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Invitado
Subo la segunda de las historias sugerentes, que no concluyentes. Espero que os guste como El Café. Estoy abrumado por la acogida.
Tensión sexual no resuelta. Capítulo dos. El examen
Alba estaba muy enfadada. También se sentía decepcionada. Era su último año en la universidad y se había esforzado mucho. Necesitaba tener buenas notas para acceder a una beca que le permitiría hacer unas prácticas en el norte de Europa. Trabajaba también los fines de semana en un bar para sacarse dinero para sus gastos, y poder ahorrar algo en el caso que pudiera irse. Sus padres no podían permitirse ayudarla mucho. Y en el primer trimestre todo le estaba yendo bien. Hasta que falló en una asignatura, una de las que eligió casi por sorteo. Y acertó plenamente. Le encantaba Literatura Hispanoamericana. Le hizo querer leer casi de forma compulsiva a Borges, Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y muchos otros de los que antes ni siquiera había oído hablar. Las clases eran muy interesantes, participativas. Todos los estudiantes estaban encantados. Sobre todo, ellas. En cuanto Raúl, el profesor, empezaba a explicar, se hacía un silencio absoluto. Ojos atentos, miradas embelesadas. Era un profesor muy joven. Acababa de terminar su tesis y estaba haciendo una sustitución. Y, además de ser un buen comunicador, derrochaba energía y ganas. A sus clases no faltaba casi nadie. Y, aparte de todo eso, estaba bueno, muy bueno. Tenía ojos oscuros que daban la impresión de mirar en tu interior y saber lo que estabas pensando. Su mirada fija desarbolaba, y tenía el efecto de una cobra: te hipnotizaba. Su hablar cadencioso y de voz algo ronca y a la vez susurrante acompañaba a los ojos en su labor de seducir sin parecer querer hacerlo. Y su seguridad. En sus palabras y sus gestos. Transmitía tranquilidad. Pero, por otra parte, había algo oculto en su ser, algo misterioso, que en vez de hacerle parecer extraño, le hacía aún más interesante. Todas estaban locas por conocer esa parte. Y ninguna lo comentaba. Todas se sentían las elegidas. Él miraba a todos como si fueran especiales. Pero no se le conocía pareja. Las chicas miraban en su coche por si había sillita de bebé, o lo espiaban a la salida de los encuentros literarios, para ver si quedaba con alguien. Nada. O pedían tutorías, para intentar captar su atención. En vano. Todo eso no hacía sino hacerle parecer más auténtico. Era el botín que todas pensaban cobrarse algún día. Y el final de curso, en la cena con los profesores, era el lugar y momento elegido por muchas. Iba a ser la guerra.
Pero Alba no iba a ser una de las contendientes. Había pasado del amor al odio. Estaba enganchada a él como las demás, pero la calificación del último examen la convirtió en su enemiga más acérrima. No acertaba a entenderlo. Se había esforzado muchísimo: sacando multitud de libros de la biblioteca, renunciando a salir muchas noches con sus amigas, acostándose a las tantas de la mañana, todos esos esfuerzos para que su nota fuera un mísero siete. No lo entendía. Y no estaba dispuesta a aceptarlo. Solicitó una tutoría, pero estaba a punto de terminar el curso y la revisión de exámenes estaba llegando a su fin. Lo intentó de varias formas, pero en secretaría le dijeron que era demasiado tarde.
-Olvídate, chica. No merece la pena. La revisión de exámenes no suele servir de nada. Los profesores no pueden crear un peligroso precedente. Te lo decimos en confianza. Además, has aprobado ¿no? ¿qué más quieres?
-Al menos tiene que escucharme. Y lo va a hacer, por mis santos ovarios.
El último día de clase acudió como si nada. Se sentó detrás, como siempre. Curiosa la manía de todos en la universidad de sentarse en los mismos sitios. La clase fue genial, como siempre, aderezada con la emoción de ser la última del curso. Al finalizar, muchos se acercaron a Raúl para agradecerle el semestre y preguntarle si seguiría el año siguiente. “No lo sé, no depende de mí. Me encantaría. Gracias. Me han encantado las clases. Eres un magnífico comunicador. ¿Irás a la cena esta noche con los demás profesores? Después iremos a una discoteca. No lo sé todavía. Depende de muchas cosas. No faltes, va a ir todo el mundo. Al menos tómate una copa con nosotros”, etc, etc.
Alba observaba todo a una distancia prudente, y esperaba su momento. Era como un felino agazapado aguardando el momento adecuado para dar el zarpazo. Y ese momento estaba al llegar. Raúl se despidió de todos y se dirigió a su departamento. Ya era tarde, y la secretaria se había ido. Cuando salió de la puerta con su maletín, allí estaba Alba. De pie. Con una sonrisa forzada. Raúl se quedó sorprendido. Normalmente los estudiantes no entraban hasta allí, a no ser en horario de clases y previa cita. Pero la saludó cordialmente.
-Hola, ¿Qué tal? ¿En qué te puedo ayudar?
-Hola, Raúl. Perdona que te moleste. Y disculpa que te pida un favor el último día. Resulta que hace una semana emitiste las notas y , sinceramente, no estoy de acuerdo con ellas. Realmente, más que en desacuerdo, estoy extrañada. No me las esperaba. Trabajé y estudié mucho para el examen, participé en clase, nunca falté. En definitiva, que estoy bastante enfadada.
-Perdona...no recuerdo tu nombre, ¿Ana? -Dijo Raúl.
-No, Alba. Ana es una de las que se sienta delante. Normalmente solo te sabes los nombres de los que están sentados delante. Sobre todo, de las que están sentadas delante- contestó desafiante.
-Lo siento, no recordaba tu nombre. Perdona, pero creo que tu actitud no es la correcta. Y, además, no creo que este sea el momento para hablar de exámenes. Ya nada se puede hacer. Demasiado tarde. Deberías haber pedido una revisión de examen, ya sabes. Si no te importa, me tengo que ir. -dijo evidentemente incómodo. Se fue en dirección a la puerta de salida y la abrió.
-Yo no he venido a que me cambies la nota. He venido solo a expresar mi descontento y mi decepción. Lo que empezó como una de las asignaturas más interesantes, ha terminado como una gran tristeza. Una vez dijiste en clase que nunca habría que esconder los sentimientos, que todos los grandes escritores los plasmaban en sus obras para escapar de la locura, debido a que eran especialmente sensibles. Lo que he venido a decir es lo que pienso, y sé que no va a cambiar nada. Pero espero que me ayude a dormir algo esta noche -soltó Alba de un tirón.
Raúl se quedó en la puerta, mirándola. Era tal la determinación de su voz que no pudo escapar. Ahora era él el hipnotizado. Y fue un golpe directo a su orgullo, acostumbrado como estaba a las alabanzas. Se quedó sin defensas, y Alba lo aprovechó.
-Aparte de lo que te he dicho, he aprendido mucho. Eres un magnífico profesor. Eres un ejemplo para muchos. Pero eso no significa que personalmente te envidie. De hecho, estoy deseando perderte de vista. Hecho. He dicho lo que nos has enseñado. No me he guardado nada. Buenas noches y buena suerte.
Alba cogió la puerta que mantenía abierta Raúl y salió. Llevaba el corazón a cien. Tenía miedo de las consecuencias por lo que acababa de decir. Pero se sentía liberada. Merecía la pena, creía. Se dirigió a su coche con paso rápido. Una lágrima huidiza se le escapó de un ojo, algo impensable en ella. Le molestaba que alguien fuera capaz de conseguir eso. Sus lágrimas hacía tiempo se habían secado. Sus piernas le temblaban. Solo pensaba en llegar a casa y acostarse. Seguro después estaría bien. Había hecho lo adecuado. No debía quedárselo en su pecho. No debía pasarle como con su padre. Tenía que decir lo que pensaba, porque lo que se guarda se pudre, y la vida es demasiado corta para vivirla con carga extra. Pero quizás se había pasado. ¿No debería haberle mandado un correo? Su cabeza empezó a dudar. Llegó al coche y no daba con las llaves. Se le cayeron al suelo. Y, de repente, notó una presencia detrás de ella.
-Déjame.
Raúl estaba agachado cogiendo las llaves. Estaba bastante oscuro, y no pudo evitar dar un pequeño grito.
-Perdona. No pretendía asustarte. He venido detrás de ti pero ibas tan rápido que me ha costado trabajo alcanzarte. Quería hablar contigo. Hoy ha sido un día intenso, más de lo normal, pero gratificante. Y ahora me encuentro con esta desagradable sorpresa. No tenía ni idea que alguien pudiera estar tan enfadada con uno de mis exámenes. Estoy en shock.
Alba lo miró desafiante, cogió las llaves de su mano, y se dio la vuelta. Entonces Raúl le volvió a hablar:
-De acuerdo. Estás enfadada. Has dicho lo que piensas. ¿Me das la oportunidad de defenderme?
Entonces ella se giró de nuevo y dijo:
-Soy toda oídos.
Raúl la miró, y una mezcla de sentimientos se le alborotaron en su interior. Ver esa cara llena de furia y de carácter le desconcertaba. Y no podía evitar intentar escrutar sus gestos. No podía controlarla, como estaba acostumbrado. Ella le dominaba a él. No pudo evitar sentirse dominado.
-Permíteme que te invite a un café. Hablamos tranquilos. Me cuentas lo que piensas, sin tapujos. Solo puedo prometerte escucharte. -dijo mirándola fijamente.
-No sé si te has dado cuenta, pero son casi las nueve. No es precisamente la hora de tomar café -le dijo desafiante Alba.
-De acuerdo. Esto hay que arreglarlo esta noche. Lo hablamos aquí o te invito a cenar. Tú decides. O me denuncias al departamento. Tu eliges -le contestó con tono suave, casi servil.
-Me muero de hambre. Vamos a cenar. En tu coche. El mío está en reserva. Estoy tiesa -le espetó Alba, sin miramientos.
Raúl la miró. Estaba claro quién estaba ganando a los puntos. Ella lo tenía contra las cuerdas. Estaba haciendo lo que quería con él. Pero no podía contraatacar. Se dejó llevar. Parecía una marioneta. Y no estaba acostumbrado. Era nuevo y frustrante para él.
-De acuerdo. Ven. Mi coche no está lejos. Vamos a cenar a un restaurante italiano, si te parece. Está aquí cerca -Le contestó Raúl.
-Te recuerdo una cosa, por si te has olvidado. Esta noche es la cena de fin de curso. Lo digo por ti. Yo no iba a ir de todas formas- Respondió Alba.
-Yo tampoco, aunque no lo sabe nadie. ¿Puedes decirme cuál es tu razón?- Dijo Raúl.
-Son varias razones. Primera y principal: no tengo un duro. Después, aquello va a estar lleno de lobas y niñatos que parecen todavía adolescentes. Y no tengo verdaderos amigos. Solo compañeros. Así que mi plan era ver una peli fumándome un porro. Así de crudo. Y no es un mal plan. -Contestó Alba.
-Pues parece que al final los dos vamos a cambiar de planes. Vamos.
Los dos llegaron al coche y se subieron. Por una parte, no podían estar más incómodos. Él, por invitar a una estudiante y dejar que entrara en su coche. Ella, por ceder ante el que era hacía diez minutos su enemigo público número uno. Pero, por otra, y no sabían por qué, sabían que este momento era irremediable. Era imposible para los dos resistirse a ver cómo se sentían uno delante del otro. Era como un imán. Según como se ponga o repele de tal forma que es imposible unir o resulta casi imposible separarlo. Y esa sensación cambiaba continuamente con los dos.
Llegaron al restaurante. Había poca gente, y Raúl escogió una mesa apartada. Presentía que iba a ser lo más adecuado. Pidió un agua, y ella una cerveza. Mientras esperaban la pasta, otra ronda. Agua y cerveza.
-Imagino que no tomarás agua con la pasta, ¿no? Si pides vino, me apunto. -Dijo Alba. Su cara parecía más relajada, después de las dos cervezas.
-De acuerdo, pediré una botella. ¿La elijo yo o tú? Lo digo porque me da la impresión que te gusta, ¿cómo lo diría? ...gestionar todo tú -Le dijo con una media sonrisa
Alba soltó una risotada. Era la primera vez que cambiaba de semblante. De repente, la situación pareció cambiar. Ninguno de los dos pensó en los previos a la cena. Raúl no podía distraerse de esos labios que se movían masticando una aceituna. Y Alba no podía evitar mirar sus manos tan cerca de las suyas. Grandes manos, no propias de un profesor. Recias. Eso fue lo primero. Después Raúl no entendía cómo no había prestado antes atención a esa cara. Nada destacaba, pero la combinación de sus facciones la convertían en una chica especialmente atractiva. Alba se dio cuenta de repente que estaba tomando una copa de vino delante del que había sido algunas noches protagonista de sus noches húmedas. Y estaba ahí. Lo podía tocar si quisiera.
La pasta llegó. Comieron mientras contaban anécdotas del curso, y hablaban de otros profesores y alumnos. Las sonrisas surgieron cada vez con más asiduidad. Y el vino se acabó.
-¿Te apetece otra botella de vino? -Dijo Raúl.
-Pensaba que no lo ibas a decir nunca -Respondió Alba.
Las miradas se fueron haciendo cada vez más profundas. Los gestos, menos estudiados, más naturales. Alba se mesaba el pelo, Raúl la observaba embelesado, aunque intentaba en vano hacerse el interesante. Pidieron postre. Tiramisú. Café. "La cuenta, por favor". Al levantarse de la mesa y dirigirse a la salida, Alba casi se cayó al tropezar con una silla. Raúl la agarró de la mano. “Demasiado vino, creo. No deberías haber pedido la segunda botella. Seguro querías aprovecharte de mí. ¡Pero si la has pedido tú!. Sí, pero no te has opuesto como deberías. Tú eres el profesor, y yo solo una inocente alumna”. Los dos se rieron a carcajadas.
Al salir del restaurante, Raúl le dijo:
-Bueno, creo que es hora de irnos. Hemos bebido demasiado. Te llevaré a casa.
-¿A casa? Ni loca. ¿Cuántos años tienes? No me lo has dicho. Son las 11. Vamos a tomar una copa. He visto cuando has abierto la cartera que todavía te quedaba dinero.
Raúl la miró sin saber qué hacer. Sabía que lo correcto, dentro de lo incorrecta que era esa noche, era llevarla a casa. Pero no quería hacerlo. Y acabaron en una terraza de un hotel tomando un cóctel. Alba empezó a bailar de forma sugerente, dejándose llevar por la música árabe chill out que inundaba el lugar. Y cogió a Raúl de la mano. Y lo atrajo para él. La araña ya tenía atrapada a su presa. No había nada que hacer. Raúl no sabía dónde ponerle las manos, pero ella lo dirigió. Alba movía las caderas de forma cadenciosa, como un baile hipnótico antes del ataque final. Y le puso su barbilla encima de los hombros de él. Y respiró cerca de su oído, sin decir nada. Entonces Raúl la atrajo hacia sí, apretándola contra su pubis. Y ella se dejó hacer. El roce era cada vez más intenso. Y entonces las luces se iluminaron y avisaron que la terraza cerraba. Se miraron embrutecidos por el deseo, y Raúl dejó escapar un suspiro. Ella sonrió traviesa, bajando un poco la cabeza.
-Vaya, parece que el destino quiere que la noche termine -dijo ella.
Raúl paró el coche en doble fila en el portal del edificio de Alba. La acompañó a la puerta.
-Bueno, finalmente no me has dicho todo lo que pensabas de mí. Imagino que no te vas a quedar con las ganas de hacerlo. Aquí estoy, dispuesto a escucharte- dijo Raúl.
-Si te digo la verdad, estoy un poco borracha. Y creo que tú más. No creo que sea una buena idea hablar ahora. Pero eso no es malo. Nos obliga a que me invites otro día a almorzar o cenar de nuevo. Y hablaremos. ¿Te parece?
-Pues me parece muy bien ¿Mañana?- Dijo Raúl expectante.
Entonces ella lo atrajo hacia sí, y le agarró por el cuello. Todo se vio a cámara lenta. Cómo sus labios se iban abriendo. Cómo las pupilas de Raúl se dilataban. Cómo los labios se tocaron. Cómo la lengua de Alba salió de su escondite. Cómo Raúl agarró con fuerza su cintura. Cómo sus salivas se mezclaron con pasión. Cómo la piel de Alba se erizó. Cómo el pantalón de Raúl se abultó. Cómo dos puntos estiraron la blusa de Alba. Y cómo se miraron al despegar sus labios. Cómo brillaba el fuego de sus ojos. Hubo un minuto de silencio, mirándose fijamente. Entonces Alba se apartó de él suavemente, y se fue hacia la puerta. Y dijo:
-Mañana.
Tensión sexual no resuelta. Capítulo dos. El examen
Alba estaba muy enfadada. También se sentía decepcionada. Era su último año en la universidad y se había esforzado mucho. Necesitaba tener buenas notas para acceder a una beca que le permitiría hacer unas prácticas en el norte de Europa. Trabajaba también los fines de semana en un bar para sacarse dinero para sus gastos, y poder ahorrar algo en el caso que pudiera irse. Sus padres no podían permitirse ayudarla mucho. Y en el primer trimestre todo le estaba yendo bien. Hasta que falló en una asignatura, una de las que eligió casi por sorteo. Y acertó plenamente. Le encantaba Literatura Hispanoamericana. Le hizo querer leer casi de forma compulsiva a Borges, Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y muchos otros de los que antes ni siquiera había oído hablar. Las clases eran muy interesantes, participativas. Todos los estudiantes estaban encantados. Sobre todo, ellas. En cuanto Raúl, el profesor, empezaba a explicar, se hacía un silencio absoluto. Ojos atentos, miradas embelesadas. Era un profesor muy joven. Acababa de terminar su tesis y estaba haciendo una sustitución. Y, además de ser un buen comunicador, derrochaba energía y ganas. A sus clases no faltaba casi nadie. Y, aparte de todo eso, estaba bueno, muy bueno. Tenía ojos oscuros que daban la impresión de mirar en tu interior y saber lo que estabas pensando. Su mirada fija desarbolaba, y tenía el efecto de una cobra: te hipnotizaba. Su hablar cadencioso y de voz algo ronca y a la vez susurrante acompañaba a los ojos en su labor de seducir sin parecer querer hacerlo. Y su seguridad. En sus palabras y sus gestos. Transmitía tranquilidad. Pero, por otra parte, había algo oculto en su ser, algo misterioso, que en vez de hacerle parecer extraño, le hacía aún más interesante. Todas estaban locas por conocer esa parte. Y ninguna lo comentaba. Todas se sentían las elegidas. Él miraba a todos como si fueran especiales. Pero no se le conocía pareja. Las chicas miraban en su coche por si había sillita de bebé, o lo espiaban a la salida de los encuentros literarios, para ver si quedaba con alguien. Nada. O pedían tutorías, para intentar captar su atención. En vano. Todo eso no hacía sino hacerle parecer más auténtico. Era el botín que todas pensaban cobrarse algún día. Y el final de curso, en la cena con los profesores, era el lugar y momento elegido por muchas. Iba a ser la guerra.
Pero Alba no iba a ser una de las contendientes. Había pasado del amor al odio. Estaba enganchada a él como las demás, pero la calificación del último examen la convirtió en su enemiga más acérrima. No acertaba a entenderlo. Se había esforzado muchísimo: sacando multitud de libros de la biblioteca, renunciando a salir muchas noches con sus amigas, acostándose a las tantas de la mañana, todos esos esfuerzos para que su nota fuera un mísero siete. No lo entendía. Y no estaba dispuesta a aceptarlo. Solicitó una tutoría, pero estaba a punto de terminar el curso y la revisión de exámenes estaba llegando a su fin. Lo intentó de varias formas, pero en secretaría le dijeron que era demasiado tarde.
-Olvídate, chica. No merece la pena. La revisión de exámenes no suele servir de nada. Los profesores no pueden crear un peligroso precedente. Te lo decimos en confianza. Además, has aprobado ¿no? ¿qué más quieres?
-Al menos tiene que escucharme. Y lo va a hacer, por mis santos ovarios.
El último día de clase acudió como si nada. Se sentó detrás, como siempre. Curiosa la manía de todos en la universidad de sentarse en los mismos sitios. La clase fue genial, como siempre, aderezada con la emoción de ser la última del curso. Al finalizar, muchos se acercaron a Raúl para agradecerle el semestre y preguntarle si seguiría el año siguiente. “No lo sé, no depende de mí. Me encantaría. Gracias. Me han encantado las clases. Eres un magnífico comunicador. ¿Irás a la cena esta noche con los demás profesores? Después iremos a una discoteca. No lo sé todavía. Depende de muchas cosas. No faltes, va a ir todo el mundo. Al menos tómate una copa con nosotros”, etc, etc.
Alba observaba todo a una distancia prudente, y esperaba su momento. Era como un felino agazapado aguardando el momento adecuado para dar el zarpazo. Y ese momento estaba al llegar. Raúl se despidió de todos y se dirigió a su departamento. Ya era tarde, y la secretaria se había ido. Cuando salió de la puerta con su maletín, allí estaba Alba. De pie. Con una sonrisa forzada. Raúl se quedó sorprendido. Normalmente los estudiantes no entraban hasta allí, a no ser en horario de clases y previa cita. Pero la saludó cordialmente.
-Hola, ¿Qué tal? ¿En qué te puedo ayudar?
-Hola, Raúl. Perdona que te moleste. Y disculpa que te pida un favor el último día. Resulta que hace una semana emitiste las notas y , sinceramente, no estoy de acuerdo con ellas. Realmente, más que en desacuerdo, estoy extrañada. No me las esperaba. Trabajé y estudié mucho para el examen, participé en clase, nunca falté. En definitiva, que estoy bastante enfadada.
-Perdona...no recuerdo tu nombre, ¿Ana? -Dijo Raúl.
-No, Alba. Ana es una de las que se sienta delante. Normalmente solo te sabes los nombres de los que están sentados delante. Sobre todo, de las que están sentadas delante- contestó desafiante.
-Lo siento, no recordaba tu nombre. Perdona, pero creo que tu actitud no es la correcta. Y, además, no creo que este sea el momento para hablar de exámenes. Ya nada se puede hacer. Demasiado tarde. Deberías haber pedido una revisión de examen, ya sabes. Si no te importa, me tengo que ir. -dijo evidentemente incómodo. Se fue en dirección a la puerta de salida y la abrió.
-Yo no he venido a que me cambies la nota. He venido solo a expresar mi descontento y mi decepción. Lo que empezó como una de las asignaturas más interesantes, ha terminado como una gran tristeza. Una vez dijiste en clase que nunca habría que esconder los sentimientos, que todos los grandes escritores los plasmaban en sus obras para escapar de la locura, debido a que eran especialmente sensibles. Lo que he venido a decir es lo que pienso, y sé que no va a cambiar nada. Pero espero que me ayude a dormir algo esta noche -soltó Alba de un tirón.
Raúl se quedó en la puerta, mirándola. Era tal la determinación de su voz que no pudo escapar. Ahora era él el hipnotizado. Y fue un golpe directo a su orgullo, acostumbrado como estaba a las alabanzas. Se quedó sin defensas, y Alba lo aprovechó.
-Aparte de lo que te he dicho, he aprendido mucho. Eres un magnífico profesor. Eres un ejemplo para muchos. Pero eso no significa que personalmente te envidie. De hecho, estoy deseando perderte de vista. Hecho. He dicho lo que nos has enseñado. No me he guardado nada. Buenas noches y buena suerte.
Alba cogió la puerta que mantenía abierta Raúl y salió. Llevaba el corazón a cien. Tenía miedo de las consecuencias por lo que acababa de decir. Pero se sentía liberada. Merecía la pena, creía. Se dirigió a su coche con paso rápido. Una lágrima huidiza se le escapó de un ojo, algo impensable en ella. Le molestaba que alguien fuera capaz de conseguir eso. Sus lágrimas hacía tiempo se habían secado. Sus piernas le temblaban. Solo pensaba en llegar a casa y acostarse. Seguro después estaría bien. Había hecho lo adecuado. No debía quedárselo en su pecho. No debía pasarle como con su padre. Tenía que decir lo que pensaba, porque lo que se guarda se pudre, y la vida es demasiado corta para vivirla con carga extra. Pero quizás se había pasado. ¿No debería haberle mandado un correo? Su cabeza empezó a dudar. Llegó al coche y no daba con las llaves. Se le cayeron al suelo. Y, de repente, notó una presencia detrás de ella.
-Déjame.
Raúl estaba agachado cogiendo las llaves. Estaba bastante oscuro, y no pudo evitar dar un pequeño grito.
-Perdona. No pretendía asustarte. He venido detrás de ti pero ibas tan rápido que me ha costado trabajo alcanzarte. Quería hablar contigo. Hoy ha sido un día intenso, más de lo normal, pero gratificante. Y ahora me encuentro con esta desagradable sorpresa. No tenía ni idea que alguien pudiera estar tan enfadada con uno de mis exámenes. Estoy en shock.
Alba lo miró desafiante, cogió las llaves de su mano, y se dio la vuelta. Entonces Raúl le volvió a hablar:
-De acuerdo. Estás enfadada. Has dicho lo que piensas. ¿Me das la oportunidad de defenderme?
Entonces ella se giró de nuevo y dijo:
-Soy toda oídos.
Raúl la miró, y una mezcla de sentimientos se le alborotaron en su interior. Ver esa cara llena de furia y de carácter le desconcertaba. Y no podía evitar intentar escrutar sus gestos. No podía controlarla, como estaba acostumbrado. Ella le dominaba a él. No pudo evitar sentirse dominado.
-Permíteme que te invite a un café. Hablamos tranquilos. Me cuentas lo que piensas, sin tapujos. Solo puedo prometerte escucharte. -dijo mirándola fijamente.
-No sé si te has dado cuenta, pero son casi las nueve. No es precisamente la hora de tomar café -le dijo desafiante Alba.
-De acuerdo. Esto hay que arreglarlo esta noche. Lo hablamos aquí o te invito a cenar. Tú decides. O me denuncias al departamento. Tu eliges -le contestó con tono suave, casi servil.
-Me muero de hambre. Vamos a cenar. En tu coche. El mío está en reserva. Estoy tiesa -le espetó Alba, sin miramientos.
Raúl la miró. Estaba claro quién estaba ganando a los puntos. Ella lo tenía contra las cuerdas. Estaba haciendo lo que quería con él. Pero no podía contraatacar. Se dejó llevar. Parecía una marioneta. Y no estaba acostumbrado. Era nuevo y frustrante para él.
-De acuerdo. Ven. Mi coche no está lejos. Vamos a cenar a un restaurante italiano, si te parece. Está aquí cerca -Le contestó Raúl.
-Te recuerdo una cosa, por si te has olvidado. Esta noche es la cena de fin de curso. Lo digo por ti. Yo no iba a ir de todas formas- Respondió Alba.
-Yo tampoco, aunque no lo sabe nadie. ¿Puedes decirme cuál es tu razón?- Dijo Raúl.
-Son varias razones. Primera y principal: no tengo un duro. Después, aquello va a estar lleno de lobas y niñatos que parecen todavía adolescentes. Y no tengo verdaderos amigos. Solo compañeros. Así que mi plan era ver una peli fumándome un porro. Así de crudo. Y no es un mal plan. -Contestó Alba.
-Pues parece que al final los dos vamos a cambiar de planes. Vamos.
Los dos llegaron al coche y se subieron. Por una parte, no podían estar más incómodos. Él, por invitar a una estudiante y dejar que entrara en su coche. Ella, por ceder ante el que era hacía diez minutos su enemigo público número uno. Pero, por otra, y no sabían por qué, sabían que este momento era irremediable. Era imposible para los dos resistirse a ver cómo se sentían uno delante del otro. Era como un imán. Según como se ponga o repele de tal forma que es imposible unir o resulta casi imposible separarlo. Y esa sensación cambiaba continuamente con los dos.
Llegaron al restaurante. Había poca gente, y Raúl escogió una mesa apartada. Presentía que iba a ser lo más adecuado. Pidió un agua, y ella una cerveza. Mientras esperaban la pasta, otra ronda. Agua y cerveza.
-Imagino que no tomarás agua con la pasta, ¿no? Si pides vino, me apunto. -Dijo Alba. Su cara parecía más relajada, después de las dos cervezas.
-De acuerdo, pediré una botella. ¿La elijo yo o tú? Lo digo porque me da la impresión que te gusta, ¿cómo lo diría? ...gestionar todo tú -Le dijo con una media sonrisa
Alba soltó una risotada. Era la primera vez que cambiaba de semblante. De repente, la situación pareció cambiar. Ninguno de los dos pensó en los previos a la cena. Raúl no podía distraerse de esos labios que se movían masticando una aceituna. Y Alba no podía evitar mirar sus manos tan cerca de las suyas. Grandes manos, no propias de un profesor. Recias. Eso fue lo primero. Después Raúl no entendía cómo no había prestado antes atención a esa cara. Nada destacaba, pero la combinación de sus facciones la convertían en una chica especialmente atractiva. Alba se dio cuenta de repente que estaba tomando una copa de vino delante del que había sido algunas noches protagonista de sus noches húmedas. Y estaba ahí. Lo podía tocar si quisiera.
La pasta llegó. Comieron mientras contaban anécdotas del curso, y hablaban de otros profesores y alumnos. Las sonrisas surgieron cada vez con más asiduidad. Y el vino se acabó.
-¿Te apetece otra botella de vino? -Dijo Raúl.
-Pensaba que no lo ibas a decir nunca -Respondió Alba.
Las miradas se fueron haciendo cada vez más profundas. Los gestos, menos estudiados, más naturales. Alba se mesaba el pelo, Raúl la observaba embelesado, aunque intentaba en vano hacerse el interesante. Pidieron postre. Tiramisú. Café. "La cuenta, por favor". Al levantarse de la mesa y dirigirse a la salida, Alba casi se cayó al tropezar con una silla. Raúl la agarró de la mano. “Demasiado vino, creo. No deberías haber pedido la segunda botella. Seguro querías aprovecharte de mí. ¡Pero si la has pedido tú!. Sí, pero no te has opuesto como deberías. Tú eres el profesor, y yo solo una inocente alumna”. Los dos se rieron a carcajadas.
Al salir del restaurante, Raúl le dijo:
-Bueno, creo que es hora de irnos. Hemos bebido demasiado. Te llevaré a casa.
-¿A casa? Ni loca. ¿Cuántos años tienes? No me lo has dicho. Son las 11. Vamos a tomar una copa. He visto cuando has abierto la cartera que todavía te quedaba dinero.
Raúl la miró sin saber qué hacer. Sabía que lo correcto, dentro de lo incorrecta que era esa noche, era llevarla a casa. Pero no quería hacerlo. Y acabaron en una terraza de un hotel tomando un cóctel. Alba empezó a bailar de forma sugerente, dejándose llevar por la música árabe chill out que inundaba el lugar. Y cogió a Raúl de la mano. Y lo atrajo para él. La araña ya tenía atrapada a su presa. No había nada que hacer. Raúl no sabía dónde ponerle las manos, pero ella lo dirigió. Alba movía las caderas de forma cadenciosa, como un baile hipnótico antes del ataque final. Y le puso su barbilla encima de los hombros de él. Y respiró cerca de su oído, sin decir nada. Entonces Raúl la atrajo hacia sí, apretándola contra su pubis. Y ella se dejó hacer. El roce era cada vez más intenso. Y entonces las luces se iluminaron y avisaron que la terraza cerraba. Se miraron embrutecidos por el deseo, y Raúl dejó escapar un suspiro. Ella sonrió traviesa, bajando un poco la cabeza.
-Vaya, parece que el destino quiere que la noche termine -dijo ella.
Raúl paró el coche en doble fila en el portal del edificio de Alba. La acompañó a la puerta.
-Bueno, finalmente no me has dicho todo lo que pensabas de mí. Imagino que no te vas a quedar con las ganas de hacerlo. Aquí estoy, dispuesto a escucharte- dijo Raúl.
-Si te digo la verdad, estoy un poco borracha. Y creo que tú más. No creo que sea una buena idea hablar ahora. Pero eso no es malo. Nos obliga a que me invites otro día a almorzar o cenar de nuevo. Y hablaremos. ¿Te parece?
-Pues me parece muy bien ¿Mañana?- Dijo Raúl expectante.
Entonces ella lo atrajo hacia sí, y le agarró por el cuello. Todo se vio a cámara lenta. Cómo sus labios se iban abriendo. Cómo las pupilas de Raúl se dilataban. Cómo los labios se tocaron. Cómo la lengua de Alba salió de su escondite. Cómo Raúl agarró con fuerza su cintura. Cómo sus salivas se mezclaron con pasión. Cómo la piel de Alba se erizó. Cómo el pantalón de Raúl se abultó. Cómo dos puntos estiraron la blusa de Alba. Y cómo se miraron al despegar sus labios. Cómo brillaba el fuego de sus ojos. Hubo un minuto de silencio, mirándose fijamente. Entonces Alba se apartó de él suavemente, y se fue hacia la puerta. Y dijo:
-Mañana.