agratefuldude
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Quizá “generosidad” no sea la palabra que mejor defina mi actitud con respecto a Silvia. Sobretodo porque yo soy el principal interesado en cada una de las situaciones. De todas formas me gusta pensar que también otra gente se beneficia y en ese sentido utilizo el término.
Debería empezar la historia presentándonos. Silvia tiene 35 años. Luce una larga melena rizada que le gusta teñirse de rojizo y que únicamente en una ocasión se cortó a la altura de los hombros. Mide metro sesenta. Es de piel clara y constitución hermosa, es decir, que tiene curvas y carne allí donde tiene que tenerlas. Tiene un culo grande que me encanta apretar entre mis manos, unos generosos pechos con un amplio canal entre ellos y unos pezones que despuntan desvergonzadamente cuando se excita.
Yo tengo apenas 3 meses más que Silvia, metro setenta y tres, moreno, con el pelo muy corto y grandes entradas. Nunca he sido un atleta pero últimamente la llamada curva de la felicidad se ha acentuado, vaya, que ostento una honrosa barriga cervecera. Intentando ser equilibrado en las descripciones debo decir que estoy dotado con un pene de longitud normalilla erecto pero deshonrosamente pequeño flácido . Esta apreciación no la hago basándome en mi experiencia como consumidor de pornografía, que me haría pensar precisamente lo contrario, sino en lo Silvia me ha comentado en más de una ocasión y en comparación con los novios que había tenido con anterioridad. Por mi parte, debo decir con cierta incomprensible vergüenza que Silvia es la única mujer con la que he estado.
Llevamos más de 10 años juntos y a los ojos de todos nuestros amigos somos una pareja normal. En principio era “normal” en el sentido de agradable, respetuosa, sana, social, bien avenida,.. pero poco a poco también fue siendo “normal” en el sentido de rutinaria y aburrida. Llegó el momento en que nos dimos cuenta de que nuestra relación se estaba marchitando pero la inercia del día a día nos hacía difícil poner una solución. Nunca fue un buen momento, nuestros planes siempre se situaban varios años por delante.
Nuestra vida sexual no era el único pero sí uno de los más importantes aspectos que estaban afectados por la monotonía. He de decir que ciertas costumbres mías - como la de consumir pornografía que ya he mencionado antes - habían provocado fricciones en el pasado, hasta el punto de haber estado un par de veces a punto de romper. Yo siempre había sido el más activo en el terreno sexual pero poco a poco, quizá de manera subconsciente, fui reprimiendo mis instintos. Llegó un momento en el que nuestra actividad sexual se reducía a un rápido polvo antes de dormir una vez por semana.
El cambio se produjo hace unos tres meses, al principio del verano. Silvia es profesora de secundaria y ella ya estaba de vacaciones. Barcelona se había convertido en un horno y decidí cogerme unos días y escaparnos al norte, al Cantábrico. Sin pensárnoslo mucho buscamos opciones y encontramos una oferta en un hotel-spa cerca de Santander. O sea que cogimos el coche y allá nos dirigimos. El viaje fue largo y cansado y cuando llegamos al hotel era tarde y decidimos cenar y descansar para aprovechar mejor el día siguiente.
Al día siguiente hacía un perfecto día de verano y decidimos ir a la playa. Nos recomendaron la playa de Langre, pocos kilómetros al este de donde estábamos. Dejamos el coche en el aparcamiento y cargados con lo mínimo imprescindible (toallas, agua y protección solar) nos dirigimos a la arena. Justo antes de llegar nos sorprendió un cartel indicándonos los límites de la playa nudista, que estaba apartada al final de la playa. Intenté entonces convencer a Silvia para que fuéramos a aquella zona pero ella lo rechazó en plano. Desde donde nos instalamos, apenas llegaba a distinguir si la gente llevaba bañador o no. Nadie parecía llevar la parte de arriba y más o menos la mitad de los que allí estaban parecían llevar la parte de abajo. A nuestro alrededor, en cambio, tan solo dos chicas jóvenes y una mujer mayor hacían topless, el resto llevaban el traje de baño completo.
Después de darnos el primer baño nos tumbamos a secarnos. Silvia empezó a ponerse crema mientras yo cerraba los ojos para aprovechar algo de la tranquilidad que se respiraba. Al cabo de un rato oí que me llamaba con un tss-tss característico. Me volví y la descubrí tumbada a mi lado con sus bonitos pechos al aire. Las tetas caían ligeramente a cada lado del torso y sus pezones, apenas definidos, apuntaban hacia el cielo a este y oeste. Intenté alargar el brazo para rozar su pecho izquierdo, que estaba a apenas dos palmos de mi pero lo evitó rápidamente interceptando mi mano. En su cara había una sonrisa pícara.
Durante los siguientes minutos no perdí un instante de vista sus pechos al sol. Silvia gesticula mucho y con cada movimiento que hacía sus pechos se balanceaban libres y apetitosos. Y cuando Silvia reía rebotaban de una manera que me obligaban a hacer verdaderos esfuerzos para no saltar sobre ellos y darles un bocado. Como fuera que me estaban entrando unas ganas locas de tocarlos propuse darnos un chapuzón. Una vez en el agua, apartados de los grupitos de bañistas, no perdí la oportunidad de atraer a Silvia hacia mi. Ella, también con ganas de cariños, me rodeó la cintura con sus piernas y me besó apasionadamente mientras mis manos buscaban el contacto de sus pechos y mi trempera se apretaba contra su entrepierna.
Fue un baño muy caliente y los dos salimos del agua con la intención de volver al hotel a darnos un revolcón. Pero aún no habíamos llegado a la orilla cuando vi que Silvia se paraba en seco. Estábamos a apenas 5 metros de la arena y el agua nos cubría por debajo de la cintura. En frente nuestro un chico de unos veinte años sonreía a Silvia. Inevitablemente, lo primero que me llamó la atención del chaval es que iba en cueros. Tenía el pelo moreno y corto, pero más largo por el centro que por los lados, muy a la moda. Su piel estaba tostada a pesar de que el verano apenas acababa de empezar y no tenía nada de vello en el pecho. Se le veía bastante en forma, con unos abdominales ligeramente definidos y unos brazos y muslos fuertes. Su pene flácido colgaba relajado entre sus piernas con una suave mata de pelo coronándolo.
El chico levantó la mano y dijo “hola”. Silvia parecía estar petrificada y tardó unos instantes en responder. Cuando por fin pareció recobrar el habla le devolvió el saludo y empezó a andar poco a poco hacia él mientras le preguntaba qué hacía allí. No tardé mucho en entender qué relación había entre ellos dos. Por la edad de él y la manera que tenía Silvia de hablarle era evidente que había sido alumno suyo algún tiempo atrás. Eso explicaba la reacción de Silvia. La situación era ciertamente embarazosa.
La conversación iba sobre lo normal en un caso como éste. David, que así se llamaba el chico, le explicaba a su exprofesora que estaba estudiando derecho, que lo había dejado con su novia del instituto, que estaba de vacaciones con unos amigos por el norte, y cosas así. Silvia escuchaba presuntamente interesada pero sin entrar ella a explicar nada de su vida, en pie frente a él con los brazos cruzados sobre el pecho intentando taparse un poco. Yo permanecí a un lado, sin inmiscuirme. Aún así no se me escaparon las miradas furtivas que el chico lanzaba a los pechos de mi novia mientras que Silvia tenía los ojos fijos en su cara. Cada vez que Silvia movía los brazos (os he dicho que gesticula mucho) sus pechos se balanceaban libres y David no perdía la oportunidad de echarles un vistazo furtivo.
La situación me parecía tremendamente excitante, por estar Silvia semidesnuda frente a un chico completamente desnudo pero también por la relación que en el pasado les había unido, alumno y profesora, lo cual le daba una cierta áurea de tabú. Y al parecer a David también le debió resultar excitante porque para cuando se despidieron y éste se giraba para volver con sus amigos pude comprobar que su pene, sin estar erecto, sí había crecido unos centímetros y el glande se asomaba sonrosado entre los pliegues de la piel.
De vuelta a las toallas Silvia se iba quejando de la mala suerte de encontrarnos con un ex-alumno suyo. Yo le repliqué que ciertamente había sido una coincidencia poco probable pero que debería tomarse estas cosas con más naturalidad. Ella estaba de acuerdo pero se sentía ligeramente avergonzada por la situación. Había sido profesora de David cuando éste tenía 14 años y encontrárselo en la playa, ella en topless y él completamente desnudo, le había sobrado. Por supuesto Silvia se había dado cuenta de las miradas de David a sus pechos. Yo intenté quitarle hierro sin ir más lejos, intentando apartar de mi mente los pensamientos lujuriosos que la situación me había evocado. Lo peor de todo es que el episodio le había quitado completamente las ganas de sexo con las que los dos habíamos salido del agua. Volvió a ponerse la parte de arriba del bikini y a los pocos minutos me pidió que nos fuéramos de la playa.
Debería empezar la historia presentándonos. Silvia tiene 35 años. Luce una larga melena rizada que le gusta teñirse de rojizo y que únicamente en una ocasión se cortó a la altura de los hombros. Mide metro sesenta. Es de piel clara y constitución hermosa, es decir, que tiene curvas y carne allí donde tiene que tenerlas. Tiene un culo grande que me encanta apretar entre mis manos, unos generosos pechos con un amplio canal entre ellos y unos pezones que despuntan desvergonzadamente cuando se excita.
Yo tengo apenas 3 meses más que Silvia, metro setenta y tres, moreno, con el pelo muy corto y grandes entradas. Nunca he sido un atleta pero últimamente la llamada curva de la felicidad se ha acentuado, vaya, que ostento una honrosa barriga cervecera. Intentando ser equilibrado en las descripciones debo decir que estoy dotado con un pene de longitud normalilla erecto pero deshonrosamente pequeño flácido . Esta apreciación no la hago basándome en mi experiencia como consumidor de pornografía, que me haría pensar precisamente lo contrario, sino en lo Silvia me ha comentado en más de una ocasión y en comparación con los novios que había tenido con anterioridad. Por mi parte, debo decir con cierta incomprensible vergüenza que Silvia es la única mujer con la que he estado.
Llevamos más de 10 años juntos y a los ojos de todos nuestros amigos somos una pareja normal. En principio era “normal” en el sentido de agradable, respetuosa, sana, social, bien avenida,.. pero poco a poco también fue siendo “normal” en el sentido de rutinaria y aburrida. Llegó el momento en que nos dimos cuenta de que nuestra relación se estaba marchitando pero la inercia del día a día nos hacía difícil poner una solución. Nunca fue un buen momento, nuestros planes siempre se situaban varios años por delante.
Nuestra vida sexual no era el único pero sí uno de los más importantes aspectos que estaban afectados por la monotonía. He de decir que ciertas costumbres mías - como la de consumir pornografía que ya he mencionado antes - habían provocado fricciones en el pasado, hasta el punto de haber estado un par de veces a punto de romper. Yo siempre había sido el más activo en el terreno sexual pero poco a poco, quizá de manera subconsciente, fui reprimiendo mis instintos. Llegó un momento en el que nuestra actividad sexual se reducía a un rápido polvo antes de dormir una vez por semana.
El cambio se produjo hace unos tres meses, al principio del verano. Silvia es profesora de secundaria y ella ya estaba de vacaciones. Barcelona se había convertido en un horno y decidí cogerme unos días y escaparnos al norte, al Cantábrico. Sin pensárnoslo mucho buscamos opciones y encontramos una oferta en un hotel-spa cerca de Santander. O sea que cogimos el coche y allá nos dirigimos. El viaje fue largo y cansado y cuando llegamos al hotel era tarde y decidimos cenar y descansar para aprovechar mejor el día siguiente.
Al día siguiente hacía un perfecto día de verano y decidimos ir a la playa. Nos recomendaron la playa de Langre, pocos kilómetros al este de donde estábamos. Dejamos el coche en el aparcamiento y cargados con lo mínimo imprescindible (toallas, agua y protección solar) nos dirigimos a la arena. Justo antes de llegar nos sorprendió un cartel indicándonos los límites de la playa nudista, que estaba apartada al final de la playa. Intenté entonces convencer a Silvia para que fuéramos a aquella zona pero ella lo rechazó en plano. Desde donde nos instalamos, apenas llegaba a distinguir si la gente llevaba bañador o no. Nadie parecía llevar la parte de arriba y más o menos la mitad de los que allí estaban parecían llevar la parte de abajo. A nuestro alrededor, en cambio, tan solo dos chicas jóvenes y una mujer mayor hacían topless, el resto llevaban el traje de baño completo.
Después de darnos el primer baño nos tumbamos a secarnos. Silvia empezó a ponerse crema mientras yo cerraba los ojos para aprovechar algo de la tranquilidad que se respiraba. Al cabo de un rato oí que me llamaba con un tss-tss característico. Me volví y la descubrí tumbada a mi lado con sus bonitos pechos al aire. Las tetas caían ligeramente a cada lado del torso y sus pezones, apenas definidos, apuntaban hacia el cielo a este y oeste. Intenté alargar el brazo para rozar su pecho izquierdo, que estaba a apenas dos palmos de mi pero lo evitó rápidamente interceptando mi mano. En su cara había una sonrisa pícara.
Durante los siguientes minutos no perdí un instante de vista sus pechos al sol. Silvia gesticula mucho y con cada movimiento que hacía sus pechos se balanceaban libres y apetitosos. Y cuando Silvia reía rebotaban de una manera que me obligaban a hacer verdaderos esfuerzos para no saltar sobre ellos y darles un bocado. Como fuera que me estaban entrando unas ganas locas de tocarlos propuse darnos un chapuzón. Una vez en el agua, apartados de los grupitos de bañistas, no perdí la oportunidad de atraer a Silvia hacia mi. Ella, también con ganas de cariños, me rodeó la cintura con sus piernas y me besó apasionadamente mientras mis manos buscaban el contacto de sus pechos y mi trempera se apretaba contra su entrepierna.
Fue un baño muy caliente y los dos salimos del agua con la intención de volver al hotel a darnos un revolcón. Pero aún no habíamos llegado a la orilla cuando vi que Silvia se paraba en seco. Estábamos a apenas 5 metros de la arena y el agua nos cubría por debajo de la cintura. En frente nuestro un chico de unos veinte años sonreía a Silvia. Inevitablemente, lo primero que me llamó la atención del chaval es que iba en cueros. Tenía el pelo moreno y corto, pero más largo por el centro que por los lados, muy a la moda. Su piel estaba tostada a pesar de que el verano apenas acababa de empezar y no tenía nada de vello en el pecho. Se le veía bastante en forma, con unos abdominales ligeramente definidos y unos brazos y muslos fuertes. Su pene flácido colgaba relajado entre sus piernas con una suave mata de pelo coronándolo.
El chico levantó la mano y dijo “hola”. Silvia parecía estar petrificada y tardó unos instantes en responder. Cuando por fin pareció recobrar el habla le devolvió el saludo y empezó a andar poco a poco hacia él mientras le preguntaba qué hacía allí. No tardé mucho en entender qué relación había entre ellos dos. Por la edad de él y la manera que tenía Silvia de hablarle era evidente que había sido alumno suyo algún tiempo atrás. Eso explicaba la reacción de Silvia. La situación era ciertamente embarazosa.
La conversación iba sobre lo normal en un caso como éste. David, que así se llamaba el chico, le explicaba a su exprofesora que estaba estudiando derecho, que lo había dejado con su novia del instituto, que estaba de vacaciones con unos amigos por el norte, y cosas así. Silvia escuchaba presuntamente interesada pero sin entrar ella a explicar nada de su vida, en pie frente a él con los brazos cruzados sobre el pecho intentando taparse un poco. Yo permanecí a un lado, sin inmiscuirme. Aún así no se me escaparon las miradas furtivas que el chico lanzaba a los pechos de mi novia mientras que Silvia tenía los ojos fijos en su cara. Cada vez que Silvia movía los brazos (os he dicho que gesticula mucho) sus pechos se balanceaban libres y David no perdía la oportunidad de echarles un vistazo furtivo.
La situación me parecía tremendamente excitante, por estar Silvia semidesnuda frente a un chico completamente desnudo pero también por la relación que en el pasado les había unido, alumno y profesora, lo cual le daba una cierta áurea de tabú. Y al parecer a David también le debió resultar excitante porque para cuando se despidieron y éste se giraba para volver con sus amigos pude comprobar que su pene, sin estar erecto, sí había crecido unos centímetros y el glande se asomaba sonrosado entre los pliegues de la piel.
De vuelta a las toallas Silvia se iba quejando de la mala suerte de encontrarnos con un ex-alumno suyo. Yo le repliqué que ciertamente había sido una coincidencia poco probable pero que debería tomarse estas cosas con más naturalidad. Ella estaba de acuerdo pero se sentía ligeramente avergonzada por la situación. Había sido profesora de David cuando éste tenía 14 años y encontrárselo en la playa, ella en topless y él completamente desnudo, le había sobrado. Por supuesto Silvia se había dado cuenta de las miradas de David a sus pechos. Yo intenté quitarle hierro sin ir más lejos, intentando apartar de mi mente los pensamientos lujuriosos que la situación me había evocado. Lo peor de todo es que el episodio le había quitado completamente las ganas de sexo con las que los dos habíamos salido del agua. Volvió a ponerse la parte de arriba del bikini y a los pocos minutos me pidió que nos fuéramos de la playa.