gendickplus
Miembro muy activo
- Desde
- 22 Jul 2023
- Mensajes
- 74
- Reputación
- 468
**Capítulo 1: El error de la reserva**
El sol de Crema, Italia, bañaba los tejados de tejas rojas y los campos de olivos con un resplandor dorado. Mis padres, siempre apasionados por sus escapadas culturales, habían planeado este viaje con entusiasmo. Yo, con 22 años, no estaba tan convencido de pasar una semana en una ciudad pequeña, pero necesitaba un respiro de la rutina. Lo que no imaginé era que este viaje cambiaría mi forma de ver el mundo… y a mi tía.
Mi tía, hermana de mi madre, venía con nosotros. A sus 46 años, siempre había sido una presencia magnética: ingeniosa, con una risa que llenaba cualquier habitación y unos ojos que parecían guardar historias no contadas. Desde niño le tenía un cariño enorme, pero en los últimos años, nuestras charlas en reuniones familiares se habían vuelto más profundas, más significativas, además a partir de mis 18 años, la empecé a ver más atractiva, recuerdo un fin de semana en la playa con la familia, en la cuál ella vino con su exmarido, y en ese entonces no podía dejar de fijarme en su culo, aunque yo pensé que simplemente era cosa de mi edad.
Yo sabía que acababa de pasar por un divorcio duro; su exmarido la había traicionado, dejándola con el corazón roto y la autoestima hecha pedazos. Él le había dicho, con crueldad, que ya no era sensual, que los años la habían apagado. Pero cuando la vi en el aeropuerto, con su vestido ligero y una sonrisa tímida, supe que estaba equivocado.
Allí la vi, a sus 46 años, una mujer que irradia una sensualidad natural que no necesita alardear para captar todas las miradas. Su cabello rubio, ligeramente ondulado, cae como una cascada suave sobre sus hombros. Ella mide 1,60, una estatura que podría parecer modesta, pero su presencia es imponente. Su figura, esculpida por años de disciplina deportiva, es un equilibrio perfecto entre fuerza y feminidad. Sus nalgas, firmes y bien definidas, se mueven con una gracia que hipnotiza cuando camina, como si cada paso estuviera coreografiado. Sus pechos, aunque no son grandes, tienen una forma sensual, perfectamente proporcionados, que parecen desafiar las inseguridades que su exmarido intentó sembrar en ella. No pude evitar pensar en lo guapa y sexy que estaba, aunque una vez más intenté no darle importancia, al fin y al cabo es mi tía ¿no?.
Llegamos a la villa, una construcción de piedra con un patio lleno de flores. Todo parecía perfecto hasta que la dueña, una anciana de voz melodiosa, nos dio la noticia.
—Signore, signori, lo siento mucho, pero hubo un error con la reserva. Solo tenemos dos habitaciones disponibles.
Mis padres se miraron, y mi madre, siempre práctica, se encogió de hombros.
—No hay problema, tu tía y tú podéis compartir la doble, ¿verdad? Os conocéis de siempre.
Sentí un calor subir por mi nuca. Mi tía, a mi lado, soltó una risita nerviosa, ajustándose las gafas de sol sobre la cabeza.
—Supongo que podemos arreglarnos —dijo, aunque sus ojos se encontraron con los míos por un instante, y no sé si fueron cosas mías, pero su mirada había cambiado a una mirada de deseo.
La habitación era pequeña, con una cama doble que dominaba el espacio, un ventanal con vistas a los campos y una lámpara que proyectaba una luz cálida. Mi tía dejó su maleta en un rincón y se acercó a la ventana, el sol delineando su figura. A pesar de lo que su ex le había hecho creer, había una elegancia natural en ella, en la forma en que movía las manos, en cómo el viento jugaba con su cabello.
—Es hermoso aquí —murmuró, girándose hacia mí—. Aunque no esperaba compartir cuarto contigo.
Me reí, intentando aligerar la tensión.
—No te preocupes, prometo no dejar mi ropa tirada.
-Ella respondió: podemos dejarla tirada juntos.
Yo sentí un calor en mi polla al escuchar eso, ¿a que se refería?, ¿estaba ella también pensando sexualmente en mí?.
Ella sonrió, pero había algo en su mirada, una mezcla de cansancio y anhelo.
Esa noche, tras una cena con mis padres llena de risas y vino local, subimos a la habitación. La tensión era casi tangible. Nos turnamos para usar el baño, y cuando Mi tía salió con una camiseta suelta y el cabello suelto, aún húmedo, y un poco quemada por el sol de Crema, sentí que el aire se volvía más denso. Nos sentamos en la cama, a una distancia prudente, hojeando guías turísticas de Crema que mis padres nos habían dado.
—Sabes —dijo ella de repente, rompiendo el silencio—, después de todo lo que pasó… el divorcio, las cosas que me dijo… no pensé que volvería a sentirme… no sé, viva.
La miré, sorprendido por su confesión. Su voz temblaba ligeramente, pero sus ojos brillaban con una chispa que su ex no había logrado apagar.
—Tía, eres increíble —dije, sin pensarlo demasiado—. No sé cómo alguien pudo hacerte creer lo contrario. Eres… —dudé, buscando la palabra— magnética.
Ella parpadeó, sorprendida, y una sonrisa tímida curvó sus labios.
—¿Magnética? Nadie me ha llamado así en mucho tiempo.
El silencio que siguió fue diferente, cargado de algo nuevo. Nuestras manos se rozaron sobre la guía turística, y el contacto fue como una chispa. Sus dedos eran cálidos, y cuando levanté la vista, sus ojos estaban fijos en mí, su respiración más rápida.
—¿Esto está bien? —susurró, su voz apenas un murmullo, como si temiera romper el momento.
No respondí con palabras. Me incliné hacia ella, lentamente, dándole tiempo para retroceder si quería. Pero no lo hizo. Cuando nuestros labios se encontraron, fue como si el tiempo se detuviera. El beso fue suave al principio, casi tentativo, pero pronto se volvió más profundo, lleno de una intensidad que hablaba de todo lo que ella había reprimido y de lo que yo no me había atrevido a admitir.
Nos separamos, jadeando, y ella soltó una risa suave, apoyando su frente contra la mía.
—No esperaba esto en Crema —dijo, su voz llena de una mezcla de sorpresa y alivio.
Sonreí, mi corazón latiendo con fuerza.
—Ni yo. Pero creo que este error de la reserva es lo mejor que nos ha pasado.
Ella respondió: ¿Hace mucho calor aquí no?, ¿qué tal si nos quitamos la ropa?.
Continuará.
El sol de Crema, Italia, bañaba los tejados de tejas rojas y los campos de olivos con un resplandor dorado. Mis padres, siempre apasionados por sus escapadas culturales, habían planeado este viaje con entusiasmo. Yo, con 22 años, no estaba tan convencido de pasar una semana en una ciudad pequeña, pero necesitaba un respiro de la rutina. Lo que no imaginé era que este viaje cambiaría mi forma de ver el mundo… y a mi tía.
Mi tía, hermana de mi madre, venía con nosotros. A sus 46 años, siempre había sido una presencia magnética: ingeniosa, con una risa que llenaba cualquier habitación y unos ojos que parecían guardar historias no contadas. Desde niño le tenía un cariño enorme, pero en los últimos años, nuestras charlas en reuniones familiares se habían vuelto más profundas, más significativas, además a partir de mis 18 años, la empecé a ver más atractiva, recuerdo un fin de semana en la playa con la familia, en la cuál ella vino con su exmarido, y en ese entonces no podía dejar de fijarme en su culo, aunque yo pensé que simplemente era cosa de mi edad.
Yo sabía que acababa de pasar por un divorcio duro; su exmarido la había traicionado, dejándola con el corazón roto y la autoestima hecha pedazos. Él le había dicho, con crueldad, que ya no era sensual, que los años la habían apagado. Pero cuando la vi en el aeropuerto, con su vestido ligero y una sonrisa tímida, supe que estaba equivocado.
Allí la vi, a sus 46 años, una mujer que irradia una sensualidad natural que no necesita alardear para captar todas las miradas. Su cabello rubio, ligeramente ondulado, cae como una cascada suave sobre sus hombros. Ella mide 1,60, una estatura que podría parecer modesta, pero su presencia es imponente. Su figura, esculpida por años de disciplina deportiva, es un equilibrio perfecto entre fuerza y feminidad. Sus nalgas, firmes y bien definidas, se mueven con una gracia que hipnotiza cuando camina, como si cada paso estuviera coreografiado. Sus pechos, aunque no son grandes, tienen una forma sensual, perfectamente proporcionados, que parecen desafiar las inseguridades que su exmarido intentó sembrar en ella. No pude evitar pensar en lo guapa y sexy que estaba, aunque una vez más intenté no darle importancia, al fin y al cabo es mi tía ¿no?.
Llegamos a la villa, una construcción de piedra con un patio lleno de flores. Todo parecía perfecto hasta que la dueña, una anciana de voz melodiosa, nos dio la noticia.
—Signore, signori, lo siento mucho, pero hubo un error con la reserva. Solo tenemos dos habitaciones disponibles.
Mis padres se miraron, y mi madre, siempre práctica, se encogió de hombros.
—No hay problema, tu tía y tú podéis compartir la doble, ¿verdad? Os conocéis de siempre.
Sentí un calor subir por mi nuca. Mi tía, a mi lado, soltó una risita nerviosa, ajustándose las gafas de sol sobre la cabeza.
—Supongo que podemos arreglarnos —dijo, aunque sus ojos se encontraron con los míos por un instante, y no sé si fueron cosas mías, pero su mirada había cambiado a una mirada de deseo.
La habitación era pequeña, con una cama doble que dominaba el espacio, un ventanal con vistas a los campos y una lámpara que proyectaba una luz cálida. Mi tía dejó su maleta en un rincón y se acercó a la ventana, el sol delineando su figura. A pesar de lo que su ex le había hecho creer, había una elegancia natural en ella, en la forma en que movía las manos, en cómo el viento jugaba con su cabello.
—Es hermoso aquí —murmuró, girándose hacia mí—. Aunque no esperaba compartir cuarto contigo.
Me reí, intentando aligerar la tensión.
—No te preocupes, prometo no dejar mi ropa tirada.
-Ella respondió: podemos dejarla tirada juntos.
Yo sentí un calor en mi polla al escuchar eso, ¿a que se refería?, ¿estaba ella también pensando sexualmente en mí?.
Ella sonrió, pero había algo en su mirada, una mezcla de cansancio y anhelo.
Esa noche, tras una cena con mis padres llena de risas y vino local, subimos a la habitación. La tensión era casi tangible. Nos turnamos para usar el baño, y cuando Mi tía salió con una camiseta suelta y el cabello suelto, aún húmedo, y un poco quemada por el sol de Crema, sentí que el aire se volvía más denso. Nos sentamos en la cama, a una distancia prudente, hojeando guías turísticas de Crema que mis padres nos habían dado.
—Sabes —dijo ella de repente, rompiendo el silencio—, después de todo lo que pasó… el divorcio, las cosas que me dijo… no pensé que volvería a sentirme… no sé, viva.
La miré, sorprendido por su confesión. Su voz temblaba ligeramente, pero sus ojos brillaban con una chispa que su ex no había logrado apagar.
—Tía, eres increíble —dije, sin pensarlo demasiado—. No sé cómo alguien pudo hacerte creer lo contrario. Eres… —dudé, buscando la palabra— magnética.
Ella parpadeó, sorprendida, y una sonrisa tímida curvó sus labios.
—¿Magnética? Nadie me ha llamado así en mucho tiempo.
El silencio que siguió fue diferente, cargado de algo nuevo. Nuestras manos se rozaron sobre la guía turística, y el contacto fue como una chispa. Sus dedos eran cálidos, y cuando levanté la vista, sus ojos estaban fijos en mí, su respiración más rápida.
—¿Esto está bien? —susurró, su voz apenas un murmullo, como si temiera romper el momento.
No respondí con palabras. Me incliné hacia ella, lentamente, dándole tiempo para retroceder si quería. Pero no lo hizo. Cuando nuestros labios se encontraron, fue como si el tiempo se detuviera. El beso fue suave al principio, casi tentativo, pero pronto se volvió más profundo, lleno de una intensidad que hablaba de todo lo que ella había reprimido y de lo que yo no me había atrevido a admitir.
Nos separamos, jadeando, y ella soltó una risa suave, apoyando su frente contra la mía.
—No esperaba esto en Crema —dijo, su voz llena de una mezcla de sorpresa y alivio.
Sonreí, mi corazón latiendo con fuerza.
—Ni yo. Pero creo que este error de la reserva es lo mejor que nos ha pasado.
Ella respondió: ¿Hace mucho calor aquí no?, ¿qué tal si nos quitamos la ropa?.
Continuará.