----------------------------------------- Beatriz  -----------------------------------------
“Érase una mujer mordida por la víbora de la duda”.
- ¿Has notado algún comportamiento extraño, algún cambio de hábitos?
La frase resuena una y otra vez en la cabeza de Beatriz impidiendo que se pueda concentrar en el trabajo. La pantalla del ordenador solo le devuelve un brillo opaco que le cuesta traspasar, para ordenar de una forma coherente las palabras del informe que está redactando.
Hace tan solo una hora ha dado una respuesta a esa pregunta y ha sido clara y categórica: ¡No! Sin embargo, tiene la horrible sospecha de que no es la contestación acertada. Es la que ella deseaba dar, solo que en ese momento no era consciente de ello. Un acto reflejo, como cuando una extiende los brazos al caerse intentando parar el golpe que de todas formas es inevitable. Hay que ver lo que son las cosas ¡Quién le iba a decir a ella esta mañana que una sola frase le iba a cambiar la vida!
Cuando vio a su amiga Luisa acercarse con cara larga supuso que era uno de esos días que venía con el rabo torcido. Era propensa a caer en estados nostálgicos y depresivos, la mayoría de las veces sin razón ni explicación aparente. Presumió que se avecinaba uno de esos desayunos compartidos en los que ella hacia una montaña de cualquier minucia cuando por fin encontraba algún motivo por el que estar preocupada, que era su estado habitual. Beatriz la escuchaba y trataba de aportar algo de optimismo, consciente de que su amiga y compañera lo único que necesitaba era que alguien que le pasara un poco la mano por el lomo. Sentirse escuchada (que no oída que era lo habitual) le ponía las pilas y al final Luisa siempre se iba quejándose, pero con una media sonrisa que indicaba que había recargado energías para continuar con el resto de la mañana. La chica podía ser un poco cargante pero además de compañera era su amiga íntima, de las pocas que tenía, así que estaba dispuesta a pagar el peaje. “
Semper Fidelis” que dirían los marines. Nunca se abandona al compañero herido.
Sin embargo, hoy la protagonista no iba a ser ella. Muy a su pesar, esta vez el tema giraba en torno a Beatriz. Cuando se sentaron, ella solo pidió una infusión, nada de café ni tostada, lo cual era mala, muy mala señal.
- Bueno, a ver qué te pasa hoy ¡vaya morro qué traes!
Luisa se hace de rogar. Parece que trata de encontrar las palabras adecuadas y Beatriz le da su tiempo, convencida de que al final será una de sus chorradas habituales: un trabajo extra encargado por su jefe, un fallo de céntimos en el IRPF de su nómina que le hará pensar que la agencia Tributaria la va a perseguir, que su tía se ha vuelto a apuntar a un viaje del IMSERSO sin decirle nada... En fin, suspira, a ver si dispara ya de una vez que se nos va a ir la media hora del desayuno. Y cuando tira lo hace con bala, sorprendiéndola y dejándola con la boca abierta.
- Mira, no tenía pensado decirte nada porque ya sabes que yo no soy amiga de los chismes y no quería preocuparte. Pero es que el tema me ha llegado ya por tres personas distintas y al menos dos de ellas son confiables. Quiero decir que no son los típicos cotillas que propagan rumores sin fundamento. En fin, que le he estado dando vueltas y creo que debo contártelo porque estoy un poco preocupada por ti. Creo que como amiga tengo que decírtelo.
- ¿Decirme el qué? – pregunta harta de tarto circunloquio.
- Me han dicho que Paco... - Luisa hace una pausa dramática, realmente tiene todo el aspecto de estar muy incómoda lo cual hace que Beatriz, normalmente muy una persona muy calmada, empiece a perder los nervios.
- Que Paco ¿Qué?
- Que tu marido está liado con una compañera de su unidad. Esa nueva que vino trasladada desde Madrid.
Luisa respira hondo y aparta un instante la mirada: por fin lo ha soltado. Ya está hecho. El malestar cambia de ubicación y ahora es su amiga la que nota un súbito agobio que apenas dura unos instantes y luego espanta con una risa floja.
- ¿Marisa? ¿Marisa y Paco liados? eso no es posible. No sé quién te ha contado ese chisme, pero no me lo creo ¡Si está casada con uno de apoyo a ventas y no llevan ni seis meses aquí!
- ¿Y eso que tiene que ver para que te pongan los cuernos?
Como un tren que transita por distintas estaciones, Beatriz ha pasado del agobio a la risa y ahora empieza a recorrer el enfado.
- Mira, Luisa, no tiene gracia. Ya sabemos que Paco se enrolla como las persianas, que es un buen comercial y que charla con todo Dios. Cuando quiere es muy suavón, pero de ahí a que me esté engañando.... ¡Joder, qué estúpida es la gente!
- Pero ¿tú has notado algo raro? ¿Algún comportamiento extraño? ¿Algún cambio de hábitos?
Sí, una hora después seguía reconsiderando aquella pregunta y también su respuesta. Se había despedido enfadada con los charlatanes de su sucursal en general y con Luisa en particular por haberle prestado oídos. En su edificio trabajaban más de mil personas de una multinacional de telecomunicaciones. Demasiados. No los conocía a todos, pero aquello era como un pequeño pueblo donde cualquier cotilleo se propagaba la velocidad del rayo. Todo debía haber sido un malentendido. Estaba dispuesta a aceptar que Paco había dado pie a ello, siempre tenía la manía de tratar de caerle bien a todo el mundo. Defecto de vendedor de raza. Y para ello le seguía el juego a todo aquel que le diera confianza. Seguramente con esta habría pasado algo así y todos los demás lo habrían malinterpretado.
Esta tarde, se lo contaría y seguro que él tendría alguna explicación. Incluso puede ser que hubiera hecho el tonto un poco, lo creía muy capaz, pero no de ponerle los cuernos y menos con una compañera. Bueno, asunto cerrado y vuelta al trabajo, o eso creía ella. Pero no, aunque trabajara en el departamento de marketing, Bea tenía la carrera de periodismo y el puñetero defecto de analizar todo desde una perspectiva crítica. Y una hora después de fingir que tecleaba el informe, las dudas se iban colando por las grietas de su convencimiento, echando abajo la seguridad con la que había contestado “no” a su amiga. Porque lo cierto es que sí, que, pensándolo con más detenimiento, desde hacía unos meses su marido había tenido ciertos cambios de hábitos y algún que otro comportamiento extraño. Pequeños detalles que en el fragor del día a día, con el trabajo, la casa y los hijos habían pasado desapercibidos, pero que ahora, uniéndolos todos y mirándolos desde cierta perspectiva, cobraban un sentido que no le estaba gustando nada de nada.
Su marido había empezado a visitar clientes en días y horas un poco raras. También con cierta frecuencia le tocaba acudir a reuniones o prolongar la jornada de trabajo. Ella pensó que no era nada extraño porque en comercial todos iban de cabeza, estaban en plena campaña de despliegue de banda ancha y no paraban de vender productos asociados. Tampoco era insólito que en la última convención que se celebró en Málaga, su marido no intentara siquiera gestionar que ella pudiera acompañarlo. Cuando acudía toda la coordinación nunca llevaban a la familia, pero en este caso solo iban tres comerciales y si el evento caía en fin de semana, en otras ocasiones se habían puesto de acuerdo para llevar a sus parejas. Sí que le chocó bastante que Paco se apuntara a un gimnasio y cuidara bastante más su aspecto físico y su forma de vestir.
- Hijo, parece que vas de boda - le decía algunas veces cuando lo veía salir para visitar a algún cliente.
- Si algún día quiero que me den una cartera de las buenas o aspiro a un ascenso, tengo que tener aspecto de ganador - se limitaba a contestar mientras Beatriz cavilaba que en la empresa se habían pasado con los cursos de habilidades y de autoayuda.
- En la secta - como ella llamaba a la parte de la red presencial de ventas - te están comiendo el coco - le contestaba divertida dando por zanjado el asunto.
Otro detalle más, suma y sigue. Desde no hace mucho otro cambio de hábito: a veces se retiraba de donde estaba ella a otra habitación para atender una llamada de cliente. Antes nunca lo hacía, solamente si estaban los niños alborotando o tenían la tele muy alta, pero nunca cuando estaban solos. En fin, una serie de cosas que consideradas por separado no le habían supuesto un motivo de preocupación ni habían captado su interés, pero que a raíz de lo que le había contado Luisa apuntaban a una dirección muy jodida.
Suspiró hondo. 
“Relájate Beatriz. No pierdas los nervios todo esto tiene que ser una tontería”.
Sin embargo, cuando cerró sesión en su PC, recogió su bolso y su abrigo y fue encontrarse con su marido, inquieta y nerviosa, resolvió no decirle nada de lo que le habían contado y observarlo durante unos días. Por si acaso, solo por si acaso.