Sabía que, cuando mi padre hablaba, todo lo decía en serio, así que, tras el trato, hice todo lo que pude para cumplir mi parte. Era normal que mi padre estuviera ya cansado de mis vaivenes, que estuviera hasta los mismísimos de estar pagando matrículas de la universidad año tras año sin que yo consiguiera nada más que unos cuantos aprobados. El caso es que puse todo mi empeño y mi tiempo, evitando volver a caer en escusas, pero al llegar el verano, me quedaron 2 de las asignaturas que me faltaban para poder ser abogado.
Estaba esperanzado en que, con tal resultado, mi padre no fuera tan rígido, pero el caso es que el mismo día que se lo dije tuve que hacer mis maletas y marcharme de casa. Sabía que con esas dos asignaturas volvería pronto, pero no volvería a pisar la casa ni a recibir dinero de la familia hasta que hubiera terminado la carrera.
Un compañero de carrera, que había terminado algún curso antes y, por lo tanto, ya estaba trabajando, me acogió en su piso, en una localidad vecina, pero solamente por el mes de julio, ya que en agosto regresaba a su ciudad, de vacaciones, y en septiembre marcharía a otro piso.
Necesitaba dinero, necesitaba un piso, necesitaba cualquier cosa, así que dediqué mis esfuerzos en encontrar un trabajo, lógicamente, que estuviera relacionado con el derecho era una de mis prioridades.
El caso es que en el periódico vi una oferta que me llamó bastante la atención: buscaban un estudiante de derecho y yo llamé, pensando que por mi edad pensarían que no era muy buena opción. Me equivoqué y, para esa misma tarde, ya tenía la entrevista de trabajo concertada.
Le cogí prestada a mi compañero una camisa, aunque me quedaba algo ajustada, ya que él aunque ancho de hombros era muy delgado, y yo me había pasado varios años practicando artes marciales, lo cual que me había dejado un torso bastante bien formado, aunque hubiera ganado algo de peso durante el último curso, lo cual hacía que mis pectorales se marcaran perfectamente y mis pezones parecieran querer salirse de la camisa. Le hubiera cogido también algún pantalón, pero a pesar de no tener yo demasiado trasero, con lo cual no me hubieran quedado nada mal, pensé que sería menos formal si me presentaba con un vaquero.
Llegué a la oficina puntual como un inglés, presentándome a la chica que cogía el teléfono y que estaba parapetada detrás de un alto mostrador, quedando por debajo de mis ojos, por lo que pude apreciar todo su canalillo, tapado por una blusa bastante fina, que hizo que mi pene quisiera despertarse sin tener sitio casi en los jeans. La verdad es que era una chica bastante guapa, muy bien arreglada, que llamó por teléfono rápidamente para avisar de mi llegada:
-Sí,… está aquí delante,… moreno pero con la piel clara… los ojos claros, muy bonitos… (yo me sonrojé, mientras observaba que me miraba fijamente, con picardía, al hablar, sin entender que esos comentarios fueran lógicos para una entrevista de trabajo). Muy bien. Cuando me necesites ya sabes…
Ella colgó el teléfono y me hizo pasar al despacho. Me recibió una señora, de unos cincuenta años, pero que poseía, aparte de un cuerpo muy cuidado, una elegancia natural bastante sorprendente.
Me hizo sentarme frente a su mesa y se dirigió a su sitio, lo que me hizo observar su trasero, perfectamente embutido en una falda de tubo que hacía resaltar su redondez sin llegar a ser nada vulgar. Al sentarse me miró fijamente, sonriendo, y llevó el bolígrafo que tenía entre las manos a su boca, mirándome fijamente mientras chupaba uno de sus extremos y me miraba fijamente por unos minutos. Yo, sinceramente, me sentía apurado, ya que notaba que, entre la una y la otra, se me estaba poniendo morcillona, hasta que me pidió el currículo, para leerlo tranquilamente.
-Veo que dejaste la carrera unos años para trabajar de… ¿fontanero?
La situación no había sido la mejor para la familia en aquella época (le expliqué) y mi padre no podía permitir que siguiera gastando dinero sin aprobar prácticamente ninguna asignatura, así que decidí trabajar para no ser una carga. También le comenté que tras la vuelta a los estudios la remontada había sido bastante buena.
-Supongo que habrás limpiado más de una tubería. Eso me gusta -dijo con picardía-.
Cogió el expediente académico y comentamos alguna de las notas de las asignaturas del último curso.
Mientras hablábamos no podía dejar de mirar su busto. No era excesivamente grande, pero se veía firme tras la blusa, además, se notaba que no llevaba sujetador, ya que sus pezones, totalmente endurecidos, se marcaban en su blusa de seda que, con su suavidad, acariciaba su piel, haciéndome pensar que, justo ahí, me gustaría ponerle las manos.
-Creo que eres un buen candidato, y tu físico te ayuda -arqueé una de mis cejas, sin entender del todo-. Voy a llamar para que nos traigan un refresco y hablamos tranquilamente del trabajo, aquí nos lo tomamos todo con tranquilidad.
Tras la llamada, comenzó por hablar del sueldo, que, sinceramente, era mucho mayor de lo que esperaba, sin contar que, dependiendo del trabajo conseguido a favor de los clientes te pagaban un importante plus, hubieras intervenido de una forma más directa o indirectamente. Eso sí, en principio mi trabajo sería el de recepcionista, alternándome con la chica de la puerta, colaborando en la búsqueda de información para los casos e incluso en algunas entrevistas con las partes afectadas de los mismos.
La intención era que, poco a poco, fuera recogiendo responsabilidades y que, en un futuro, me convirtiera en un abogado más de la firma, una vez que terminara la carrera, lo que era, realmente, bastante alentador.
Mientras me iba explicando que la empresa creía firmemente en la formación de los nuevos valores, sentí sobre mi hombro un chorro frío: la chica de la recepción, al entrar con los vasos de refresco, había tropezado y me había echado todo el líquido encima.
No hace falta decir el apuro de la chica y la rapidez de las dos en disculparse. Ante su intento por ayudarme, y en menos de cinco minutos, casi sin dejarme opción, me habían quitado la camisa para lavarla y tenía los pantalones, que también se habían manchado, en los tobillos. Mientras la recepcionista ya había entrado al baño con mi camisa y, por el sonido del agua, suponía que la había puesto a remojo, logré coger fuertemente las manos de la jefa evitando que me quitara los pantalones del todo para hacer lo mismo.
Al agarrarla, y observar una mueca de su cara, me dí cuenta de que podría estar haciéndole daño, y me disculpe azorado. Ella, sin embargo, comentó que no pasaba nada. Mordió uno de los extremos de su labio inferior y se disculpó, bajando la cabeza, pero no la mirada, que se concentraba en mi paquete, ajustado en unos slips blancos, de tela muy fina, que me parecieron, teniendo en cuenta la entrevista, la mejor opción para ir elegante, por si se me salía la camisa y se veían ligeramente.
-En serio, agradezco todo esto, pero creo que por una mancha en los pantalones no me va a pasar nada.
Volvió a sentarse tras la mesa, comentando que tendría que esperar que la camisa estuviera lista.
-Siento todo esto, pero no nos queda más que esperar a que se seque la camisa: no creo que tarde mucho con la secadora que tenemos.
Estaba esperanzado en que, con tal resultado, mi padre no fuera tan rígido, pero el caso es que el mismo día que se lo dije tuve que hacer mis maletas y marcharme de casa. Sabía que con esas dos asignaturas volvería pronto, pero no volvería a pisar la casa ni a recibir dinero de la familia hasta que hubiera terminado la carrera.
Un compañero de carrera, que había terminado algún curso antes y, por lo tanto, ya estaba trabajando, me acogió en su piso, en una localidad vecina, pero solamente por el mes de julio, ya que en agosto regresaba a su ciudad, de vacaciones, y en septiembre marcharía a otro piso.
Necesitaba dinero, necesitaba un piso, necesitaba cualquier cosa, así que dediqué mis esfuerzos en encontrar un trabajo, lógicamente, que estuviera relacionado con el derecho era una de mis prioridades.
El caso es que en el periódico vi una oferta que me llamó bastante la atención: buscaban un estudiante de derecho y yo llamé, pensando que por mi edad pensarían que no era muy buena opción. Me equivoqué y, para esa misma tarde, ya tenía la entrevista de trabajo concertada.
Le cogí prestada a mi compañero una camisa, aunque me quedaba algo ajustada, ya que él aunque ancho de hombros era muy delgado, y yo me había pasado varios años practicando artes marciales, lo cual que me había dejado un torso bastante bien formado, aunque hubiera ganado algo de peso durante el último curso, lo cual hacía que mis pectorales se marcaran perfectamente y mis pezones parecieran querer salirse de la camisa. Le hubiera cogido también algún pantalón, pero a pesar de no tener yo demasiado trasero, con lo cual no me hubieran quedado nada mal, pensé que sería menos formal si me presentaba con un vaquero.
Llegué a la oficina puntual como un inglés, presentándome a la chica que cogía el teléfono y que estaba parapetada detrás de un alto mostrador, quedando por debajo de mis ojos, por lo que pude apreciar todo su canalillo, tapado por una blusa bastante fina, que hizo que mi pene quisiera despertarse sin tener sitio casi en los jeans. La verdad es que era una chica bastante guapa, muy bien arreglada, que llamó por teléfono rápidamente para avisar de mi llegada:
-Sí,… está aquí delante,… moreno pero con la piel clara… los ojos claros, muy bonitos… (yo me sonrojé, mientras observaba que me miraba fijamente, con picardía, al hablar, sin entender que esos comentarios fueran lógicos para una entrevista de trabajo). Muy bien. Cuando me necesites ya sabes…
Ella colgó el teléfono y me hizo pasar al despacho. Me recibió una señora, de unos cincuenta años, pero que poseía, aparte de un cuerpo muy cuidado, una elegancia natural bastante sorprendente.
Me hizo sentarme frente a su mesa y se dirigió a su sitio, lo que me hizo observar su trasero, perfectamente embutido en una falda de tubo que hacía resaltar su redondez sin llegar a ser nada vulgar. Al sentarse me miró fijamente, sonriendo, y llevó el bolígrafo que tenía entre las manos a su boca, mirándome fijamente mientras chupaba uno de sus extremos y me miraba fijamente por unos minutos. Yo, sinceramente, me sentía apurado, ya que notaba que, entre la una y la otra, se me estaba poniendo morcillona, hasta que me pidió el currículo, para leerlo tranquilamente.
-Veo que dejaste la carrera unos años para trabajar de… ¿fontanero?
La situación no había sido la mejor para la familia en aquella época (le expliqué) y mi padre no podía permitir que siguiera gastando dinero sin aprobar prácticamente ninguna asignatura, así que decidí trabajar para no ser una carga. También le comenté que tras la vuelta a los estudios la remontada había sido bastante buena.
-Supongo que habrás limpiado más de una tubería. Eso me gusta -dijo con picardía-.
Cogió el expediente académico y comentamos alguna de las notas de las asignaturas del último curso.
Mientras hablábamos no podía dejar de mirar su busto. No era excesivamente grande, pero se veía firme tras la blusa, además, se notaba que no llevaba sujetador, ya que sus pezones, totalmente endurecidos, se marcaban en su blusa de seda que, con su suavidad, acariciaba su piel, haciéndome pensar que, justo ahí, me gustaría ponerle las manos.
-Creo que eres un buen candidato, y tu físico te ayuda -arqueé una de mis cejas, sin entender del todo-. Voy a llamar para que nos traigan un refresco y hablamos tranquilamente del trabajo, aquí nos lo tomamos todo con tranquilidad.
Tras la llamada, comenzó por hablar del sueldo, que, sinceramente, era mucho mayor de lo que esperaba, sin contar que, dependiendo del trabajo conseguido a favor de los clientes te pagaban un importante plus, hubieras intervenido de una forma más directa o indirectamente. Eso sí, en principio mi trabajo sería el de recepcionista, alternándome con la chica de la puerta, colaborando en la búsqueda de información para los casos e incluso en algunas entrevistas con las partes afectadas de los mismos.
La intención era que, poco a poco, fuera recogiendo responsabilidades y que, en un futuro, me convirtiera en un abogado más de la firma, una vez que terminara la carrera, lo que era, realmente, bastante alentador.
Mientras me iba explicando que la empresa creía firmemente en la formación de los nuevos valores, sentí sobre mi hombro un chorro frío: la chica de la recepción, al entrar con los vasos de refresco, había tropezado y me había echado todo el líquido encima.
No hace falta decir el apuro de la chica y la rapidez de las dos en disculparse. Ante su intento por ayudarme, y en menos de cinco minutos, casi sin dejarme opción, me habían quitado la camisa para lavarla y tenía los pantalones, que también se habían manchado, en los tobillos. Mientras la recepcionista ya había entrado al baño con mi camisa y, por el sonido del agua, suponía que la había puesto a remojo, logré coger fuertemente las manos de la jefa evitando que me quitara los pantalones del todo para hacer lo mismo.
Al agarrarla, y observar una mueca de su cara, me dí cuenta de que podría estar haciéndole daño, y me disculpe azorado. Ella, sin embargo, comentó que no pasaba nada. Mordió uno de los extremos de su labio inferior y se disculpó, bajando la cabeza, pero no la mirada, que se concentraba en mi paquete, ajustado en unos slips blancos, de tela muy fina, que me parecieron, teniendo en cuenta la entrevista, la mejor opción para ir elegante, por si se me salía la camisa y se veían ligeramente.
-En serio, agradezco todo esto, pero creo que por una mancha en los pantalones no me va a pasar nada.
Volvió a sentarse tras la mesa, comentando que tendría que esperar que la camisa estuviera lista.
-Siento todo esto, pero no nos queda más que esperar a que se seque la camisa: no creo que tarde mucho con la secadora que tenemos.