El Hombre de la Casa

Phoenix1986

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10 Dic 2023
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Relato escrito por mi y publicado originalmente en todorelatos.

Tengo pensado publicar un capítulo a la semana.


CAPÍTULO 1: LA PISCINA NUEVA

-¡Que orgullosa estoy, Roberto! -dijo mi madre.- ¡Te mereces estas vacaciones de verano como el que más!

Mi madre estaba contenta, como era difícil verla últimamente. Yo había sacado unas notas más que dignas y el verano llegaba muy prometedor. Era una sensación fantástica y me alegré de verla sonreír. A mi madre le costaba mucho hacerlo desde que mi padre cayó en un coma muy profundo por culpa de un accidente de tráfico que no fue culpa suya. De eso hacía un año y medio, y mi padre seguía inconsciente. Siempre nos acordábamos de él y nos preguntábamos si volveríamos a verle despierto alguna vez. Mi madre iba al hospital como mínimo dos veces a la semana, le traía flores, le hablaba, le cogía la mano… Mis dos hermanas y yo ya no íbamos tan a menudo como cuando el accidente era reciente, pero siempre lo teníamos presente.

En fin, no quiero empezar hablando de nuestro drama familiar. Solo os quería situar, ya que mi historia tiene realmente un tono diferente. Me llamo Roberto y, en este inicio que os he contado, corría el año 2009 y faltaban unas pocas semanas para cumplir mis 18 años. Mi madre es una persona fantástica que se llama Luisa y en aquella época tenía tan solo 43 años. Ya sé qué estaréis pensando… ¿Una madre de 43 años con un hijo tan mayor? La verdad es que sí, y aún es más sorprendente cuando uno tiene en cuenta que tengo una hermana mayor que ya estaba terminando la carrera. Por lo tanto, sí: mi madre la tuvo solo con veinte escasos años. Aparte de esa hermana mayor (que se llama Laura), también tengo una hermana más joven que yo (que se llama Marta) y que por aquel entonces iba al instituto.

Yo no tenía amigos íntimos, solo un muy buen amigo: Juan. El resto de chicos eran solo de colegueo, a nadie más le contaba mis penas típicas de la edad que a él. Como todo chico adolescente heterosexual, tenía una chica por la que suspiraba a menudo: En mi caso se llamaba Ainara y también iba a mi clase. Nos llevábamos bien y eramos algo amigos, aunque me hubiera gustado una relación más estrecha con ella...

-Hijo -dijo mi madre con su radiante alegría y orgullo por su niño.- Te vamos a montar la mejor fiesta de cumpleaños de tu vida.. ¡Hasta ahora, quiero decir!

-¡Jaja, seguro que sí, mamá, pero no hace falta que te agobies por mi!

Por mi madre sentía, siento y sentiré siempre, un eterno agradecimiento por darme siempre todo lo que podía y querernos muchísimo a los tres.

-No me voy a agobiar, cielo, pero va a ser fantástico… -me dijo.- ¿Sabes qué?

-¿Qué? -pregunté yo interesado.

-El día de tu cumple también… -estaba conteniendo su entusiasmo.- ¡Estrenaremos la piscina! Haremos la fiesta allí y te puedes traer todos los amigos que quieras ¿Vale?

-Jo, mami -dije yo sorprendido.- ¡Qué pasada!

-¿Verdad que sí?

Vivimos en una casa pequeña de dos pisos en un pueblo cercano a Barcelona. Nuestro nivel económico es medio pero siempre que tenemos algo ahorrado mi familia se permite un capricho. Mi madre trabaja de maestra de primaria porque se le dan genial los chiquillos, mi padre trabajaba de contable y en aquel momento cobrábamos el equivalente a su sueldo por su incapacidad laboral. La casa donde vivimos tiene un pequeño jardín en el que nos estaban instalando una fantástica piscina que estaría lista justo para poderla disfrutar aquel verano. Mi madre me había sorprendido muy gratamente. Una fiesta en la piscina siempre es muy tentadora, sobretodo si me puedo traer amigos. Y si pudiera venir Ainara… Sonreí atontado. Ver la chica que te gusta en bikini siempre es una gran noticia para un chaval de 18 años.​

. . .​

El día se acercaba y me encontraba colgando el teléfono con cierto mosqueo.

-¡Vaya mierda! -dije un poco cabreado por la situación.

-Hijo, tranquilo, ellos vendrían y seguro que les sabe mal no poder ir.

Los compañeros de mi clase que había llamado por teléfono no podían venir a la fiesta (solo había llamado a los tres o cuatro con quien verdaderamente me llevaba bien, no quería medio-amigos que solo vinieran a gorronear de mi piscina). Cada uno tenía un buen motivo: viajes, chalets en el Pirineo… Juan concretamente estaba obligado a pasar aquellos días en el pueblo de su madre. Solo me faltaba marcar un número: el de Ainara. Pero si venía ella sola la situación me cortaría un poco... Pero daba igual: me apetecía verla.

-Mamá… solo falta llamar a Ainara -mi madre la conocía como amiga mía.- Si ella tampoco puede, cancelamos la fiesta…

-Hijo, cálmate -decía mi madre con tono tranquilizador.- Marta y Laura no te van a fallar, no se lo quieren perder por nada del mundo.

-Bien por ellas… -dije con desánimo.- Voy a llamar a Ainara.

Después de colgar el teléfono habiendo hablado con ella, mi madre me preguntó:

-¿Y bien?

-Al menos una invitada sí que tendremos -le dije un poco más tranquilo.​

. . .​

Y llegó el gran día. Aquel día me levanté a media mañana, como hago casi siempre cuando estoy de vacaciones. Mi madre me esperaba en la cocina y cuando me vio se sobresaltó:

-¡Feliz cumpleaños Roberto! -dijo mientras se levantaba de la silla y dejaba el café en la mesa para venir a abrazarme. Me apretujó mucho contra ella y noté sus grandes pechos presionándose contra mi. No llevaba sujetador, solo el camisón con el que había dormido. Mientras me abrazaba me acarició el pelo y dijo:- ¡Que mayorcito ya!

-No es para tanto, mamá -contesté yo feliz.- Solo son dieciocho.

-Cada año es importante, -filosofó ella deshaciendo el abrazo- de hecho cada día es importante. ¡La vida es importante y hay que celebrarla siempre! -hizo una pausa considerando que quizás me estaría aburriendo con esas reflexiones.- ¿Preparado para la fiesta?

-¡Eso creo! -dije con una sonrisa.

Me informó que sería después de comer y me ordenó que no saliera al jardín hasta aquel momento, ni que tampoco fuera a mi habitación desde donde habría visto toda la preparación, ya que la ventana daba allí. Me sugirió que podía quedarme jugando a la videoconsola el resto de la mañana. Por lo visto debían de estar decorando el jardín para la fiesta aunque con la piscina que estrenaríamos aquel día no se me ocurría porque haría falta más decoración.

Cuando Marta, mi hermana más joven, se levantó de la cama y me vio en el sofá del salón, un poco absorto con la consola, se me tiró encima haciendo que estuviera a punto de perder la partida:

-¡¡Tete!! -gritó efusivamente- ¡¡Feliz cumple!!

-¡Jaja! -me reí dejando el mando, devolviéndole el abrazo y haciéndole cosquillas como venganza por distraerme de mi videojuego.- ¡Gracias hermanita! -gritaba yo mientras tanto- ¡Pero muy mal por interrumpirme así la partida!

-¡Jaja! -Se reía ella.- ¡Vale, tete, me rindo! ¡Perdóname! -se movía mucho y se contoneaba para esquivar mis dedos, que se movían por sus costados. Tanto que, por puro azar, mi mano palpó algo de carne un poco más blanda que la del resto, con un bulto más abundante de lo que me habría esperado. Nos quedamos los dos parados y quité rápidamente la mano. ¿Desde cuando Marta tenía esas tetas? No había sido consciente de que las tenía. Y con el pijama corto (pero ancho) que llevaba no se podía apreciar el tamaño.

No dijimos nada más, pero creo que los dos nos dimos cuenta del “incidente” con las cosquillas y ella se retiró a desayunar un poco avergonzada. Decidí no darle importancia y seguir jugando.

-Enano, ¡Feliz cumpleaños! -esa era Laura, mi hermana mayor. Solo lo dijo paseando por delante de mi, entre yo y la tele para molestar un poco adrede. Iba vestida con una camiseta larga y roja sin mangas que le cubría hasta medio muslo.

-Gracias, Laura -me tomé un poco de tiempo en sonreírle por su detalle de amabilidad e hice el gesto de ver mejor la pantalla para ver el trozo que ella me tapaba. De Laura no esperaba que se me tirara encima como Marta.

La hora de comer llegó y, cuando mi madre ya estaba a punto de salir de la cocina, llamaron al timbre. No sabía quien podría ser, ya que Ainara no tenía que llegar hasta la tarde. Apagué la consola y fui a abrir:

-¡Hola, hombretón! -dijo mi tía cuando me vio tras abrir la puerta.- ¡Feliz cumple!

-¡Tía Isa! -dije con agradable sorpresa.

-¿Creías que me lo iba a perder?

Nos abrazamos. Hacía varios días que no la veía. Ella viene a visitarnos algunas veces al mes para vernos, sobretodo desde lo de mi padre. Después de darme un besazo en la mejilla me preguntó:

-¿Qué hay para comer?

Conversamos animadamente de muchas cosas durante la comida. Aquellas cuatro mujeres eran mi familia más cercana, y nos manteníamos bastante unidos a raíz de lo de mi padre. Mi tía era la persona de más confianza de mi madre, y era a ella a quien le lloraba cuando no podía más. Era mi tía quien la ayudaba a encontrar fuerzas para seguir adelante. El día de mi cumpleaños hablaban, más que como hermanas, como amigas cotillas:

-¿Entonces ya no estás con aquel chico? -preguntaba mi madre con interés.

-No, Luisa… -contestaba mi tía.- Bueno, a veces nos vemos pero ya sabes que estoy mejor así… Y como tengo otros buenos amigos…

-Jajaja -rió tímidamente mi madre.- Luego me lo sigues contando…

Yo estaba intrigado porque me pareció entender que estaban hablando de sexo descaradamente: más concretamente de la vida sexual de mi tía. Mi tía es cuatro años más joven que mi madre y se parecen bastante físicamente, excepto por algunas diferencias. Las dos tienen los mismos ojos verdes y marrones que yo he heredado y el pelo igual de castaño oscuro. El pelo de mi tía es liso y el de mi madre un poco ondulado. Tienen la misma nariz (que también comparten con mis hermanas) y unas facciones parecidas, aunque las de mi tía con una forma un poco más estilizada.

La verdad es que las cuatro son muy guapas por herencia familiar. Mis hermanas y yo eramos muy jóvenes por aquel entonces, pero Laura ya era toda una mujer atractiva que, por lo que tengo entendido, ya tenía bastante éxito entre los chicos. Marta estaba dejando de ser la niña monísima que había sido para volverse toda una mujercita preciosa. Mi tía Isabel era el mismo tipo de chica que mi hermana mayor, con unos cuantos años más pero joven en apariencia. Mamá en cambio ya iba para ser una madura muy elegante y guapa.

La comida terminó y llegó el gran momento. Mi madre lo anunció efusivamente:

-¡Bueno familia! -dijo mi madre.- ¡Todo el mundo a ponerse el bañador y nos encontramos todos en la piscina!

-Yo ya lo llevo puesto -dijo mi tía retirándose un poco el tirante de su camiseta para mostrar el tirante del bikini marrón y naranja que llevaba debajo. Me gustó ese gesto y me fijé en como iba vestida, llevaba una camiseta sin mangas que la marcaba las formas y un pecho contundente, rematada con un ligero escote. Algo se removió en mi interior y sentí una chispita caliente en mi estómago.

Mientras iba a mi habitación a ponerme el bañador sonó el timbre.

-¡Ya voy yo! -oí que gritaba mi madre.

Debía de ser Ainara. Me cambié rápido y volví corriendo preparado para la piscina. Ainara ya estaba en el salón con mi madre. Cuando me vio me saludó:

-¡Robe! -dijo sonriendo.- ¡Felicidades!

-Gracias, Aina -dije esperando que no se me notara mi fascinación por ella.

Ainara no estaba considerada, ni mucho menos, la chica más guapa de la clase. De hecho decían que de cara era solo normalilla, pero a mi me encantaba. Tenía el pelo castaño claro ondulado hasta el cuello y se le abría hacia los lados y hacia detrás dándole una forma muy divertida. Sus ojos eran un poco achinados y sus facciones delgadas. Las curvas de su cuerpo eran en verdad lo que más me atraía de ella. Años atrás fue la primera chica de la clase en crecerle tetas. Eso la convirtió en bastante popular aunque ella se acomplejó un poco y no se sintió cómoda con la situación. A los dieciséis años ya las tenía bien grandecitas y, aunque a los dieciocho ya no fuese la más tetona de la clase, seguía destacando un bastante. También tenía unas buenas caderas. Aquel día iba con un vestido ligero y cómodo, en el que se intuía el bikini debajo.

Mi madre no se había puesto aún el bañador pero nos acompañó a la piscina y por fin pude ver lo que habían estado haciendo toda la mañana en el jardín: Había globos colgados por todas partes y un cartel hecho con letras de colores que decía “¡Feliz cumpleaños Robe!”. También había mesas con platos de plástico llenos de ganchitos. Sonreí:

-Muchas gracias mamá, de verdad -le dije.

Llegaron Laura y Marta ya en bikini, me acerqué a ellas para darles las gracias también. La chispa que había notado en mi estómago antes, se repitió encendiendo una pequeña llama en mi interior. Vi a Laura con un bikini rojo oscuro con triángulos en la parte del pecho, aguantando sus tetas redondas y más bien medianas aunque lo suficiente abultadas como para llamar la atención, con una apariencia exquisita. Un vientre plano de gimnasio y unas caderas deliciosas. Desde delante no le veía el culo, pero me dije mentalmente que tenía que hacerlo en cuanto se girase.

Marta iba con un bikini azul marino de una sola pieza a la parte de arriba, por lo que no enseñaba tanto como mi otra hermana. A pesar de esto, era igualmente impresionante: apuntaba a ser una tremenda tetona. Ahora entendía lo que le había palpado por accidente aquella misma mañana: en poco tiempo estaban creciendo mucho y quien sabe cuando se detendrían. Ella no iba al gimnasio como Laura, por lo que no estaba tan fibrada, pero su vientre y cintura eran delgadas (casi tanto como los de Laura) y sus caderas solo un poco más anchas. Sus curvas y formas se transformaban en una tentación día a día y yo había tardado demasiado en enterarme.

-¡Joder, que bien ha quedado la piscina! -oí que decía la voz de mi tía.

Me giré y la vi saliendo por la puerta trasera de casa. También iba ya solo en bikini: era parecido al de Laura de forma, pero de color era marrón y naranja. Su cuerpo también se asemejaba al de mi hermana mayor, aunque era todo un poco más grande. Sin temor a exagerar, debo decir que me pareció una especie de diosa griega. Curvada, atlética y voluptuosa a la vez. Sus pechos grandes, naturales y firmes destacaban por encima de todo. Las caderas eran anchas aunque no tanto como las de Marta, y si un poco más que las de Laura que constaté que era la más delgada de todas. En mis adentros la llama del deso ardía con furia.

Ainara, mientras yo estaba casi colapsado por ver tanta belleza en un mismo sitio, se estaba quitando el vestido. Cuando terminó se dirigió a nosotros y la pude ver también a ella. Su bikini era blanco con dibujos varios de florecillas, muy mono. Sus tetas podían competir perfectamente con las del resto de chicas de mi familia, más grandes que las de Laura y Marta (aunque Marta iba en camino de superarla cuando tuviera su edad) pero más pequeñas que las de tía Isa. A pesar de todo, ella no era una novedad para mi y no me impresionó tanto: la había visto ya aquel mismo verano en bikini, yendo a la playa con más amigos. En cambio con mi tía y mis hermanas nunca me había sentido de aquella manera. Hacía desde el verano anterior que no las veía en bikini y, aparte de una agradable sensación que siempre provoca una chica ligera de ropa, no recordaba tal impacto visual como el del día de mi cumpleaños.

-Robe, tu madre nos ha dado permiso para empezar a bañarnos mientras ella se cambia… -dijo tía Isa como si estuviera reclamando que mi vista fuera a sus ojos.- Es tu fiesta así que si quieres ser el primero…

-¡Guay! -dije disimulando mi impresión y volviendo en si, intentando no tener una erección allí mismo.

-¡Pero antes una ducha! -dijo mi tía con un ligero tono de autoridad.

-Claro -respondí yo, dándolo por obvio.- ¡Allá voy!

Me duché rápido y me tiré al lado fondo de la piscina. Mis hermanas y Ainara fueron detrás de mi y en unos segundos los cuatro estábamos en el agua. Marta y Laura se fueron a nadar riéndose como crías y Ainara se relajó, dejándose llevar por el vaivén del agua en movimiento. Aquellas cuatro hembras me tenían muy caliente pero aún no había llegado a mi máximo. No sabía lo que me esperaba.

Cuando apareció mi madre por la puerta, saliendo de casa para llegar al jardín, literalmente aluciné. Ella desprendía algo especial: Su cintura no era tan estrecha como la de mi tía pero sus formas de mujer se mantenían estoicamente en su sitio a pesar de haber tenido ya tres hijos. Sus tetas eran incluso más grandes que las de mi tía y, además, se adivinaba que tenían una forma exquisita bajo aquel bikini que parecía encerrarlas bajo presión. Sus caderas también se ensanchaban un poco más que las del resto de chicas de mi familia. Para mi ella era la mejor. No supe qué cara poner, pero noté como mis ojos se abrían mucho al tiempo que mi erección, a pesar del agua fresca, se transformaba en irrefrenable. Entonces vi que ya no podía más. Por primera vez en la vida comprendí que mi cuerpo de dieciocho años, en pleno apogeo hormonal adolescente, en pleno verano, rodeado de chicas semidesnudas bañándose en una piscina, necesitaba acción.

Ainara se acercó a mi nadando y me dijo:

-¿Echamos una carrera?

-Ahora mismo no me apetece… -dije yo.

-¡Ja! Eso es que tienes miedo de perder -se burló ella,- gallina…

-Jeje… -me reí yo falsamente- Estamos de vacaciones… ¡Esfuerzo mínimo, Aina!

-Cuando quieres eres un soso -dijo ella.- En fin.

Se fue a nadar dando vueltas a la piscina. Mi madre y mi tía también entraron al agua. Hice el esfuerzo mental de serenarme. Necesitaba pensar en cualquier otra cosa y que aquella erección bajara para poder salir del agua sin atraer miradas escandalizadas. Cuando lo estaba haciendo, concentrado en lo mío, noté que alguien me agarraba por detrás y me aprisionaba entre sus brazos, aparte de unos pechos que se apretaban a mi espalda:

-¡Ahora te he pillado yo! -dijo mi hermanita Marta.- No te escaparás de mis cosquillas…

Empezó a cosquillearme y yo no sabía que hacer. Me había cogido por sorpresa y me estaba haciendo reír. Por otra parte me molestaba aquella interrupción para solucionar mi problema. Y además, tanto contacto piel con piel con la chica a la que a penas hacía unas horas le había tocado una teta, aunque fuera mi hermana, me estaba poniendo peor. No podía llamar la atención ni enfadarme porque todas me hubieran preguntado si tenía algún problema y yo hubiera pasado una vergüenza tremenda. Tenía que quitármela de encima como fuera. Me giré, le devolví las cosquillas para ganarle terreno, sin decir apenas nada. Ella se encaró más y se tiró en plancha para inmovilizarme, toda encima de mi cuerpo. Noté como con su vientre me presionaba la polla y la expresión de su cara cambiaba a la de sorpresa: lo había notado, sin duda.

Se separó de mi disimulando, como si el juego ya hubiera acabado, mirándome de reojo. Yo no podía más, tenía que salir de allí sin ser muy observado. Miré como Ainara estaba relajada flotando en la superficie del agua. Vi a Marta alejándose, nadando hacia Laura para cambiar de compañero de juegos. Vi a mi madre y a mi tía hablando sentadas en la zona de la piscina donde había las escaleras para bajar andando. Tenían medio cuerpo fuera del agua y me fijé en sus bikinis, que guardaban aquellos dos pares de pechos divinos y generosos. Fuera como fuera, nadie me miraba y decidí salir por la escala de metal donde no estaba ninguna de ellas.

Caminé hacia la entrada de mi casa y, de reojo, pude ver como Marta le contaba algo a Laura con cara de preocupada y esta última me miraba. Yo intentaba disimular mi paquete pero se me hacía muy difícil… creo que me vio de pleno. Cuando ya estaba a punto de entrar oí la voz de Ainara:

-¡Robe! ¿Donde vas?

-Al baño -respondí yo sin decir ninguna mentira.- Ahora vuelvo…

-¡No vayas a la cocina, cielo! -dijo mi madre.

-Tranquila mamá… -grité ya desde dentro de la casa. No pensaba ir, el pastel que tuvieran allí ya lo vería luego, ahora tenía otra necesidad.

Cuando llegué al baño me saqué rápido la polla del bañador. La vi enorme. Dura, contundente y ancha. Estaba totalmente descapullada, no recordaba haberla visto nunca de aquella manera. Me toqué por pura necesidad, me la agarré y me la acaricié haciéndome estremecer de gusto. Me masturbé aumentando la velocidad por momentos. No podía dejar de pensar en los muchos pares de tetas retenidas en ceñidos bikinis que me habían provocado aquel calentón. Deseaba estrujarlas, chuparlas, comérmelas, ahogarme en ellas, poner mi polla en su canalillo… Me corrí con mucha intensidad echándolo todo en el inodoro. La leche que me salió fue muy abundante y me dio un gran placer. Disfruté de un buen orgasmo allí encerrado.

No había pasado mucho tiempo. Como antes de tocarme estaba a reventar había podido ir rápido y terminar pronto, así que no sospecharían nada. Volví a la piscina y la escena seguía prácticamente igual. Me volvieron los sofocos pero pude estar un poco más centrado y tranquilo, controlándome para no tener otra erección. Finalmente no hubo ningún otro incidente y la fiesta terminó muy bien. Mi madre, aparte de ganchitos y refrescos, sacó un pastel que estuvo delicioso y me sentí muy feliz, aunque una sensación rara me acompañaba en cada momento.​

. . .​

Los días siguientes los pasé masturbándome como un loco. Cada vez que veía a una familiar mía en la piscina sentía aquella sensación y tenía que aliviarme. Yo ya había sido un chico fogoso antes de eso (mi mediana de pajas era de una al día). A partir de aquel decimoctavo cumpleaños, una al día era un mínimo que superaba a menudo, y a veces con creces. Dos al día o incluso tres. La dinámica de aquellos días era aquella, hasta que llegó un día clave en la historia de mi vida. Yo no me lo imaginaba, pero marcaría un antes y un después.

Fue un día muy caluroso y el anochecer llegó igual de cálido. Mis hermanas tenían muchas amigas que no se habían marchado al pueblo ni tampoco de viaje, así que pasaban muchas horas fuera de casa para quedar con ellas. Yo no tenía prácticamente nadie con quien quedar, así que aquella noche no saldría, a diferencia de mis hermanas, que las dos habían quedado con amigas respectivas para quedarse a dormir en sus casas.

Cuando llegó la hora se fueron de casa y me quedé con mi madre recogiendo la mesa de la cena. Nos fuimos al sofá a sentarnos y a ver que daban por la tele. Mi madre iba todo lo destapada que podía para combatir el calor, pero sin enseñar nada más que un buen escote y unos buenos muslos. Me ponía malo. Yo iba directamente sin camiseta y solo con un pantalón de chándal muy corto. En cinco minutos de ver la aburrida programación de aquella noche, me dijo:

-¡Que calor… es realmente insoportable hasta de noche!

-Pues sí -le respondí casi sin ganas.- Pero bueno, lo prefiero al frío.

-Siempre te ha gustado más el verano ¿Eh? -dijo ella, pícara.- ¿Por algo en especial?

-Joder, mamá… -dije yo como si mi opinión fuera obvia.- Las vacaciones, la playa, levantarse tarde…

-Ya… -me interrumpió ella.- Y que las chicas van más ligeras de ropa ¿no?

-¡Mamá! -dije yo, sonrojándome.- No seas absurda…

-Claro, claro -dijo ella irónica.- Tu no te fijas en esas cosas… -me guiñó un ojo.

-En fin… -suspiré yo.

-Te aburro ¿no? -preguntó ella.- La mayoría de amigos tuyos están fuera y te tienes que quedar aquí aburrido…

-No pasa nada mamá -respondí.- Tampoco hablamos tan a menudo así que está bien.

-¡Ay, que bueno que me digas esto, Roberto! -se alegró ella- ¿Quieres que tomemos algo?

-¿Como qué? -respondí intrigado- ¿Un refresco?

-De hecho pensaba en… -y se levantó para ir a al cocina. Cuando volvió lo hizo con una botella de vino y dos copas.- Esto.

-¡Caray mamá! -me sorprendí.- Que buena idea…

-Pero no bebas mucho ¿eh? -dijo poniéndose en plan protector- Por muy mayor de edad que seas, sigues siendo mi hijo…

Nos servimos una copa cada uno y bebimos. Yo iba bastante lento pero mi madre se terminó la suya enseguida y se la volvió a llenar. La conversación mejoró notablemente. Me gustaba ver a mi madre un poco más animada que de costumbre, aunque solo fuera a ratos. Yo creo que empezaba a digerir el trauma que suponía lo de mi padre y empezaba a entender que, pasara lo que pasara, tenía que seguir adelante. Estuvimos hablando un buen rato y mi madre se sirvió la tercera copa. Hablamos de posibles futuros viajes cuando nos recuperáramos económicamente de la piscina. Le conté sobre la música que últimamente escuchaba y que le propondría a Laura que me llevara a algún concierto aquel verano en su coche. Pasaron practicamente horas así y la cuarta copa de mi madre vino más llena que las otras. Yo me terminaba la segunda cuando se nos acabaron los temas. Mi madre respiraba pareciendo sofocada y dijo:

-Realmente hace un calor horrible…

La miré fijamente. No era ningún descubrimiento que ella me gustaba, pero me asombró la manera en que llegaba a gustarme. No era solo que estuviera buena… su mirada, sus gestos, su expresión, su pelo ondulado… tal y como estaba, un poco contentilla por el vino, estaba muy cálida y sensual. Ella también me observó con una mirada que me estremeció, levantando una ceja:

-Tengo una idea… ¿Quieres bañarte ahora en la piscina?

-¿Ahora? -dije yo, otra vez sorprendido.

-Aún no nos hemos bañado nunca por la noche… y la piscina la tenemos las 24 horas…

-Por mi es una idea genial -respondí animado.- Yo también me muero de calor.

Nos fuimos cada uno a su cuarto para ponernos el bañador. Cuando me quité los calzoncillos vi la media erección que ya tenía. Me concentré y confié en la oscuridad de la noche para que no se me notara nada. Bajé al jardín y mi madre aún no estaba. Dejé la toalla bajo la luz de la única farola que teníamos allí, y que iluminaba una zona muy pequeña del césped y el suelo con baldosas. El resto era oscuridad bañada por los débiles rayos de la luna.

Me duché para poder entrar a la piscina y mi madre llegó mientras el agua me caía encima. Traía puesto el mismo bikini amarillo del día de mi cumpleaños, la vi bien cuando también dejó la toalla bajo al luz del farol. Cuando terminé de ducharme, me lancé al agua. Bañarse de noche era un poco diferente, viendo mucho menos y con el agua tibia de estar todo el día a la luz del sol. Vi a mi madre entrando por el lado de la piscina que tiene la escalera y sufrí por su equilibrio debido a su puntillo de vino. Pero ella caminó poniendo bien los pies, escalón a escalón, y en pocos segundos ya estaba nadando cerca de mi.

Mi erección volvía a estar muy presente, aunque la tenía bien escondida bajo el agua. Lo que no me esperaba es que mi madre nadara directa hacia mi para abrazarme y decirme:

-Ay cariño… Suerte que os tengo a vosotros tres…

Aquello era demasiado para mi. Flotando en el agua me abrazó más fuerte, agarrándome hasta la espalda y pegando su cuerpo al mío. Yo no dije nada, solo intenté aguantar el tipo. Ella volvió a hablar:

-Pronto irás a la universidad. Te has hecho tan mayor en tan poco tiempo... -me puso una mano en la cabeza, noté que estaba realmente borracha.- Te has hecho tan guapo… -me besó en la mejilla. Era un beso maternal pero muy suave y cargado de cariño. Al acercarse tanto noté su pierna con mi polla endurecida. Ella notó mi falo con su muslo e hizo una mueca de sorpresa, pero creo que no le dio la mínima importancia debido a su embriaguez. Se separó por fin de mi y se fue a nadar a su aire. Yo respiraba aceleradamente.

Mi madre seguía hablando:

-Se está de vicio aquí… tenemos que bañarnos más por las noches… -hizo una pausa como si se le hubiera ocurrido una idea genial.- Robe, cielo… ¿Te importa si me pongo más cómoda? Ya que estamos a oscuras…

-Más… -dije- …¿Cómoda?

Mientras tanto, ella iba subiendo la escalera y se dirigía al farol bajo el cual se encontraban las toallas iluminadas. Continuaba hablando:

-Si, hijo… nadaré mejor sin la parte de arriba ¿Sabes?…

Flipé. ¿Se iba a poner en topless delante de mi en aquel mismo momento? Se estaba dirigiendo a la luz y allí dejaría su parte de arriba del bikini. Pensé rápido: hacía mucho que no le veía las tetas al desnudo. La última vez yo era muy niño y no me acordaba en absoluto. Mi madre me ponía a mil y quería vérselas bien. Se quitaría el sujetador del bikini bajo el farol y después volvería a la oscuridad. Si quería echarle un ojo tendría que acercarme rápido. Con lo bebida que estaba quizás ni siquiera se enteraría de que la miraba. Ella llegó a la luz: no podía perder más tiempo.

Mientras se quitaba el bikini, de espaldas a donde yo estaba, nadé rápido hasta la escalera y la subí con toda la velocidad que el agua me permitía. Mi madre se desataba el lazo y el hilo caía rozando su espalda a causa de la gravedad. Alcancé el último escalón. Mi madre se pasaba el nudo de arriba por encima de la cabeza. Caminé nerviosamente por el borde de la piscina y fijé la mirada en la seductora figura que había bajo la luz: mi madre ya se había quitado el bikini y se giraba hacia la piscina para volver a nadar. Vi aparecer sus tetas bajo la luz, sin ningún bikini que las cubriera. Fue un segundo. Solo fue un segundo porque en aquel momento resbalé.

Resbalé y me caí al suelo, en el borde de la piscina, dándome un fuerte golpe en el brazo derecho y rodando hasta el agua, cayendo dentro. Me di otros golpes con los escalones, ya que había caído en la zona que tenía escalera, en la parte menos profunda. El dolor fue muy intenso y noté que el mundo se iba de mis ojos. Hundido en el agua no podía respirar, pero si intentaba mover los brazos el dolor se tornaba insoportable. Noté unas manos que me recogían:

-¡¡Roberto!! -gritó la voz de mi madre.- ¿¿Estás bien??

Yo no podía ni hablar. Mi cerebro aún no había asimilado lo que me había ocurrido. Oí a mi madre pedir una ambulancia por teléfono mientras mis neuronas luchaban para entender la situación. Recuerdo que me metieron en la ambulancia y las luces que veía cambiaron de color e intensidad. Cuando me di cuenta ya estaba en el hospital y mi madre estaba a mi lado. Fui asimilando poco a poco lo que había pasado. Me sentía desgraciado y hecho una auténtica mierda. Lo que no sabía es que, a la larga, haber tenido aquel accidente sería el soplo de suerte que me faltaba para que mi vida se transformara en algo increíble y diferente a todo lo que nunca hubiera podido tan siquiera imaginar. La historia que os estoy contando no había hecho más que empezar.

CONTINUARÁ…​
 
Relato escrito por mi y publicado originalmente en todorelatos.

Tengo pensado publicar un capítulo a la semana.


CAPÍTULO 1: LA PISCINA NUEVA

-¡Que orgullosa estoy, Roberto! -dijo mi madre.- ¡Te mereces estas vacaciones de verano como el que más!

Mi madre estaba contenta, como era difícil verla últimamente. Yo había sacado unas notas más que dignas y el verano llegaba muy prometedor. Era una sensación fantástica y me alegré de verla sonreír. A mi madre le costaba mucho hacerlo desde que mi padre cayó en un coma muy profundo por culpa de un accidente de tráfico que no fue culpa suya. De eso hacía un año y medio, y mi padre seguía inconsciente. Siempre nos acordábamos de él y nos preguntábamos si volveríamos a verle despierto alguna vez. Mi madre iba al hospital como mínimo dos veces a la semana, le traía flores, le hablaba, le cogía la mano… Mis dos hermanas y yo ya no íbamos tan a menudo como cuando el accidente era reciente, pero siempre lo teníamos presente.

En fin, no quiero empezar hablando de nuestro drama familiar. Solo os quería situar, ya que mi historia tiene realmente un tono diferente. Me llamo Roberto y, en este inicio que os he contado, corría el año 2009 y faltaban unas pocas semanas para cumplir mis 18 años. Mi madre es una persona fantástica que se llama Luisa y en aquella época tenía tan solo 43 años. Ya sé qué estaréis pensando… ¿Una madre de 43 años con un hijo tan mayor? La verdad es que sí, y aún es más sorprendente cuando uno tiene en cuenta que tengo una hermana mayor que ya estaba terminando la carrera. Por lo tanto, sí: mi madre la tuvo solo con veinte escasos años. Aparte de esa hermana mayor (que se llama Laura), también tengo una hermana más joven que yo (que se llama Marta) y que por aquel entonces iba al instituto.

Yo no tenía amigos íntimos, solo un muy buen amigo: Juan. El resto de chicos eran solo de colegueo, a nadie más le contaba mis penas típicas de la edad que a él. Como todo chico adolescente heterosexual, tenía una chica por la que suspiraba a menudo: En mi caso se llamaba Ainara y también iba a mi clase. Nos llevábamos bien y eramos algo amigos, aunque me hubiera gustado una relación más estrecha con ella...

-Hijo -dijo mi madre con su radiante alegría y orgullo por su niño.- Te vamos a montar la mejor fiesta de cumpleaños de tu vida.. ¡Hasta ahora, quiero decir!

-¡Jaja, seguro que sí, mamá, pero no hace falta que te agobies por mi!

Por mi madre sentía, siento y sentiré siempre, un eterno agradecimiento por darme siempre todo lo que podía y querernos muchísimo a los tres.

-No me voy a agobiar, cielo, pero va a ser fantástico… -me dijo.- ¿Sabes qué?

-¿Qué? -pregunté yo interesado.

-El día de tu cumple también… -estaba conteniendo su entusiasmo.- ¡Estrenaremos la piscina! Haremos la fiesta allí y te puedes traer todos los amigos que quieras ¿Vale?

-Jo, mami -dije yo sorprendido.- ¡Qué pasada!

-¿Verdad que sí?

Vivimos en una casa pequeña de dos pisos en un pueblo cercano a Barcelona. Nuestro nivel económico es medio pero siempre que tenemos algo ahorrado mi familia se permite un capricho. Mi madre trabaja de maestra de primaria porque se le dan genial los chiquillos, mi padre trabajaba de contable y en aquel momento cobrábamos el equivalente a su sueldo por su incapacidad laboral. La casa donde vivimos tiene un pequeño jardín en el que nos estaban instalando una fantástica piscina que estaría lista justo para poderla disfrutar aquel verano. Mi madre me había sorprendido muy gratamente. Una fiesta en la piscina siempre es muy tentadora, sobretodo si me puedo traer amigos. Y si pudiera venir Ainara… Sonreí atontado. Ver la chica que te gusta en bikini siempre es una gran noticia para un chaval de 18 años.​

. . .​

El día se acercaba y me encontraba colgando el teléfono con cierto mosqueo.

-¡Vaya mierda! -dije un poco cabreado por la situación.

-Hijo, tranquilo, ellos vendrían y seguro que les sabe mal no poder ir.

Los compañeros de mi clase que había llamado por teléfono no podían venir a la fiesta (solo había llamado a los tres o cuatro con quien verdaderamente me llevaba bien, no quería medio-amigos que solo vinieran a gorronear de mi piscina). Cada uno tenía un buen motivo: viajes, chalets en el Pirineo… Juan concretamente estaba obligado a pasar aquellos días en el pueblo de su madre. Solo me faltaba marcar un número: el de Ainara. Pero si venía ella sola la situación me cortaría un poco... Pero daba igual: me apetecía verla.

-Mamá… solo falta llamar a Ainara -mi madre la conocía como amiga mía.- Si ella tampoco puede, cancelamos la fiesta…

-Hijo, cálmate -decía mi madre con tono tranquilizador.- Marta y Laura no te van a fallar, no se lo quieren perder por nada del mundo.

-Bien por ellas… -dije con desánimo.- Voy a llamar a Ainara.

Después de colgar el teléfono habiendo hablado con ella, mi madre me preguntó:

-¿Y bien?

-Al menos una invitada sí que tendremos -le dije un poco más tranquilo.​

. . .​

Y llegó el gran día. Aquel día me levanté a media mañana, como hago casi siempre cuando estoy de vacaciones. Mi madre me esperaba en la cocina y cuando me vio se sobresaltó:

-¡Feliz cumpleaños Roberto! -dijo mientras se levantaba de la silla y dejaba el café en la mesa para venir a abrazarme. Me apretujó mucho contra ella y noté sus grandes pechos presionándose contra mi. No llevaba sujetador, solo el camisón con el que había dormido. Mientras me abrazaba me acarició el pelo y dijo:- ¡Que mayorcito ya!

-No es para tanto, mamá -contesté yo feliz.- Solo son dieciocho.

-Cada año es importante, -filosofó ella deshaciendo el abrazo- de hecho cada día es importante. ¡La vida es importante y hay que celebrarla siempre! -hizo una pausa considerando que quizás me estaría aburriendo con esas reflexiones.- ¿Preparado para la fiesta?

-¡Eso creo! -dije con una sonrisa.

Me informó que sería después de comer y me ordenó que no saliera al jardín hasta aquel momento, ni que tampoco fuera a mi habitación desde donde habría visto toda la preparación, ya que la ventana daba allí. Me sugirió que podía quedarme jugando a la videoconsola el resto de la mañana. Por lo visto debían de estar decorando el jardín para la fiesta aunque con la piscina que estrenaríamos aquel día no se me ocurría porque haría falta más decoración.

Cuando Marta, mi hermana más joven, se levantó de la cama y me vio en el sofá del salón, un poco absorto con la consola, se me tiró encima haciendo que estuviera a punto de perder la partida:

-¡¡Tete!! -gritó efusivamente- ¡¡Feliz cumple!!

-¡Jaja! -me reí dejando el mando, devolviéndole el abrazo y haciéndole cosquillas como venganza por distraerme de mi videojuego.- ¡Gracias hermanita! -gritaba yo mientras tanto- ¡Pero muy mal por interrumpirme así la partida!

-¡Jaja! -Se reía ella.- ¡Vale, tete, me rindo! ¡Perdóname! -se movía mucho y se contoneaba para esquivar mis dedos, que se movían por sus costados. Tanto que, por puro azar, mi mano palpó algo de carne un poco más blanda que la del resto, con un bulto más abundante de lo que me habría esperado. Nos quedamos los dos parados y quité rápidamente la mano. ¿Desde cuando Marta tenía esas tetas? No había sido consciente de que las tenía. Y con el pijama corto (pero ancho) que llevaba no se podía apreciar el tamaño.

No dijimos nada más, pero creo que los dos nos dimos cuenta del “incidente” con las cosquillas y ella se retiró a desayunar un poco avergonzada. Decidí no darle importancia y seguir jugando.

-Enano, ¡Feliz cumpleaños! -esa era Laura, mi hermana mayor. Solo lo dijo paseando por delante de mi, entre yo y la tele para molestar un poco adrede. Iba vestida con una camiseta larga y roja sin mangas que le cubría hasta medio muslo.

-Gracias, Laura -me tomé un poco de tiempo en sonreírle por su detalle de amabilidad e hice el gesto de ver mejor la pantalla para ver el trozo que ella me tapaba. De Laura no esperaba que se me tirara encima como Marta.

La hora de comer llegó y, cuando mi madre ya estaba a punto de salir de la cocina, llamaron al timbre. No sabía quien podría ser, ya que Ainara no tenía que llegar hasta la tarde. Apagué la consola y fui a abrir:

-¡Hola, hombretón! -dijo mi tía cuando me vio tras abrir la puerta.- ¡Feliz cumple!

-¡Tía Isa! -dije con agradable sorpresa.

-¿Creías que me lo iba a perder?

Nos abrazamos. Hacía varios días que no la veía. Ella viene a visitarnos algunas veces al mes para vernos, sobretodo desde lo de mi padre. Después de darme un besazo en la mejilla me preguntó:

-¿Qué hay para comer?

Conversamos animadamente de muchas cosas durante la comida. Aquellas cuatro mujeres eran mi familia más cercana, y nos manteníamos bastante unidos a raíz de lo de mi padre. Mi tía era la persona de más confianza de mi madre, y era a ella a quien le lloraba cuando no podía más. Era mi tía quien la ayudaba a encontrar fuerzas para seguir adelante. El día de mi cumpleaños hablaban, más que como hermanas, como amigas cotillas:

-¿Entonces ya no estás con aquel chico? -preguntaba mi madre con interés.

-No, Luisa… -contestaba mi tía.- Bueno, a veces nos vemos pero ya sabes que estoy mejor así… Y como tengo otros buenos amigos…

-Jajaja -rió tímidamente mi madre.- Luego me lo sigues contando…

Yo estaba intrigado porque me pareció entender que estaban hablando de sexo descaradamente: más concretamente de la vida sexual de mi tía. Mi tía es cuatro años más joven que mi madre y se parecen bastante físicamente, excepto por algunas diferencias. Las dos tienen los mismos ojos verdes y marrones que yo he heredado y el pelo igual de castaño oscuro. El pelo de mi tía es liso y el de mi madre un poco ondulado. Tienen la misma nariz (que también comparten con mis hermanas) y unas facciones parecidas, aunque las de mi tía con una forma un poco más estilizada.

La verdad es que las cuatro son muy guapas por herencia familiar. Mis hermanas y yo eramos muy jóvenes por aquel entonces, pero Laura ya era toda una mujer atractiva que, por lo que tengo entendido, ya tenía bastante éxito entre los chicos. Marta estaba dejando de ser la niña monísima que había sido para volverse toda una mujercita preciosa. Mi tía Isabel era el mismo tipo de chica que mi hermana mayor, con unos cuantos años más pero joven en apariencia. Mamá en cambio ya iba para ser una madura muy elegante y guapa.

La comida terminó y llegó el gran momento. Mi madre lo anunció efusivamente:

-¡Bueno familia! -dijo mi madre.- ¡Todo el mundo a ponerse el bañador y nos encontramos todos en la piscina!

-Yo ya lo llevo puesto -dijo mi tía retirándose un poco el tirante de su camiseta para mostrar el tirante del bikini marrón y naranja que llevaba debajo. Me gustó ese gesto y me fijé en como iba vestida, llevaba una camiseta sin mangas que la marcaba las formas y un pecho contundente, rematada con un ligero escote. Algo se removió en mi interior y sentí una chispita caliente en mi estómago.

Mientras iba a mi habitación a ponerme el bañador sonó el timbre.

-¡Ya voy yo! -oí que gritaba mi madre.

Debía de ser Ainara. Me cambié rápido y volví corriendo preparado para la piscina. Ainara ya estaba en el salón con mi madre. Cuando me vio me saludó:

-¡Robe! -dijo sonriendo.- ¡Felicidades!

-Gracias, Aina -dije esperando que no se me notara mi fascinación por ella.

Ainara no estaba considerada, ni mucho menos, la chica más guapa de la clase. De hecho decían que de cara era solo normalilla, pero a mi me encantaba. Tenía el pelo castaño claro ondulado hasta el cuello y se le abría hacia los lados y hacia detrás dándole una forma muy divertida. Sus ojos eran un poco achinados y sus facciones delgadas. Las curvas de su cuerpo eran en verdad lo que más me atraía de ella. Años atrás fue la primera chica de la clase en crecerle tetas. Eso la convirtió en bastante popular aunque ella se acomplejó un poco y no se sintió cómoda con la situación. A los dieciséis años ya las tenía bien grandecitas y, aunque a los dieciocho ya no fuese la más tetona de la clase, seguía destacando un bastante. También tenía unas buenas caderas. Aquel día iba con un vestido ligero y cómodo, en el que se intuía el bikini debajo.

Mi madre no se había puesto aún el bañador pero nos acompañó a la piscina y por fin pude ver lo que habían estado haciendo toda la mañana en el jardín: Había globos colgados por todas partes y un cartel hecho con letras de colores que decía “¡Feliz cumpleaños Robe!”. También había mesas con platos de plástico llenos de ganchitos. Sonreí:

-Muchas gracias mamá, de verdad -le dije.

Llegaron Laura y Marta ya en bikini, me acerqué a ellas para darles las gracias también. La chispa que había notado en mi estómago antes, se repitió encendiendo una pequeña llama en mi interior. Vi a Laura con un bikini rojo oscuro con triángulos en la parte del pecho, aguantando sus tetas redondas y más bien medianas aunque lo suficiente abultadas como para llamar la atención, con una apariencia exquisita. Un vientre plano de gimnasio y unas caderas deliciosas. Desde delante no le veía el culo, pero me dije mentalmente que tenía que hacerlo en cuanto se girase.

Marta iba con un bikini azul marino de una sola pieza a la parte de arriba, por lo que no enseñaba tanto como mi otra hermana. A pesar de esto, era igualmente impresionante: apuntaba a ser una tremenda tetona. Ahora entendía lo que le había palpado por accidente aquella misma mañana: en poco tiempo estaban creciendo mucho y quien sabe cuando se detendrían. Ella no iba al gimnasio como Laura, por lo que no estaba tan fibrada, pero su vientre y cintura eran delgadas (casi tanto como los de Laura) y sus caderas solo un poco más anchas. Sus curvas y formas se transformaban en una tentación día a día y yo había tardado demasiado en enterarme.

-¡Joder, que bien ha quedado la piscina! -oí que decía la voz de mi tía.

Me giré y la vi saliendo por la puerta trasera de casa. También iba ya solo en bikini: era parecido al de Laura de forma, pero de color era marrón y naranja. Su cuerpo también se asemejaba al de mi hermana mayor, aunque era todo un poco más grande. Sin temor a exagerar, debo decir que me pareció una especie de diosa griega. Curvada, atlética y voluptuosa a la vez. Sus pechos grandes, naturales y firmes destacaban por encima de todo. Las caderas eran anchas aunque no tanto como las de Marta, y si un poco más que las de Laura que constaté que era la más delgada de todas. En mis adentros la llama del deso ardía con furia.

Ainara, mientras yo estaba casi colapsado por ver tanta belleza en un mismo sitio, se estaba quitando el vestido. Cuando terminó se dirigió a nosotros y la pude ver también a ella. Su bikini era blanco con dibujos varios de florecillas, muy mono. Sus tetas podían competir perfectamente con las del resto de chicas de mi familia, más grandes que las de Laura y Marta (aunque Marta iba en camino de superarla cuando tuviera su edad) pero más pequeñas que las de tía Isa. A pesar de todo, ella no era una novedad para mi y no me impresionó tanto: la había visto ya aquel mismo verano en bikini, yendo a la playa con más amigos. En cambio con mi tía y mis hermanas nunca me había sentido de aquella manera. Hacía desde el verano anterior que no las veía en bikini y, aparte de una agradable sensación que siempre provoca una chica ligera de ropa, no recordaba tal impacto visual como el del día de mi cumpleaños.

-Robe, tu madre nos ha dado permiso para empezar a bañarnos mientras ella se cambia… -dijo tía Isa como si estuviera reclamando que mi vista fuera a sus ojos.- Es tu fiesta así que si quieres ser el primero…

-¡Guay! -dije disimulando mi impresión y volviendo en si, intentando no tener una erección allí mismo.

-¡Pero antes una ducha! -dijo mi tía con un ligero tono de autoridad.

-Claro -respondí yo, dándolo por obvio.- ¡Allá voy!

Me duché rápido y me tiré al lado fondo de la piscina. Mis hermanas y Ainara fueron detrás de mi y en unos segundos los cuatro estábamos en el agua. Marta y Laura se fueron a nadar riéndose como crías y Ainara se relajó, dejándose llevar por el vaivén del agua en movimiento. Aquellas cuatro hembras me tenían muy caliente pero aún no había llegado a mi máximo. No sabía lo que me esperaba.

Cuando apareció mi madre por la puerta, saliendo de casa para llegar al jardín, literalmente aluciné. Ella desprendía algo especial: Su cintura no era tan estrecha como la de mi tía pero sus formas de mujer se mantenían estoicamente en su sitio a pesar de haber tenido ya tres hijos. Sus tetas eran incluso más grandes que las de mi tía y, además, se adivinaba que tenían una forma exquisita bajo aquel bikini que parecía encerrarlas bajo presión. Sus caderas también se ensanchaban un poco más que las del resto de chicas de mi familia. Para mi ella era la mejor. No supe qué cara poner, pero noté como mis ojos se abrían mucho al tiempo que mi erección, a pesar del agua fresca, se transformaba en irrefrenable. Entonces vi que ya no podía más. Por primera vez en la vida comprendí que mi cuerpo de dieciocho años, en pleno apogeo hormonal adolescente, en pleno verano, rodeado de chicas semidesnudas bañándose en una piscina, necesitaba acción.

Ainara se acercó a mi nadando y me dijo:

-¿Echamos una carrera?

-Ahora mismo no me apetece… -dije yo.

-¡Ja! Eso es que tienes miedo de perder -se burló ella,- gallina…

-Jeje… -me reí yo falsamente- Estamos de vacaciones… ¡Esfuerzo mínimo, Aina!

-Cuando quieres eres un soso -dijo ella.- En fin.

Se fue a nadar dando vueltas a la piscina. Mi madre y mi tía también entraron al agua. Hice el esfuerzo mental de serenarme. Necesitaba pensar en cualquier otra cosa y que aquella erección bajara para poder salir del agua sin atraer miradas escandalizadas. Cuando lo estaba haciendo, concentrado en lo mío, noté que alguien me agarraba por detrás y me aprisionaba entre sus brazos, aparte de unos pechos que se apretaban a mi espalda:

-¡Ahora te he pillado yo! -dijo mi hermanita Marta.- No te escaparás de mis cosquillas…

Empezó a cosquillearme y yo no sabía que hacer. Me había cogido por sorpresa y me estaba haciendo reír. Por otra parte me molestaba aquella interrupción para solucionar mi problema. Y además, tanto contacto piel con piel con la chica a la que a penas hacía unas horas le había tocado una teta, aunque fuera mi hermana, me estaba poniendo peor. No podía llamar la atención ni enfadarme porque todas me hubieran preguntado si tenía algún problema y yo hubiera pasado una vergüenza tremenda. Tenía que quitármela de encima como fuera. Me giré, le devolví las cosquillas para ganarle terreno, sin decir apenas nada. Ella se encaró más y se tiró en plancha para inmovilizarme, toda encima de mi cuerpo. Noté como con su vientre me presionaba la polla y la expresión de su cara cambiaba a la de sorpresa: lo había notado, sin duda.

Se separó de mi disimulando, como si el juego ya hubiera acabado, mirándome de reojo. Yo no podía más, tenía que salir de allí sin ser muy observado. Miré como Ainara estaba relajada flotando en la superficie del agua. Vi a Marta alejándose, nadando hacia Laura para cambiar de compañero de juegos. Vi a mi madre y a mi tía hablando sentadas en la zona de la piscina donde había las escaleras para bajar andando. Tenían medio cuerpo fuera del agua y me fijé en sus bikinis, que guardaban aquellos dos pares de pechos divinos y generosos. Fuera como fuera, nadie me miraba y decidí salir por la escala de metal donde no estaba ninguna de ellas.

Caminé hacia la entrada de mi casa y, de reojo, pude ver como Marta le contaba algo a Laura con cara de preocupada y esta última me miraba. Yo intentaba disimular mi paquete pero se me hacía muy difícil… creo que me vio de pleno. Cuando ya estaba a punto de entrar oí la voz de Ainara:

-¡Robe! ¿Donde vas?

-Al baño -respondí yo sin decir ninguna mentira.- Ahora vuelvo…

-¡No vayas a la cocina, cielo! -dijo mi madre.

-Tranquila mamá… -grité ya desde dentro de la casa. No pensaba ir, el pastel que tuvieran allí ya lo vería luego, ahora tenía otra necesidad.

Cuando llegué al baño me saqué rápido la polla del bañador. La vi enorme. Dura, contundente y ancha. Estaba totalmente descapullada, no recordaba haberla visto nunca de aquella manera. Me toqué por pura necesidad, me la agarré y me la acaricié haciéndome estremecer de gusto. Me masturbé aumentando la velocidad por momentos. No podía dejar de pensar en los muchos pares de tetas retenidas en ceñidos bikinis que me habían provocado aquel calentón. Deseaba estrujarlas, chuparlas, comérmelas, ahogarme en ellas, poner mi polla en su canalillo… Me corrí con mucha intensidad echándolo todo en el inodoro. La leche que me salió fue muy abundante y me dio un gran placer. Disfruté de un buen orgasmo allí encerrado.

No había pasado mucho tiempo. Como antes de tocarme estaba a reventar había podido ir rápido y terminar pronto, así que no sospecharían nada. Volví a la piscina y la escena seguía prácticamente igual. Me volvieron los sofocos pero pude estar un poco más centrado y tranquilo, controlándome para no tener otra erección. Finalmente no hubo ningún otro incidente y la fiesta terminó muy bien. Mi madre, aparte de ganchitos y refrescos, sacó un pastel que estuvo delicioso y me sentí muy feliz, aunque una sensación rara me acompañaba en cada momento.​

. . .​

Los días siguientes los pasé masturbándome como un loco. Cada vez que veía a una familiar mía en la piscina sentía aquella sensación y tenía que aliviarme. Yo ya había sido un chico fogoso antes de eso (mi mediana de pajas era de una al día). A partir de aquel decimoctavo cumpleaños, una al día era un mínimo que superaba a menudo, y a veces con creces. Dos al día o incluso tres. La dinámica de aquellos días era aquella, hasta que llegó un día clave en la historia de mi vida. Yo no me lo imaginaba, pero marcaría un antes y un después.

Fue un día muy caluroso y el anochecer llegó igual de cálido. Mis hermanas tenían muchas amigas que no se habían marchado al pueblo ni tampoco de viaje, así que pasaban muchas horas fuera de casa para quedar con ellas. Yo no tenía prácticamente nadie con quien quedar, así que aquella noche no saldría, a diferencia de mis hermanas, que las dos habían quedado con amigas respectivas para quedarse a dormir en sus casas.

Cuando llegó la hora se fueron de casa y me quedé con mi madre recogiendo la mesa de la cena. Nos fuimos al sofá a sentarnos y a ver que daban por la tele. Mi madre iba todo lo destapada que podía para combatir el calor, pero sin enseñar nada más que un buen escote y unos buenos muslos. Me ponía malo. Yo iba directamente sin camiseta y solo con un pantalón de chándal muy corto. En cinco minutos de ver la aburrida programación de aquella noche, me dijo:

-¡Que calor… es realmente insoportable hasta de noche!

-Pues sí -le respondí casi sin ganas.- Pero bueno, lo prefiero al frío.

-Siempre te ha gustado más el verano ¿Eh? -dijo ella, pícara.- ¿Por algo en especial?

-Joder, mamá… -dije yo como si mi opinión fuera obvia.- Las vacaciones, la playa, levantarse tarde…

-Ya… -me interrumpió ella.- Y que las chicas van más ligeras de ropa ¿no?

-¡Mamá! -dije yo, sonrojándome.- No seas absurda…

-Claro, claro -dijo ella irónica.- Tu no te fijas en esas cosas… -me guiñó un ojo.

-En fin… -suspiré yo.

-Te aburro ¿no? -preguntó ella.- La mayoría de amigos tuyos están fuera y te tienes que quedar aquí aburrido…

-No pasa nada mamá -respondí.- Tampoco hablamos tan a menudo así que está bien.

-¡Ay, que bueno que me digas esto, Roberto! -se alegró ella- ¿Quieres que tomemos algo?

-¿Como qué? -respondí intrigado- ¿Un refresco?

-De hecho pensaba en… -y se levantó para ir a al cocina. Cuando volvió lo hizo con una botella de vino y dos copas.- Esto.

-¡Caray mamá! -me sorprendí.- Que buena idea…

-Pero no bebas mucho ¿eh? -dijo poniéndose en plan protector- Por muy mayor de edad que seas, sigues siendo mi hijo…

Nos servimos una copa cada uno y bebimos. Yo iba bastante lento pero mi madre se terminó la suya enseguida y se la volvió a llenar. La conversación mejoró notablemente. Me gustaba ver a mi madre un poco más animada que de costumbre, aunque solo fuera a ratos. Yo creo que empezaba a digerir el trauma que suponía lo de mi padre y empezaba a entender que, pasara lo que pasara, tenía que seguir adelante. Estuvimos hablando un buen rato y mi madre se sirvió la tercera copa. Hablamos de posibles futuros viajes cuando nos recuperáramos económicamente de la piscina. Le conté sobre la música que últimamente escuchaba y que le propondría a Laura que me llevara a algún concierto aquel verano en su coche. Pasaron practicamente horas así y la cuarta copa de mi madre vino más llena que las otras. Yo me terminaba la segunda cuando se nos acabaron los temas. Mi madre respiraba pareciendo sofocada y dijo:

-Realmente hace un calor horrible…

La miré fijamente. No era ningún descubrimiento que ella me gustaba, pero me asombró la manera en que llegaba a gustarme. No era solo que estuviera buena… su mirada, sus gestos, su expresión, su pelo ondulado… tal y como estaba, un poco contentilla por el vino, estaba muy cálida y sensual. Ella también me observó con una mirada que me estremeció, levantando una ceja:

-Tengo una idea… ¿Quieres bañarte ahora en la piscina?

-¿Ahora? -dije yo, otra vez sorprendido.

-Aún no nos hemos bañado nunca por la noche… y la piscina la tenemos las 24 horas…

-Por mi es una idea genial -respondí animado.- Yo también me muero de calor.

Nos fuimos cada uno a su cuarto para ponernos el bañador. Cuando me quité los calzoncillos vi la media erección que ya tenía. Me concentré y confié en la oscuridad de la noche para que no se me notara nada. Bajé al jardín y mi madre aún no estaba. Dejé la toalla bajo la luz de la única farola que teníamos allí, y que iluminaba una zona muy pequeña del césped y el suelo con baldosas. El resto era oscuridad bañada por los débiles rayos de la luna.

Me duché para poder entrar a la piscina y mi madre llegó mientras el agua me caía encima. Traía puesto el mismo bikini amarillo del día de mi cumpleaños, la vi bien cuando también dejó la toalla bajo al luz del farol. Cuando terminé de ducharme, me lancé al agua. Bañarse de noche era un poco diferente, viendo mucho menos y con el agua tibia de estar todo el día a la luz del sol. Vi a mi madre entrando por el lado de la piscina que tiene la escalera y sufrí por su equilibrio debido a su puntillo de vino. Pero ella caminó poniendo bien los pies, escalón a escalón, y en pocos segundos ya estaba nadando cerca de mi.

Mi erección volvía a estar muy presente, aunque la tenía bien escondida bajo el agua. Lo que no me esperaba es que mi madre nadara directa hacia mi para abrazarme y decirme:

-Ay cariño… Suerte que os tengo a vosotros tres…

Aquello era demasiado para mi. Flotando en el agua me abrazó más fuerte, agarrándome hasta la espalda y pegando su cuerpo al mío. Yo no dije nada, solo intenté aguantar el tipo. Ella volvió a hablar:

-Pronto irás a la universidad. Te has hecho tan mayor en tan poco tiempo... -me puso una mano en la cabeza, noté que estaba realmente borracha.- Te has hecho tan guapo… -me besó en la mejilla. Era un beso maternal pero muy suave y cargado de cariño. Al acercarse tanto noté su pierna con mi polla endurecida. Ella notó mi falo con su muslo e hizo una mueca de sorpresa, pero creo que no le dio la mínima importancia debido a su embriaguez. Se separó por fin de mi y se fue a nadar a su aire. Yo respiraba aceleradamente.

Mi madre seguía hablando:

-Se está de vicio aquí… tenemos que bañarnos más por las noches… -hizo una pausa como si se le hubiera ocurrido una idea genial.- Robe, cielo… ¿Te importa si me pongo más cómoda? Ya que estamos a oscuras…

-Más… -dije- …¿Cómoda?

Mientras tanto, ella iba subiendo la escalera y se dirigía al farol bajo el cual se encontraban las toallas iluminadas. Continuaba hablando:

-Si, hijo… nadaré mejor sin la parte de arriba ¿Sabes?…

Flipé. ¿Se iba a poner en topless delante de mi en aquel mismo momento? Se estaba dirigiendo a la luz y allí dejaría su parte de arriba del bikini. Pensé rápido: hacía mucho que no le veía las tetas al desnudo. La última vez yo era muy niño y no me acordaba en absoluto. Mi madre me ponía a mil y quería vérselas bien. Se quitaría el sujetador del bikini bajo el farol y después volvería a la oscuridad. Si quería echarle un ojo tendría que acercarme rápido. Con lo bebida que estaba quizás ni siquiera se enteraría de que la miraba. Ella llegó a la luz: no podía perder más tiempo.

Mientras se quitaba el bikini, de espaldas a donde yo estaba, nadé rápido hasta la escalera y la subí con toda la velocidad que el agua me permitía. Mi madre se desataba el lazo y el hilo caía rozando su espalda a causa de la gravedad. Alcancé el último escalón. Mi madre se pasaba el nudo de arriba por encima de la cabeza. Caminé nerviosamente por el borde de la piscina y fijé la mirada en la seductora figura que había bajo la luz: mi madre ya se había quitado el bikini y se giraba hacia la piscina para volver a nadar. Vi aparecer sus tetas bajo la luz, sin ningún bikini que las cubriera. Fue un segundo. Solo fue un segundo porque en aquel momento resbalé.

Resbalé y me caí al suelo, en el borde de la piscina, dándome un fuerte golpe en el brazo derecho y rodando hasta el agua, cayendo dentro. Me di otros golpes con los escalones, ya que había caído en la zona que tenía escalera, en la parte menos profunda. El dolor fue muy intenso y noté que el mundo se iba de mis ojos. Hundido en el agua no podía respirar, pero si intentaba mover los brazos el dolor se tornaba insoportable. Noté unas manos que me recogían:

-¡¡Roberto!! -gritó la voz de mi madre.- ¿¿Estás bien??

Yo no podía ni hablar. Mi cerebro aún no había asimilado lo que me había ocurrido. Oí a mi madre pedir una ambulancia por teléfono mientras mis neuronas luchaban para entender la situación. Recuerdo que me metieron en la ambulancia y las luces que veía cambiaron de color e intensidad. Cuando me di cuenta ya estaba en el hospital y mi madre estaba a mi lado. Fui asimilando poco a poco lo que había pasado. Me sentía desgraciado y hecho una auténtica mierda. Lo que no sabía es que, a la larga, haber tenido aquel accidente sería el soplo de suerte que me faltaba para que mi vida se transformara en algo increíble y diferente a todo lo que nunca hubiera podido tan siquiera imaginar. La historia que os estoy contando no había hecho más que empezar.

CONTINUARÁ…​
Deseando que sigas tú relato
 
Relato escrito por mi y publicado originalmente en todorelatos.

Tengo pensado publicar un capítulo a la semana.


CAPÍTULO 1: LA PISCINA NUEVA

-¡Que orgullosa estoy, Roberto! -dijo mi madre.- ¡Te mereces estas vacaciones de verano como el que más!

Mi madre estaba contenta, como era difícil verla últimamente. Yo había sacado unas notas más que dignas y el verano llegaba muy prometedor. Era una sensación fantástica y me alegré de verla sonreír. A mi madre le costaba mucho hacerlo desde que mi padre cayó en un coma muy profundo por culpa de un accidente de tráfico que no fue culpa suya. De eso hacía un año y medio, y mi padre seguía inconsciente. Siempre nos acordábamos de él y nos preguntábamos si volveríamos a verle despierto alguna vez. Mi madre iba al hospital como mínimo dos veces a la semana, le traía flores, le hablaba, le cogía la mano… Mis dos hermanas y yo ya no íbamos tan a menudo como cuando el accidente era reciente, pero siempre lo teníamos presente.

En fin, no quiero empezar hablando de nuestro drama familiar. Solo os quería situar, ya que mi historia tiene realmente un tono diferente. Me llamo Roberto y, en este inicio que os he contado, corría el año 2009 y faltaban unas pocas semanas para cumplir mis 18 años. Mi madre es una persona fantástica que se llama Luisa y en aquella época tenía tan solo 43 años. Ya sé qué estaréis pensando… ¿Una madre de 43 años con un hijo tan mayor? La verdad es que sí, y aún es más sorprendente cuando uno tiene en cuenta que tengo una hermana mayor que ya estaba terminando la carrera. Por lo tanto, sí: mi madre la tuvo solo con veinte escasos años. Aparte de esa hermana mayor (que se llama Laura), también tengo una hermana más joven que yo (que se llama Marta) y que por aquel entonces iba al instituto.

Yo no tenía amigos íntimos, solo un muy buen amigo: Juan. El resto de chicos eran solo de colegueo, a nadie más le contaba mis penas típicas de la edad que a él. Como todo chico adolescente heterosexual, tenía una chica por la que suspiraba a menudo: En mi caso se llamaba Ainara y también iba a mi clase. Nos llevábamos bien y eramos algo amigos, aunque me hubiera gustado una relación más estrecha con ella...

-Hijo -dijo mi madre con su radiante alegría y orgullo por su niño.- Te vamos a montar la mejor fiesta de cumpleaños de tu vida.. ¡Hasta ahora, quiero decir!

-¡Jaja, seguro que sí, mamá, pero no hace falta que te agobies por mi!

Por mi madre sentía, siento y sentiré siempre, un eterno agradecimiento por darme siempre todo lo que podía y querernos muchísimo a los tres.

-No me voy a agobiar, cielo, pero va a ser fantástico… -me dijo.- ¿Sabes qué?

-¿Qué? -pregunté yo interesado.

-El día de tu cumple también… -estaba conteniendo su entusiasmo.- ¡Estrenaremos la piscina! Haremos la fiesta allí y te puedes traer todos los amigos que quieras ¿Vale?

-Jo, mami -dije yo sorprendido.- ¡Qué pasada!

-¿Verdad que sí?

Vivimos en una casa pequeña de dos pisos en un pueblo cercano a Barcelona. Nuestro nivel económico es medio pero siempre que tenemos algo ahorrado mi familia se permite un capricho. Mi madre trabaja de maestra de primaria porque se le dan genial los chiquillos, mi padre trabajaba de contable y en aquel momento cobrábamos el equivalente a su sueldo por su incapacidad laboral. La casa donde vivimos tiene un pequeño jardín en el que nos estaban instalando una fantástica piscina que estaría lista justo para poderla disfrutar aquel verano. Mi madre me había sorprendido muy gratamente. Una fiesta en la piscina siempre es muy tentadora, sobretodo si me puedo traer amigos. Y si pudiera venir Ainara… Sonreí atontado. Ver la chica que te gusta en bikini siempre es una gran noticia para un chaval de 18 años.​

. . .​

El día se acercaba y me encontraba colgando el teléfono con cierto mosqueo.

-¡Vaya mierda! -dije un poco cabreado por la situación.

-Hijo, tranquilo, ellos vendrían y seguro que les sabe mal no poder ir.

Los compañeros de mi clase que había llamado por teléfono no podían venir a la fiesta (solo había llamado a los tres o cuatro con quien verdaderamente me llevaba bien, no quería medio-amigos que solo vinieran a gorronear de mi piscina). Cada uno tenía un buen motivo: viajes, chalets en el Pirineo… Juan concretamente estaba obligado a pasar aquellos días en el pueblo de su madre. Solo me faltaba marcar un número: el de Ainara. Pero si venía ella sola la situación me cortaría un poco... Pero daba igual: me apetecía verla.

-Mamá… solo falta llamar a Ainara -mi madre la conocía como amiga mía.- Si ella tampoco puede, cancelamos la fiesta…

-Hijo, cálmate -decía mi madre con tono tranquilizador.- Marta y Laura no te van a fallar, no se lo quieren perder por nada del mundo.

-Bien por ellas… -dije con desánimo.- Voy a llamar a Ainara.

Después de colgar el teléfono habiendo hablado con ella, mi madre me preguntó:

-¿Y bien?

-Al menos una invitada sí que tendremos -le dije un poco más tranquilo.​

. . .​

Y llegó el gran día. Aquel día me levanté a media mañana, como hago casi siempre cuando estoy de vacaciones. Mi madre me esperaba en la cocina y cuando me vio se sobresaltó:

-¡Feliz cumpleaños Roberto! -dijo mientras se levantaba de la silla y dejaba el café en la mesa para venir a abrazarme. Me apretujó mucho contra ella y noté sus grandes pechos presionándose contra mi. No llevaba sujetador, solo el camisón con el que había dormido. Mientras me abrazaba me acarició el pelo y dijo:- ¡Que mayorcito ya!

-No es para tanto, mamá -contesté yo feliz.- Solo son dieciocho.

-Cada año es importante, -filosofó ella deshaciendo el abrazo- de hecho cada día es importante. ¡La vida es importante y hay que celebrarla siempre! -hizo una pausa considerando que quizás me estaría aburriendo con esas reflexiones.- ¿Preparado para la fiesta?

-¡Eso creo! -dije con una sonrisa.

Me informó que sería después de comer y me ordenó que no saliera al jardín hasta aquel momento, ni que tampoco fuera a mi habitación desde donde habría visto toda la preparación, ya que la ventana daba allí. Me sugirió que podía quedarme jugando a la videoconsola el resto de la mañana. Por lo visto debían de estar decorando el jardín para la fiesta aunque con la piscina que estrenaríamos aquel día no se me ocurría porque haría falta más decoración.

Cuando Marta, mi hermana más joven, se levantó de la cama y me vio en el sofá del salón, un poco absorto con la consola, se me tiró encima haciendo que estuviera a punto de perder la partida:

-¡¡Tete!! -gritó efusivamente- ¡¡Feliz cumple!!

-¡Jaja! -me reí dejando el mando, devolviéndole el abrazo y haciéndole cosquillas como venganza por distraerme de mi videojuego.- ¡Gracias hermanita! -gritaba yo mientras tanto- ¡Pero muy mal por interrumpirme así la partida!

-¡Jaja! -Se reía ella.- ¡Vale, tete, me rindo! ¡Perdóname! -se movía mucho y se contoneaba para esquivar mis dedos, que se movían por sus costados. Tanto que, por puro azar, mi mano palpó algo de carne un poco más blanda que la del resto, con un bulto más abundante de lo que me habría esperado. Nos quedamos los dos parados y quité rápidamente la mano. ¿Desde cuando Marta tenía esas tetas? No había sido consciente de que las tenía. Y con el pijama corto (pero ancho) que llevaba no se podía apreciar el tamaño.

No dijimos nada más, pero creo que los dos nos dimos cuenta del “incidente” con las cosquillas y ella se retiró a desayunar un poco avergonzada. Decidí no darle importancia y seguir jugando.

-Enano, ¡Feliz cumpleaños! -esa era Laura, mi hermana mayor. Solo lo dijo paseando por delante de mi, entre yo y la tele para molestar un poco adrede. Iba vestida con una camiseta larga y roja sin mangas que le cubría hasta medio muslo.

-Gracias, Laura -me tomé un poco de tiempo en sonreírle por su detalle de amabilidad e hice el gesto de ver mejor la pantalla para ver el trozo que ella me tapaba. De Laura no esperaba que se me tirara encima como Marta.

La hora de comer llegó y, cuando mi madre ya estaba a punto de salir de la cocina, llamaron al timbre. No sabía quien podría ser, ya que Ainara no tenía que llegar hasta la tarde. Apagué la consola y fui a abrir:

-¡Hola, hombretón! -dijo mi tía cuando me vio tras abrir la puerta.- ¡Feliz cumple!

-¡Tía Isa! -dije con agradable sorpresa.

-¿Creías que me lo iba a perder?

Nos abrazamos. Hacía varios días que no la veía. Ella viene a visitarnos algunas veces al mes para vernos, sobretodo desde lo de mi padre. Después de darme un besazo en la mejilla me preguntó:

-¿Qué hay para comer?

Conversamos animadamente de muchas cosas durante la comida. Aquellas cuatro mujeres eran mi familia más cercana, y nos manteníamos bastante unidos a raíz de lo de mi padre. Mi tía era la persona de más confianza de mi madre, y era a ella a quien le lloraba cuando no podía más. Era mi tía quien la ayudaba a encontrar fuerzas para seguir adelante. El día de mi cumpleaños hablaban, más que como hermanas, como amigas cotillas:

-¿Entonces ya no estás con aquel chico? -preguntaba mi madre con interés.

-No, Luisa… -contestaba mi tía.- Bueno, a veces nos vemos pero ya sabes que estoy mejor así… Y como tengo otros buenos amigos…

-Jajaja -rió tímidamente mi madre.- Luego me lo sigues contando…

Yo estaba intrigado porque me pareció entender que estaban hablando de sexo descaradamente: más concretamente de la vida sexual de mi tía. Mi tía es cuatro años más joven que mi madre y se parecen bastante físicamente, excepto por algunas diferencias. Las dos tienen los mismos ojos verdes y marrones que yo he heredado y el pelo igual de castaño oscuro. El pelo de mi tía es liso y el de mi madre un poco ondulado. Tienen la misma nariz (que también comparten con mis hermanas) y unas facciones parecidas, aunque las de mi tía con una forma un poco más estilizada.

La verdad es que las cuatro son muy guapas por herencia familiar. Mis hermanas y yo eramos muy jóvenes por aquel entonces, pero Laura ya era toda una mujer atractiva que, por lo que tengo entendido, ya tenía bastante éxito entre los chicos. Marta estaba dejando de ser la niña monísima que había sido para volverse toda una mujercita preciosa. Mi tía Isabel era el mismo tipo de chica que mi hermana mayor, con unos cuantos años más pero joven en apariencia. Mamá en cambio ya iba para ser una madura muy elegante y guapa.

La comida terminó y llegó el gran momento. Mi madre lo anunció efusivamente:

-¡Bueno familia! -dijo mi madre.- ¡Todo el mundo a ponerse el bañador y nos encontramos todos en la piscina!

-Yo ya lo llevo puesto -dijo mi tía retirándose un poco el tirante de su camiseta para mostrar el tirante del bikini marrón y naranja que llevaba debajo. Me gustó ese gesto y me fijé en como iba vestida, llevaba una camiseta sin mangas que la marcaba las formas y un pecho contundente, rematada con un ligero escote. Algo se removió en mi interior y sentí una chispita caliente en mi estómago.

Mientras iba a mi habitación a ponerme el bañador sonó el timbre.

-¡Ya voy yo! -oí que gritaba mi madre.

Debía de ser Ainara. Me cambié rápido y volví corriendo preparado para la piscina. Ainara ya estaba en el salón con mi madre. Cuando me vio me saludó:

-¡Robe! -dijo sonriendo.- ¡Felicidades!

-Gracias, Aina -dije esperando que no se me notara mi fascinación por ella.

Ainara no estaba considerada, ni mucho menos, la chica más guapa de la clase. De hecho decían que de cara era solo normalilla, pero a mi me encantaba. Tenía el pelo castaño claro ondulado hasta el cuello y se le abría hacia los lados y hacia detrás dándole una forma muy divertida. Sus ojos eran un poco achinados y sus facciones delgadas. Las curvas de su cuerpo eran en verdad lo que más me atraía de ella. Años atrás fue la primera chica de la clase en crecerle tetas. Eso la convirtió en bastante popular aunque ella se acomplejó un poco y no se sintió cómoda con la situación. A los dieciséis años ya las tenía bien grandecitas y, aunque a los dieciocho ya no fuese la más tetona de la clase, seguía destacando un bastante. También tenía unas buenas caderas. Aquel día iba con un vestido ligero y cómodo, en el que se intuía el bikini debajo.

Mi madre no se había puesto aún el bañador pero nos acompañó a la piscina y por fin pude ver lo que habían estado haciendo toda la mañana en el jardín: Había globos colgados por todas partes y un cartel hecho con letras de colores que decía “¡Feliz cumpleaños Robe!”. También había mesas con platos de plástico llenos de ganchitos. Sonreí:

-Muchas gracias mamá, de verdad -le dije.

Llegaron Laura y Marta ya en bikini, me acerqué a ellas para darles las gracias también. La chispa que había notado en mi estómago antes, se repitió encendiendo una pequeña llama en mi interior. Vi a Laura con un bikini rojo oscuro con triángulos en la parte del pecho, aguantando sus tetas redondas y más bien medianas aunque lo suficiente abultadas como para llamar la atención, con una apariencia exquisita. Un vientre plano de gimnasio y unas caderas deliciosas. Desde delante no le veía el culo, pero me dije mentalmente que tenía que hacerlo en cuanto se girase.

Marta iba con un bikini azul marino de una sola pieza a la parte de arriba, por lo que no enseñaba tanto como mi otra hermana. A pesar de esto, era igualmente impresionante: apuntaba a ser una tremenda tetona. Ahora entendía lo que le había palpado por accidente aquella misma mañana: en poco tiempo estaban creciendo mucho y quien sabe cuando se detendrían. Ella no iba al gimnasio como Laura, por lo que no estaba tan fibrada, pero su vientre y cintura eran delgadas (casi tanto como los de Laura) y sus caderas solo un poco más anchas. Sus curvas y formas se transformaban en una tentación día a día y yo había tardado demasiado en enterarme.

-¡Joder, que bien ha quedado la piscina! -oí que decía la voz de mi tía.

Me giré y la vi saliendo por la puerta trasera de casa. También iba ya solo en bikini: era parecido al de Laura de forma, pero de color era marrón y naranja. Su cuerpo también se asemejaba al de mi hermana mayor, aunque era todo un poco más grande. Sin temor a exagerar, debo decir que me pareció una especie de diosa griega. Curvada, atlética y voluptuosa a la vez. Sus pechos grandes, naturales y firmes destacaban por encima de todo. Las caderas eran anchas aunque no tanto como las de Marta, y si un poco más que las de Laura que constaté que era la más delgada de todas. En mis adentros la llama del deso ardía con furia.

Ainara, mientras yo estaba casi colapsado por ver tanta belleza en un mismo sitio, se estaba quitando el vestido. Cuando terminó se dirigió a nosotros y la pude ver también a ella. Su bikini era blanco con dibujos varios de florecillas, muy mono. Sus tetas podían competir perfectamente con las del resto de chicas de mi familia, más grandes que las de Laura y Marta (aunque Marta iba en camino de superarla cuando tuviera su edad) pero más pequeñas que las de tía Isa. A pesar de todo, ella no era una novedad para mi y no me impresionó tanto: la había visto ya aquel mismo verano en bikini, yendo a la playa con más amigos. En cambio con mi tía y mis hermanas nunca me había sentido de aquella manera. Hacía desde el verano anterior que no las veía en bikini y, aparte de una agradable sensación que siempre provoca una chica ligera de ropa, no recordaba tal impacto visual como el del día de mi cumpleaños.

-Robe, tu madre nos ha dado permiso para empezar a bañarnos mientras ella se cambia… -dijo tía Isa como si estuviera reclamando que mi vista fuera a sus ojos.- Es tu fiesta así que si quieres ser el primero…

-¡Guay! -dije disimulando mi impresión y volviendo en si, intentando no tener una erección allí mismo.

-¡Pero antes una ducha! -dijo mi tía con un ligero tono de autoridad.

-Claro -respondí yo, dándolo por obvio.- ¡Allá voy!

Me duché rápido y me tiré al lado fondo de la piscina. Mis hermanas y Ainara fueron detrás de mi y en unos segundos los cuatro estábamos en el agua. Marta y Laura se fueron a nadar riéndose como crías y Ainara se relajó, dejándose llevar por el vaivén del agua en movimiento. Aquellas cuatro hembras me tenían muy caliente pero aún no había llegado a mi máximo. No sabía lo que me esperaba.

Cuando apareció mi madre por la puerta, saliendo de casa para llegar al jardín, literalmente aluciné. Ella desprendía algo especial: Su cintura no era tan estrecha como la de mi tía pero sus formas de mujer se mantenían estoicamente en su sitio a pesar de haber tenido ya tres hijos. Sus tetas eran incluso más grandes que las de mi tía y, además, se adivinaba que tenían una forma exquisita bajo aquel bikini que parecía encerrarlas bajo presión. Sus caderas también se ensanchaban un poco más que las del resto de chicas de mi familia. Para mi ella era la mejor. No supe qué cara poner, pero noté como mis ojos se abrían mucho al tiempo que mi erección, a pesar del agua fresca, se transformaba en irrefrenable. Entonces vi que ya no podía más. Por primera vez en la vida comprendí que mi cuerpo de dieciocho años, en pleno apogeo hormonal adolescente, en pleno verano, rodeado de chicas semidesnudas bañándose en una piscina, necesitaba acción.

Ainara se acercó a mi nadando y me dijo:

-¿Echamos una carrera?

-Ahora mismo no me apetece… -dije yo.

-¡Ja! Eso es que tienes miedo de perder -se burló ella,- gallina…

-Jeje… -me reí yo falsamente- Estamos de vacaciones… ¡Esfuerzo mínimo, Aina!

-Cuando quieres eres un soso -dijo ella.- En fin.

Se fue a nadar dando vueltas a la piscina. Mi madre y mi tía también entraron al agua. Hice el esfuerzo mental de serenarme. Necesitaba pensar en cualquier otra cosa y que aquella erección bajara para poder salir del agua sin atraer miradas escandalizadas. Cuando lo estaba haciendo, concentrado en lo mío, noté que alguien me agarraba por detrás y me aprisionaba entre sus brazos, aparte de unos pechos que se apretaban a mi espalda:

-¡Ahora te he pillado yo! -dijo mi hermanita Marta.- No te escaparás de mis cosquillas…

Empezó a cosquillearme y yo no sabía que hacer. Me había cogido por sorpresa y me estaba haciendo reír. Por otra parte me molestaba aquella interrupción para solucionar mi problema. Y además, tanto contacto piel con piel con la chica a la que a penas hacía unas horas le había tocado una teta, aunque fuera mi hermana, me estaba poniendo peor. No podía llamar la atención ni enfadarme porque todas me hubieran preguntado si tenía algún problema y yo hubiera pasado una vergüenza tremenda. Tenía que quitármela de encima como fuera. Me giré, le devolví las cosquillas para ganarle terreno, sin decir apenas nada. Ella se encaró más y se tiró en plancha para inmovilizarme, toda encima de mi cuerpo. Noté como con su vientre me presionaba la polla y la expresión de su cara cambiaba a la de sorpresa: lo había notado, sin duda.

Se separó de mi disimulando, como si el juego ya hubiera acabado, mirándome de reojo. Yo no podía más, tenía que salir de allí sin ser muy observado. Miré como Ainara estaba relajada flotando en la superficie del agua. Vi a Marta alejándose, nadando hacia Laura para cambiar de compañero de juegos. Vi a mi madre y a mi tía hablando sentadas en la zona de la piscina donde había las escaleras para bajar andando. Tenían medio cuerpo fuera del agua y me fijé en sus bikinis, que guardaban aquellos dos pares de pechos divinos y generosos. Fuera como fuera, nadie me miraba y decidí salir por la escala de metal donde no estaba ninguna de ellas.

Caminé hacia la entrada de mi casa y, de reojo, pude ver como Marta le contaba algo a Laura con cara de preocupada y esta última me miraba. Yo intentaba disimular mi paquete pero se me hacía muy difícil… creo que me vio de pleno. Cuando ya estaba a punto de entrar oí la voz de Ainara:

-¡Robe! ¿Donde vas?

-Al baño -respondí yo sin decir ninguna mentira.- Ahora vuelvo…

-¡No vayas a la cocina, cielo! -dijo mi madre.

-Tranquila mamá… -grité ya desde dentro de la casa. No pensaba ir, el pastel que tuvieran allí ya lo vería luego, ahora tenía otra necesidad.

Cuando llegué al baño me saqué rápido la polla del bañador. La vi enorme. Dura, contundente y ancha. Estaba totalmente descapullada, no recordaba haberla visto nunca de aquella manera. Me toqué por pura necesidad, me la agarré y me la acaricié haciéndome estremecer de gusto. Me masturbé aumentando la velocidad por momentos. No podía dejar de pensar en los muchos pares de tetas retenidas en ceñidos bikinis que me habían provocado aquel calentón. Deseaba estrujarlas, chuparlas, comérmelas, ahogarme en ellas, poner mi polla en su canalillo… Me corrí con mucha intensidad echándolo todo en el inodoro. La leche que me salió fue muy abundante y me dio un gran placer. Disfruté de un buen orgasmo allí encerrado.

No había pasado mucho tiempo. Como antes de tocarme estaba a reventar había podido ir rápido y terminar pronto, así que no sospecharían nada. Volví a la piscina y la escena seguía prácticamente igual. Me volvieron los sofocos pero pude estar un poco más centrado y tranquilo, controlándome para no tener otra erección. Finalmente no hubo ningún otro incidente y la fiesta terminó muy bien. Mi madre, aparte de ganchitos y refrescos, sacó un pastel que estuvo delicioso y me sentí muy feliz, aunque una sensación rara me acompañaba en cada momento.​

. . .​

Los días siguientes los pasé masturbándome como un loco. Cada vez que veía a una familiar mía en la piscina sentía aquella sensación y tenía que aliviarme. Yo ya había sido un chico fogoso antes de eso (mi mediana de pajas era de una al día). A partir de aquel decimoctavo cumpleaños, una al día era un mínimo que superaba a menudo, y a veces con creces. Dos al día o incluso tres. La dinámica de aquellos días era aquella, hasta que llegó un día clave en la historia de mi vida. Yo no me lo imaginaba, pero marcaría un antes y un después.

Fue un día muy caluroso y el anochecer llegó igual de cálido. Mis hermanas tenían muchas amigas que no se habían marchado al pueblo ni tampoco de viaje, así que pasaban muchas horas fuera de casa para quedar con ellas. Yo no tenía prácticamente nadie con quien quedar, así que aquella noche no saldría, a diferencia de mis hermanas, que las dos habían quedado con amigas respectivas para quedarse a dormir en sus casas.

Cuando llegó la hora se fueron de casa y me quedé con mi madre recogiendo la mesa de la cena. Nos fuimos al sofá a sentarnos y a ver que daban por la tele. Mi madre iba todo lo destapada que podía para combatir el calor, pero sin enseñar nada más que un buen escote y unos buenos muslos. Me ponía malo. Yo iba directamente sin camiseta y solo con un pantalón de chándal muy corto. En cinco minutos de ver la aburrida programación de aquella noche, me dijo:

-¡Que calor… es realmente insoportable hasta de noche!

-Pues sí -le respondí casi sin ganas.- Pero bueno, lo prefiero al frío.

-Siempre te ha gustado más el verano ¿Eh? -dijo ella, pícara.- ¿Por algo en especial?

-Joder, mamá… -dije yo como si mi opinión fuera obvia.- Las vacaciones, la playa, levantarse tarde…

-Ya… -me interrumpió ella.- Y que las chicas van más ligeras de ropa ¿no?

-¡Mamá! -dije yo, sonrojándome.- No seas absurda…

-Claro, claro -dijo ella irónica.- Tu no te fijas en esas cosas… -me guiñó un ojo.

-En fin… -suspiré yo.

-Te aburro ¿no? -preguntó ella.- La mayoría de amigos tuyos están fuera y te tienes que quedar aquí aburrido…

-No pasa nada mamá -respondí.- Tampoco hablamos tan a menudo así que está bien.

-¡Ay, que bueno que me digas esto, Roberto! -se alegró ella- ¿Quieres que tomemos algo?

-¿Como qué? -respondí intrigado- ¿Un refresco?

-De hecho pensaba en… -y se levantó para ir a al cocina. Cuando volvió lo hizo con una botella de vino y dos copas.- Esto.

-¡Caray mamá! -me sorprendí.- Que buena idea…

-Pero no bebas mucho ¿eh? -dijo poniéndose en plan protector- Por muy mayor de edad que seas, sigues siendo mi hijo…

Nos servimos una copa cada uno y bebimos. Yo iba bastante lento pero mi madre se terminó la suya enseguida y se la volvió a llenar. La conversación mejoró notablemente. Me gustaba ver a mi madre un poco más animada que de costumbre, aunque solo fuera a ratos. Yo creo que empezaba a digerir el trauma que suponía lo de mi padre y empezaba a entender que, pasara lo que pasara, tenía que seguir adelante. Estuvimos hablando un buen rato y mi madre se sirvió la tercera copa. Hablamos de posibles futuros viajes cuando nos recuperáramos económicamente de la piscina. Le conté sobre la música que últimamente escuchaba y que le propondría a Laura que me llevara a algún concierto aquel verano en su coche. Pasaron practicamente horas así y la cuarta copa de mi madre vino más llena que las otras. Yo me terminaba la segunda cuando se nos acabaron los temas. Mi madre respiraba pareciendo sofocada y dijo:

-Realmente hace un calor horrible…

La miré fijamente. No era ningún descubrimiento que ella me gustaba, pero me asombró la manera en que llegaba a gustarme. No era solo que estuviera buena… su mirada, sus gestos, su expresión, su pelo ondulado… tal y como estaba, un poco contentilla por el vino, estaba muy cálida y sensual. Ella también me observó con una mirada que me estremeció, levantando una ceja:

-Tengo una idea… ¿Quieres bañarte ahora en la piscina?

-¿Ahora? -dije yo, otra vez sorprendido.

-Aún no nos hemos bañado nunca por la noche… y la piscina la tenemos las 24 horas…

-Por mi es una idea genial -respondí animado.- Yo también me muero de calor.

Nos fuimos cada uno a su cuarto para ponernos el bañador. Cuando me quité los calzoncillos vi la media erección que ya tenía. Me concentré y confié en la oscuridad de la noche para que no se me notara nada. Bajé al jardín y mi madre aún no estaba. Dejé la toalla bajo la luz de la única farola que teníamos allí, y que iluminaba una zona muy pequeña del césped y el suelo con baldosas. El resto era oscuridad bañada por los débiles rayos de la luna.

Me duché para poder entrar a la piscina y mi madre llegó mientras el agua me caía encima. Traía puesto el mismo bikini amarillo del día de mi cumpleaños, la vi bien cuando también dejó la toalla bajo al luz del farol. Cuando terminé de ducharme, me lancé al agua. Bañarse de noche era un poco diferente, viendo mucho menos y con el agua tibia de estar todo el día a la luz del sol. Vi a mi madre entrando por el lado de la piscina que tiene la escalera y sufrí por su equilibrio debido a su puntillo de vino. Pero ella caminó poniendo bien los pies, escalón a escalón, y en pocos segundos ya estaba nadando cerca de mi.

Mi erección volvía a estar muy presente, aunque la tenía bien escondida bajo el agua. Lo que no me esperaba es que mi madre nadara directa hacia mi para abrazarme y decirme:

-Ay cariño… Suerte que os tengo a vosotros tres…

Aquello era demasiado para mi. Flotando en el agua me abrazó más fuerte, agarrándome hasta la espalda y pegando su cuerpo al mío. Yo no dije nada, solo intenté aguantar el tipo. Ella volvió a hablar:

-Pronto irás a la universidad. Te has hecho tan mayor en tan poco tiempo... -me puso una mano en la cabeza, noté que estaba realmente borracha.- Te has hecho tan guapo… -me besó en la mejilla. Era un beso maternal pero muy suave y cargado de cariño. Al acercarse tanto noté su pierna con mi polla endurecida. Ella notó mi falo con su muslo e hizo una mueca de sorpresa, pero creo que no le dio la mínima importancia debido a su embriaguez. Se separó por fin de mi y se fue a nadar a su aire. Yo respiraba aceleradamente.

Mi madre seguía hablando:

-Se está de vicio aquí… tenemos que bañarnos más por las noches… -hizo una pausa como si se le hubiera ocurrido una idea genial.- Robe, cielo… ¿Te importa si me pongo más cómoda? Ya que estamos a oscuras…

-Más… -dije- …¿Cómoda?

Mientras tanto, ella iba subiendo la escalera y se dirigía al farol bajo el cual se encontraban las toallas iluminadas. Continuaba hablando:

-Si, hijo… nadaré mejor sin la parte de arriba ¿Sabes?…

Flipé. ¿Se iba a poner en topless delante de mi en aquel mismo momento? Se estaba dirigiendo a la luz y allí dejaría su parte de arriba del bikini. Pensé rápido: hacía mucho que no le veía las tetas al desnudo. La última vez yo era muy niño y no me acordaba en absoluto. Mi madre me ponía a mil y quería vérselas bien. Se quitaría el sujetador del bikini bajo el farol y después volvería a la oscuridad. Si quería echarle un ojo tendría que acercarme rápido. Con lo bebida que estaba quizás ni siquiera se enteraría de que la miraba. Ella llegó a la luz: no podía perder más tiempo.

Mientras se quitaba el bikini, de espaldas a donde yo estaba, nadé rápido hasta la escalera y la subí con toda la velocidad que el agua me permitía. Mi madre se desataba el lazo y el hilo caía rozando su espalda a causa de la gravedad. Alcancé el último escalón. Mi madre se pasaba el nudo de arriba por encima de la cabeza. Caminé nerviosamente por el borde de la piscina y fijé la mirada en la seductora figura que había bajo la luz: mi madre ya se había quitado el bikini y se giraba hacia la piscina para volver a nadar. Vi aparecer sus tetas bajo la luz, sin ningún bikini que las cubriera. Fue un segundo. Solo fue un segundo porque en aquel momento resbalé.

Resbalé y me caí al suelo, en el borde de la piscina, dándome un fuerte golpe en el brazo derecho y rodando hasta el agua, cayendo dentro. Me di otros golpes con los escalones, ya que había caído en la zona que tenía escalera, en la parte menos profunda. El dolor fue muy intenso y noté que el mundo se iba de mis ojos. Hundido en el agua no podía respirar, pero si intentaba mover los brazos el dolor se tornaba insoportable. Noté unas manos que me recogían:

-¡¡Roberto!! -gritó la voz de mi madre.- ¿¿Estás bien??

Yo no podía ni hablar. Mi cerebro aún no había asimilado lo que me había ocurrido. Oí a mi madre pedir una ambulancia por teléfono mientras mis neuronas luchaban para entender la situación. Recuerdo que me metieron en la ambulancia y las luces que veía cambiaron de color e intensidad. Cuando me di cuenta ya estaba en el hospital y mi madre estaba a mi lado. Fui asimilando poco a poco lo que había pasado. Me sentía desgraciado y hecho una auténtica mierda. Lo que no sabía es que, a la larga, haber tenido aquel accidente sería el soplo de suerte que me faltaba para que mi vida se transformara en algo increíble y diferente a todo lo que nunca hubiera podido tan siquiera imaginar. La historia que os estoy contando no había hecho más que empezar.

CONTINUARÁ…​
Me uno a la espera de la continuación
 
Muy bueno! La madre más caliente que el picho de la plancha…. Se la ve venir…
 
CAPÍTULO 2: VOLVIENDO A CASA

No sabía si ya me encontraba en condiciones. En el hospital se me había dado tratamiento para el dolor y he de confesar que iba bastante atontado en general. El día en que llegué a casa, me sentía muy débil y cansado pero agradecí estar ya en un entorno familiar sin la frialdad del hospital y las horas de aburrimiento absoluto. Aún me quedaba un buen tiempo para recuperarme del todo. El resultado de mi caída había sido el de varias contusiones: una bastante seria en el omóplato izquierdo (por suerte solo el golpe, aunque dolía bastante) y además el brazo derecho completamente roto. Por lo tanto una escayola me lo había inmovilizado y lo haría aún por muchas semanas más.

-Bienvenido a casa -dijo mi madre cuando cruzamos la puerta.- Espero que aún te acuerdes. Dijo en una broma amable.

-La verdad, no lo sé -dije intentando reírme.- Me parece que he estado una eternidad en el hospital.

-Ahora descansa -dijo ella.- ya sabes: reposo absoluto.

-¡En el hospital no he hecho otra cosa! -dije yo.- Pero igualmente... ¿Sabes qué? Ahora no me apetece nada más que eso.

Y era verdad. Por mucho que reposara, mi abatimiento me pedía más descanso. Y ahora, por fin sería en mi cama, mi cómoda cama, con mi suave almohada y mi fantástico colchón.

-Mamá... me voy a dormir... El cuerpo me lo pide.

-Claro, cariño -dijo ella sonriendo a duras penas.- Tu cama ya está preparada. Te ayudo a subir la escalera y a ponerte el pijama.

Cuando me senté en la cama mi madre me desnudó pero yo ya estaba medio dormido como para percatarme de lo raro de la situación. Luego dormí. Dormí un largo sueño. Aunque mi cerebro no dejó de funcionar. Varias imágenes se me fundían en la cabeza entre sueño y realidad. Veía a mi madre, sentía dolor, percibía su olor, notaba el agua de la piscina, sentía su suavidad, sus pechos, de repente olía todo a hospital, vi a mi padre junto a mi en el hospital... No sé cuanto rato dormí. Me desperté cuando mi cuerpo ya no podía dormir más y me agradecía el descanso. Miré por la ventana. Era el atardecer. Bostecé e intenté incorporarme, pero me costó un sobre-esfuerzo. Me percaté de una cosa: Noté mi pene endurecido. Ya ni me acordaba. Mi sexualidad había quedado tan abatida como yo durante mi hospitalización, pero debía de ser verdad que ya me estaba recuperando.

Con la mano izquierda aparté el pantalón del pijama y mi polla endurecida apareció. Estaba muy rígida y vigorosa. Me la acaricié con mi mano izquierda y la sensación fue muy agradable. Me apetecía darle una alegría a mi cuerpo adolorido. Un poco de placer para contrarrestarlo. Me mojé los dedos con saliva y agarré el falo. Pensé en mi madre, la que había sido la reina de mis últimas pajas también lo sería de la primera después del accidente. Empecé a mover el brazo izquierdo. Un movimiento, dos movimientos, tres... hasta que no pude más. Estaba realmente flojo y no tenía fuerzas. Para nada me valió el esfuerzo, tuve que dejarlo en cuestión de segundos ya que realmente no podía con mi alma. Tuve que esperar a que se me bajara ella sola mientras volvía a la posición de reposo.

-¡Mamá! -dije tan fuerte como pude en el momento que vi que estaba en condiciones de mantener una conversación coherente.- ¡Estoy despierto!

Oí pasos, luego golpecitos en mi puerta y dije:

-Pasa...

-Cariño -dijo ella,- has dormido unas cuantas horas. ¿Te apetece cenar?

-Vale... Supongo que tengo hambre... Ahora bajo...

-¡Ni hablar! -me cortó ella.- Al menos hoy cenarás en la cama, reposo AB-SO-LU-TO.

No comí demasiado aunque agradecí volver a probar los guisos de mamá y no la comida de hospital. Después de cenar me aburrí mucho en la cama, sin poder conciliar el sueño. Pensamientos desordenados invadían en mi cabeza. Poco a poco mi madre tomó otra vez el protagonismo en ellos. La imaginé desabrochándose su bikini de espaldas y después girándose hacia mi. Retuve lo que pude del flash que vi de sus tetas el día de mi caída y me las idealicé para verlas bien en mi mente. Las imaginé tal y como las creía recordar. Mi polla reaccionó. Otra vez estaba erecto. "Lo necesito", pensé. Era el momento de hacerlo ya que no podía dormir. Concentré todas mis energías en mi mano izquierda. Esta vez logré aguantar unos minutos pero volví a quedarme hecho polvo antes de conseguir nada: otro fracaso. "Mierda", pensé. Aunque aquel agotamiento me ayudó a dormirme, y esa vez dormí hasta la mañana siguiente.

. . .

El día siguiente transcurrió lento y pesado. Volví a intentar masturbarme dos o tres veces más pero no tenía energía ni tampoco mucha intimidad. Al tenerme de nuevo en casa, ninguna de las tres chicas con las que convivo habían salido. Mis hermanas iban y veían a ratos de mi habitación a darme un poco de conversación. De Marta no tenía duda de su buena fe, pero creo que Laura iba más que nada obligada por mi madre para que yo no me aburriera ni me sintiera solo:

-Enano, mira que eres torpe -me dijo ella en un momento dado.

-Que te den -dije yo.

No estábamos enfadados: hablábamos así y era nuestra manera de ser hermanos. Un tipo de relación que nunca habría tenido con Marta, mi hermana menor, que es mucho más aprensiva, inocente y cariñosa. En cambio Laura, mi hermana mayor, es una chica muy visceral, que dice las cosas por su nombre aunque puedan doler y a veces ofende un poco sin pretenderlo. Hay que quererla y yo la quiero mucho tal y como es.

-Mira que caerte dos días después de estrenar la piscina... ¡ya puedes jurar que te has quedado todo el verano sin bañarte por culpa de la escayola! -me decía.

-¿Sería repetirme si te digo otra vez "que te den"? -le repliqué.

-¡Pues sí! -Se rio y se quedó sonriendo diciendo tiernamente:- En fin... tendremos que cuidar al niño de la casa.

-De verdad... -suspiré.- Si solo venir a reírte de mi, para ti ya es cuidarme... prefiero morirme aquí mismo.

-¡Serás..! -Hizo el gesto de pegarme pero, evidentemente, no no hizo. Si yo hubiera estado en perfectas condiciones nos habríamos liado a hostias fraternales durante un ratito. Después de un silencio solté un lamento que me mató por dentro al asimilarlo del todo:

-Joder... A la mierda la piscina... -dije mirando la pared.

-Pues sip, Enano -contestó ella,- y ya te convendría remojarte un poco.

-¿Como dices? -pregunté yo.

-Pues que entre el hospital y todo... -Laura no sabía como seguir, ahora hablaba en serio no quería reírse de mi en broma.- Niño, hueles un poco a chotuno...

Era muy sincera y me percaté de lo mucho que me apetecía darme una ducha. Pero entonces me vino una duda a la cabeza. ¿Como? Yo estaba hecho puré y alguien me tendría que ayudar sin duda. ¿Mi madre? Ella me había duchado y bañado un montón de años atrás. ¿Lo haría otra vez con mi cuerpo tan desarrollado? Mi duda tardó pocas horas en desaparecer.

-Roberto, cielo -dijo mi madre entrando en el cuarto después de llamar.- ¿Qué tal una ducha?

-Mamá... no se ni si puedo moverme -dije sinceramente.

-¿Lo dejamos para mañana, cariño?

-¡Ni hablar! -dije.- Huelo fatal y quiero limpiarme.

-Bien... -hizo una pausa tragando aire como si le costara decir lo que iba a decir.- Pues te tendré que ayudar, amor.

-Vale mami, gracias... -dije yo un poco incomodado también.

Nos fuimos al cuarto de baño y la vi con mas luz. Iba vestida con una camiseta de tirantes azul marino muy fresca, el escote era inevitable debido al tamaño de sus tetas. No llevaba sujetador pero la camiseta era apretada para que no le bailaran allí dentro, con lo cual la visión me traicionó delante de mi propia madre. Me empalmé en cuestión de segundos y me iba a tener que desnudar allí mismo.

-Venga Robe, te ayudo a quitarte la ropa.

-¿Ya? -dije yo.

-¡Claro, hombre! -dijo ella sorprendida por mi aparentemente tonta pregunta.- ¿A qué quieres esperar?

-Es que... -no sabía ni como decírselo, ella notó algo raro en mi.- Ahora yo...

Lo entendió. Miró los pantalones de mi pijama. Aunque llevara calzoncillos se veía el bulto. Ella no supo que decir y me miró a la cara. ¿Me tocaba hablar a mi?

-Mamá... en el hospital no me pasó ni una vez y ni siquiera me había dado cuenta... en cambio desde que estoy en casa... bueno... que me pasa mucho más. Eso será que estoy mejor ¿no?

-Supongo... -dijo ella sorprendida.- Venga, me da igual, vamos a desnudarte.

Me quitó todo lo de arriba y después fue a por los pantalones, cuando los bajó, el bulto que vio en mis calzoncillos la dejó patidifusa:

-Hijo... ¡Como lo tienes, de verdad! -dijo ella apartando la vista.

-Ya lo sé, mamá... -adimtí.- Lo siento mucho.

-Tranquilo, no es culpa tuya... Tanto tiempo... -hizo una pausa.- Ya me imagino el problema que tienes con la mano derecha... ¿pero no puedes hacerlo con la izquierda?

Ya habíamos abarcado el tema de pleno. Me puse rojo como un tomate pero pude decir:

-Con la izquierda soy muy torpe. Aún estoy hecho polvo y me canso en dos segundos... Me duele todo, mamá... lo intento con la izquierda pero no llego a... -se hizo un silencio incómodo.

-¿Eyacular? -dijo al fin mi madre, buscando el término más apropiado y más técnico para hablar sobre correrse.- En fin, pues tarde o temprano podrás, no te preocupes... es cuestión de paciencia.

Sacó el plástico para cubrir mi escayola y me lo puso antes de terminar de desnudarme, quizás para retrasar lo inevitable. Luego no le quedó más remedio: mal que le pesara, me tenía que quitar los calzoncillos. Hizo un suspiro y dijo:

-Vamos allá...

-Tira bien de la goma... -le pedí.- Que no me duela...

-Vale… -respondió.

Lo hizo lo mejor que pudo pero era un poco difícil que mi polla saliera sin hacer roce con el calzoncillo. La sensación fue una mezcla de molestia placentera que me hizo sentir de maravilla una centésima de segundo. Además, la libertad total de mi pene era de muy agradecer después de aquel encierre a presión. Mi madre intentó no hacer ninguna mueca ni decir nada, pero a pesar de que a duras penas murmulló un "Dios santo...", su cara de asombro y sus ojos más abiertos que nunca la delataban totalmente.

-Entra a la ducha -me dijo.

Eso hice. Ella me ayudó a no caerme aguantándome con fuerza. Cerró un poco la cortina excepto por el lado en el que ella se iba a poner para lavarme y esperó a que encontrara bien el equilibrio para abrir el agua. Con mi débil mano izquierda me apoyé a la pared para aguantarme un poco mejor. Al principio estaba un poco fría, pero en seguida se calentó. El agua empezó a recorrer mi cuerpo mientras ella sujetaba la alcachofa de la ducha dirigiéndolo para que ninguna parte de mi cuerpo quedara sin mojar. Yo la miraba a ella. Evidentemente había momentos en que se tenía que agachar y su escote se pronunciaba ante mi. Sus tetas. Siempre sus tetas. ¿Era normal que me gustaran tanto? No podía olvidarlas. En cierto modo ellas habían causado un poco mi accidente. ¿Se sentiría mi madre culpable? ¿Habría notado que me había caído por el hecho de estarla mirando cuando se despojaba del bikini? ¿Y si en vez de culpable se sentía molesta o incluso enfadada conmigo?

Entonces vi que ella iba soltando miradas fugaces a mi entrepierna, cuando me estaba dirigiendo el chorro de agua miraba fijamente al sitio que estaba limpiando, pero no podía contener esas milésimas de segundo en que sus ojos se dirigían a la evidencia de mi excitación. Ella no me miraba a la cara así que eso me daba libertad para seguir mirando sus tetas... hasta que me miró a los ojos para hablarme. Creo que me pilló de pleno, aunque disimuló:

-Bueno... -dijo intentando aparentar normalidad, con un desesperado intento de hacer que la situación fuera lo menos incómoda posible.- Primero el champú...

Me enjabonó la cabeza y la aclaró después. Tocaba ponerme el suavizante y así lo hizo. Luego cogió el jabón mientras el suavizante hacía efecto.

-Ahora te voy a limpiar entero.

Hablaba por hablar, para que el silencio no nos matara como lo había estado haciendo todo aquel rato. Pero oír eso de "entero" me hizo estremecer. En mi familia nunca hemos usado esponjas, y creo que mi madre lo estaba lamentando, me tendría que tocar todo con sus manos. Mi vista no se podía apartar de su escote. Se puso un chorro de jabón en las manos y empezó a esparcirlo por mi pecho, mis hombros, mi cuello, el brazo que no tenía escayolado, mi vientre, mi cintura... ¿Y ahora? Si pasaba de largo quedaría evidente el corte que le llegaba a dar tocar mis partes aunque solo fuera para enjabonarlas, pero si las tocaba... Y con una mano llena de jabón me agarró el falo.

Hice tanto como pude para no gemir, pero la sensación fue increíble. El jabón lubricaba esa mano que me agarraba la polla y me lo esparcía por ella con un gesto muy similar al de masturbarme. Se estuvo el suficiente tiempo como para que todo fuera fantástico. Yo no sabía cuanto llevaba sin correrme pero lo necesitaba de sobremanera. Mi sexualidad ya se había recuperado antes que otras partes de mi cuerpo y necesitaba echarlo todo. Y con aquella excitación... Mi madre se encargaba de que mi glande también quedara limpio cuando no pude más y gemí.

-¡Roberto..! -dijo mirándome a los ojos y soltándome la polla.- ¿Te he hecho daño?

-No... es que... -y me callé. Ella lo entendió enseguida, estoy seguro.

-Cariño... -dijo ella en tono piadoso pero impotente. Era una madre. y como tal ¿hasta donde podía llegar? Su gestó se tornó al de concentración por hacer las cosas bien y como Dios manda:- Acabo enseguida -dijo.

Volvió a por las partes de mi zona íntima que faltaban y volví a gemir. Estaba a segundos del orgasmo.

-Cariño... -repitió ella, esta vez sin quitar la mano, gracias al cielo.- ¿Que vas a...?

No dijo el verbo pero sabía a qué se refería. Esta vez en mi cerebro no salió la palabra eyacular, solo apareció "correrse". Correrse como un cabrón, disfrutarlo como el que más. ¿En qué plan me estaba haciendo en la pregunta? ¿Solo quería la información? ¿Era un "si quieres, puedes"? ¿Era un.. "pues ni te atrevas"? Creo que ni ella lo sabía. Mi cerebro iba a mil por hora y a la vez no podía pensar en nada.

Mi madre habló de nuevo:

-Cariño... -me dijo parando otra vez de tocarme, con lo que maldecí un poco la situación.- Ya sé que lo necesitas. No es culpa tuya nada de esto. Yo no debería hacértelo... -Pensé: "Por favor ¿Por qué no? ¡Hazlo!"- ...porque soy tu madre -se hizo otro silencio.- Mira, entiendo que estés excitado por la situación, llevas mucho tiempo sin tocarte y tu re-despertar sexual está siendo muy furioso, pero precisamente, si la situación te ha excitado tanto, no te costará nada darte ahora un poco con la izquierda y acabar. Prometo no mirar.

"A mi me da igual que mires" pensé yo muy cachondo, "así verías lo que he hecho tantas veces pensando en ti...".

-Pero -balbuceé yo,- ¿como me sujeto para no caerme? -me sentía inseguro y con poco equilibrio. Menos aún con el orgasmo bestial que estaba presintiendo.

-Yo te aguanto, cariño -dijo con un tono relajado y muy amoroso.- Ven aquí... -y me abrazó. Con fuerza para aguantarme, pero era un abrazo fenomenal. Sus pechos se pegaron a mi cuerpo mojado y enjabonado, y el contacto con aquel cuerpazo de mujer me hizo perder el norte del todo. No le importaba ir ella vestida y mojarse la ropa de agua y jabón con tal de que yo pudiera desahogarme. Sintiéndome bien sujeto me atreví a despegar mi mano izquierda de la pared y dirigirla a mi enrojecida y enjabonada polla. Realmente estaba al borde de la corrida. Mi débil brazo izquierdo no tuvo que hacer mucho esfuerzo para mi desahogo. Un chorro de semen salió disparado perdiéndose en la blanca bañera. Un segundo chorro más intenso (pero menos veloz) salió como un borbotón mientras yo sentía que el placer me elevaba sobre todas las cosas. Todo esto mientras mi madre me abrazaba fuerte. Era una sensación increíble. Varios espasmos más siguieron, con pequeñas cantidades de semen que seguían surgiendo. Me relajé del todo. Estaba en la gloria.

-Mi amor -me dijo mi madre separándose muy poco a poco de mi, pero aún sujetándome con los brazos.- ¿Estás mejor?

-Sí, mamá -dije yo temblando, casi sin voz. Hice una pausa porque no sabía si tenía que decirlo, pero lo dije:- Muchas gracias.

Se hizo un silencio que temí otra vez eterno pero apenas duró unos segundos.

-¿Por qué gracias? -dijo ella con media sonrisa.- ¡Yo no he hecho nada!

-Sabes que sí... -dije yo bajando la cabeza pero a la vez insinuando que mi mirada se iba a sus pechos. La miré luego a la cara, de reojo y la vi semiruborizada. No obstante, no había abandonado su media sonrisa amable y pacífica. Curiosamente volví a ver el tipo de rostro por el que mi madre se había caracterizado años atrás: alegre y afable, pero que despertaba paz interior y seguridad.

-Anda tonto... -dijo con un tono de lo más divertido que me hacía verla mucho más relajada.- Vamos a aclararte que si no, no terminaremos nunca.

Me volví a sujetar por mi mismo y se separó de mi. Entonces vi su camiseta mojada y con un poco de jabón por haber pegado su cuerpo vestido al mío enjabonado. Una imagen bonita aunque un poco surrealista, como todo lo que estaba ocurriendo. Antes de nada, cogió una toalla y se la pasó por la ropa para, al menos, quitarle el jabón. Yo no la perdía de vista.

Me aclaró, y mientras lo hacía percibí que mi pene no había bajado mucho más de "morcillón". Me encontraba mejor pero la verdad es que con un solo orgasmo es difícil saciar tanto tiempo sin liberar nada de esperma. Una vez terminamos me pasó una toalla y me empezó a secar aún de pie en la ducha, aunque pronto me hizo salir y me sentó en el inodoro, donde ya había puesto otra toalla. Una vez sentado me secó a fondo, todo entero. Su expresión seguía siendo mucho más tranquila. Probablemente por la sensación que despierta un "Pues ha ido bien, tampoco ha sido para tanto, no creo que ni él ni yo salgamos traumatizados de aquí...".

Alegremente me iba secando, y cuando llegó a mi polla la volvió a ver otra vez dura. Evidentemente se había agachado y mis ojos habían vuelto a enfocar su escote. Ella se quedó un poco sorprendida una vez más:

-Robe... ¿Otra vez? -dijo con más gesto de asombro que de preocupación, mirando mi falo.

-Tranquila mamá... -dije.- Ha sido mucho tiempo sin nada y es normal que ahora quiera más -se volvió a hacer un silencio. Mi madre, subió la mirada pero sin cambiar la expresión de su cara y me miró a los ojos. ¿Esperaba que le pidiera algo? Aunque estuviera más tranquila, la volvía a ver dubitativa. Entonces decidí decirle:- Pero ahora no es tan urgente como antes, mami... ¡Estoy mejor!

-Eso te iba a decir... -volvió a su carácter amable y tranquilo mientras me siguió secando despreocupadamente como si nada.- Por hoy ya es suficiente... ¿eh?

Aluciné. ¿Qué había querido decir? ¿Que hoy ya había terminado pero otro día quizás repetíamos? Estaba flipando y no tenía la sensación de haberla entendido. Ella interpretó mi silencio como una falta de información y vio qué había hecho un comentario que ni siquiera ella misma sabía como interpretar. Decidió seguir hablando mientras me secaba, concentrada en su tarea. Como hablando del tiempo que hace me dijo:

-Porque antes de la caída... ¿tú cada cuando te... tocabas?

Me sonrojé un poco pero sonreí. La barrera de hablar del tema ya estaba superada.

-Una al día.

Me miró a los ojos de una manera entre pícara, alegre, maternal y como si pensara "lo que imaginaba". Entonces volví a hablar:

-Bueno, no tan regular... Casi siempre una al día pero no cada día...

Sonrió. Amplió su sonrisa mirando abajo y, cuando nos volvimos a mirar, maravillosamente rompimos los dos a reír.

CONTINUARÁ...
 
CAPÍTULO 2: VOLVIENDO A CASA

No sabía si ya me encontraba en condiciones. En el hospital se me había dado tratamiento para el dolor y he de confesar que iba bastante atontado en general. El día en que llegué a casa, me sentía muy débil y cansado pero agradecí estar ya en un entorno familiar sin la frialdad del hospital y las horas de aburrimiento absoluto. Aún me quedaba un buen tiempo para recuperarme del todo. El resultado de mi caída había sido el de varias contusiones: una bastante seria en el omóplato izquierdo (por suerte solo el golpe, aunque dolía bastante) y además el brazo derecho completamente roto. Por lo tanto una escayola me lo había inmovilizado y lo haría aún por muchas semanas más.

-Bienvenido a casa -dijo mi madre cuando cruzamos la puerta.- Espero que aún te acuerdes. Dijo en una broma amable.

-La verdad, no lo sé -dije intentando reírme.- Me parece que he estado una eternidad en el hospital.

-Ahora descansa -dijo ella.- ya sabes: reposo absoluto.

-¡En el hospital no he hecho otra cosa! -dije yo.- Pero igualmente... ¿Sabes qué? Ahora no me apetece nada más que eso.

Y era verdad. Por mucho que reposara, mi abatimiento me pedía más descanso. Y ahora, por fin sería en mi cama, mi cómoda cama, con mi suave almohada y mi fantástico colchón.

-Mamá... me voy a dormir... El cuerpo me lo pide.

-Claro, cariño -dijo ella sonriendo a duras penas.- Tu cama ya está preparada. Te ayudo a subir la escalera y a ponerte el pijama.

Cuando me senté en la cama mi madre me desnudó pero yo ya estaba medio dormido como para percatarme de lo raro de la situación. Luego dormí. Dormí un largo sueño. Aunque mi cerebro no dejó de funcionar. Varias imágenes se me fundían en la cabeza entre sueño y realidad. Veía a mi madre, sentía dolor, percibía su olor, notaba el agua de la piscina, sentía su suavidad, sus pechos, de repente olía todo a hospital, vi a mi padre junto a mi en el hospital... No sé cuanto rato dormí. Me desperté cuando mi cuerpo ya no podía dormir más y me agradecía el descanso. Miré por la ventana. Era el atardecer. Bostecé e intenté incorporarme, pero me costó un sobre-esfuerzo. Me percaté de una cosa: Noté mi pene endurecido. Ya ni me acordaba. Mi sexualidad había quedado tan abatida como yo durante mi hospitalización, pero debía de ser verdad que ya me estaba recuperando.

Con la mano izquierda aparté el pantalón del pijama y mi polla endurecida apareció. Estaba muy rígida y vigorosa. Me la acaricié con mi mano izquierda y la sensación fue muy agradable. Me apetecía darle una alegría a mi cuerpo adolorido. Un poco de placer para contrarrestarlo. Me mojé los dedos con saliva y agarré el falo. Pensé en mi madre, la que había sido la reina de mis últimas pajas también lo sería de la primera después del accidente. Empecé a mover el brazo izquierdo. Un movimiento, dos movimientos, tres... hasta que no pude más. Estaba realmente flojo y no tenía fuerzas. Para nada me valió el esfuerzo, tuve que dejarlo en cuestión de segundos ya que realmente no podía con mi alma. Tuve que esperar a que se me bajara ella sola mientras volvía a la posición de reposo.

-¡Mamá! -dije tan fuerte como pude en el momento que vi que estaba en condiciones de mantener una conversación coherente.- ¡Estoy despierto!

Oí pasos, luego golpecitos en mi puerta y dije:

-Pasa...

-Cariño -dijo ella,- has dormido unas cuantas horas. ¿Te apetece cenar?

-Vale... Supongo que tengo hambre... Ahora bajo...

-¡Ni hablar! -me cortó ella.- Al menos hoy cenarás en la cama, reposo AB-SO-LU-TO.

No comí demasiado aunque agradecí volver a probar los guisos de mamá y no la comida de hospital. Después de cenar me aburrí mucho en la cama, sin poder conciliar el sueño. Pensamientos desordenados invadían en mi cabeza. Poco a poco mi madre tomó otra vez el protagonismo en ellos. La imaginé desabrochándose su bikini de espaldas y después girándose hacia mi. Retuve lo que pude del flash que vi de sus tetas el día de mi caída y me las idealicé para verlas bien en mi mente. Las imaginé tal y como las creía recordar. Mi polla reaccionó. Otra vez estaba erecto. "Lo necesito", pensé. Era el momento de hacerlo ya que no podía dormir. Concentré todas mis energías en mi mano izquierda. Esta vez logré aguantar unos minutos pero volví a quedarme hecho polvo antes de conseguir nada: otro fracaso. "Mierda", pensé. Aunque aquel agotamiento me ayudó a dormirme, y esa vez dormí hasta la mañana siguiente.

. . .

El día siguiente transcurrió lento y pesado. Volví a intentar masturbarme dos o tres veces más pero no tenía energía ni tampoco mucha intimidad. Al tenerme de nuevo en casa, ninguna de las tres chicas con las que convivo habían salido. Mis hermanas iban y veían a ratos de mi habitación a darme un poco de conversación. De Marta no tenía duda de su buena fe, pero creo que Laura iba más que nada obligada por mi madre para que yo no me aburriera ni me sintiera solo:

-Enano, mira que eres torpe -me dijo ella en un momento dado.

-Que te den -dije yo.

No estábamos enfadados: hablábamos así y era nuestra manera de ser hermanos. Un tipo de relación que nunca habría tenido con Marta, mi hermana menor, que es mucho más aprensiva, inocente y cariñosa. En cambio Laura, mi hermana mayor, es una chica muy visceral, que dice las cosas por su nombre aunque puedan doler y a veces ofende un poco sin pretenderlo. Hay que quererla y yo la quiero mucho tal y como es.

-Mira que caerte dos días después de estrenar la piscina... ¡ya puedes jurar que te has quedado todo el verano sin bañarte por culpa de la escayola! -me decía.

-¿Sería repetirme si te digo otra vez "que te den"? -le repliqué.

-¡Pues sí! -Se rio y se quedó sonriendo diciendo tiernamente:- En fin... tendremos que cuidar al niño de la casa.

-De verdad... -suspiré.- Si solo venir a reírte de mi, para ti ya es cuidarme... prefiero morirme aquí mismo.

-¡Serás..! -Hizo el gesto de pegarme pero, evidentemente, no no hizo. Si yo hubiera estado en perfectas condiciones nos habríamos liado a hostias fraternales durante un ratito. Después de un silencio solté un lamento que me mató por dentro al asimilarlo del todo:

-Joder... A la mierda la piscina... -dije mirando la pared.

-Pues sip, Enano -contestó ella,- y ya te convendría remojarte un poco.

-¿Como dices? -pregunté yo.

-Pues que entre el hospital y todo... -Laura no sabía como seguir, ahora hablaba en serio no quería reírse de mi en broma.- Niño, hueles un poco a chotuno...

Era muy sincera y me percaté de lo mucho que me apetecía darme una ducha. Pero entonces me vino una duda a la cabeza. ¿Como? Yo estaba hecho puré y alguien me tendría que ayudar sin duda. ¿Mi madre? Ella me había duchado y bañado un montón de años atrás. ¿Lo haría otra vez con mi cuerpo tan desarrollado? Mi duda tardó pocas horas en desaparecer.

-Roberto, cielo -dijo mi madre entrando en el cuarto después de llamar.- ¿Qué tal una ducha?

-Mamá... no se ni si puedo moverme -dije sinceramente.

-¿Lo dejamos para mañana, cariño?

-¡Ni hablar! -dije.- Huelo fatal y quiero limpiarme.

-Bien... -hizo una pausa tragando aire como si le costara decir lo que iba a decir.- Pues te tendré que ayudar, amor.

-Vale mami, gracias... -dije yo un poco incomodado también.

Nos fuimos al cuarto de baño y la vi con mas luz. Iba vestida con una camiseta de tirantes azul marino muy fresca, el escote era inevitable debido al tamaño de sus tetas. No llevaba sujetador pero la camiseta era apretada para que no le bailaran allí dentro, con lo cual la visión me traicionó delante de mi propia madre. Me empalmé en cuestión de segundos y me iba a tener que desnudar allí mismo.

-Venga Robe, te ayudo a quitarte la ropa.

-¿Ya? -dije yo.

-¡Claro, hombre! -dijo ella sorprendida por mi aparentemente tonta pregunta.- ¿A qué quieres esperar?

-Es que... -no sabía ni como decírselo, ella notó algo raro en mi.- Ahora yo...

Lo entendió. Miró los pantalones de mi pijama. Aunque llevara calzoncillos se veía el bulto. Ella no supo que decir y me miró a la cara. ¿Me tocaba hablar a mi?

-Mamá... en el hospital no me pasó ni una vez y ni siquiera me había dado cuenta... en cambio desde que estoy en casa... bueno... que me pasa mucho más. Eso será que estoy mejor ¿no?

-Supongo... -dijo ella sorprendida.- Venga, me da igual, vamos a desnudarte.

Me quitó todo lo de arriba y después fue a por los pantalones, cuando los bajó, el bulto que vio en mis calzoncillos la dejó patidifusa:

-Hijo... ¡Como lo tienes, de verdad! -dijo ella apartando la vista.

-Ya lo sé, mamá... -adimtí.- Lo siento mucho.

-Tranquilo, no es culpa tuya... Tanto tiempo... -hizo una pausa.- Ya me imagino el problema que tienes con la mano derecha... ¿pero no puedes hacerlo con la izquierda?

Ya habíamos abarcado el tema de pleno. Me puse rojo como un tomate pero pude decir:

-Con la izquierda soy muy torpe. Aún estoy hecho polvo y me canso en dos segundos... Me duele todo, mamá... lo intento con la izquierda pero no llego a... -se hizo un silencio incómodo.

-¿Eyacular? -dijo al fin mi madre, buscando el término más apropiado y más técnico para hablar sobre correrse.- En fin, pues tarde o temprano podrás, no te preocupes... es cuestión de paciencia.

Sacó el plástico para cubrir mi escayola y me lo puso antes de terminar de desnudarme, quizás para retrasar lo inevitable. Luego no le quedó más remedio: mal que le pesara, me tenía que quitar los calzoncillos. Hizo un suspiro y dijo:

-Vamos allá...

-Tira bien de la goma... -le pedí.- Que no me duela...

-Vale… -respondió.

Lo hizo lo mejor que pudo pero era un poco difícil que mi polla saliera sin hacer roce con el calzoncillo. La sensación fue una mezcla de molestia placentera que me hizo sentir de maravilla una centésima de segundo. Además, la libertad total de mi pene era de muy agradecer después de aquel encierre a presión. Mi madre intentó no hacer ninguna mueca ni decir nada, pero a pesar de que a duras penas murmulló un "Dios santo...", su cara de asombro y sus ojos más abiertos que nunca la delataban totalmente.

-Entra a la ducha -me dijo.

Eso hice. Ella me ayudó a no caerme aguantándome con fuerza. Cerró un poco la cortina excepto por el lado en el que ella se iba a poner para lavarme y esperó a que encontrara bien el equilibrio para abrir el agua. Con mi débil mano izquierda me apoyé a la pared para aguantarme un poco mejor. Al principio estaba un poco fría, pero en seguida se calentó. El agua empezó a recorrer mi cuerpo mientras ella sujetaba la alcachofa de la ducha dirigiéndolo para que ninguna parte de mi cuerpo quedara sin mojar. Yo la miraba a ella. Evidentemente había momentos en que se tenía que agachar y su escote se pronunciaba ante mi. Sus tetas. Siempre sus tetas. ¿Era normal que me gustaran tanto? No podía olvidarlas. En cierto modo ellas habían causado un poco mi accidente. ¿Se sentiría mi madre culpable? ¿Habría notado que me había caído por el hecho de estarla mirando cuando se despojaba del bikini? ¿Y si en vez de culpable se sentía molesta o incluso enfadada conmigo?

Entonces vi que ella iba soltando miradas fugaces a mi entrepierna, cuando me estaba dirigiendo el chorro de agua miraba fijamente al sitio que estaba limpiando, pero no podía contener esas milésimas de segundo en que sus ojos se dirigían a la evidencia de mi excitación. Ella no me miraba a la cara así que eso me daba libertad para seguir mirando sus tetas... hasta que me miró a los ojos para hablarme. Creo que me pilló de pleno, aunque disimuló:

-Bueno... -dijo intentando aparentar normalidad, con un desesperado intento de hacer que la situación fuera lo menos incómoda posible.- Primero el champú...

Me enjabonó la cabeza y la aclaró después. Tocaba ponerme el suavizante y así lo hizo. Luego cogió el jabón mientras el suavizante hacía efecto.

-Ahora te voy a limpiar entero.

Hablaba por hablar, para que el silencio no nos matara como lo había estado haciendo todo aquel rato. Pero oír eso de "entero" me hizo estremecer. En mi familia nunca hemos usado esponjas, y creo que mi madre lo estaba lamentando, me tendría que tocar todo con sus manos. Mi vista no se podía apartar de su escote. Se puso un chorro de jabón en las manos y empezó a esparcirlo por mi pecho, mis hombros, mi cuello, el brazo que no tenía escayolado, mi vientre, mi cintura... ¿Y ahora? Si pasaba de largo quedaría evidente el corte que le llegaba a dar tocar mis partes aunque solo fuera para enjabonarlas, pero si las tocaba... Y con una mano llena de jabón me agarró el falo.

Hice tanto como pude para no gemir, pero la sensación fue increíble. El jabón lubricaba esa mano que me agarraba la polla y me lo esparcía por ella con un gesto muy similar al de masturbarme. Se estuvo el suficiente tiempo como para que todo fuera fantástico. Yo no sabía cuanto llevaba sin correrme pero lo necesitaba de sobremanera. Mi sexualidad ya se había recuperado antes que otras partes de mi cuerpo y necesitaba echarlo todo. Y con aquella excitación... Mi madre se encargaba de que mi glande también quedara limpio cuando no pude más y gemí.

-¡Roberto..! -dijo mirándome a los ojos y soltándome la polla.- ¿Te he hecho daño?

-No... es que... -y me callé. Ella lo entendió enseguida, estoy seguro.

-Cariño... -dijo ella en tono piadoso pero impotente. Era una madre. y como tal ¿hasta donde podía llegar? Su gestó se tornó al de concentración por hacer las cosas bien y como Dios manda:- Acabo enseguida -dijo.

Volvió a por las partes de mi zona íntima que faltaban y volví a gemir. Estaba a segundos del orgasmo.

-Cariño... -repitió ella, esta vez sin quitar la mano, gracias al cielo.- ¿Que vas a...?

No dijo el verbo pero sabía a qué se refería. Esta vez en mi cerebro no salió la palabra eyacular, solo apareció "correrse". Correrse como un cabrón, disfrutarlo como el que más. ¿En qué plan me estaba haciendo en la pregunta? ¿Solo quería la información? ¿Era un "si quieres, puedes"? ¿Era un.. "pues ni te atrevas"? Creo que ni ella lo sabía. Mi cerebro iba a mil por hora y a la vez no podía pensar en nada.

Mi madre habló de nuevo:

-Cariño... -me dijo parando otra vez de tocarme, con lo que maldecí un poco la situación.- Ya sé que lo necesitas. No es culpa tuya nada de esto. Yo no debería hacértelo... -Pensé: "Por favor ¿Por qué no? ¡Hazlo!"- ...porque soy tu madre -se hizo otro silencio.- Mira, entiendo que estés excitado por la situación, llevas mucho tiempo sin tocarte y tu re-despertar sexual está siendo muy furioso, pero precisamente, si la situación te ha excitado tanto, no te costará nada darte ahora un poco con la izquierda y acabar. Prometo no mirar.

"A mi me da igual que mires" pensé yo muy cachondo, "así verías lo que he hecho tantas veces pensando en ti...".

-Pero -balbuceé yo,- ¿como me sujeto para no caerme? -me sentía inseguro y con poco equilibrio. Menos aún con el orgasmo bestial que estaba presintiendo.

-Yo te aguanto, cariño -dijo con un tono relajado y muy amoroso.- Ven aquí... -y me abrazó. Con fuerza para aguantarme, pero era un abrazo fenomenal. Sus pechos se pegaron a mi cuerpo mojado y enjabonado, y el contacto con aquel cuerpazo de mujer me hizo perder el norte del todo. No le importaba ir ella vestida y mojarse la ropa de agua y jabón con tal de que yo pudiera desahogarme. Sintiéndome bien sujeto me atreví a despegar mi mano izquierda de la pared y dirigirla a mi enrojecida y enjabonada polla. Realmente estaba al borde de la corrida. Mi débil brazo izquierdo no tuvo que hacer mucho esfuerzo para mi desahogo. Un chorro de semen salió disparado perdiéndose en la blanca bañera. Un segundo chorro más intenso (pero menos veloz) salió como un borbotón mientras yo sentía que el placer me elevaba sobre todas las cosas. Todo esto mientras mi madre me abrazaba fuerte. Era una sensación increíble. Varios espasmos más siguieron, con pequeñas cantidades de semen que seguían surgiendo. Me relajé del todo. Estaba en la gloria.

-Mi amor -me dijo mi madre separándose muy poco a poco de mi, pero aún sujetándome con los brazos.- ¿Estás mejor?

-Sí, mamá -dije yo temblando, casi sin voz. Hice una pausa porque no sabía si tenía que decirlo, pero lo dije:- Muchas gracias.

Se hizo un silencio que temí otra vez eterno pero apenas duró unos segundos.

-¿Por qué gracias? -dijo ella con media sonrisa.- ¡Yo no he hecho nada!

-Sabes que sí... -dije yo bajando la cabeza pero a la vez insinuando que mi mirada se iba a sus pechos. La miré luego a la cara, de reojo y la vi semiruborizada. No obstante, no había abandonado su media sonrisa amable y pacífica. Curiosamente volví a ver el tipo de rostro por el que mi madre se había caracterizado años atrás: alegre y afable, pero que despertaba paz interior y seguridad.

-Anda tonto... -dijo con un tono de lo más divertido que me hacía verla mucho más relajada.- Vamos a aclararte que si no, no terminaremos nunca.

Me volví a sujetar por mi mismo y se separó de mi. Entonces vi su camiseta mojada y con un poco de jabón por haber pegado su cuerpo vestido al mío enjabonado. Una imagen bonita aunque un poco surrealista, como todo lo que estaba ocurriendo. Antes de nada, cogió una toalla y se la pasó por la ropa para, al menos, quitarle el jabón. Yo no la perdía de vista.

Me aclaró, y mientras lo hacía percibí que mi pene no había bajado mucho más de "morcillón". Me encontraba mejor pero la verdad es que con un solo orgasmo es difícil saciar tanto tiempo sin liberar nada de esperma. Una vez terminamos me pasó una toalla y me empezó a secar aún de pie en la ducha, aunque pronto me hizo salir y me sentó en el inodoro, donde ya había puesto otra toalla. Una vez sentado me secó a fondo, todo entero. Su expresión seguía siendo mucho más tranquila. Probablemente por la sensación que despierta un "Pues ha ido bien, tampoco ha sido para tanto, no creo que ni él ni yo salgamos traumatizados de aquí...".

Alegremente me iba secando, y cuando llegó a mi polla la volvió a ver otra vez dura. Evidentemente se había agachado y mis ojos habían vuelto a enfocar su escote. Ella se quedó un poco sorprendida una vez más:

-Robe... ¿Otra vez? -dijo con más gesto de asombro que de preocupación, mirando mi falo.

-Tranquila mamá... -dije.- Ha sido mucho tiempo sin nada y es normal que ahora quiera más -se volvió a hacer un silencio. Mi madre, subió la mirada pero sin cambiar la expresión de su cara y me miró a los ojos. ¿Esperaba que le pidiera algo? Aunque estuviera más tranquila, la volvía a ver dubitativa. Entonces decidí decirle:- Pero ahora no es tan urgente como antes, mami... ¡Estoy mejor!

-Eso te iba a decir... -volvió a su carácter amable y tranquilo mientras me siguió secando despreocupadamente como si nada.- Por hoy ya es suficiente... ¿eh?

Aluciné. ¿Qué había querido decir? ¿Que hoy ya había terminado pero otro día quizás repetíamos? Estaba flipando y no tenía la sensación de haberla entendido. Ella interpretó mi silencio como una falta de información y vio qué había hecho un comentario que ni siquiera ella misma sabía como interpretar. Decidió seguir hablando mientras me secaba, concentrada en su tarea. Como hablando del tiempo que hace me dijo:

-Porque antes de la caída... ¿tú cada cuando te... tocabas?

Me sonrojé un poco pero sonreí. La barrera de hablar del tema ya estaba superada.

-Una al día.

Me miró a los ojos de una manera entre pícara, alegre, maternal y como si pensara "lo que imaginaba". Entonces volví a hablar:

-Bueno, no tan regular... Casi siempre una al día pero no cada día...

Sonrió. Amplió su sonrisa mirando abajo y, cuando nos volvimos a mirar, maravillosamente rompimos los dos a reír.

CONTINUARÁ...
Excitadisimo.
 
CAPÍTULO 2: VOLVIENDO A CASA

No sabía si ya me encontraba en condiciones. En el hospital se me había dado tratamiento para el dolor y he de confesar que iba bastante atontado en general. El día en que llegué a casa, me sentía muy débil y cansado pero agradecí estar ya en un entorno familiar sin la frialdad del hospital y las horas de aburrimiento absoluto. Aún me quedaba un buen tiempo para recuperarme del todo. El resultado de mi caída había sido el de varias contusiones: una bastante seria en el omóplato izquierdo (por suerte solo el golpe, aunque dolía bastante) y además el brazo derecho completamente roto. Por lo tanto una escayola me lo había inmovilizado y lo haría aún por muchas semanas más.

-Bienvenido a casa -dijo mi madre cuando cruzamos la puerta.- Espero que aún te acuerdes. Dijo en una broma amable.

-La verdad, no lo sé -dije intentando reírme.- Me parece que he estado una eternidad en el hospital.

-Ahora descansa -dijo ella.- ya sabes: reposo absoluto.

-¡En el hospital no he hecho otra cosa! -dije yo.- Pero igualmente... ¿Sabes qué? Ahora no me apetece nada más que eso.

Y era verdad. Por mucho que reposara, mi abatimiento me pedía más descanso. Y ahora, por fin sería en mi cama, mi cómoda cama, con mi suave almohada y mi fantástico colchón.

-Mamá... me voy a dormir... El cuerpo me lo pide.

-Claro, cariño -dijo ella sonriendo a duras penas.- Tu cama ya está preparada. Te ayudo a subir la escalera y a ponerte el pijama.

Cuando me senté en la cama mi madre me desnudó pero yo ya estaba medio dormido como para percatarme de lo raro de la situación. Luego dormí. Dormí un largo sueño. Aunque mi cerebro no dejó de funcionar. Varias imágenes se me fundían en la cabeza entre sueño y realidad. Veía a mi madre, sentía dolor, percibía su olor, notaba el agua de la piscina, sentía su suavidad, sus pechos, de repente olía todo a hospital, vi a mi padre junto a mi en el hospital... No sé cuanto rato dormí. Me desperté cuando mi cuerpo ya no podía dormir más y me agradecía el descanso. Miré por la ventana. Era el atardecer. Bostecé e intenté incorporarme, pero me costó un sobre-esfuerzo. Me percaté de una cosa: Noté mi pene endurecido. Ya ni me acordaba. Mi sexualidad había quedado tan abatida como yo durante mi hospitalización, pero debía de ser verdad que ya me estaba recuperando.

Con la mano izquierda aparté el pantalón del pijama y mi polla endurecida apareció. Estaba muy rígida y vigorosa. Me la acaricié con mi mano izquierda y la sensación fue muy agradable. Me apetecía darle una alegría a mi cuerpo adolorido. Un poco de placer para contrarrestarlo. Me mojé los dedos con saliva y agarré el falo. Pensé en mi madre, la que había sido la reina de mis últimas pajas también lo sería de la primera después del accidente. Empecé a mover el brazo izquierdo. Un movimiento, dos movimientos, tres... hasta que no pude más. Estaba realmente flojo y no tenía fuerzas. Para nada me valió el esfuerzo, tuve que dejarlo en cuestión de segundos ya que realmente no podía con mi alma. Tuve que esperar a que se me bajara ella sola mientras volvía a la posición de reposo.

-¡Mamá! -dije tan fuerte como pude en el momento que vi que estaba en condiciones de mantener una conversación coherente.- ¡Estoy despierto!

Oí pasos, luego golpecitos en mi puerta y dije:

-Pasa...

-Cariño -dijo ella,- has dormido unas cuantas horas. ¿Te apetece cenar?

-Vale... Supongo que tengo hambre... Ahora bajo...

-¡Ni hablar! -me cortó ella.- Al menos hoy cenarás en la cama, reposo AB-SO-LU-TO.

No comí demasiado aunque agradecí volver a probar los guisos de mamá y no la comida de hospital. Después de cenar me aburrí mucho en la cama, sin poder conciliar el sueño. Pensamientos desordenados invadían en mi cabeza. Poco a poco mi madre tomó otra vez el protagonismo en ellos. La imaginé desabrochándose su bikini de espaldas y después girándose hacia mi. Retuve lo que pude del flash que vi de sus tetas el día de mi caída y me las idealicé para verlas bien en mi mente. Las imaginé tal y como las creía recordar. Mi polla reaccionó. Otra vez estaba erecto. "Lo necesito", pensé. Era el momento de hacerlo ya que no podía dormir. Concentré todas mis energías en mi mano izquierda. Esta vez logré aguantar unos minutos pero volví a quedarme hecho polvo antes de conseguir nada: otro fracaso. "Mierda", pensé. Aunque aquel agotamiento me ayudó a dormirme, y esa vez dormí hasta la mañana siguiente.

. . .

El día siguiente transcurrió lento y pesado. Volví a intentar masturbarme dos o tres veces más pero no tenía energía ni tampoco mucha intimidad. Al tenerme de nuevo en casa, ninguna de las tres chicas con las que convivo habían salido. Mis hermanas iban y veían a ratos de mi habitación a darme un poco de conversación. De Marta no tenía duda de su buena fe, pero creo que Laura iba más que nada obligada por mi madre para que yo no me aburriera ni me sintiera solo:

-Enano, mira que eres torpe -me dijo ella en un momento dado.

-Que te den -dije yo.

No estábamos enfadados: hablábamos así y era nuestra manera de ser hermanos. Un tipo de relación que nunca habría tenido con Marta, mi hermana menor, que es mucho más aprensiva, inocente y cariñosa. En cambio Laura, mi hermana mayor, es una chica muy visceral, que dice las cosas por su nombre aunque puedan doler y a veces ofende un poco sin pretenderlo. Hay que quererla y yo la quiero mucho tal y como es.

-Mira que caerte dos días después de estrenar la piscina... ¡ya puedes jurar que te has quedado todo el verano sin bañarte por culpa de la escayola! -me decía.

-¿Sería repetirme si te digo otra vez "que te den"? -le repliqué.

-¡Pues sí! -Se rio y se quedó sonriendo diciendo tiernamente:- En fin... tendremos que cuidar al niño de la casa.

-De verdad... -suspiré.- Si solo venir a reírte de mi, para ti ya es cuidarme... prefiero morirme aquí mismo.

-¡Serás..! -Hizo el gesto de pegarme pero, evidentemente, no no hizo. Si yo hubiera estado en perfectas condiciones nos habríamos liado a hostias fraternales durante un ratito. Después de un silencio solté un lamento que me mató por dentro al asimilarlo del todo:

-Joder... A la mierda la piscina... -dije mirando la pared.

-Pues sip, Enano -contestó ella,- y ya te convendría remojarte un poco.

-¿Como dices? -pregunté yo.

-Pues que entre el hospital y todo... -Laura no sabía como seguir, ahora hablaba en serio no quería reírse de mi en broma.- Niño, hueles un poco a chotuno...

Era muy sincera y me percaté de lo mucho que me apetecía darme una ducha. Pero entonces me vino una duda a la cabeza. ¿Como? Yo estaba hecho puré y alguien me tendría que ayudar sin duda. ¿Mi madre? Ella me había duchado y bañado un montón de años atrás. ¿Lo haría otra vez con mi cuerpo tan desarrollado? Mi duda tardó pocas horas en desaparecer.

-Roberto, cielo -dijo mi madre entrando en el cuarto después de llamar.- ¿Qué tal una ducha?

-Mamá... no se ni si puedo moverme -dije sinceramente.

-¿Lo dejamos para mañana, cariño?

-¡Ni hablar! -dije.- Huelo fatal y quiero limpiarme.

-Bien... -hizo una pausa tragando aire como si le costara decir lo que iba a decir.- Pues te tendré que ayudar, amor.

-Vale mami, gracias... -dije yo un poco incomodado también.

Nos fuimos al cuarto de baño y la vi con mas luz. Iba vestida con una camiseta de tirantes azul marino muy fresca, el escote era inevitable debido al tamaño de sus tetas. No llevaba sujetador pero la camiseta era apretada para que no le bailaran allí dentro, con lo cual la visión me traicionó delante de mi propia madre. Me empalmé en cuestión de segundos y me iba a tener que desnudar allí mismo.

-Venga Robe, te ayudo a quitarte la ropa.

-¿Ya? -dije yo.

-¡Claro, hombre! -dijo ella sorprendida por mi aparentemente tonta pregunta.- ¿A qué quieres esperar?

-Es que... -no sabía ni como decírselo, ella notó algo raro en mi.- Ahora yo...

Lo entendió. Miró los pantalones de mi pijama. Aunque llevara calzoncillos se veía el bulto. Ella no supo que decir y me miró a la cara. ¿Me tocaba hablar a mi?

-Mamá... en el hospital no me pasó ni una vez y ni siquiera me había dado cuenta... en cambio desde que estoy en casa... bueno... que me pasa mucho más. Eso será que estoy mejor ¿no?

-Supongo... -dijo ella sorprendida.- Venga, me da igual, vamos a desnudarte.

Me quitó todo lo de arriba y después fue a por los pantalones, cuando los bajó, el bulto que vio en mis calzoncillos la dejó patidifusa:

-Hijo... ¡Como lo tienes, de verdad! -dijo ella apartando la vista.

-Ya lo sé, mamá... -adimtí.- Lo siento mucho.

-Tranquilo, no es culpa tuya... Tanto tiempo... -hizo una pausa.- Ya me imagino el problema que tienes con la mano derecha... ¿pero no puedes hacerlo con la izquierda?

Ya habíamos abarcado el tema de pleno. Me puse rojo como un tomate pero pude decir:

-Con la izquierda soy muy torpe. Aún estoy hecho polvo y me canso en dos segundos... Me duele todo, mamá... lo intento con la izquierda pero no llego a... -se hizo un silencio incómodo.

-¿Eyacular? -dijo al fin mi madre, buscando el término más apropiado y más técnico para hablar sobre correrse.- En fin, pues tarde o temprano podrás, no te preocupes... es cuestión de paciencia.

Sacó el plástico para cubrir mi escayola y me lo puso antes de terminar de desnudarme, quizás para retrasar lo inevitable. Luego no le quedó más remedio: mal que le pesara, me tenía que quitar los calzoncillos. Hizo un suspiro y dijo:

-Vamos allá...

-Tira bien de la goma... -le pedí.- Que no me duela...

-Vale… -respondió.

Lo hizo lo mejor que pudo pero era un poco difícil que mi polla saliera sin hacer roce con el calzoncillo. La sensación fue una mezcla de molestia placentera que me hizo sentir de maravilla una centésima de segundo. Además, la libertad total de mi pene era de muy agradecer después de aquel encierre a presión. Mi madre intentó no hacer ninguna mueca ni decir nada, pero a pesar de que a duras penas murmulló un "Dios santo...", su cara de asombro y sus ojos más abiertos que nunca la delataban totalmente.

-Entra a la ducha -me dijo.

Eso hice. Ella me ayudó a no caerme aguantándome con fuerza. Cerró un poco la cortina excepto por el lado en el que ella se iba a poner para lavarme y esperó a que encontrara bien el equilibrio para abrir el agua. Con mi débil mano izquierda me apoyé a la pared para aguantarme un poco mejor. Al principio estaba un poco fría, pero en seguida se calentó. El agua empezó a recorrer mi cuerpo mientras ella sujetaba la alcachofa de la ducha dirigiéndolo para que ninguna parte de mi cuerpo quedara sin mojar. Yo la miraba a ella. Evidentemente había momentos en que se tenía que agachar y su escote se pronunciaba ante mi. Sus tetas. Siempre sus tetas. ¿Era normal que me gustaran tanto? No podía olvidarlas. En cierto modo ellas habían causado un poco mi accidente. ¿Se sentiría mi madre culpable? ¿Habría notado que me había caído por el hecho de estarla mirando cuando se despojaba del bikini? ¿Y si en vez de culpable se sentía molesta o incluso enfadada conmigo?

Entonces vi que ella iba soltando miradas fugaces a mi entrepierna, cuando me estaba dirigiendo el chorro de agua miraba fijamente al sitio que estaba limpiando, pero no podía contener esas milésimas de segundo en que sus ojos se dirigían a la evidencia de mi excitación. Ella no me miraba a la cara así que eso me daba libertad para seguir mirando sus tetas... hasta que me miró a los ojos para hablarme. Creo que me pilló de pleno, aunque disimuló:

-Bueno... -dijo intentando aparentar normalidad, con un desesperado intento de hacer que la situación fuera lo menos incómoda posible.- Primero el champú...

Me enjabonó la cabeza y la aclaró después. Tocaba ponerme el suavizante y así lo hizo. Luego cogió el jabón mientras el suavizante hacía efecto.

-Ahora te voy a limpiar entero.

Hablaba por hablar, para que el silencio no nos matara como lo había estado haciendo todo aquel rato. Pero oír eso de "entero" me hizo estremecer. En mi familia nunca hemos usado esponjas, y creo que mi madre lo estaba lamentando, me tendría que tocar todo con sus manos. Mi vista no se podía apartar de su escote. Se puso un chorro de jabón en las manos y empezó a esparcirlo por mi pecho, mis hombros, mi cuello, el brazo que no tenía escayolado, mi vientre, mi cintura... ¿Y ahora? Si pasaba de largo quedaría evidente el corte que le llegaba a dar tocar mis partes aunque solo fuera para enjabonarlas, pero si las tocaba... Y con una mano llena de jabón me agarró el falo.

Hice tanto como pude para no gemir, pero la sensación fue increíble. El jabón lubricaba esa mano que me agarraba la polla y me lo esparcía por ella con un gesto muy similar al de masturbarme. Se estuvo el suficiente tiempo como para que todo fuera fantástico. Yo no sabía cuanto llevaba sin correrme pero lo necesitaba de sobremanera. Mi sexualidad ya se había recuperado antes que otras partes de mi cuerpo y necesitaba echarlo todo. Y con aquella excitación... Mi madre se encargaba de que mi glande también quedara limpio cuando no pude más y gemí.

-¡Roberto..! -dijo mirándome a los ojos y soltándome la polla.- ¿Te he hecho daño?

-No... es que... -y me callé. Ella lo entendió enseguida, estoy seguro.

-Cariño... -dijo ella en tono piadoso pero impotente. Era una madre. y como tal ¿hasta donde podía llegar? Su gestó se tornó al de concentración por hacer las cosas bien y como Dios manda:- Acabo enseguida -dijo.

Volvió a por las partes de mi zona íntima que faltaban y volví a gemir. Estaba a segundos del orgasmo.

-Cariño... -repitió ella, esta vez sin quitar la mano, gracias al cielo.- ¿Que vas a...?

No dijo el verbo pero sabía a qué se refería. Esta vez en mi cerebro no salió la palabra eyacular, solo apareció "correrse". Correrse como un cabrón, disfrutarlo como el que más. ¿En qué plan me estaba haciendo en la pregunta? ¿Solo quería la información? ¿Era un "si quieres, puedes"? ¿Era un.. "pues ni te atrevas"? Creo que ni ella lo sabía. Mi cerebro iba a mil por hora y a la vez no podía pensar en nada.

Mi madre habló de nuevo:

-Cariño... -me dijo parando otra vez de tocarme, con lo que maldecí un poco la situación.- Ya sé que lo necesitas. No es culpa tuya nada de esto. Yo no debería hacértelo... -Pensé: "Por favor ¿Por qué no? ¡Hazlo!"- ...porque soy tu madre -se hizo otro silencio.- Mira, entiendo que estés excitado por la situación, llevas mucho tiempo sin tocarte y tu re-despertar sexual está siendo muy furioso, pero precisamente, si la situación te ha excitado tanto, no te costará nada darte ahora un poco con la izquierda y acabar. Prometo no mirar.

"A mi me da igual que mires" pensé yo muy cachondo, "así verías lo que he hecho tantas veces pensando en ti...".

-Pero -balbuceé yo,- ¿como me sujeto para no caerme? -me sentía inseguro y con poco equilibrio. Menos aún con el orgasmo bestial que estaba presintiendo.

-Yo te aguanto, cariño -dijo con un tono relajado y muy amoroso.- Ven aquí... -y me abrazó. Con fuerza para aguantarme, pero era un abrazo fenomenal. Sus pechos se pegaron a mi cuerpo mojado y enjabonado, y el contacto con aquel cuerpazo de mujer me hizo perder el norte del todo. No le importaba ir ella vestida y mojarse la ropa de agua y jabón con tal de que yo pudiera desahogarme. Sintiéndome bien sujeto me atreví a despegar mi mano izquierda de la pared y dirigirla a mi enrojecida y enjabonada polla. Realmente estaba al borde de la corrida. Mi débil brazo izquierdo no tuvo que hacer mucho esfuerzo para mi desahogo. Un chorro de semen salió disparado perdiéndose en la blanca bañera. Un segundo chorro más intenso (pero menos veloz) salió como un borbotón mientras yo sentía que el placer me elevaba sobre todas las cosas. Todo esto mientras mi madre me abrazaba fuerte. Era una sensación increíble. Varios espasmos más siguieron, con pequeñas cantidades de semen que seguían surgiendo. Me relajé del todo. Estaba en la gloria.

-Mi amor -me dijo mi madre separándose muy poco a poco de mi, pero aún sujetándome con los brazos.- ¿Estás mejor?

-Sí, mamá -dije yo temblando, casi sin voz. Hice una pausa porque no sabía si tenía que decirlo, pero lo dije:- Muchas gracias.

Se hizo un silencio que temí otra vez eterno pero apenas duró unos segundos.

-¿Por qué gracias? -dijo ella con media sonrisa.- ¡Yo no he hecho nada!

-Sabes que sí... -dije yo bajando la cabeza pero a la vez insinuando que mi mirada se iba a sus pechos. La miré luego a la cara, de reojo y la vi semiruborizada. No obstante, no había abandonado su media sonrisa amable y pacífica. Curiosamente volví a ver el tipo de rostro por el que mi madre se había caracterizado años atrás: alegre y afable, pero que despertaba paz interior y seguridad.

-Anda tonto... -dijo con un tono de lo más divertido que me hacía verla mucho más relajada.- Vamos a aclararte que si no, no terminaremos nunca.

Me volví a sujetar por mi mismo y se separó de mi. Entonces vi su camiseta mojada y con un poco de jabón por haber pegado su cuerpo vestido al mío enjabonado. Una imagen bonita aunque un poco surrealista, como todo lo que estaba ocurriendo. Antes de nada, cogió una toalla y se la pasó por la ropa para, al menos, quitarle el jabón. Yo no la perdía de vista.

Me aclaró, y mientras lo hacía percibí que mi pene no había bajado mucho más de "morcillón". Me encontraba mejor pero la verdad es que con un solo orgasmo es difícil saciar tanto tiempo sin liberar nada de esperma. Una vez terminamos me pasó una toalla y me empezó a secar aún de pie en la ducha, aunque pronto me hizo salir y me sentó en el inodoro, donde ya había puesto otra toalla. Una vez sentado me secó a fondo, todo entero. Su expresión seguía siendo mucho más tranquila. Probablemente por la sensación que despierta un "Pues ha ido bien, tampoco ha sido para tanto, no creo que ni él ni yo salgamos traumatizados de aquí...".

Alegremente me iba secando, y cuando llegó a mi polla la volvió a ver otra vez dura. Evidentemente se había agachado y mis ojos habían vuelto a enfocar su escote. Ella se quedó un poco sorprendida una vez más:

-Robe... ¿Otra vez? -dijo con más gesto de asombro que de preocupación, mirando mi falo.

-Tranquila mamá... -dije.- Ha sido mucho tiempo sin nada y es normal que ahora quiera más -se volvió a hacer un silencio. Mi madre, subió la mirada pero sin cambiar la expresión de su cara y me miró a los ojos. ¿Esperaba que le pidiera algo? Aunque estuviera más tranquila, la volvía a ver dubitativa. Entonces decidí decirle:- Pero ahora no es tan urgente como antes, mami... ¡Estoy mejor!

-Eso te iba a decir... -volvió a su carácter amable y tranquilo mientras me siguió secando despreocupadamente como si nada.- Por hoy ya es suficiente... ¿eh?

Aluciné. ¿Qué había querido decir? ¿Que hoy ya había terminado pero otro día quizás repetíamos? Estaba flipando y no tenía la sensación de haberla entendido. Ella interpretó mi silencio como una falta de información y vio qué había hecho un comentario que ni siquiera ella misma sabía como interpretar. Decidió seguir hablando mientras me secaba, concentrada en su tarea. Como hablando del tiempo que hace me dijo:

-Porque antes de la caída... ¿tú cada cuando te... tocabas?

Me sonrojé un poco pero sonreí. La barrera de hablar del tema ya estaba superada.

-Una al día.

Me miró a los ojos de una manera entre pícara, alegre, maternal y como si pensara "lo que imaginaba". Entonces volví a hablar:

-Bueno, no tan regular... Casi siempre una al día pero no cada día...

Sonrió. Amplió su sonrisa mirando abajo y, cuando nos volvimos a mirar, maravillosamente rompimos los dos a reír.

CONTINUARÁ...
Se nota que te gusta escribir, que habilidad, pero le das mucha trama jjejejeje, me falto saber donde mancho la corrida...
 
CAPÍTULO 2: VOLVIENDO A CASA

No sabía si ya me encontraba en condiciones. En el hospital se me había dado tratamiento para el dolor y he de confesar que iba bastante atontado en general. El día en que llegué a casa, me sentía muy débil y cansado pero agradecí estar ya en un entorno familiar sin la frialdad del hospital y las horas de aburrimiento absoluto. Aún me quedaba un buen tiempo para recuperarme del todo. El resultado de mi caída había sido el de varias contusiones: una bastante seria en el omóplato izquierdo (por suerte solo el golpe, aunque dolía bastante) y además el brazo derecho completamente roto. Por lo tanto una escayola me lo había inmovilizado y lo haría aún por muchas semanas más.

-Bienvenido a casa -dijo mi madre cuando cruzamos la puerta.- Espero que aún te acuerdes. Dijo en una broma amable.

-La verdad, no lo sé -dije intentando reírme.- Me parece que he estado una eternidad en el hospital.

-Ahora descansa -dijo ella.- ya sabes: reposo absoluto.

-¡En el hospital no he hecho otra cosa! -dije yo.- Pero igualmente... ¿Sabes qué? Ahora no me apetece nada más que eso.

Y era verdad. Por mucho que reposara, mi abatimiento me pedía más descanso. Y ahora, por fin sería en mi cama, mi cómoda cama, con mi suave almohada y mi fantástico colchón.

-Mamá... me voy a dormir... El cuerpo me lo pide.

-Claro, cariño -dijo ella sonriendo a duras penas.- Tu cama ya está preparada. Te ayudo a subir la escalera y a ponerte el pijama.

Cuando me senté en la cama mi madre me desnudó pero yo ya estaba medio dormido como para percatarme de lo raro de la situación. Luego dormí. Dormí un largo sueño. Aunque mi cerebro no dejó de funcionar. Varias imágenes se me fundían en la cabeza entre sueño y realidad. Veía a mi madre, sentía dolor, percibía su olor, notaba el agua de la piscina, sentía su suavidad, sus pechos, de repente olía todo a hospital, vi a mi padre junto a mi en el hospital... No sé cuanto rato dormí. Me desperté cuando mi cuerpo ya no podía dormir más y me agradecía el descanso. Miré por la ventana. Era el atardecer. Bostecé e intenté incorporarme, pero me costó un sobre-esfuerzo. Me percaté de una cosa: Noté mi pene endurecido. Ya ni me acordaba. Mi sexualidad había quedado tan abatida como yo durante mi hospitalización, pero debía de ser verdad que ya me estaba recuperando.

Con la mano izquierda aparté el pantalón del pijama y mi polla endurecida apareció. Estaba muy rígida y vigorosa. Me la acaricié con mi mano izquierda y la sensación fue muy agradable. Me apetecía darle una alegría a mi cuerpo adolorido. Un poco de placer para contrarrestarlo. Me mojé los dedos con saliva y agarré el falo. Pensé en mi madre, la que había sido la reina de mis últimas pajas también lo sería de la primera después del accidente. Empecé a mover el brazo izquierdo. Un movimiento, dos movimientos, tres... hasta que no pude más. Estaba realmente flojo y no tenía fuerzas. Para nada me valió el esfuerzo, tuve que dejarlo en cuestión de segundos ya que realmente no podía con mi alma. Tuve que esperar a que se me bajara ella sola mientras volvía a la posición de reposo.

-¡Mamá! -dije tan fuerte como pude en el momento que vi que estaba en condiciones de mantener una conversación coherente.- ¡Estoy despierto!

Oí pasos, luego golpecitos en mi puerta y dije:

-Pasa...

-Cariño -dijo ella,- has dormido unas cuantas horas. ¿Te apetece cenar?

-Vale... Supongo que tengo hambre... Ahora bajo...

-¡Ni hablar! -me cortó ella.- Al menos hoy cenarás en la cama, reposo AB-SO-LU-TO.

No comí demasiado aunque agradecí volver a probar los guisos de mamá y no la comida de hospital. Después de cenar me aburrí mucho en la cama, sin poder conciliar el sueño. Pensamientos desordenados invadían en mi cabeza. Poco a poco mi madre tomó otra vez el protagonismo en ellos. La imaginé desabrochándose su bikini de espaldas y después girándose hacia mi. Retuve lo que pude del flash que vi de sus tetas el día de mi caída y me las idealicé para verlas bien en mi mente. Las imaginé tal y como las creía recordar. Mi polla reaccionó. Otra vez estaba erecto. "Lo necesito", pensé. Era el momento de hacerlo ya que no podía dormir. Concentré todas mis energías en mi mano izquierda. Esta vez logré aguantar unos minutos pero volví a quedarme hecho polvo antes de conseguir nada: otro fracaso. "Mierda", pensé. Aunque aquel agotamiento me ayudó a dormirme, y esa vez dormí hasta la mañana siguiente.

. . .

El día siguiente transcurrió lento y pesado. Volví a intentar masturbarme dos o tres veces más pero no tenía energía ni tampoco mucha intimidad. Al tenerme de nuevo en casa, ninguna de las tres chicas con las que convivo habían salido. Mis hermanas iban y veían a ratos de mi habitación a darme un poco de conversación. De Marta no tenía duda de su buena fe, pero creo que Laura iba más que nada obligada por mi madre para que yo no me aburriera ni me sintiera solo:

-Enano, mira que eres torpe -me dijo ella en un momento dado.

-Que te den -dije yo.

No estábamos enfadados: hablábamos así y era nuestra manera de ser hermanos. Un tipo de relación que nunca habría tenido con Marta, mi hermana menor, que es mucho más aprensiva, inocente y cariñosa. En cambio Laura, mi hermana mayor, es una chica muy visceral, que dice las cosas por su nombre aunque puedan doler y a veces ofende un poco sin pretenderlo. Hay que quererla y yo la quiero mucho tal y como es.

-Mira que caerte dos días después de estrenar la piscina... ¡ya puedes jurar que te has quedado todo el verano sin bañarte por culpa de la escayola! -me decía.

-¿Sería repetirme si te digo otra vez "que te den"? -le repliqué.

-¡Pues sí! -Se rio y se quedó sonriendo diciendo tiernamente:- En fin... tendremos que cuidar al niño de la casa.

-De verdad... -suspiré.- Si solo venir a reírte de mi, para ti ya es cuidarme... prefiero morirme aquí mismo.

-¡Serás..! -Hizo el gesto de pegarme pero, evidentemente, no no hizo. Si yo hubiera estado en perfectas condiciones nos habríamos liado a hostias fraternales durante un ratito. Después de un silencio solté un lamento que me mató por dentro al asimilarlo del todo:

-Joder... A la mierda la piscina... -dije mirando la pared.

-Pues sip, Enano -contestó ella,- y ya te convendría remojarte un poco.

-¿Como dices? -pregunté yo.

-Pues que entre el hospital y todo... -Laura no sabía como seguir, ahora hablaba en serio no quería reírse de mi en broma.- Niño, hueles un poco a chotuno...

Era muy sincera y me percaté de lo mucho que me apetecía darme una ducha. Pero entonces me vino una duda a la cabeza. ¿Como? Yo estaba hecho puré y alguien me tendría que ayudar sin duda. ¿Mi madre? Ella me había duchado y bañado un montón de años atrás. ¿Lo haría otra vez con mi cuerpo tan desarrollado? Mi duda tardó pocas horas en desaparecer.

-Roberto, cielo -dijo mi madre entrando en el cuarto después de llamar.- ¿Qué tal una ducha?

-Mamá... no se ni si puedo moverme -dije sinceramente.

-¿Lo dejamos para mañana, cariño?

-¡Ni hablar! -dije.- Huelo fatal y quiero limpiarme.

-Bien... -hizo una pausa tragando aire como si le costara decir lo que iba a decir.- Pues te tendré que ayudar, amor.

-Vale mami, gracias... -dije yo un poco incomodado también.

Nos fuimos al cuarto de baño y la vi con mas luz. Iba vestida con una camiseta de tirantes azul marino muy fresca, el escote era inevitable debido al tamaño de sus tetas. No llevaba sujetador pero la camiseta era apretada para que no le bailaran allí dentro, con lo cual la visión me traicionó delante de mi propia madre. Me empalmé en cuestión de segundos y me iba a tener que desnudar allí mismo.

-Venga Robe, te ayudo a quitarte la ropa.

-¿Ya? -dije yo.

-¡Claro, hombre! -dijo ella sorprendida por mi aparentemente tonta pregunta.- ¿A qué quieres esperar?

-Es que... -no sabía ni como decírselo, ella notó algo raro en mi.- Ahora yo...

Lo entendió. Miró los pantalones de mi pijama. Aunque llevara calzoncillos se veía el bulto. Ella no supo que decir y me miró a la cara. ¿Me tocaba hablar a mi?

-Mamá... en el hospital no me pasó ni una vez y ni siquiera me había dado cuenta... en cambio desde que estoy en casa... bueno... que me pasa mucho más. Eso será que estoy mejor ¿no?

-Supongo... -dijo ella sorprendida.- Venga, me da igual, vamos a desnudarte.

Me quitó todo lo de arriba y después fue a por los pantalones, cuando los bajó, el bulto que vio en mis calzoncillos la dejó patidifusa:

-Hijo... ¡Como lo tienes, de verdad! -dijo ella apartando la vista.

-Ya lo sé, mamá... -adimtí.- Lo siento mucho.

-Tranquilo, no es culpa tuya... Tanto tiempo... -hizo una pausa.- Ya me imagino el problema que tienes con la mano derecha... ¿pero no puedes hacerlo con la izquierda?

Ya habíamos abarcado el tema de pleno. Me puse rojo como un tomate pero pude decir:

-Con la izquierda soy muy torpe. Aún estoy hecho polvo y me canso en dos segundos... Me duele todo, mamá... lo intento con la izquierda pero no llego a... -se hizo un silencio incómodo.

-¿Eyacular? -dijo al fin mi madre, buscando el término más apropiado y más técnico para hablar sobre correrse.- En fin, pues tarde o temprano podrás, no te preocupes... es cuestión de paciencia.

Sacó el plástico para cubrir mi escayola y me lo puso antes de terminar de desnudarme, quizás para retrasar lo inevitable. Luego no le quedó más remedio: mal que le pesara, me tenía que quitar los calzoncillos. Hizo un suspiro y dijo:

-Vamos allá...

-Tira bien de la goma... -le pedí.- Que no me duela...

-Vale… -respondió.

Lo hizo lo mejor que pudo pero era un poco difícil que mi polla saliera sin hacer roce con el calzoncillo. La sensación fue una mezcla de molestia placentera que me hizo sentir de maravilla una centésima de segundo. Además, la libertad total de mi pene era de muy agradecer después de aquel encierre a presión. Mi madre intentó no hacer ninguna mueca ni decir nada, pero a pesar de que a duras penas murmulló un "Dios santo...", su cara de asombro y sus ojos más abiertos que nunca la delataban totalmente.

-Entra a la ducha -me dijo.

Eso hice. Ella me ayudó a no caerme aguantándome con fuerza. Cerró un poco la cortina excepto por el lado en el que ella se iba a poner para lavarme y esperó a que encontrara bien el equilibrio para abrir el agua. Con mi débil mano izquierda me apoyé a la pared para aguantarme un poco mejor. Al principio estaba un poco fría, pero en seguida se calentó. El agua empezó a recorrer mi cuerpo mientras ella sujetaba la alcachofa de la ducha dirigiéndolo para que ninguna parte de mi cuerpo quedara sin mojar. Yo la miraba a ella. Evidentemente había momentos en que se tenía que agachar y su escote se pronunciaba ante mi. Sus tetas. Siempre sus tetas. ¿Era normal que me gustaran tanto? No podía olvidarlas. En cierto modo ellas habían causado un poco mi accidente. ¿Se sentiría mi madre culpable? ¿Habría notado que me había caído por el hecho de estarla mirando cuando se despojaba del bikini? ¿Y si en vez de culpable se sentía molesta o incluso enfadada conmigo?

Entonces vi que ella iba soltando miradas fugaces a mi entrepierna, cuando me estaba dirigiendo el chorro de agua miraba fijamente al sitio que estaba limpiando, pero no podía contener esas milésimas de segundo en que sus ojos se dirigían a la evidencia de mi excitación. Ella no me miraba a la cara así que eso me daba libertad para seguir mirando sus tetas... hasta que me miró a los ojos para hablarme. Creo que me pilló de pleno, aunque disimuló:

-Bueno... -dijo intentando aparentar normalidad, con un desesperado intento de hacer que la situación fuera lo menos incómoda posible.- Primero el champú...

Me enjabonó la cabeza y la aclaró después. Tocaba ponerme el suavizante y así lo hizo. Luego cogió el jabón mientras el suavizante hacía efecto.

-Ahora te voy a limpiar entero.

Hablaba por hablar, para que el silencio no nos matara como lo había estado haciendo todo aquel rato. Pero oír eso de "entero" me hizo estremecer. En mi familia nunca hemos usado esponjas, y creo que mi madre lo estaba lamentando, me tendría que tocar todo con sus manos. Mi vista no se podía apartar de su escote. Se puso un chorro de jabón en las manos y empezó a esparcirlo por mi pecho, mis hombros, mi cuello, el brazo que no tenía escayolado, mi vientre, mi cintura... ¿Y ahora? Si pasaba de largo quedaría evidente el corte que le llegaba a dar tocar mis partes aunque solo fuera para enjabonarlas, pero si las tocaba... Y con una mano llena de jabón me agarró el falo.

Hice tanto como pude para no gemir, pero la sensación fue increíble. El jabón lubricaba esa mano que me agarraba la polla y me lo esparcía por ella con un gesto muy similar al de masturbarme. Se estuvo el suficiente tiempo como para que todo fuera fantástico. Yo no sabía cuanto llevaba sin correrme pero lo necesitaba de sobremanera. Mi sexualidad ya se había recuperado antes que otras partes de mi cuerpo y necesitaba echarlo todo. Y con aquella excitación... Mi madre se encargaba de que mi glande también quedara limpio cuando no pude más y gemí.

-¡Roberto..! -dijo mirándome a los ojos y soltándome la polla.- ¿Te he hecho daño?

-No... es que... -y me callé. Ella lo entendió enseguida, estoy seguro.

-Cariño... -dijo ella en tono piadoso pero impotente. Era una madre. y como tal ¿hasta donde podía llegar? Su gestó se tornó al de concentración por hacer las cosas bien y como Dios manda:- Acabo enseguida -dijo.

Volvió a por las partes de mi zona íntima que faltaban y volví a gemir. Estaba a segundos del orgasmo.

-Cariño... -repitió ella, esta vez sin quitar la mano, gracias al cielo.- ¿Que vas a...?

No dijo el verbo pero sabía a qué se refería. Esta vez en mi cerebro no salió la palabra eyacular, solo apareció "correrse". Correrse como un cabrón, disfrutarlo como el que más. ¿En qué plan me estaba haciendo en la pregunta? ¿Solo quería la información? ¿Era un "si quieres, puedes"? ¿Era un.. "pues ni te atrevas"? Creo que ni ella lo sabía. Mi cerebro iba a mil por hora y a la vez no podía pensar en nada.

Mi madre habló de nuevo:

-Cariño... -me dijo parando otra vez de tocarme, con lo que maldecí un poco la situación.- Ya sé que lo necesitas. No es culpa tuya nada de esto. Yo no debería hacértelo... -Pensé: "Por favor ¿Por qué no? ¡Hazlo!"- ...porque soy tu madre -se hizo otro silencio.- Mira, entiendo que estés excitado por la situación, llevas mucho tiempo sin tocarte y tu re-despertar sexual está siendo muy furioso, pero precisamente, si la situación te ha excitado tanto, no te costará nada darte ahora un poco con la izquierda y acabar. Prometo no mirar.

"A mi me da igual que mires" pensé yo muy cachondo, "así verías lo que he hecho tantas veces pensando en ti...".

-Pero -balbuceé yo,- ¿como me sujeto para no caerme? -me sentía inseguro y con poco equilibrio. Menos aún con el orgasmo bestial que estaba presintiendo.

-Yo te aguanto, cariño -dijo con un tono relajado y muy amoroso.- Ven aquí... -y me abrazó. Con fuerza para aguantarme, pero era un abrazo fenomenal. Sus pechos se pegaron a mi cuerpo mojado y enjabonado, y el contacto con aquel cuerpazo de mujer me hizo perder el norte del todo. No le importaba ir ella vestida y mojarse la ropa de agua y jabón con tal de que yo pudiera desahogarme. Sintiéndome bien sujeto me atreví a despegar mi mano izquierda de la pared y dirigirla a mi enrojecida y enjabonada polla. Realmente estaba al borde de la corrida. Mi débil brazo izquierdo no tuvo que hacer mucho esfuerzo para mi desahogo. Un chorro de semen salió disparado perdiéndose en la blanca bañera. Un segundo chorro más intenso (pero menos veloz) salió como un borbotón mientras yo sentía que el placer me elevaba sobre todas las cosas. Todo esto mientras mi madre me abrazaba fuerte. Era una sensación increíble. Varios espasmos más siguieron, con pequeñas cantidades de semen que seguían surgiendo. Me relajé del todo. Estaba en la gloria.

-Mi amor -me dijo mi madre separándose muy poco a poco de mi, pero aún sujetándome con los brazos.- ¿Estás mejor?

-Sí, mamá -dije yo temblando, casi sin voz. Hice una pausa porque no sabía si tenía que decirlo, pero lo dije:- Muchas gracias.

Se hizo un silencio que temí otra vez eterno pero apenas duró unos segundos.

-¿Por qué gracias? -dijo ella con media sonrisa.- ¡Yo no he hecho nada!

-Sabes que sí... -dije yo bajando la cabeza pero a la vez insinuando que mi mirada se iba a sus pechos. La miré luego a la cara, de reojo y la vi semiruborizada. No obstante, no había abandonado su media sonrisa amable y pacífica. Curiosamente volví a ver el tipo de rostro por el que mi madre se había caracterizado años atrás: alegre y afable, pero que despertaba paz interior y seguridad.

-Anda tonto... -dijo con un tono de lo más divertido que me hacía verla mucho más relajada.- Vamos a aclararte que si no, no terminaremos nunca.

Me volví a sujetar por mi mismo y se separó de mi. Entonces vi su camiseta mojada y con un poco de jabón por haber pegado su cuerpo vestido al mío enjabonado. Una imagen bonita aunque un poco surrealista, como todo lo que estaba ocurriendo. Antes de nada, cogió una toalla y se la pasó por la ropa para, al menos, quitarle el jabón. Yo no la perdía de vista.

Me aclaró, y mientras lo hacía percibí que mi pene no había bajado mucho más de "morcillón". Me encontraba mejor pero la verdad es que con un solo orgasmo es difícil saciar tanto tiempo sin liberar nada de esperma. Una vez terminamos me pasó una toalla y me empezó a secar aún de pie en la ducha, aunque pronto me hizo salir y me sentó en el inodoro, donde ya había puesto otra toalla. Una vez sentado me secó a fondo, todo entero. Su expresión seguía siendo mucho más tranquila. Probablemente por la sensación que despierta un "Pues ha ido bien, tampoco ha sido para tanto, no creo que ni él ni yo salgamos traumatizados de aquí...".

Alegremente me iba secando, y cuando llegó a mi polla la volvió a ver otra vez dura. Evidentemente se había agachado y mis ojos habían vuelto a enfocar su escote. Ella se quedó un poco sorprendida una vez más:

-Robe... ¿Otra vez? -dijo con más gesto de asombro que de preocupación, mirando mi falo.

-Tranquila mamá... -dije.- Ha sido mucho tiempo sin nada y es normal que ahora quiera más -se volvió a hacer un silencio. Mi madre, subió la mirada pero sin cambiar la expresión de su cara y me miró a los ojos. ¿Esperaba que le pidiera algo? Aunque estuviera más tranquila, la volvía a ver dubitativa. Entonces decidí decirle:- Pero ahora no es tan urgente como antes, mami... ¡Estoy mejor!

-Eso te iba a decir... -volvió a su carácter amable y tranquilo mientras me siguió secando despreocupadamente como si nada.- Por hoy ya es suficiente... ¿eh?

Aluciné. ¿Qué había querido decir? ¿Que hoy ya había terminado pero otro día quizás repetíamos? Estaba flipando y no tenía la sensación de haberla entendido. Ella interpretó mi silencio como una falta de información y vio qué había hecho un comentario que ni siquiera ella misma sabía como interpretar. Decidió seguir hablando mientras me secaba, concentrada en su tarea. Como hablando del tiempo que hace me dijo:

-Porque antes de la caída... ¿tú cada cuando te... tocabas?

Me sonrojé un poco pero sonreí. La barrera de hablar del tema ya estaba superada.

-Una al día.

Me miró a los ojos de una manera entre pícara, alegre, maternal y como si pensara "lo que imaginaba". Entonces volví a hablar:

-Bueno, no tan regular... Casi siempre una al día pero no cada día...

Sonrió. Amplió su sonrisa mirando abajo y, cuando nos volvimos a mirar, maravillosamente rompimos los dos a reír.

CONTINUARÁ...
Me encanta sigue asi
 
CAPÍTULO 3: EL PACTO CON LUISA

Después de lo ocurrido en el cuarto de baño, y aunque los dos hubiéramos acabado bien relajados, se hacía un poco rara la convivencia con mi madre. Aquella noche ya cené con ella y mis hermanas y no sé si cualquiera de ellas dos habrían percibido algo de tensión en el ambiente. Cuando me fui a dormir, solo di un par de vueltas y mis pensamientos se durmieron junto a mi muy plácidamente. Terminaba un sábado y el día siguiente era un domingo de finales de julio, aunque eso no tendría mucha relevancia porque todos en mi casa gozábamos de vacaciones. Sin remedio, yo tendría que quedarme allí con mi reposo absoluto.

Me desperté tarde. Aquel día fue mi madre quien estuvo más por mi. Me preparó un chocolate con leche de avena y galletas, me trajo un libro del salón para que leyera (evidentemente, con mi mano derecha inutilizada no podía jugar con mi consola portátil) y se sentó junto a mi a charlar para que nos animáramos los dos. La tensión que había habido el día anterior cenando con mis hermanas ya no estaba, con lo que estuve muy agradecido. No obstante, si que había algo de "raro" en cuanto nos dirigíamos la palabra.

Mis hermanas no estuvieron demasiado tiempo en casa y el poco tiempo que estuvieron se lo pasaron en la piscina. Mi habitación daba al jardín así que las podía ver si me levantaba de la cama. Ver chicas en bikini es algo que a mi siempre me apetece, pero cuando tengo que estar de pie y no me encuentro bien, prefiero quedarme en la cama. Y si encima me dan envidia por estar disfrutando ellas de algo que yo no puedo... pues razón de más. Mi madre no bajó a la piscina, supongo que por una especie de solidaridad conmigo, aunque no me habría molestado. Cuando ella estaba por sus cosas, volví a intentar pajearme yo solo, ya que aún me sentía bastante necesitado. Más fracasos: mi mano izquierda era totalmente inútil.

El día pasó más rápido que el anterior y casi me da un vuelco el corazón cuando, después de que mi madre entrara en mi habitación, le oí decir:

-¿Te apetece hoy también una ducha antes de cenar?

No lo dudé, aunque tardé un poco en responder:

-Claro, mamá...

-Pues vamos allá.

Ya en el cuarto de baño yo volvía a estar en calzoncillos de la misma forma que ya me había visto un día antes mi madre. No disimuló que lo estaba mirando:

-Ya estamos otra vez ¿no?

-Pues eso parece, mamá... -respondí.

No se refirió más al tema y siguió todo como el día anterior, aunque ella estaba mucho menos nerviosa y, por qué no decirlo, yo también. Cuando llegó al momento de enjabonarme la polla no dudó y, jabón en mano, me lo empezó a esparcir a lo largo del falo. Yo no reprimí mucho mis pequeños gemidos de gustillo. Mi madre habló:

-Cariño, estás como ayer... ¿Quieres aprovechar e intentarlo?

-Vale mamá -dije yo.- Sujétame.

Esta vez mi madre no tuvo el arrebato de abrazarme para sujetarme, y fue una lástima porque yo tenía muchas ganas de sentirla cerca de verdad. Simplemente me agarró con sus manos con seguridad, apartando la vista de una manera que a mi me pareció que le requería un poco de esfuerzo. ¿Sentiría ella mucha curiosidad por verlo? Yo me agarré la polla con tanta firmeza como pude y la comencé a menear con mi mano izquierda. Pasaron varios minutos y la situación se tornó incómoda. Nunca antes en mi vida me había pajeado con la izquierda y no la tenía nada entrenada. Aparte de eso, la notaba cansada y me dolía forzarla, así que me estresé cuando entendí que no podría.

-Robe, cielo... -dijo mi madre denotando preocupación. Prudentemente giró su cabeza y miró mi miembro siento masajeado por mi mano "tonta".- ¿No lo consigues?

-Mamá, lo siento mucho... -dije muerto de vergüenza.- No me sale...

-Shh... -dijo ella llevándose un dedo a los labios.- No te preocupes cariño.

-Ayer ya estaba al borde de... de correrme -me supuso un esfuerzo decirlo,- y enseguida pude. Pero hoy me cuesta más trabajo conseguirlo... -maldecía aquella situación tan vergonzosa. A diferencia del día anterior, en aquel momento era yo quien estaba mucho más incómodo y nervioso que ella, ya que estaba casi temblando.- Y tengo el brazo muy cansado...

-Cariño -dijo mi madre con firmeza cortando mis absurdas lamentaciones.- Yo sé que tanto ayer como hoy la excitación te ha venido por varios motivos. Estás en una edad de hormonas revueltas y, tal y como me dijiste ayer, de masturbarse una vez al día. Además por culpa de un accidente hace una eternidad que no lo haces y tu sexualidad se está recuperando así. Con solo tener cerca un cuerpo de mujer aunque sea el de tu madre... pero yo te puedo ayudar solo hasta ciertos límites. Robe, hay cosas que no puedo hacer por ser tu madre... porque es así.

Yo miraba a mi madre aún consumido por mi vergüenza. De todas formas, ella no decía nada de aquello con tono severo, de hecho sonaba muy conciliador, como pidiéndome perdón por no poder ayudarme más.

-Aunque... -dijo ella después de un silencio,- como madre si que te puedo lavar y limpiar cuando tú solo no puedes... y si tú y yo consideramos que tu... -pausa para buscar la palabra adecuada mirándome a la polla,- que tu "miembro" aún no está limpio del todo lo puedo seguir enjabonando hasta que nos parezca que está suficientemente limpio. Y si sientes que vas a tener un "desafortunado accidente placentero" me avisas y te alivias en el momento en que vaya a salir.

Me quedé helado y abrí los ojos a más no poder. ¿Me lo acababa de proponer de forma indirecta (tirando a bastante directa)?:

-Mamá... yo...

-¿Sigo enjabonando o no? -dijo ella con un tono deliciosamente cariñoso y amable.- Tú decides...

-Sí, por favor, mami... -le rogué.

Se volvió a enjabonar la mano y la dirigió a mi polla. Antes de que la tocara dije:

-Gracias... te quiero mucho.

-Tontito... -dijo ella,- yo también a ti, ¡Por eso te limpio tan bien!

Sonreí emocionado. Mi madre era genial y me estaba a punto de hacer sentir otra vez su mano en mi pene, acariciándome... y esta vez con el objetivo de llevarme al borde del orgasmo y que a mi no me costara nada provocármelo al final. La punta de sus dedos rozaban mi glande cuando me estremecí de placer. Movió la mano primero poco a poco y, con la excusa de esparcir el jabón, me empezó a pajear. No lo podía creer. Nunca me había pajeado ninguna otra mano que no fuera la mía y allí estaba: siendo masturbado por mi propia madre. ¡Qué locura! Y cuanto lo había estado deseando en el fondo... Quise que el mundo se detuviera allí mismo al no poder imaginar nada más feliz.

-Mami... -dije jadeando.- Me gusta mucho...

-Cariño... -contestó ella.- ¿Tanto te gusta que te enjabone? Yo solo estoy haciendo eso ¿eh?

-Sí mamá, me encanta. Me encantas...

Ahí creo que se sonrojó y quizás se incomodó un poco pero no paró ni un segundo. Ya no disimulaba: me estaba haciendo una paja con todas las letras. La miré. Estaba un poco inclinada hacia mi polla y, evidentemente, sus enormes tetas quedaban muy a la vista, no muy protegidas por el escote que llevaba, bastante parecido al del día anterior, siendo otra camiseta de ir por casa en verano. Las quería tocar. Quería acariciarlas y agarrarlas fuerte. ¿Qué pasaría si lo hacía? ¿Y si por intentarlo todo aquel sueño se terminaba? Ella no me estaba sujetando pero me sentía seguro si dejaba de apoyarme en la pared con mi mano izquierda. Decidí hacerlo, pero me decidí tarde: cuando estaba a punto de lanzarme noté mi esperma llamando a la puerta para salir. Tenía que avisarla porque aquel era el trato.

-Mamá... ¡Me voy a correr! -advertí.

-¿Ya? -dijo ella, y seguidamente soltó mi polla y me abrazó: esta vez sí. Las tetas que había estado a punto de tocar se presionaron contra mi y, como pude, terminé el trabajo que había iniciado mi madre con aquella dichosa mano izquierda. Me corrí de nuevo como un caballo y el semen se precipitó una vez más a la bañera. Era semen caliente, casi quemaba. Jadeé y me apoyé mucho en ella, que sostenía mi peso con firmeza. Me sorprendió dándome un tremendo besazo en la mejilla, de los sonoros. Pasados unos segundos y unos cuantos espasmos, respirábamos los dos relajados.

-Gracias otra vez, mamá -dije.- Te quiero un montón...

-Ya lo sé, hijo -dijo ella.- Sabes que no tienes que agradecerme nada... y que yo también te quiero... por eso te... -otra de sus pausas para buscar la palabra adecuada,- "ayudo".

-Pues gracias por tu ayuda -dije yo.

Mientras me secaba, mi madre tomó la decisión de hablar del tema sin necesidad de incomodarse, pero para acordar unas pautas:

-Bueno, Robe, no hay que sentirse culpable, no es nada grave lo que hemos hecho.

-Claro, mami -dije divertido.- Solo me enjabonabas la...

-Claro, claro -dijo ella cortándome y haciendo como que se hacía la tonta.- Y tu por "casualidad" has visto que te corrías y te has masturbado mientras yo creo que ni me enteraba -me guiñó un ojo.- Sea como sea, ahora en serio... No pasa nada por esto ¿vale? No me siento tan incómoda como me habría podido imaginar que me podía sentir... Por lo tanto mientras tú no puedas... lo podemos hacer así.

-¿En serio? -dije, interrumpiendo yo esta vez casi sin poder creerlo del todo.

-Bueno, Robe... pero ahora ya has soltado la parte que más necesitabas, entre ayer y hoy. Sé que estabas acostumbrado a una al día, pero para que un adolescente "sobreviva" yo creo que con una cada tres días es suficiente. ¿Qué me dices?

No quería quedar mal y decirle "¿solo eso?" así que dije:

-Si tú lo ves así, mamá... a mi me parece bien.

-Y, POR SUPUESTO, esto será nuestro secreto -dijo con firmeza.- Entonces ¿Trato hecho? -me extendió su mano para que la chocara, aluciné con aquel gesto, la verdad es que me dio mucho morbo que mi madre quisiera cerrar de aquella manera un trato que implicaba que me ayudaría a masturbarme durante un tiempo.

-Trato hecho -dije yo estrechando su mano con mi izquierda.

-Cuando recuperes fuerzas podrás volver a tu paja diaria -dijo ella con alegría. La verdad, hablando cómodamente de sexo y habiéndolo prácticamente practicado con su hijo se la veía radiante y despreocupada. Parecía como si estuviera feliz por ello.

-Mamá... -me reí.- Me verás ahora como un pajillero...

-¿Acaso no lo eres? -se rió ella a carcajadas con su broma.- ¡Mi niño se ha hecho mayor y se ha vuelto todo un pajillero! Al decir esto, dejó de secarme con la toalla y me toqueteó el pene que estaba en estado morcillón. Le hizo como cosquillas y me reí más:

-¿Ahora me metes mano, mamá?

-Jeje -se sonrojó de su propio atrevimiento sonriendo con picardía y volvió a secarme.- Pues mira, sí. Te he metido mano... -dijo con un orgullo falseado, siguiendo en su tónica de humor.- Total, antes ya te he tocado bien... -me guiñó un ojo. Creo que tenía que aprovechar esta oportunidad. ¿Sería aquel el momento? Pues sí: lo era. "Vamos allá" me dije.

Mi mano izquierda se catapultó a su teta izquierda y la agarró pillando a mi madre totalmente desprevenida, aunque fuera por encima de la camiseta y solo fuera un segundo la apreté suavemente y noté su masa. ¡Por fin! Le había sobado una teta a mi madre. La musa de mis pajas, sobretodo por aquellas dos razones (aunque me gustara ella entera).

-¡Robe! ¿Qué haces? -estaba sorprendidísima de mi atrevimiento y se había quedado helada.

-Si tú me metes mano, pues yo también a ti... -dije ahora yo, fingiendo orgullo.

Ella estaba alucinando pero su sonrisa ganó. Creo que pensaba que no podía molestarse conmigo: había sido un toqueteo en broma y ella había hecho lo mismo justo antes.

-Serás... -dijo aún sorprendida pero riendo.- ¡Vaya con el niño! Vale, ahora estamos empatados... -siguió hablando en un tono marcadamente amable y comprensivo para que no sonara a bronca,- pero recuerda que lo de meter mano así a tu madre es un poco raro ¿eh?

-Jaja... -reí nerviosamente.- Vale, mamá. Perdona.

Me acababa de secar. Me ayudó a ponerme el pijama y nos fuimos a la cocina a conversar mientras ella hacía la cena. Estuvimos bien, conversando como si todo fuera normal, y esa sensación fue maravillosa. Marta llegó un ratito después y luego llegó Laura. Cené con las tres, feliz de mi familia, sobretodo de mi madre, una mujer única.

. . .

Lunes. Otro día aburrido. Solo llevaba tres días en casa y no me parecía mucho mejor que el hospital. El hecho de que fuera verano hacía que yo lo llevara peor. Mis pensamientos iban cambiando, pero siempre pasaban por mi madre: me acordaba de como me había tocado, pensaba en sus tetas... No podía esperar a que llegara el miércoles. Por la noche me volvió a duchar. No me empalmé tanto como los días anteriores. Supongo que fue por la concienciación que debía aguardar al tercer día, porque no creo que estuviera totalmente desahogado y menos viendo todo el santo día a mi madre en pantalón de chándal corto y camisetas de tirantes escotadas de estar por casa, sin sujetador debajo. Durante la ducha todo fue normal y no se trató el tema masturbatorio.

. . .

Martes. No fue un día aburrido, pero fue un poco duro. Mi madre me había asegurado que un chico de mi edad podía sobrevivir perfectamente de sobras con una paja cada tres días, pero después de lo que me hizo inconscientemente... Aquel día entró a mi cuarto con el bikini amarillo puesto.

-Cariño -dijo con tono meloso.- Hace un calor terrible... no te importa que baje un momentito a la piscina ¿Verdad?

-Jaja -me reí intentando aguantar el tipo y que mis ojos no se salieran de sus órbitas.- Claro mamá, para eso está la piscina, no me digas que no te bajabas a bañar por mi... ¡No seas tonta y aprovecha, que te mereces las vacaciones como cada año!

-Eres un sol, Robe... -y vino hacía mi para agacharse como una diosa en bikini y darme un beso tierno en la mejilla mientras me acariciaba los hombros.- Te vas a poner bueno enseguida y aún la podrás aprovechar este año, ya verás...

No sé si me pondría bueno pronto, pero en aquel momento me estaba poniendo malo malo. Me levanté de la cama a mirar por la ventana y verla nadar. Era como una sirena de mis sueños y aunque me cansaba de estar de pie, no me cansaba mirarla. Ella miró a mi ventana y me sorprendió mirándola. ¿Por qué había mirado de pronto a mi ventana? ¿Qué estaba pensando para tener ganas de mirar hacía donde estaba yo? ¿Esperaba verme allí mirando o solo quería mirar hacia mi ventana y yo la había sorprendido tanto como ella a mi? Nos quedamos los dos congelados un par de segundos y al final ella me sonrió ampliamente saludándome con la mano. También sonreí y le devolví el saludo. Siguió nadando y no volvió a mirar a mi ventana. Me pregunté si sabía que yo la seguía observando durante un buen rato.

Cuando llegó la hora de ducharme ella me volvió a ver en todo mi esplendor:

-Vaya, Robe -dijo sin tapujos.- Parece que esta no se acuerda que hay que esperar a mañana ¿eh?

-Jeje... -me reí despojándome de la vergüenza.- Pues sí... espero que no estalle antes.

-¡Jaja! -me dijo mi madre guiñando un ojo.- Tú tranquilo, cuanto más esperes más fácil nos será... Y mañana vuelves a tener premio ¿Vale? Tu aguanta, mi amor...

Me enjabonó sin detenerse demasiado tiempo en ningún sitio, para mi desgracia, y estuve luciendo aquella erección durante todo el baño. A la hora de cenar me tranquilicé diciéndome a mi miso que mañana era mi gran día.

. . .

Miércoles. Otro día más. Otra visión de mi madre en bikini por la mañana. También de mis hermanas, que se pasaron el día entero así, ya que iban entrando y saliendo de la piscina cuando querían porque se secaban rápido cuando se tumbaban a tomar el sol. Mi madre me vino a buscar a la habitación y me dijo:

-Robe, cariño... Si quieres puedes bajar y te tumbas junto a la piscina, no te puedes bañar pero puedes tomar el sol con nosotras.

-No sé mamá, ahora... -le dije.

-¿Por qué no? -preguntó ella.- ¿No te apetece el sol?

-Sí, mamá -respondí yo.- Pero estoy de aquella manera que ya sabes cada dos por tres.

-Vaya -dijo mi madre viendo que el tema volvía a salir- ¿Pero en qué piensas tanto, hijo? -preguntó sin esperar respuesta.

-No solo es lo que pienso, mamá -quería hacérselo entender sin crear ningún mal rollo. Mi madre se quedó un segundo pensativa y bajó su mirada, se miró las tetas cubiertas y sujetadas como el bikini buenamente podía.

-Vale, hijo -dijo un poco avergonzada.- Lo siento... A la hora de la ducha te ayudo, lo prometo.

-No es culpa tuya estar tan bien, mamá... -me excusé,- pero gracias por tu ayuda igualmente.

-¿Estar tan bien? -preguntó sorprendida.- ¡Ay que cosas me dices, tontito! Me voy a dar un remojón...

Le dediqué una sonrisa y ella me la devolvió. Yo estaba tranquilo porque mi madre siempre cumple sus promesas. Cuando la tarde avanzó, llegó ya vestida otra vez con camiseta de tirantes y pantalón de chándal corto. Entró a mi cuarto suspirando de lo relajada que estaba después de aquel día caluroso en la piscina. Me sonrió y me dijo:

-¿Una ducha?

-Por supuesto -contesté.

En el cuarto de baño mi pene apareció, evidentemente endurecido a su máximo nivel. Mi madre no lo comentó pero lo miró con media sonrisa. Sabía que el trato nos permitía aliviarme hoy y le reconfortaba aquella sensación. Cuando llegó el momento de enjabonarme el cuerpo, mi corazón palpitaba a un ritmo muy alto. Me guiñó un ojo antes de empezar y me agarró la polla con su mano derecha mientras reposó la izquierda a la parte baja de mi espalda, se había agachado un poco y miré descaradamente sus tetas. Me sentía flotar y no me planteé tocárselas, por si perdía el equilibrio al dejar de sujetarme con la única mano que podía mover. Me pajeó disimulando cada vez menos. Solo aguanté unos minutos, pero lo mejor fue el final:

-Mamá... -dije, avisándola para que parara y yo solo me provocara el orgasmo.- Ya viene...

-Échala toda cariño... -pero no me soltó la polla. Me la siguió pajeando.

Y me corrí. Me corrí como un cabronazo. Fueron varios espasmos acompañados de abundantes chorros de esperma, mi cuerpo entero temblaba mientras me corría siendo pajeado por mi propia madre. La sensación de sorpresa de que aquello estuviera pasando de verdad era lo que me acababa de hacer llegar al éxtasis total. Gemí y gemí hasta acabar jadeando, mientras ella disminuía su ritmo, pero seguía acariciándome para prolongar mi placer. Mi semen le había pringado un poco los dedos antes de caer a la bañera, pero el agua de la ducha iba a limpiárselo en un momento. Me besó en la mejilla, aún agarrando mi falo con su mano, dándole cuidadosas caricias que prolongaban mi placer. Yo no podía casi ni hablar.

-Mamá... -dije entre jadeos.- Lo has hecho tú...

-Sí -dijo ella sintiendo mi polla ya relajándose en su mano y soltándola poco a poco.- Total si lo he empezado yo, no pasa nada porque la termine yo misma... -me sonrió.- No es mucho más grave. -Hizo una pausa y luego me preguntó:- ¿Que no te ha gustado?

-Mamá... -dije yo.- Nunca había sentido tanto placer corriéndome... -No sabía que más decirle, solo se lo agradecía con insistencia.- Gracias... ¡Muchas gracias! ¡De verdad!

-De nada, cariño -contestó.- Me sigo sintiendo un poco rara, pero verte bien me ayuda.

-Eres la mejor... -seguía alabándola yo.- Te quiero...

-Y yo -dijo.- Bueno, ahora ya hasta el sábado ¿eh?

-Sí, mami -asentí.

. . .

Jueves. Día relajado. Las rutinas habituales de verano en mi familia me alegraban bastante la vista pero no lo llegué a pasar mal. Por la tarde mi madre se fue a comprar pero no tardó demasiado en volver.

. . .

Viernes. Mi madre entró en mi cuarto con algo que me sorprendió. ¡Un bikini nuevo de color verde! Este era el típico de triángulos como sujetador y nudos a los lados de la braga. Aún enseñaba más que el amarillo. Me quedé atónito. Me dijo alegremente:

-¿Qué tal vas, cielo?

-¡Mamá! -balbuceé.- ¡Este bikini es nuevo!

-¡Sí! -dijo ella percatándose de que yo aún no lo había visto y mirándose al cuerpo, abriendo los brazos mientras se contoneaba luciendo su nuevo modelito.- Me lo compré ayer ¿Te gusta?

-Ajá... -dije yo con los ojos muy abiertos.- Mucho...

Ella seguía mirándose a lo suyo, sin enterarse del efecto que me estaba produciendo. Hasta que notó mi mirada. Sonrió en vez de avergonzarse:

-Hijito... -dijo de forma conciliadora.- No me dirás que ahora no puedo ir en bikini por casa. Lo tuyo es fuerte: solo con ver un poco de carne...

-No es solo eso mamá... -dije firme.- Ya sabes que pienso que tu estás...

-Ay niño... -dijo sonrojándose y sentándose en mi cama.- Qué cosas de decir... -Se rió.- ¡Si ya soy una vieja!

-¡Ni hablar! -dije yo serio.- Ya les gustaría a muchas de mi edad estar como tú...

-Jeje... cariño... -se inclinó para darme un beso en la frente.- Sé que es por tu abstinencia sexual de la que aún te estás recuperando. No es lo más normal del mundo opinar eso de una madre -me quedé en silencio, sintiéndome un poco culpable, por lo que ella pensó que debía cambiar el tono para no hacerme sentir mal.- Pero no te preocupes, ya sabes que he decidido "echarte una mano" así que no me pongas esa cara, que no me voy a escandalizar porque me mires así. Cuando se te haya pasado, todo volverá a ser normal.

-Mamá... -dije abatido.- No creo que sea solo cosa del momento.

-Sí, hijo, sí -respondió.- Ya verás como, en unos días y cuando puedas pajearte tu solo, ya se te pasará tanto calentón "familiar".

-Si tú lo dices... -yo no me lo creía. Mi madre ya me gustaba antes del accidente así que aquello no era una tontería mía, pero ella no sabía aquel detalle y tuve dudas acerca de contárselo.- Yo no lo veo así.

Me volvió a besar en la frente:

-Tú tranquilo y ya sabes que puedes contar conmigo para casi todo. Cuéntame lo que quieras, ¿vale? -asentí con la cabeza pero no dije nada. Debido a mi silencio dijo:- ¡Ahora me voy a la piscina un rato!

. . .

Sábado. ¡Tocaba paja! Me levanté de buen humor solo por este pensamiento. Mis hermanas no estuvieron en casa casi ni un rato por lo que los chapuzones de mi madre fueron en solitario. Por la tarde se fue a hacer la compra semanal y volvió cargada de bolsas:

-¡Cielo! -me gritó desde el piso de abajo.- ¡Ya estoy aquí! ¡Hoy tenemos cena especial para celebrar que llevas una semana en casita.

Subió y entró a mi habitación llamando primero. Estaba vestida de calle, radiante con una blusa corta un poco escotada (no tanto como las camisetas de ir por casa) y una falda negra que le llegaba por encima de las rodillas. Llevaba pendientes y un toque muy suave de maquillaje.

-¡Hoy estoy muy contenta y quiero celebrarlo! -dijo irradiando felicidad.- Vamos a comer unos fideos con verduras. ¿Qué te parece?

-Estupendo -dije yo sonriendo.- Mi apetito había aumentado hasta llegar a la normalidad durante aquella semana.

-Pero antes... -bajó el volumen de la voz y cambió a tono picarón.- ¿Una ducha antes de que vuelvan Laura y Marta?

Sonreí. Y me atreví a decir:

-Mamá, nunca había necesitado tanto una ducha, solo de verte entrar en mi cuarto tan preciosa… -me destapé y señalé mi paquete abultado.- Ya me entiendes.

-¡Ya estamos otra vez con los piropos! -se rió.- ¿No quedamos en que yo soy tu madre y que tienes que vaciar esos huevines para dejar de pensar en eso?

-Mamá.. que eso no va a funcionar -dije como si se lo hubiera dicho ya millones de veces.- Te dije que no es una tontería derivada de mi accidente, de hecho... -me callé. Mi madre puso gesto de estar muy interesada.

-De hecho ¿Qué? -dijo.

Yo no sabía bien qué decir ni como decirlo. Al final fui valiente:

-Mamá... de hecho es justamente al revés... el accidente fue por eso...

-¿Como dices, Roberto? -preguntó ella.

-Pues eso... yo... -me costaba hablar, volví a coger aire y dije:- yo me caí porque tenía la vista fija en otra cosa...

-La vista fija en... -repitió mi madre,- ¿Otra cosa?

-¿No te acuerdas? -le pregunté.

-Yo estaba... -se quedó pensativa e hizo memoria.- Me estaba quitando el bikini... Iba a nadar en topless...

-Así es -dije yo rendido ante la verdad.

-¿Sabes? -dijo ella reflexiva- En el fondo tenía esa sensación. Pero no podía ver hasta que punto era cierta. -Se le iba esbozando poco a poco una sonrisa.- Pensaba que el vino te había hecho perder el equilibrio, pero tu no bebiste tanto como yo...

-Fue porque estaba impaciente y no miraba ni por donde andaba -dije respirando profundamente.- Quería verte a la luz antes que volvieras a la oscuridad de la piscina...

-Hijo... -dijo ella muy maternal.- Lo siento mucho por la parte que me toca... Ni me imaginaba que esto hubiera podido pasar. Lo siento de verdad.

-Mamá, no es culpa tuya... -sonreí.- Soy un torpe.

-No pensaba que realmente sintieras tanta... -hizo otra de sus famosas pausas para buscar la palabra adecuada,- atracción... por mis pechos.

-Por toda ti, mamá. -me sinceré yo.

Se sonrojó de nuevo:

-Pues eso, que no lo sabía -iba haciendo pausas mientras hablaba.- Podríamos haberlo hablado antes... de haberlo sabido, claro...

-No te lo dije para que no te sintieras mal...

-No me siento mal, Robe -dijo sonriendo amistosamente.- Solo un poco... rara.

-Pues siento hacerte sentir rara -dije.

-No te preocupes, me alegra que hoy toque ayudarte. Además.. a mi edad mejor tomármelo como un halago.

Se puso las manos a los pechos y se los agarró, sujetándoselos. Dijo:

-Lo que estas han causado, voy a tener que ayudar a remediarlo yo.

-Mamá... tienes unas tetas espectaculares... -dije fascinado con aquel espectáculo.- Por lo poco que vi antes de caerme...

-¿En serio me dices esto, cariño? -preguntó ruborizándose. Luego su expresión cambió a algo más parecido a la curiosidad.- ¿Las llegaste a ver?

-No tanto tiempo como me habría gustado... -contesté.

-¡Ja! -rio ella.- ¿Y de cuanto tiempo estamos hablando?

-¿Es una propuesta? -pregunté interesado. Ella se calló hasta que dijo, con su sonrisa amable:

-Era solo una pregunta, cielo.

-Pues lástima -dije yo un poco más desinhibido y sonriendo.

-¿Me estás sugiriendo...? -preguntó lentamente,- ¿Que te las enseñe..?

-Sería fantástico, mamá -dije aún con mi sonrisa.- Eso es lo que he dicho.

-Ya pero eso también me hace sentir muy rara, cariño… -explicó ella.

-¿No lo ibas a hacer el día de la piscina…? -pregunté yo.

-Mira, a mi no me importa que me veas -se explicó,- vivimos bajo el mismo techo. Y en un momento dado, pues me podrías pillar cambiándome o algo por pura casualidad... Y no pasaría nada... Igual que el día de la piscina en que me apetecía hacer topless... -cambió su expresión y habló con un tono más catastrófico.- Pero enseñártelas expresamente...

-Eso que dices de esas puras casualidades nunca ha ocurrido, lamentablemente -contesté yo con pena.- Ya me habría gustado, pero no.

Mi madre me miró con ojos de duda. La tenía casi convencida pero no quería forzar la situación. Me atreví a decir:

-Evidentemente, si no quieres no hace falta. Ya las veré por casualidad.

Se quedó callada unos eternos segundos.

-Está bien... -dijo ella, rindiéndose y suspirando.- Pero porque he dicho que hoy celebrábamos una semana desde tu vuelta y lo podemos incluir en la "celebración". Que conste que lo hago todo para que te encuentres mejor ¿Vale?

-Vale, mamá -dije reprimiendo mi emoción. No me lo podía creer.

Se sentó a mi derecha en la cama. Yo también me incorporé y me quedé sentado. Ella se desabotonó la blusa sin ninguna prisa. Yo me recreé mirándola. Ella aceptaba que la mirara, de eso se trataba. Mientras tanto ella fue hablando:

-De hecho, aunque sea raro que quieras mirarme, no me avergüenza desnudarme delante de ti. Eres mi hijo y hay muchos hijos que ven a su madre desnuda como algo natural.

-Es verdad mamá, muchos de mis amigos las ven sin problema... Además tú también me has visto mucho desnudo últimamente.

No quise hablar más: puse toda mi concentración en el sentido de la vista. Cuando la blusa desapareció, tan solo un sujetador azul me separaba de verle bien las tetas por fin.

-¿Preparado? Te veo muy expectante... -dijo ella haciendo broma, un poco sonrojada pero con su sonrisa traviesa que me volvía loco.

-Sí -dije yo conteniendo la respiración.

Se empezó a desabrochar el sujetador. Ya nada me impediría verlas, sentado en mi cama no me resbalaría ni me caería. Además, ella lo hacía precisamente para que yo la viera. Podía mirarla descaradamente.

Cuando aparecieron, pensé que me había perdido en un sueño. No acabé de creer que fuera real. Era como tantas y tantas veces lo había imaginado, pero de verdad. Sus tetas eran grandes, redondas y pesadas (por eso caían un poco). Pero estaban increíblemente en su sitio para el tamaño que tenían y para una mujer de su edad. Eran una maravilla. Sus pezones eran rosados y de un tamaño mediano perfecto. No daba crédito. El primer sitio del que me alimenté era ahora mi mayor sueño, y estaba a un escaso metro de mi.

-Hijo... -dijo mi madre ya relajada por haber comprobado que no se sentía tan incómoda. Me interrumpió la reflexión.- ¡Te has quedado pasmado!

-Mamá... -no pude decir mucho más.

-Cariño... -sonrió mi madre afectuosa.- Y bien, ¿Qué te parecen?

-Me encantan, mamá. Me gustan mucho, muchísimo… -respondí emocionado.

No podía contenerme. Tenía que hacerlo otra vez aunque aquella ocasión ya no tenía excusa. Pero ¿como? ¿Pidiéndoselo? ¿Directamente?

-Parecen tan suaves -dije por instinto. Ella se mantuvo en silencio un tiempo mirándome sonriente, viendo como alegraba la vista a su hombrecito. Al final dijo:

-No has tocado nunca unas ¿verdad?

-Mamá -contesté yo.- El otro día te toqué una...

-¡Jaja! -rió mi madre.- Aquello no fue nada, además llevaba camiseta. Seguro que ni siquiera lo disfrutaste.

-Fue corto, pero lo deseaba tanto... -le confesé,- que me alegré mucho de que no te enfadaras.

-¡Ay, hijito! -dijo ella.- Si es que eres un sol.. es difícil enfadarse contigo.

-Y un día -recordé en voz alta,- haciéndole cosquillas a Marta, le toqué una teta por accidente. Noté que le está creciendo el pecho bastante rápido... Aunque luego pude comprobarlo con mis ojos, al verla en bikini en la piscina. ¿Te habías fijado?

-Bueno, -dijo ella mirándose el busto hacia abajo.- De tal palo... -me volvió a mirar a mi sonriente.- Es de la familia, no se puede negar. Pero en fin, ninguna de esas dos veces cuenta como tocar unos pechos como Dios manda.

-Entonces, según tú... -dije yo abatido,- no. Nunca he tocado unas, respondiendo a tu pregunta.

A todo esto yo seguía con mi mirada fija en aquellos pezones. Ella volvió a hablar cariñosamente:

-Te veo muy dubitativo... Anda, ¡que caray! Hemos dicho que hoy estábamos de celebración... ven.

Me agarró suavemente mi mano izquierda y poco a poco se la dirigió a su teta, totalmente desprotegida para ser tocada por mi. La hizo aterrizar poco a poco en su pecho derecho y empecé a palpar aquel deseado tacto.

-Mamá... dije balbuceando.- ¿De verdad que puedo?

-Ya lo estás haciendo, cielo.

Primero la apreté con miedo, después con más decisión. Amasé aquella teta que se me ofrecía. Sonreí.

-¿Qué tal? -dijo ella.- No había para tanto ¿verdad?

-Mamá -dije mientras amasaba fascinado.- Es lo mejor que me ha pasado nunca...

-¡Exagerado! -dijo ella riéndose.- Mira que eres... -hizo una expresión nostálgica.- Aunque ahora de hecho no es la primera vez que te me las tocas.

-¿Te refieres a cuando era un bebé? -le pregunté.- Pero eso era más bien chupártelas.

-Eso, hijo -aclaró ella.- Lo hiciste durante mucho tiempo, como es natural.

-Claro -añadí yo.- Es algo natural que tu hijo te las chupe.

-Evidentemente -sentenció.- Para eso están.

-Entonces... -dije notando como me ruborizaba en cuestión de segundos.- ¿Podría... chupártelas?

-¿Eh?... ¿Quieres? -dijo mi madre con expresión helada.

-Solo para recordar mis primeros años de vida. Aunque desde aquí no llego bien.

Mi madre no dijo nada pero puso los ojos en blanco con expresión de "pues vaya calentorro que tengo por hijo". Se incorporó poniéndome las tetas a la altura de la cara hasta que la distancia fue suficiente como para que yo llegara a lamerlas. Ahí sí que me recreé. Le pille la misma teta que había estado sobando y la chupé, la lamí, la besé... Me concentré en sorberle el pezón un buen rato. Paré para respirar y le dije:

-No me acordaba de como era... ¡Hacía muchos años que no lo hacía!

A mi madre le hizo gracia mi broma. Dejé aquella teta en paz y dije:

-A ver la otra... -me dirigí a su otra teta. Se volvió a reír:

-¡Robe, son prácticamente iguales! Qué cosas tienes...

Las estuve amasando y degustando unos minutos deliciosos. Metí más la cabeza entre ellas y me sentí en el paraíso. Ahora ya sabía porque siempre me habían llamado tanto la atención: el placer y sensación de bienestar que te pueden dar son indescriptibles.

-Son blanditas y suaves -concluí.- Me encantan.

-Tu, en cambio -me sorprendió mi madre poniéndome una mano en el paquete.- Sigues bien bien duro.

-Mamá... -balbuceé,- me encanta que me toques.

-Y a mi que me toques tú, cariño, -dijo ella emocionada- por muy raro o poco habitual que sea.

-Sigue, por favor...

Ella me miró a los ojos con otra maravillosa sonrisa traviesa.

-Creo que hoy no hace falta esperar a la ducha -dijo con decisión.- Hoy me toca darte lo que pactamos y puedes estar mucho más cómodo aquí.

Poco a poco me sacó la polla de los calzoncillos y allí se erigió imponente. Con un poco de excitación dijo:

-Ay nene... No veas como te pongo ¿no?

Y me agarró el falo. Me lo empezó a masajear poco a poco y fue acelerando. Entonces necesité quejarme:

-¡Ay! -dije.- Me duele un poco...

-¿Y eso, amor? -preguntó.- ¿Que lo hago mal?

-No.. -jadeé.- Pero es que está un poco seca...

Ella sonrió con picardía. Me soltó la polla y se lamió todos los dedos para que estos volvieran bien húmedos a masturbarme. Esparció su saliva a lo largo de tronco y besé el cielo. Siguió masturbándome y a mi me había dado una idea. Le solté las tetas, me lamí los dedos y, com los dedos húmedos, le estimulé los pezones. Ella gimió con mucha suavidad. No dijo nada pero parecía gustarle porque no se quejó. Poco a poco fue acelerando el ritmo de su muñeca mientras mi polla se iba endureciendo a la vez que cada vez recibía un a paja más intensa.

-Mami... -dije yo a duras penas.- No voy a aguantar mucho...

-Hazlo cuando te apetezca, cariño -contestó ella de lo más sexy.- No te contengas.

Tal y como había previsto, no tardé en correrme, apretando sus tetas con decisión la leche salió de mi polla como la lava de un volcán en erupción. Mi madre gimió y sonrió al verlo. Mi esperma cayó hacia mi vientre en varios chorros. Muchos gotarrones de mi corrida se deslizaron por sus dedos y a ella no pareció importarle en absolto. Me estuvo acariciando el falo más lentamente mientras mi orgasmo se apaciguaba y mis espasmos iban siendo menos constantes.

-Por tu semana de recuperación en casita -me dijo. Acto seguido me dio un dulce pico en los labios. Yo me quedé mudo.

Después fuimos al baño (ella aún con si mano llena de semen, que no se lavó hasta que no encendió el agua y yo con todo el vientre pringoso) y me duchó aún con las tetas al aire. Le metí mano un poco más pero ya no se dejaba tocar tanto. Me decía:

-Robe, que tengo las manos ocupadas enjabonándote y no me puedo defender...

Después de esto cenamos los fideos con Marta y Laura, y celebramos aquella maravillosa semana. Aunque mi celebración particular con mi querida madre había sido pocas horas antes en mi habitación y había sido mucho mejor.

CONTINUARÁ...
 
CAPÍTULO 3: EL PACTO CON LUISA

Después de lo ocurrido en el cuarto de baño, y aunque los dos hubiéramos acabado bien relajados, se hacía un poco rara la convivencia con mi madre. Aquella noche ya cené con ella y mis hermanas y no sé si cualquiera de ellas dos habrían percibido algo de tensión en el ambiente. Cuando me fui a dormir, solo di un par de vueltas y mis pensamientos se durmieron junto a mi muy plácidamente. Terminaba un sábado y el día siguiente era un domingo de finales de julio, aunque eso no tendría mucha relevancia porque todos en mi casa gozábamos de vacaciones. Sin remedio, yo tendría que quedarme allí con mi reposo absoluto.

Me desperté tarde. Aquel día fue mi madre quien estuvo más por mi. Me preparó un chocolate con leche de avena y galletas, me trajo un libro del salón para que leyera (evidentemente, con mi mano derecha inutilizada no podía jugar con mi consola portátil) y se sentó junto a mi a charlar para que nos animáramos los dos. La tensión que había habido el día anterior cenando con mis hermanas ya no estaba, con lo que estuve muy agradecido. No obstante, si que había algo de "raro" en cuanto nos dirigíamos la palabra.

Mis hermanas no estuvieron demasiado tiempo en casa y el poco tiempo que estuvieron se lo pasaron en la piscina. Mi habitación daba al jardín así que las podía ver si me levantaba de la cama. Ver chicas en bikini es algo que a mi siempre me apetece, pero cuando tengo que estar de pie y no me encuentro bien, prefiero quedarme en la cama. Y si encima me dan envidia por estar disfrutando ellas de algo que yo no puedo... pues razón de más. Mi madre no bajó a la piscina, supongo que por una especie de solidaridad conmigo, aunque no me habría molestado. Cuando ella estaba por sus cosas, volví a intentar pajearme yo solo, ya que aún me sentía bastante necesitado. Más fracasos: mi mano izquierda era totalmente inútil.

El día pasó más rápido que el anterior y casi me da un vuelco el corazón cuando, después de que mi madre entrara en mi habitación, le oí decir:

-¿Te apetece hoy también una ducha antes de cenar?

No lo dudé, aunque tardé un poco en responder:

-Claro, mamá...

-Pues vamos allá.

Ya en el cuarto de baño yo volvía a estar en calzoncillos de la misma forma que ya me había visto un día antes mi madre. No disimuló que lo estaba mirando:

-Ya estamos otra vez ¿no?

-Pues eso parece, mamá... -respondí.

No se refirió más al tema y siguió todo como el día anterior, aunque ella estaba mucho menos nerviosa y, por qué no decirlo, yo también. Cuando llegó al momento de enjabonarme la polla no dudó y, jabón en mano, me lo empezó a esparcir a lo largo del falo. Yo no reprimí mucho mis pequeños gemidos de gustillo. Mi madre habló:

-Cariño, estás como ayer... ¿Quieres aprovechar e intentarlo?

-Vale mamá -dije yo.- Sujétame.

Esta vez mi madre no tuvo el arrebato de abrazarme para sujetarme, y fue una lástima porque yo tenía muchas ganas de sentirla cerca de verdad. Simplemente me agarró con sus manos con seguridad, apartando la vista de una manera que a mi me pareció que le requería un poco de esfuerzo. ¿Sentiría ella mucha curiosidad por verlo? Yo me agarré la polla con tanta firmeza como pude y la comencé a menear con mi mano izquierda. Pasaron varios minutos y la situación se tornó incómoda. Nunca antes en mi vida me había pajeado con la izquierda y no la tenía nada entrenada. Aparte de eso, la notaba cansada y me dolía forzarla, así que me estresé cuando entendí que no podría.

-Robe, cielo... -dijo mi madre denotando preocupación. Prudentemente giró su cabeza y miró mi miembro siento masajeado por mi mano "tonta".- ¿No lo consigues?

-Mamá, lo siento mucho... -dije muerto de vergüenza.- No me sale...

-Shh... -dijo ella llevándose un dedo a los labios.- No te preocupes cariño.

-Ayer ya estaba al borde de... de correrme -me supuso un esfuerzo decirlo,- y enseguida pude. Pero hoy me cuesta más trabajo conseguirlo... -maldecía aquella situación tan vergonzosa. A diferencia del día anterior, en aquel momento era yo quien estaba mucho más incómodo y nervioso que ella, ya que estaba casi temblando.- Y tengo el brazo muy cansado...

-Cariño -dijo mi madre con firmeza cortando mis absurdas lamentaciones.- Yo sé que tanto ayer como hoy la excitación te ha venido por varios motivos. Estás en una edad de hormonas revueltas y, tal y como me dijiste ayer, de masturbarse una vez al día. Además por culpa de un accidente hace una eternidad que no lo haces y tu sexualidad se está recuperando así. Con solo tener cerca un cuerpo de mujer aunque sea el de tu madre... pero yo te puedo ayudar solo hasta ciertos límites. Robe, hay cosas que no puedo hacer por ser tu madre... porque es así.

Yo miraba a mi madre aún consumido por mi vergüenza. De todas formas, ella no decía nada de aquello con tono severo, de hecho sonaba muy conciliador, como pidiéndome perdón por no poder ayudarme más.

-Aunque... -dijo ella después de un silencio,- como madre si que te puedo lavar y limpiar cuando tú solo no puedes... y si tú y yo consideramos que tu... -pausa para buscar la palabra adecuada mirándome a la polla,- que tu "miembro" aún no está limpio del todo lo puedo seguir enjabonando hasta que nos parezca que está suficientemente limpio. Y si sientes que vas a tener un "desafortunado accidente placentero" me avisas y te alivias en el momento en que vaya a salir.

Me quedé helado y abrí los ojos a más no poder. ¿Me lo acababa de proponer de forma indirecta (tirando a bastante directa)?:

-Mamá... yo...

-¿Sigo enjabonando o no? -dijo ella con un tono deliciosamente cariñoso y amable.- Tú decides...

-Sí, por favor, mami... -le rogué.

Se volvió a enjabonar la mano y la dirigió a mi polla. Antes de que la tocara dije:

-Gracias... te quiero mucho.

-Tontito... -dijo ella,- yo también a ti, ¡Por eso te limpio tan bien!

Sonreí emocionado. Mi madre era genial y me estaba a punto de hacer sentir otra vez su mano en mi pene, acariciándome... y esta vez con el objetivo de llevarme al borde del orgasmo y que a mi no me costara nada provocármelo al final. La punta de sus dedos rozaban mi glande cuando me estremecí de placer. Movió la mano primero poco a poco y, con la excusa de esparcir el jabón, me empezó a pajear. No lo podía creer. Nunca me había pajeado ninguna otra mano que no fuera la mía y allí estaba: siendo masturbado por mi propia madre. ¡Qué locura! Y cuanto lo había estado deseando en el fondo... Quise que el mundo se detuviera allí mismo al no poder imaginar nada más feliz.

-Mami... -dije jadeando.- Me gusta mucho...

-Cariño... -contestó ella.- ¿Tanto te gusta que te enjabone? Yo solo estoy haciendo eso ¿eh?

-Sí mamá, me encanta. Me encantas...

Ahí creo que se sonrojó y quizás se incomodó un poco pero no paró ni un segundo. Ya no disimulaba: me estaba haciendo una paja con todas las letras. La miré. Estaba un poco inclinada hacia mi polla y, evidentemente, sus enormes tetas quedaban muy a la vista, no muy protegidas por el escote que llevaba, bastante parecido al del día anterior, siendo otra camiseta de ir por casa en verano. Las quería tocar. Quería acariciarlas y agarrarlas fuerte. ¿Qué pasaría si lo hacía? ¿Y si por intentarlo todo aquel sueño se terminaba? Ella no me estaba sujetando pero me sentía seguro si dejaba de apoyarme en la pared con mi mano izquierda. Decidí hacerlo, pero me decidí tarde: cuando estaba a punto de lanzarme noté mi esperma llamando a la puerta para salir. Tenía que avisarla porque aquel era el trato.

-Mamá... ¡Me voy a correr! -advertí.

-¿Ya? -dijo ella, y seguidamente soltó mi polla y me abrazó: esta vez sí. Las tetas que había estado a punto de tocar se presionaron contra mi y, como pude, terminé el trabajo que había iniciado mi madre con aquella dichosa mano izquierda. Me corrí de nuevo como un caballo y el semen se precipitó una vez más a la bañera. Era semen caliente, casi quemaba. Jadeé y me apoyé mucho en ella, que sostenía mi peso con firmeza. Me sorprendió dándome un tremendo besazo en la mejilla, de los sonoros. Pasados unos segundos y unos cuantos espasmos, respirábamos los dos relajados.

-Gracias otra vez, mamá -dije.- Te quiero un montón...

-Ya lo sé, hijo -dijo ella.- Sabes que no tienes que agradecerme nada... y que yo también te quiero... por eso te... -otra de sus pausas para buscar la palabra adecuada,- "ayudo".

-Pues gracias por tu ayuda -dije yo.

Mientras me secaba, mi madre tomó la decisión de hablar del tema sin necesidad de incomodarse, pero para acordar unas pautas:

-Bueno, Robe, no hay que sentirse culpable, no es nada grave lo que hemos hecho.

-Claro, mami -dije divertido.- Solo me enjabonabas la...

-Claro, claro -dijo ella cortándome y haciendo como que se hacía la tonta.- Y tu por "casualidad" has visto que te corrías y te has masturbado mientras yo creo que ni me enteraba -me guiñó un ojo.- Sea como sea, ahora en serio... No pasa nada por esto ¿vale? No me siento tan incómoda como me habría podido imaginar que me podía sentir... Por lo tanto mientras tú no puedas... lo podemos hacer así.

-¿En serio? -dije, interrumpiendo yo esta vez casi sin poder creerlo del todo.

-Bueno, Robe... pero ahora ya has soltado la parte que más necesitabas, entre ayer y hoy. Sé que estabas acostumbrado a una al día, pero para que un adolescente "sobreviva" yo creo que con una cada tres días es suficiente. ¿Qué me dices?

No quería quedar mal y decirle "¿solo eso?" así que dije:

-Si tú lo ves así, mamá... a mi me parece bien.

-Y, POR SUPUESTO, esto será nuestro secreto -dijo con firmeza.- Entonces ¿Trato hecho? -me extendió su mano para que la chocara, aluciné con aquel gesto, la verdad es que me dio mucho morbo que mi madre quisiera cerrar de aquella manera un trato que implicaba que me ayudaría a masturbarme durante un tiempo.

-Trato hecho -dije yo estrechando su mano con mi izquierda.

-Cuando recuperes fuerzas podrás volver a tu paja diaria -dijo ella con alegría. La verdad, hablando cómodamente de sexo y habiéndolo prácticamente practicado con su hijo se la veía radiante y despreocupada. Parecía como si estuviera feliz por ello.

-Mamá... -me reí.- Me verás ahora como un pajillero...

-¿Acaso no lo eres? -se rió ella a carcajadas con su broma.- ¡Mi niño se ha hecho mayor y se ha vuelto todo un pajillero! Al decir esto, dejó de secarme con la toalla y me toqueteó el pene que estaba en estado morcillón. Le hizo como cosquillas y me reí más:

-¿Ahora me metes mano, mamá?

-Jeje -se sonrojó de su propio atrevimiento sonriendo con picardía y volvió a secarme.- Pues mira, sí. Te he metido mano... -dijo con un orgullo falseado, siguiendo en su tónica de humor.- Total, antes ya te he tocado bien... -me guiñó un ojo. Creo que tenía que aprovechar esta oportunidad. ¿Sería aquel el momento? Pues sí: lo era. "Vamos allá" me dije.

Mi mano izquierda se catapultó a su teta izquierda y la agarró pillando a mi madre totalmente desprevenida, aunque fuera por encima de la camiseta y solo fuera un segundo la apreté suavemente y noté su masa. ¡Por fin! Le había sobado una teta a mi madre. La musa de mis pajas, sobretodo por aquellas dos razones (aunque me gustara ella entera).

-¡Robe! ¿Qué haces? -estaba sorprendidísima de mi atrevimiento y se había quedado helada.

-Si tú me metes mano, pues yo también a ti... -dije ahora yo, fingiendo orgullo.

Ella estaba alucinando pero su sonrisa ganó. Creo que pensaba que no podía molestarse conmigo: había sido un toqueteo en broma y ella había hecho lo mismo justo antes.

-Serás... -dijo aún sorprendida pero riendo.- ¡Vaya con el niño! Vale, ahora estamos empatados... -siguió hablando en un tono marcadamente amable y comprensivo para que no sonara a bronca,- pero recuerda que lo de meter mano así a tu madre es un poco raro ¿eh?

-Jaja... -reí nerviosamente.- Vale, mamá. Perdona.

Me acababa de secar. Me ayudó a ponerme el pijama y nos fuimos a la cocina a conversar mientras ella hacía la cena. Estuvimos bien, conversando como si todo fuera normal, y esa sensación fue maravillosa. Marta llegó un ratito después y luego llegó Laura. Cené con las tres, feliz de mi familia, sobretodo de mi madre, una mujer única.

. . .

Lunes. Otro día aburrido. Solo llevaba tres días en casa y no me parecía mucho mejor que el hospital. El hecho de que fuera verano hacía que yo lo llevara peor. Mis pensamientos iban cambiando, pero siempre pasaban por mi madre: me acordaba de como me había tocado, pensaba en sus tetas... No podía esperar a que llegara el miércoles. Por la noche me volvió a duchar. No me empalmé tanto como los días anteriores. Supongo que fue por la concienciación que debía aguardar al tercer día, porque no creo que estuviera totalmente desahogado y menos viendo todo el santo día a mi madre en pantalón de chándal corto y camisetas de tirantes escotadas de estar por casa, sin sujetador debajo. Durante la ducha todo fue normal y no se trató el tema masturbatorio.

. . .

Martes. No fue un día aburrido, pero fue un poco duro. Mi madre me había asegurado que un chico de mi edad podía sobrevivir perfectamente de sobras con una paja cada tres días, pero después de lo que me hizo inconscientemente... Aquel día entró a mi cuarto con el bikini amarillo puesto.

-Cariño -dijo con tono meloso.- Hace un calor terrible... no te importa que baje un momentito a la piscina ¿Verdad?

-Jaja -me reí intentando aguantar el tipo y que mis ojos no se salieran de sus órbitas.- Claro mamá, para eso está la piscina, no me digas que no te bajabas a bañar por mi... ¡No seas tonta y aprovecha, que te mereces las vacaciones como cada año!

-Eres un sol, Robe... -y vino hacía mi para agacharse como una diosa en bikini y darme un beso tierno en la mejilla mientras me acariciaba los hombros.- Te vas a poner bueno enseguida y aún la podrás aprovechar este año, ya verás...

No sé si me pondría bueno pronto, pero en aquel momento me estaba poniendo malo malo. Me levanté de la cama a mirar por la ventana y verla nadar. Era como una sirena de mis sueños y aunque me cansaba de estar de pie, no me cansaba mirarla. Ella miró a mi ventana y me sorprendió mirándola. ¿Por qué había mirado de pronto a mi ventana? ¿Qué estaba pensando para tener ganas de mirar hacía donde estaba yo? ¿Esperaba verme allí mirando o solo quería mirar hacia mi ventana y yo la había sorprendido tanto como ella a mi? Nos quedamos los dos congelados un par de segundos y al final ella me sonrió ampliamente saludándome con la mano. También sonreí y le devolví el saludo. Siguió nadando y no volvió a mirar a mi ventana. Me pregunté si sabía que yo la seguía observando durante un buen rato.

Cuando llegó la hora de ducharme ella me volvió a ver en todo mi esplendor:

-Vaya, Robe -dijo sin tapujos.- Parece que esta no se acuerda que hay que esperar a mañana ¿eh?

-Jeje... -me reí despojándome de la vergüenza.- Pues sí... espero que no estalle antes.

-¡Jaja! -me dijo mi madre guiñando un ojo.- Tú tranquilo, cuanto más esperes más fácil nos será... Y mañana vuelves a tener premio ¿Vale? Tu aguanta, mi amor...

Me enjabonó sin detenerse demasiado tiempo en ningún sitio, para mi desgracia, y estuve luciendo aquella erección durante todo el baño. A la hora de cenar me tranquilicé diciéndome a mi miso que mañana era mi gran día.

. . .

Miércoles. Otro día más. Otra visión de mi madre en bikini por la mañana. También de mis hermanas, que se pasaron el día entero así, ya que iban entrando y saliendo de la piscina cuando querían porque se secaban rápido cuando se tumbaban a tomar el sol. Mi madre me vino a buscar a la habitación y me dijo:

-Robe, cariño... Si quieres puedes bajar y te tumbas junto a la piscina, no te puedes bañar pero puedes tomar el sol con nosotras.

-No sé mamá, ahora... -le dije.

-¿Por qué no? -preguntó ella.- ¿No te apetece el sol?

-Sí, mamá -respondí yo.- Pero estoy de aquella manera que ya sabes cada dos por tres.

-Vaya -dijo mi madre viendo que el tema volvía a salir- ¿Pero en qué piensas tanto, hijo? -preguntó sin esperar respuesta.

-No solo es lo que pienso, mamá -quería hacérselo entender sin crear ningún mal rollo. Mi madre se quedó un segundo pensativa y bajó su mirada, se miró las tetas cubiertas y sujetadas como el bikini buenamente podía.

-Vale, hijo -dijo un poco avergonzada.- Lo siento... A la hora de la ducha te ayudo, lo prometo.

-No es culpa tuya estar tan bien, mamá... -me excusé,- pero gracias por tu ayuda igualmente.

-¿Estar tan bien? -preguntó sorprendida.- ¡Ay que cosas me dices, tontito! Me voy a dar un remojón...

Le dediqué una sonrisa y ella me la devolvió. Yo estaba tranquilo porque mi madre siempre cumple sus promesas. Cuando la tarde avanzó, llegó ya vestida otra vez con camiseta de tirantes y pantalón de chándal corto. Entró a mi cuarto suspirando de lo relajada que estaba después de aquel día caluroso en la piscina. Me sonrió y me dijo:

-¿Una ducha?

-Por supuesto -contesté.

En el cuarto de baño mi pene apareció, evidentemente endurecido a su máximo nivel. Mi madre no lo comentó pero lo miró con media sonrisa. Sabía que el trato nos permitía aliviarme hoy y le reconfortaba aquella sensación. Cuando llegó el momento de enjabonarme el cuerpo, mi corazón palpitaba a un ritmo muy alto. Me guiñó un ojo antes de empezar y me agarró la polla con su mano derecha mientras reposó la izquierda a la parte baja de mi espalda, se había agachado un poco y miré descaradamente sus tetas. Me sentía flotar y no me planteé tocárselas, por si perdía el equilibrio al dejar de sujetarme con la única mano que podía mover. Me pajeó disimulando cada vez menos. Solo aguanté unos minutos, pero lo mejor fue el final:

-Mamá... -dije, avisándola para que parara y yo solo me provocara el orgasmo.- Ya viene...

-Échala toda cariño... -pero no me soltó la polla. Me la siguió pajeando.

Y me corrí. Me corrí como un cabronazo. Fueron varios espasmos acompañados de abundantes chorros de esperma, mi cuerpo entero temblaba mientras me corría siendo pajeado por mi propia madre. La sensación de sorpresa de que aquello estuviera pasando de verdad era lo que me acababa de hacer llegar al éxtasis total. Gemí y gemí hasta acabar jadeando, mientras ella disminuía su ritmo, pero seguía acariciándome para prolongar mi placer. Mi semen le había pringado un poco los dedos antes de caer a la bañera, pero el agua de la ducha iba a limpiárselo en un momento. Me besó en la mejilla, aún agarrando mi falo con su mano, dándole cuidadosas caricias que prolongaban mi placer. Yo no podía casi ni hablar.

-Mamá... -dije entre jadeos.- Lo has hecho tú...

-Sí -dijo ella sintiendo mi polla ya relajándose en su mano y soltándola poco a poco.- Total si lo he empezado yo, no pasa nada porque la termine yo misma... -me sonrió.- No es mucho más grave. -Hizo una pausa y luego me preguntó:- ¿Que no te ha gustado?

-Mamá... -dije yo.- Nunca había sentido tanto placer corriéndome... -No sabía que más decirle, solo se lo agradecía con insistencia.- Gracias... ¡Muchas gracias! ¡De verdad!

-De nada, cariño -contestó.- Me sigo sintiendo un poco rara, pero verte bien me ayuda.

-Eres la mejor... -seguía alabándola yo.- Te quiero...

-Y yo -dijo.- Bueno, ahora ya hasta el sábado ¿eh?

-Sí, mami -asentí.

. . .

Jueves. Día relajado. Las rutinas habituales de verano en mi familia me alegraban bastante la vista pero no lo llegué a pasar mal. Por la tarde mi madre se fue a comprar pero no tardó demasiado en volver.

. . .

Viernes. Mi madre entró en mi cuarto con algo que me sorprendió. ¡Un bikini nuevo de color verde! Este era el típico de triángulos como sujetador y nudos a los lados de la braga. Aún enseñaba más que el amarillo. Me quedé atónito. Me dijo alegremente:

-¿Qué tal vas, cielo?

-¡Mamá! -balbuceé.- ¡Este bikini es nuevo!

-¡Sí! -dijo ella percatándose de que yo aún no lo había visto y mirándose al cuerpo, abriendo los brazos mientras se contoneaba luciendo su nuevo modelito.- Me lo compré ayer ¿Te gusta?

-Ajá... -dije yo con los ojos muy abiertos.- Mucho...

Ella seguía mirándose a lo suyo, sin enterarse del efecto que me estaba produciendo. Hasta que notó mi mirada. Sonrió en vez de avergonzarse:

-Hijito... -dijo de forma conciliadora.- No me dirás que ahora no puedo ir en bikini por casa. Lo tuyo es fuerte: solo con ver un poco de carne...

-No es solo eso mamá... -dije firme.- Ya sabes que pienso que tu estás...

-Ay niño... -dijo sonrojándose y sentándose en mi cama.- Qué cosas de decir... -Se rió.- ¡Si ya soy una vieja!

-¡Ni hablar! -dije yo serio.- Ya les gustaría a muchas de mi edad estar como tú...

-Jeje... cariño... -se inclinó para darme un beso en la frente.- Sé que es por tu abstinencia sexual de la que aún te estás recuperando. No es lo más normal del mundo opinar eso de una madre -me quedé en silencio, sintiéndome un poco culpable, por lo que ella pensó que debía cambiar el tono para no hacerme sentir mal.- Pero no te preocupes, ya sabes que he decidido "echarte una mano" así que no me pongas esa cara, que no me voy a escandalizar porque me mires así. Cuando se te haya pasado, todo volverá a ser normal.

-Mamá... -dije abatido.- No creo que sea solo cosa del momento.

-Sí, hijo, sí -respondió.- Ya verás como, en unos días y cuando puedas pajearte tu solo, ya se te pasará tanto calentón "familiar".

-Si tú lo dices... -yo no me lo creía. Mi madre ya me gustaba antes del accidente así que aquello no era una tontería mía, pero ella no sabía aquel detalle y tuve dudas acerca de contárselo.- Yo no lo veo así.

Me volvió a besar en la frente:

-Tú tranquilo y ya sabes que puedes contar conmigo para casi todo. Cuéntame lo que quieras, ¿vale? -asentí con la cabeza pero no dije nada. Debido a mi silencio dijo:- ¡Ahora me voy a la piscina un rato!

. . .

Sábado. ¡Tocaba paja! Me levanté de buen humor solo por este pensamiento. Mis hermanas no estuvieron en casa casi ni un rato por lo que los chapuzones de mi madre fueron en solitario. Por la tarde se fue a hacer la compra semanal y volvió cargada de bolsas:

-¡Cielo! -me gritó desde el piso de abajo.- ¡Ya estoy aquí! ¡Hoy tenemos cena especial para celebrar que llevas una semana en casita.

Subió y entró a mi habitación llamando primero. Estaba vestida de calle, radiante con una blusa corta un poco escotada (no tanto como las camisetas de ir por casa) y una falda negra que le llegaba por encima de las rodillas. Llevaba pendientes y un toque muy suave de maquillaje.

-¡Hoy estoy muy contenta y quiero celebrarlo! -dijo irradiando felicidad.- Vamos a comer unos fideos con verduras. ¿Qué te parece?

-Estupendo -dije yo sonriendo.- Mi apetito había aumentado hasta llegar a la normalidad durante aquella semana.

-Pero antes... -bajó el volumen de la voz y cambió a tono picarón.- ¿Una ducha antes de que vuelvan Laura y Marta?

Sonreí. Y me atreví a decir:

-Mamá, nunca había necesitado tanto una ducha, solo de verte entrar en mi cuarto tan preciosa… -me destapé y señalé mi paquete abultado.- Ya me entiendes.

-¡Ya estamos otra vez con los piropos! -se rió.- ¿No quedamos en que yo soy tu madre y que tienes que vaciar esos huevines para dejar de pensar en eso?

-Mamá.. que eso no va a funcionar -dije como si se lo hubiera dicho ya millones de veces.- Te dije que no es una tontería derivada de mi accidente, de hecho... -me callé. Mi madre puso gesto de estar muy interesada.

-De hecho ¿Qué? -dijo.

Yo no sabía bien qué decir ni como decirlo. Al final fui valiente:

-Mamá... de hecho es justamente al revés... el accidente fue por eso...

-¿Como dices, Roberto? -preguntó ella.

-Pues eso... yo... -me costaba hablar, volví a coger aire y dije:- yo me caí porque tenía la vista fija en otra cosa...

-La vista fija en... -repitió mi madre,- ¿Otra cosa?

-¿No te acuerdas? -le pregunté.

-Yo estaba... -se quedó pensativa e hizo memoria.- Me estaba quitando el bikini... Iba a nadar en topless...

-Así es -dije yo rendido ante la verdad.

-¿Sabes? -dijo ella reflexiva- En el fondo tenía esa sensación. Pero no podía ver hasta que punto era cierta. -Se le iba esbozando poco a poco una sonrisa.- Pensaba que el vino te había hecho perder el equilibrio, pero tu no bebiste tanto como yo...

-Fue porque estaba impaciente y no miraba ni por donde andaba -dije respirando profundamente.- Quería verte a la luz antes que volvieras a la oscuridad de la piscina...

-Hijo... -dijo ella muy maternal.- Lo siento mucho por la parte que me toca... Ni me imaginaba que esto hubiera podido pasar. Lo siento de verdad.

-Mamá, no es culpa tuya... -sonreí.- Soy un torpe.

-No pensaba que realmente sintieras tanta... -hizo otra de sus famosas pausas para buscar la palabra adecuada,- atracción... por mis pechos.

-Por toda ti, mamá. -me sinceré yo.

Se sonrojó de nuevo:

-Pues eso, que no lo sabía -iba haciendo pausas mientras hablaba.- Podríamos haberlo hablado antes... de haberlo sabido, claro...

-No te lo dije para que no te sintieras mal...

-No me siento mal, Robe -dijo sonriendo amistosamente.- Solo un poco... rara.

-Pues siento hacerte sentir rara -dije.

-No te preocupes, me alegra que hoy toque ayudarte. Además.. a mi edad mejor tomármelo como un halago.

Se puso las manos a los pechos y se los agarró, sujetándoselos. Dijo:

-Lo que estas han causado, voy a tener que ayudar a remediarlo yo.

-Mamá... tienes unas tetas espectaculares... -dije fascinado con aquel espectáculo.- Por lo poco que vi antes de caerme...

-¿En serio me dices esto, cariño? -preguntó ruborizándose. Luego su expresión cambió a algo más parecido a la curiosidad.- ¿Las llegaste a ver?

-No tanto tiempo como me habría gustado... -contesté.

-¡Ja! -rio ella.- ¿Y de cuanto tiempo estamos hablando?

-¿Es una propuesta? -pregunté interesado. Ella se calló hasta que dijo, con su sonrisa amable:

-Era solo una pregunta, cielo.

-Pues lástima -dije yo un poco más desinhibido y sonriendo.

-¿Me estás sugiriendo...? -preguntó lentamente,- ¿Que te las enseñe..?

-Sería fantástico, mamá -dije aún con mi sonrisa.- Eso es lo que he dicho.

-Ya pero eso también me hace sentir muy rara, cariño… -explicó ella.

-¿No lo ibas a hacer el día de la piscina…? -pregunté yo.

-Mira, a mi no me importa que me veas -se explicó,- vivimos bajo el mismo techo. Y en un momento dado, pues me podrías pillar cambiándome o algo por pura casualidad... Y no pasaría nada... Igual que el día de la piscina en que me apetecía hacer topless... -cambió su expresión y habló con un tono más catastrófico.- Pero enseñártelas expresamente...

-Eso que dices de esas puras casualidades nunca ha ocurrido, lamentablemente -contesté yo con pena.- Ya me habría gustado, pero no.

Mi madre me miró con ojos de duda. La tenía casi convencida pero no quería forzar la situación. Me atreví a decir:

-Evidentemente, si no quieres no hace falta. Ya las veré por casualidad.

Se quedó callada unos eternos segundos.

-Está bien... -dijo ella, rindiéndose y suspirando.- Pero porque he dicho que hoy celebrábamos una semana desde tu vuelta y lo podemos incluir en la "celebración". Que conste que lo hago todo para que te encuentres mejor ¿Vale?

-Vale, mamá -dije reprimiendo mi emoción. No me lo podía creer.

Se sentó a mi derecha en la cama. Yo también me incorporé y me quedé sentado. Ella se desabotonó la blusa sin ninguna prisa. Yo me recreé mirándola. Ella aceptaba que la mirara, de eso se trataba. Mientras tanto ella fue hablando:

-De hecho, aunque sea raro que quieras mirarme, no me avergüenza desnudarme delante de ti. Eres mi hijo y hay muchos hijos que ven a su madre desnuda como algo natural.

-Es verdad mamá, muchos de mis amigos las ven sin problema... Además tú también me has visto mucho desnudo últimamente.

No quise hablar más: puse toda mi concentración en el sentido de la vista. Cuando la blusa desapareció, tan solo un sujetador azul me separaba de verle bien las tetas por fin.

-¿Preparado? Te veo muy expectante... -dijo ella haciendo broma, un poco sonrojada pero con su sonrisa traviesa que me volvía loco.

-Sí -dije yo conteniendo la respiración.

Se empezó a desabrochar el sujetador. Ya nada me impediría verlas, sentado en mi cama no me resbalaría ni me caería. Además, ella lo hacía precisamente para que yo la viera. Podía mirarla descaradamente.

Cuando aparecieron, pensé que me había perdido en un sueño. No acabé de creer que fuera real. Era como tantas y tantas veces lo había imaginado, pero de verdad. Sus tetas eran grandes, redondas y pesadas (por eso caían un poco). Pero estaban increíblemente en su sitio para el tamaño que tenían y para una mujer de su edad. Eran una maravilla. Sus pezones eran rosados y de un tamaño mediano perfecto. No daba crédito. El primer sitio del que me alimenté era ahora mi mayor sueño, y estaba a un escaso metro de mi.

-Hijo... -dijo mi madre ya relajada por haber comprobado que no se sentía tan incómoda. Me interrumpió la reflexión.- ¡Te has quedado pasmado!

-Mamá... -no pude decir mucho más.

-Cariño... -sonrió mi madre afectuosa.- Y bien, ¿Qué te parecen?

-Me encantan, mamá. Me gustan mucho, muchísimo… -respondí emocionado.

No podía contenerme. Tenía que hacerlo otra vez aunque aquella ocasión ya no tenía excusa. Pero ¿como? ¿Pidiéndoselo? ¿Directamente?

-Parecen tan suaves -dije por instinto. Ella se mantuvo en silencio un tiempo mirándome sonriente, viendo como alegraba la vista a su hombrecito. Al final dijo:

-No has tocado nunca unas ¿verdad?

-Mamá -contesté yo.- El otro día te toqué una...

-¡Jaja! -rió mi madre.- Aquello no fue nada, además llevaba camiseta. Seguro que ni siquiera lo disfrutaste.

-Fue corto, pero lo deseaba tanto... -le confesé,- que me alegré mucho de que no te enfadaras.

-¡Ay, hijito! -dijo ella.- Si es que eres un sol.. es difícil enfadarse contigo.

-Y un día -recordé en voz alta,- haciéndole cosquillas a Marta, le toqué una teta por accidente. Noté que le está creciendo el pecho bastante rápido... Aunque luego pude comprobarlo con mis ojos, al verla en bikini en la piscina. ¿Te habías fijado?

-Bueno, -dijo ella mirándose el busto hacia abajo.- De tal palo... -me volvió a mirar a mi sonriente.- Es de la familia, no se puede negar. Pero en fin, ninguna de esas dos veces cuenta como tocar unos pechos como Dios manda.

-Entonces, según tú... -dije yo abatido,- no. Nunca he tocado unas, respondiendo a tu pregunta.

A todo esto yo seguía con mi mirada fija en aquellos pezones. Ella volvió a hablar cariñosamente:

-Te veo muy dubitativo... Anda, ¡que caray! Hemos dicho que hoy estábamos de celebración... ven.

Me agarró suavemente mi mano izquierda y poco a poco se la dirigió a su teta, totalmente desprotegida para ser tocada por mi. La hizo aterrizar poco a poco en su pecho derecho y empecé a palpar aquel deseado tacto.

-Mamá... dije balbuceando.- ¿De verdad que puedo?

-Ya lo estás haciendo, cielo.

Primero la apreté con miedo, después con más decisión. Amasé aquella teta que se me ofrecía. Sonreí.

-¿Qué tal? -dijo ella.- No había para tanto ¿verdad?

-Mamá -dije mientras amasaba fascinado.- Es lo mejor que me ha pasado nunca...

-¡Exagerado! -dijo ella riéndose.- Mira que eres... -hizo una expresión nostálgica.- Aunque ahora de hecho no es la primera vez que te me las tocas.

-¿Te refieres a cuando era un bebé? -le pregunté.- Pero eso era más bien chupártelas.

-Eso, hijo -aclaró ella.- Lo hiciste durante mucho tiempo, como es natural.

-Claro -añadí yo.- Es algo natural que tu hijo te las chupe.

-Evidentemente -sentenció.- Para eso están.

-Entonces... -dije notando como me ruborizaba en cuestión de segundos.- ¿Podría... chupártelas?

-¿Eh?... ¿Quieres? -dijo mi madre con expresión helada.

-Solo para recordar mis primeros años de vida. Aunque desde aquí no llego bien.

Mi madre no dijo nada pero puso los ojos en blanco con expresión de "pues vaya calentorro que tengo por hijo". Se incorporó poniéndome las tetas a la altura de la cara hasta que la distancia fue suficiente como para que yo llegara a lamerlas. Ahí sí que me recreé. Le pille la misma teta que había estado sobando y la chupé, la lamí, la besé... Me concentré en sorberle el pezón un buen rato. Paré para respirar y le dije:

-No me acordaba de como era... ¡Hacía muchos años que no lo hacía!

A mi madre le hizo gracia mi broma. Dejé aquella teta en paz y dije:

-A ver la otra... -me dirigí a su otra teta. Se volvió a reír:

-¡Robe, son prácticamente iguales! Qué cosas tienes...

Las estuve amasando y degustando unos minutos deliciosos. Metí más la cabeza entre ellas y me sentí en el paraíso. Ahora ya sabía porque siempre me habían llamado tanto la atención: el placer y sensación de bienestar que te pueden dar son indescriptibles.

-Son blanditas y suaves -concluí.- Me encantan.

-Tu, en cambio -me sorprendió mi madre poniéndome una mano en el paquete.- Sigues bien bien duro.

-Mamá... -balbuceé,- me encanta que me toques.

-Y a mi que me toques tú, cariño, -dijo ella emocionada- por muy raro o poco habitual que sea.

-Sigue, por favor...

Ella me miró a los ojos con otra maravillosa sonrisa traviesa.

-Creo que hoy no hace falta esperar a la ducha -dijo con decisión.- Hoy me toca darte lo que pactamos y puedes estar mucho más cómodo aquí.

Poco a poco me sacó la polla de los calzoncillos y allí se erigió imponente. Con un poco de excitación dijo:

-Ay nene... No veas como te pongo ¿no?

Y me agarró el falo. Me lo empezó a masajear poco a poco y fue acelerando. Entonces necesité quejarme:

-¡Ay! -dije.- Me duele un poco...

-¿Y eso, amor? -preguntó.- ¿Que lo hago mal?

-No.. -jadeé.- Pero es que está un poco seca...

Ella sonrió con picardía. Me soltó la polla y se lamió todos los dedos para que estos volvieran bien húmedos a masturbarme. Esparció su saliva a lo largo de tronco y besé el cielo. Siguió masturbándome y a mi me había dado una idea. Le solté las tetas, me lamí los dedos y, com los dedos húmedos, le estimulé los pezones. Ella gimió con mucha suavidad. No dijo nada pero parecía gustarle porque no se quejó. Poco a poco fue acelerando el ritmo de su muñeca mientras mi polla se iba endureciendo a la vez que cada vez recibía un a paja más intensa.

-Mami... -dije yo a duras penas.- No voy a aguantar mucho...

-Hazlo cuando te apetezca, cariño -contestó ella de lo más sexy.- No te contengas.

Tal y como había previsto, no tardé en correrme, apretando sus tetas con decisión la leche salió de mi polla como la lava de un volcán en erupción. Mi madre gimió y sonrió al verlo. Mi esperma cayó hacia mi vientre en varios chorros. Muchos gotarrones de mi corrida se deslizaron por sus dedos y a ella no pareció importarle en absolto. Me estuvo acariciando el falo más lentamente mientras mi orgasmo se apaciguaba y mis espasmos iban siendo menos constantes.

-Por tu semana de recuperación en casita -me dijo. Acto seguido me dio un dulce pico en los labios. Yo me quedé mudo.

Después fuimos al baño (ella aún con si mano llena de semen, que no se lavó hasta que no encendió el agua y yo con todo el vientre pringoso) y me duchó aún con las tetas al aire. Le metí mano un poco más pero ya no se dejaba tocar tanto. Me decía:

-Robe, que tengo las manos ocupadas enjabonándote y no me puedo defender...

Después de esto cenamos los fideos con Marta y Laura, y celebramos aquella maravillosa semana. Aunque mi celebración particular con mi querida madre había sido pocas horas antes en mi habitación y había sido mucho mejor.

CONTINUARÁ...
Morbazo de esas pajas!! Continúa
 
CAPÍTULO 4: LA AYUDA DE ISABEL

-Robe -dijo mi madre metiendo la cabeza a través del marco de la puerta de mi habitación,- tus hermanas se han ido a pasar la tarde a la playa. Hoy es martes, no te creas que no me olvido, así que... ¿Qué tal si aprovechamos ahora?

Yo solo me mordí el labio asintiendo. Bendecía el día en que el destino nos hiciera llegar a hacer aquel pacto. Solo era cada tres días pero los momentos vividos con mi madre eran los mejores de mi vida e iban a serlo durante una temporadita. No sabía por cuanto tiempo más, por eso quería vivirlo al máximo y disfrutar de la situación. Me estaba planteando inventarme que aún ni siquiera empezaba a sentir ninguna mejora para alargarlo lo más posible pero me supo mal pensarlo. Mi madre se portaba excepcionalmente bien conmigo y a mi no gustaba mentirle. Además, mejor no liarse en una mentira que me podía traer problemas de cara a los médicos y demás. Aquel martes aún no me habría podido "valer" por mi mismo, pero en cuanto pudiera, se lo haría saber a mi madre y le agradecería toda la "ayuda" durante el proceso.

-Me pongo algo y vengo... -dijo mi madre mientras la perdía de vista.

-¡Espera! -dije yo después de oírla. Volvió a asomar la cabeza:

-¿Sí? -preguntó.

-¿Es que... -dije con calentura,- ...no vas vestida?

Ella se ruborizó un poco pero, en vez de explicármelo, entró a la habitación para que yo pudiera ver que iba con su fantástico nuevo bikini verde. Entonces habló:

-Acabo de salir de la piscina -dijo con normalidad.- Y no, aún no me he cambiado.

-¿Y que tal si vienes... -dije tímidamente,- así?

Ella puso los ojos en blanco y suspiró. No sé si se había molestado pero entró tal cual iba, paso a paso, andando como una diva y la devoré con la mirada. Cuando estuvo cerca de mi sonrió:

-Ay... -volvió a suspirar.- Esta faceta juguetona no te la conocía de nada… Anda, hazte a un lado.

Me costaba moverme para desplazarme tumbado. Mi madre lo vio y dijo:

-Bueno, espera. Mejor así...

Y se subió a la cama. Se sentó en mis muslos poniéndome una pierna a cada lado de mi pelvis. Estaba encima de mi.

-Ufff... -dije yo dominado por la excitación que crecía de repente a causa de la situación (que aún iba mejor de lo que esperaba). Podía ver a mi madre en su plenitud, con un bikini que me excitaba mucho mientras gozaría tumbado de una de sus maravillosas pajas, por no hablar de que sentía la maravillosa sensación de estar entre sus piernas.

-¿Peso demasiado? -Dijo ella. Negué con la cabeza:

-Está genial así, mami...

-Jeje -sonrió sacando un poco la lengua (gesto que me volvió loco).- Ya que querías verme... esa es la mejor forma.

Mientras tanto, ella me iba sacando la polla del calzoncillo para agarrarla con decisión.

-Tienes que... -empecé a decir.

-Ya lo sé, cariño -dijo ella sonriendo y llevándose los dedos de su mano derecha a su boca mientras con la izquierda me sujetaba el falo como si se fuera a escapar. Después de lamérselos se dirigió a esparcir su saliva por mi pene mientras decía:- Bien lubricado...

Empezó la acción. Yo desbordaba calentura por todos lados, como las veces anteriores. El ritmo de su paja me volvió aún más loco por momentos. Ella se mordía los labios. Su expresión, posición y actitud habían cambiado tanto desde la primera vez... Hacía días en la ducha, ella se había concentrado en dar placer a mi pene para que me pudiera desahogar, y aquel día, en mi habitación, con el bikini puesto, parecía que lo disfrutara tanto como yo.

Me fijé en sus tetas, bien sujetas tras aquel trozo de tela verde. Se movían un poco por el ritmo de su brazo, sobretodo su teta derecha. Me hipnotizaban. No era solo que el bikini era bonito: ellas lo embellecían sin ninguna duda. Tuve el deseo y me dispuse a preguntar: ella misma me dijo levantando una ceja:

-Quieres tocar ¿verdad?

Asentí justo antes de dirigir mi mano izquierda hasta uno de sus pechos.

La miré y vi que tenía los ojos cerrados... y parecía que le gustaban mis toqueteos. Hacía cara de placer. Un suave placer. Le sobé bien las domingas por encima del bikini y luego me solté y metí un poco la mano (ayudándome con los dedos para apartarlo) por la parte de dentro de la tela. Acabé sacándolas completamente del bikini para verlas y disfrutarlas en su plenitud.

La escena duró unos minutos más, pero tuve que anunciar el gran final:

-¡Mamá...! -dije cerrando los ojos muy fuerte.- ¡Me corro!

Los chorros de leche que emanaron de mi pene a presión cruzaron el aire hasta aterrizar sobre mi propio vientre. Mientras eyaculaba seguí agarrado a una de sus tetas. Fueron varios espasmos en que mi cuerpo se convulsionó haciéndome sentir de maravilla. Como las otras veces, me estuvo acariciando hasta que cesaron del todo, para alargar mi placer.

-Voy a buscar un pañuelo -me dijo levantándose.

Salió de la habitación y me lo trajo. La percibí un poco distante, no me miraba a los ojos. Me limpió ella misma mi vientre lleno de semen. Yo necesité decirle:

-Gracias mamá...

Me volvió a mirar a los ojos:

-De nada, Roberto -dijo sonriendo. Fuera lo que fuera lo que le pasaba por su cabeza, no estaba enfadada conmigo.- Espero que te haya sentado bien. ¿Vamos a la ducha?

Me levanté y nos fuimos al cuarto de baño para que me lavara del todo. Aquel día casi no hablamos en la ducha. Aunque ella fuera aún en bikini (se había vuelto a guardar las tetas dentro), no le volví a meter mano, preferí no hacerlo. La cena de después con mis hermanas fue un poco más silenciosa de lo habitual, ya que prácticamente solo fueron ellas las que hablaron contando que tal les había ido el día.

. . .

Después de pasar un miércoles pensativo dándole al coco, el jueves, sin saberlo yo, ocurrieron cosas que afectarían a mi vida en poco tiempo. Sonó el timbre y mi madre fue a abrir. Era mi tía Isabel:

-¿Qué tal estás, guapetón?

-¡Buenos días, tía Isa! -le dije desde el sofá de mi casa mientras ella andaba hacia mi. Iba vestida prácticamente igual que el día de mi cumpleaños, con el bikini debajo preparada para darse un remojón.- Voy mejorando, aunque estoy bastante tiempo aburrido -mi tía de agachó para darme un sonoro beso en la mejilla y pude ver su ligero escote desde una buena perspectiva.- Suerte de mamá que está mucho por aquí.

-Suerte de mi... -dijo mi mamá riéndose.- Porque no tienes manos para jugar con la videoconsola ¿no?

-Jajaja -sonrió mi tía.- La verdad es que la mayor suerte es tener una madre como Luisa. Yo no lo haría ni la mitad de bien.

"Si supieras lo que me hace a lo mejor no te parecería tan difícil..." pensé teniendo en cuenta la fama de promiscua de mi tía. Ella no sabía a qué me refería con lo de que con mamá "no me aburría". Estuvimos un rato charlando hasta que me disculpé y dije que me quería ir a tumbar a mi cuarto para descansar un poco. Mi madre me ayudó a subir la escalera:

-Mamá -le dije yo.- Creo que esto ya lo podría hacer solo. Mis piernas no están jodidas y con que me pueda agarrar un poco a algo...

Mi madre no dijo nada, detuvo en seco la subida y me miró con gesto interrogante. Recibí su mirada y la mantuve. Leí su pensamiento a través de sus expresivos ojos. Con su mirada tan transparente hubiera dado un riñón apostando a que estaba pensando: "¿Y qué más cosas crees ya que podrías volver a hacer tu solito?". No dije nada más. Nuestra conexión ocular se rompió y terminamos de subir la escalera. Tía Isa había contemplado la escena con cara de circunstancias.

Hice una siesta que no me sentó del todo mal hasta que me despertó el ruido del agua de la piscina. Alguien estaba nadando en ella. Mi reloj anunciaba las 18:23h de la tarde. Aún era pronto y me apetecía bajar al jardín a tomar el sol con quien estuviera en la piscina. Se oían las risas de mi madre y su hermana, con algunos murmullos pertenecientes a una conversación alegre que yo no podía distinguir desde allí. Me dirigí a la ventana y me asomé. Las vi nadando relajadamente mientras se refrescaban. Era precioso, parecían dos sirenas jugando en el agua. Sonreí. El espectáculo duró poco. Se tumbaron cada una a su toalla a tomar el sol. Tampoco estaba mal verlas así. Mi tía se puso de espaldas, con el vientre hacia abajo, y se desabrochó la parte de arriba del bikini. Mi madre miró como lo hacía y, tras parecer que se lo pensaba, acabó haciendo igual.

Entonces las vi hablar. Mi madre tenía el tono un poco serio. Me intrigó. Las observé aún más detenidamente. Mi madre movía los labios para hablar con torpeza, como si le costara decir lo que iba a decir. Giraba la cabeza en gestos que parecían vergüenza. Mi tía la escuchaba atentamente, casi tanto como yo, aunque yo no podía oír nada porque mi madre hablaba bajito. Entonces el gesto de mi tía se convirtió en el de sorpresa extrema, llevándose una mano a la boca para contener el grito que había estado a punto de dar. Era una conversación que, por alguna razón, debía ser silenciosa.

Mi tía se calmó y siguieron hablando, ahora el gesto de tía Isa era un poco más relajado y tenía una expresión conciliadora en contraposición a la cara de preocupación de mi madre. La estaba tranquilizando un poco. Mi madre hacía cara de lamentarse y seguía mirando a su alrededor evitando la mirada de su hermana menor, pero se la veía un poco más relajada. Desahogada por estar quitándose un pequeño peso de encima. La curiosidad me mataba. No pude más.

Me dirigí a la escalera que bajaba hasta la planta baja. Me armé de valor, agarré bastante aire y lo solté despacio. Claro que podría hacerlo solo. Me agarré a la barandilla con mi mano izquierda. Desafortunadamente solo había barandilla en el lado derecho, así que tuve que cruzar el brazo izquierdo por delante de mi brazo escayolado para poder sujetarme bien. Paso a paso bajé los escalones hasta abajo. Me pareció que tardaba minutos, pero ya lo había conseguido.

Caminé hasta la puerta que daba al jardín, donde mi madre y mi tía mantenían la conversación que quería oír, deseando que no fuera demasiado tarde. Me puse detrás del marco de la puerta para que no me pudieran ver y agudicé el oído. Las escuchaba, pero seguía oyendo solamente murmullos. Salí muy despacio a la luz del sol y las vi tumbadas de espaldas a mi. Sus culos parecían dos colinas en medio del césped del jardín, el de mi madre un poco más ancho, pero los dos igual de salidos y redondeados.

Las oía mejor pero solo me pareció entender lo siguiente cuando subían un poco el volumen de su voz:

-Pero a ver.. te contradices, Luisa -decía mi tía.- Quieres que esto pueda acabar pronto pero me das a entender que te da miedo echarlo de menos...

-Isabel... -contestaba ella.- Bueno... no sería normal que lo echara de menos, pero precisamente por eso debo renunciar y dejar de hacer locuras así. Ademas aún estoy casada... ¡Por favor!

-Luisa, es cierto que estás casada -replicaba mi tía,- pero hasta el día en que Alberto despierte... ¡También tienes tus necesidades!

-No sé... -mi madre parecía no escucharla.- Estoy hecha un lío, Isabel.

Estaban hablando de mi padre. Se llamaba Alberto y en aquel momento me asombró la forma en la que siempre le recordábamos. Él siempre era un pensamiento perpetuo pero se veía reducido con el paso de los meses: después de tanto tiempo de que él estuviera en coma, los estudios, las chicas, las vacaciones... todo eclipsaba su recuerdo y no era malo. La vida sigue aunque las de otros se detengan indefinidamente. Pero mi madre y mi tía no solo hablaban de él. ¿De qué más hablaban?

-Luisa, es de Alberto de quien hablamos -dijo tía Isa restando importancia a la confusión de mi madre.- ¿No te acuerdas como es? ¿Crees que se enfadaría contigo?

-El me lo perdonaría todo, Isabel -mi madre estaba muy agobiada.- De hecho el día que despierte me lo perdonará todo. Todo lo que haya hecho mal durante ese tiempo. Sé que finalmente va a despertar y sé que todo volverá a ser perfecto. Pero aún así, me da miedo que se repita lo que te he dicho.

-Pero a ver... -puntualizaba mi tía,- ¿De que tienes miedo?

-Él muy joven, Isabel... -respondía mi madre.- Joder, y es que es mi hijo... ¡Simplemente no es normal!

Mi tía hacía pausas y hablaba con un tono relajante para que la conversación no se transformara en discusión:

-Luisa, querida, el mundo no es normal... Hay cosas más habituales que otras pero el mundo en general está loco de remate... Eso es lo normal: estar loco.

-¡Yo ya tengo suficiente sufrimiento en la vida, Isabel! -decía mi madre.- Tengo la cabeza pensando en Alberto todo el día y no quiero sufrir por más cosas.

-Lo que me has contado hoy no te hace sufrir -puntualizó mi tía.- Por lo que me has dicho, es de las pocas cosas que he visto últimamente que te daban un rayo de luz a tu nublada vida...

-No me vengas con tus poemas, Isabel… -interrumpió mi madre.- A la larga sufriría mi familia entera con esto. Nunca debí hacerlo en forma de pacto...

Me estremecí. Estaban hablando de mi y no estaba seguro de querer oír más. A mi madre, nuestros "encuentros" le habían hecho un poco más de daño de lo que tanto yo como ella habíamos pensado. Pensaba en mi padre pero se ve que aquel no era el mayor problema... ¿Decía que lo que le preocupaba era disfrutarlo? Por otro lado, se me cayó el mundo a los pies. Ella había roto el pacto: uno de los puntos era mantenerlo en secreto. Además me sentía como un niño pequeño… Aquel tema me incumbía. ¿No podía hablarlo conmigo? Sentí un poco de rabia. Me trataba como carne de psicólogo en su conversación con tía Isa. Entonces precisamente esta última dijo algo que me sorprendió:

-¿Y él? ¿Has pensado en como se puede sentir él?

Mi madre se calló y tardó en responder:

-Es por su bien también -dijo poco a poco, bajando el tomo y obligándome a escuchar con más atención.- Puede que, como dices realmente a él le vaya bien, le guste y no le vea ningún problema... Es joven y es un sol... Pero algo tan raro... no puede ser.

-¿Entonces mientras no pueda... "valerse"? -dijo mi tía interrogativa.- ¿Qué harás? Dices que no quieres hacerlo más (aunque veo claro que sí que quieres, y precisamente por quererlo tanto, te da miedo hacerlo de nuevo...).

-No lo sé... Isabel -dijo mi madre nerviosa.- ¿Que coño hago?

-No sé -dijo tía Isa muy pausadamente.- Bueno… A ver... -suspiró.- Si me escuchas te digo una idea, pero tienes que estar tranquila.

No sé si hice algún ruido o algo pero mi madre se giró percibiendo una presencia. Me miró a mi, con ojos de sorpresa e incomodidad, y dijo:

-¡Roberto!

-Hola, mami -saludé actuando como si no llevara allí un buen tiempo y además fuera sordo.- Me he despertado y me ha apetecido salir a que me de el sol. Espero no molestaros.

Mi tía se giró hacia mi y me guiñó el ojo. Aquel gesto me desconcertó. Mientras lo hacía dijo:

-Tranquilo, no molestas. Me alegro que quieras que te de el aire un poco: buena señal.

Mi madre no se pudo contener en interrogarme:

-¿Como has bajado? ¿Desde cuando llevas aquí? -aquella última pregunta la habría delatado si yo no hubiera sabido que hablaban de mi a escondidas. Pero seguí haciendo como si nada y respondí:

-Acabo de bajar, mamá... Ya te he dicho que podría ir por la escalera yo solo -se hizo el silencio mientras mi madre me seguía mirando fijamente. Al final solo dijo:

-Vale, cielo. Pero la próxima vez avísame que al menos esté cerca por si pasa algo, y ve con mucho cuidado.

-Vale, mami -dije sonriendo, aunque por dentro sentía una gran confusión.

Me quité la camiseta y tomé el sol con ellas. Apenas hubo más conversación. Mi tía me miraba intrigada cuando creía que yo no la veía a ella. También echaba ojeadas a mi madre. Cuando el sol se ponía, entramos en casa. Tía Isa anunció que se iba antes de la hora de cenar y mi madre se fue a despedirla a la puerta. Tardé mucho a oír el ruido de la puerta que indicaba que mi tía ya se había ido. Ella y mi madre estuvieron hablando otro buen rato hasta que por fin lo oí. Mi madre entró otra vez al comedor con cara pensativa. Y me miró a los ojos. Poco después esquivó mi mirada. Algo se me escapaba. ¿Qué estaba ocurriendo exactamente?

. . .

Me levanté el día siguiente con muchas incógnitas. No sabía lo que ocurría entre mi madre y yo. Había otra duda: simplificando, tenía la incógnita de si aquel día, tal y como habría tocado, mi madre seguiría cumpliendo su parte de nuestro pacto. El día pasó y, por la tarde, mis hermanas salieron de casa, en donde era difícil aguantar el calor. Supongo que aquel momento era el que yo había estado esperando. Tenía que sacarle el tema a mi madre y preguntarle si aquel día también me ayudaría con mi desahogo...

No pude. Me evitaba constantemente. Estaba más rara que nunca. Se fue a la cocina con el teléfono fijo inalámbrico y allí hizo una llamada. Oía los murmullos pero no distinguía nada de lo que decía. Me estaba sacando de quicio aquella incertidumbre. Me fui a mi habitación con la intención de tumbarme un rato. Cuando estaba en la cama me acordé: en mi casa teníamos un teléfono fijo en el comedor, pero también tenemos otros cuatro: uno en cada habitación. Muchas han sido las veces que alguien estaba hablando por teléfono y otra persona, desde otra habitación, había cogido el suyo y se había metido sin querer en la conversación. Lo normal era pedir perdón y colgar de inmediato, pero aquel día me sentí tentado de coger mi teléfono y escuchar qué conversación estaría teniendo mi madre y con quien. Jadeé. Yo no era así de cotilla. Estaba un poco harto de no enterarme de nada, pero decidí tumbarme y esperar a ver qué pasaba. Era mejor así.

En la cama seguía reflexionando. Mi madre estaba hecha un lío y se lo había contado todo a mi tía, eso estaba claro. Pero no había oído la totalidad de lo que ellas dos habían hablado. No sabía si mi madre ya se había decidido del todo y había dejado de dudar, y aún menos cual sería aquella conclusión, si es que existía. Pasaron minutos, muchos minutos. Mi cabeza era un remolino de preguntas y pensamientos varios. ¿Tenía que hacer como si no pasara nada y esperar? ¿Y si iba a hablar seriamente con mamá para aclararlo todo? Oí los pasos de mi madre hacia mi cuarto y luego llamó a mi puerta.

-Adelante -dije.

-Roberto, cielo -dijo mi madre empujando la puerta.- ¿Puedo pasar?

-Claro, mamá -contesté con naturalidad. Iba otra vez vestida de estar por casa con un pantaloncito muy corto y una camiseta de tirantes sin sujetador debajo.

-¿Qué tal te encuentras?

-Voy haciendo, mamá -dije suspirando, intuyendo que evitaría temas complicados como los que reinaban en mi cabeza.- No me quejo.

-Estupendo, cariño... -y se calló. ¿Solo había venido para decirme aquello? Cuando yo iba a forzar una conversación para romper la incomodidad de la situación, ella volvió a hablar.- Por cierto... -hizo otra pausa.- ¿Sabes que hoy es viernes, no?

-Sí... -dije yo. Empezaba a ver por donde iba la cosa...

-Bien. ¿Y sabes lo que significa..?

Entonces... ¿Ya estaba? ¿Me estaba diciendo que me tocaba disfrutar otra vez de ella y que así se haría? Quizás me estaba poniendo a prueba para saber si había escuchado de forma muy cotilla la conversación del día anterior, tal y como había hecho. No respondí.

-Lo que pasa... -empezó a aclarar mi madre.- Hijo, ya sabes que siempre he pensado que esto que hemos estado haciendo no es lo más normal del mundo...

-Pero tú misma dijiste que no te molestaba hacerlo... -dije de forma tajante.- Si los dos tenemos el pacto...

-Bueno… Por lo que dices ya veo que intuyes que hoy... -hizo otra pausa.- Por favor hijo, antes escúchame y te explico... Ya sabes que como madre me siento muy rara. Aparte de todo está tu padre, ya lo sabes... Pero es que lo peor de todo es que eres mi hijo. Y además, aún eres muy joven. Lo he pensado mucho y no creo que me siente nada bien en general. Pero también lo siento muchísimo...

-¿Se acabó el pacto entonces? -pregunté con la voz temblorosa.

-Yo necesitaría parar esto... -dijo con los ojos llorosos,- ...pero creo que eres mi hijo, del que estoy cuidando, y creo que también debo pensar en lo que necesitas tu...

Se hizo el silencio. Me sentí tentado de preguntar "¿Entonces...?". Pero mi madre, armada de valor, continuó:

-Me sabría realmente mal, mientras no estés recuperado... romper así el pacto. Pero yo, por lo que a mi respecta, creo que no puedo seguir.

Otra vez silencio. ¿Había acabado de hablar?

-Aunque considero que tengo que atar cabos, Roberto, tu no tienes la culpa -continuó.- Es injusto como te dejo...

No la entendía. Seguí escuchando atentamente y ella siguó hablando:

-Verás… aunque no sea yo quien continúe "ayudándote"... ¿Qué te parecería… otra persona?

-¿Como? -dije sorprendido.- ¿Quien? Mamá... ya sabes que tu me gustas más que nadie...

-Roberto -dijo mi madre muy poco a poco, ignorando de nuevo mi sinceridad.- Si a ti no te parece bien, intentaríamos buscar otra solución. Además tengo que pedirte perdón, aunque creo que ya lo sabes... He hablado de esto con alguien...

-Lo sé... -dije yo,- con tía Isa. Os vi hablar ayer.

-Sí, cariño -respondió ella.- Y ella, después de mucho pensar me insinuó esta solución...

No estaba seguro de seguir bien la conversación. Tía Isa estaba... ¿implicada? ¿De qué forma?

-¿Que te parecería que... tía Isabel?... -mi madre no sabía como seguir.- En fin... Ella se ofreció...

-Mamá, para un segundo. No sé si lo estoy entendiendo bien pero... ¿Estas diciendo que tía Isa podría... "sustituirte"?

Hizo una mirada al suelo y dio un suspiro.

-Sí, Roberto -concluyó.- Yo no lo tenía nada claro, pero tu tía me recomendó meditarlo. Ella lo veía una buena solución pero a mi la situación me sigue haciendo sentir muy rara. Aunque... si pienso que ya hace años que tienes edad para empezar a estar con chicas y solo es eso lo que haces… aunque sea con mi hermana... -divagó.- Pues, si lo dejo como que es algo que os arregláis entre ella y tú... Isabel es la persona en la que más confío y se que ella no te haría daño como podría hacértelo una cualquiera -pasó a un tono más convencido.- He pensado mucho durante todo el día y al final me he decidido a llamarla diciéndole que te lo iba a proponer.

-Entonces... -pronuncié yo,- sabe que ya me lo has dicho.

-Dijo que, si tú decías que sí... -hizo una pausa para respirar,- ...podía venir hoy mismo, que es el día en que te tocaría según el pacto.

-Mamá... -dije incrédulo,- no me estás tomando el pelo ¿Verdad?

-No, Roberto -dijo negando con la cabeza, temblorosa.- Ahora tú decides.

Me quedé absorto en mis pensamientos. Estaba claro que había terminado el contacto sexual con mi madre: esta idea me entristecía porque me gustaba de verdad. Me gustaba tanto ella físicamente como lo que me hacía cuando me aliviaba. Pero por otra parte... ¡Mi tía Isabel! De fama promiscua, siempre con hombres detrás... Una mujer que está buenísima, manteniéndose joven y radiante; abierta, divertida y extrovertida al máximo. Además con la experiencia que seguro que ella tenía, yo podría disfrutar muchísimo. Siempre me había cuidado muy bien siendo su único sobrino varón. La verdad es que tenía bastante claro que mi respuesta sería afirmativa:

-Mamá -empecé.- Antes que nada, siento cualquier cosa que te haya hecho sentir incómoda y mal. Te juro que no era mi intención...

-Roberto... -me interrumpió mi madre.- Eso ya lo se...

-Vale -le respondí.- Quería decir que te entiendo y que, evidentemente, respeto tu decisión. Por lo que respecta a tía Isabel… Acepto.

-Entonces... -dijo ella respirando mejor que minutos antes,- ¿No te importaría que fuera tu tía quien...?

-Mamá... -dije interrumpiéndola,- tú eres la mujer que más me gusta de todas...

-¡Ay! -se sonrojó.- Que tontito...

-Pero, al igual que contigo -me expliqué yo,- no me voy a escandalizar si es ella quien me "ayuda". Además...

-Además... ¿Qué? -dijo mi madre por la pausa que yo había hecho.

-...tía Isa está bien buena -dije sonriendo.

-A veces eres bruto ¿eh? -dijo ella sin malicia.- En fin ¿la llamo?

-Llámala... -y antes que mi madre se fuera de mi cuarto pude decir:- ¡Mamá! Gracias...

-Hijo -contestó girándose,- esta vez no tienes absolutamente nada que agradecer. De hecho, lo siento todo en el alma...

-Mamá -la interrumpí por última vez en aquella conversación,- tampoco hay nada que perdonar por mi parte.

Se acercó a mi cama y me abrazó besándome la frente. Después sí que abandonó mi habitación y se dirigió al teléfono para llamar a mi tía para que viniera a masturbarme. Supongo que a mamá le hubiera dado corte que yo la escuchara hablar con mi tía, por eso no cogió el teléfono de mi habitación y se fue a la suya para hacer la llamada. Volví a sentir la tentación y aquella vez no me resistí: cogí mi teléfono y me puse el auricular en la oreja, tapando el micrófono por si acaso. La conversación entre las dos hermanas acababa de empezar:

-¿Como ha ido, Luisa? -decía tía Isa.- ¿Se lo has dicho?

-Sí... ha ido bien -contestaba mi madre.- Ha dicho que sí, Isabel.

-¿Que sí? -dijo mi tía con un cierto toque de alegría en su tono.- Estupendo... ¿Voy para allá?

-Creo que tiene bastantes ganas de que vengas.... -decía mi madre en tono de broma.

-Genial... -respondía mi tía con tono meloso.- No tardo nada.

Colgaron. Yo también colgué poco a poco mi teléfono. Miré mi paquete. Estaba muy excitado y caliente por lo que me esperaba.

El timbre sonó en un momento en el que no estaba pendiente de él. Habían sido apenas cuarenta minutos y mi tía ya estaba en casa. Oí pasos que subían las escaleras. Llamaron a la puerta.

-¿Puedo pasar? -dijo mi tía desde detrás de la puerta entreabierta. Yo estaba nervioso, excitado y flipando.

-Pasa... -dije.- ¡Adelante!

-Hola, guapetón... -dijo tía Isa entrando en mi habitación.- He venido a ver qué tal estás... -comentó fingiendo que no sabía que lo que sucedería en aquella habitación ya estaba todo planeado.- ¿Todo bien?

-Hola, tía Isa -la saludé. Me fijé en como iba vestida: llevaba una camisa azul cielo, ajustada y con las mangas muy cortas. También tenía una minifalda como las que solía llevar a menudo. Era un auténtico monumento, con su pelo liso suelto, unos pendientes preciosos y un toque muy ligero de maquillaje.- Sí, todo va bien, gracias.

-Me alegro... -dijo ella recreándose en marcar las curvas de su cuerpo cuando entendió que me la estaba comiendo con los ojos.

-Estás... muy guapa -me atreví a decirle.- ¿Te has arreglado para...?

-¿Para ver a mi sobrinito? -dijo riéndose.- Claro que sí... sobretodo teniendo en cuenta para qué vengo ¿no? -añadió guiñándome un ojo.

-Tía, mi madre me lo ha contado todo… -le dije yendo al granp.- Así que te agradezco mucho que tu misma te ofrecie...

-Sht... -dijo ella poniéndose un dedo a los labios y con una sonrisa radiante. Cerró la puerta detrás de ella.- No hace falta agradecer nada, hombre... ¿No prefieres dejar la charla para después?

-La verdad tía es que aparte de raro... me siento bastante cachondo -dije mostrando mi paquete.

-Ya veo chico... -dijo ella mordiéndose el labio.- ¡Como lo tienes!

Caminó hacía mi. Aquella visión se apoderó por completo de mi ser y me sentí totalmente suyo, la deseaba con fuerza. Se subió un poco la minifalda y se puso en la misma posición en que había estado mi madre la última vez, sentada encima de mi. Se empezó a desabotonar la camisa y vi como aquel monumento se transformaba en un auténtico ángel.

-Hace un calor hoy... -dijo despojándose de la camisa y dejándola a un lado de mi cama. Iba con un sujetador morado de lo más sexy. Tenía una figura perturbadoramente apetecible, un vientre plano de gimnasio y cuerpo hecho para el pecado en general. Aunque ya la hubiera visto en bikini, aquella vez me podía deleitar por completo con sus encantos sin ningún pudor.- Roberto, guapo, ya sé que a tu madre se le hacían muy raras esas cosas... Eso es por que ella no es tan abierta de mente como yo. Conmigo puedes estar tranquilo... Yo no me voy a molestar por casi nada.

Entendí lo que me había dicho y acaricié aquel vientre con aquel piercing tan bonito en el ombligo. Subí mi mano izquierda hasta su pecho y, aún con el sujetador puesto, se lo toqué. Decidí disfrutar el momento y lo amasé con ganas. Mi tía miró al techo suspirando:

-Ay Robe... que fogosito estás creciendo -dijo mientras me ponía una mano en el paquete y lo acariciaba. Nos estuvimos tocando así un rato hasta que se puso de pie otra vez.- Espera, pongámonos más cómodos y podemos empezar...

Se quitó la minifalda y se quedó por completo en ropa interior. Llevaba un tanga a juego con su sujetador que además... ¡era semitransparente! No en su totalidad: tapaba el coño pero se podían ver los pocos pelos que tenía mi tía en el pubis y en su monte de venus. Cuando se puso de espaldas para dejar su ropa en la silla que hay en mi cuarto, le pude ver el culo, con el hilo del tanga perdido entre sus nalgas. Lo tenía redondeado y precioso. Dios mío, aquello era una maravilla:

-Joder, tía, que buena estás... -le confesé.

-Jaja... Gracias, Roberto -dijo ella. Mientras me guiñaba un ojo añadió:- Tu tampoco estás nada mal...

No supe si creérmelo pero me sentí halagado. Antes de volver a sentarse encima de mi, se deshizo de mis calzoncillos y liberó mi pene.

-¡Joder, que buena polla! -me volvió a halagar mi tía.- De haber sabido antes que era tan bonita te hubiera metido mano antes...

Flipé con aquel comentario y me reí. Mi tía se estaba volviendo a colocar encima mío. Cuando ya estuvo preparada dijo:

-Bueno... vamos a ver...

Y me agarró el falo con delicadeza. Antes de que yo pudiera decir nada, ella misma ya se lubricó los dedos con saliva para facilitar la fricción. Y empezó a masturbarme. Aún no buscaba mi eyaculación, por el momento concentraba sus caricias en los puntos que me hicieran estremecer de placer. Con una forma muy lasciva que nunca en la vida le había visto, me preguntó:

-¿Te gusta así, Robe?

-Sí, tía...

-Vamos a hacer que te desfogues, pero también que lo disfrutes...

Acto seguido se desabrochó el sujetador de forma muy sexy y sus impresionantes tetas aparecieron ante mi vista. Eran muy redondas y estaban totalmente en su sitio. Eran las tetas de una treintañera que aún conservaba cuerpo de veinteañera. Grandes (aunque no tanto como las de mi madre) y preciosas. Los pezones era prácticamente como los de mi madre, tanto de tamaño como de color.

-Joder tía -dije mientras me dirigía a sobar aquellas tetas que ya se dejaban tocar en su totalidad.- ¡Qué tetas tienes!

-¿Pero tú no has visto las de tu madre? -dijo ella aumentando el ritmo se su paja e iniciando un camino hacia mi orgasmo como objetivo.- ¡Aquello sí que impresiona! Puede que se me aguanten mejor que a ella, pero es porque son más pequeñas...

-Tía... -respondí jadeando.- Las tienes grandes... muy grandes. Lo que pasa es que las de mi mamá no son solo grandes.. son enormes...

-¿Te gustan las tetas de tu mami, eh? -preguntó ella jugando a ser mala y estrujándome el nabo con gran maestría.

-Sí... -gemí yo.

-¿Más que las de tu tía? -preguntó interrogativa.

-Me gustan las de las dos, tía... -contesté como pude.- Las tuyas también me encantan...

-Buen chico... -dijo ella sonriendo muy lascivamente.- Te has ganado comérmelas.

Se levantó y se acercó. Me hundió la cara en ellas mientras aún seguía pajeándome. Mientras me comía sus tetas, que reposaban en mi cara, chupaba sus pezones, lamía su canalillo y me recreaba en disfrutar de aquel momento, sentí que tuve que decir que me corría, me costó un poco sacar la boca de aquellos pechos para decirlo:

-Tía... Me corro...

-¿Ya...?

Ella se concentró en la paja y la hizo muy intensamente para que disfrutara de cada espasmo. La corrida salió espesa y muy blanca, a borbotones. El placer fue indescriptible.

-Oh, sí... -gimió mi tía.- Buen chico... Sácalo todo.

Como había hecho mi madre, se estuvo unos minutos acariciándome el pene mientras los espasmos aún se producían, dándome una sensación deliciosa. Mi erección iba bajando sin ninguna prisa.

-Gracias, tía Isa... -pude decir cuando recuperé la capacidad de hablar.- Muchas gracias.

-De nada, guapetón -respondió ella.- Espera, que te limpio...

Cogió un pañuelo y fue recogiendo toda la leche que había esparcido por mi vientre. Mientras lo hacía me dijo:

-Has sacado mucho... se ve que lo necesitas... no se yo si es suficiente una vez cada tres días...

-Bueno, tía -dije extasiado, aún disfrutando del gustillo.- Eso es lo que quedamos con mamá...

-Yo no soy "mamá" -me guiñó un ojo sonriendo.- Este pacto es entre tía y sobrino, y yo soy el pendón de la familia...

-¡Tía! -dije escandalizado.- Que te guste la libertad de tu cuerpo no significa que seas un pendón...

-¡Jeje! Tranquilo, guapo -me respondió riendo.- Lo digo en broma. Esta bien reírse de uno mismo ¿Sabes? Solo quería decirte que nuestro pacto puede ser diferente… A mi no me molestaría venir siempre que tu lo necesitaras...

Me estremecí de la emoción:

-¿De verdad, tía?

-Claro, Roberto -respondió ella con tono amable.- Eso sí: mejor que tu madre sea la única que se entere aparte de nosotros dos. Sigue siendo una cosa rara lo que hacemos, aunque ni a ti ni a mi nos parezca mal.

-Tranquila tía -dije yo con seguridad.- Nadie se enterará.

Mientras charlábamos calmadamente yo le palpaba las tetas (que aún no se había cubierto) y ella se dejaba hacer sin ningún problema. Sellamos el pacto y dijo:

-Entonces, cuando lo necesites, llámame al móvil y vendré siempre y cuando pueda. Llámame a horas normales, ¿eh?

-Jeje, vale tía... -le sonreí.- Muchas gracias.

-De nada, niño, yo también me lo he pasado bastante bien -me informó.- La verdad es que tu madre se lo pierde porque... -y se calló.

-¿Porque qué..? -pregunté sorprendido por su silencio.

-Acabo de cambiar de opinión sobre una cosa y te lo quiero comentar -dijo reflexiva.- Tenemos que hablar...

-¿Sobre qué? -pregunté.- ¿De qué quieres hablar?

-Mira, Robe -se sinceró.- Creo que ya sabes que yo he venido aquí porque tu madre me pidió consejo sobre algo que a ella se le hacía muy difícil de llevar.

-Sí... lo sabía -respondí.- Me lo ha contado todo...

-Supongo que me preguntó a mi porque soy su hermana y, aparte de eso, sabe que soy abierta de mente y que soy comprensiva con "cosas raras". En fin, le di el consejo de que siguiera su corazón porque pensé que no podía decidir por ella, que no hubiera sido justo. Cuando dijo que había decidido que no quería seguir con eso, pero que tampoco quería dejarte a la estacada, me ofrecí para "ayudarte" yo... -cogió aire y cambió el tono de lo que estaba diciendo a uno más enérgico.- Pero igualmente he pensado mucho en el tema y creo que voy a retirar mi anterior consejo y le daré otro nuevo -hizo otra pausa y miró mis interrogativos ojos.- Si a ti te parece bien... voy a darle algún buen consejo de hermana y de amiga. Y creo que te parecerá bien, porque cuando te estaba haciendo la paja y te he hablado de Luisa he visto claro que te gusta tanto o más que yo. Por lo tanto esto te podría beneficiar bastante...

Escuché atentamente.

CONTINUARÁ...
 

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