Extractos

Extracto de la "Sociedad Juliette" de Sasha Grey

Me gusta sentir su semen. Me gusta sentir cómo me lo dispara en la boca. Me gusta cuando me lo dispara en el pelo y me lo deja todo sucio, pegajoso y enredado, como cuando atraviesas una tela de araña.

Me gusta decirle que se corra en mis tetas para poder dibujar circulitos con el semen, como un pintor mezclando los colores sobre la paleta. Él es la pintura. Yo soy la pintora y el lienzo. Me gusta pintar con su leche sobre mi cuerpo para poder notar cómo se seca, cómo se endurece y se contrae, y me pellizca la piel al hacerlo. Me gusta cómo se cuartea en escamas mientras yo pinto. Me gusta levantar en un dedo una escama de su semen reseco y mirarla como uno mira un copo de nieve, intentando vislumbrar los dibujos cristalizados que contiene.

Me gusta bajar la vista y ver cómo sale a chorro el semen por la punta de su polla. Primero sale en un largo chorro, como arcos pegajosos y líquidos que no paran de decrecer en consistencia y volumen. Luego empieza a fluir con lentitud, de forma inexorable, como la espuma de una lata de cerveza que se ha agitado demasiado antes de abrirla.

Me gusta cuando se encharca en mi vientre, y me inunda el ombligo y se derrama por mi cintura como una crema caliente que rebosa del plato. Cuando cae sobre mi cóccix con grandes y gruesas gotas, como lluvia caliente, como leche caliente, como lava caliente. Cuando dispara sobre mi coño y en mi felpudo, donde se queda colgando en finas tiras, como el algodón atrapado entre los arbustos de espino.

Me gusta cuando se corre dentro de mí y me siento llena y satisfecha y relajada, como si acabara de darme un banquete. Y luego sentir cómo se desliza fuera de mi coño y deja un rastro perlado hasta el ojete. Algunas veces chorrea, horas más tarde, cuando ya hacía tiempo se me había olvidado que estaba ahí. Cuando estoy paseando por el campus de la universidad, o sentada en clase, o en el autobús, o en la cola del súper y de pronto noto que se me mojan las bragas con la leche y recuerdo el momento en que él embistió dentro de mí, gimiendo de esa forma tan delicada,
un segundo antes de soltar su descarga. Y dejo que salga, como si estuviera follándome, corriéndose dentro de mí, en ese momento y en ese lugar, en el campus, en clase, en el autobús, en el súper.

Me gusta cuando se corre en mi cara y estoy completamente a su merced, como si me humillara con su semen. Cuando cierro los ojos y siento que me salpica en la cara. Cuando no para de correrse y se corre y se corre, y noto su densidad y cómo se desliza por mi cara. Me llena los poros, me chorrea por la mejilla, por la frente, me cuelga de la barbilla. Y tengo la sensación de que mi cara no es lo bastante grande para abarcar todo su semen. Su semen interminable.

Me gusta limpiármelo de los labios y de las mejillas y juguetear con él entre el dedo índice y el pulgar como si fuera un moco, y luego volver a metérmelo en la boca, darle vueltas y mezclarlo con la saliva, para preparar un cóctel con sus fluidos y los míos, y tragármelo de un sorbo, como una ostra. Luego abro la boca, bien abierta, y saco la lengua para demostrarle que ya no queda nada. Que he sido una niña buena y me he tomado toda la medicina.

Me gusta intentar adivinar qué ha desayunado, comido o cenado o merendado por su sabor y su olor. Salado, amargo, dulce, agridulce o ahumado. Cerveza, café, espárragos, plátano, piña, chocolate. Por la textura y la consistencia. Algunas veces es cristalino, como la clara mal cocinada, otras veces denso y granuloso como la sémola, y otras, ambas cosas al mismo tiempo. Y otras veces es fluido como el jarabe para la tos, que es cuando más me gusta, porque se traga con facilidad.

Me gusta chuparle la polla después de que se haya corrido dentro de mí, cuando se la saca y tiene el pene reluciente y brillante por su corrida y la mía. Quiero paladear su sabor y el mío juntos, nuestro sudor y nuestra pasión. Quiero que se me quede ese regusto en la boca hasta que empiece a volverse rancio y se huela en mi aliento. Me encanta el olor de su semen cuando empieza a fermentar en mi cuerpo.

Y luego me gusta limpiarme su semen reseco del cuerpo en la ducha y notar cómo vuelve a la vida al contacto con el agua, casi como si resucitara de la muerte. Me gusta mirar esa agua, su semen, cómo cae por el desagüe, y pienso en el viaje en el que está a punto de embarcarse.

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Extracto de "Pídeme lo que quieras" de Megan Maxwell.

Inmóvil bajo su peso, le permito entrar en mi interior.

¡Oh, sí, me gusta!

Su pene duro y rígido me enloquece y siento cómo busca refugio con desesperación dentro de mí. Me ensarta hasta el fondo y yo jadeo cuando bambolea las caderas.

- ¿Te gusta así?

Asiento. Pero él exige que le hable y para hasta que respondo:

- Sí

- ¿Quieres que continúe?

Deseosa de más, estiro mis manos, agarro su culo y lo lanzo hacia mí. Sus ojos brillan, lo veo sonreír y yo me arqueo de placer. Eric es poderoso y posesivo. Su mirada, su cuerpo, su virilidad pueden conmigo y cuando comienza una serie de rápidas embestidas y siento su mirada ardiente me corro de placer.

Instantes después me baja las piernas de sus hombros y me las pone a ambos lados de sus piernas. El juego continúa. Coge mis caderas con sus fuertes manos.

- Mírame pequeña.

Abro los ojos y lo miro.

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Extracto de "Perdernos para encontrarnos" de Silvia C. Carpallo.

Coge la alcachofa de la ducha y la pone en modo presión. No hace falta que me diga nada más, abro las piernas y dejo que el agua caliente siga formando parte del momento. Siento el cosquilleo de la presión entre mis pliegues, que provocado por él es mucho más excitante que cuando lo hago yo sola. Mientras el deja la ducha entre mis piernas me besa todo el cuerpo. Todo. El cuello, mis clavículas, los pechos, el ombligo. La presión del agua hace que sienta más y más cada vez. Como si se me fueran abriendo compuertas. Como si se me fuera escapando todo lo malo por la vagina.

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Extracto de "El hombre fetichista" de Mimmi Kass.

Se enroscaron el uno en el otro frente al portal en un beso lascivo. La humedad de sus labios, la aspereza de su barba y el tacto de su lengua al exigirle que abriese más la boca, provocaron que su sexo se hiciera miel 🫠. Jadeó, entregada, dejándose caer en sus brazos. Martín la estrechó contra su cuerpo, aferró una de sus nalgas y metió un dedo entre ellas, solo separado de su ano por la delgada tela del vestido, para empujarla contra su erección. Su aroma era intoxicante y Carolina aflojó las manos, rendida. Cuando ya estaba sin aliento, Martín encerró su labio inferior y lo mordió con fuerza. Carolina gimió al sentir un verdadero puñetazo en el coño, que se contrajo en un nudo de placer y dolor. Después, él deslizó los dientes hasta soltarlo, y lo dejó latiendo al mismo ritmo que el núcleo más candente de su cuerpo.

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Extracto de "No pares" de Irina Vega.

Un dialogo entre Eva y Julia...

- Si es que lo tengo comprobadísimo, a la mayoría de los tíos les encanta jugar con su culo.
- ¿A que sí?
- Sí, sí. La mayoría de mis amigos...
- Y follamigos -reafirmé.
- Y follamigos, me cuentan que experimentan y juegan un montón, que si llevan metiéndose los dedos desde la adolescencia, que si el mango de la ducha... Uno me contó hace unos años que, viviendo con sus padres, se compró un consolador por Internet. No veas lo que lio para que su madre no le pillara el paquete cuando llegase el mensajero. Y para esconderlo por la habitación, también, porque su madre era muy cotilla.
- ¿En serio?
- Y tan en serio. Me quedé loquísima cuando lo vi.
- Espera - dije, incorporándome-, ¿te lo enseño?
- Sí. Un día quedamos para jugar y se lo trajo. ¡Y joder, era más grande que los míos! No era tonto, el colega; no lo cogió pequeño.
- Algunos de mis amigos me han contado que se meten un dedo o dos, a veces, y que tienen orgasmos increíbles cuando lo hacen, pero luego no saben cómo pedir a sus novias que se lo hagan.
- Lo que no entiendo - dijo Eva, encendiéndose otro cigarrillo- es que casi ninguno hable de estas cosas con sus amigos. Solo nos lo explican a nosotras, ¿te das cuenta?
- Sí, es verdad. Alguno me hizo prometer que no se lo dijera a nadie del grupo.
- Tienen un miedo atroz a que otros hombres piensen que son menos viriles por eso.
- Pues sí. En fin, ya sabes cómo son.
- De hecho -siguió mi amiga, con el tono de voz que reservaba para los discursos revolucionarios, creo que no conozco a ningún chico que no haya jugado con su propio culo. En algún momento, lo han probado todos. Son muy cachondos por naturaleza, y les encanta experimentar, pero cuando se trata de esa zona, la mayoría ni siquiera son capaces de hablarlo con sus amigos. -Chasqueo la lengua en desaprobación-. Todavía hay demasiado tabú, pero si ellos supieran... Al final nosotras nos enteramos de todo. Hasta el más hetero te cuenta cosas que te acaban sorprendiendo. A ver cuándo se deciden y hablan entre ellos.
- Y se quitan tanta tontería encima -convine yo, levantando la copa para remarcar mi total acuerdo con ella.
- Totalmente. Y el que dice que no, seguro que se el que luego se mete trancas de veinticinco centimetros. - Se rio.
- Qué bruta eres.


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Extracto de "Dogma - Ecos de mi civilización 1/3" de Deusa Pérez Goicochea.

-¡Pero, hombre! Claro que se puede establecer una relación de pareja en estricta exclusividad sexual. Y poder follar sin condón sin rayarse por nada. Pero, bueno... - lo agarré de la caderas y pegué mi pubis a su pubis mientras acercaba mi boca a su boca-, mientras los dos estemos solos y somos libres de hacer lo que queramos podemos acostarnos hasta que nos cansemos el uno del otro, ¿no?

Me beso con húmeda insistencia

-Me estás poniendo muy cachondo.
-Mm - dije sonriendo.
-Bueno, entonces no podremos hacer un hijo juntos. De todas formas, yo siempre he pensado que puedes tener un hijo con una mujer y querer a otras. Tener descendencia no te convierte en un asocial que no se relacione. Sí -dijo frotando el pene contra mi pubis-, creo que puedes tener un hijo con una persona y seguir amando a otras.
-Más te vale. Por lo menos a tu hijo, que no ha pedido nacer. -Nos echamos a reír-. Es más, puede ser que con la que tengas el hijo convivas mejor y por eso prefieras tener hijos con esa persona, aunque quieras a otra.

Había un brillo en sus ojos. Perfecto, en su mente yo ya encajaba a la perfección en el guion de vida de comunista revolucionario que tiene hijos con otras y ama con locura a otras muchas con las que no tiene hijos.

-Solo te creeré si pones la boca aquí.
-¿Tienes ganas de jugar?
-Sí. -Su pene se puso erecto y jugamos a introducirlo entre mis muslos, sacándolo y volviéndolo a meter otra vez, intercalando miradas de atrevida resistencia.
-Yo... nunca he tenido una relación tan larga, Atenas. -No entraba en mi vagina, solo se restregaba separando mis labios y la piel de su pene se movía hacia atrás.
-Yo tampoco. -Nos miramos a los ojos en un momento casi mágico en el que empezamos a mojarnos mucho y su viscosidad se diluía en mi agua. Era maravilloso sentir su pene entre mis piernas. Reconozco que ahora, mientras lo recuerdo, me entra un poco de melancolía. Una nunca sabe cuándo volverá a tener esa magia palpitando entre las piernas-. Bueno, Arturo, ¿entonces qué hacemos con el huevo?
Empezamos a hablar, pero el huevo estaba en el vaso y nosotros abrazados con el pecho pegado y las pelvis jugando a meter y sacar entre mis muslos. Su pene era tan... de seda. Me lo comería a bocados.

-Pues lo incubamos.
-¿Pero es agua fría?
-Fría fría -dijo, mirándome un seno y otro-, fría fría no estás... -Puse los ojos en blanco-. ¿La del vaso? ¡No! -dijo y me mordió la boca.
-¡Uff, cómo me pones!

Me dio una cachetada y me agarró la nalgas. Jugaba a separar y juntarme el culo mientras separábamos y juntábamos las pelvis. Entonces las juntábamos más y más y él me hundía las manos en el culo haciendo que la raja estuviera tirante. Yo lancé un gemido y se separó de mí un poco para que su pene hiciera de puente entre nuestros cuerpos separados y escupió sobre él y lo volvió a meter entre mis piernas y todo se puso tan vaporoso que mi mente se nublaba y yo quería que me lo metiera de una vez, pero no teníamos condones, así que no podía ser y acabamos tirados en el suelo de la cocina haciendo un 69 donde él me metía más y más los dedos en la vagina mientras me comía el clítoris y yo me metía en la boca más y más adentro su enorme pene mientras jugaba con las manos con su escroto.

Lo cierto es que no sé por qué nunca le dejé metérmela sin condón. En esa refriega ya me habría contagiado todas las ETS del mundo que tuviera. Lo absurda que es la mente a veces, ¿verdad?

-Tengo miedo, Atenas.

Estábamos abrazados sobre el suelo de la cocina. Nos habíamos corrido en la cara del otro y los restos de fluidos eran el recuerdo que quedaba de ese combate tan gozoso.

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Hablando con mi mujer de sus ex. Me la por dura a ustedes????
 

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