Eros-Sigma
Miembro
[Entrada de mi blog personal que comparto con vosotros. Atendiendo a las reglas del foro, por desgracia, no puedo dar públicamente la dirección.]
Aunque reconozco —oh, sorpresa— que soy consumidor de pornografía, hasta hace poco nunca había tenido demasiada afición por los largometrajes, prefiriendo más bien las escenas cortas, procedentes o no (en su mayoría, ni eso) de algún filme.
¿He dicho "nunca"? De hecho, cuando era mozo sí que veía películas porno con cierta frecuencia. Era otra época, en la que o no había internet, o lo que no había era la privacidad suficiente para hacer uso de él como sí puedo hacerlo hoy en día, dueño de mi propia casa —con permiso del banco— y no de un minúsculo dormitorio en la de mis padres, cuya puerta no tenía pestillo. Por aquel entonces, teníamos contratado un servicio de televisión por cable muy popular en la ciudad. Como es lógico, pocos lo admitían, pero uno de sus alicientes era que cierto canal exhibía cine para adultos. Sólo los fines de semana y a altas horas de la madrugada (pocas veces antes de las dos de la mañana), pero ya era algo. En aquellos tiempos, únicamente el antiguo Canal + se atrevía a emitir porno, y el precio del abono era mucho mayor y se limitaba a esa única cadena.
Haciendo uso de unas insospechadas dotes para el sigilo y un desprecio absoluto por el sueño reparador, mi estrategia era la de dejar abierta la puerta del salón antes de que todo el mundo se fuese a la cama, esperar a que todos estuviesen dormidos (leyendo casi siempre; para que luego digan que el porno y la cultura están reñidos) y, llegada la hora, deslizarme cual ninja hasta el salón, cerrar la puerta conteniendo la respiración, encender la tele escogiendo un canal en el que no hubiese ninguna cadena memorizada para que no hiciese ruido, bajar el volumen al mínimo y... regalarme una merecida dosis de amor propio, siempre con un ojo y un oído bien alertas, por si las moscas. Aclaro que tenía la suerte de que el salón y los dormitorios estaban en los respectivos extremos de la vivienda, lo que facilitaba que no se viera ni oyese nada desde estos últimos.
No es que fuese mi primer contacto con las películas "X", pero prácticamente. Fue así como descubrí ese porno italiano oscuro y cutre a sabiendas, el enfoque "chic" de Andrew Blake o las salvajadas de Max Hardcore, y como se incrustaron en mi memoria nombres míticos como los de Peter North, Rocco Siffredi, Silvia Saint o Sarah Young. Y eran todas cintas con guion; no muy bueno muchas veces, lo admito, pero siempre con una historia que contar. Y eso me fascinaba…, sólo que únicamente me di cuenta años después.
Pasó el tiempo y lo hizo para todos. Yo cambié y lo mismo sucedió con la industria. Ahora bien, en lo tocante al porno, ¿el cambio implica evolución? Para gustos los colores, pero mi opinión es que el negocio se ha devaluado. Tal vez genere mucho más dinero que antes y todos los que se mueven en él tengan la cartera más llena, pero, salvo contadas excepciones, mi sensación es parecida a cuando vas a un restaurante de comida rápida: está buena, pero nunca irías allí a celebrar nada.
Mil temáticas; sexo en 4K y con chicas tan perfectas que no parecen humanas; por no hablar de los varones, con la entrada a los "sets" de grabación vetada si sus medidas íntimas bajan de los veinte centímetros. Pocos largometrajes y sí una pléyade de escenas sueltas, cuya duración rara vez va más allá de la media hora, no vaya a ser que el espectador se aburra. Y no me extraña que lo haga, pero ¿es porque la vorágine de la vida se ha extendido al consumo de pornografía? ¿No será más bien que los realizadores han perdido la imaginación? ¿Que para las productoras es más fácil mostrar cacho y punto que ponerle un mínimo de amor a su trabajo?
Sé que puede sonar extraño que hable de falta de imaginación cuando una de las señas de identidad del porno actual es la etiqueta de "extremo". En efecto, nunca hasta hoy se habían explotado tanto los distintos fetiches ni se habían tratado de un modo tan agresivo. Pero insisto: ¿de verdad es eso prueba de imaginación? ¿No será más bien que se utiliza como excusa para ocultar precisamente la ausencia de creatividad?
No soy ningún experto en narrativa, pero, hasta donde yo lo veo, la fascinación del contenido para adultos clava sus raíces en dos elementos. El primero no tiene ningún misterio, porque no es otro que la explicitud. A diferencia del erotismo, la pornografía no se limita a sugerir, sino que enseña, y lo hace sin avergonzarse y sin esconder nada. Pero el segundo es tan importante o más, porque, a diferencia del primero, que no estimula el pensamiento del espectador al mostrárselo todo sin tapujos, éste sí apela a su imaginación, disparando la libido y multiplicando la excitación. Por supuesto, me refiero a la trama, al morbo de la historia que encuadra la escena sexual, que le da contexto y le otorga sentido; al hoy ignorado, despreciado y abandonado argumento. Al guion, en suma.
Y lo dice alguien que, como confesé al principio, quitando esas noches de masturbación furtiva en el salón de la casa familiar, también dio la espalda a los largometrajes durante mucho tiempo, en beneficio de secuencias cortas y un placer más rápido. Y así, afanado en la búsqueda del pragmatismo y el sexo fácil, en su momento me di cuenta de que el género seguía vivo, pero había perdido su espíritu. En apariencia, estaba incluso más en forma que nunca; pero si mirabas dentro, no había alma. Y por mi culpa tanto como por la de los demás.
Volví entonces a interesarme por las películas, sólo para descubrir que, aunque siguen rodándose, cada vez prestan menos atención al guion o, directamente, renuncian a contar cualquier tipo de historia. ¿Quince señores culturistas afroamericanos con penes de no menos de veinticinco centímetros, reunidos en una lujosa mansión de Beverly Hills en torno a una rubia despampanante, cuyo físico debe más a la pericia del cirujano plástico que al ADN combinado de sus padres? ¿Todos desnudos? ¿Ella practicando felaciones mientras dos de los sementales penetran su trasero a la vez desde el segundo uno? Superexcitante, de acuerdo, pero ¿quién es toda esa gente? ¿Cómo han llegado allí? ¿Qué se supone que está pasando?
Por supuesto, hay excepciones; sin embargo, quizá por pura nostalgia, preferí retornar a aquellos filmes de cuando veinteañero; eso que hoy, años y años más tarde, llaman porno vintage. Producciones en las que el sexo sí se enmarca en una historia, en una trama que le da contexto.
¿Que en verdad es una trama de pacotilla? Pues no te digo que no, pero alguien se tomó la molestia de pensarla y deberíamos aplaudirlo. ¿Que la obligación de interpretar —en la medida en que hay que ajustarse a un guion, y más allá de las escenas de mero sexo— deja en evidencia muchas veces a los actores y actrices? También, pero razón de más para darle valor a su trabajo cuando sí es creíble. Y no olvidemos algo que tampoco es baladí: no entiendo mucho de cine, pero no me cuesta nada imaginar que el coste de un rodaje se encarece automáticamente en el momento en que hay un guion. Pensémoslo por un segundo: aunque lo importante sean las secuencias sexuales, en las de diálogo se producirán errores y habrá que repetir tomas, lo que alargará los tiempos de rodaje y postproducción. Y eso por no mencionar la variedad de localizaciones, a veces incluso en exteriores, que también tiene un coste. En resumidas cuentas: cuando un filme para adultos apuesta por la trama, bien puede ser a costa de generar menos ingresos. Otro motivo para reconocer el esfuerzo de los estudios que apostaron (y apuestan todavía, aunque sean los menos) por este tipo de trabajos…, y también para entender porque hoy día están tan abandonados.
P.D. 1: Viva Mario Salieri (si no lo digo, reviento).
P.D. 2: De los doblajes y los titulitos ya hablaremos otro día.
Aunque reconozco —oh, sorpresa— que soy consumidor de pornografía, hasta hace poco nunca había tenido demasiada afición por los largometrajes, prefiriendo más bien las escenas cortas, procedentes o no (en su mayoría, ni eso) de algún filme.
¿He dicho "nunca"? De hecho, cuando era mozo sí que veía películas porno con cierta frecuencia. Era otra época, en la que o no había internet, o lo que no había era la privacidad suficiente para hacer uso de él como sí puedo hacerlo hoy en día, dueño de mi propia casa —con permiso del banco— y no de un minúsculo dormitorio en la de mis padres, cuya puerta no tenía pestillo. Por aquel entonces, teníamos contratado un servicio de televisión por cable muy popular en la ciudad. Como es lógico, pocos lo admitían, pero uno de sus alicientes era que cierto canal exhibía cine para adultos. Sólo los fines de semana y a altas horas de la madrugada (pocas veces antes de las dos de la mañana), pero ya era algo. En aquellos tiempos, únicamente el antiguo Canal + se atrevía a emitir porno, y el precio del abono era mucho mayor y se limitaba a esa única cadena.
Haciendo uso de unas insospechadas dotes para el sigilo y un desprecio absoluto por el sueño reparador, mi estrategia era la de dejar abierta la puerta del salón antes de que todo el mundo se fuese a la cama, esperar a que todos estuviesen dormidos (leyendo casi siempre; para que luego digan que el porno y la cultura están reñidos) y, llegada la hora, deslizarme cual ninja hasta el salón, cerrar la puerta conteniendo la respiración, encender la tele escogiendo un canal en el que no hubiese ninguna cadena memorizada para que no hiciese ruido, bajar el volumen al mínimo y... regalarme una merecida dosis de amor propio, siempre con un ojo y un oído bien alertas, por si las moscas. Aclaro que tenía la suerte de que el salón y los dormitorios estaban en los respectivos extremos de la vivienda, lo que facilitaba que no se viera ni oyese nada desde estos últimos.
No es que fuese mi primer contacto con las películas "X", pero prácticamente. Fue así como descubrí ese porno italiano oscuro y cutre a sabiendas, el enfoque "chic" de Andrew Blake o las salvajadas de Max Hardcore, y como se incrustaron en mi memoria nombres míticos como los de Peter North, Rocco Siffredi, Silvia Saint o Sarah Young. Y eran todas cintas con guion; no muy bueno muchas veces, lo admito, pero siempre con una historia que contar. Y eso me fascinaba…, sólo que únicamente me di cuenta años después.
Pasó el tiempo y lo hizo para todos. Yo cambié y lo mismo sucedió con la industria. Ahora bien, en lo tocante al porno, ¿el cambio implica evolución? Para gustos los colores, pero mi opinión es que el negocio se ha devaluado. Tal vez genere mucho más dinero que antes y todos los que se mueven en él tengan la cartera más llena, pero, salvo contadas excepciones, mi sensación es parecida a cuando vas a un restaurante de comida rápida: está buena, pero nunca irías allí a celebrar nada.
Mil temáticas; sexo en 4K y con chicas tan perfectas que no parecen humanas; por no hablar de los varones, con la entrada a los "sets" de grabación vetada si sus medidas íntimas bajan de los veinte centímetros. Pocos largometrajes y sí una pléyade de escenas sueltas, cuya duración rara vez va más allá de la media hora, no vaya a ser que el espectador se aburra. Y no me extraña que lo haga, pero ¿es porque la vorágine de la vida se ha extendido al consumo de pornografía? ¿No será más bien que los realizadores han perdido la imaginación? ¿Que para las productoras es más fácil mostrar cacho y punto que ponerle un mínimo de amor a su trabajo?
Sé que puede sonar extraño que hable de falta de imaginación cuando una de las señas de identidad del porno actual es la etiqueta de "extremo". En efecto, nunca hasta hoy se habían explotado tanto los distintos fetiches ni se habían tratado de un modo tan agresivo. Pero insisto: ¿de verdad es eso prueba de imaginación? ¿No será más bien que se utiliza como excusa para ocultar precisamente la ausencia de creatividad?
No soy ningún experto en narrativa, pero, hasta donde yo lo veo, la fascinación del contenido para adultos clava sus raíces en dos elementos. El primero no tiene ningún misterio, porque no es otro que la explicitud. A diferencia del erotismo, la pornografía no se limita a sugerir, sino que enseña, y lo hace sin avergonzarse y sin esconder nada. Pero el segundo es tan importante o más, porque, a diferencia del primero, que no estimula el pensamiento del espectador al mostrárselo todo sin tapujos, éste sí apela a su imaginación, disparando la libido y multiplicando la excitación. Por supuesto, me refiero a la trama, al morbo de la historia que encuadra la escena sexual, que le da contexto y le otorga sentido; al hoy ignorado, despreciado y abandonado argumento. Al guion, en suma.
Y lo dice alguien que, como confesé al principio, quitando esas noches de masturbación furtiva en el salón de la casa familiar, también dio la espalda a los largometrajes durante mucho tiempo, en beneficio de secuencias cortas y un placer más rápido. Y así, afanado en la búsqueda del pragmatismo y el sexo fácil, en su momento me di cuenta de que el género seguía vivo, pero había perdido su espíritu. En apariencia, estaba incluso más en forma que nunca; pero si mirabas dentro, no había alma. Y por mi culpa tanto como por la de los demás.
Volví entonces a interesarme por las películas, sólo para descubrir que, aunque siguen rodándose, cada vez prestan menos atención al guion o, directamente, renuncian a contar cualquier tipo de historia. ¿Quince señores culturistas afroamericanos con penes de no menos de veinticinco centímetros, reunidos en una lujosa mansión de Beverly Hills en torno a una rubia despampanante, cuyo físico debe más a la pericia del cirujano plástico que al ADN combinado de sus padres? ¿Todos desnudos? ¿Ella practicando felaciones mientras dos de los sementales penetran su trasero a la vez desde el segundo uno? Superexcitante, de acuerdo, pero ¿quién es toda esa gente? ¿Cómo han llegado allí? ¿Qué se supone que está pasando?
Por supuesto, hay excepciones; sin embargo, quizá por pura nostalgia, preferí retornar a aquellos filmes de cuando veinteañero; eso que hoy, años y años más tarde, llaman porno vintage. Producciones en las que el sexo sí se enmarca en una historia, en una trama que le da contexto.
¿Que en verdad es una trama de pacotilla? Pues no te digo que no, pero alguien se tomó la molestia de pensarla y deberíamos aplaudirlo. ¿Que la obligación de interpretar —en la medida en que hay que ajustarse a un guion, y más allá de las escenas de mero sexo— deja en evidencia muchas veces a los actores y actrices? También, pero razón de más para darle valor a su trabajo cuando sí es creíble. Y no olvidemos algo que tampoco es baladí: no entiendo mucho de cine, pero no me cuesta nada imaginar que el coste de un rodaje se encarece automáticamente en el momento en que hay un guion. Pensémoslo por un segundo: aunque lo importante sean las secuencias sexuales, en las de diálogo se producirán errores y habrá que repetir tomas, lo que alargará los tiempos de rodaje y postproducción. Y eso por no mencionar la variedad de localizaciones, a veces incluso en exteriores, que también tiene un coste. En resumidas cuentas: cuando un filme para adultos apuesta por la trama, bien puede ser a costa de generar menos ingresos. Otro motivo para reconocer el esfuerzo de los estudios que apostaron (y apuestan todavía, aunque sean los menos) por este tipo de trabajos…, y también para entender porque hoy día están tan abandonados.
P.D. 1: Viva Mario Salieri (si no lo digo, reviento).
P.D. 2: De los doblajes y los titulitos ya hablaremos otro día.