Extraña calma.

Ana_RV

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23 Dic 2024
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Sucedió hace un tiempo, cuando aún era pequeña (no diré mi edad en ese entonces, pero seguramente quedará bastante en claro). Yo tenía dos primos, uno tres años menor que yo, el otro… 3 años mayor. Hay que decir que siempre nos habíamos llevado bien desde muy pequeños, vivíamos bastante cerca además, así que pasábamos mucho rato juntos, tanto que era casi como tener a dos hermanos. Con el tiempo, por motivos de trabajo de sus padres, ellos se mudaron a otro lado, más lejos, y entonces… yo los veía únicamente los fines de semana cuando venían a casa de mi abuela a reunirse con la familia. Y sí, cada fin de semana sin falta los veía y jugábamos juntos en el parque o en la casa de mi abuela o de alguna tía. Dicho lo anterior, comencemos un poco con las descripciones:

Mi primo el menor era un normalito, de cabello lacio y piel blanca, siempre alegre, latoso y con ganas de jugar.

Mi primo el mayor era… diferente. Muy delgado, de cabello chino y piel blanca sí, pero muy pálido, serio, de pocas palabras, pero muy tranquilo y a la vez muy inteligente, tanto que incluso le habían adelantado dos años en el colegio. No era guapo, pero nunca se trató de eso, sino de la “extraña calma” que se sentía al tenerlo cerca (esto dicho no solamente por mí, sino por otros miembros de la familia luego de que los dejamos de ver).

Y yo, que en ese tiempo era de piel más bien morenita, un poco enfermiza, pequeña para mi edad y muy delgadita. Normalita de cara, pues, pero muy simpática, cabello largo y negro, cariñosa siempre con ellos.

En fin y retomando la historia: La vida es cosa rara y, de pronto, por temas de seguridad (en un México con secuestros y amenazas constantes) ellos se mudaron por seguridad un año entero a otro estado y yo deje de verlos. Y pues, en un año la gente cambia mucho, entiende muchas cosas, incluso se quitan vendas de los ojos y, cuando estas en pleno crecimiento, también todo ello afecta la manera en que ves el mundo. ¿Por qué digo esto? Porque mis primos no la pasaron del todo bien en ese año. Salieron de la ciudad de improviso, sin nada, a un lugar que no conocían, sin amigos, sin familia más que ellos, pero sus padres ya llevaban problemas de peleas… engaños, golpes, discusiones, etc. Al volver a vernos pues… los hermanos habían cambiado un poco. El menor era dulce, pues el mayor siempre lo cuidaba, seguía siendo alegre, simpático, aunque ya se había vuelto más alto que yo, mientras que el mayor… Era educado, pero más callado que antes, más esquivo, más… solitario, y en el fondo, esa “extraña calma” también se sentía diferente, pues ya no era una calma tierna como un mar tranquilo, sino como una niebla que te envolvía y luego, sin darte cuenta, te cegaba (o al menos eso era para mí).

En esos tiempos, al volver, sus padres habían decidido separarse, su madre prefirió no frecuentar mucho a nuestra familia, y su padre (ósea mi tío) por costumbre, solía traerlos cada fin de semana como antes para jugar, y si bien, en principio él se comportaba como un buen padre y jugaba con ellos, al poco tiempo comenzó a solamente venir, dejarlos con las tías el sábado (para poder él irse con la amante), y recogerlos el domingo en la noche para devolverlos con la madre. Eso al principio al menos, luego fue más cínico y comenzó a pasearse con ella frente a ellos, mientras a ellos los ignoraba por completo. Muchas veces lo vi gritarse con el mayor y me sorprendía, pues el carácter de mi tío empalidecía contra el de mi primo, y, mientras mi tío se quedaba echando lumbre, mi primo parecía como si no hubiese pasado absolutamente nada. Esa mascara perfecta de calma inamovible era increíble en un chico de su edad. Y venía, y te sonreía como un príncipe, encantador, educado, protector…

Volviendo al tema, cuando eso comenzó a pasar, ya casi no jugábamos en los parques, nos quedábamos en casa de la abuela, que, dicho sea, era una casa pequeña en un rincón de un terreno enorme, pero llena de árboles y plantas incluso más viejos que mi abuela misma, así pues, visto desde el zaguán por fuera, parecía un pequeño bosque dentro de un pueblo que poco a poco estaba siendo consumido por la ciudad (y así mismo, como a 10 minutos de la casa de nuestra abuela, estaba la casa de nuestras tías que iba bajo el mismo concepto, una casa pequeña en un terreno enorme lleno de árboles y plantas, solamente que ellas habían construido al frente y su “pequeño bosque” quedaba en la parte trasera) En fin, les cuento esto porque es en esos rincones donde la historia se desarrolla.

En esos pequeños bosques solíamos jugar cuando venían al principio en paz, hasta que un día… todo comenzó.

Mi primo menor sugirió jugar a las escondidillas, las primeras veces contó el mayor y… nos ganó, porque el menor solía esconderse todo el tiempo conmigo (le daba miedo el “semi-bosque” porque también había cosas viejas de mi abuelo ahí y otros cuartitos separados de las casas que nadie usaba y estaban todos tirados de escombros). Luego contaba yo y pasaba lo mismo, perdían porque el menor se escondía siempre cerca del mayor (porque lo regañaba por ser miedoso). Y finalmente, contaba el menor y nos escondíamos nosotros, y ahí, irónicamente, yo siempre me escondía con él, porque él si se atrevía a meterse a los cuartitos o treparse a los árboles o meterse al gallinero que tenían mis tías hasta el fondo del “semi-bosque”. Lugares donde su hermano menor nunca se atrevía a buscar. Así pues, o se rendía o le ganábamos todo el tiempo.

Fueron muchos meses jugando así, escondiéndonos los dos hasta que un día, de la nada, comenzó a tocarme, pequeños roces en la pierna, en las nalgas… y al principio yo no hacía nada, no me parecía tan raro, hasta que al paso del tiempo fue siendo más… intenso, insistente, entonces traté de detenerlo, pero cada vez, él lo hacía más y más hasta que, finalmente, comenzó a meter sus manos por debajo de mi ropa y tocarme, primero solamente las nalgas y los senos (que en ese tiempo apenas comenzaban a marcarse como mi cadera…) Luego, conforme las semanas pasaban, comenzaba a tocarme más… y yo no decía nada, más bien intentaba ya no esconderme con él o ya no jugar a las escondidillas, pero siempre terminábamos igual, en el mismo lugar, jugando a la misma cosa, y con él manoseándome las nalgas y los senos. Un día, sin más, me decidí a ponerle fin, pues el intento meter su dedo entre mis piernas. Yo las apreté fuerte para evitarlo y me di vuelta rápidamente en un intento por abofetearlo… pero no pude. Fue como si él ya lo estuviese esperando, puesto que detuvo mi palma en el aire con su mano y me plantó un beso (mi primer beso) y yo intente resistirme, pero de nuevo metió su mano bajo mi short y mis bragas y… fuertemente, separó un poco mis piernas hasta hacerme sentir su dedo rozando en mi entrada.

Toda resistencia murió ahí, en ese día, sin poder sacármelo ya de la cabeza. Sentía su dedo acariciar mi entrada bruscamente y su boca pegándose a la mía, su lengua intentando entrar en mi boca y consiguiéndolo hasta que la mía se movía también buscando la suya… como si intentase seguirle el ritmo mientras mi cuerpo se retorcía también contra el suyo, y sí, sé que no estaba bien, pero no podía evitarlo, era como si esa “extraña calma” suya se hubiese convertido en una tormenta que me hacía como quería, que me jalaba y me engullía sin piedad alguna, como si quisiera ahogarme, pero al mismo tiempo, como si me invitase a entregarme por voluntad propia.

Luego de esa intensa ocasión yo me volví más esquiva, no hablamos al respecto y yo lo evite por semanas con pretextos de demasiada tarea o ir a casa de alguna amiga, etc. A nadie nunca le conté respecto a eso, pero no dejaba de darle vueltas y sentirme rara por ello. Pensé, o quise suponer que él debía estar igual, pero… no. Cuando volví a verlo semanas luego, él estaba como si nada, imperturbable, caballeroso, como si nada hubiese sucedido nunca. Intenté llamar su atención, sugerir el juego de nuevo, sentarme a comer junto con él, etc. Pero el parecía ajeno a todo. Ese día jugué con su hermano solamente, cosas de niños, simples y aburridas… es decir, nunca me habían parecido aburridas, pero ese día… no parecían suficiente.

Recuerdo esa tarde mejor que nada, él estaba dentro de la casa, mirando la tele en el piso en el cuarto de mi abuela, ensimismado en sus ideas, y yo… afuera, mirándolo desde la ventana, atenta a él, como si no pudiese evitar buscarlo si no lo veía. Y de pronto, mágicamente, nuestra abuela dijo que iría a la tienda por algo para la cena, y pregunto si queríamos ir. Yo me negué, pero el menor aceptó, así que nos quedamos solos unos minutos (la tienda estaba a dos cuadras largas de casa de mi abuela y cruzando una avenida grande). En el momento en que ellos dos salieron… yo corrí dentro de la casa y me senté a su lado, comencé a buscarle plática, pero él no me respondía mucho. Nos quedamos en silencio, yo a su lado sin decir palabra, pero molesta… molesta por su indiferencia, y entonces, de la nada, tomé su mano como poseída y, muy absurdamente, lo hice meter su palma bajo de mis jeans y mis bragas. La sensación me tomó un poco por sorpresa, puesto que el solía ser una persona de piel muy fría y pues sentir su mano helada me hizo soltar un gritito ahogado. El intentó sacarla, pero no lo deje, lo sujete fuerte y le dije “no la saques”, y sin decirle más, lo bese yo a él. No sé qué pasó por mi cabeza en ese momento, el enojo de aquel día, las dudas de las semanas… era como si odiara más su lejanía que el hecho de que quisiera tocarme de esa forma… era como si mi cuerpo se muriese por ser tocado por él como aquel día, y de pronto… sentí su otra mano en mi nuca, apretándome contra su boca en un beso intenso nuevamente, su mano apretando mis nalgas dentro de los jeans… y entonces, de pronto, sus labios recorriendo mi cuello y mi cuerpo tiritando ante su toque frío. Recuerdo murmurarle que no pare… que no dejara de tocarme, y entonces, de la nada, su voz rompiendo el silencio en un susurro (una voz por cierto, muy diferente de su usual tono tranquilo y amable) me dijo “voy a hacer contigo lo que quiera a partir de ahora, ¿lo entiendes?” Y fue como si mi cuerpo entero se pusiese en alerta, la piel chinita… y mi mente en blanco.

Horas después ese mismo día no podía dejar de pensar en ese tono… Seco, dominante, demandante… un tono que nunca había escuchado en él, que nunca habría imaginado en él, y aun así, esa maldita sensación de calma en la tormenta, esa maldita extraña calma.





Continuara…​
 
Espero que continúes el relato,se pone muy interesante
 
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