El préstamo

xhinin

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25 Jun 2023
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Desperté con la picha erecta, como la mayoría de las mañanas, poco antes de que sonara el despertador. Tenía esa costumbre cuando tenía visita. Desde la puerta, mientras en la habitación comenzaba a entrar la luz del día, observé su cuerpo desnudo tendido sobre la cama: sus pechos turgentes, su piel sonrosada y, sobre todo, su entrepierna, que abierta, se mostraba para mí relajada, apetecible como un bollito dulce.

La noche anterior no habíamos tenido sexo: la fiesta había hecho que bebiéramos demasiado y, finalmente, caímos como troncos en la cama, no sin antes desnudarnos. No llevábamos mucho tiempo saliendo (unas dos semanas), y, pese a ello, todo iba despacio, como si lleváramos saliendo más de un año, sin que ello hiciera que nuestras relaciones no fueran apoteósicas.

Bajé para darme una ducha, justo antes de preparar un café con el que pretendía despertarla, pero ella no tardó mucho en aparecer. Me miró desde la puerta del baño, tocando su entrepierna con una mano y uno de sus pezones con la otra mientras su lengua relamía sus labios. Yo no podía apartar mi mirada de ella, mientras el agua recorría mi cuerpo, que había depilado dos o tres días antes, suponiendo que nuestro encuentro iba a terminar de otra forma distinta a como lo hizo.

Recuerdo que, en esa época, poco antes de habernos conocido, había comenzado a ir al gimnasio de una forma constante: mis pectorales, anchos, mis abdominales, mis brazos, mis hombros… se habían definido lo suficiente para parecer un modelo de ropa interior. En cuanto a las piernas, eran delgadas, y mis glúteos, por muy duros que estuvieran, no eran gran cosa.

Ella se acercó a la ducha y, abriendo la puerta de la mampara, entró en ella conmigo, para comenzar a besarme, mientras yo, agarrándome la polla, le mostraba cómo se me había puesto, después de un descanso pequeño en que no había logrado que se relajara del todo.

Sus labios carnosos sabían cómo excitarme y, tras jugar con mi boca, bajó por mi cuello hasta mis pezones, que coronaban mis pectorales, mientras su mano ocupaba el lugar de la mía en mi pene erecto. Intenté acariciar sus pechos, su chochete… pero ella no me dejaba, tratando que mis manos no se acercaran, por lo que me dejé hacer.

Cogió jabón y, tras cortar el chorro de agua, me enjabonó el pubis y los huevos, para rasurármelos, dejando todo mi sexo pelado (ya me había dejado caer en alguna ocasión que prefería los hombres sin vello) y, tras terminar su misión, que realizó con cuidado, terminó por coger la alcachofa de la ducha para dirigirla directamente sobre mi entrepierna.

Supo cómo mantener mi erección, dejando que los chorros de agua excitaran no sólo mis pelotas, sino la cabeza de mi miembro que, orgullosa, no permitía que la piel que normalmente la cubría la escondiera. Terminó pasando su mano por mi aparato, repasando con la cuchilla los vellos que hubieran podido quedar, y procurando que no quedara jabón.

Así, de rodillas, una vez terminado su trabajo, acercó la punta de mi picha hasta su boca, para introducirla y comenzar a acariciarla con su lengua, mientras sus labios se mantenían a final de la misma. Lo hacía con suavidad, despacio, entreteniéndose en el agujero, del que, seguramente, comenzaba a salir un poco de líquido preseminal, mientras yo, sin saber dónde agarrarme, gemía como nunca, dejándome arrastrar por aquellas sensaciones.

Sabía que aquello no duraría mucho (ambos teníamos que irnos a trabajar), por lo que la certeza de que todo quedaría sin culminar me hacía dejarme llevar como nunca. De hecho, cuando paró, mi mente no podía siquiera reaccionar. Tardé poco en abrir de nuevo el agua y darme la ducha que necesitaba (con agua fría) mientras mi verga erecta ansiaba correrse.

Ella se quedó allí, mirándome, sin permitir que frotara mi miembro, simplemente observando lo mucho que me excitaba.

Salimos de la ducha, yo aún excitado, y, tras secarnos, ella terminó de preparar el café y me lo dio, tratando de controlarlo todo. No sé de dónde sacó la camisa que, puesta sin cerrar del todo, la cubría mientras me lo daba (cosa que me puso todavía más cachondo). Ella, sin desayunar, me tomó de las manos para llevarme a la habitación y vestirme, dejando claro quién llevaba las riendas.

Unos vaqueros y la camisa de cuadros que había llevado en su tarea en la cocina, fueron las únicas prendas que eligió para aquel día, mientras me dejaba claro que esa misma tarde terminaríamos todo lo que habíamos comenzado esa mañana. Tuvo que acomodarme la polla en los vaqueros que seguía dura aún para cerrarlos con cuidado.

Mientras salía hasta el coche, mi pene seguía orgulloso, recordando, anticipando lo que vendría aquella tarde, excitado por el roce de su piel con el vaquero. Ella, sin taparse, miraba desde la ventana, sin que yo pudiera mirarla directamente, pero sin alejarse de mi punto de mira.

La conducción hasta la oficina, sin ropa interior, no fue nada cómoda, sobre todo al no terminar la polla de relajarse. La vergüenza de pensar que todos notarían mi excitación en el trabajo se iba apoderando de mi, pese a saber que en la guantera tenía ropa interior y que, sin problema, me la podría poner al llegar al trabajo.

Los baños no distinguían género, pero disponían de cabinas que permitían la privacidad necesaria para que pudiera terminar de vestirme y pasar la jornada de la mejor forma posible. No obstante, una vez puesta la ropa y comenzado el trabajo, no paraba de empalmarme, lo que hacía que, además, mi cara se pusiera colorada. La ropa interior que me acababa de poner me estaba algo holguera, y eso hacía que la excitación fuera más evidente.

Marta, una compañera algo mayor que yo con la que había tenido un rollete hacía unos años, sabía bien lo que pasaba. Se acercó a mi y, susurrando, procurando que nadie más se enterara, me hizo su típico comentario:

- Sí que estás cachondo está mañana, chavalín.

Traté de no separar mis piernas, con el fin de que no viera que me empalmaba, así que ella, tras guiñarme un ojo cómplice, se marchó, justo en el momento en que mi chica me enviaba por whatsapp una dirección:

“Nos vemos allí en cuanto salgas”.
 
Ella se dedicaba al negocio inmobiliario y no se había cortado en explicar lo que le excitaba tener sexo en casas ajenas, por lo que supuse que sería lo que haríamos esa tarde. Antes de salir del curro, volví a los baños y me quité la ropa interior, para que pensara que había pasado todo el día como ella había decidido, con el descuido de no haber cerrado bien la puerta de la cabina que estaba utilizando.

Fue precisamente, al entrar Marta, cuando me di cuenta, justo al terminar de quitarme los slips que, desgastados, tiraría en la primera papelera que viera al salir, para poner en la guantera otros que me estuvieran mejor, si me acordaba.

- Me encanta ver una polla bien morcillona -susurró mi compañera asomándose por el hueco que dejaba la puerta-.

Ni me volví ni me tapé mientras me volvía a poner los pantalones, mientras ella, risueña, observaba la escena. Siempre me recordaba lo bien que lo pasaba mirando mi nabo, mi cuerpo desnudo y, antes de abrocharme el pantalón, subí mi jersey ligeramente, moviendo las caderas de un lado a otro para que mi picha se exhibiera correctamente con el movimiento.

No tardó en salir, al comprobar que no le daría más juego, y yo, tras esperar a que mi miembro se relajara, salí y, casi sin despedirme, me fui al coche, para abrir la ubicación y dirigirme al lugar que ella me había indicado. Era una zona residencial, a las afueras, con parcelas de jardín con casas en planta baja.

La casa frente a la que me dirigió el gps era blanca, con una valla que permitía ver ligeramente lo que había dentro. Llamé y, poco después, la vi aparecer, con una gabardina. Abrió la puerta de la valla y, casi sin que me diera tiempo a reaccionar, desató el cinturón de la gabardina, mostrando su cuerpo desnudo, sin llevar mucho más que un liguero y unas medias de encaje.

Miré a un lado y otro de la calle, con cierto apuro, esperando que no pasara nadie, para comprobar que me estaba poniendo cachondo y acercar mi mano a su chochete, caliente y depilado. Ella, sin dejar de sujetar la gabardina, gimió ligeramente antes de dar la vuelta y comenzar a andar hacia la casa, dejando la gabardina caer en medio del camino, mostrándome sus perfectos glúteos mientras se alejaba de mí.

Pasé y, tras asegurarme que la puerta de la valla estaba bien cerrada, la seguí, recogiendo la gabardina del suelo.

Se volvió hacia mí cuando iba a entrar en la casa y, mirando mi cara de sorpresa, abrió la bragueta de mi pantalón y me acarició la polla y los huevos que me había depilado aquella misma mañana con ternura.

- No entres sin desnudarte antes -dijo antes de alejarse de mí de nuevo, en dirección al interior del inmueble-.

Paró poco después para comenzar a tocarse excitada, mientras yo me debatía entre la vergüenza de desnudarme al aire libre y la necesidad de acercarme a ella.

Reconozco que miré a los lados antes de empezar a quitarme los pantalones y la camisa de cuadros que ella misma me había elegido. Con la ropa en las manos, tratando de tapar mis vergüenzas, me dirigí hacia ella que, como si fuera ratón escapando de gato, se alejó por un pasillo que la casa tenía y que parecía dirigir a una habitación en la que entraba bastante luz.

La casa no tuviera prácticamente muebles. Cuando llegué a ella la descubrí en una gran cama en la que se exhibía con las piernas totalmente abiertas, haciendo que se me pusiera dura como una piedra.

- ¿Qué te parece esta habitación?

Fue entonces cuando, no sin esfuerzo, reparé en las dimensiones de la misma. Era como si hubieran juntado dos habitaciones en una, con una zona para descansar y otra para jugar, y no precisamente de forma inocente: en algunas paredes se veían esposas cogidas a la pared, cruces en x, una zona con juguetes sexuales… Y, en esa misma zona, enganchados al techo, por un lado un arnés y, por otro, 2 esposas que se acompañaban de esposas ancladas al suelo.

- No está mal -contesté con picardía, intuyendo que los juegos comenzarían en breve-.

Ella, levantándose del lecho, se acercó, me abrazó y, besándome, me acercó hasta las esposas enganchando mi mano izquierda en una de las que colgaba del techo, dejando claro que tomaría las riendas en aquella ocasión.

Aproveché que tenía la diestra libre para palparle el glúteo, prieto, para acariciar su pecho con pasión, excitando su pezón ancho y sonrosado, para buscar su entrepierna, confirmando que estaba cachonda, que estaba dispuesta a todo, mientras ella gemía. Trataba de acercarle mi polla dura, a cualquier parte de su cuerpo, de rozarme con su piel, pero ella no hacía más que alejarse de ella.

Tardó poco en coger la otra mano y engancharla a la otra esposa, dejándome sin poder moverme. Aquello me estaba gustando, me estaba poniendo cachondo saber que estaba a su merced.

Flexioné mi cuerpo, mostrando los avances que había hecho en el gimnasio, apretando glúteos y cadera, dejando claro que me vendría bien liberar la tensión que mi pene erecto estaba teniendo. Esperaba que ella comenzara a utilizarme, pero no que me tapara los ojos con un antifaz, aquello hizo que me sienta más utilizable, que el pulso se me acelerara como nunca.

La siguiente sorpresa la recibí al escuchar el timbre de la puerta:

- Acaba de llegar la visita, no hagas ruido. Enseguida seguimos.
 
Hola, buenas noches.

Lleva buen camino la historia, veremos.

Saludos y gracias

Hotam
 
No puedo negar que aquello me sorprendió. Por un lado, me excitaba la idea de que me tuviera a sus expensas, mientras trabajaba; por otro, la vergüenza de estar allí, atado, sin poder decir nada, pudiendo ser descubierto en cualquier momento, me cortaba ligeramente el rollo. Y eso que mi pene seguía duro y levantado.

Supuse que se había puesto de nuevo la gabardina y que, mientras enseñaba la casa al o los visitantes seguía tan cachonda como yo mismo estaba. Acerqué mi cara al brazo, intentando lograr algo de visión con el antifaz, que, ligeramente subido, me permitió ver que la puerta de la habitación no estaba cerrada del todo.

Fue en ese momento cuando comencé a escuchar las voces que se aproximaban: ella y otra mujer comentaban sin que pudiera entender nada de lo que decían. Esperaba que no abrieran la puerta, me estaba poniendo cada vez más nervioso, sintiéndome expuesto.

Las sombras, a través de la puerta ligeramente abierta, me confirmaban que habían llegado a la entrada de la habitación. Estuvieron allí un rato, antes de que la puerta se abriera. El antifaz sólo me dejaba ver la parte baja de la habitación, cerca del suelo: mi chica entró primero, mientras su acompañante, con unos buenos tacones, la seguía hasta llegar a acercarse a mí.

- Buen ejemplar. Con este sí quedará saldado el préstamo -dijo, supongo, observándome, escrutando cada parte de mi cuerpo desnudo y excitado-.

Creo que, inútilmente traté de cerrar ligeramente las piernas, como si quisiera taparme, hasta darme cuenta de que era imposible. Sentí cómo la mujer se acercaba a mi, como me acariciaba los brazos, los pectorales, los hombros, la espalda, mientras su respiración, cerca de mí, me hacía sentir un objeto más. Que no se hubiera agarrado a mi picha o que no me hubiera palpado el culo me reconfortó, sinceramente.

Los tacones se alejaron, y, de nuevo, la voz de aquella mujer, que debía haber pasado los cincuenta, volvió a escucharse.

- Creo que se merece una explicación.

Mi chica se acercó a mi espalda, y, colocando su boca cerca de mi oído, mientras acariciaba mi pecho, excitando mis anchos pezones, me fue explicando que ya me había comentado que estaba pasando una mala racha económica y que esa mujer le había prestado dinero que le había devuelto sin intereses, a cambio de que le buscara algunos ejemplares con los que disfrutar.

No conseguí articular palabra: las dudas eran tantas, la sorpresa era tan mayúscula que no había forma de hablar.

Ella siguió su discurso: me dejaría que la viera, dejando claro que ella no era una mujer dominante y que la idea era que ambos disfrutáramos, uno del otro. Necesitaba, una vez expuesta la situación, que fuera yo mismo quien diera la contestación, que me mostrara dispuesto a retozar con aquella mujer y, por tanto, que ella saldara sus intereses gracias a mí, o que, en caso contrario, me negara y tuviera que engatusar a otro pardillo.

No tardó, una vez que terminó su exposición, en agarrar mi miembro y meneármela despacio, logrando que mi cuerpo entero volviera a sentirse excitado, haciendo que mis músculos se contrajeran y que mi alma afirmara, no sin tener en cuenta que negarme podía significar terminar con ella, cosa que no quería que pasara.

Me quitó el antifaz, ante lo cual, mi primera mirada se dirigió a mi pene, henchido, con la cabeza descubierta de piel y cubierta de flujos propios. Hizo que levantara mi mirada al susurrarme que no la decepcionara, que me quería de verdad.

Frente a nosotros, la mujer nos observaba atenta: era conocida, amiga de mi madre. Corrían rumores de ella por el lugar: que si era una buena negocianta, que si se tiraba todo lo que se movía… el caso es que nunca la juzgué. Ser mujer y disfrutar de la vida, a veces, tiene sus desventajas. A mí siempre me había resultado atractiva, pues, pese a su edad, se mantenía muy bien, y, tanto las habladurías acerca de ella como su elegancia siempre habían despertado mi imaginación.

Estaba vestida de forma muy formal, pero elegante, con un pantalón negro y una blusa blanca que permitía adivinar un sujetador de encaje. Se acercó a mi, con las manos en los bolsillos, lentamente, dejando que sus tacones dotaran de lujuria su acercamiento.

Acercó su boca a la mía, sin intención de tocarme aún, y, con dulzura, lamió mis labios. Mi chica ocupó su lugar en el sillón.

La mujer pidió la llave y liberó mis manos de las esposas, algo que agradecí enormemente.

Mi cuerpo esperaba con ansia sus caricias, pero ella, simplemente, cogió mis manos para acercarlas a su blusa y dejar claro que esperaba que la desnudara. La despojé de su blusa para pasar a acariciar sus pechos que, tras la lencería blanca, se mostraban turgentes. Tenían un tamaño medio que permitían magrearlos sin excesiva complicación.

Sin intención aún de tomar las riendas, ella se dejaba hacer, mientras yo sentía su respiración cada vez más acelerada. Una sonrisa pícara demostraba que estaba disfrutando.

Volvió a coger mis manos para llevarlas al pantalón. Lo desabroche despacio, mirándola, dejando que cayera para descubrir un tanguita que, a juego con el sujetador, resaltaba unas piernas bien torneadas que sujetaban unos glúteos firmes y redondeados. Los palpé con delicadeza, mientras mi excitación aumentaba, si era posible.

Había olvidado a mi chica, que, aún desnuda, observaba con mala cara. Pese a que me había confesado que era muy celosa, no me había demostrado que lo fuera y, ahora, siendo ella la culpable de la situación, sabía que no podía montarla, así que, probablemente, estaría pasándolo fatal.

Pensar en ello hizo que el juego se hiciera más interesante: yo con una de las mujeres con las que había fantaseado alguna vez y mi pareja, llena de celos, observando la escena.

Volteé a la madurita para bajar mis manos hasta su entrepierna, metiendo mis manos tras el tanga, queriendo comprobar si estaba logrando excitarse como yo necesitaba, permitiendo que mi novia observara mis intenciones.

María, que así se llamaba la mujer, se contoneó disfrutando de mis caricias, de mis eróticas intenciones, mientras intentaba bajar ligeramente el tanga, mostrándome que estaba dispuesta a ofrecerse a mí, hasta que se giró y, agarrando mi miembro, lo apuntó directamente a su vagina, sin empujarlo adentro aún.

No me moví, quería ver dónde me llevaba. Fue entonces cuando me levantó uno de los brazos y lo volvió a colocar en una de las esposas. Yo no era consciente de que ni siquiera me había movido.

Me miró y, antes de apartarse de mí, me dijo:

- Ahora empezaremos con ella.
 
muy bueno.. esperando la continuacion
 
Hola, buenas noches.

Veremos por donde va esta aventura, que cada vez da más giros.

Saludos y gracias

Hotam
 
La idea de un trio no me solía atraer, y cuando llegaba a mi imaginación, se iba con facilidad: prefería dedicarme a una sola mujer. En aquel momento, que parecía hacerse realidad, se me hacía bastante apetecible.

No eran esas las intenciones que María, nuestra madurita, tenía. Se acercó a una de las mesillas que yo tenía a mi espalda y de las que, sinceramente, ni me había percatado, para coger un aparato que lubricó y entregó a mi pareja. Aquello parecía pactado y, mi chica, se lo introdujo sin mucha dificultad, excitada por todo lo que estábamos viviendo.

María regresó y, poniéndose a mi espalda, comenzó a hablarme al oído, animándome a mirar a mi chica con las piernas abiertas y la entrepierna totalmente rellena, acariciándose las tetas, mientras ella, con delicadeza, acariciaba mi torso.

Una luz del aparato comenzó a encenderse para hacer que Paqui, mi chica, se empezara a retorcer de gusto en el asiento frente a mí. Mordía sus labios con lujuria ofreciendo su sexo para nuestro disfrute.

Comprendí que la señora, con un pequeño mando que llevaba en la mano y del que no me había percatado, controlaba las vibraciones de aquel aparato del placer que le había hecho ponerse.

Me enganché la polla con la mano que me quedaba libre para meneármela, pero María me cogió la mano y cortó mis intenciones:

- Todavía no, machote.

Paqui, poniéndose la mano entre las piernas, para evitar que el aparato se le cayera, se dirigió a un sillón cerca de la cama, mientras la madurita liberaba la mano que me había enganchado a las esposas, para acostarse en la cama con las piernas abiertas.

No tuvo que hablar para hacerme entender que quería que le lamiera el coño: un pequeño gesto con la cabeza mientras se lo acariciaba con suavidad con los dedos fue más que suficiente.

Me dirigí a ella y, colocando correctamente mi pene al acostarme, puse mi cabeza entre sus piernas, perdiéndome entre ellas, lamiendo aquellos labios que se ofrecían a mí, mientras ella, acariciándose los pezones, gemía quietamente. Por supuesto, sin dar casi tregua, activaba el aparato que había pasado a mi chica, que gemía con más intensidad cada vez, y a la que suponía totalmente abandonada al placer que aquello le estaba provocando.

Nunca he mantenido por mucho tiempo una comida de coño, pero, sinceramente, no puedo recordar el tiempo que estuve allí, escuchándolas gemir, apretando lentamente mi pene contra el colchón, frotando la cabeza de mi polla contra las sábanas directamente.

María me hizo parar para que observara a mi chica: con las piernas abiertas, la piel totalmente colorada, la cara sonrosada por el placer que aquel aparato le estaba provocando, y los pezones erectos, descansaba exhausta en el sillón.

Fue entonces cuando, cogiendo mi cara cubierta de sus propios flujos, me acercó hasta su boca, para pedirme que la penetrara, mientras buscaba con sus manos mi pene, más henchido que nunca, necesitado de follar, para colocarlo en posición, sabiendo que mi chica no dejaba de observarnos.

Con los brazos apoyados a cada uno de los lados de su cuerpo, la miré fijamente a la cara mientras la hundía lentamente en su interior. Ella abrió sus ojos, su boca, en una mezcla de placer y sorpresa, como si con aquello su vagina hiciera sitio a mi picha, para sonreír pícaramente al sentirse completamente rellena.

Sus manos se posaron en mi trasero, notando cómo el aparato que controlaba el sexo de Paqui volvía a activarse, escuchando los jadeos de ambas, mientras yo metía y sacaba mi polla, variando la velocidad y la intensidad.

Subió sus manos a mi espalda pidiendo que la follara más rápido, que la preñara y, obediente como era, así lo hice, acelerando mis embestidas, procurando no ser excesivamente brusco, hasta dejar mi pene en su interior, apretando mis caderas contra ella mientras me corría, sintiendo un escalofrío de placer en todo mi cuerpo que me hacía contraer todos mis músculos sobre ella.

Me aparté ligeramente a un lado, para evitar que mi peso la pudiera molestar y, poco después, ella llamó a mi chica que se acercó a la cama, aún con el aparato puesto.

- Ya sabes lo que toca, niña.

Acto seguido, mi chica, sin mediar palabra, se colocó entre las piernas de la madurita para, tal como yo había hecho antes de la follada, comenzar a comerle el coño. Yo, totalmente exhausto, tendido a un lado de la cama con las piernas abiertas, me miraba el nabo, que, dadas las circunstancias, se había relajado, pero sólo un poco.

Los gemidos de las dos, una recibiendo una buena comida de coño y la otra estimulada por el aparatito que vibraba entre sus piernas, me la estaban poniendo dura de nuevo y, pelada como estaba, se veía magnífica. Fue entonces cuando mi chica acercó su mano y comenzó a acariciármela: lo hizo despacio, suave, deteniéndose en mi cabeza logrando que me retorciera en un placer que hasta entonces no había conocido, supongo que debido al esfuerzo anterior.

La madurita acercó sus labios a mi morro, para comérmelo con pasión, mordiéndome ligeramente cuando los labios de mi chica la llevaban a un placer más elevado, mientras mi picha, cada vez más empinada, seguía siendo excitada por las manos de mi chica.
 
No sé cuánto tiempo estuvimos así. Mi chica siendo excitada por el aparato que nuestra ama controlaba, que, a la vez, gemía mientras me besaba los morros con una excitación que variaba tanto por la comida que le estaban haciendo como por la paja que yo estaba recibiendo en la que, cada vez que podía, excitaba principalmente la cabeza de mi nabo que no paraba de soltar líquido preseminal ayudando las caricias de mi chica.

- Ahora fóllatela a ella.

Mi chica paró sus tareas cuando escuchó aquellas palabras y, sin rodeos, se sacó el aparato que tenía entre las piernas para pasárselo a María. Se colocó en la cama, delante de nuestra guía, con las piernas abiertas, acariciándose la entrepierna.

María, mientras, esperando que yo me acoplara a mi chica, comenzó a magrearle los pechos, haciendo que sus pezones se pusieran erectos mientras su piel se excitaba. Saqué fuerzas de donde no había para colocarla de nuevo en su vagina, lo ansiaba desde que desperté por la mañana, desde que ella me había duchado…

Empujé, metiéndosela despacio, mientras sentía cómo ella se dejaba penetrar, abriendo sus ojos y su boca, gimiendo con excitación, mientras sus manos se colocaban en mis glúteos, ayudando al empuje. La saqué varias veces para volver a introducirla con tranquilidad, pese a que sus manos trataran de que mis embestidas fueran más rápidas.

Entre nuestros sexos, las manos de nuestra jefa la excitaban, buscando, supuse, el clítoris, llevándola a un estado de excitación que pocas veces una polla podría lograr, mientras me animaba a metérsela cada vez más rápido.

La velocidad de aquel polvo aumentaba, las embestidas eran cada vez más rudas, mientras mi chica anhelaba más caña. Sentía mis músculos cada vez más excitados, mi escroto se endurecía, apretando mis huevos que, sinceramente, no sabía si podrían soltar más leche o no. Mis piernas comenzaban a temblar, poseídas por la necesidad de que aquello acabara.

En cuestión de segundos, ellas, aprovechando mi cansancio, apartaron mi polla del coño de mi chica para tumbarme en la cama boca arriba para comenzar a acariciar con sus manos mi falo con sus caras cerca de él. Mi cuerpo, sudado, ya no respondía, mis pelotas necesitaban soltar la leche y ya no tenían fuerza casi para hacerlo, mientras sentía el aliento de sus bocas cerca de mi sexo, pidiendo el líquido que ansiaban lamer.

No soy consciente del tiempo que tardé en lanzar el semen: mi cuerpo entero se contrajo, esforzándose en terminar con aquella situación en que se mezclaban placer y agonía. Sentí como ellas, alternándose, lamían los jugos que habían salido de mi polla, que se habían desplazado por mi polla y mis cojones, seguramente ya sin fuerzas, mientras yo, sin poder hablar, deseaba que todo aquello terminara.

No sé si me dormí, si me desmayé, pero, poco a poco mi cuerpo fue dejando de sentir y, aunque fui consciente de algunas de sus conversaciones y de cómo la señora pasaba el recibo del préstamo a mi chica, terminando su relación económica.

Tardé bastante en conseguir que mi cuerpo reaccionara. Desperté solo, desnudo, en aquella casa, sin saber si alguien entraría. Busqué mi ropa y un baño para asearme antes de salir, recordando que había llegado sin ropa interior.

Mi polla, totalmente exhausta, al rozarse con el pantalón me molestaba y me ponía cachondo a partes iguales. De hecho, mientras conducía, tuve que sacarla por la bragueta, alegrándome de que ya fuera de noche y, por tanto, la oscuridad pudiera darme algo más de privacidad.

Llegué a casa con la esperanza de verla, pero había recogido todas sus cosas. La llamé un par de veces, sentado en el sofá, con el pantalón abierto para que mi polla y mis huevos tomaran aire, antes de buscar algún tipo de crema que aliviara la quemazón que tanto roce de la cabeza tras la experiencia había dejado.

No pude dormir en toda la noche, pensando en ella, deseando, pese a todo, repetir la experiencia.

No fue hasta quince días después, sin tener noticias de ella, pese a mis mensajes y llamadas, cuando caí en que todo aquello había terminado. Me repuse, de ánimo, en poco tiempo: no había sido una relación tan larga y, pese a que hubiera querido que la cosa continuara, sin noticias de ella en tanto tiempo, sólo quedaba resignarse.
 
Durante aquel tiempo había aumentado el tiempo que pasaba en el gimnasio, para no pensar, pero no fue suficiente, así que decidí pasar una tarde con mi madre: no penséis que la había abandonado en ese tiempo, pero mi estado de ánimo no me había permitido más que alguna visita rápida, alguna charla por teléfono y poco más; y, sinceramente, pese a que no le podría contar todo lo que había pasado, sus palabras siempre me daban alguna pista para cambiar las cosas.

Quedamos para comer: preparó mi comida favorita, hablamos de todo y de nada a la vez, y, poco a poco, la conversación me hizo darme cuenta de que aquella relación no era lo que realmente buscaba, haciendo que me animara.

Mientras nos tomábamos el café, me habló de una amiga suya que necesitaba ayuda con unos temas de papeleo. Mi madre es bastante buena solucionando ese tipo de asuntos, por lo que esa misma tarde había quedado con ella para tratar de ayudarla.

No esperaba, para nada, que aquella mujer fuera precisamente María, la mujer que, debido al préstamo, me había utilizado como había querido, aquella a la que me había tirado delante de mi chica, no sin disfrute.

Se acercó a mí como si no supiéramos uno y otro lo que había pasado y, tras saludarnos, ellas comenzaron a tratar la situación que, pese a que fuera complicada, podía tener algo de solución.

Fue mi madre, tras un rato, la que se dio cuenta que no había ofrecido nada para tomar a su invitada y, tras pedirle esta un simple café, salió a preparar la petición.

Su mano se dirigió directamente a mi paquete, apretando para dejar claro quien llevaría la situación, mientras mi pene comenzaba a endurecerse. Me miró fijamente a los ojos, sin que ninguno dijéramos nada.

Cuando mi madre volvió dejó el café sobre la mesa, mientras yo cruzaba las piernas en un intento de que no se diera cuenta de mi excitación, aún presente. Me vino bien que no me hicieran caso durante los siguientes minutos, mientras mi madre le iba explicando el papeleo a realizar y demás.

María se volvió y me pidió que la acompañara al baño antes de marchar y, mi madre, sin imaginar nada, comentó que así aprovechaba para recoger.

Mi ama, en cuanto nos quedamos solos, metió la mano por la cintura de mi pantalón, buscando mi paquete, en el que, mi polla, endureciéndose ante su acto, anhelaba ser liberada. Agarrándomela con fuerza llegamos al baño y, allí, ella se bajó las bragas, meó y se limpió, no sin mostrarme su entrepierna antes de lavarse las manos.

Tardamos poco en salir, tras despedirnos de mi madre. María me pidió que la dejara en casa y yo no pude negarme.

En el camino no hizo ningún esfuerzo por agarrarme. Aproveché para preguntar por mi chica: se había marchado lejos, para no volver, para eso necesitaba el dinero. Me aseguró que no hubiera sido bueno para mí seguir con ella, que tenía problemas con gente peligrosa.

Me guió a la que, supuse, era su casa, y allí, una vez que aparqué para que pudiera bajar, se acercó para susurrarme si quería algo más aquella tarde. Su mano, acariciando uno de mis pezones por encima de la ropa, no dejó lugar a dudas de sus intenciones.

No fui capaz de contestarle más que con mi mirada, que la llevó a mirar mi pene erecto bajo la ropa. Ella, ni corta ni perezosa, volvió a meter su mano por la cintura de mi pantalón, esta vez para bajar a agarrar mi polla directamente. Los vellos que mi chica me había depilado días antes no habían terminado de crecer y, la sensación, era algo molesta.

Sin sacarla, con la cabeza empujando el pantalón, comenzó a jalármela con mayor ansia que un adolescente excitado al máximo, mientras yo, gimiendo quedamente, trataba de comprobar que la gente que pasaba alrededor del coche no se diera cuenta de lo que pasaba en el interior.

No tardé en correrme, notando el semen impregnar mi ropa interior, sin que su mano parara hasta comprobar que lo había exprimido todo. Mi polla se relajó ligeramente, aprovechando ella para sacar la mano llena de mi leche, manchando mi ropa ligeramente. Se acercó la mano cubierta de semen a la boca para degustarla.

No consiguió limpiarla completamente, por lo que se acercó a mi cara y, agarrándome para besarme los labios, me besó mientras dejaba la lefa que aún le quedaba en mi rostro, apartándose para despedirse mirándome a los ojos:

- Estamos en contacto, machote -dijo antes de bajar del coche-.

Ni siquiera intenté limpiar mi cara o colocarme el paquete mejor antes de salir de allí, directo a casa, a ducharme, antes de salir al gimnasio. Me dirigí al baño, directamente, para quitarme la camiseta y observar mis avances de los últimos días.

Quitarme los pantalones y, sobre todo, la ropa interior, fue bastante más complicado, al haberse secado el semen. Lo hice con cuidado, mientras mi picha volvía a animarse.

Decidí no limpiarme y, tras coger la sucia ropa interior para usarla de nuevo, sin que me hubiera dado tiempo a buscar la ropa de deporte siquiera, recibí un mensaje en el teléfono de María (al parecer mi madre le había pasado mi número).

“Mañana más”

Aquello merecía una foto y, ni corto ni perezoso, con el móvil, hice varias, sin que se me viera la cara, para enviárselas.

“Será todo un placer. Espero indicaciones”

Contesté antes de vestirme y salir de casa.

“Debo cobrar un nuevo préstamo” contestó, adjuntando foto de la que supuse sería la deudora, haciendo que mi polla se excitara aún más ante las perspectivas.
 

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