En prácticas

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Invitado
Subo hoy la que será una de mis últimas historias. A pesar que es más extensa que la media, la escribí en menos tiempo que otras más breves. Me dejé llevar totalmente y la concebí como si fuera una película. Espero que os guste.


En prácticas



Dejó el bolso en la mesa y se sentó. Los espacios estaban delimitados por esos paneles a media altura que daban falsa sensación de privacidad. Se acomodó y encendió el ordenador. A su alrededor había todavía pocos trabajadores en sus puestos. Había llegado demasiado temprano. Una chica que la vio perdida la había acompañado a su mesa.

-¿Eres la nueva becaria, no?

-Bueno, me gusta más “trabajadora en prácticas”, pero reconozco que es más largo. Soy Carolina.

La chica intentó esbozar una medio sonrisa, y ni se presentó. Le indicó su mesa y se fue.

Estuvo intentando curiosear en el sistema pero necesitaba una clave. Así que se quedó esperando sentada. Llegó otra chica, esta mucho más simpática.

-¡Buenos días! Tú debes ser Carolina, ¿no? Soy Ana, de Recursos Humanos. Aquí traigo el código de tu ordenador. Estará vigente durante tus tres meses de prácticas. Cualquier duda puedes contactar con mi extensión o a través de mi correo. Vas a ayudar al departamento de contabilidad. Según tu cv es tu especialidad en la universidad, ¿no?. Bienvenida.

Carolina estaba deseosa por empezar a hacer algo. Necesitaba unas buenas calificaciones en sus prácticas, y además no soportaba estar sin hacer nada. Así que comenzó revisando el correo. Tenía mucho que leer acerca de sus funciones. Estaba completamente absorta cuando se le acercó alguien.

-¡Hola! Parece que estás muy concentrada. Eso está bien. No quiero molestarte. Soy Alberto. Bienvenida.

Carolina estaba tan concentrada que lo miró de reojo y no reaccionó. Después lo vio sonriendo y no supo qué hacer, si darle la mano o un beso. Así que solo sonrió y dijo:

-Hola, soy Carolina. Encantada. -Y siguió con su ordenador.

Alberto le respondió con otra sonrisa y se fue a la máquina del café. La chica que se acababa de sentar a su lado se rió mientras se acomodaba.

-Buenos días. Ya veo que lo acabas de conocer. Ha sido un poco frío, ¿no? -dijo riéndose.

-¿Conocer a quien? -Dijo Carolina

Su vecina le hizo un gesto con la cabeza. Carolina vio como Alberto entró en su despacho y cerró la puerta. La chapa de la puerta le dio una bofetada en la cara: Director General.



Carolina miró a la chica; esta se reía cada vez con más ganas. Ella notó como se ruborizaba, y sonrió. Pero en sus adentros se estaba llamando a sí misma estúpida. Seguro que el jefe pensaba que era una borde. Vaya forma de dar la primera impresión.

Su primer mes transcurrió con mucho trabajo. Tuvo que aprenderse el programa, preguntar mucho, equivocarse más, molestar a su responsable de prácticas, pasar horas revisando manuales y haciendo cursos online y, por supuesto, haciendo muchas horas extras. La teoría de la facultad de economía podía aplicarse poco al trabajo que estaba desempeñando. Pero su seriedad en el trabajo y buen hacer comenzaron a despertar simpatías entre sus compañeros.

Aunque su horario de trabajo terminaba a las cinco, no era extraño el día que terminaba una hora más tarde. Al comenzar el segundo mes de sus prácticas ya casi dominaba el programa contable y empezó a ayudar a algún compañero con el excel, su especialidad. Y un día recibió una llamada, cogió el teléfono sin mirar la extensión, pensando que era, como siempre, su jefa de contabilidad y respondió:

-Dime, Carmen.

Al otro lado de la línea sonó una voz nada femenina, precedida de unas risas.

-Bueno, como podrás comprobar, no tengo la voz tan dulce como Carmen.

Carolina miró la pantalla de su teléfono y comprobó con horror que indicaba "Dirección general". Tragó saliva.

-Perdone, pensaba que era Carmen. Es con quien suelo hablar. Disculpe. -" La segunda vez que la cagas."- pensó para ella misma.

-No te preocupes. Solo te llamaba para una pequeña cosa. Ha llegado a mis oídos que te desenvuelves muy bien con el excel, y necesito ayuda con una hoja de cálculo. Si no estás muy ocupada necesitaría consultarte una duda.

Carolina se quedó estupefacta. El gran jefe la llamaba a ella, la becaria, para pedirle ayuda. La chica que acababa de llegar, que no paraba de preguntar a todo el mundo. No entendía nada.

-¿Ahora mismo? - Respondió.

-Si no es mucha molestia, sí. -Respondió Alberto.

Pasó un segundo después de esas palabras y se levantó como un resorte. Su compañera de al lado la miró extrañada y después sorprendida al ver donde se dirigía. La vio llamar a la puerta del jefe y después cerrar después de ella. Algunas miradas se dirigieron hacia allí de forma casi imperceptible.

Carolina se quedó de pie. Alberto la saludó por su nombre y le dijo que se sentara mientras terminaba con un asunto.



-Perdona, tenía que enviar un correo. Ya está. Te he llamado por si me puedes echar una mano con una hoja de cálculo. No me manejo mal, pero hay puntos en los que siempre me atasco. ¿Te importa acercarte?

Carolina se levantó y se acercó a él. Estaba nerviosa. Había estado observando en las paredes los títulos universitarios, masters y cursos de su jefe. Era impresionante. Y fotos con personas que no conocía, pero tenían todos pinta de ser peces gordos.

Estaba justo a su lado, y él le mostró con el dedo el excel que tenía abierto en su ordenador.

-No prestes mucha atención a los datos. Se supone que son secretos. Solo necesito que me expliques cómo combinar estas celdas. -Dijo Alberto-

Carolina no arrancaba a hablar. Se sentía incómoda. Estaba a centímetros de él. Podía oler su colonia. Armani, seguro. Le encantaba. Y lo primero que pensó era que hoy precisamente no se había pintado los labios. Qué estúpida. Y automáticamente se extrañó de tener ese pensamiento. Entonces despertó y actuó:

-¿Me permites? Y le quitó el ratón. Se acercó más, lo que hizo que él tuviera que desplazarse un poco al lado. Aún así sus brazos se tocaban. Y empezó a explicarle las diferentes combinaciones, manejándose rápido con el teclado y el ratón. Su boca era una ametralladora. Siempre le pasaba eso: cuando estaba nerviosa hablaba rapidísimo. Alguien pasó con unas carpetas en la mano mirando distraída por los cristales al interior del despacho.

Alberto intentó seguir la explicación a duras penas. Guardó silencio hasta el final. Cuando ella concluyó, le dijo:

-Es evidente que me informaron bien sobre tu destreza con el excel. Eso sí, yo tenía una pregunta y me has dado un minicurso. No sé si lo habré interiorizado todo. -dijo riéndose-. Pero muchas gracias. Me ha sido de mucha utilidad.

Ella lo miró. Se dio cuenta que estaban completamente pegados. Se retiró y le sonrió. No había prestado atención a sus palabras. Su cerebro solo había procesado el tono profundo de su voz, y el olor. Y eso le acompañó todo el día, creándole una extraña sensación.

-Carolina, gracias, puedes seguir con lo tuyo. No quiero entretenerte. -Dijo Alberto.

Ella sonrió tímidamente y salió. Hubo algunas miradas de curiosidad entre algunos compañeros mientras se dirigía a su mesa. Pero ella estaba solo pensando en una cosa: la había llamado por su nombre. En una compañía de cientos de personas el jefe se sabía el nombre de la chica en prácticas. Durante un rato no pudo concentrarse. Ese día se fue puntual. Cogió el ascensor, que iba abarrotado, y su corazón le iba a dar un vuelco. Armani. Miró a su alrededor. No estaba allí. Pero alguien llevaba su colonia. Su colonia.



Los días posteriores ni miraba hacia el despacho. Se sentía incómoda. Pero en el fondo estaba satisfecha por mostrar que no era una becaria florero, y que podía aportar cosas. Cada vez le encomendaban más trabajos, y de mayor importancia. Eso sí: ya no olvidaba pintarse los labios. Ni ponerse perfume.

A mediados de su segundo mes llegó la hora de la presentación de la justificación económica de la empresa. Todo el mundo estaba muy atareado. Y Carolina se presentó voluntaria para trabajar más por las tardes. Su tutora de prácticas se lo agradeció, y todas las tardes se quedaba un par de horas más. En la oficina sobre las ocho no quedaba prácticamente nadie. Y Carolina no tenía planes el viernes, así que decidió trabajar hasta terminar unos informes. Pensaba dejarlos listos encima de la mesa de su jefa antes de irse el fin de semana. Seguro se pondría muy contenta cuando lo viera el lunes. Así que se le hizo casi de noche. Se dio cuenta de lo tarde que era cuando la chica de la limpieza se despidió de ella. Miró alrededor y se dio cuenta que estaba sola. Miró su reloj: eran las nueve. Hora de irse. Venga, diez minutos más. Ya casi está listo. Entonces escuchó un ruido en la entrada de las oficinas, y sintió un poco de miedo. Se agachó un poco en el ordenador y miró por una rendija entre los paneles. El director entró con aire decidido en dirección a su despacho. Entonces ella decidió saludarlo, para evitarle un susto.

-Buenas noches.

Alberto se echó la mano al pecho.

-Dios mío, ¡qué susto! Pensaba que ya no había nadie. ¿Qué haces aquí todavía? -exclamó-

-Perdone, no quería asustarle. Ya mismo termino. Estoy finalizando unos informes y ya me iba a casa. -dijo ella-

-No me trates de usted. Ya ves que nadie lo hace. El respeto no está en una palabra. Háblame de tú. Yo lo hago contigo. Dime Alberto.

-Vale, así lo haré. -contestó Carolina-

-He venido a recoger unos documentos que necesito repasar este fin de semana en casa. Pero si no tienes prisa espera un momento. Ahora vuelvo.

Se dirigió al comedor de los trabajadores. Carolina comenzó a apagar su ordenador. En un minuto su jefe estaba allí, de pie frente a ella, con dos cervezas en la mano.

-Si te apetece acompañarme, toma. Nos lo hemos merecido. Hemos trabajado mucho esta semana, sobre todo tú. Estoy teniendo muy buenas referencias tuyas. ¡Salud!



Sin esperar el ok de Carolina, Alberto abrió las dos cervezas. Se sentó a una cierta distancia de ella y puso los pies sobre la mesa, aflojándose la corbata. Se le veía cansado. Ella se acomodó y le dio un sorbo a la cerveza. Sabía maravillosamente bien. Y su estómago la recibió con alegría. Pero había otra sensación extraña también en su estómago que no era provocada por el alcohol. Estuvieron charlando durante una hora, como dos compañeros que se conocen desde siempre. Ahora entendía los comentarios a escondidas entre compañeras cuando pasaba el jefe. Siempre iba elegante, sus trajes y camisas le quedaban perfectas, y eso es que debajo había un cuerpo bien trabajado. Bajo su apariencia seria había un jefe estricto pero justo, y no escatimaba en sonrisas cuando saludaba. Rondaba los cuarenta y cinco años, y sus sienes blanquecinas pegaban perfectamente con sus dientes bien cuidados, y sus incipientes arrugas le daban un toque más que interesante. Y ese olor. Olor a él. Carolina lo percibía perfectamente. Hablaron de deporte. De lesiones. Y de masajes. Y de trabajar todo el día delante del ordenador. Y de los problemas de cuello. Y ella dijo que era una experta en masajes de cuello. Y él le dijo que seguro era una aprendiz a su lado. Y olvidaron por un momento quienes eran e hicieron una apuesta:

-Si ganas tú, haré horas extra todas las tardes hasta que termine mis prácticas. Si gano yo, simplemente quiero un perfume. Pero tienes que acertar. Si no, te lo devolveré. -dijo Carolina mirándolo con una media sonrisa. Le encantaba jugar.

Alberto dijo:

-Me parece justo. Pero comienzas tú. Me gusta conocer primero las armas de mi enemigo antes de usar las mías. A ver si eres capaz de quitarme la contractura. -Dicho esto, se quitó la chaqueta y se sentó erguido en la silla.

Carolina aceptó el envite y se levantó. Se puso detrás de él y comenzó a masajearle los hombros. La cerveza le había dado una cierta sensación de euforia. Se reía para sus adentros por la situación. Estaba masajeando al jefe. Y le gustaba hacerlo. Pero también iba a hacerle sufrir. Y él no podría decir nada. Así que empezó a incrementar la presión. Comenzó a usar los nudillos, como si estuviera amasando pan. Los hombros tenían una clara contractura. Y ella sabía que en estos casos un masaje produce tanto dolor como placer. Después comenzó a hundir sus finos dedos de forma sádica, produciendo gritos de dolor. Mientras le masajeaba mantenía su cabeza cerca a la de él. Le encantaba su olor. Él tenía los ojos cerrados, y a veces su rostro reflejaba una mueca de dolor. Entonces le quitó la corbata, le desabrochó dos botones de la camisa y dejó los hombros al desnudo. Entonces empezó a acariciar la enrojecida piel, notando como los vellos de la nuca se le ponían de punta. Ahora el masaje se convirtió en una caricia sensual, produciendo una doble sensación: relajamiento y excitación. Pero sus manos no se movieron de ahí. Era su jefe. Ella no daría el primer paso. Sus caricias fueron disminuyendo hasta que poco a poco sus dedos dejaron de rozar su piel. Ahora le tocaba a ella. Estaba deseosa.

Entonces él movió la cabeza ligeramente, abrió los ojos y le dijo:



-Va a ser difícil superar esto. Pero lo intentaré. Ahora me toca a mí.

Se levantó y ella ocupó su lugar. Alberto puso sus grandes y fuertes manos en sus hombros, y comenzó su trabajo. El primer contacto le produjo una reacción como si hubiera sido alcanzada por un rayo y éste le hubiera atravesado el cuerpo. Se movió en la silla. Él comenzó a tratar sus hombros y su cuello con sus fuertes pulgares, desplazándolos suavemente en una dirección y presionando con fuerza en la otra. Ella no sabía cuál de los dos movimientos le gustaba más: si el de la caricia como si estuviera besándola suavemente tendida en una pradera, o el de la dura presión como si la estuviera amarrando con fuerza a la cama y le estuviera colocando un antifaz para impedir que viera.

No podía controlar los gemidos de dolor, y los suspiros de placer. Él se dejaba guiar por ellos, y poco a poco fue desplazando sus manos al cuello. De ahí sus dedos subieron hacia su cabeza, y peinaron lenta, muy lentamente su cabello arriba y abajo, acariciando su cuero cabelludo.

-Si sigues así, voy a dormirme. -dijo ella, con un hilo de voz.

-Entonces, no seguiré así. -Contestó él con esa voz profunda.

Sus manos bajaron hacia los hombros de nuevo, pero hicieron una parada en el camino. Sus dedos acariciaron sus sienes, y alrededor de sus orejas. Pasearon por detrás de ellas, y Carolina se retorció en su asiento.

Los dedos acariciaron sus orejas. Buscaron en los recovecos y sus dedos índice y pulgar se detuvieron en los lóbulos. Ya no sabía cómo sentarse. Su cuerpo ya no le obedecía. Sus manos ya no estaban sobre su regazo; colgaban. Las manos de él comenzaron a bajar por su cuello. Y pararon en el cuello de la camisa. Entonces ella se desabotonó el primer, segundo, tercer botón. “Tienes camino libre”. Desde arriba Alberto vio los preciosos pechos difícilmente contenidos por un sujetador visiblemente pequeño para la función que tenía. Sus manos bajaron un poco más y llegaron al inicio de los pechos. Sus caras estaban rozándose, y ella abrió la boca mientras permanecía con los ojos cerrados. Otros labios húmedos rozaron los suyos y automáticamente su lengua salió como un resorte, buscando, y encontrando. Las manos de él ya estaban debajo del sujetador. Sus lenguas bailaban en círculos, y Alberto rozó los pezones. Los cogió y los pellizcó. Ella sacó todavía más su lengua, como una flor desesperada buscando el sol. Los pellizcos aumentaron y su contoneo en la silla también. Entonces Alberto dio la vuelta a la silla y se puso de rodillas frente a ella. La miró y le dijo:

-Nos estamos equivocando claramente. Es un error. Pero no soy un hombre de dejar las cosas a medias.

Entonces le quitó los zapatos, los pantalones, el tanga y ella subió sus pies en la silla, mostrándole su hermoso sexo depilado con una fina línea de vello como si fuera una flecha indicando el camino a seguir. Carolina miró a su jefe de rodillas frente a ella, totalmente entregado, y ella no pensaba que estuvieran cometiendo un error. El error ahora mismo sería parar. Y contuvo el aliento cuando una lengua comenzó a subir desde su rodilla por la parte interna de su muslo. Y parecía no llegar nunca a su destino. Carolina gemía. Hasta que llegó. Y vaya que si se enteró. Ella abrió más sus piernas. Notó como una lengua se introdujo en ella, y salía para lamer su clítoris, repitiendo el movimiento muy lentamente. Eso le encantaba. Miró hacia abajo y vio a su jefe de rodillas lamiendo su coño, y ahora introduciendo un dedo en él. Y comprendió que ahora la jefa era ella. Se acababan de invertir los roles. Y cogió con una mano la cabeza de Alberto y la apretó contra sí. Quería más. Y él se lo dio. Casi sin poder respirar, su lengua y su dedo se movían sin parar. Ella no paraba de mirar hacia abajo. Y él subió la mirada y sus ojos se encontraron. Ella observó su lengua y su cara y su cuerpo se preparó para la traca final. El relámpago ahora fue en dirección contraria. Comenzó en su pubis y terminó en su cabeza. Su respiración entrecortada dio paso a una más sosegada de forma paulatina. Pasados unos segundos, abrió sus ojos y se puso de pie lentamente. Cogió la cabeza de Alberto por detrás y lo besó profundamente. Y lo sentó en la silla.

Hizo lo mismo que él había hecho con ella: le quitó los zapatos, los pantalones y los slips, y le desabotonó la camisa. No podía llevar mejor los cuarenta y pico años. Sus pectorales formados, sus pequeños pezones enhiestos, sus abdominales y todo bien depilado, la arrastraron a chuparlo todo. No dejó ni un centímetro por probar. Y eso consiguió que todo el trabajo estuviera hecho. Su pene estaba completamente empalmado y ella lo cogió con una mano. Justo antes de engullirlo se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer, y en lugar de echarse atrás, se puso más cachonda todavía. Empezó a lamerlo mientras lo miraba. Y viendo la cara de Alberto tuvo claro que ella era una de sus fantasías. Chupó lentamente su polla, y lo alternó con su mano. Alberto dejó de distinguir qué estaba pasando ahí abajo. Su respiración se aceleró. Entonces ella paró y se puso de pie. Se subió en la silla, se puso en cuclillas como pudo, buscando hueco para sus pies, y se insertó la polla en su coño. Los dos gimieron a la vez. Ella apoyó sus manos en los hombros de Alberto y empezó a cabalgarlo. Primero, despacio, entrando y saliendo. Y luego, al trote. Él le cogía el culo y le chupaba las tetas por encima del sujetador. Ella se quitó el sujetador con maestría y se facilitó la labor acercándole los pezones, que él chupó por turnos. Carolina se deshacía de placer. Recibía gusto por todos sitios: su coño, sus tetas y su mente. Recordaba el momento del primer y frío saludo que le dio, y ahora se lo estaba follando. No podía haber más morbo. Apretó en su interior. Sus ejercicios diarios con las bolas chinas estaban haciendo su efecto. Notaba la polla más dura, más grande. Besó a su jefe mientras su cadera se movía más y más rápido. El sudor brotó de sus cuerpos y sus pieles lo mezclaban. Él tomó el mando y ahora era él quien se la follaba a ella, y ella gritó a punto de correrse. Él se salió con un grito y su esperma se derramó en el culo de ella. Se abrazaron y se besaron.

Se vistieron en silencio. Ahora llegaba el momento de la duda. Del remordimiento. Del arrepentimiento. Los dos se despidieron con una sonrisa y un beso leve, y se fueron a casa.

Quedaban tres días para el final de sus prácticas. El viernes terminaría. También era el inicio de las vacaciones de Navidad para muchos, y como todos los años, organizaron una salida todos los compañeros. Le contaron a Carolina que normalmente Alberto invitaba a un picoteo en un restaurante de moda y después se iban a una discoteca a bailar. Algunos años se unía a ellos y otros se iba a casa después de la cena, le dijeron.

Los últimos días se habían evitado mutuamente. En las contadas ocasiones en que se cruzaron desviaron las miradas, aunque se miraban de reojo. Tenían la sensación que cuchicheaban a sus espaldas sobre ellos.

Llegó su último día. En su mesa sus compañeros habían dejado un ramo de flores. Había dejado huella entre ellos por su trabajo y su disponibilidad. Iba a ser una dura despedida. Al menos iba a haber una fiesta. Se arregló como merecía la ocasión. Se puso un vestido que acentuaba su figura y lo remató con unas botas altas de cuero. En el restaurante algún que otro compañero se acercó para tantear el terreno. Pero no tenían nada que hacer. Ella conversaba de forma cordial con todos, pero tenía un objetivo fijo. Su objetivo estaba con una copa en la mano. Había cambiado el traje por una camisa negra y unos vaqueros y había rejuvenecido diez años. Carolina sabía cómo era ese pecho debajo de la camisa y lo que escondían esos pantalones. Y él sabía todos los detalles de lo que había debajo de ese vestido. Pero no se acercaron en toda la noche. Ninguno de los dos se supo explicar el porqué. Pero sus miradas coincidieron en un par de ocasiones.

En un momento determinado la jefa de recursos humanos cogió su copa y una cuchara y la aporreó, pidiendo silencio para decir unas palabras:

-Buenas noches a todos. Esta noche estamos haciendo nuestra cena anual de navidad pero también estamos despidiendo a una compañera que ha estado con nosotros tres meses. Ha mostrado una gran profesionalidad y todos le estamos muy agradecidos por su ayuda. Y en agradecimiento, le hacemos un pequeño regalo. ¡Un fuerte aplauso para Carolina!

Carolina odiaba ser el centro de atención. Pero no le quedaba otra que salir. Le dieron un sobre en la mano y al abrirlo y leerlo el corazón le dio un vuelco. ¡Le habían hecho un contrato por un año! No se lo podía creer. Varias compañeras se acercaron a felicitarla, pero ella solo buscaba a alguien con la mirada. Lo encontró en la barra y desde allí lo vio alzar la copa por ella.

Se fueron todos a una discoteca reservada para ellos. Allí dio rienda suelta a su alegría bailando como si no hubiera un mañana. Pensaba emborracharse. La noche lo merecía. Se fue a la barra y allí estaba él, charlando con el chico de mantenimiento. Ella pidió una copa a su lado, y se la tomó apoyada en la barra mirando la pista de baile. Alberto se dio cuenta y le acercó la copa para brindar con ella. El chico junto a Alberto notó que sobraba y se fue. Se quedaron solos.

-¿Estás contenta? Enhorabuena por formar parte de la empresa, ahora de forma oficial. Me alegro mucho. Te lo mereces. -Dijo su jefe.

- Sí, estoy contenta. Pero me gustaría saber qué porcentaje de mi contrato ha dependido de mi trabajo. -dijo mirando a la gente bailar.



Alberto se quedó frío. Serio. Su rictus cambió. Y al momento le respondió de forma cortante:

-Necesitábamos a gente nueva en contabilidad, y tu jefa directa me recomendó encarecidamente que te contratáramos por tu valía. Yo solo di el visto bueno a recursos humanos. Pero es un contrato, no una cadena. Puedes negarte. Tienes la última palabra. Que pases una buena noche y enhorabuena, sea cual sea tu decisión. -Dijo Alberto. Acto seguido le dio un sorbo a su bebida y se fue, sonriéndole de forma claramente forzada.

Carolina se sintió una estúpida. ¿Cómo podía fastidiarla tantas veces con la misma persona? Parecía ya haber gastado la reserva de paciencia de su jefe, y había echado a perder una de las mejores noches de su vida. Y todo por un estúpido comentario salido directamente desde su orgullo. Todo el buen rollo, toda la felicidad, todos los sentimientos a flor de piel de ese último/primer día de trabajo los había tirado a un inodoro y había pulsado la cisterna. Le dio un bajón. ¿Con qué cara iría a trabajar el lunes? Con ninguna, porque no iría. Tomó esa decisión en un segundo. Simplemente iba a empezar con mal pie y decidió que mejor cortar por lo sano. Y qué mejor momento que ahora mismo.

Dejó la copa en la barra y fue al guardarropa. Recogió su chaqueta y salió. Hacía mucho frío. Preguntó al seguridad de la puerta donde estaba la parada de taxis más cercana. “A cinco minutos”. Perfecto, le vendría bien el fresco para despejar su cabeza. No pensaba con claridad. Comenzó a andar con la mirada fija en el suelo. Un coche paró a su lado. Alguien le dijo algo, pero ella iba totalmente absorta en sus pensamientos. Otra voz. Siguió sin hacerle caso. No estaba de humor ni para mandar a la mierda a algún pesado pegajoso. Entonces escuchó de forma clara una palabra:

-Sube.

Miró al coche. Al volante estaba Alberto. Había abierto la puerta del copiloto.

-No creo que sea una buena idea. -Dijo ella.

-Seré breve. Solo quiero decirte una cosa. -Respondió él.

Ella lo miró, pensó un segundo qué responderle y no encontró ninguna palabra adecuada, así que le hizo caso. Se sentó, mirando hacia adelante.

-Solo quiero pedirte disculpas por las formas. Quizás he sido demasiado borde. Pero el fondo es cierto. Te has ganado el puesto por ti misma. Vamos a olvidar la conversación que hemos tenido. Y vamos a mantener la distancia que nunca deberíamos haber roto. Ahora, si quieres, te llevo a casa, y este será el último momento en el que estaremos juntos. -dijo Alberto con gravedad.

Carolina giró la cabeza y lo miró. Luchó para que los ojos no se le arrasaran de lágrimas. Y le dijo:

-El que tiene que perdonarme eres tú. Soy una persona desconfiada por naturaleza. Mi pasado me ha hecho así. Y he dicho algo que nunca debería ni haber pensado. Y sé que la he fastidiado. Hoy va a ser mi último día en tu empresa. No podría mirarte a la cara de nuevo; me avergonzaría. Pero sí quiero pedirte un favor.-dijo ella-. Alberto la miró con rostro todavía más grave.

-Me gustaría tomarme una última cerveza contigo. -dijo Carolina, con ojos brillantes.

Alberto la miró. Seguía serio. Pero si alguien observara con mayor atención vería un matiz importante. Era tristeza. Pero toda su vida había tenido que sobreponerse a momentos complicados y delicados. Y nunca se había rendido. Y menos en este momento. Sabía que merecía la pena luchar. No sabía porqué, pero no tenía la más mínima duda. Por eso la esperó en la puerta de la discoteca. Y la hubiera esperado hasta el amanecer. Se sobrepuso a ese momento de debilidad y contestó.

-Acepto. Sé donde sirven cervezas muy frías.

Entraron y no encendió las luces. Se guiaron por las luces de emergencia y la luz de la luna que entraba por las grandes cristaleras. Desde la vigésima planta se veía toda la ciudad muy hermosa por la noche. Carolina apoyó las manos en los cristales y una lágrima cayó desde su ojo derecho. No recorrió ni un centímetro. Se la secó con la mano y respiró hondo. Estaba en el despacho del director. Entonces él entró con dos cervezas frías y le pasó una. Los dos bebieron un largo trago mirando la ciudad. Sin hablar. Sin mirarse. Entonces ella dejó la cerveza en el suelo y se abrazó a él. Lo besó en la boca y le agarró del cuello. La mano derecha de Alberto perdió su fuerza y la botella se le cayó, derramándose en la moqueta. Y él la abrazó con fuerza. Ella dio un pequeño brinco y entrelazó sus piernas en la cintura de él. Y Alberto la sostuvo por el culo besándola como nunca antes había besado. Era consciente que le estaba robando el alma, pero no podía hacer nada por evitarlo. Ella se sentía en otro cuerpo, creía estar viviendo la vida de otra chica. Esa que nunca se había sentido atraída por chicos de su edad. Esa que deseaba cada noche al meterse entre las sábanas tocar toda su piel y ser invadida con una mezcla de suavidad y firmeza. Las manos de Alberto se metieron debajo del vestido. Sus dedos buscaban lugares que explorar, recovecos que tocar, escondites que investigar. Caminó con ella así hasta su mesa. La tendió con suavidad, pero apartó con violencia todo lo que había en la mesa. El monitor sonó a cristal roto al caer. Se quitó la camisa de un tirón. La limpiadora iría encontrando botones durante semanas. Ella vio su bien torneado torso y un calor repentino se adueñó de su cara. Se arrancó las bragas haciéndolas mil pedazos. Él le subió el vestido y su cabeza desapareció debajo. Lo último que vio antes de cerrar los ojos fue una lámpara en el techo a la que nunca había prestado atención. Pasados unos minutos él se deshizo del pantalón y se acercó a besarla. Al mismo tiempo que su lengua entraba en la boca de Carolina, su polla acariciaba las paredes internas de su coño poco a poco, muy lentamente. Una embestida final hizo que la polla entrara completamente y Carolina sintiera un placer indescriptible. Sus uñas se clavaron en la espalda de Alberto pero ninguno de los dos se dio cuenta en ese momento de un par de uñas rotas ni de los rasguños con sangre en la espalda. Alberto empezó a embestirla como un animal, y ella le pedía que fuera más bestia. Los dos tenían demasiada tensión acumulada. Los gritos parecían sirenas de la policía en la noche de la ciudad.

Ella se bajó de la mesa y subió una pierna en la silla. Alberto le cogió las tetas por detrás y la penetró. Su pene tenía vía libre para penetrar ese coño tan abierto. Ella intentaba mantener el equilibrio. Tanto placer hacía que le temblaran las piernas. Entonces cambió de posición: apoyó sus manos en la mesa, arqueó su espalda y le ofreció su magnífico culo. Alberto nunca olvidaría esa imagen. Era imposible imaginar para él una estampa más erótica. La penetró suavemente y la agarró por las caderas. Y se prometió a sí mismo llevarla hasta el éxtasis. Y aquí los dos se despojaron de cualquier atuendo civilizado y se convirtieron en dos animales en celo. Él le metió un dedo en la boca y ella se lo chupó con fruición. Ella miraba hacia atrás mientras se la follaban. Le encantaba ver sus músculos, el sudor bajando por su pecho, su cara de satisfacción. Él estaba a punto. Y ella quería llegar al mismo tiempo que él.

Entonces se vio reflejada en los cristales del despacho de Alberto, su jefe. Desde allí podía ver su mesa. Y vio a todos sentados en su sitio, trabajando. Ella podía verlos. Pero ellos no a ella. Entonces el reflejo del cristal le hizo llegar perfectamente la figura desnuda de Alberto follándosela por detrás. Y supo que el lunes iba a venir a trabajar. Y que de vez en cuando echaría un vistazo furtivo al despacho de su jefe. Y que en algunas ocasiones sus miradas se cruzarían. Y que tendría que entrar algunas veces más a explicar cómo se hace una correcta hoja de cálculo, mientras un dedo de la mano bajaría por la espalda de su jefe hasta hacerle perder la compostura, mirando de reojo que nadie se diera cuenta. Y en ese momento volvió a la realidad. Todo su cuerpo se convirtió en una explosión y sus manos se agarraron a duras penas al borde de la mesa. Alberto se agarró a ella por la espalda y los dos cayeron desnudos al suelo.

Unos momentos después estaban junto a la cristalera observando la ciudad. Alberto la abrazaba por detrás; sus cuerpos sudorosos seguían desnudos, y compartían la cerveza de Carolina.

Los dos sabían que se habían inoculado mutuamente el veneno del morbo y la pasión.

Y para eso no había antídoto.
 
Hola, buenos días.

Uis, cuanto romanticismo, te tiene que gustar, no es lo mío, pero el relato está muy bien.

Saludos y gracias.

Hotam
 
Vale, Hotam, captado el mensaje. Ya sé cuál es tu estilo de historias😂
Hola, buenas noches.

Oye, que el rollito romántico y eso está muy bien, y tiene que haberlo, pero a mi en los relatos me puede más la libertad y la aventura, incluso dentro de las parejas, cuestión de gustos, que tiene que haber de todo.

Saludos y gracias.

Hotam
 
Hola, buenas noches.

Oye, que el rollito romántico y eso está muy bien, y tiene que haberlo, pero a mi en los relatos me puede más la libertad y la aventura, incluso dentro de las parejas, cuestión de gustos, que tiene que haber de todo.

Saludos y gracias.

Hotam
Es que si te das cuenta, en muchas historias es así. Pero después pedí opinión a varias amigas antes de autopublicar el libro y todas me aconsejaron más "adorno". Es evidente que los tíos somos más directos.
 
Es que si te das cuenta, en muchas historias es así. Pero después pedí opinión a varias amigas antes de autopublicar el libro y todas me aconsejaron más "adorno". Es evidente que los tíos somos más directos.
Hola, buenas noches.

Es evidente que para gustos colores, y también que ellas suelen preferir otras cosas. No me refiero tanto al adorno, como al romanticismo en sí, que no me gusta demasiado. Supongo que estamos diciendo lo mismo.

Saludos y gracias

Hotam
 

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