En busca de la maternidad

xhinin

Miembro muy activo
Desde
25 Jun 2023
Mensajes
106
Reputación
689
Tras un nuevo desengaño amoroso bastante tortuoso, habiendo perdido a mis padres ya y con una treintena larga a mis espaldas, tuve que cambiar de vida, empezar de nuevo lejos de todo lo que conocía. Así, sola, me negué a dejarme vencer y pronto conseguí un trabajo alejado de mis anteriores logros profesionales, pero con la idea de no perder mis sueños del todo. Fue entonces cuando los conocí.
Eran dos hombres de unos cincuenta años, los dos altos y bastante atractivos, pero distintos entre sí. Al principio, cuando venían al bar, no me fijé mucho en ellos, aunque su educación y respeto por mi trabajo les destacaron pronto de entre el resto de clientes.
Pepe era el más guapo de los dos, con diferencia. Era también el más delgado y lucía una barba bastante arreglada, con ciertas canas ya, que enmarcaba una sonrisa franca, a cuyos lados dos hoyuelos le convertían en un ser bastante atractivo. Se notaba que le gustaba vestir bien, aunque a veces su atuendo era demasiado llamativo. Eso sí, siempre ajustaba sus camisas a su cuerpo, a pesar de una incipiente barriguita. Y sus pantalones dejaban notar un bonito trasero.
Federico tenía ya todo el pelo blanco y era algo más alto. Su forma de vestir, siempre cuidada, era mucho más clásica que la del otro, eso sí, parecía más descuidado a la hora de vestirse, o puede que la barriga (que era bastante redondita) no le posibilitara que los faldones de las camisas estuvieran en su sitio. Los ademanes, no obstante, eran de un caballero, mucho más discreto que Pepe, más elegante.
Los dos trabajaban en una oficina cercana, en puestos de responsabilidad, incluso diría que Federico subordinado al otro, pero se notaba que, en la oficina, a pesar de que se respiraba un buen ambiente, ellos no se relacionaban de la misma forma con sus compañeros. Poco a poco, fueron tratándome con más confianza, tanta que, con el tiempo llegaron a convertirse en confidentes de algunas de mis cosillas, e incluso resolvieron algunos de los problemas que yo tenía.
Sus mujeres también aparecieron alguna vez por el bar, incluso alguna noche vinieron todos a tomar algo. Fue una de esas noches cuando retomé uno de los sueños de mi vida y comencé a hacer los planes oportunos. Me di cuenta de que, una vez tomada la decisión de hacerles partícipes de mis planes todo cambiaría, y aquello me daba realmente miedo.
Tardé en perfeccionar mi plan unos meses y en atreverme a plantearlo otros tantos, pero era tal la comedura de cabeza, que tuve que hacerlo.
Aquel día, tras haber compartido confidencias y haber llegado a convertirlas, a ellas también, en amigas, las llamé, sólo a ellas, para charlar, lejos del bar. Ellas notaron mi preocupación, así que intentaba no retrasar en exceso mi petición, mientras mi boca iba intentando explicar causas, motivos, experiencias pasadas, con el fin de que comprendieran que lo que iba a pedirles lo hacía sin maldad. Creo que lo solté en un momento en el que realmente no quería decirlo, que no era realmente consciente de las palabras que había lanzado, al darme cuenta de que las dos me miraban perplejas.
-Vamos, que te quieres zumbar a nuestros maridos con la excusa de quedarte embarazada.
Aquella mujer estaba resumiendo en muy pocas palabras la petición que durante más de media hora estaba rondando mi cabeza, eso sí, dándole una connotación bastante fea.
-Quiero tener un hijo, y creo que cualquiera de vuestros maridos puede ser un buen candidato, sí. Sé que sería más lógico ir a una clínica, pedir el semen, pero no dispongo de dinero para una inseminación (aunque si así lo queréis haré todo lo posible para lograrlo).
Mi mirada quedó clavada en la de la mujer de Pepe, baja y con cara de pocos amigos habitualmente, que había sido la que anteriormente había hablado, mientras que la de Federico, bajando la mirada al café, intentaba asimilar todo lo que yo había comentado.
Ellas siguieron haciendo alguna que otra pregunta, sobre todo el cómo, que aún no estaba decidido, y fui reconduciendo la conversación hasta que quedé convencida de que todo lo que quería transmitirles lo habían entendido.
“No voy a negar que vuestros maridos son atractivos, pero no me mueve el afán de tener sexo. Sólo veo a dos hombres maravillosos, con cualidades personales que me gustaría que tuviera mi hijo. Por ejemplo, fíjate en las hijas de Federico, son igual de respetuosas que su padre, y tus hijos –dije mirando a la otra mujer- son también estupendos.
No tengo edad para volver a enamorarme, ni edad ni ganas -dije continuando con mi exposición-, y, desgraciadamente, tampoco tengo dinero para irme a un banco de semen, no, al menos, antes de que mi cuerpo deje de ser fértil.
Pensadlo y, si queréis, se lo contáis a vuestros maridos. Si tomáis otra decisión no tendré problemas en alejarme.”
Aquella misma noche la pasé sin pegar ojo, pensando en qué habrían resuelto, lo que al día siguiente no hizo más que esperara que por la puerta del bar apareciera uno u otro, pero no fue así. Lo tuve entonces muy claro, ellas habían hablado con ellos y todo había acabado.
Fue una semana más tarde cuando tuve noticias de ellos. Los cuatro se presentaron en mi casa a media tarde, sin avisar. Todos estaban nerviosos, pero quizá ellos más que ellas, que, por lo que me contaron, se conmovieron con mi historia y habían dejado que ellos tomaran la decisión, aunque, perplejos, no habían creído en realidad sus palabras y venían con la idea de que yo las confirmara o desmintiera, según me contaron más tarde.
Hablé con ellos con la misma confianza y claridad que lo había hecho con ellas casi una semana antes.
Pepe fue quien empezó a hablar, aunque en un principio, no sé si debido a que no había creído a su mujer o a lo disparatado aparentemente de mi petición, no encontraba con claridad las palabras.
-Nos halaga, creo –dijo buscando la aprobación de Federico que perdía la mirada ante la situación en cualquier punto de la casa-, tu petición, sobre todo debido a que te hayas fijado en nuestras cualidades personales, pero es algo que tenemos que valorar con tiempo y tranquilamente.
Yo hice ver que comprendía su observación mientras observaba con atención cómo sus pezones, cubiertos por la finísima tela de la camisa de entretiempo que llevaba, se le marcaban con orgullo, haciendo creer que tenía la mirada perdida ante sus palabras. La verdad es que se hacían notar en cualquier época del año, pero las buenas temperaturas de aquellos días me habían dejado recordar lo prietos y gruesos que los tenía, incluso había imaginado su color en algún sueño húmedo que, por supuesto, no reconocería delante de sus mujeres.
Mientras tanto el silencio nos acompañaba. Mi cabeza intentaba escudriñar lo que cada uno de ellos estaba pensando, aunque los pensamientos de la menuda mujer de Pepe estaban claros: se encontraba entre la idea de ayudarme, por la lástima que mi discurso había hecho crecer, y el enfado de pensar que su marido pudiera querer ayudarme y por lo tanto tener que dejármelo para tales fines.
Les acompañé a la puerta cuando se marcharon y, al cerrarla, unas lágrimas silenciosas salieron de mis ojos, sabiendo que todo había cambiado para siempre.
No pude disimular cuando abrí la puerta de nuevo a Federico, que había dejado olvidadas las llaves del coche. Se notaba que se encontraba incómodo con toda la situación, pero a pesar de ello, como buen caballero que era procuró calmarme. Eso sí, alguien frío nunca me hubiera dejado hundirme en su pecho con un abrazo, tal como hizo él, para que pudiera notar que el cuerpo que me rodeaba era más fuerte de lo que había imaginado, que su corazón latía sereno y con fuerza o que tenía un olor totalmente masculino.
-Por mi parte hubiera sido todo más fácil –me dijo antes de despedirse con un beso paternal en mi frente-. Lo malo es que ahora debemos consultarlo. Al menos no tendremos que mentir si…
Yo le tapé la boca con mi mano haciéndole ver que no quería escuchar nada más y él, con la cabeza baja (no sé si por su altura) volvió a entrar en el ascensor.
 
Los días que pasaron antes de que alguno de los cuatro pasara por el bar de nuevo se hicieron eternos, mucho más las noches, en las que maldecía el no habérselo dicho a Federico y punto, pues me había confirmado que él estaba dispuesto. Fue él mismo quien se pasó una mañana para quedar conmigo y comunicarme la decisión que habían tomado. Procuré quedar lo antes posible, aunque dando tiempo para intentar prepararme, pensando de que no lo había logrado.
Estando allí, frente a los cuatro, me temblaban las manos y mi cuerpo sudaba como una novata en su primer día de instituto.
Ellas fueron las que llevaron el peso de la conversación, siendo, quizá, más sinceras de lo que yo esperaba. Comenzaron por afirmar que la petición no les había hecho ninguna gracia, que entendían mi postura, mi decisión, y la elección de que hubiera escogido a sus maridos, pero que seguían preguntándose por qué precisamente ellos y no otros. Yo había dado parte de mis explicaciones, pero no podía confesarles que habían sido sus maridos los que, apareciendo en multitud de mis sueños, se habían ido convirtiendo en los elegidos.
Después pasaron a decirme que habían expuesto mi petición a sus maridos con la idea de que ellos fueran los que decidieran, pero que ellos no habían querido tomar una decisión realmente sin tener claro si sus relaciones se verían afectadas por toda la historia, lo que les había llevado, por separado, lógicamente, a largas charlas de alcoba y noches sin dormir. Conversaciones que también les habían llevado a hablar entre ellas y entre ellos largamente, pues una condición que ellas habían puesto es que, o lo hacían los dos o ninguno, a pesar de que yo hubiera mostrado la idea de que con uno al menos sería suficiente.
La mujer de Pepe aún afirmaba no estar cómoda ante la situación, a lo que yo no pude decirle que a mí me pasaba igual y que aún me preguntaba si no tendría que lamentarlo.
Un “lo haremos” casi susurrado de labios de Federico no logró que mi nerviosismo se marchara, ni que alejara esos pensamientos de mi mente. A continuación, fue Pepe quien comentó que yo me debería encargar de organizarlo todo, y su mujer, ante un gesto que creo que estaba inundado de un gran amor hacia su marido principalmente, me pidió que los tratara bien, y no como simples sementales. Les juré que así sería y que, procuraría compensar todo el esfuerzo y la confianza puesta en mi.
Ninguno sonreímos en toda la conversación. Yo, que pensaba que si me decían que sí daría saltos mortales fui a casa absorta y preocupada ante la idea de que intentar cumplir con la petición hecha por ellas quizá no fuera fácil.
Tardé unas dos semanas en tenerlo todo listo, ayudada ligeramente por ellas, pues fui dando pasos tras consultarles los detalles más importantes.

Finalmente, habíamos decidido que utilizaríamos un fin de semana (yo pediría dos días de vacaciones en el bar) y que utilizaríamos una casa costera, ya que, aunque ya hacía calor, la zona en que vivíamos era de interior. La idea era utilizar para el acto únicamente la mañana del domingo, por lo que, intentando ser una buena anfitriona, había inventado ciertas actividades para el sábado.
Salimos el viernes por la tarde, para llegar allí esa misma noche. Yo misma conducía, así que quedamos en un lugar cercano a su trabajo para recogerlos. Estaban solos y se veía que se habían arreglado ligeramente. No podía imaginar qué les podrían haber dicho sus mujeres al verlos salir así, para este fin, ni qué podrían pensar (seguramente yo no hubiera sido tan generosa).
Llegamos a la casa sobre las siete de la tarde. Era un apartamento bastante amplio, con una cama de matrimonio y una habitación individual, tal como había pedido a la agencia. En todo el camino ninguno de los dos sonrió, a pesar de las posibles bromas que yo, que seguramente estaba más nerviosa (y por qué no confesarlo, también más ansiosa que ellos) iba haciendo. No obstante, yo conocía mis planes y ellos no.
Nada más llegar les entregué, a cada uno, una carta que sus mujeres habían escrito y que ellos debían leer en voz alta. En ella les pedían que confiaran en mí, tal como lo hacían ellas, y les explicaban que habían decidido poner ciertas condiciones sobre las que les preguntarían a la vuelta, les indicaban que fueran lo caballeros que sabían ser y que, sobre todo, no hicieran nada que no quisieran hacer.
Yo, a continuación, les indiqué que dormirían los dos juntos en la cama de matrimonio y que yo no dormiría con ellos.
-Ahora dejad las maletas que vamos a cenar –les dije señalando las maletas-. Por cierto, hoy no tendréis que cumplir.
Me dio la impresión de que los dos se relajaban, y es que, follar en estas condiciones seguramente era algo incómodo para ellos. No obstante, cuando regresaron seguí explicándoles cosas:
-Bien, ahora tendréis que decidir si participáis en mi juego o no –mi idea era ponerles cachondos durante el fin de semana, antes de los correspondientes coitos-. Aquí tenéis una serie de normas para regir la convivencia durante estos días.
Pepe fue quien más rápido se acercó a ellas, una ligera sonrisa me confirmó que, pese a su incertidumbre, aquello le gustaba. Precisamente quiso leerlas en voz alta. En principio eran normas muy sencillas, como tener las puertas abiertas del apartamento en todo momento (salvo cuando hiciéramos nuestras necesidades). Otra de las normas era que yo sería quien les vestiría, a no ser que les pidiera que fueran ellos mismos quienes se cambiaran de ropa, utilizando la ropa que yo les pidiera y haciéndolo delante de mi. Por último, salvo que les diera permiso, yo sería la encargada de ducharles durante el fin de semana, sin utilizar colonias ni desodorantes.
-Ahora podéis firmar aceptando las normas o no, respetaré vuestra decisión.
Pepe no tuvo problemas, fue el primeo en coger el boli que había dejado por allí y firmar la hoja. Federico lo hizo después, pareciendo algo más incómodo.
-Muchas gracias, chicos. Esto os facilitará mucho las cosas. Ahora os toca quitaros los calzoncillos.
 
Les miré atentamente los paquetes, quería ver lo que iba a disfrutar lo antes posible, pero ellos parecían no estar dispuestos a ello. Pepe fue el primero en actuar, con bastante rapidez, pero dándome la espalda, por lo que pude admirar su trasero, un trasero redondito que coronaba unas piernas bien formadas y peludas, fruto de años de entrenamiento como futbolista. Me pareció ver algo de lo que colgaba, pero fue más intuición que otra cosa. Al terminar de ponerse el pantalón se volvió y me entregó los slips que llevaba puestos.
Federico también se volvió para quitárselos. Su trasero era menos redondito, más plano, pero tenía una piel coloradita muy bonita. Tenía menos vello en las piernas que Pepe, lo que hacía que no tuviera nada de pelo en el trasero. También me entregó los slips, que eran de esos de algodón con dibujitos pequeños, siguiendo el ejemplo de su compañero, tras ponerse de nuevo el pantalón.
Volví a centrar mi mirada en los paquetes por unos instantes. A Pepe, que llevaba puestos unos vaqueros, se le marcaba bien el bulto, pero se veía más recogidito que el de Federico, que, con unos pantalones de vestir de verano, daba más libertad a su pájaro, que, por cierto, me pareció bajo la ropa más largo y grueso que el de su amigo.
Les indiqué que teníamos que irnos marchando y los dos me dejaron salir del apartamento primero. Había reservado una mesa en un restaurante cercano que, a pesar de la época que no era muy propicia, abría aquellos fines de semana, sirviendo de refugio para unas cuantas parejas de amantes que, seguramente hasta el sábado por la mañana no llegarían. De hecho, cenamos prácticamente solos.
La cena, basada en marisco, fue, tal como les expliqué, una de mis maneras de agradecerles el esfuerzo. Durante la misma llené sus copas de vino rosado, puesto que ya les había explicado que esa noche no debían cumplir con su trabajo. No sé si fueron dos botellas entre los tres, el efecto afrodisiaco de la comida o las historias y batallitas picantonas que me contaron, según ellos, de su época de solteros, lo que hizo que me pusiera bien cachonda.
Ayudó el vino, que hizo que tuviéramos que ir en varias ocasiones al baño. Debo reconocer, que a la vuelta del baño, el que más me ponía era Federico, pues la tela de sus pantalones no dejaba, casi, espacio a la imaginación, haciendo que sus muslos movieran en cada paso su cimbrel de un lado a otro.
Pagué con la tarjeta antes de salir a tomar una copa al único bar del pueblo, donde acompañaron mis bailes, demostrando Pepe que se movía mejor que Fede, que incluso diría que no había bailado en toda su vida y que estaba haciendo un esfuerzo por mi.
No tardamos en volver al apartamento, sudados y borrachos. Les llevé a su habitación y preparé su cama antes de desnudarles en la oscuridad. Casi no podían moverse de la tajada que llevaban. Les abrí la ventana para que entrara en la habitación algo de fresco, y al darme la vuelta me di cuenta de que la luna creciente me permitía intuir ligeramente sus cuerpos.
Me puse frente a ellos y me desnudé, no sin antes llamar la atención sobre el calor que sentía. Yo, gracias al vino, estaba muy caliente, pero precisamente sabía que ninguno de los dos estaba en las mismas condiciones, así que les besé la frente y me marché a mi cama.
Dormí estupendamente durante toda la noche, totalmente desnuda, notando el fresco de la noche acariciar mi cuerpo.
Fui la primera en despertar. Me acerqué a su habitación para observarles, tendidos en la cama, totalmente desnudos. Fede estaba boca abajo, por lo que sólo pude admirar su espalda, que siempre me había parecido perfecta, totalmente sonrosadita, cubierta por una fina capa de sudor que hacia que su cabello se hubiera humedecido también. Sus piernas, delgadas y ligeramente abiertas, permitían que viera sus huevos, unos huevos redonditos y gordos, sin vello. Su trasero parecía más bonito de lo que me había parecido el día anterior.
Se había quedado en un lado de la cama, porque el resto lo ocupaba el cuerpo de Pepe, con la piel perlada de sudor. Uno de sus brazos se levantaba por encima de la cabeza, mientras el otro salía colgando de la cama, dejando su preciosa mano colgando.
Sus pectorales estaban perfectamente definidos, cubiertos de un vello rizado y oscuro, coronados por hermosos pezones. En su barriga, ahora casi inexistente por la postura, un hilo de sudor corría hasta el ombligo. Desde él, salía un vello recortadito que, bajando y ampliándose ligeramente, se apropiaba de todo su pubis. Su pene era más largo y grueso de lo que yo había imaginado. Descansaba sobre sus testículos, sin dejar ver la cabeza que estaba cubierta de piel, y que era más gruesa que el resto del cuerpo de su sexo. Sus piernas abiertas, se veían totalmente fibradas.
No pude dejar pasar la oportunidad y les hice varias fotografías con el móvil mientras aún dormían, para después prepararme un café con leche. El olor del café, según me dijo, a pesar de que había cerrado la puerta de la cocina, despertó a Federico, que entró en la cocina con naturalidad, totalmente desnudo, con los efectos naturales del despertar en un macho, aunque no me atreví a mirarle el pene directamente. Bostezó una vez, desperezando su cuerpo, estirándolo totalmente ante mi, mientras se tocaba la cabeza.
Había imaginado su cuerpo sin vello pero me equivoqué, ya que, aunque no fuera excesivo y sólo se centrara en los pectorales, que estaban más marcados de lo que yo esperaba, algo de vello delgado y rizado tenía. Sus pezones, oscuros, eran pequeños y se veían relajados. No entendía cómo un cuerpo así, con las extremidades tan delgadas y el tronco tan ancho, podía excitarme tanto.
Le preparé un café con leche, tal como me pidió, y se lo puse delante, sentándome yo al lado. Crucé las piernas por no mostrarle que había empezado a abrirme para él, ya que aquella mañana tampoco tocaba, mientras él, colocándose bien la polla y los huevos, se sentaba con naturalidad a mi lado.
La charla de la mañana se centró en los planes para ese día. Le comenté que iríamos a la playa, que tenía sus bañadores preparados, y que ya no saldríamos del apartamento para comer ni para cenar, así que tendríamos que ir a hacer la compra. Tras aquello me pidió permiso para darse una ducha, le vi salir de la cocina sin fijarme en nada más que en su trasero, que se movía con perfección mientras andaba.
A Pepe tuve que despertarle, lo que produjo que su pene me saludara, dejando la mullida almohada de su propio escroto libre de peso. La piel de su pene se había estirado totalmente en la erección, la cabeza apuntaba brillante hacia el techo de la habitación. Me hubiera gustado fijarme mejor en sus testículos, pero no era el momento, así que le di un beso en la frente y le pedí que se duchara, mientras le preparaba un café. No tardó mucho en hacerme caso y, al igual que había hecho con Fede, le vi como desayunaba, aunque ahora con el pene relajado.
La siguiente en ducharse fui yo, con la puerta abierta, tal como había dispuesto en las normas, tocándome, excitada con la idea de que estuvieran desnudos por la casa, con la esperanza de que alguno de ellos viniera a observarme, a tocarme para comprobar que me tenían excitada. Pero no, no pasó.
 
La sorpresa que ahora les tenía preparada no se hizo esperar: aparecí ante ellos con dos bañadores de slip, que serían la única ropa que durante el día llevarían. Mientras a Pepe la idea le pareció divertida, e incluso excitante, Fede se mostraba algo más reacio a ponerse algo así. Le tuve que convencer, no sin esfuerzo, haciéndole ver que la zona era más bien frecuentada por extranjeros, que, como había visto el día anterior, había poca gente por allí, que total no se le iba a ver nada, etc. Al final tuvimos que llegar al acuerdo de que también podrían llevar camiseta o camisa si así querían.
Me acerqué primero a ponerle el bañador a Pepe. Le quedaba genial, como un guante. Había procurado que los bañadores fueran lo suficientemente finos como para que se pudiera adivinar todo bajo ellos. Tras colocárselo metió su mano en el paquete y colocó correctamente sus genitales y su polla en él. Después se lo puse a Federico, al que, procure colocar yo misma sus genitales tras habérselo subido, algo que le sorprendió bastante, consiguiendo que su cara cogiera un ligero color colorado.
Elegí una camiseta bastante ajustada Pepe y una camisa para Fede que procuré que quedara abierta
Salimos al supermercado con la lista de la compra que necesitábamos. Tanto en el camino al super, como mientras la compra o en la vuelta a casa (que hice como una reina, ya que ellos procuraron coger todas las bolsas) observaba como sus sexos se movían libremente en el bañador. Sus abultados paquetes eran preciosos y dejaban comprobar a la perfección cómo sus penes se habían colocado en ellos.
Una vez colocada toda la compra en casa bajamos a la playa, acompañados por la bolsa que yo había preparado antes de salir de casa y que, simplemente, suponía toallas para poder tumbarnos cada uno, crema solar y algunos pasatiempos.
La playa no estaba realmente muy poblada, así que no tuvimos problema para colocarnos cerca del mar. Colocamos las toallas (yo en medio, por supuesto) y comencé con mis tácticas: la idea era ponerlos cachondos, pero sin que pudieran tocarme, ya que sabía que la gente de la playa les haría cortarse bastante.

Primero me quité la ropa para quedarme en ropa de baño: había elegido un biquini con poca telita en el pecho y bastante menos en la braga, un tanga que tapaba lo justo. Los dos me miraron por primera vez como objeto de deseo, lo que yo aproveché para acercarme a ellos y quitarles la camiseta y la camisa.

El baño no se hizo esperar. Fede, que había manifestado en varias ocasiones el calor que sentía, fue el primero en acercarse al agua, mientras Pepe y yo nos quedamos algo más rezagados. Fue entonces cuando hice la primera locura, ya que alguna vez me había confesado que le encantaría bañarse desnudo en el mar alguna vez, pese a que no tenía valentía para hacerlo. Mis manos bajaron su bañador, dejando al aire sus encantos, que fueron observados con detenimiento por dos mujeres extranjeras que paseaban por la orilla, sonriendo pícaramente, antes de que saliera corriendo hacia el agua, mientras yo admiraba su espalda, sus glúteos redonditos, sonrosados, ligeramente elevados, imaginando cómo bailaban en su carrera sus huevos y su polla.
El agua estaba bastante fría, seguramente por la época del año. Llegué a ellos justo en el momento en que Pepe le demostraba a Fede que le había desnudado en la playa, lo que provocó una carcajada en ambos. El baño, no obstante, fue bastante tranquilo, haciéndoles ver cómo mis pezones, que se transparentaban totalmente a través de la tela del sujetador, estaban totalmente empinados.
Yo salí la primera, procurando coger con disimulo la cámara de fotos para inmortalizar la salida del agua de los dos. Salieron despacito, andando con tranquilidad, juntos. El hecho de que la playa no tuviera piedras me consiguió unas instantáneas maravillosas. La polla de Pepe , morcillona a pesar de la temperatura del agua, ruborizó a una alemana vieja que pasaba por allí.
Les obligué a que se secaran de pie antes de comenzar a ponerles crema, acariciando sus cuerpos con tranquilidad, con suavidad, sin dejar ni un poco de su piel sin cubrir. Lógicamente, en el caso de Pepe me entretuve más, deteniéndome principalmente en su trasero (que masajeé con morbo) y sus genitales, parando en el momento en que una erección parecía hacerse presente
Fue entonces cuando me tumbé, boca abajo, pidiéndoles que me untaran la crema. Los dos se pusieron manos a la obra, mientras yo me dejaba hacer. Las manos de Pepe eran más impulsivas que las de Fede, que recorría mi cuerpo con una suavidad exquisita, dejando entrever fuerza y sensibilidad. Solo les pedí que no dejaran ni un trozo de piel, así que pudieron aprovechar para tocar mi culo, que siempre había sido objeto de sus miradas en el bar, debido, sobre todo, a lo voluminoso (sin llegar a ser chabacano). Incluso noté como Pepe levantaba ligeramente la tira del tanga y paseaba bajo ella, llegando casi a rozar mi sexo que no sólo estaba húmedo por el agua salada del mar.
Me di la vuelta y me quité la parte de arriba del bañador, para que siguieran untándome. Fede se dedicó a mis piernas, mientras Pepe se entretuvo en mi pecho, susurrándome lo terso, lo duro, lo bonito que lo tenía. Yo sentía que sobre él la mirada de Fede también se había posado, y gozaba al comprobar que mis amplias aureolas estaban volviéndose cada vez más duras y empinadas, así como se empinaba bajo el bañador la polla de Fede o se veía engordar libremente la de Pepe. Estando así fue cuando les pedí que me dejaran y me dediqué a tomar el sol.
Me hice la dormida, mientras los tres dejábamos pasar el tiempo sobre las toallas tendidas en la arena. No pasaba inadvertida la mirada de Federico, que pese a ser más tímido con estas cosas, no me la quitaba de encima, teniéndola morcillona bajo el bañador durante todo el tiempo. Pepe mostraba sus encantos con las piernas abiertas a todo el que pasaba por la orilla de la playa, dándose la vuelta de vez en cuando, como experto playero. Un ratito después decidimos darnos el último baño. Cogí el bañador de Pepe, que había guardado en la bolsa pero dejé que se metiera en el baño desnudo, sobre todo por ver cómo se le encogía debido a la temperatura fría del agua, para ponerle el bañador una vez dentro, no sin antes haberlo hundido ligeramente en la arena del fondo del agua con la idea de que la arena tomara contacto con su pene, con sus glúteos, para poder limpiarle a fondo en casa. Al salir del agua me fijé en que el paquete de Fede seguía estando tan gordo como antes de entrar, me deleité viendo cómo se movía de un lado a otro según adelantara una u otra pierna, intentando averiguar dónde caía el grueso de su pene. Yo misma, sin haber dado tiempo a que se secaran, les puse la camiseta de tirantes a Pepe (que permitía admirar sus brazos y hombros bien contorneados) y la camisa que, abierta, dejaba que todo el mundo admirase la barriga de Fede. Yo, por mi parte, me puse un blusón de playa, casi transparente, y me quité el tanga apretándolo contra mi sexo al preguntar si se transparentaba o no a mis dos caballerosos amigos.
Al llegar a casa les pedí que prepararan la comida mientras yo me daba una ducha. Pepe, que había ido todo el camino incómodo con la arena rozando entre el slip y su piel me pidió que le permitiera ducharse, pero le puse como condición que antes dejaran puesta la mesa, para después pasar por el baño, pues yo les estaría esperando.
No tardaron mucho en acompañarme en la ducha. Fede fue el primero en entrar conmigo. Yo me puse de rodillas. Besé la punta de su pene, aún dentro del bañador, antes de desnudarle despacio. Su pene, grueso, sobre sus pelotas, se mostró ante mi con frescura (seguramente debido a la humedad del bañador) haciendo difícil que no acariciara su escroto, totalmente redondeado, sonrosado, notando sus imponentes pelotas. Dirigí la alcachofa de la ducha, con la que había jugado mientras estaba sola, logrando que mi sexo se abriera antes de que ellos entraran, para dirigirla directamente sobre sus huevos, que se encogieron ligeramente. Después la coloqué en su sitio y le puse debajo del agua, para cerrarla a continuación. Repartí con delicadeza el jabón por todo su cuerpo: primero su espalda, que había tomado un color rojizo por el efecto del sol, más tarde su pecho, acariciando con suavidad sus pezones, pasé por su barriga, haciéndole creer que bajaría hasta su sexo, lo que hizo que se le pusiera morcillona, pero saltándola para llegar a sus muslos, en lo que me entretuve, sobre todo, en las ingles. De allí pasé a sus prietos glúteos, limpiando bien la raja.
Cuando llegué a su sexo estaba totalmente erecto, con la piel totalmente retirada, por lo que, con delicadeza, extendí el jabón por el falo y por sus huevos, ahora totalmente apretados contra la carne del pene. Su respiración se hizo fuerte, mientras mi mirada no se apartaba de la suya, parando al sentir que, si seguía, no habría marcha atrás. Fue entonces cuando, con rapidez, abrí de nuevo la ducha, enjuagando todo el jabón que le había puesto con agua fría, con la intención de bajar su excitación.
Salió de la ducha con la piel totalmente brillante, oliendo a jabón como ninguno de mis amantes había olido en la vida, para dejar paso a Pepe, que nos había estado observando, tal como ahora lo haría Fede.
Me puse detrás de él antes de quitarle el bañador, para, desde ahí, enganchar su polla, cubierta de tierra que restregué por todo su sexo, esfoliándolo, mientras que con la otra mano extendía restregaba también la tierra que había quedado en sus glúteos. Sus manos se apoyaban en la pared en la que estaba la ducha, mientras su espalda se movía con cada uno de los movimientos que yo ejercía sobre su piel. Fue él, con la intención de acabar pronto aquel roce que, dada la bajada de tensión en su miembro, parecía no gustarle, quien abrió el agua, mientras yo seguía jugando con él. El primer chorro de agua que le cayó le hizo encogerse ligeramente por el frescor, hasta que su cuerpo se acostumbro y él subió la cabeza gimiendo de placer. Fue entonces cuando, una vez eliminada la arena, repetí el masaje que le había dado a Fede, que observaba aún con la polla erecta. Una vez enjuagado le hice salir para secarse antes de que ellos me secaran a mí.
Tal como quedamos tras la ducha bajamos a comer y, después, a pesar de observar que sus excitaciones seguían ligeramente latentes en sus miembros, me retiré para dormir la siesta.
Desde mi cama escuché a Pepe:
-La niña me está poniendo bien cachondo.
Fede no hizo comentario, pero yo, sabiéndome deseada, me toqué como nunca lo había hecho, siendo consciente de que estaba jugando bien mis cartas.
La quietud de la siesta y una ligera brisa que entraba en la habitación logró que descansara, tras haberme excitado, una media hora, tras la que les descubrí, totalmente desnudos, durmiendo frente a la tele. Intentando que no me descubrieran, recogí con la cámara de mi teléfono la imagen, e incluso algunos detalles de sus cuerpos.
 
Yo me puse de nuevo un biquini, esta vez con braguita brasileña, y a ellos les puse otro bañador slip, tan fino como el anterior, pero en color blanco, para hacerles salir al porche de la casa.
Era la hora que había pactado con sus mujeres, así que ellos tendrían que llamarlas para confirmar si lo iban a hacer o no. Lo cierto es que en aquel momento estuve a punto de echarme para atrás, pues se habían comportado excesivamente bien conmigo, ya que, después de haberles excitado tanto, habían respetado los parones que yo les había provocado.
Les observaba a través de las ventanas, ambos estaban de pie, con los teléfonos. Sus cuerpos me excitaban cada vez más, sus paquetes me parecían cada vez más apetitosos, y ellos eran cada vez mejores personas. Sus caras estaban serias, incluso Fede llegó a dejar correr algunas lágrimas. Estuvieron hablando más de tres cuartos de hora antes de entrar en casa para sentarnos a hablar.
-No quiero que hagáis algo de lo que podáis arrepentiros. Antes de seguir vestíos y dar una vuelta por ahí. Nos vemos aquí en una hora, yo mientras prepararé la cena.
Salieron los dos juntos de casa, charlando, puede que no precisamente de nuestro plan, mientras yo le daba vueltas a la cabeza, que por un lado quería que dijeran que sí, pero por otro esperaba que todo aquello no hubiera sido más que un juego que no tuviera que llegar al final.
Preparé una cena llena de deliciosos bocados, con la idea de agradecer el cariño con el que me habían tratado durante todo el fin de semana, durante todo el tiempo en que habíamos compartido charlas en el bar.
Fede fue el primero en llegar a la puerta de la casa, algo antes de que se cumpliera la hora prevista. Cuando abrí la puerta y le vi, las piernas comenzaron a temblarme como a una colegiala. Él me miraba con su seriedad habitual. Sus manos se acercaron a mi cintura a la vez que entraba y cerraba la puerta. Yo, que andaba vestida con el tanga de un biquini y un blusón fino solamente sentí sus manos fuertes y me ericé. Poco a poco bajó su cabeza, hasta lograr besar con sus finos labios los míos, sellando un sí que hizo que unas cuantas lágrimas recorrieran mis mejillas. Se retiró dulcemente, yo aproveché para desabrochar su camisa, acariciar su pecho y retirar la ropa de su cuerpo, totalmente embriagada por él. Su redondo paquete se dejaba notar bajo sus pantalones, que desabroché y bajé para descubrir de nuevo el bañador que se ajustaba perfectamente a su anatomía, sin quitar libertad alguna.
Le llevé a uno de los sofás, le senté y le pedí que esperara, para marcharme a terminar de preparar la cena.
La puerta volvió a sonar para que apareciera Pepe con su blanca sonrisa picante. Me miró, tocó su paquete por encima de la ropa, colocándosela como cuando una erección comienza a producirse y, con sus perfectos oyuelos, sin mirar nada más que mi escote, dijo:
-Me tienes tan cocido que no me voy a ir sin descargarme.
Fede le había ganado en ternura, pero el canalla de Pepe me hacía sonreír como a una colegiala. Le agarré del polo que llevaba puesto y le quité la ropa, salvo el bañador, con más rapidez que a Fede, para sentarlo junto a él.
La cena, tras la cual todo se haría realidad, estaba ya terminada, así que me agaché para coger uno de los manteles que había visto en el mueble del salón mientras les explicaba que íbamos a cenar como verdaderos señores. Puse el mantel en la mesa cuando noté que alguien se acercaba por detrás de mi. Fede me abrazó por la cintura y acercó su boca a uno de mis oídos.
-No he vuelto para cenar.
Su susurro se acompañó del movimiento de su mano que, habiendo levantado ligeramente el blusón entró entre mi sexo y la tela del tanga. Sus finos y largos dedos fueron extremadamente delicados acariciando mi vulva, paseando por mis labios, mientras su otra mano acariciaba mi pecho, deteniéndose con la yema de sus dedos en mis aureolas. Mi cuerpo se rindió ante sus caricias, dejando caer mis codos sobre la mesa. Me hacía moverme como una auténtica puta, mientras apretaba su paquete contra mis glúteos. Su respiración caliente caía sobre mi cuello, mientras oía como Pepe hacía algún chascarrillo por la situación a nuestras espaldas.
Yo, cada vez que se apretaba contra mí, notaba como su dulce paquete iba endureciéndose, así que decidí quitarle el bañador, cosa que me resultó bastante difícil por la postura, ya que él no me dejaba moverme. Al menos conseguí que su pene endurecido saliera de él para rozarse con mi piel, mientras comenzaban mis bajos a humedecerse y abrirse para sus dedos. Los sacó impregnados en fluidos para llevarlos hasta mi boca, que chupé con dulzura, tras lo cual me movió para desnudarme frente a Pepe.
Me llevó al sillón, justo frente a la mirada del otro, para ponerme a cuatro patas. Pepe sonreía, mirándonos, mientras su pene, guardado en el bañador, quería salir endurecido para observarlo todo.
Noté como la polla de Fede se colocaba en mi vagina y, sin mucho esfuerzo, la metió en mi interior. Noté cómo sus testículos rozaban la parte alta de mis muslos. Un gemido me obligó a morder mis labios. La notaba suave, totalmente erecta, ligeramente curvada hacia arriba y mucho más gruesa de lo que me había parecido. Cuando la sacó la imaginé totalmente brillante, cubierta por mis propias babas.
Comenzó a follarme con dulzura, agarrándome por la cintura, entrando y saliendo despacio al principio, pero tomando ritmo conforme yo intentaba cerrar los labios para que nunca la sacara de allí. Le imaginaba mirándome la espalda con ternura, mientras yo gemía y ponía mis ojos en el cuerpo, algo más atlético, de Pepe, que parecía ofrecer su paquete, con las piernas totalmente abiertas y las manos descansando en su cuello.
Yo me sabía sudada, sonrosada, erizada, notando como a cada embiste mis pechos se movían hacia delante y detrás. De repente Fede me metió la polla con violencia, abrazándose a mi, notando yo su cuerpo, también sudado, caliente, sobre mi espalda, mientras me abrazaba por la barriga, totalmente curvado tras de mi. Sacó su polla y con un movimiento preciso logró que me diera la vuelta.
Apoyé mi cabeza sobre uno de los reposabrazos del sofá y abrí mis piernas bajo él. Le miré la polla, estaba preciosa, totalmente erecta, con la cabeza totalmente estirada y brillante, por lo que no me pude resistir a cogerla y ponerla en mi agujero, mientras con la otra mano apretaba sus glúteos hacia mí, deseando que no dejara de meterla. Me penetró con fuerza, sin parar, sin dejar caer su cuerpo sobre mí, que se movía con dulzura. Yo, ansiosa, apretaba sus nalgas contra mí, observaba su pecho, rozaba sus pezones, subía mi mano hasta su cabeza, acariciaba su cuello… mientras ofrecía mi sexo y gemía como una auténtica puta. Cada vez que apretaba los músculos de mi vagina sentía cómo se erizaba todo su cuerpo, a veces, paraba incluso para evitar la corrida que yo quería sentir ya.
Pepe, desde mi espalda, nos animaba:
-Dale caña, venga, que saque lo puta que es. Mira cómo le gusta –decía cada vez que yo gemía-.
De repente comencé a sentir el calor de un orgasmo en mi sexo (era la primera vez que un tío lograba aquello sólo con su polla) y decidí que él se corriera conmigo. Comencé a apretar su cuerpo contra mi sexo, mientras con la otra mano cogía su polla y apretaba por un lado con mis dientes los labios de mi boca y por otro los labios de mi vagina. Su escroto, totalmente pegado a su pene me hizo pensar que estaba a punto, así que decidí acariciarlo, no sin dificultad, con la yema de mis dedos a la vez. El interior de mi cuerpo comenzó a gritar mientras expulsaba por mi vagina los fluidos de mi orgasmo, que hicieron que, a pesar de mis esfuerzos por apretar su polla con mis labios vaginales, resbalara hasta el interior, sintiendo como él también se corría. Nuestros cuerpos se erizaban, se convulsionaban a cada roce que el otro produjera en nuestro sexo. Yo, por mi parte, notaba latir su grueso pene en mi interior, sentía su lefa corriendo por todas las paredes de mi húmeda vagina. Su semen era caliente, denso,…
Me la sacó estando aún erecta, totalmente brillante, babeando aún, y se puso de pie junto a mi cara. Creo que fue la misma excitación, que no me dejaba parar de tocar mi sexo, la que hizo que le cogiera el pene y lo metiera en mi boca, intentando como una ilusa que todo su semen entrara en mi cuerpo. Él gemía exhausto mientras tanto, después del ejercicio, llevando sus manos a su cabeza, incapaz de creer lo que había pasado, mientras su pene aún sensible le hacía temblar con cada roce de mi lengua.
-Voy a tener que esforzarme para superar esto. –dijo Pepe cuando ya los dos habíamos conseguido relajarnos-.
 
Yo me puse de nuevo un biquini, esta vez con braguita brasileña, y a ellos les puse otro bañador slip, tan fino como el anterior, pero en color blanco, para hacerles salir al porche de la casa.
Era la hora que había pactado con sus mujeres, así que ellos tendrían que llamarlas para confirmar si lo iban a hacer o no. Lo cierto es que en aquel momento estuve a punto de echarme para atrás, pues se habían comportado excesivamente bien conmigo, ya que, después de haberles excitado tanto, habían respetado los parones que yo les había provocado.
Les observaba a través de las ventanas, ambos estaban de pie, con los teléfonos. Sus cuerpos me excitaban cada vez más, sus paquetes me parecían cada vez más apetitosos, y ellos eran cada vez mejores personas. Sus caras estaban serias, incluso Fede llegó a dejar correr algunas lágrimas. Estuvieron hablando más de tres cuartos de hora antes de entrar en casa para sentarnos a hablar.
-No quiero que hagáis algo de lo que podáis arrepentiros. Antes de seguir vestíos y dar una vuelta por ahí. Nos vemos aquí en una hora, yo mientras prepararé la cena.
Salieron los dos juntos de casa, charlando, puede que no precisamente de nuestro plan, mientras yo le daba vueltas a la cabeza, que por un lado quería que dijeran que sí, pero por otro esperaba que todo aquello no hubiera sido más que un juego que no tuviera que llegar al final.
Preparé una cena llena de deliciosos bocados, con la idea de agradecer el cariño con el que me habían tratado durante todo el fin de semana, durante todo el tiempo en que habíamos compartido charlas en el bar.
Fede fue el primero en llegar a la puerta de la casa, algo antes de que se cumpliera la hora prevista. Cuando abrí la puerta y le vi, las piernas comenzaron a temblarme como a una colegiala. Él me miraba con su seriedad habitual. Sus manos se acercaron a mi cintura a la vez que entraba y cerraba la puerta. Yo, que andaba vestida con el tanga de un biquini y un blusón fino solamente sentí sus manos fuertes y me ericé. Poco a poco bajó su cabeza, hasta lograr besar con sus finos labios los míos, sellando un sí que hizo que unas cuantas lágrimas recorrieran mis mejillas. Se retiró dulcemente, yo aproveché para desabrochar su camisa, acariciar su pecho y retirar la ropa de su cuerpo, totalmente embriagada por él. Su redondo paquete se dejaba notar bajo sus pantalones, que desabroché y bajé para descubrir de nuevo el bañador que se ajustaba perfectamente a su anatomía, sin quitar libertad alguna.
Le llevé a uno de los sofás, le senté y le pedí que esperara, para marcharme a terminar de preparar la cena.
La puerta volvió a sonar para que apareciera Pepe con su blanca sonrisa picante. Me miró, tocó su paquete por encima de la ropa, colocándosela como cuando una erección comienza a producirse y, con sus perfectos oyuelos, sin mirar nada más que mi escote, dijo:
-Me tienes tan cocido que no me voy a ir sin descargarme.
Fede le había ganado en ternura, pero el canalla de Pepe me hacía sonreír como a una colegiala. Le agarré del polo que llevaba puesto y le quité la ropa, salvo el bañador, con más rapidez que a Fede, para sentarlo junto a él.
La cena, tras la cual todo se haría realidad, estaba ya terminada, así que me agaché para coger uno de los manteles que había visto en el mueble del salón mientras les explicaba que íbamos a cenar como verdaderos señores. Puse el mantel en la mesa cuando noté que alguien se acercaba por detrás de mi. Fede me abrazó por la cintura y acercó su boca a uno de mis oídos.
-No he vuelto para cenar.
Su susurro se acompañó del movimiento de su mano que, habiendo levantado ligeramente el blusón entró entre mi sexo y la tela del tanga. Sus finos y largos dedos fueron extremadamente delicados acariciando mi vulva, paseando por mis labios, mientras su otra mano acariciaba mi pecho, deteniéndose con la yema de sus dedos en mis aureolas. Mi cuerpo se rindió ante sus caricias, dejando caer mis codos sobre la mesa. Me hacía moverme como una auténtica puta, mientras apretaba su paquete contra mis glúteos. Su respiración caliente caía sobre mi cuello, mientras oía como Pepe hacía algún chascarrillo por la situación a nuestras espaldas.
Yo, cada vez que se apretaba contra mí, notaba como su dulce paquete iba endureciéndose, así que decidí quitarle el bañador, cosa que me resultó bastante difícil por la postura, ya que él no me dejaba moverme. Al menos conseguí que su pene endurecido saliera de él para rozarse con mi piel, mientras comenzaban mis bajos a humedecerse y abrirse para sus dedos. Los sacó impregnados en fluidos para llevarlos hasta mi boca, que chupé con dulzura, tras lo cual me movió para desnudarme frente a Pepe.
Me llevó al sillón, justo frente a la mirada del otro, para ponerme a cuatro patas. Pepe sonreía, mirándonos, mientras su pene, guardado en el bañador, quería salir endurecido para observarlo todo.
Noté como la polla de Fede se colocaba en mi vagina y, sin mucho esfuerzo, la metió en mi interior. Noté cómo sus testículos rozaban la parte alta de mis muslos. Un gemido me obligó a morder mis labios. La notaba suave, totalmente erecta, ligeramente curvada hacia arriba y mucho más gruesa de lo que me había parecido. Cuando la sacó la imaginé totalmente brillante, cubierta por mis propias babas.
Comenzó a follarme con dulzura, agarrándome por la cintura, entrando y saliendo despacio al principio, pero tomando ritmo conforme yo intentaba cerrar los labios para que nunca la sacara de allí. Le imaginaba mirándome la espalda con ternura, mientras yo gemía y ponía mis ojos en el cuerpo, algo más atlético, de Pepe, que parecía ofrecer su paquete, con las piernas totalmente abiertas y las manos descansando en su cuello.
Yo me sabía sudada, sonrosada, erizada, notando como a cada embiste mis pechos se movían hacia delante y detrás. De repente Fede me metió la polla con violencia, abrazándose a mi, notando yo su cuerpo, también sudado, caliente, sobre mi espalda, mientras me abrazaba por la barriga, totalmente curvado tras de mi. Sacó su polla y con un movimiento preciso logró que me diera la vuelta.
Apoyé mi cabeza sobre uno de los reposabrazos del sofá y abrí mis piernas bajo él. Le miré la polla, estaba preciosa, totalmente erecta, con la cabeza totalmente estirada y brillante, por lo que no me pude resistir a cogerla y ponerla en mi agujero, mientras con la otra mano apretaba sus glúteos hacia mí, deseando que no dejara de meterla. Me penetró con fuerza, sin parar, sin dejar caer su cuerpo sobre mí, que se movía con dulzura. Yo, ansiosa, apretaba sus nalgas contra mí, observaba su pecho, rozaba sus pezones, subía mi mano hasta su cabeza, acariciaba su cuello… mientras ofrecía mi sexo y gemía como una auténtica puta. Cada vez que apretaba los músculos de mi vagina sentía cómo se erizaba todo su cuerpo, a veces, paraba incluso para evitar la corrida que yo quería sentir ya.
Pepe, desde mi espalda, nos animaba:
-Dale caña, venga, que saque lo puta que es. Mira cómo le gusta –decía cada vez que yo gemía-.
De repente comencé a sentir el calor de un orgasmo en mi sexo (era la primera vez que un tío lograba aquello sólo con su polla) y decidí que él se corriera conmigo. Comencé a apretar su cuerpo contra mi sexo, mientras con la otra mano cogía su polla y apretaba por un lado con mis dientes los labios de mi boca y por otro los labios de mi vagina. Su escroto, totalmente pegado a su pene me hizo pensar que estaba a punto, así que decidí acariciarlo, no sin dificultad, con la yema de mis dedos a la vez. El interior de mi cuerpo comenzó a gritar mientras expulsaba por mi vagina los fluidos de mi orgasmo, que hicieron que, a pesar de mis esfuerzos por apretar su polla con mis labios vaginales, resbalara hasta el interior, sintiendo como él también se corría. Nuestros cuerpos se erizaban, se convulsionaban a cada roce que el otro produjera en nuestro sexo. Yo, por mi parte, notaba latir su grueso pene en mi interior, sentía su lefa corriendo por todas las paredes de mi húmeda vagina. Su semen era caliente, denso,…
Me la sacó estando aún erecta, totalmente brillante, babeando aún, y se puso de pie junto a mi cara. Creo que fue la misma excitación, que no me dejaba parar de tocar mi sexo, la que hizo que le cogiera el pene y lo metiera en mi boca, intentando como una ilusa que todo su semen entrara en mi cuerpo. Él gemía exhausto mientras tanto, después del ejercicio, llevando sus manos a su cabeza, incapaz de creer lo que había pasado, mientras su pene aún sensible le hacía temblar con cada roce de mi lengua.
-Voy a tener que esforzarme para superar esto. –dijo Pepe cuando ya los dos habíamos conseguido relajarnos-.
Buffff, que empalme llevo!! 🫣
 
Me incorporé ligeramente para mirarle. Su pene estaba completamente alzado dentro del bañador, lo que hacía que sus testículos se vieran por los agujeros de los muslos. Fue entonces cuando me di cuenta de que, a pesar de ser un hombre velludo, no tenía pelos en ellos.
Fue entonces cuando se levantó y acercó su paquete a mi cara.
-No pienso dejarte descansar –dijo con una sonrisa pícara y brillante, mientras en sus mejillas los hoyuelos me cautivaban-.
Le bajé el bañador y su pene saltó ante mi como un trampolín. Él mismo se encargó de quitárselo totalmente y se marchó para sentarse al otro lado del sofá que yo ocupaba. Mis piernas se veían brillantes, en parte por el sudor despedido, por otro lado por todo lo que mi vagina acababa de lanzar, pero a él no le importó y comenzó a lamerlas. Ni siquiera le dio asco la idea de que Fede se hubiera corrido dentro de mí cuando comenzó a lamer mi rajita. Lo hacía con dulzura, la misma con la que yo me había imaginado antes chupándole los testículos. Yo comencé a jadear pronto, temiendo otro orgasmo en poco tiempo, pero dejándome llevar por sus lametones, a los que pronto acompañaron alguno de sus dedos. Todo entraba con facilidad, decía que Fede me había dejado muy abierta y que así no iba a empezar a follarme. De pronto se incorporó y se puso sobre mi, mostrándome uno de sus dedos, brillante, ligeramente manchado de semen de Fede, para después posármelo en los labios. Yo lo cogí con mi lengua mientras le miraba, hasta que volvió de nuevo a mis bajos.
Busqué entonces a mi primer amante en la habitación, pero no estaba. Seguramente su sensibilidad no le dejaba ver aquello, o necesitara descansar después de tanto ajetreo. Pepe me estaba llevando al extremo, pero evitaba que me corriera, parando cada vez que parecía que no iba a poder resistirme. Yo admiraba sus brazos, sus hombros, mientras acariciaba su cabello. Deseaba que parase para poder lamer cada uno de sus músculos, pero no dejaba su trabajo.
Poco a poco fue bajando el ritmo de sus lametones, y se alejó de mi sexo subiendo hasta mi ombligo, para después levantarse y ponerse de pie en el centro de la habitación. Volví a admirar su cuerpo, con los músculos más definidos que el de Fede. Me encantaba su pecho, totalmente cubierto de vello (sin exagerar) coronado por los pezones que desde que le conocí había intuido bajo sus camisas. Me parecía la almohada ideal donde apoyar mi cabeza para descansar, incluso su barriga, que a pesar de no ser la de una escultura griega, era algo más plana que el excitante y redondeado estómago de Fede, toda cubierta de vellos, oscuros, finos y rizados, parecía mullida.
Su mirada, su sonrisa, seguían siendo las mismas.
-¿De verdad quieres que te preñemos?
Sus palabras hicieron que me acercara afirmando ligeramente con la cabeza, sintiendo el sudor, o quizá otras cosas, cayendo lentamente por mis piernas, y cuando estuve frente a él puse mis manos en sus hombros, intentando alcanzar su boca para besarla, pero él retiró la cara y sólo pude besar su cuello.
Fede entró en ese momento por la puerta. Seguía sudado aún, su polla seguía algo morcillona, incluso aún se veía su cabeza y su agujerito aún goteando. Llevaba en una mano una copa llena de vino, de las que había preparado para la cena, y en la otra uno de los platos de aperitivos que había preparado. Me quedé mirándolo mientras bebía, aún agarrada a Pepe, lo que seguramente hizo que se acercara a mi con la copa para darme un traguito. Pepe fue quien agarró mi cabeza para que Fede apoyara en mis labios la copa, lo que hizo que un ligero chorro de vino cayera de mi boca a uno de mis pechos, lamiéndolo entre los dos. Fede se retiró para coger algo del aperitivo, sabiendo que ya había pasado su turno, mientras Pepe siguió su descenso hasta poner su cara a la altura de mi sexo, besando mi pubis con dulzura, mientras abría mis piernas. Cuando comenzó a elevarlas del suelo tuve que agarrarme de su cuello, de su espalda, haciéndome colgar de él mismo, mientras su picha empezaba a entrar en mi vagina (no soy capaz de explicar cómo). Comenzó a mover su pelvis, lanzándome para sacar su polla de mi y agarrándome con las manos, que tenía puestas en mi culo, para volver a meterla, mientras sus pelotas golpeaban entre mi seta y mi culo.
Realmente estaba nerviosa, sus piernas, ligeramente flexionadas, nos aguantaban a los dos mientras sus embestidas eran cada vez más fuertes y rápidas, ganando por lo tanto profundidad en la penetración. No obstante, me sentía segura entre sus fuertes brazos, rodeando su cuello, su espalda. De vez en cuando mis pechos se rozaban con sus pezones, totalmente duros, erectos. Me sentía como la más puta de una peli porno.
Conforme aumentaba el ritmo mi entrepierna se calentaba, se abría, se humedecía más y más para su polla, que cada vez entraba en mi de una forma distinta, recta, de lado, moviéndose… Mis gemidos también eran distintos en cada ocasión. Aunque en el momento en que vi que comenzaba a andar conmigo a cuestas solté un grito, consciente de la peligrosidad. Por supuesto, caminaba con su pene dentro de mi, sintiéndolo palpitar, abriéndome, y de vez en cuando me daba una sacudida de las suyas. Llegamos al baño, nos metió en la ducha para abrir el agua, yo me ericé al sentir el agua sobre mi. Primero bajó una de mis piernas, después la otra, pero no dejó de meterme su polla, aprisionándome contra una de las paredes de la ducha, mientras me explicaba que tenía mucho calor. Me follaba con ansia, con violencia, acariciando (más bien estrujando) mis pechos, besándome con ansiedad. Yo jadeaba, incluso apretaba sus nalgas prietas contra mi, su espalda.
De repente sacó su polla de mi, para comenzar a acariciar mi sexo con el agua, metiendo y sacando sus dedos, como si me estuviera lavando, pero sin jabón. Yo hice lo mismo con su polla, justo antes de que cerrara el grifo de agua y me sacara de la ducha totalmente mojada, ansiosa de él, en sus brazos, poniéndolo todo perdido. Creí que nos matábamos una vez, antes de llegar a la cama en la que ellos habían dormido la noche anterior, que estaba sin hacer. Me tumbó sobre ella, cerca de uno de los bordes, subiendo mis pies sobre sus hombros, para metérmela de nuevo. De pronto la sacó y la acercó a mi cara.
-¿Ves?, no he limpiado la lefa de Fede.
La tenía preciosa, totalmente empinada, casi le llegaba al ombligo, y estaba totalmente manchada de fluidos. Palpé sus huevos: eran gordos, poderosos y aún el escroto se mantenía ligeramente blando, totalmente redondeado, sonrosado, quizá por el sol tomado en la mañana. Miró cómo me acariciaba entre las piernas y, con su habitual sonrisa pícara, añadió.
-¿Quieres que te siga follando, verdad? –afirmé con la cabeza, su respuesta fue colocarme más al centro de la cama, abrir mis piernas y entrar sobre mí- No creo que te hayan follado nunca como lo estoy haciendo yo.
Con su polla dentro de mi elevó mi cuerpo, hasta que formamos una especie de ángulo en que cada uno era un lado, siendo nuestros sexos el vértice. De nuevo me cogió las nalgas, pero yo ya no sentía la necesidad de sujetarme a él, le acariciaba el pecho, con el vello aún húmedo, no se si de la ducha o del sudor, cuando él comenzó a mover de nuevo su pelvis, reposando sus nalgas sobre sus piernas que estaban dobladas hacia atrás. De vez en cuando yo llevaba mis manos hacia atrás y buscaba con ellas el tacto de sus piernas, también velludas, fuertes, intentando entrar entre sus muslos, rozando incluso sus pelotas lampiñas. Fue entonces cuando me di cuenta de que descansaba sobre unas piernas que más bien parecían columnas.
Sentí que un nuevo orgasmo se acercaba a mis entrañas y comencé a mover mis caderas con la intención de retrasarlo. Él me sonrió, enamorándome de nuevo con su franca y blanca sonrisa, pareciendo que no se desgastara a pesar del gran ejercicio que estaba haciendo. Acaricié sus pectorales, totalmente definidos y, a la vez, blandos, deteniéndome en sus amplios pezones cuando una sensación hizo que todo mi cuerpo se estremeciera.
-Déjate y disfruta.
Me dijo acercándose al oído mientras mi mente deseaba que parara al menos durante unos minutos.
 
Me incorporé ligeramente para mirarle. Su pene estaba completamente alzado dentro del bañador, lo que hacía que sus testículos se vieran por los agujeros de los muslos. Fue entonces cuando me di cuenta de que, a pesar de ser un hombre velludo, no tenía pelos en ellos.
Fue entonces cuando se levantó y acercó su paquete a mi cara.
-No pienso dejarte descansar –dijo con una sonrisa pícara y brillante, mientras en sus mejillas los hoyuelos me cautivaban-.
Le bajé el bañador y su pene saltó ante mi como un trampolín. Él mismo se encargó de quitárselo totalmente y se marchó para sentarse al otro lado del sofá que yo ocupaba. Mis piernas se veían brillantes, en parte por el sudor despedido, por otro lado por todo lo que mi vagina acababa de lanzar, pero a él no le importó y comenzó a lamerlas. Ni siquiera le dio asco la idea de que Fede se hubiera corrido dentro de mí cuando comenzó a lamer mi rajita. Lo hacía con dulzura, la misma con la que yo me había imaginado antes chupándole los testículos. Yo comencé a jadear pronto, temiendo otro orgasmo en poco tiempo, pero dejándome llevar por sus lametones, a los que pronto acompañaron alguno de sus dedos. Todo entraba con facilidad, decía que Fede me había dejado muy abierta y que así no iba a empezar a follarme. De pronto se incorporó y se puso sobre mi, mostrándome uno de sus dedos, brillante, ligeramente manchado de semen de Fede, para después posármelo en los labios. Yo lo cogí con mi lengua mientras le miraba, hasta que volvió de nuevo a mis bajos.
Busqué entonces a mi primer amante en la habitación, pero no estaba. Seguramente su sensibilidad no le dejaba ver aquello, o necesitara descansar después de tanto ajetreo. Pepe me estaba llevando al extremo, pero evitaba que me corriera, parando cada vez que parecía que no iba a poder resistirme. Yo admiraba sus brazos, sus hombros, mientras acariciaba su cabello. Deseaba que parase para poder lamer cada uno de sus músculos, pero no dejaba su trabajo.
Poco a poco fue bajando el ritmo de sus lametones, y se alejó de mi sexo subiendo hasta mi ombligo, para después levantarse y ponerse de pie en el centro de la habitación. Volví a admirar su cuerpo, con los músculos más definidos que el de Fede. Me encantaba su pecho, totalmente cubierto de vello (sin exagerar) coronado por los pezones que desde que le conocí había intuido bajo sus camisas. Me parecía la almohada ideal donde apoyar mi cabeza para descansar, incluso su barriga, que a pesar de no ser la de una escultura griega, era algo más plana que el excitante y redondeado estómago de Fede, toda cubierta de vellos, oscuros, finos y rizados, parecía mullida.
Su mirada, su sonrisa, seguían siendo las mismas.
-¿De verdad quieres que te preñemos?
Sus palabras hicieron que me acercara afirmando ligeramente con la cabeza, sintiendo el sudor, o quizá otras cosas, cayendo lentamente por mis piernas, y cuando estuve frente a él puse mis manos en sus hombros, intentando alcanzar su boca para besarla, pero él retiró la cara y sólo pude besar su cuello.
Fede entró en ese momento por la puerta. Seguía sudado aún, su polla seguía algo morcillona, incluso aún se veía su cabeza y su agujerito aún goteando. Llevaba en una mano una copa llena de vino, de las que había preparado para la cena, y en la otra uno de los platos de aperitivos que había preparado. Me quedé mirándolo mientras bebía, aún agarrada a Pepe, lo que seguramente hizo que se acercara a mi con la copa para darme un traguito. Pepe fue quien agarró mi cabeza para que Fede apoyara en mis labios la copa, lo que hizo que un ligero chorro de vino cayera de mi boca a uno de mis pechos, lamiéndolo entre los dos. Fede se retiró para coger algo del aperitivo, sabiendo que ya había pasado su turno, mientras Pepe siguió su descenso hasta poner su cara a la altura de mi sexo, besando mi pubis con dulzura, mientras abría mis piernas. Cuando comenzó a elevarlas del suelo tuve que agarrarme de su cuello, de su espalda, haciéndome colgar de él mismo, mientras su picha empezaba a entrar en mi vagina (no soy capaz de explicar cómo). Comenzó a mover su pelvis, lanzándome para sacar su polla de mi y agarrándome con las manos, que tenía puestas en mi culo, para volver a meterla, mientras sus pelotas golpeaban entre mi seta y mi culo.
Realmente estaba nerviosa, sus piernas, ligeramente flexionadas, nos aguantaban a los dos mientras sus embestidas eran cada vez más fuertes y rápidas, ganando por lo tanto profundidad en la penetración. No obstante, me sentía segura entre sus fuertes brazos, rodeando su cuello, su espalda. De vez en cuando mis pechos se rozaban con sus pezones, totalmente duros, erectos. Me sentía como la más puta de una peli porno.
Conforme aumentaba el ritmo mi entrepierna se calentaba, se abría, se humedecía más y más para su polla, que cada vez entraba en mi de una forma distinta, recta, de lado, moviéndose… Mis gemidos también eran distintos en cada ocasión. Aunque en el momento en que vi que comenzaba a andar conmigo a cuestas solté un grito, consciente de la peligrosidad. Por supuesto, caminaba con su pene dentro de mi, sintiéndolo palpitar, abriéndome, y de vez en cuando me daba una sacudida de las suyas. Llegamos al baño, nos metió en la ducha para abrir el agua, yo me ericé al sentir el agua sobre mi. Primero bajó una de mis piernas, después la otra, pero no dejó de meterme su polla, aprisionándome contra una de las paredes de la ducha, mientras me explicaba que tenía mucho calor. Me follaba con ansia, con violencia, acariciando (más bien estrujando) mis pechos, besándome con ansiedad. Yo jadeaba, incluso apretaba sus nalgas prietas contra mi, su espalda.
De repente sacó su polla de mi, para comenzar a acariciar mi sexo con el agua, metiendo y sacando sus dedos, como si me estuviera lavando, pero sin jabón. Yo hice lo mismo con su polla, justo antes de que cerrara el grifo de agua y me sacara de la ducha totalmente mojada, ansiosa de él, en sus brazos, poniéndolo todo perdido. Creí que nos matábamos una vez, antes de llegar a la cama en la que ellos habían dormido la noche anterior, que estaba sin hacer. Me tumbó sobre ella, cerca de uno de los bordes, subiendo mis pies sobre sus hombros, para metérmela de nuevo. De pronto la sacó y la acercó a mi cara.
-¿Ves?, no he limpiado la lefa de Fede.
La tenía preciosa, totalmente empinada, casi le llegaba al ombligo, y estaba totalmente manchada de fluidos. Palpé sus huevos: eran gordos, poderosos y aún el escroto se mantenía ligeramente blando, totalmente redondeado, sonrosado, quizá por el sol tomado en la mañana. Miró cómo me acariciaba entre las piernas y, con su habitual sonrisa pícara, añadió.
-¿Quieres que te siga follando, verdad? –afirmé con la cabeza, su respuesta fue colocarme más al centro de la cama, abrir mis piernas y entrar sobre mí- No creo que te hayan follado nunca como lo estoy haciendo yo.
Con su polla dentro de mi elevó mi cuerpo, hasta que formamos una especie de ángulo en que cada uno era un lado, siendo nuestros sexos el vértice. De nuevo me cogió las nalgas, pero yo ya no sentía la necesidad de sujetarme a él, le acariciaba el pecho, con el vello aún húmedo, no se si de la ducha o del sudor, cuando él comenzó a mover de nuevo su pelvis, reposando sus nalgas sobre sus piernas que estaban dobladas hacia atrás. De vez en cuando yo llevaba mis manos hacia atrás y buscaba con ellas el tacto de sus piernas, también velludas, fuertes, intentando entrar entre sus muslos, rozando incluso sus pelotas lampiñas. Fue entonces cuando me di cuenta de que descansaba sobre unas piernas que más bien parecían columnas.
Sentí que un nuevo orgasmo se acercaba a mis entrañas y comencé a mover mis caderas con la intención de retrasarlo. Él me sonrió, enamorándome de nuevo con su franca y blanca sonrisa, pareciendo que no se desgastara a pesar del gran ejercicio que estaba haciendo. Acaricié sus pectorales, totalmente definidos y, a la vez, blandos, deteniéndome en sus amplios pezones cuando una sensación hizo que todo mi cuerpo se estremeciera.
-Déjate y disfruta.
Me dijo acercándose al oído mientras mi mente deseaba que parara al menos durante unos minutos.
Preñarte no lo sé si conseguirán, pero hacer que disfrutes.... creo que lo están consiguiendo..
 
Bajé mis manos por su barriga, las paseé por su pubis, sudado, rodee la estaca que estaba clavándose en mi con violencia de nuevo para acariciar sus testículos, que aún no estaban preparados para descargarse en mi. Él aumentó la velocidad de sus movimientos, ante lo cual mi cuerpo no pudo ya resistirse. Tuve que estirar todo mi cuerpo, pasando las manos hacia atrás, enganchando las sábanas como si fueran el único agarradero que poder asir. Mis pechos quedaron totalmente entregados a él, que aprovechó para soltar mi trasero y acariciarlos con ambas manos, esta vez más suave que la anterior. Yo notaba como mi sexo, que no quería evitar la conexión con el suyo, comenzaba a lanzar fluidos a la vez que su pene salía y entraba de mi, como si la fricción sirviera para que aumentar la carga que debía dejar en mi interior. Mis piernas, mi vagina, se apretaban sin que yo tuviera control sobre ellas. Mis continuos gemidos hicieron que su pene se creciera en mi interior, mientras mi cuerpo se estiraba y mis músculos se contraían presos del placer.
Pude abrir mis ojos solo una vez. Su sonrisa eterna, ahora estaba siendo mordida por sus dientes. Estaba tan sonrosado, tan sudado, que me excitaba más aún su visión. Fue entonces cuando me dijo que sólo se correría si yo se lo pedía. No sabía si el cabrón lo decía en serio, pues temía que no pudiera controlar tanto su cuerpo, sus fuerzas, pero el caso es que no quise esperar demasiado.
Mi orden no se hizo esperar. Tras tres penetraciones mucho más violentas y profundas de las que había producido en mi su polla comenzó a dejar su leche en mi. Sentía cómo crecía con cada lanzamiento, calientes lanzamientos que me hicieron estremecer en el continuo orgasmo producido por su cuerpo, mientras yo deseaba que aquel ejercicio de resistencia terminara ya.
Fue entonces cuando paró de sacarme la picha, de hecho la tenía dentro de mi mientras dejaba mi cuerpo yacer sobre las sábanas de la cama, sin que yo pudiera adivinar lo que iba a pasar a continuación.
Su pene, aún erecto, salió ligeramente de mi, no del todo. Una de sus manos se acercó a mi clítoris para acariciarlo con ayuda de todos los fluidos que yo misma había lanzado, mientras la otra, apoyada sobre el colchón, cerca de mi, le permitía mantenerse cerca de mí, sin intención de volver a contactar conmigo, permitiendo que me metiera ligeramente la polla, sin terminar de sacarla. Mi cuerpo necesitó gritar mientras se estremecía con cada roce, con cada caricia, sin entender cómo él, y yo misma, podíamos aguantar tanto, cómo su pene no se relajaba.
Le pedí que me la sacara, que me soltara, ante el insoportable placer que me estaba dando, pero mis manos, mi cuerpo totalmente secuestrado por las sensaciones, no podían ganar fuerza contra su cuerpo. Él mientras me explicaba que tenía más leche, que se iba a correr pronto, de nuevo, pero aquello se me estaba haciendo eterno, mientras mis manos intentaban sacarle la polla de una vez.
Su cuerpo se posó sobre el mío de repente. Sólo sus caderas eran capaces de moverse, mientras su cañón, totalmente dentro de mí, lanzaba sus fluidos de nuevo dentro de mí. Cuando lo hubo lanzado todo dejó de moverse, sin sacarla todavía, pero dejando que ambos descansáramos. Realmente no sé cuánto tiempo estuvimos así, aún enganchados, mientras esperaba que su polla se relajara. Tuve que ladearme ligeramente para sacarlo de mi. Él cayó a mi lado en la cama, su cuerpo estaba totalmente rendido tras los esfuerzos, pero sus jadeos eran sonrientes. Me di cuenta entonces que había mojado toda la cama con tanto fluido, pero pensé que a ellos no les importaría dormir sobre mi excitación.
-Dos contra uno –dijo Pepe totalmente rendido-: voy ganando.
La voz de Fede, que seguramente nos había acompañado durante todo el tiempo, no tardó en contestarle.
-Yo no necesito hacer heroicidades de estas para sentirme hombre. Espero que tu cuerpo no te las cobre.
Miré a Fede, su pene aún brillaba, estaba ligeramente grueso aún, seguramente habría tenido una gran erección mientras nos veía y hacía fotos con mi cámara, que dejó sobre la mesilla antes de salir de la habitación, moviendo sus glúteos que parecían conocedores de la excitación que en mi producía verles andar.
Tras unos minutos me incorporé ligeramente, algo repuesta tras un breve descanso, y miré a Pepe allí tendido. Su pene seguía erecto, totalmente brillante, incluso vi cómo una gotita de semen se le escapaba lentamente y recorría su sexo para pararse en sus huevos, totalmente relajados ahora. No pude evitar los deseos de probarla y, sin pensármelo mucho, busqué la gotita para tomarla con mi lengua, que hizo el recorrido inverso al que ella había hecho. Él volvió a jadear, sobre todo cuando mi boca introdujo su cabeza. Su sabor era tan dulce que hubiera devorado todo su pene de no ser por el cansancio que tenía.
Le dejé para tenderme sobre la cama durante unos minutos. Él jadeaba rendido tras el maravilloso polvo que me había echado, cuando me levanté para ponerme unas braguitas (quizá pensando que así sus semillas no podrían escapar de mi) y una pequeña camiseta de tirantes.
Fede había preparado la mesa para la cena y esperaba desnudo a que nosotros nos uniéramos a él. No obstante, parecía que ya hubiera cenado, pues en varios platos faltaba comida. Se quedó mirándome fijamente, cuando advertí que su pene, que entre sus dos piernas abiertas descansaba totalmente, comenzaba a ponerse morcillón, mientras miraba mi entrepierna.
-Aún estás húmeda –dijo, haciendo que mi mano se acercase a mi sexo y comprobando que tenía todas las braguitas mojadas-. Me encantan las tías así.
Me senté junto a él, en el sofá, mientras veía la tele. No pude resistirme a abrazarlo, a besar su pecho, a lamer su pezón, mientras cambiaba de canal. No hubiera podido elegir entre ninguno de los dos cuál me gustaba más, y eso que Fede, con su redonda barriga, con su cuerpo ancho y sus extremidades delgadas, con su pecho casi baldío de vello, no era para nada el tipo de hombre con el que yo hubiera terminado. No obstante, hay que reconocer que tenía una polla más bonita que la de Pepe, incluso sus cojones eran más gruesos, hasta después de haber descargado su semen en mi interior. Escuchamos entonces caer el agua de la ducha, fue entonces cuando me di cuenta de que él no se había duchado y, a pesar de ello, su olor no me parecía nada desagradable, sino dulce. Mientras mi cabeza descansaba en un lado de su pecho, cogiéndome él con el brazo por mi espalda, mi mano acariciaba el otro lado con dulzura, comenzando a bajar por su barriga.
-Toma algo de cena, recupera fuerzas, y después seguimos.
Entonces mi cara se volvió seria, volviendo del bonito sueño que estaba viviendo, siendo amada por dos hombres magníficos, tanto física como mentalmente. Tuve que explicar entonces el trato hecho con sus mujeres: un polvo, sólo uno, de cada uno. Ahora nos tocaba dejarnos de juegos.
-Ellas no tienen por qué enterarse –dijo con seriedad-. Cuando yo me propongo algo lo llevo al extremo. Me excitas, me apetece volver a follarte. Además, ¿cómo sabremos si estás ya preñada? Hay que agotar todos los cartuchos.
Mi cara mezclaba sorpresa con alegría, en el mismo momento en que Pepe entraba al salón, húmedo aún por la ducha, cubierto por una toalla cogida a su cintura. El muy payaso se acercó a mi y se quitó la toalla para que le mirara, con el pene totalmente flácido ahora, antes de volver al baño, desnudo, para dejarla en su lugar, después de un “mira cómo me has dejado” que me hizo reír.
Cuando volvió, nos sentamos los tres a la mesa y brindamos por lo que quedaba de noche. Fede casi no probó bocado, tal como imaginaba; Pepe comió sin prisa, pero sin pausa, alabando mis manos como si fueran las de la mejor cocinera del mundo y yo, aún excitada, sonreía sintiéndome la mujer más afortunada de la tierra.
Entre los tres quitamos la mesa en muy poco tiempo. Me encantaba verles pasear totalmente desnudos, cargando platos, vasos, hasta la cocina, mientras sus culitos se movían (sobre todo el de Pepe, respingón y redondito, a pesar de no ser exageradamente grande) y sus penes danzaban de un lado a otro movidos por sus piernas. Miré el reloj, eran casi las dos de la mañana.
-La hora del postre –dijo Pepe desde la puerta, una vez que todo estaba recogido, con un bote de nata montada en la mano-.
 
Federico le miró divertido, aunque se extrañó cuando se acercó con el bote hacia él, agitándolo, para poner una bolita de nata en cada uno de sus pezones, mientras nos convencía de que yo no había cenado demasiado y necesitaba más energía. Me acerqué y lamí la nata de sus pezones, ahora totalmente relajados mientras su pene se engrandecía lentamente. Pepe, advirtiendo la nueva actividad, le cogió la polla para cargarla de nata.
-Ahora, dulce de leche.
No tardé en probar su última recomendación, primero con la lengua, retirando todo el dulce, para después meter la punta de su nabo en mi boca y acariciarla lentamente con mi lengua, retirando con los dientes el pellejo, puesto que Pepe me había cogido las manos poniéndolas a mi espalda. Notaba como crecía en mi boca, mientras él me miraba con dulzura, con morbo, y Pepe no hacía más que repetir lo dulce que era la leche de su amigo. El sabor de su semen aún estaba presente allí, ya que Federico no se había duchado.
Pepe soltó mis manos y me giró hacia él. Su polla ya estaba totalmente erecta, mientras que a Fede le faltaba algo más de fuelle. Se sentó en el sofá, abriendo las piernas y llenando sus testículos de nata.
-Melocotón con nata –la presentación de aquel postre hizo que su compañero soltara una sonora carcajada, yo no la acompañé pues comenzaba a excitarme de tal manera que sólo quería comerle los huevos-.
Al igual que había hecho con el otro, primero retiré la nata con la lengua, para jugar con sus pelotas después, sin que su polla, que miraba directamente al techo, me estorbara. Las succionaba, las metía en mi boca y las sacaba con delicadeza, mientras él, con su suave voz, me iba diciendo cuánto le gustaba sin parar de sonreír.
Federico se levantó para colocarse detrás de mi. Acarició mi trasero, para liberarlo de mis bragas. Fue entonces cuando Pepe me puso algo de nata en él y Fede la retiró con dulzura. Noté cómo una pequeña gota de nata se escondía en el pliegue de mis glúteos, parándose en el principio de mi raja. Fede no tuvo ningún problema en recogerla con su lengua, lo que produjo en mi una nueva sensación que me hizo tirar ligeramente de uno de los testículos de Pepe, retenido en mi boca, haciéndole moverse con excitación. Cuando se la solté cogió mi cara para meter su polla en mi boca, dejándome hacer totalmente entregado a él.
Sentía como Fede me daba palmaditas en el culo, cómo me mordía o me pellizcaba, cómo se retiraba para levantar ligeramente mi camiseta y acariciar mis pechos, cómo se acercaba a mi oído para decirme que me la iba a volver a meter,… Aquello me excitaba más de lo que nunca me había excitado ningún hombre, sobre todo porque su pene se hizo esperar, siguiendo con el juego de las caricias, mientras yo me afanaba con su compañero, besándole, lamiéndole las pelotas con dulzura, los pezones, o introduciendo la punta de mi lengua en su ojete sin que él se violentara por ello.
La primera entrada de Federico fue lenta y dulce, abriéndome con tranquilidad, luchando al encontrar la resistencia natural de un chocho sin humedecer. No había tiempo para cremas, así que la sacó y se escupió en ella, restregando su saliva por aquel dolmen que quería llegar al final de una cueva sin salida. Después entró sin problema, mientras escuchábamos a Pepe gemir de placer. Me sentía como una verdadera puta: las rodillas en el suelo, dejando que Federico me penetrara dulcemente desde atrás mientras sobaba mis pechos, a la vez que mis brazos, apoyados sobre las fuertes piernas de Pepe me acercaban la cara hasta su erecta polla que yo comía con deseo.
Dejé de lamer cuando Pepe reconoció que si seguía se correría, momento que Federico aprovechó para tenderse en el suelo, sin sacármela, poniéndome encima de él y pidiéndome que me moviera mientras me acariciaba todo el cuerpo con las manos. Yo comencé a moverme lentamente, poniendo especial atención en mis caderas, apoyándome sobre su barriga que, ahora, parecía mucho más plana, dejando que sus pectorales destacaran en él, que también movía lentamente su pelvis con la idea de penetrar cada vez más adentro. Notaba su respiración cada vez más excitada, su piel cada vez más sonrosada, más sudorosa, hasta que no tuvo más remedio que dejarse llevar por la excitación y apoyó sus manos contra el suelo, como vencido en una pelea entre polis y cacos.
Yo, experta en fingir gemidos y orgasmos, me di cuenta de que, por primera vez en toda mi vida estaba siendo totalmente excitada, comprendida, correspondida por un hombre. Mejor dicho, por dos, y aquello me excitaba mucho más de lo que esperaba. Hacía que sintiera mi cuerpo totalmente, cada poro sudado de la piel, cada zona rosada de excitación, cada nervio en mi interior estaba siendo activado y me hacía consciente de todas las sensaciones, observando al amante rendido que había colocado entre mis piernas y al atleta excitado que, con el mástil a punto, paseaba alrededor de nosotros, meneándosela muy de vez en cuando con la intención de no correrse, hasta que decidió darse una ducha de agua fría.
Regresó mojado aún, con la polla y los huevos totalmente encogidos.
-Tendrás que disculparla –dijo el payaso mostrándomela-, a veces se siente tímida.
Sonreí ante su broma y la cogí para acercarla de nuevo a mi boca. Quería notar cómo crecía, de nuevo, dentro de ella, lo que no tardó en pasar tras mucho jugar con su pellejo y con su cabeza. La sacó para ponerse a mi espalda, haciendo que chupara uno de sus dedos. De repente noté la cabeza de su pene jugando por entre mis glúteos, hasta que se detuvo a las puertas de mi culo, sabiendo que haría realidad una de mis peores pesadillas. Cuando sentí sus primeros envites tuve que pedirle que no lo hiciera.
-O te la meto por aquí y le sustituyo cuando termine, o me la meneo, y, sin duda, me correré fuera, y no creo que quieras desperdiciar ni una gota.
Mi cabeza intentaba decirle que no lo hiciera, pero el calor en mi entrepierna no me dejaba hablar, así que pronto noté que su pene se abría paso por la parte de atrás de mi cuerpo. También utilizaba su saliva para entrar, sintiendo cómo caía en mi agujero o en su pene. La fuerza que ejercía intentando llevar mi cuerpo hacia él no me permitía moverme como lo había hecho antes, pero Federico comenzó a moverse, atrapado por el placer. El cuerpo de Pepe, que ya había comenzado a sudar, se pegaba a mi espalda, mientras yo arañaba el pecho de Fede, intentando evitar lo inevitable. En diez minutos sus penes entraban y salían de mi sin orden ni concierto, llevándome a la mayor excitación que nunca había sentido, volviendo a traer un orgasmo, gimiendo con la boca cerrada y lanzando fluidos sobre Federico.
Poco tardó el de abajo en correrse, convulsionándose con los ojos cerrados y una gran sonrisa en la boca, encogiéndose sobre su ingle para tener que estirar todo su cuerpo más tarde. Sentí de nuevo sus corridas, expandiéndose en mi interior su pene para lanzarlas. Pepe no me dejaba que le dejara descansar, así que sus dos penes siguieron en mi interior un buen rato, mientras Federico no paraba de moverse, de gemir totalmente excitado, de apretar los tendones de su cuello, de encoger sus músculos y relajarlos, mientras yo me clavaba gracias a Pepe su pene más y más. Incluso en ocasiones me hacía despegarme del suelo, y conmigo hacía que Pepe se tuviera que levantar, al hacer despegarse del suelo sus riñones, en espasmos de placer.
 
Atrás
Top Abajo