El tiro por la culata

Luisignacio13

Miembro muy activo
Desde
12 Abr 2025
Mensajes
78
Reputación
239
Ubicación
Córdoba Argentina

Laura y Martín llevaban meses en una danza de excesos: cenas con vino, discusiones que terminaban en sexo salvaje, promesas de cambiar que nunca cumplían. Esa noche, el cine era solo otro escenario para su juego, pero algo en el aire olía a peligro. En la fila del cine, el aire estaba cargado de una expectativa densa, como si la noche ya supiera lo que tramaban: una cena regada con vino, demasiado vino, y una película que no era más que un pretexto para lo que realmente buscaban. Laura, con un vestido negro que se pegaba a sus curvas como una segunda piel, se inclinó para leer el cartel de la película, ajena a las miradas que atraía. De pronto, un roce sutil pero inconfundible en su culo la hizo girarse, furiosa. Sus ojos se clavaron en un viejo de más de 70 años, con chaqueta raída, pelo grasiento y una mirada que parecía lamerla entera.

—Ese viejo de mierda me tocó el culo —le susurró Laura a Martín, la voz temblando de bronca mientras le apretaba la mano. El alcohol, más del doble de lo que Martín había tomado, la tenía tambaleante, la cabeza nublada, el cuerpo flojo. Martín, con una calma forzada, intentó apaciguarla.

—No, amor, debe haber sido sin querer —dijo, pero sus ojos traicionaban la duda. Mientras Laura se giraba hacia el mostrador para pagar, Martín miró al viejo. El tipo, sin disimulo, se sobaba el bulto por encima de los pantalones, los ojos fijos en el culo de Laura, devorándolo con una lujuria cruda. Su mano se movía lenta, el bulto creciendo, y cuando levantó la vista, le guiñó un ojo a Martín. Era un gesto cómplice, cargado de desafío. Martín, contra toda lógica, sintió un calor subiéndole por el pecho. Carajo, pensó, su pija endureciéndose mientras devolvía el guiño, un movimiento rápido, casi instintivo, seguido de una seña con la cabeza: mirá, pero de lejos. El viejo sonrió, asintiendo, su mano apretando más fuerte el bulto, sellando un pacto silencioso que encendió a Martín como un incendio.

La sala estaba casi vacía, un mausoleo de butacas gastadas bajo la luz parpadeante de los anuncios. Laura tropezó al subir las escaleras, el vino haciéndole reír mientras Martín la guiaba a la última fila, donde la oscuridad prometía esconderlos de todo. En la última fila del cine, con la película empezando, la oscuridad los envolvió como un cómplice. Martín no esperó ni un segundo. La imagen del viejo, su guiño, su mano en el bulto, lo había calentado de una forma que no podía explicar. Se abalanzó sobre Laura, sus manos firmes en sus caderas, besándola con una urgencia que rayaba en la desesperación. "Te quiero bien putita", gruñó contra sus labios, su pija dura presionando contra el muslo de ella. Laura, mareada por el vino, se dejó llevar sin resistencia, su cuerpo respondiendo antes que su mente. "Haceme lo que quieras papito", murmuró, la voz pastosa, las piernas abriéndose ligeramente en la butaca.

Martín deslizó una mano bajo el vestido de Laura, apartando las bragas para rozar su concha, ya húmeda por la anticipación. Sus dedos se hundieron en ella, dos al principio, cogiéndola con un ritmo posesivo que la hizo jadear. "Estás tan mojada, hija de puta... ¿Te gustó que te tocaran el culo?", susurró, el recuerdo del viejo avivando su deseo. Laura, con los ojos entrecerrados, soltó un gemido bajo, su mano torpe buscando la pija de Martín, desabrochándole el pantalón para masturbarlo con movimientos ansiosos. "Pajeame más fuerte hijo de puta", pidió, su concha contrayéndose alrededor de los dedos de él mientras el sonido húmedo llenaba la quietud del cine.

Martín, con el morbo del guiño aún quemándole la mente, se inclinó más. "Chupámela, dale... quiero tu boca", susurró, acariciándole el pelo con una mano mientras la otra seguía cogiéndola. Laura, aturdida por el alcohol, asintió con una sonrisa ebria y se inclinó, tomando la pija de Martín en la boca, chupándola con lentitud, su lengua girando alrededor de la punta mientras él gemía. Su mundo se redujo a ese acto, el vino nublándole todo lo demás.

Pero el viejo no se había ido. Desde unas filas adelante, sus ojos brillaban en la penumbra, observando. El crujido de sus pasos resonó, lento, deliberado, como si saboreara cada segundo. Su respiración pesada, un jadeo rasposo, cortaba el aire mientras se acercaba por el pasillo, su chaqueta raída rozando los asientos. El viejo se dejó caer en la butaca al lado de Laura, su chaqueta crujiendo como papel seco. Susurró algo, casi inaudible, como un rezo: “Siempre supe que vendrías a mí”. Martín lo vio venir, y en lugar de detenerlo, el morbo lo traicionó: le hizo una seña sutil, un movimiento de barbilla que lo invitaba a acercarse. El viejo sonrió, una mueca torcida, y sus dedos, arrugados pero seguros, rozaron el muslo de Laura, subiendo lentamente, centímetro a centímetro, hacia su concha. Al principio, ella no lo registró, perdida en el ritmo de su boca sobre la pija de Martín, pero cuando los dedos del viejo se deslizaron bajo el vestido, rozando apenas el borde de su concha, un escalofrío la recorrió. Intentó enderezarse, la confusión cortando su neblina etílica como un cuchillo. "¡Qué mierda...!", balbuceó, apartando la boca de la pija de Martín, sus ojos buscando en la oscuridad, pero Martín, con una mano firme en su nuca, la presionó de nuevo hacia abajo. "Seguí chupándola putita... dejate llevar", gruñó, su voz cargada de una excitación oscura, mientras sus propios dedos empezaban a retirarse lentamente de la concha de Laura, cediendo espacio al viejo. Laura quiso gritar, apartarlo, pero el vino le pesaba como cadenas, y un calor traicionero se encendía donde los dedos del viejo rozaban. Odiaba su cuerpo por responder, odiaba a Martín por no parar esto, pero una parte de ella, pequeña y oscura, no quería que terminara. Ella forcejeó, su cuerpo tensándose en resistencia, tratando de cerrar las piernas, pero el alcohol la traicionaba, haciendo sus movimientos débiles, torpes. "No... Martín, sacalo...", murmuró, su voz ahogada contra la pija de él, pero Martín no aflojó, manteniéndola en su lugar, permitiendo que el viejo continuara. Los dedos del viejo, persistentes, se colaron más adentro, rozando su clítoris con toques leves al principio, explorando con una lentitud torturante que hacía que Laura se retorciera, entre la protesta y un placer involuntario que empezaba a filtrarse.

El viejo, sintiendo la resistencia inicial de Laura, no se apresuró; sus dedos se movían con una maestría pausada, frotando en círculos suaves, aumentando la presión gradualmente, mientras su otra mano sacaba su verga, vieja, grande y venosa, masturbándose con movimientos lentos. Martín, viendo la escena, retiró por completo sus dedos de la concha de Laura, dejando que el viejo tomara el control total, su morbo ganando a su instinto protector. Laura, atrapada entre la opresión de Martín y el toque inesperado, jadeó más fuerte, su cuerpo traicionándola mientras el placer se acumulaba despacio, oleada tras oleada, desde un cosquilleo sutil hasta un calor que se extendía por su vientre. "Basta... no quiero...", susurró, pero sus caderas se movían involuntariamente, buscando más, el alcohol nublando su voluntad mientras el viejo aceleraba apenas, curvando los dedos para rozar ese punto dentro de ella que la hacía temblar. El momento se extendía, eterno, cada caricia del viejo un paso más hacia el abismo, hasta que el clímax se empezó a construir: un calor lento que subía desde su concha, haciendo que sus muslos se tensaran, su respiración se acelerara en jadeos cortos, su resistencia derrumbándose bajo el peso del placer. Finalmente, el orgasmo la golpeó, no de golpe, sino en una cresta prolongada, su concha contrayéndose en oleadas intensas y lentas, cada una más profunda que la anterior, dejando que Laura gimiera largo y bajo, su cuerpo temblando en la butaca.

Laura, hipnotizada por el placer residual, abandonó la pija de Martín, sus ojos cayendo sobre la verga del viejo, que crecía ante ella, dura a pesar de los años. "Parece que eligió verga", dijo el viejo, mirando a Martín con una sonrisa burlona, su voz rasposa cortando el aire. Martín, con la pija aún dura en la mano, solo pudo masturbarse, el morbo y la humillación mezclándose en su pecho mientras veía a Laura inclinarse hacia la verga del viejo. Ella la besó primero, un roce tentativo, pero el alcohol y el placer la llevaron más lejos. Chupó con avidez, su boca envolviendo la carne mientras el viejo, ahora sin tocarla, se masturbaba con lentitud, extendiendo su propio clímax. Sus gemidos se hicieron más profundos, su mano acelerando gradualmente, el momento prolongándose mientras Laura chupaba, hasta que el viejo gruñó, eyaculando en su boca con chorros calientes y pausados que ella tragó con una sonrisa ebria, lamiendo los restos. "¿A vos también te traga la leche así?", le espetó el viejo a Martín, su mirada cargada de sorna mientras se acomodaba la verga, satisfecho.

Martín, al límite, se corrió en su propia mano, jadeando, su mente un torbellino de deseo y rabia. Cuando todo terminó, el viejo se inclinó hacia Laura, su aliento rancio rozándole la oreja, y deslizó un papel en su mano. No era solo un papel: tenía un borde quemado, como si alguien lo hubiera rescatado de un fuego, y un leve olor a tabaco viejo. Laura lo apretó, su pulso acelerándose, mientras él susurraba algo que no llegó a entender, su voz un murmullo roto, como si guardara un secreto que iba más allá de esa noche. Laura lo tomó, su expresión un enigma: una mezcla de picardía y algo más profundo, casi perturbado, mientras guardaba el papel en su bolso con un movimiento lento, casi ritual. Martín, recomponiéndose, la miró con el ceño fruncido. "¿Qué te dijo? ¿Qué es ese papel?", preguntó, su voz cortante. Pero Laura solo rió, esquiva. "Nada, che, vamos a casa que estoy muerta", dijo, su sonrisa escondiendo algo que Martín no pudo descifrar. Caminaron hacia el auto en silencio, el morbo de la noche pesando como un secreto compartido, mientras el papel en el bolso de Laura parecía latir con promesas no dichas.

El auto cortaba la noche, la lluvia fina salpicando el parabrisas como un eco de la tensión que vibraba entre Laura y Martín. Él conducía con los nudillos apretados, la mandíbula tensa, el papel con borde quemado quemándole la mente. Laura, recostada contra la ventanilla, notó su silencio pesado, sus ojos fijos en la ruta. Con una risita suave, rompió el hielo. "Che, Martín, relajá esa cara. ¿Qué te parece si tomamos algo antes de ir a casa? Algo para bajar, ¿sí?" Su voz era melosa, pero tenía un filo que Martín no podía ignorar. Él la miró, dudando, pero la idea de un trago lo tentó. "Bueno, pero a algún lado tranqui", gruñó. Laura sonrió, sus ojos brillando con algo que él no supo descifrar. "Conozco un bar en San Telmo, nunca fuimos. Va a estar bueno."

El bar, escondido en una esquina de San Telmo, olía a madera vieja y whisky barato. Las luces eran tenues, el aire cargado de humo y murmullos. Laura entró primero, sus caderas balanceándose en el vestido negro que aún llevaba arrugado del cine. Eligió una mesa en el fondo, cerca de un rincón oscuro, y se sentó de un lado, dejando a Martín del otro. Él empezó a hablar, algo sobre el papel, sobre qué carajo estaba pasando, pero Laura no le daba bola. Sus ojos, vidriosos por el vino de antes, estaban fijos en una mesa en la esquina. Martín siguió su mirada y lo vio: el viejo. Ahí estaba, con la misma chaqueta raída, el pelo grasiento brillando bajo la luz ámbar, un whisky en la mano. Cuando sus ojos se cruzaron con los de Laura, levantó el vaso en un saludo lento, su boca curvándose en una sonrisa torcida. Martín sintió un nudo en el estómago, pero su pija, traicionera, palpitó contra el pantalón.

"¿Qué pedimos?", dijo Laura, rompiendo el silencio, su voz más aguda de lo normal. Sin esperar respuesta, llamó al mozo. "Un whisky para mí, solo, sin hielo." Martín frunció el ceño. "¿Whisky? Vos nunca tomás bebida blanca." Ella se encogió de hombros, su mirada volviendo al viejo. "Hoy me pinta." El mozo trajo el trago, y Laura lo bajó de un sorbo, pidiendo otro antes de que Martín pudiera procesarlo. La conversación seguía, o al menos Martín lo intentaba, hablando de cualquier cosa para no pensar en el viejo, pero Laura solo asentía, distraída, sus ojos bailando entre Martín y la esquina. Cada tanto, el viejo le devolvía la mirada, un intercambio silencioso, provocador, que hacía que Laura se mordiera el labio, sus dedos apretando el vaso con más fuerza.

Martín, atrapado entre la bronca y una excitación que lo avergonzaba, no podía dejar de mirar. El viejo se levantó, su figura encorvada moviéndose con una lentitud deliberada. Pasó por la mesa de ellos, tan cerca que el olor a tabaco viejo y sudor llenó el aire. Su mano, descarada, se deslizó por encima de los pantalones, sobándose la verga, enorme, evidente, justo frente a Laura. Ella no apartó la mirada, sus ojos brillando con algo que Martín no podía nombrar: hambre, desafío, o tal vez ambas. "Voy al baño", dijo de pronto, su voz temblando de nervios, el tercer whisky ya haciéndole efecto. Se levantó, tambaleante, y desapareció por el pasillo oscuro tras el viejo.

Martín se quedó clavado, el corazón latiéndole en las sienes. La bronca le quemaba el pecho, pero la imagen del viejo, de Laura, del cine, lo tenía duro como nunca. Se levantó, las piernas temblándole, y fue tras ellos. Revisó el baño de hombres: vacío. El de mujeres: nada. Entonces vio la puerta del baño de discapacitados, entornada, un hilo de luz escapando por la rendija. Los gemidos de Laura lo golpearon primero, bajos, entrecortados, seguidos por el jadeo rasposo del viejo. Martín empujó la puerta apenas, lo suficiente para ver.

El viejo tenía a Laura contra la pared, sus manos arrugadas manoseándola con una mezcla de rudeza y precisión. Sus dedos, torcidos por los años, se hundían en las caderas de ella, subiendo el vestido hasta dejar su concha expuesta. Laura gemía, los ojos entrecerrados, mientras el viejo se arrodillaba, su boca devorándola con una destreza que hacía que ella se arqueara, sus manos agarrando el pelo grasiento de él. "Sí, así, viejo hijo de puta", murmuró Laura, su voz rota por el placer, mientras el viejo lamía y chupaba, llevándola al borde. Laura se corrió con un grito ahogado, sus muslos temblando, el viejo sin detenerse, prolongando el orgasmo hasta que ella casi se desplomó.

Pero no paró ahí. Laura, con la respiración agitada, se arrodilló frente al viejo, sus manos torpes desabrochándole los pantalones. La verga del viejo, grande, venosa, salió libre, y Laura la miró con una mezcla de fascinación y urgencia. "Desde que te la vi, supe que quería esto", jadeó, besándola primero, luego chupándola con una avidez desesperada, su lengua recorriendo cada centímetro mientras el viejo gruñía, su mano guiándola. "Metémela, por favor, metémela hasta el fondo", suplicó Laura, su voz quebrándose, el alcohol y el morbo borrando cualquier resto de resistencia.

El viejo la levantó, la dio vuelta contra el lavabo y la penetró con una lentitud torturante, cada embestida precisa, como si conociera cada rincón de su cuerpo. Laura gemía, sus manos apretando el borde del lavabo, su concha contrayéndose mientras el viejo la llevaba a un segundo orgasmo, más intenso, sus gritos resonando en el baño. Luego, la hizo arrodillarse de nuevo, masturbándose frente a su cara hasta que eyaculó, chorros calientes cayendo en su boca, en sus mejillas, mientras Laura, con una sonrisa ebria, lamía los restos, sus dedos jugando con el semen.

El viejo, ajustándose los pantalones, salió del baño y se topó con Martín, que temblaba de rabia y excitación, su pija dura traicionándolo. "Cuídame a la putita", dijo el viejo con una sonrisa burlona, palmeándole el hombro antes de perderse en el bar. Martín entró, dispuesto a gritarle a Laura, pero la vio ahí, aún arrodillada, lamiéndose los dedos con el semen del viejo, riéndose mientras lo miraba. "Dale, boludo, limpiate que te fuiste en seco", dijo, señalando la mancha húmeda en el pantalón de Martín. "Yo voy pidiendo la cuenta." Se levantó, tambaleante, y salió, dejándolo solo.

Martín se miró en el espejo, la mancha de su propio semen evidente, humillante. Su reflejo le devolvió una cara que no reconoció: la de un hombre roto, caliente, atrapado en un juego que no podía controlar. El olor a tabaco viejo todavía flotaba en el aire, y el papel en el bolso de Laura, allá afuera, parecía esperar su próximo movimiento.
 
Hola. Está escrito con una IA, no por una IA. La idea nucleo, y sus dos escenas centrales, son parte de una fantasia que peloteamos con mi esposa. La parte del cine nos hace masturbarnos juntos en el cine. La parte del bar, la vivimos en un boliche SW de San telmo, con las distancias del caso. En todo caso, acepto la critica y avisaré antes la próxima
 
Última edición:
Espero la continuación con ganas, nos has dejado con la intriga del papel en el bolso, solo por si tiene el número del móvil del viejo... y saber si Martín se la ha cuidado bien!
 
Es que Martín no tiene que cuidarle nada a ese viejo chulo. No debió permitir que ese sinvergüenza tuviera sexo con su mujer. Pero bueno, está claro que hay gente con diversos gustos y carácter. Yo nunca hubiera permitido a ese "señor" humillarme así y ser tan imbécil.
Y de la mujer que decir. Desde luego no ha demostrado precisamente que le ame y lo respete demasiado dejándose follar por un imbécil que no merece ningún respeto por mi parte.
 
Es que Martín no tiene que cuidarle nada a ese viejo chulo. No debió permitir que ese sinvergüenza tuviera sexo con su mujer. Pero bueno, está claro que hay gente con diversos gustos y carácter. Yo nunca hubiera permitido a ese "señor" humillarme así y ser tan imbécil.
Y de la mujer que decir. Desde luego no ha demostrado precisamente que le ame y lo respete demasiado dejándose follar por un imbécil que no merece ningún respeto por mi parte.
Te metes en un hilo de relatos de infidelidades a criticar una infidelidad? 😂
 
Me dirijo a los autores: podéis continuar, el morbo es muy logrado y la historia da para más.
Exquisita redacción. Gracias por el trabajo compartido!
 
Atrás
Top Abajo