Es un relato de ficción gay, no consentido. Espero que guste, ya estoy escribiendo la segunda parte e irá subiendo de intensidad.
Era mi primer día en prisión en Alabama, el aire olía a humedad vieja, a sudor y a cloro barato, y cada paso que daba resonaba demasiado fuerte en los pasillos de cemento, ya me habían dado la ropa, un uniforme áspero que me raspaba la piel, y me habían asignado una celda.
Para mi sorpresa, todas las celdas permanecían abiertas durante el día se podía caminar libremente por la prisión, como si fuese un vecindario torcido donde todos se vigilan unos a otros. Pero eso no me tranquilizaba, me producía la sensación de estar en campo abierto, expuesto, sin paredes que me protegieran.
En mi celda había una litera, la cama de arriba ya estaba ocupada y tuve que conformarme con la de abajo, aunque mi compañero no estaba allí en ese momento,tarde o temprano lo vería, me quedé sentado, sin atreverme a salir. Los tipos que pasaban por el pasillo tenían miradas duras, cicatrices en la piel, sonrisas demasiado seguras de sí mismas.
Cada tanto, alguno se detenía en la puerta, unos se quedaban observando en silencio, otros dejaban caer palabras como piedras:
—¿Eres la nueva novia de John? Jajaja.
—Prepárate para esta noche, espero que tengas vaselina.
—Tenemos putita nueva en el vecindario.
Cada frase me erizaba la piel. Intentaba aparentar indiferencia, pero la sangre me latía en las sienes, sabía que esta cárcel tenía fama de ser la número uno en violaciones en todo Estados Unidos, y por más que quisiera convencerme de que solo me estaban asustando, el miedo se me agarraba al estómago como un puño cerrado.
Había visto películas en las que, si te haces el duro desde el principio, te respetan,pero la realidad no era una película, no tenía ganas de que me molieran a golpes, y mucho menos de convertirme en la diversión sexual de toda la prisión, estaba atrapado en una disyuntiva, mostrar debilidad o jugar a ser un tipo duro que en el fondo no era. Y la verdad… no sabía cómo iba a salir de aquello.
Me repetía que yo era hetero, que siempre me habían gustado las mujeres, no podía negar que, alguna vez, alguna fantasía se me había cruzado por la cabeza, pero nunca había pasado de ahí, nunca un hombre me había resultado atractivo, ni siquiera por accidente, pero sentado en aquella litera, sintiendo el peso invisible de tantas miradas y amenazas, me descubrí pensando si acaso estaba negando algo de mí mismo.
Después de un par de horas, llamaron a cenar. Justo cuando me disponía a salir de la celda, apareció en la puerta un tipo enorme, calvo, con músculos tan marcados que parecían a punto de desgarrarle la piel, y venas gruesas recorriéndole el cuello y los brazos. Medía casi dos metros y ocupaba todo el marco de la entrada.
—Vaya… ¿y tú qué haces aquí? ¿Es tu primer día? —dijo con voz grave.
Me bloqueaba el paso como una muralla humana, antes de que pudiera contestar, me agarró del hombro y me zarandeó, para él quizás era un gesto amistoso, casi un saludo, para mí, fue como sentir en carne propia lo aplastante de su fuerza, notó mi cara de susto, porque me quedé ahí, paralizado, sin saber qué responder.
Se echó a reír una risa ruidosa, algo forzada, que parecía querer sonar ligera pero que me llenaba de inquietud.
—Jajaja, tranquilo, hombre, no es para tanto, no hagas caso a esos cabrones, solo quieren reírse un rato, anda, vente conmigo, no deberías ir solo el primer día. —Me dio una palmada en la espalda que casi me hizo trastabillar—. Por cierto, soy John, tu compañero de celda.
No tuve opción, lo seguí hasta el comedor, sintiendo cómo su sombra me cubría, durante la cena nos sentamos en una mesa con cuatro tipos más, me miraban con esa mezcla de curiosidad y malicia con la que se observa a un animal nuevo en la jaula, me preguntaron por qué estaba allí, cuánto tiempo iba a estar, y entre risas me contaron algunas de sus experiencias que a veces sonaban como amenazas veladas.
John hablaba mucho, lanzaba chistes malos, exageraba, y reía siempre más fuerte de lo necesario, aquella risa nerviosa, como ensayada, parecía una máscara, me daba la sensación de que intentaba convencer a los demás, o tal vez a sí mismo.
Yo respondía lo justo, el miedo me apretaba la garganta y me obligaba a elegir cada palabra con cuidado, sabía que cualquier frase mal dicha podía convertirse en otra broma pesada, en un rumor, en una condena.
Al terminar, preferí ir al aseo del pasillo en lugar de usar el váter de la celda, no estaba preparado para bajarme los pantalones delante de John, aunque intentara mostrarse amigable, las sonrisitas que nos lanzaban los demás cada vez que nos veían juntos no me daban buen augurio, intentaba que no se me notara el miedo, pero sentía que John lo percibía.
Aquella noche me tumbé en la litera de abajo, intentando relajarme, aunque el corazón me golpeaba tan fuerte que lo sentía retumbar en los oídos, el silencio de la prisión era engañoso, no era más que un murmullo constante de voces lejanas, risas apagadas y algún que otro golpe metálico.
John se acomodó arriba, podía escuchar el crujido del somier cada vez que se movía, yo me quedé quieto, mirando el techo de hierro oxidado, como si así pudiera desaparecer.
De repente, su voz rompió la penumbra:
—Así que… ¿eres mi nueva novia? —dijo con un tono burlón, alargando las palabras.
La risa que soltó después descendió sobre mí como un trueno, tragué saliva, no sabía si estaba bromeando, si probaba mis reacciones o si realmente hablaba en serio.
Me mantuve en silencio, fingiendo que no había escuchado, pero John insistió.
—No te hagas el dormido, que te oigo respirar. —Se rió otra vez, esa risa nerviosa que me helaba más que cualquier amenaza.
—¿Por qué no subes aquí y me haces una paja? —añadió en un susurro firme.
Cada palabra suya era como una mano invisible que me apretaba el pecho, la oscuridad no ayudaba, sentía su presencia arriba, inmensa, como si en cualquier momento pudiera dejarse caer sobre mí y el miedo caló en mi hasta los huesos.
No respondí.
Cerré los ojos con fuerza, deseando que dejara de hablar.
—Jajaja, tranquilo, era una broma. Duermete, pero yo me voy a hacer una —murmuró.
Y sin más, empezó a masturbarse durante quince minutos que se me hicieron interminables.
Los días siguientes pasaron extrañamente rápido, dondequiera que iba, John estaba conmigo, era imposible no notar cómo su sombra me cubría, caminaba a mi lado por los pasillos, me presentaba a sus colegas, me señalaba con una especie de orgullo silencioso, como si yo fuera suyo.
Y la verdad, bajo su compañía, nadie se metía conmigo, algunas risitas, algún comentario al pasar, un beso lanzado al aire… pero nada más, nadie se atrevía a tocarme ni a provocarme demasiado, esa protección me aliviaba y, al mismo tiempo, me ahogaba.
Porque aunque el miedo inicial se había transformado en cierta sensación de seguridad, no podía apartar de mi cabeza todo lo que había escuchado sobre John, ni las bromas que soltaba cada noche desde la litera de arriba, cada vez que me lanzaba una insinuación, aunque luego dijera que era una broma, me quedaba claro que aquella seguridad tenía un precio.
Era una sensación difícil de explicar: como si hubiera firmado un contrato sin leer la letra pequeña, yo estaba tranquilo durante el día, pero por dentro me sabía condenado,sentía que tarde o temprano llegaría el momento de pagar.
Y cada noche era igual, John se masturbaba sin ningún pudor, haciendo que la litera entera temblara bajo su peso, a veces hablaba, a veces gemía, yo me quedaba rígido, con la manta hasta el cuello, fingiendo dormir mientras el miedo me cerraba el estómago.
Pero no era solo miedo: sentía una excitación inesperada, mezclada con culpa y confusión, por momentos, me sorprendía imaginando cómo sería rendirme por completo a él, dejar que me dominara, sentirme vulnerable bajo su fuerza.
Pensamientos que nunca había querido admitir surgían sin control, deseos reprimidos, fantasías homosexuales que no comprendía y una inquietante curiosidad sobre lo que podría sentir si realmente cediera
La octava noche, se estaba masturbando y llevaba un buen rato cuando de repente me dijo, exaltado:
—¡Me cago en la puta, pero qué mierda me ha salido aquí! —y de un sobresalto se sentó sobre su cama, dejando los pies colgando en el aire—.
—Rápido, ven, ¿qué mierda me ha salido aquí? Tienes que ver esto, joder, tío, levántate y mira esto, coño.
Me levanté rápido, extrañado ante su urgencia, pasé por entre sus pies y me erguí, al girarme para mirarlo, vi justo delante de mi cara su enorme polla y antes de que pudiera reaccionar, soltó un chorro de semen que me dio en la cara y la boca abierta, me di la vuelta, asqueado, mientras él seguía, y noté cómo caían cuatro o cinco chorros mas sobre mi cabeza, Inmediatamente después, empezó a reírse, no era su risa falsa, esta vez se reía a carcajadas de verdad.
—¡Qué cara has puesto! —exclamó—. Tenías que haberte visto, ojalá hubiera podido hacerte una foto, ja, ja, ja, ja.
Escupí en el lavabo de acero el semen que había entrado en mi boca y, mientras me limpiaba la cara con la manga de mi camiseta, el calor se la irá me inundó, nubla do mi mente por unos segundos y le grité:
—Hijo de puta, me cago en tus muertos. ¿Pero qué mierda has hecho? Me has dado en la boca, cabrón.
Conforme dije eso, dejó de reírse de golpe, saltó de la cama a toda velocidad, me cogió por la nuca y estampó mi cara contra el muro de la celda, acercó su boca a mi oído y dijo, en voz baja pero con mucha rabia e intensidad:
—¿Te has cagado en mis putos muertos, maricón de mierda? Solo era una broma graciosa entre tíos, te estoy respetando, estoy cuidando de ti y no te estoy pidiendo nada a cambio porque me caes bien, pero el último que se cagó en mis muertos se comió su propia polla. ¿Tú tienes hambre?
—Lo siento, John —dije, acojonado—. Es que me ha dado en la boca y me ha pillado por sorpresa,no quería decir eso, lo he dicho sin pensar-. Lo cierto es que al oír mis propias palabras , notaba en ellas el temblor de todo mi cuerpo, senti que podía partir mi cuello sin ningún esfuerzo y sentía que estaba apunto de romper a llorar.
—Va, no pasa nada —dijo John en un tono menos agresivo—. Pero a mí se me respeta aquí, ya sabes que soy un bromista, tienes que aguantar algunas cosas.
Esa noche tardé bastante en dormirme,cada ruido me sobresaltaba, cada sombra parecía avanzar hacia mí y todo eso se mezclaba con una excitación que no deseaba y me hacía sentir aún más humillado.
La noche siguiente ya no había bromas, ni risas, ni gracias, ni chistes.
—Eh, me debes un favor. Ayer te perdoné la vida —dijo John en voz baja pero firme.
De repente, mi corazón empezó a latir tan fuerte que pensé que lo podría oír toda la cárcel, me quedé de piedra mientras John continuaba hablando:
—Hoy me vas a masturbar tú —dijo mientras se sentaba en la cama, dejando los pies colgando—. Vamos, ¿a qué esperas? Levántate.
Me levanté y me puse frente a él, tenía mi cara justo delante de esa enorme polla, mi cuerpo temblaba de arriba abajo, mis piernas apenas me sostenían, pensé: “Bueno, solo es una paja, se la voy a hacer y se acabó el favor”. Levanté mi mano derecha y empecé a moverla lentamente hacia él, esperando no llegar nunca a tocarlo y esperando que en cualquier momento me dijera que era otra de sus bromas. Por lo visto, me acercaba tan despacio que él mismo cogió mi mano y la puso sobre su miembro, se quedó ahí unos segundos y empezó a mover mi mano sobre él, arriba y abajo.
—Así, joder, ¿es que no sabes cómo se hace una paja? Y con la otra mano, masajea los huevos —dijo con firmeza.
Mientras le hacía lo que me pedía, pensaba en las veces que me había sentido mal y confundido por las fantasías homosexuales que había tenido, ahora me veía con eso entre las manos y notaba cómo me excitaba en contra de mi voluntad.
—Más rápido, aprieta más, abre la boca y no te muevas del sitio —dijo con firmeza.
Me apartó la mano y siguió masturbándose él durante unos segundos, luego empezaron a salir chorros de semen directos a mi cara, al menos tres de ellos entraron en mi boca, yo permanecía allí, rígido, sintiéndome como su puta particular.
Inmediatamente después, se tumbó en la cama, desnudo, con ese enorme rabo aún duro y palpitando.
—Ya está, a dormir —me dijo como si nada hubiera pasado.
Sin cerrar la boca, me acerqué al lavabo y dejé caer allí todo lo que tenía en la lengua. Me enjuagué como pude, me limpié y me acosté.
Esa noche estaba lleno de sensaciones contradictorias: asco, miedo, vergüenza… y excitación involuntaria, pero de algún modo el hecho de no tener elección, le restaba culpabilidad , cuando asumí que no había sido tan grave y que tenía que llevarme bien con esa mole, me hice una paja pensando en lo que había hecho, avergonzado, con rabia y con ganas de llorar.
La protección de John era un escudo… pero también una cadena invisible.
Continuará...
Era mi primer día en prisión en Alabama, el aire olía a humedad vieja, a sudor y a cloro barato, y cada paso que daba resonaba demasiado fuerte en los pasillos de cemento, ya me habían dado la ropa, un uniforme áspero que me raspaba la piel, y me habían asignado una celda.
Para mi sorpresa, todas las celdas permanecían abiertas durante el día se podía caminar libremente por la prisión, como si fuese un vecindario torcido donde todos se vigilan unos a otros. Pero eso no me tranquilizaba, me producía la sensación de estar en campo abierto, expuesto, sin paredes que me protegieran.
En mi celda había una litera, la cama de arriba ya estaba ocupada y tuve que conformarme con la de abajo, aunque mi compañero no estaba allí en ese momento,tarde o temprano lo vería, me quedé sentado, sin atreverme a salir. Los tipos que pasaban por el pasillo tenían miradas duras, cicatrices en la piel, sonrisas demasiado seguras de sí mismas.
Cada tanto, alguno se detenía en la puerta, unos se quedaban observando en silencio, otros dejaban caer palabras como piedras:
—¿Eres la nueva novia de John? Jajaja.
—Prepárate para esta noche, espero que tengas vaselina.
—Tenemos putita nueva en el vecindario.
Cada frase me erizaba la piel. Intentaba aparentar indiferencia, pero la sangre me latía en las sienes, sabía que esta cárcel tenía fama de ser la número uno en violaciones en todo Estados Unidos, y por más que quisiera convencerme de que solo me estaban asustando, el miedo se me agarraba al estómago como un puño cerrado.
Había visto películas en las que, si te haces el duro desde el principio, te respetan,pero la realidad no era una película, no tenía ganas de que me molieran a golpes, y mucho menos de convertirme en la diversión sexual de toda la prisión, estaba atrapado en una disyuntiva, mostrar debilidad o jugar a ser un tipo duro que en el fondo no era. Y la verdad… no sabía cómo iba a salir de aquello.
Me repetía que yo era hetero, que siempre me habían gustado las mujeres, no podía negar que, alguna vez, alguna fantasía se me había cruzado por la cabeza, pero nunca había pasado de ahí, nunca un hombre me había resultado atractivo, ni siquiera por accidente, pero sentado en aquella litera, sintiendo el peso invisible de tantas miradas y amenazas, me descubrí pensando si acaso estaba negando algo de mí mismo.
Después de un par de horas, llamaron a cenar. Justo cuando me disponía a salir de la celda, apareció en la puerta un tipo enorme, calvo, con músculos tan marcados que parecían a punto de desgarrarle la piel, y venas gruesas recorriéndole el cuello y los brazos. Medía casi dos metros y ocupaba todo el marco de la entrada.
—Vaya… ¿y tú qué haces aquí? ¿Es tu primer día? —dijo con voz grave.
Me bloqueaba el paso como una muralla humana, antes de que pudiera contestar, me agarró del hombro y me zarandeó, para él quizás era un gesto amistoso, casi un saludo, para mí, fue como sentir en carne propia lo aplastante de su fuerza, notó mi cara de susto, porque me quedé ahí, paralizado, sin saber qué responder.
Se echó a reír una risa ruidosa, algo forzada, que parecía querer sonar ligera pero que me llenaba de inquietud.
—Jajaja, tranquilo, hombre, no es para tanto, no hagas caso a esos cabrones, solo quieren reírse un rato, anda, vente conmigo, no deberías ir solo el primer día. —Me dio una palmada en la espalda que casi me hizo trastabillar—. Por cierto, soy John, tu compañero de celda.
No tuve opción, lo seguí hasta el comedor, sintiendo cómo su sombra me cubría, durante la cena nos sentamos en una mesa con cuatro tipos más, me miraban con esa mezcla de curiosidad y malicia con la que se observa a un animal nuevo en la jaula, me preguntaron por qué estaba allí, cuánto tiempo iba a estar, y entre risas me contaron algunas de sus experiencias que a veces sonaban como amenazas veladas.
John hablaba mucho, lanzaba chistes malos, exageraba, y reía siempre más fuerte de lo necesario, aquella risa nerviosa, como ensayada, parecía una máscara, me daba la sensación de que intentaba convencer a los demás, o tal vez a sí mismo.
Yo respondía lo justo, el miedo me apretaba la garganta y me obligaba a elegir cada palabra con cuidado, sabía que cualquier frase mal dicha podía convertirse en otra broma pesada, en un rumor, en una condena.
Al terminar, preferí ir al aseo del pasillo en lugar de usar el váter de la celda, no estaba preparado para bajarme los pantalones delante de John, aunque intentara mostrarse amigable, las sonrisitas que nos lanzaban los demás cada vez que nos veían juntos no me daban buen augurio, intentaba que no se me notara el miedo, pero sentía que John lo percibía.
Aquella noche me tumbé en la litera de abajo, intentando relajarme, aunque el corazón me golpeaba tan fuerte que lo sentía retumbar en los oídos, el silencio de la prisión era engañoso, no era más que un murmullo constante de voces lejanas, risas apagadas y algún que otro golpe metálico.
John se acomodó arriba, podía escuchar el crujido del somier cada vez que se movía, yo me quedé quieto, mirando el techo de hierro oxidado, como si así pudiera desaparecer.
De repente, su voz rompió la penumbra:
—Así que… ¿eres mi nueva novia? —dijo con un tono burlón, alargando las palabras.
La risa que soltó después descendió sobre mí como un trueno, tragué saliva, no sabía si estaba bromeando, si probaba mis reacciones o si realmente hablaba en serio.
Me mantuve en silencio, fingiendo que no había escuchado, pero John insistió.
—No te hagas el dormido, que te oigo respirar. —Se rió otra vez, esa risa nerviosa que me helaba más que cualquier amenaza.
—¿Por qué no subes aquí y me haces una paja? —añadió en un susurro firme.
Cada palabra suya era como una mano invisible que me apretaba el pecho, la oscuridad no ayudaba, sentía su presencia arriba, inmensa, como si en cualquier momento pudiera dejarse caer sobre mí y el miedo caló en mi hasta los huesos.
No respondí.
Cerré los ojos con fuerza, deseando que dejara de hablar.
—Jajaja, tranquilo, era una broma. Duermete, pero yo me voy a hacer una —murmuró.
Y sin más, empezó a masturbarse durante quince minutos que se me hicieron interminables.
Los días siguientes pasaron extrañamente rápido, dondequiera que iba, John estaba conmigo, era imposible no notar cómo su sombra me cubría, caminaba a mi lado por los pasillos, me presentaba a sus colegas, me señalaba con una especie de orgullo silencioso, como si yo fuera suyo.
Y la verdad, bajo su compañía, nadie se metía conmigo, algunas risitas, algún comentario al pasar, un beso lanzado al aire… pero nada más, nadie se atrevía a tocarme ni a provocarme demasiado, esa protección me aliviaba y, al mismo tiempo, me ahogaba.
Porque aunque el miedo inicial se había transformado en cierta sensación de seguridad, no podía apartar de mi cabeza todo lo que había escuchado sobre John, ni las bromas que soltaba cada noche desde la litera de arriba, cada vez que me lanzaba una insinuación, aunque luego dijera que era una broma, me quedaba claro que aquella seguridad tenía un precio.
Era una sensación difícil de explicar: como si hubiera firmado un contrato sin leer la letra pequeña, yo estaba tranquilo durante el día, pero por dentro me sabía condenado,sentía que tarde o temprano llegaría el momento de pagar.
Y cada noche era igual, John se masturbaba sin ningún pudor, haciendo que la litera entera temblara bajo su peso, a veces hablaba, a veces gemía, yo me quedaba rígido, con la manta hasta el cuello, fingiendo dormir mientras el miedo me cerraba el estómago.
Pero no era solo miedo: sentía una excitación inesperada, mezclada con culpa y confusión, por momentos, me sorprendía imaginando cómo sería rendirme por completo a él, dejar que me dominara, sentirme vulnerable bajo su fuerza.
Pensamientos que nunca había querido admitir surgían sin control, deseos reprimidos, fantasías homosexuales que no comprendía y una inquietante curiosidad sobre lo que podría sentir si realmente cediera
La octava noche, se estaba masturbando y llevaba un buen rato cuando de repente me dijo, exaltado:
—¡Me cago en la puta, pero qué mierda me ha salido aquí! —y de un sobresalto se sentó sobre su cama, dejando los pies colgando en el aire—.
—Rápido, ven, ¿qué mierda me ha salido aquí? Tienes que ver esto, joder, tío, levántate y mira esto, coño.
Me levanté rápido, extrañado ante su urgencia, pasé por entre sus pies y me erguí, al girarme para mirarlo, vi justo delante de mi cara su enorme polla y antes de que pudiera reaccionar, soltó un chorro de semen que me dio en la cara y la boca abierta, me di la vuelta, asqueado, mientras él seguía, y noté cómo caían cuatro o cinco chorros mas sobre mi cabeza, Inmediatamente después, empezó a reírse, no era su risa falsa, esta vez se reía a carcajadas de verdad.
—¡Qué cara has puesto! —exclamó—. Tenías que haberte visto, ojalá hubiera podido hacerte una foto, ja, ja, ja, ja.
Escupí en el lavabo de acero el semen que había entrado en mi boca y, mientras me limpiaba la cara con la manga de mi camiseta, el calor se la irá me inundó, nubla do mi mente por unos segundos y le grité:
—Hijo de puta, me cago en tus muertos. ¿Pero qué mierda has hecho? Me has dado en la boca, cabrón.
Conforme dije eso, dejó de reírse de golpe, saltó de la cama a toda velocidad, me cogió por la nuca y estampó mi cara contra el muro de la celda, acercó su boca a mi oído y dijo, en voz baja pero con mucha rabia e intensidad:
—¿Te has cagado en mis putos muertos, maricón de mierda? Solo era una broma graciosa entre tíos, te estoy respetando, estoy cuidando de ti y no te estoy pidiendo nada a cambio porque me caes bien, pero el último que se cagó en mis muertos se comió su propia polla. ¿Tú tienes hambre?
—Lo siento, John —dije, acojonado—. Es que me ha dado en la boca y me ha pillado por sorpresa,no quería decir eso, lo he dicho sin pensar-. Lo cierto es que al oír mis propias palabras , notaba en ellas el temblor de todo mi cuerpo, senti que podía partir mi cuello sin ningún esfuerzo y sentía que estaba apunto de romper a llorar.
—Va, no pasa nada —dijo John en un tono menos agresivo—. Pero a mí se me respeta aquí, ya sabes que soy un bromista, tienes que aguantar algunas cosas.
Esa noche tardé bastante en dormirme,cada ruido me sobresaltaba, cada sombra parecía avanzar hacia mí y todo eso se mezclaba con una excitación que no deseaba y me hacía sentir aún más humillado.
La noche siguiente ya no había bromas, ni risas, ni gracias, ni chistes.
—Eh, me debes un favor. Ayer te perdoné la vida —dijo John en voz baja pero firme.
De repente, mi corazón empezó a latir tan fuerte que pensé que lo podría oír toda la cárcel, me quedé de piedra mientras John continuaba hablando:
—Hoy me vas a masturbar tú —dijo mientras se sentaba en la cama, dejando los pies colgando—. Vamos, ¿a qué esperas? Levántate.
Me levanté y me puse frente a él, tenía mi cara justo delante de esa enorme polla, mi cuerpo temblaba de arriba abajo, mis piernas apenas me sostenían, pensé: “Bueno, solo es una paja, se la voy a hacer y se acabó el favor”. Levanté mi mano derecha y empecé a moverla lentamente hacia él, esperando no llegar nunca a tocarlo y esperando que en cualquier momento me dijera que era otra de sus bromas. Por lo visto, me acercaba tan despacio que él mismo cogió mi mano y la puso sobre su miembro, se quedó ahí unos segundos y empezó a mover mi mano sobre él, arriba y abajo.
—Así, joder, ¿es que no sabes cómo se hace una paja? Y con la otra mano, masajea los huevos —dijo con firmeza.
Mientras le hacía lo que me pedía, pensaba en las veces que me había sentido mal y confundido por las fantasías homosexuales que había tenido, ahora me veía con eso entre las manos y notaba cómo me excitaba en contra de mi voluntad.
—Más rápido, aprieta más, abre la boca y no te muevas del sitio —dijo con firmeza.
Me apartó la mano y siguió masturbándose él durante unos segundos, luego empezaron a salir chorros de semen directos a mi cara, al menos tres de ellos entraron en mi boca, yo permanecía allí, rígido, sintiéndome como su puta particular.
Inmediatamente después, se tumbó en la cama, desnudo, con ese enorme rabo aún duro y palpitando.
—Ya está, a dormir —me dijo como si nada hubiera pasado.
Sin cerrar la boca, me acerqué al lavabo y dejé caer allí todo lo que tenía en la lengua. Me enjuagué como pude, me limpié y me acosté.
Esa noche estaba lleno de sensaciones contradictorias: asco, miedo, vergüenza… y excitación involuntaria, pero de algún modo el hecho de no tener elección, le restaba culpabilidad , cuando asumí que no había sido tan grave y que tenía que llevarme bien con esa mole, me hice una paja pensando en lo que había hecho, avergonzado, con rabia y con ganas de llorar.
La protección de John era un escudo… pero también una cadena invisible.
Continuará...