? —preguntó con una risita, cambiando de tema con una sonrisa.
—No sé, lo pillaron fumando porros o algo así —respondí, devolviéndole la sonrisa y dando un trago largo al vodka con limón—. ¿Y tú? ¿Sigues siendo el mismo de siempre?
Charlamos un rato, poniéndonos al día, con el sonido del mar acompañando nuestras palabras. La conversación fluía como si no hubiera pasado un año desde la última vez que nos vimos. Con cada palabra, con cada risa, sentía que esa chispa entre nosotros seguía ahí, quizás más fuerte que nunca. El vodka me estaba soltando la lengua y las ideas, y las sospechas sobre Javier me daban vueltas en la cabeza como un torbellino. Era mi cumpleaños, me sentía traicionada, y después de pasar las mañanas estudiando en la academia para recuperar el curso, necesitaba algo que me hiciera sentir viva. Dani estaba ahí, tan cerca, tan real, con la arena bajo nuestros pies y el murmullo de las olas de fondo.
—Patri, ¿sabes qué? —dijo de pronto, bajando la voz como si quisiera que solo yo lo oyera entre el ruido del botellón—. Siempre he pensado que mereces algo mejor que ese tío. Y más en un día como hoy. Mírate, estás guapísima.
Me quedé callada, mirándolo. Mi corazón latía más rápido, y no sabía si era por el vodka, por sus palabras o por la forma en que me estaba mirando. Sentía un nudo en el estómago, pero también una especie de liberación. Si Javier estaba con otras, ¿por qué no podía divertirme yo también? Solo llevábamos dos semanas, no era nada serio, y él ni siquiera estaba aquí. Era mi cumpleaños, era joven, alocada, y después de un verano de mañanas en la academia, quería disfrutar de una noche loca en Benidorm.
—No sé, Dani... —murmuré, pero no terminé la frase. Él se acercó un poco más, y sentí su aliento cálido en mi cara, mezclado con el olor salado del mar.
—No tienes que saber nada ahora —susurró—. Solo déjate llevar. Es tu día.
Miré el vaso de vodka con limón en mi mano, todavía medio lleno, y luego volví a mirarlo a los ojos. Sonreí, sintiendo la adrenalina correr por mis venas.
—Acabaré el vodka y vamos a bailar —dije, dando un paso atrás con una risa traviesa, levantando el vaso como si fuera un brindis.
Dani me devolvió la sonrisa, asintiendo con la cabeza mientras la música seguía resonando en la playa. La brisa marina me acariciaba la piel, y el sonido de las olas parecía acompañar el latido acelerado de mi corazón. No sabía qué pasaría después, pero en ese instante, solo quería disfrutar del momento.
Última edición: