joselitoelgallo
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Capítulo 1: Introducción:
Esta es la historia de mi primera experiencia sexual con una madurita. Todo ocurrió hace unos cuantos años, en un verano de principios de la década pasada. Yo tenía 20 años y hasta entonces había follado, pero solo con un par de novias que había tenido. No se puede decir que tuviera demasiada experiencia. Los veranos los suelo pasar en el pueblo de mi madre, como dijo Cervantes, en algún lugar de la Mancha, aunque en este caso, del que sí quiero acordarme, pero que por discreción omitiré el nombre. Pero, vaya, que es el típico pueblecito manchego de dos mil y pico habitantes, de antiquísimas viviendas unifamiliares y un calor abrasador en el mes de agosto. La casa de mi familia, tras la muerte de mi abuela, la compartían mi madre y su hermana, la tía Luisa. El mes de julio solía ir con mis padres, y el mes de agosto se lo dejábamos a mi tía, que era viuda y no tenía hijos, pero que le gustaba ir sola… o con algún noviete. Era una casa de tres plantas que mi padre, arquitecto, reformó dejándola como un hotel de cinco estrellas.
Aquel mes de julio pensaba dedicármelo a ir en bici (mi hobbie nº2) e irme de fiesta (mi hobbie nº1), pero mi madre convenció al alcalde (primo segundo, inevitablemente en un pueblo de aquellas dimensiones), para que me pusiera a trabajar como sustituto de algún concejal o lo que fuera, aprovechando que yo estaba a punto de terminar la carrera de Derecho. Acepté por que el suelo era descomunal para lo que se me exigía, siendo un cómodo horario de 10 a 1. Ello me permitía salir en bici por las tardes, pero me tenía que cortar a la hora de trasnochar: lo cierto es que le cogí gustillo al trabajo, que me acabó gustando.
A finales de julio, el alcalde me ofreció renovarme para agosto. Las dos partes estábamos mutuamente satisfechas, así que lo único que teníamos que conseguir es que a mi tía no le importase quedarse conmigo. Mi madre la llamó. Mi tía respondió que iba a ir con una amiga suya recién divorciada, que estaba triste y deprimida, y que si a mí no me importaba la presencia de dos “vejestorias”, que por ella encantada. Acepté de inmediato. Ya tenía una media novia en el pueblo, así que contaba con la discreción de mi tía para podérmela llevar a casa de vez en cuando.
El 31 de julio se fueron mis padres y el 1 de agosto llegó la tía Luisa con su amiga Gema. A mi tía ya la conocía de sobras, por aquel entonces una mujer de 55 años, rubia, media melena, bastante delgada (mucho gimnasio, mucha dieta), de 1,65 de altura. Gema era muy guapa de cara, aunque estaba más rellenita que mi tía. Debía pesar unos 75 kilos, para su 1,65 (aprox.) de altura. Pero también tenía unos melones considerablemente mayores que los de mi tía. De hecho, era difícil apartar la vista de ellos, especialmente por que tampoco se preocupaba demasiado en taparlos, como veréis a continuación. Gema era morena y tenía el pelo corto.
Como ya he comentado, la casa tenía tres plantas. La planta baja: cocina y baño; la primera planta: tres habitaciones y el cuatro de baño grande (con jacuzzi); y la tercera planta, un desván, que lo teníamos como sala de estar, habitación de juegos, sofá y tele de plasma. De pequeño, era una especie de cuarto de juegos y me tiraba allí gran parte del verano. De mayor, también, era como mi rincón de recreo. Mi tía ocupó la habitación donde duermen mis padres, Gema se quedó al de invitados y yo mantuve la mía.
- No te preocupes, que no te vamos a dar mucho la lata- me tranquilizó mi tía-. Tú haz tu vida que nosotras ya iremos a nuestro aire.
Y, la verdad, es que así fue. Al menos durante los primeros días. Apenas si coincidíamos para desayunar y, algunos días, cenar. Nos solíamos levantar entre las ocho y media y las nueve. Charlábamos los tres en la cocina entre zumos de naranja, fruta y cafés y yo me iba corriendo al Ayuntamiento. Ellas se iban de excursión o se pasaban el día en la piscina municipal. Yo solía comer en algún bar del pueblo con mis compañeros del consistorio. El calorazo de las primeras horas de la tarde, lo solía pasar en la sala de juegos, mientras que, si estaban en casa, Luisa y Gema dormitaban ante la tele del comedor de la planta baja. Y, más tarde, o bien yo salía con la bici o me ibas de cervezas con mis colegas del pueblo. Raramente coincidíamos para cenar. En cualquier caso, las conversaciones siempre eran tan triviales como entretenidas.
Si tengo que pensar en el día que empezó a cambiar todo, lo tengo muy claro: fue al quinto día de su llegada. Era viernes. Aquella mañana, tía Luisa me dijo que se iban a pasar el día a Toledo, ya que Gema había conocido un tipo de allí por una aplicación y, según palabras textuales, “la pobre va loca por mojar”. Así que yo me hice mis planes e invité a comer a casa a una compañera del Ayuntamiento, Susana, que estaba buenísima y quería le explicase algunos temas legales. Aunque yo lo que quería era follármela, ni que decir tiene.
Todo salió según lo previsto. Almorzamos tranquilamente, nos terminamos una botella de vino y subimos a mi “cuarto de juego”, que es donde tengo una pequeña biblioteca de libros de Derecho. Pero, para mi sorpresa, todo se torció cuando, al lanzarme y besarla, ella me hizo la cobra: que tenía novio, que no lo quería traicionar follándose a otro chico… menudo planchazo. Sin embargo, como yo le gustaba y había sido muy paciente con ella, me dijo que me haría una mamada, pero que su coño se lo reservaba a su novio. A mi me pareció bien, así que nos fuimos al sofá y nos empezamos a besar y yo le empecé a magrear sus tetazas. Los dos estábamos cachondísimos. Noté sus duros pezones en mi lengua, entre mis dientes, aunque la tía no cedió y se fue directa a mi polla. Susana demostró ser una verdadera experta en mamadas. Me empezó dando tremendos lametones al tronco, jugaba con su lengua alrededor de mi glande, mientras me masajeaba los huevos con suavidad. El placer era inmenso. Notaba que me iba a correr, cuando me pareció oír que alguien subía por las escaleras. No podía ser. Gema y Luisa iban a estar toda la tarde fuera. Me seguí concentrando en disfrutar de la mamada, cuando por la rajita de la puerta, que había dejado despreocupadamente abierta, me apreció estar siendo observado. Aquello, lejos de asustarme, me excitó aún más. Susana lo debió notar, por que se tragó toda mi polla y empezó a mover su cabeza de arriba para abajo, pajeándome con sus labios, mientras con la lengua seguía jugueteando con mi polla. Aparte su pelo para que nuestra espectadora pudiera disfrutar del espectáculo… en toda su extensión. No tardé en correrme. Avisé a Susana. Quería que mi público viese como me corría en la cara de mi amiga. Susana se apartó justo para que le dejase la cara llena de mi semen, que salió a borbotones.
- Joder, menuda corrida. Me has dejado perdida- admiró mi amante.
Se levantó con cuidado de no mancharse la camiseta y fue a buscar unas toallitas húmedas de su bolso. Miré hacia la puerta, pero solo me pareció oír que los pasos se alejaban. Susana me acercó una toallita para que me limpiara la polla y me volvió a besar.
- Me encanta tu polla y me encantas tú, pero esto no puede volver a pasar. Lo entiendes, ¿verdad?
- Claro. No te preocupes. Me hubiera encantado haberte comido el coño, pero tú decides.
Me dijo que se tenía que ir y la acompañé a la puerta. Al pasar al lado de la cocina vi que Luisa y Gema charlaban despreocupadamente. Sabía que una de ellas nos había espiado, pero ¿Cuál de las dos había sido?
Los días siguientes pasaron sin grandes cambios. Los dos más significativos fueron que las mamadas de Susana se trasladaron a mi despacho en el Ayuntamiento, aunque ella seguía siendo reacia a pasar de aquel nivel; y que, en casa, una ola de calor provocó que todos empezásemos a ir más ligeros de ropa. Así, por ejemplo, durante el desayuno, tía Luisa y Gema desayunaban conmigo con una simple camiseta larga, pero sin sujetadores, lo que, especialmente en el caso de Gema, se les marcaban perfectamente las tetas. Yo empecé a bajar con los pantalones de pijama, tipo chándal, cortos y de color gris claro, por supuesto sin calzoncillos, que marcaban perfectamente mi polla. El intercambio de miradas fue cada vez más descarado, lo que aumentaba día a día mi excitación, que Susana aliviaba con su experimentada boca horas más tarde.
El siguiente sábado, durante el desayuno, tía Luisa y Gema me dijeron que se iban a pasar la mañana fuera, invitándome a acompañarlas. Decliné su sugerencia y pensé en invitar a casa a Susana. Pero mi amiga me dijo que iba a pasar el día con su novio, así que, aburrido, me fui con la bici a recorrer unos cuántos kilómetros. Regresé al mediodía. Como no había nadie en casa y estaba sudadísimo, decidí darme un buen baño en el jacuzzi que teníamos en el baño de la primera planta (la de las habitaciones). Eché sales, jabón y puse en marcha la máquina de burbujas. En un momento, la bañera se llenó de espuma. Con el agua caliente me relajé. Estaba en la gloria. De hecho, pensando en Susana, me dieron ganas de pajearme. De pronto, se abrió la puerta del baño. Era mi tía Luisa.
- Uy, perdona, no sabía que estabas aquí dentro- se disculpó-. Me voy al baño de abajo no te preocupes.
Pero acto seguido apareció Gema que añadió:
- Anda, el jacuzzi, ¡qué ganas tengo de probarlo! Haces una cara de estar en la gloria.
Y a mí no se me ocurrió otra cosa que responder:
- Pues aquí te espero, si te quieres meter- pensando en que buscaría una excusa para no entrar.
- No me lo digas dos veces, que me meto de cabeza- me retó.
Saqué las manos del agua, extendiendo las palmas de las manos y rematé:
- Pues voy a estar un rato más, así que tú misma si quieres aprovechar.
Acto seguido, Gema exclamó:
- Luisi, que tu sobri nos invita a meternos en el jacuzzi con él. ¡Voy a por el bikini!
En ese momento, me entró un ataque de pánico, la verdad. No contaba con que se fuera a meter y, menos aún, que invitase a mi tía. Y yo en pelotas, aunque la gran cantidad de espuma lo disimulaba y, además, era un jacuzzi para cuatro personas (¿para qué diablos mi padre metería un jacuzzi tan grande?) por lo que confiaba en poder disimular mi desnudez. Un par de minutos más tarde tenía ante mí a Gema y a tía Luisa en bikini. El de Gema era más recatado. Era de color negro y con una braguita bastante ancha, supongo que, al estar más rellenita, era la manera que lo disimulaba. Eso sí, sus tetorras se salían de la parte de arriba. El de tía Luisa era más atrevido, de color amarillo, hasta permitía intuir su bello púbico. Me incorporé para que se pudieran sentar. Mi tía había traído su móvil con un altavoz de bluetooth y puso música de chill out y apagó la luz, por lo que nos quedamos en la penumbra. Una ténue luz entraba por la pequeña ventana del baño.
- Pobre, sobri- dijo mi tía- con lo agustito que estaba aquí él solo.
- Que va, si cabemos todos la mar de bien- acerté a mascullar con mala disimulada incomodidad.
Junté mis piernas y ellas se pusieron a cada lado de una de ellas. Obviamente se dieron cuenta de que estaba desnudo, ya que sus pies se colocaron a la altura de mis caderas. No dijeron nada. Colocaron sus nucas en el reposa-cabezas y cerraron os ojos. Yo me tranquilicé y abrí un poco las piernas, teníamos espacio de sobras. Mi tía susurró que se estaba relajando mucho y que se iba a quedar frita, que se habían pasado la mañana andando por la montaña. Gema respiraba profundamente, a lo mejor ya se había quedado dormida. Apoyé mi nuca en el reposa-cabezas y cerré los ojos. Sin embargo, al cabo de unos instantes, noté como las piernas de mis acompañantes empezaban a moverse. Buscaban una mayor comodidad. Abrí mis piernas y, de pronto, noté como uno de los pies rozaba mis huevos. Mi tía susurró: perdona, sobri. No pasa nada, respondí. Pero al cabo de un instante otro pie (¿o el mismo?), volvía a rozarme los huevos y mi polla. Yo no me podía mover y pensé que si, quien fiera, notaba que eran mis genitales apartaría el pie. Pero lejos de ello, lo que empezó fue a acariciármelos lentamente, jugueteando con ellos. Levanté la cabeza, pero las dos mujeres parecían estar dormidas. Ahora pienso que pude haber removido la espuma y ver de quién era el travieso pie, pero me quedé inmóvil, dejando que mi polla se pusiera como el mástil de un buque o, en este caso, como el periscopio de un submarino. El agua caliente, el suave burbujeo y el pie revoltoso me habían excitado incontrolablemente. En ese momento, evidentemente, no me podía levantar el irme, así que la única salida que encontré fue la de pajearme con discreción… y con la ayuda del misterioso pie, que recorría mi polla con total descaro. Cuando me empecé a acariciar la polla, el pie desapareció, pero al cabo de un instante regresó para restregarse con mis huevos. El placer era tremendo y no tardé en correrme como un salvaje. De pronto, me di cuenta que mi semen estaba danzando por el jacuzzi nadando entre los cuerpos de mi tía Luisa y Gema y aquello no hizo más que aumentar mi morbo y excitación. El pie travieso se detuvo y la tranquilidad regresó al jacuzzi. Mis dos acompañantes parecían muy relajadas. Así que, al cabo de unos minutos, les dije que me iba, que ellas se podían quedar un rato más y que podían seguir relajadas con los ojos cerrados. Sin embargo, las dos se incorporaron para ver como me levantaba. La verdad es que esperaba una mirada furtiva de Gema, pero que las dos, incluyendo mi tía, esperasen a verme la polla, con la excitación que aún llevaba encima hizo que se me volviera a poner dura. En ese momento la tenía morcillona. Esperaba, la verdad, que con la gran cantidad de espuma pudiera disimular un poco, pero, qué va, la espuma dejó poco espacio a la imaginación. Las dos abrieron los ojos como platos y Gema acertó a comentar:
- Anda, como va tu sobri, bien sobradito.
Esta es la historia de mi primera experiencia sexual con una madurita. Todo ocurrió hace unos cuantos años, en un verano de principios de la década pasada. Yo tenía 20 años y hasta entonces había follado, pero solo con un par de novias que había tenido. No se puede decir que tuviera demasiada experiencia. Los veranos los suelo pasar en el pueblo de mi madre, como dijo Cervantes, en algún lugar de la Mancha, aunque en este caso, del que sí quiero acordarme, pero que por discreción omitiré el nombre. Pero, vaya, que es el típico pueblecito manchego de dos mil y pico habitantes, de antiquísimas viviendas unifamiliares y un calor abrasador en el mes de agosto. La casa de mi familia, tras la muerte de mi abuela, la compartían mi madre y su hermana, la tía Luisa. El mes de julio solía ir con mis padres, y el mes de agosto se lo dejábamos a mi tía, que era viuda y no tenía hijos, pero que le gustaba ir sola… o con algún noviete. Era una casa de tres plantas que mi padre, arquitecto, reformó dejándola como un hotel de cinco estrellas.
Aquel mes de julio pensaba dedicármelo a ir en bici (mi hobbie nº2) e irme de fiesta (mi hobbie nº1), pero mi madre convenció al alcalde (primo segundo, inevitablemente en un pueblo de aquellas dimensiones), para que me pusiera a trabajar como sustituto de algún concejal o lo que fuera, aprovechando que yo estaba a punto de terminar la carrera de Derecho. Acepté por que el suelo era descomunal para lo que se me exigía, siendo un cómodo horario de 10 a 1. Ello me permitía salir en bici por las tardes, pero me tenía que cortar a la hora de trasnochar: lo cierto es que le cogí gustillo al trabajo, que me acabó gustando.
A finales de julio, el alcalde me ofreció renovarme para agosto. Las dos partes estábamos mutuamente satisfechas, así que lo único que teníamos que conseguir es que a mi tía no le importase quedarse conmigo. Mi madre la llamó. Mi tía respondió que iba a ir con una amiga suya recién divorciada, que estaba triste y deprimida, y que si a mí no me importaba la presencia de dos “vejestorias”, que por ella encantada. Acepté de inmediato. Ya tenía una media novia en el pueblo, así que contaba con la discreción de mi tía para podérmela llevar a casa de vez en cuando.
El 31 de julio se fueron mis padres y el 1 de agosto llegó la tía Luisa con su amiga Gema. A mi tía ya la conocía de sobras, por aquel entonces una mujer de 55 años, rubia, media melena, bastante delgada (mucho gimnasio, mucha dieta), de 1,65 de altura. Gema era muy guapa de cara, aunque estaba más rellenita que mi tía. Debía pesar unos 75 kilos, para su 1,65 (aprox.) de altura. Pero también tenía unos melones considerablemente mayores que los de mi tía. De hecho, era difícil apartar la vista de ellos, especialmente por que tampoco se preocupaba demasiado en taparlos, como veréis a continuación. Gema era morena y tenía el pelo corto.
Como ya he comentado, la casa tenía tres plantas. La planta baja: cocina y baño; la primera planta: tres habitaciones y el cuatro de baño grande (con jacuzzi); y la tercera planta, un desván, que lo teníamos como sala de estar, habitación de juegos, sofá y tele de plasma. De pequeño, era una especie de cuarto de juegos y me tiraba allí gran parte del verano. De mayor, también, era como mi rincón de recreo. Mi tía ocupó la habitación donde duermen mis padres, Gema se quedó al de invitados y yo mantuve la mía.
- No te preocupes, que no te vamos a dar mucho la lata- me tranquilizó mi tía-. Tú haz tu vida que nosotras ya iremos a nuestro aire.
Y, la verdad, es que así fue. Al menos durante los primeros días. Apenas si coincidíamos para desayunar y, algunos días, cenar. Nos solíamos levantar entre las ocho y media y las nueve. Charlábamos los tres en la cocina entre zumos de naranja, fruta y cafés y yo me iba corriendo al Ayuntamiento. Ellas se iban de excursión o se pasaban el día en la piscina municipal. Yo solía comer en algún bar del pueblo con mis compañeros del consistorio. El calorazo de las primeras horas de la tarde, lo solía pasar en la sala de juegos, mientras que, si estaban en casa, Luisa y Gema dormitaban ante la tele del comedor de la planta baja. Y, más tarde, o bien yo salía con la bici o me ibas de cervezas con mis colegas del pueblo. Raramente coincidíamos para cenar. En cualquier caso, las conversaciones siempre eran tan triviales como entretenidas.
Si tengo que pensar en el día que empezó a cambiar todo, lo tengo muy claro: fue al quinto día de su llegada. Era viernes. Aquella mañana, tía Luisa me dijo que se iban a pasar el día a Toledo, ya que Gema había conocido un tipo de allí por una aplicación y, según palabras textuales, “la pobre va loca por mojar”. Así que yo me hice mis planes e invité a comer a casa a una compañera del Ayuntamiento, Susana, que estaba buenísima y quería le explicase algunos temas legales. Aunque yo lo que quería era follármela, ni que decir tiene.
Todo salió según lo previsto. Almorzamos tranquilamente, nos terminamos una botella de vino y subimos a mi “cuarto de juego”, que es donde tengo una pequeña biblioteca de libros de Derecho. Pero, para mi sorpresa, todo se torció cuando, al lanzarme y besarla, ella me hizo la cobra: que tenía novio, que no lo quería traicionar follándose a otro chico… menudo planchazo. Sin embargo, como yo le gustaba y había sido muy paciente con ella, me dijo que me haría una mamada, pero que su coño se lo reservaba a su novio. A mi me pareció bien, así que nos fuimos al sofá y nos empezamos a besar y yo le empecé a magrear sus tetazas. Los dos estábamos cachondísimos. Noté sus duros pezones en mi lengua, entre mis dientes, aunque la tía no cedió y se fue directa a mi polla. Susana demostró ser una verdadera experta en mamadas. Me empezó dando tremendos lametones al tronco, jugaba con su lengua alrededor de mi glande, mientras me masajeaba los huevos con suavidad. El placer era inmenso. Notaba que me iba a correr, cuando me pareció oír que alguien subía por las escaleras. No podía ser. Gema y Luisa iban a estar toda la tarde fuera. Me seguí concentrando en disfrutar de la mamada, cuando por la rajita de la puerta, que había dejado despreocupadamente abierta, me apreció estar siendo observado. Aquello, lejos de asustarme, me excitó aún más. Susana lo debió notar, por que se tragó toda mi polla y empezó a mover su cabeza de arriba para abajo, pajeándome con sus labios, mientras con la lengua seguía jugueteando con mi polla. Aparte su pelo para que nuestra espectadora pudiera disfrutar del espectáculo… en toda su extensión. No tardé en correrme. Avisé a Susana. Quería que mi público viese como me corría en la cara de mi amiga. Susana se apartó justo para que le dejase la cara llena de mi semen, que salió a borbotones.
- Joder, menuda corrida. Me has dejado perdida- admiró mi amante.
Se levantó con cuidado de no mancharse la camiseta y fue a buscar unas toallitas húmedas de su bolso. Miré hacia la puerta, pero solo me pareció oír que los pasos se alejaban. Susana me acercó una toallita para que me limpiara la polla y me volvió a besar.
- Me encanta tu polla y me encantas tú, pero esto no puede volver a pasar. Lo entiendes, ¿verdad?
- Claro. No te preocupes. Me hubiera encantado haberte comido el coño, pero tú decides.
Me dijo que se tenía que ir y la acompañé a la puerta. Al pasar al lado de la cocina vi que Luisa y Gema charlaban despreocupadamente. Sabía que una de ellas nos había espiado, pero ¿Cuál de las dos había sido?
Los días siguientes pasaron sin grandes cambios. Los dos más significativos fueron que las mamadas de Susana se trasladaron a mi despacho en el Ayuntamiento, aunque ella seguía siendo reacia a pasar de aquel nivel; y que, en casa, una ola de calor provocó que todos empezásemos a ir más ligeros de ropa. Así, por ejemplo, durante el desayuno, tía Luisa y Gema desayunaban conmigo con una simple camiseta larga, pero sin sujetadores, lo que, especialmente en el caso de Gema, se les marcaban perfectamente las tetas. Yo empecé a bajar con los pantalones de pijama, tipo chándal, cortos y de color gris claro, por supuesto sin calzoncillos, que marcaban perfectamente mi polla. El intercambio de miradas fue cada vez más descarado, lo que aumentaba día a día mi excitación, que Susana aliviaba con su experimentada boca horas más tarde.
El siguiente sábado, durante el desayuno, tía Luisa y Gema me dijeron que se iban a pasar la mañana fuera, invitándome a acompañarlas. Decliné su sugerencia y pensé en invitar a casa a Susana. Pero mi amiga me dijo que iba a pasar el día con su novio, así que, aburrido, me fui con la bici a recorrer unos cuántos kilómetros. Regresé al mediodía. Como no había nadie en casa y estaba sudadísimo, decidí darme un buen baño en el jacuzzi que teníamos en el baño de la primera planta (la de las habitaciones). Eché sales, jabón y puse en marcha la máquina de burbujas. En un momento, la bañera se llenó de espuma. Con el agua caliente me relajé. Estaba en la gloria. De hecho, pensando en Susana, me dieron ganas de pajearme. De pronto, se abrió la puerta del baño. Era mi tía Luisa.
- Uy, perdona, no sabía que estabas aquí dentro- se disculpó-. Me voy al baño de abajo no te preocupes.
Pero acto seguido apareció Gema que añadió:
- Anda, el jacuzzi, ¡qué ganas tengo de probarlo! Haces una cara de estar en la gloria.
Y a mí no se me ocurrió otra cosa que responder:
- Pues aquí te espero, si te quieres meter- pensando en que buscaría una excusa para no entrar.
- No me lo digas dos veces, que me meto de cabeza- me retó.
Saqué las manos del agua, extendiendo las palmas de las manos y rematé:
- Pues voy a estar un rato más, así que tú misma si quieres aprovechar.
Acto seguido, Gema exclamó:
- Luisi, que tu sobri nos invita a meternos en el jacuzzi con él. ¡Voy a por el bikini!
En ese momento, me entró un ataque de pánico, la verdad. No contaba con que se fuera a meter y, menos aún, que invitase a mi tía. Y yo en pelotas, aunque la gran cantidad de espuma lo disimulaba y, además, era un jacuzzi para cuatro personas (¿para qué diablos mi padre metería un jacuzzi tan grande?) por lo que confiaba en poder disimular mi desnudez. Un par de minutos más tarde tenía ante mí a Gema y a tía Luisa en bikini. El de Gema era más recatado. Era de color negro y con una braguita bastante ancha, supongo que, al estar más rellenita, era la manera que lo disimulaba. Eso sí, sus tetorras se salían de la parte de arriba. El de tía Luisa era más atrevido, de color amarillo, hasta permitía intuir su bello púbico. Me incorporé para que se pudieran sentar. Mi tía había traído su móvil con un altavoz de bluetooth y puso música de chill out y apagó la luz, por lo que nos quedamos en la penumbra. Una ténue luz entraba por la pequeña ventana del baño.
- Pobre, sobri- dijo mi tía- con lo agustito que estaba aquí él solo.
- Que va, si cabemos todos la mar de bien- acerté a mascullar con mala disimulada incomodidad.
Junté mis piernas y ellas se pusieron a cada lado de una de ellas. Obviamente se dieron cuenta de que estaba desnudo, ya que sus pies se colocaron a la altura de mis caderas. No dijeron nada. Colocaron sus nucas en el reposa-cabezas y cerraron os ojos. Yo me tranquilicé y abrí un poco las piernas, teníamos espacio de sobras. Mi tía susurró que se estaba relajando mucho y que se iba a quedar frita, que se habían pasado la mañana andando por la montaña. Gema respiraba profundamente, a lo mejor ya se había quedado dormida. Apoyé mi nuca en el reposa-cabezas y cerré los ojos. Sin embargo, al cabo de unos instantes, noté como las piernas de mis acompañantes empezaban a moverse. Buscaban una mayor comodidad. Abrí mis piernas y, de pronto, noté como uno de los pies rozaba mis huevos. Mi tía susurró: perdona, sobri. No pasa nada, respondí. Pero al cabo de un instante otro pie (¿o el mismo?), volvía a rozarme los huevos y mi polla. Yo no me podía mover y pensé que si, quien fiera, notaba que eran mis genitales apartaría el pie. Pero lejos de ello, lo que empezó fue a acariciármelos lentamente, jugueteando con ellos. Levanté la cabeza, pero las dos mujeres parecían estar dormidas. Ahora pienso que pude haber removido la espuma y ver de quién era el travieso pie, pero me quedé inmóvil, dejando que mi polla se pusiera como el mástil de un buque o, en este caso, como el periscopio de un submarino. El agua caliente, el suave burbujeo y el pie revoltoso me habían excitado incontrolablemente. En ese momento, evidentemente, no me podía levantar el irme, así que la única salida que encontré fue la de pajearme con discreción… y con la ayuda del misterioso pie, que recorría mi polla con total descaro. Cuando me empecé a acariciar la polla, el pie desapareció, pero al cabo de un instante regresó para restregarse con mis huevos. El placer era tremendo y no tardé en correrme como un salvaje. De pronto, me di cuenta que mi semen estaba danzando por el jacuzzi nadando entre los cuerpos de mi tía Luisa y Gema y aquello no hizo más que aumentar mi morbo y excitación. El pie travieso se detuvo y la tranquilidad regresó al jacuzzi. Mis dos acompañantes parecían muy relajadas. Así que, al cabo de unos minutos, les dije que me iba, que ellas se podían quedar un rato más y que podían seguir relajadas con los ojos cerrados. Sin embargo, las dos se incorporaron para ver como me levantaba. La verdad es que esperaba una mirada furtiva de Gema, pero que las dos, incluyendo mi tía, esperasen a verme la polla, con la excitación que aún llevaba encima hizo que se me volviera a poner dura. En ese momento la tenía morcillona. Esperaba, la verdad, que con la gran cantidad de espuma pudiera disimular un poco, pero, qué va, la espuma dejó poco espacio a la imaginación. Las dos abrieron los ojos como platos y Gema acertó a comentar:
- Anda, como va tu sobri, bien sobradito.