Experiencia en un Club de Sevilla

Pink-Poison

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28 Oct 2025
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Ubicación
Sevilla
Nunca había estado en un lugar así.
Desde fuera, el edificio no llamaba demasiado la atención: una fachada discreta, casi anónima, como si quisiera esconder el torbellino que se movía detrás de esas paredes. Al cruzar la puerta, el aire cambió. Mezcla de perfumes intensos, luces cálidas y un murmullo constante de conversaciones, risas y música que se deslizaba suave, como una invitación.


Fui solo. Y aunque intenté disimularlo, los nervios me traicionaban en los gestos pequeños: la forma en que jugueteaba con el vaso, el movimiento torpe al quitarme la chaqueta, esa mirada fugaz tratando de entender las reglas invisibles del lugar.


El ambiente tenía algo hipnótico. Gente relajada, segura de sí misma, moviéndose con una naturalidad que me desconcertaba. Pedí un par de copas para soltar la tensión, y poco a poco empecé a sentirme parte del escenario.


Fue entonces cuando la vi.
Una mujer de unos cuarenta y tantos, con una presencia tranquila, segura. Tenía esa sonrisa que parece venir de alguien que ya ha vivido lo suficiente como para no necesitar impresionar. Venía acompañada de un hombre algo más joven; me dijo que era su ex, aunque aún se notaba una especie de corriente eléctrica entre ellos.


La conversación fluyó con facilidad. Había algo en su forma de mirar —directa, sin prisas— que imponía y atraía a la vez. El tiempo se volvió difuso, como si el ruido del local se hubiera apagado por completo.


Cuando aceptó que la acompañara a una zona más privada, no lo pensé demasiado. Era como seguir una corriente que ya me había arrastrado desde el primer momento.


La sala tenía una luz tenue, casi dorada. Las sombras jugaban en las paredes y el silencio pesaba distinto, más íntimo. Pero en mitad de aquella calma apareció una tensión inesperada: el hombre que la acompañaba había entrado detrás de nosotros, observando en silencio. Y de repente, su actitud cambió.


Empezó a hablar, al principio con nervios, luego con desesperación. Decía que todavía la quería, que no podía verla con otro. Su voz rompió el ambiente como un cristal. Ella intentaba calmarlo, pero era evidente que había algo más profundo ahí: una historia inconclusa que el club no podía esconder.


Yo observaba la escena, incómodo, sorprendido, sin saber muy bien si debía quedarme o marcharme. Lo que había empezado como curiosidad terminó siendo una lección sobre las emociones humanas: lo imprevisible, lo contradictorio, lo frágil.


Al final, salí de aquella habitación con una mezcla de vértigo y reflexión. Afuera, la música seguía sonando, la vida continuaba, pero dentro de mí algo se había movido. Había cruzado una frontera —no tanto la del deseo, sino la del entendimiento de lo complejo que puede ser el alma cuando se mezcla con el placer, el apego y la nostalgia.
 
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