Entré en prisión en EEUU , 2° parte.

barrabass

Miembro muy activo
Desde
22 Ago 2025
Mensajes
68
Reputación
293
Ubicación
Alicante
Desde que me obligó a hacerle una paja no me ha vuelto a forzar ni a pedirme nada, después de aquel día, volvió a ser el mismo de siempre: con sus bromas típicas y sus risas exageradas, como si nada hubiera pasado yo, en cambio, no podía olvidarlo, cada noche esperaba, en tensión, el momento en que me exigiera repetirlo, me quedaba atento a cualquier gesto o palabra suya, preparado para lo inevitable.

Pero él actuaba como si nunca hubiera ocurrido nada, se seguía masturbando todas las noches, sacudiendo las literas como si fueran a desprenderse del suelo con cada embestida de su brazo y ahí estaba yo, atrapado entre dos emociones extremas, por un lado, recordar lo que me obligó a hacer me llenaba de una incomodidad amarga, casi insoportable, por otro, esa misma incomodidad me despertaba una excitación que no quería aceptar, había instantes en los que incluso me sorprendía deseando que me obligara otra vez, como si mi cuerpo conspirara contra mi voluntad, sin embargo, cuando lo escuchaba empezar con su rutina, jadeando en la oscuridad mientras el colchón crujía, me invadía un alivio extraño, un suspiro interno, me había librado una noche más.

Esos días transcurrieron con una normalidad tensa, dentro y fuera de la celda o al menos con esa normalidad torcida que uno llega a aceptar en un lugar como este, John seguía con sus bromas y sus chistes, y yo intentaba reírle las gracias aunque por dentro me corroía la incertidumbre, cada carcajada suya era un recordatorio de que mi seguridad dependía de él, de que cualquier cosa podía cambiar en un segundo.

En la prisión seguían respetándome, nadie se metía conmigo, y esa protección se notaba en cada pasillo y en cada mirada,algunos me observaban con una mezcla de burla y desprecio, conscientes del precio que estaba pagando, no necesitaban preguntar nada, en un lugar así todos saben de qué manera se consiguen los privilegios.

Supongo que el pago merecía la pena., una paja de vez en cuando, era mejor eso que una paliza, una violación múltiple o una cuchillada, me repetía esas palabras como un mantra para acallar la incomodidad que no me dejaba dormir por las noches, porque aunque el peligro no me tocaba directamente, lo sentía acechando en cada esquina, como un animal salvaje esperando a que John dejara de lado su papel de guardián.

Durante esa semana viví atrapado entre el alivio y el miedo, un equilibrio frágil que podía romperse en cualquier momento.

Y entonces ocurrió algo.

Estaba en la ducha, confiado, demasiado confiado, me había acostumbrado a la inmunidad que me ofrecía John y, sin darme cuenta, me relajé más de la cuenta, cuando el vapor empezó a disiparse me vi a solas con dos tipos enormes, un error que en la cárcel podía costar caro.

En un segundo, uno de ellos se me puso detrás y me sujetó con el brazo por el cuello, pegando todo su cuerpo al mío, sentí su piel, caliente, apretándose contra mi espalda, el otro se plantó frente a mí, cogiéndome la cara con una mano áspera y mojada.

—Tenemos un mensaje para tu amo —dijo, con una sonrisa que me heló la sangre.

—Cla… claro —balbuceé, evitando mirarle a los ojos—. Dímelo y yo se lo haré llegar.

—Ja, ja… no, no me has entendido. Tú eres el mensaje.

La frase me atravesó como un cuchillo. Estábamos los tres solos en la ducha, desnudos, mojados, el que me sujetaba por detrás apretaba cada vez más fuerte su cuerpo contra el mío, de pronto lo noté, su polla empezaba a endurecerse y gracias al jabón, se deslizaba entre mis muslos, rozándome los huevos desde atrás, mi respiración se entrecortó, sentía cada centímetro, cómo crecía, cómo empujaba hacia arriba, amenazando con encontrar un hueco.

Me invadió un pánico paralizante, joder, con tanto jabón en cualquier momento me la iba a meter de golpe y no iba a poder hacer nada para evitarlo, se separó apenas un poco para meter la mano y guiarla hacia mi trasero, mi cuerpo reaccionó antes que mi cabeza: intenté revolverme, pero el otro me clavó un puñetazo en la barriga que me dobló en dos, el aire se me escapó de los pulmones, y en ese instante sentí la punta rozando mi ano.

El de delante me agarró la nuca, empujando mi cara hacia abajo, y empezó a golpearme con su polla en la cara, riéndose como si fuera un juego. La humillación ardía tanto como el miedo, apenas podía pensar, mis pulmones casi no podían coger aire y me debatí otra vez, desesperado, y logré apartarme un instante, pero enseguida me agarraron con más fuerza, inmovilizándome, ya no podía escapar, con uno sujetandome por la nuca para que no me incorpore y el otro agarrándome con todas sus fuerzas por la cadera, la punta volvía a presionar contra mi ano, insistente, y yo solo podía temblar, con la certeza de que en cualquier momento me iban a penetrar.

Y justo entonces, la voz de John retumbó como un trueno:

—¿Qué mierda pensáis que estáis haciendo con mi puta?

El tiempo pareció detenerse, en cuestión de segundos los derribó con dos puñetazos que, si hubieran sido para mí, me habrían arrancado la cabeza.

—¿Estás bien? ¿Te han violado? ¿Te han hecho daño? —me preguntó con un tono entre furia y preocupación.

—Sí… no… no… estoy bien. Casi, pero no les ha dado tiempo —respondí, al borde de las lágrimas, derrumbándome de rodillas en el suelo.

—Vale. Levanta, lávate la cara, ponte la toalla y sal detrás de mí con la cabeza bien alta.- me dijo mientras me ayudaba a ponerme de pie y me limpiaba las lágrimas que estaban a punto de brotar de mis ojos.

Obedecí sin pensar, con las piernas temblando, John sabía perfectamente cómo manejar la situación, cómo marcar territorio en un lugar así.

Al salir al vestuario había al menos diez presos en silencio, sentí las miradas clavarse en mí, los murmullos que crecían como un una cascada de fondo, mientras nos vestíamos, los demás entraron a ducharse como si nada hubiera ocurrido, pero yo sabía que todos lo habían visto, todos lo habían entendido.

Yo seguía vivo gracias a John y esa deuda, cada vez, pesaba más.


Esa noche, al acostarnos, me levanté antes de que John dijera nada y me acerqué a su cama.

—¿Quieres que te haga una paja? Es lo menos que puedo hacer por lo de hoy- dije con la voz temblorosa.
No es que quisiera, pero sabía que me iba a pedir el pago y pensé que era mejor adelantarme, mientras lo decía sentía un nudo en el estómago, una mezcla de miedo y alivio, como si adelantándome pudiera tener algo de control sobre lo inevitable.
Se quitó el pantalón y se sentó en el borde de la cama.
—Claro, me alegra que me lo ofrezcas —me dijo sonriendo, con su gesto de siempre que dejaba entrever la maldad en su mirada, esa mirada me atravesaba, me recordaba que era suyo, que estaba atrapado y aun así mi cuerpo temblaba con una excitación que me negaba a aceptar, le cogí la polla con las dos manos, y salía un trozo por encima, empecé a pajearle, y mientras lo hacía me descubrí disfrutando, pagaba una deuda, pero a la vez sentía que me gustaba darle placer,mi polla empezaba a hincharse sola, traicionándome, recordándome que mi cuerpo iba por un camino distinto a mi voluntad.
Sin pensarlo acerqué mi cara para olerla, el calor me invadió entero, el pulso me golpeaba en las sienes, en ese momento me cogió la cabeza con las dos manos y me empujó hacia su polla, chocando contra mis labios cerrados, noté lo caliente que estaba y la humedad viscosa de una gota que se deslizaba en mi labio me estremecio, me hacía sentir humillado y excitado a la vez.
—Abre la boca —me dijo muy serio.
Negué con la cabeza, pero en el fondo quería que me insistiera más, mi corazón iba a mil por hora y las piernas me temblaban, era la misma sensación que la primera vez que estuve con una mujer, nervios, miedo, y esa electricidad que me recorría entero.
Me puso un dedo en el labio inferior y yo abrí la boca para dejarle entrar, metió su polla y la rodeé con mis labios, estaba paralizado, como si ya no tuviera voluntad, sujetándome la cabeza empezó a follarme la boca lentamente, y aunque una parte de mí gritaba que parara, otra se abandonaba a la sensación con un estremecimiento inevitable.
—Sabía que eras una putita sumisa, solo necesitabas tiempo. Pórtate bien conmigo y seguirás teniendo mi protección.
Yo asentí, sus palabras me dolían y me excitaban a la vez, me hacían sentir humillado pero protegido, débil pero deseado, me soltó la cabeza y empecé a subir y bajar mientras se la sujetaba con una mano y con la otra le masajeaba los huevos, sabía que se iba a correr en mi boca, no iba a ser la primera vez… pero esta vez lo estaba deseando, la idea me hacía hervir de vergüenza y placer.
Seguí mamando lentamente mientras me llamaba mamón, puta y perra, cada insulto se clavaba en mi orgullo, pero me encendía más, me hacía sentir exactamente lo que él quería que fuera, al rato noté cómo se tensaba, se puso más dura aún, ya venía, me sujetó la cabeza con firmeza.
—No dejes caer ni una gota —dijo John.
Y empezó a eyacular mientras rodeaba ese pollón con mis labios, sentía cada chorro pasar contra mi labio inferior rumbo a mi boca, me descargó unos ocho chorros, y cada uno era un golpe de calor, vergüenza y placer mezclados.
—Enséñamelo sin derramar nada. Muestra lo puta que eres y trágatelo —dijo con su sonrisa maliciosa, abrí la boca inclinando la cabeza atrás para que no cayera, sentía la cara arder, el cuerpo vibrar, después de que me hiciera un gesto de aprobación, cerré la boca y trague y por primera vez no me sentí derrotado, sino excitado hasta los huesos.
Esa noche me hice una paja sin sentirme mal y esde entonces empezó a ser una costumbre , todas las noches le hacía una mamada a veces se tumbaba en mi litera para que pudiera chupársela bien mientras estaba acostado, otras me ponía de rodillas en el suelo y me follaba la boca con fuerza, siempre me recordaba lo puta que era y era cierto, era su puta, y me gustaba,mi cuerpo lo confirmaba cada noche, casi siempre tragándome su semen con un temblor que me recorría entero.
A veces me pedía algo distinto:
—No te lo tragues, déjalo caer sobre tu pecho y tu polla, restriegalo por todo tu cuerpo y no te limpies, deja que se seque —me decía.
En esos momentos me sentía más humillado que nunca, y al mismo tiempo más excitado que en toda mi vida.

Los días en prisión pasaban siempre igual, con esa rutina monótona que parecía no tener fin, el recuento al amanecer, el café aguado y el pan duro, las horas muertas en el patio entre humo de tabaco y gritos pero ahora, mi manera de vivirlo había cambiado.

Durante el día esperaba a John, lo veía caminar tan imponente entre los demás, con esa seguridad que lo hacía destacar, y eso me daba calma me hacía sentir protegido, como si nada pudiera pasarme mientras estuviera bajo su sombra yo ya había adoptado mi nuevo rol, el de sumiso protegido, cada mirada suya, cada gesto, incluso sus bromas pesadas, me recordaban que le pertenecía.

Me empezaba a sentir suya, completamente suya… y lo curioso es que, apenas había pasado una semana y ya me sentía su hembra, me sorprendía a mí mismo aceptando esa idea con naturalidad, casi con orgullo, como si dentro de esas paredes fuera lo único que me daba identidad y sentido.

En el comedor, cuando me dejaba sentarme a su lado, sentía las miradas de los demás, y aunque me ardían las mejillas de vergüenza, por dentro me estremecía de placer, todos sabían que yo era suyo, en el patio, cuando hablaba con otros y yo lo seguía medio paso detrás, me invadía la misma sensación, no era libre, era su hembra, y me gustaba, incluso en los recuentos, de pie entre la fila interminable de presos, alcanzaba a escuchar su risa a mi espalda, y esa risa bastaba para recordarme a quién pertenecía.

Pero un día, después de dos semanas aproximadamente, mientras se la mamaba, me dijo:
—¿Eres mi puta obediente?
—Sí.
—¿Mi esclava sexual?
—Sí, soy tuya —afirmé, mirándole a los ojos. Sentía cómo mi corazón latía a mil por hora y un calor húmedo se acumulaba entre mis piernas, la vergüenza y la excitación se mezclaban de una manera que no podía controlar.
—Pues date la vuelta y ponte a cuatro patas —me ordenó en voz baja y firme.
Obedecí y me coloqué a cuatro patas sobre mi cama, cada paso, cada movimiento, cada mirada me hacía sentir más suya, más débil y, al mismo tiempo, extrañamente poderosa en mi sumisión.

Él, detrás de mí, paseó su polla por mis huevos, aunque el miedo al dolor seguía ahí, la anticipación me hacía estremecer, y mi polla se puso morcillona, colgando y chorreando, al darse cuenta de cómo chorreaba, se rió, cogió mi polla y se pasó la punta por toda la suya, dejándosela bien lubricada entre mi saliva y mis fluidos, sentí un escalofrío recorrerme mientras me preparaba para lo que sabía que vendría, después apuntó a mi agujero y presionó un poco.
—No aprietes y relájate. Iré despacio. Arquea bien la espalda y ofréceme tu entrada.
Obedecí, apoyé mi cara contra el colchón y me preparé para ser atravesado, notando cada segundo cómo mi cuerpo se entregaba, deseaba tenerlo dentro, y me estremecía de miedo y placer a la vez.
John me cogió por la cadera y empezó a empujar, aumentando la presión contra mi ano, me estaba dilatando, quería tenerlo dentro, pero me daba miedo por su tamaño, dolía, pero era soportable, me penetraba despacio, sin retroceder, cada centímetro me recordaba quién mandaba y que yo no tenía poder, solo podía recibir, cuando pensé que ya había entrado un buen trozo, me dijo:
—Bien, buena puta, tranquila, ya ha entrado la punta, lo difícil está hecho y guió empujando, sentí cómo me invadía centímetro a centímetro, hasta que empezó a dolerme muy adentro, gemí y me retorcí un poco, pero no dejaba de entrar ,me cogió con fuerza por las caderas y siguió empujando despacio, sin parar.
Era un dolor que quemaba en el ano, pero por dentro parecía que me movía todo y dejarle hacer sin ninguna oposición me excitaba al mismo tiempo. Parecía que me estaba empalando cuando se quedó apretando su pubis contra mi culo, ya la tenía dentro entera, y el lleno era absoluto, me sentía dominado, suyo, y la sensación me hacía gemir sin control, hizo fuerza, la tensó, se puso más dura, más gorda, y entró un poco más, se quedó ahí quieto unos segundos mientras yo jadeaba, cuando retrocedió fue un alivio momentáneo, solo para volver a entrar de golpe y dejarme sin aliento.
Comenzó a bombearme, cogiéndome fuerte por las caderas, cada embestida hacía que la litera golpeara la pared, podía oír aplausos y risas en otras celdas, pero yo solo sentía su cuerpo sobre el mío y cómo me destruía de placer y humillación a la vez, mo existía nada más, mi cuerpo no me pertenecía, era suyo, completamente, cada embestida me recordaba que yo era su putita, que le pertenecía, y eso me excitaba como nunca antes, el ardor, el dolor y el placer se mezclaban hasta confundirse en un solo torrente que me hacía gemir, temblar y desear más, empezó a acelerar a un ritmo de locura, parecía que me sacaba las tripas y me las volvía a meter a cada empujón, mi polla chorreaba sin parar y, cuando paró un momento para cambiar de ritmo, solo pude sentir el vacío dentro de mí que me dejaba temblando.
La siguiente embestida me dejó sin aliento, grité como una zorra y pedí más y lo volvió a hacer una y otra vez, con fuerza, sacándola entera y empujando hasta que sus huevos chocaban con los míos, no paraba, no se cansaba, no reducía el ritmo ni aflojaba sus manos en mis caderas, parecía una maquina, follándome, y cada impacto me hacía sentir más suya, más hembra, más perdida en su control.
—Te voy a preñar, puta —dijo.
Me apretó con sus manos hasta hacerme daño y tiró de mí hacia él con todas sus fuerzas, entrando en mí hasta el fondo y quedándose ahí unos segundos, sentí cómo me llenaba de semen en lo más profundo, convulsionando dentro de mí y apretando mi cuerpo con toda su fuerza.
Cuando terminó y la sacó de golpe, me dejó con una sensación de vacío que me hizo desear seguir empalado pero mi cuerpo estaba exhausto, mo tumbé de lado en la cama, temblando, aún sintiendo su peso en cada músculo, me toqué la polla, flácida y toda chorreante, me había corrido sin darme cuenta y entendí que ahora sí… era completamente suya.
Ahí me quedé dormido, agotado, tumbado de lado, mientras John, desde su litera, me decía alguna chorrada de las suyas que no pude atender.
Ahora sí soy realmente su esclavo sexual, y me encanta.

Me desperté con el ruido metálico del cerrojo al abrirse, el colchón estaba húmedo y pegajoso, todavía olía a semen y sudor, el recuerdo vivo de lo que había pasado la noche anterior abrí los ojos lentamente, aún con el cuerpo resentido, y lo primero que vi fue a John, con la espalda apoyada en la pared y riéndose a carcajadas de algo que decía otro preso en la celda de enfrente.

—Jajajaja, ¡eres gilipollas, tío! —gritaba, con esa risa escandalosa que hacía que todos lo miraran.

Yo me incorporé despacio, sintiéndome vulnerable, todavía dolorido en el culo, y al mismo tiempo excitado por recordar cómo me había usado. Me estaba vistiendo cuando John se giró hacia mí y, sin aviso, me dio una palmada fuerte en el culo que me hizo saltar.

—Vamos, putita, que hoy hay recuento. No te duermas, jajajajaja.

Me ardieron las mejillas de vergüenza mientras él seguía riéndose como si nada, siempre era así, invasivo, sin respetar espacio, diciendo lo que quería y como quería, con esa mezcla de burla y autoridad que me hacía sentirme pequeño frente a él… pero protegido.

En el pasillo, durante el recuento, seguía lanzando chistes y risotadas, los guardias lo miraban con mala cara, pero nadie le decía nada, tenía esa seguridad que imponía y que a mí, en el fondo, me tranquilizaba, me bastaba con estar a su lado.

En el patio me notaba observado, algunos presos me miraban con descaro, otros murmuraban, John, como si no existiera nada más en el mundo, se dedicaba a contar chistes guarros a los demás, poniendo voces, exagerando los gestos y estallando en carcajadas.

—Jajajajaja, mira a este, parece que no ha cagado en tres días, jajajaja.

Yo bajaba la cabeza, medio avergonzado, medio sonriendo, porque sabía que, si me reía con él, me dejaba tranquilo,era su sombra, su putita, y lo aceptaba.

El resto del día se me hacía eterno, en los talleres, en el comedor, en cada momento, lo esperaba todo de él, una broma, un empujón, una carcajada. Y aunque me incomodaba, me hacía sentir parte de algo, me hacía sentir seguro.

Por la noche, al volver a la celda, la tensión volvía a crecer, no sabía si esa noche volvería a follarme o si simplemente se reiría de mí y me dejaría en paz y esa incertidumbre, esa espera, era casi más excitante que el propio momento de sentirlo dentro
 
Atrás
Top Abajo