Hace unos meses mi chico, al que había conocido en un trabajo en el que las cosas no me iban nada mal, me confesó que se había liado con mi jefa (nuestra jefa) y que follaba tan bien y estaban tan encantados que iban a hacer todo lo posible porque aquello les funcionara mejor que había funcionado lo nuestro. Vamos, yo pensé que él no quería más que ascender (es un trepa), pero no iba a quedarme en la empresa para convertirme en la cornuda oficial viéndole ascender de tan honrosa manera, así que busqué un nuevo trabajo.
A pesar de un buen currículum profesional, me decidí por un trabajo mucho más normalito que los anteriores, de cualificación y sueldo bastantes bajos, pero que me permitían tener tiempo libre para hacer lo que quisiera, que normalmente era estar con amigos e intentar asimilar que mis esfuerzos en una relación durante cinco años no habían servido para nada.
El jefe de personal de la empresa, al comprobar mi currículum, me hizo varias entrevistas para analizar mis perspectivas de trabajo y la posibilidad de acceder a nuevos puestos en la empresa, y poco tiempo después me ofreció un puesto de trabajo al que, sinceramente, no pude negarme, ya que no sólo había conseguido mejorar la oferta económica, sino también las condiciones de trabajo y todo ello pudiendo mantener todo aquello que ahora me importaba a nivel personal.
El puesto era, en realidad, parte de su trabajo, ya que él adquiriría más responsabilidades. Trabajar con Andrés me hacía bastante ilusión. Se había portado genial conmigo desde que entré en la empresa, de hecho, hacía que el trabajo allí fuera realmente llevadero, al tener detalles que en ningún otro trabajo habían tenido conmigo: me sentía escuchada, valorada, respetada…
Era un tipo algo mayor que yo pero bastante atractivo, tanto que pensar en su mujer me producía hasta envidia, mucho más cuando mi mente soñolienta me mandaba alguna historia de él y alguna de las compañeras de trabajo, en la cual yo moría de celos.
Siempre he tenido este tipo de sueños, en los que tipos de mi entorno, a los que admiro y respeto, que me atraen y que sé que son deseados por algunas de mis compañeras, tienen relaciones sexuales en las que yo no entro y que me gustaría protagonizar.
Al aceptar yo su propuesta, él aceptó de forma definitiva la propuesta que la empresa le había hecho, teniendo los dos que pasar por un periodo de formación fuera de la ciudad, concretamente en la capital, con todos los gastos pagados por la empresa (tanto el curso como la estancia en un hotel). Reconozco que la idea me excitaba, ya que sería la oportunidad perfecta para intimar algo más con él, aunque que estuviera casado lo hacía prohibido para mi.
Cuando Andrés se ofreció a que nos fuéramos en su coche no pude decirle que no.
Vino a recogerme temprano, después de comer, a la misma puerta de mi piso. Llevaba un polo rosa, bastante fino, que hacía que se intuyeran perfectamente sus pectorales masculinos, bien formados, y sus pezones erectos coronándolos; una barriguita nada flácida y un pantalón vaquero que, tal como comprobé más tarde, resaltaba sobre todo su trasero, que según había confesado en broma alguna vez conmigo, era la parte de su cuerpo que más le gustaba a las mujeres.
La verdad es que, pese a la informalidad de su vestir, estaba mucho mejor de lo que yo le había visto en el despacho, con su traje, y es que ya se le veía bastante morenito (se acercaba el verano) y, a pesar de la situación, tenía una cara mucho más descansada e ilusionada que en otras ocasiones. Incluso la gran sonrisa que siempre mantenía su rostro, rodeada por su barba y acompañada a los lados por dos bonitos hoyuelos en sus mejillas, era aquel día más brillante.
Comprobé, al sentarme en el coche, que bajo su cuello nacía algo de vello (cosa que me encanta en un hombre), para, sin intención alguna, fijarme a continuación en lo gordo que se le veía el paquete, entre dos muslos macizos, embutidos en las patas del pantalón.
Pasamos el viaje hablando, sonriendo, bromeando, hasta que la conversación nos llevó a explicarnos nuestras historias sentimentales: yo le conté lo mío y él me contó que se había separado hacía unos seis meses y que creía que en parte había sido por su dedicación al trabajo, por lo que había decidido cambiar la situación (de ahí que yo cogiera parte de sus responsabilidades), aunque no creía que hubiera reconciliación con su mujer. Poco a poco fue aportando datos: me contó que, al no haber tenido hijos, se veían poco, y entendí que, cada vez que se encontraban, tenían sesiones de sexo bastante intensas, de hecho, por lo que me dijo, al ser los dos bastante fogosos, eso era en realidad lo que más echaba de menos de la relación, aunque hasta hacía poco no se había sentido capaz de mantener relaciones con otras mujeres. Así que, después de casi dos meses casi sin verla, estaba “muy necesitado”.
A pesar de un buen currículum profesional, me decidí por un trabajo mucho más normalito que los anteriores, de cualificación y sueldo bastantes bajos, pero que me permitían tener tiempo libre para hacer lo que quisiera, que normalmente era estar con amigos e intentar asimilar que mis esfuerzos en una relación durante cinco años no habían servido para nada.
El jefe de personal de la empresa, al comprobar mi currículum, me hizo varias entrevistas para analizar mis perspectivas de trabajo y la posibilidad de acceder a nuevos puestos en la empresa, y poco tiempo después me ofreció un puesto de trabajo al que, sinceramente, no pude negarme, ya que no sólo había conseguido mejorar la oferta económica, sino también las condiciones de trabajo y todo ello pudiendo mantener todo aquello que ahora me importaba a nivel personal.
El puesto era, en realidad, parte de su trabajo, ya que él adquiriría más responsabilidades. Trabajar con Andrés me hacía bastante ilusión. Se había portado genial conmigo desde que entré en la empresa, de hecho, hacía que el trabajo allí fuera realmente llevadero, al tener detalles que en ningún otro trabajo habían tenido conmigo: me sentía escuchada, valorada, respetada…
Era un tipo algo mayor que yo pero bastante atractivo, tanto que pensar en su mujer me producía hasta envidia, mucho más cuando mi mente soñolienta me mandaba alguna historia de él y alguna de las compañeras de trabajo, en la cual yo moría de celos.
Siempre he tenido este tipo de sueños, en los que tipos de mi entorno, a los que admiro y respeto, que me atraen y que sé que son deseados por algunas de mis compañeras, tienen relaciones sexuales en las que yo no entro y que me gustaría protagonizar.
Al aceptar yo su propuesta, él aceptó de forma definitiva la propuesta que la empresa le había hecho, teniendo los dos que pasar por un periodo de formación fuera de la ciudad, concretamente en la capital, con todos los gastos pagados por la empresa (tanto el curso como la estancia en un hotel). Reconozco que la idea me excitaba, ya que sería la oportunidad perfecta para intimar algo más con él, aunque que estuviera casado lo hacía prohibido para mi.
Cuando Andrés se ofreció a que nos fuéramos en su coche no pude decirle que no.
Vino a recogerme temprano, después de comer, a la misma puerta de mi piso. Llevaba un polo rosa, bastante fino, que hacía que se intuyeran perfectamente sus pectorales masculinos, bien formados, y sus pezones erectos coronándolos; una barriguita nada flácida y un pantalón vaquero que, tal como comprobé más tarde, resaltaba sobre todo su trasero, que según había confesado en broma alguna vez conmigo, era la parte de su cuerpo que más le gustaba a las mujeres.
La verdad es que, pese a la informalidad de su vestir, estaba mucho mejor de lo que yo le había visto en el despacho, con su traje, y es que ya se le veía bastante morenito (se acercaba el verano) y, a pesar de la situación, tenía una cara mucho más descansada e ilusionada que en otras ocasiones. Incluso la gran sonrisa que siempre mantenía su rostro, rodeada por su barba y acompañada a los lados por dos bonitos hoyuelos en sus mejillas, era aquel día más brillante.
Comprobé, al sentarme en el coche, que bajo su cuello nacía algo de vello (cosa que me encanta en un hombre), para, sin intención alguna, fijarme a continuación en lo gordo que se le veía el paquete, entre dos muslos macizos, embutidos en las patas del pantalón.
Pasamos el viaje hablando, sonriendo, bromeando, hasta que la conversación nos llevó a explicarnos nuestras historias sentimentales: yo le conté lo mío y él me contó que se había separado hacía unos seis meses y que creía que en parte había sido por su dedicación al trabajo, por lo que había decidido cambiar la situación (de ahí que yo cogiera parte de sus responsabilidades), aunque no creía que hubiera reconciliación con su mujer. Poco a poco fue aportando datos: me contó que, al no haber tenido hijos, se veían poco, y entendí que, cada vez que se encontraban, tenían sesiones de sexo bastante intensas, de hecho, por lo que me dijo, al ser los dos bastante fogosos, eso era en realidad lo que más echaba de menos de la relación, aunque hasta hacía poco no se había sentido capaz de mantener relaciones con otras mujeres. Así que, después de casi dos meses casi sin verla, estaba “muy necesitado”.