Generosidad

agratefuldude

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26 Mar 2025
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Quizá “generosidad” no sea la palabra que mejor defina mi actitud con respecto a Silvia. Sobretodo porque yo soy el principal interesado en cada una de las situaciones. De todas formas me gusta pensar que también otra gente se beneficia y en ese sentido utilizo el término.

Debería empezar la historia presentándonos. Silvia tiene 35 años. Luce una larga melena rizada que le gusta teñirse de rojizo y que únicamente en una ocasión se cortó a la altura de los hombros. Mide metro sesenta. Es de piel clara y constitución hermosa, es decir, que tiene curvas y carne allí donde tiene que tenerlas. Tiene un culo grande que me encanta apretar entre mis manos, unos generosos pechos con un amplio canal entre ellos y unos pezones que despuntan desvergonzadamente cuando se excita.

Yo tengo apenas 3 meses más que Silvia, metro setenta y tres, moreno, con el pelo muy corto y grandes entradas. Nunca he sido un atleta pero últimamente la llamada curva de la felicidad se ha acentuado, vaya, que ostento una honrosa barriga cervecera. Intentando ser equilibrado en las descripciones debo decir que estoy dotado con un pene de longitud normalilla erecto pero deshonrosamente pequeño flácido . Esta apreciación no la hago basándome en mi experiencia como consumidor de pornografía, que me haría pensar precisamente lo contrario, sino en lo Silvia me ha comentado en más de una ocasión y en comparación con los novios que había tenido con anterioridad. Por mi parte, debo decir con cierta incomprensible vergüenza que Silvia es la única mujer con la que he estado.

Llevamos más de 10 años juntos y a los ojos de todos nuestros amigos somos una pareja normal. En principio era “normal” en el sentido de agradable, respetuosa, sana, social, bien avenida,.. pero poco a poco también fue siendo “normal” en el sentido de rutinaria y aburrida. Llegó el momento en que nos dimos cuenta de que nuestra relación se estaba marchitando pero la inercia del día a día nos hacía difícil poner una solución. Nunca fue un buen momento, nuestros planes siempre se situaban varios años por delante.

Nuestra vida sexual no era el único pero sí uno de los más importantes aspectos que estaban afectados por la monotonía. He de decir que ciertas costumbres mías - como la de consumir pornografía que ya he mencionado antes - habían provocado fricciones en el pasado, hasta el punto de haber estado un par de veces a punto de romper. Yo siempre había sido el más activo en el terreno sexual pero poco a poco, quizá de manera subconsciente, fui reprimiendo mis instintos. Llegó un momento en el que nuestra actividad sexual se reducía a un rápido polvo antes de dormir una vez por semana.

El cambio se produjo hace unos tres meses, al principio del verano. Silvia es profesora de secundaria y ella ya estaba de vacaciones. Barcelona se había convertido en un horno y decidí cogerme unos días y escaparnos al norte, al Cantábrico. Sin pensárnoslo mucho buscamos opciones y encontramos una oferta en un hotel-spa cerca de Santander. O sea que cogimos el coche y allá nos dirigimos. El viaje fue largo y cansado y cuando llegamos al hotel era tarde y decidimos cenar y descansar para aprovechar mejor el día siguiente.

Al día siguiente hacía un perfecto día de verano y decidimos ir a la playa. Nos recomendaron la playa de Langre, pocos kilómetros al este de donde estábamos. Dejamos el coche en el aparcamiento y cargados con lo mínimo imprescindible (toallas, agua y protección solar) nos dirigimos a la arena. Justo antes de llegar nos sorprendió un cartel indicándonos los límites de la playa nudista, que estaba apartada al final de la playa. Intenté entonces convencer a Silvia para que fuéramos a aquella zona pero ella lo rechazó en plano. Desde donde nos instalamos, apenas llegaba a distinguir si la gente llevaba bañador o no. Nadie parecía llevar la parte de arriba y más o menos la mitad de los que allí estaban parecían llevar la parte de abajo. A nuestro alrededor, en cambio, tan solo dos chicas jóvenes y una mujer mayor hacían topless, el resto llevaban el traje de baño completo.

Después de darnos el primer baño nos tumbamos a secarnos. Silvia empezó a ponerse crema mientras yo cerraba los ojos para aprovechar algo de la tranquilidad que se respiraba. Al cabo de un rato oí que me llamaba con un tss-tss característico. Me volví y la descubrí tumbada a mi lado con sus bonitos pechos al aire. Las tetas caían ligeramente a cada lado del torso y sus pezones, apenas definidos, apuntaban hacia el cielo a este y oeste. Intenté alargar el brazo para rozar su pecho izquierdo, que estaba a apenas dos palmos de mi pero lo evitó rápidamente interceptando mi mano. En su cara había una sonrisa pícara.

Durante los siguientes minutos no perdí un instante de vista sus pechos al sol. Silvia gesticula mucho y con cada movimiento que hacía sus pechos se balanceaban libres y apetitosos. Y cuando Silvia reía rebotaban de una manera que me obligaban a hacer verdaderos esfuerzos para no saltar sobre ellos y darles un bocado. Como fuera que me estaban entrando unas ganas locas de tocarlos propuse darnos un chapuzón. Una vez en el agua, apartados de los grupitos de bañistas, no perdí la oportunidad de atraer a Silvia hacia mi. Ella, también con ganas de cariños, me rodeó la cintura con sus piernas y me besó apasionadamente mientras mis manos buscaban el contacto de sus pechos y mi trempera se apretaba contra su entrepierna.

Fue un baño muy caliente y los dos salimos del agua con la intención de volver al hotel a darnos un revolcón. Pero aún no habíamos llegado a la orilla cuando vi que Silvia se paraba en seco. Estábamos a apenas 5 metros de la arena y el agua nos cubría por debajo de la cintura. En frente nuestro un chico de unos veinte años sonreía a Silvia. Inevitablemente, lo primero que me llamó la atención del chaval es que iba en cueros. Tenía el pelo moreno y corto, pero más largo por el centro que por los lados, muy a la moda. Su piel estaba tostada a pesar de que el verano apenas acababa de empezar y no tenía nada de vello en el pecho. Se le veía bastante en forma, con unos abdominales ligeramente definidos y unos brazos y muslos fuertes. Su pene flácido colgaba relajado entre sus piernas con una suave mata de pelo coronándolo.

El chico levantó la mano y dijo “hola”. Silvia parecía estar petrificada y tardó unos instantes en responder. Cuando por fin pareció recobrar el habla le devolvió el saludo y empezó a andar poco a poco hacia él mientras le preguntaba qué hacía allí. No tardé mucho en entender qué relación había entre ellos dos. Por la edad de él y la manera que tenía Silvia de hablarle era evidente que había sido alumno suyo algún tiempo atrás. Eso explicaba la reacción de Silvia. La situación era ciertamente embarazosa.

La conversación iba sobre lo normal en un caso como éste. David, que así se llamaba el chico, le explicaba a su exprofesora que estaba estudiando derecho, que lo había dejado con su novia del instituto, que estaba de vacaciones con unos amigos por el norte, y cosas así. Silvia escuchaba presuntamente interesada pero sin entrar ella a explicar nada de su vida, en pie frente a él con los brazos cruzados sobre el pecho intentando taparse un poco. Yo permanecí a un lado, sin inmiscuirme. Aún así no se me escaparon las miradas furtivas que el chico lanzaba a los pechos de mi novia mientras que Silvia tenía los ojos fijos en su cara. Cada vez que Silvia movía los brazos (os he dicho que gesticula mucho) sus pechos se balanceaban libres y David no perdía la oportunidad de echarles un vistazo furtivo.

La situación me parecía tremendamente excitante, por estar Silvia semidesnuda frente a un chico completamente desnudo pero también por la relación que en el pasado les había unido, alumno y profesora, lo cual le daba una cierta áurea de tabú. Y al parecer a David también le debió resultar excitante porque para cuando se despidieron y éste se giraba para volver con sus amigos pude comprobar que su pene, sin estar erecto, sí había crecido unos centímetros y el glande se asomaba sonrosado entre los pliegues de la piel.

De vuelta a las toallas Silvia se iba quejando de la mala suerte de encontrarnos con un ex-alumno suyo. Yo le repliqué que ciertamente había sido una coincidencia poco probable pero que debería tomarse estas cosas con más naturalidad. Ella estaba de acuerdo pero se sentía ligeramente avergonzada por la situación. Había sido profesora de David cuando éste tenía 14 años y encontrárselo en la playa, ella en topless y él completamente desnudo, le había sobrado. Por supuesto Silvia se había dado cuenta de las miradas de David a sus pechos. Yo intenté quitarle hierro sin ir más lejos, intentando apartar de mi mente los pensamientos lujuriosos que la situación me había evocado. Lo peor de todo es que el episodio le había quitado completamente las ganas de sexo con las que los dos habíamos salido del agua. Volvió a ponerse la parte de arriba del bikini y a los pocos minutos me pidió que nos fuéramos de la playa.
 
Guau, muy excitante y bien relatado!!! No dejes de escribir por favor!!
 
Quizá “generosidad” no sea la palabra que mejor defina mi actitud con respecto a Silvia. Sobretodo porque yo soy el principal interesado en cada una de las situaciones. De todas formas me gusta pensar que también otra gente se beneficia y en ese sentido utilizo el término.

Debería empezar la historia presentándonos. Silvia tiene 35 años. Luce una larga melena rizada que le gusta teñirse de rojizo y que únicamente en una ocasión se cortó a la altura de los hombros. Mide metro sesenta. Es de piel clara y constitución hermosa, es decir, que tiene curvas y carne allí donde tiene que tenerlas. Tiene un culo grande que me encanta apretar entre mis manos, unos generosos pechos con un amplio canal entre ellos y unos pezones que despuntan desvergonzadamente cuando se excita.

Yo tengo apenas 3 meses más que Silvia, metro setenta y tres, moreno, con el pelo muy corto y grandes entradas. Nunca he sido un atleta pero últimamente la llamada curva de la felicidad se ha acentuado, vaya, que ostento una honrosa barriga cervecera. Intentando ser equilibrado en las descripciones debo decir que estoy dotado con un pene de longitud normalilla erecto pero deshonrosamente pequeño flácido . Esta apreciación no la hago basándome en mi experiencia como consumidor de pornografía, que me haría pensar precisamente lo contrario, sino en lo Silvia me ha comentado en más de una ocasión y en comparación con los novios que había tenido con anterioridad. Por mi parte, debo decir con cierta incomprensible vergüenza que Silvia es la única mujer con la que he estado.

Llevamos más de 10 años juntos y a los ojos de todos nuestros amigos somos una pareja normal. En principio era “normal” en el sentido de agradable, respetuosa, sana, social, bien avenida,.. pero poco a poco también fue siendo “normal” en el sentido de rutinaria y aburrida. Llegó el momento en que nos dimos cuenta de que nuestra relación se estaba marchitando pero la inercia del día a día nos hacía difícil poner una solución. Nunca fue un buen momento, nuestros planes siempre se situaban varios años por delante.

Nuestra vida sexual no era el único pero sí uno de los más importantes aspectos que estaban afectados por la monotonía. He de decir que ciertas costumbres mías - como la de consumir pornografía que ya he mencionado antes - habían provocado fricciones en el pasado, hasta el punto de haber estado un par de veces a punto de romper. Yo siempre había sido el más activo en el terreno sexual pero poco a poco, quizá de manera subconsciente, fui reprimiendo mis instintos. Llegó un momento en el que nuestra actividad sexual se reducía a un rápido polvo antes de dormir una vez por semana.

El cambio se produjo hace unos tres meses, al principio del verano. Silvia es profesora de secundaria y ella ya estaba de vacaciones. Barcelona se había convertido en un horno y decidí cogerme unos días y escaparnos al norte, al Cantábrico. Sin pensárnoslo mucho buscamos opciones y encontramos una oferta en un hotel-spa cerca de Santander. O sea que cogimos el coche y allá nos dirigimos. El viaje fue largo y cansado y cuando llegamos al hotel era tarde y decidimos cenar y descansar para aprovechar mejor el día siguiente.

Al día siguiente hacía un perfecto día de verano y decidimos ir a la playa. Nos recomendaron la playa de Langre, pocos kilómetros al este de donde estábamos. Dejamos el coche en el aparcamiento y cargados con lo mínimo imprescindible (toallas, agua y protección solar) nos dirigimos a la arena. Justo antes de llegar nos sorprendió un cartel indicándonos los límites de la playa nudista, que estaba apartada al final de la playa. Intenté entonces convencer a Silvia para que fuéramos a aquella zona pero ella lo rechazó en plano. Desde donde nos instalamos, apenas llegaba a distinguir si la gente llevaba bañador o no. Nadie parecía llevar la parte de arriba y más o menos la mitad de los que allí estaban parecían llevar la parte de abajo. A nuestro alrededor, en cambio, tan solo dos chicas jóvenes y una mujer mayor hacían topless, el resto llevaban el traje de baño completo.

Después de darnos el primer baño nos tumbamos a secarnos. Silvia empezó a ponerse crema mientras yo cerraba los ojos para aprovechar algo de la tranquilidad que se respiraba. Al cabo de un rato oí que me llamaba con un tss-tss característico. Me volví y la descubrí tumbada a mi lado con sus bonitos pechos al aire. Las tetas caían ligeramente a cada lado del torso y sus pezones, apenas definidos, apuntaban hacia el cielo a este y oeste. Intenté alargar el brazo para rozar su pecho izquierdo, que estaba a apenas dos palmos de mi pero lo evitó rápidamente interceptando mi mano. En su cara había una sonrisa pícara.

Durante los siguientes minutos no perdí un instante de vista sus pechos al sol. Silvia gesticula mucho y con cada movimiento que hacía sus pechos se balanceaban libres y apetitosos. Y cuando Silvia reía rebotaban de una manera que me obligaban a hacer verdaderos esfuerzos para no saltar sobre ellos y darles un bocado. Como fuera que me estaban entrando unas ganas locas de tocarlos propuse darnos un chapuzón. Una vez en el agua, apartados de los grupitos de bañistas, no perdí la oportunidad de atraer a Silvia hacia mi. Ella, también con ganas de cariños, me rodeó la cintura con sus piernas y me besó apasionadamente mientras mis manos buscaban el contacto de sus pechos y mi trempera se apretaba contra su entrepierna.

Fue un baño muy caliente y los dos salimos del agua con la intención de volver al hotel a darnos un revolcón. Pero aún no habíamos llegado a la orilla cuando vi que Silvia se paraba en seco. Estábamos a apenas 5 metros de la arena y el agua nos cubría por debajo de la cintura. En frente nuestro un chico de unos veinte años sonreía a Silvia. Inevitablemente, lo primero que me llamó la atención del chaval es que iba en cueros. Tenía el pelo moreno y corto, pero más largo por el centro que por los lados, muy a la moda. Su piel estaba tostada a pesar de que el verano apenas acababa de empezar y no tenía nada de vello en el pecho. Se le veía bastante en forma, con unos abdominales ligeramente definidos y unos brazos y muslos fuertes. Su pene flácido colgaba relajado entre sus piernas con una suave mata de pelo coronándolo.

El chico levantó la mano y dijo “hola”. Silvia parecía estar petrificada y tardó unos instantes en responder. Cuando por fin pareció recobrar el habla le devolvió el saludo y empezó a andar poco a poco hacia él mientras le preguntaba qué hacía allí. No tardé mucho en entender qué relación había entre ellos dos. Por la edad de él y la manera que tenía Silvia de hablarle era evidente que había sido alumno suyo algún tiempo atrás. Eso explicaba la reacción de Silvia. La situación era ciertamente embarazosa.

La conversación iba sobre lo normal en un caso como éste. David, que así se llamaba el chico, le explicaba a su exprofesora que estaba estudiando derecho, que lo había dejado con su novia del instituto, que estaba de vacaciones con unos amigos por el norte, y cosas así. Silvia escuchaba presuntamente interesada pero sin entrar ella a explicar nada de su vida, en pie frente a él con los brazos cruzados sobre el pecho intentando taparse un poco. Yo permanecí a un lado, sin inmiscuirme. Aún así no se me escaparon las miradas furtivas que el chico lanzaba a los pechos de mi novia mientras que Silvia tenía los ojos fijos en su cara. Cada vez que Silvia movía los brazos (os he dicho que gesticula mucho) sus pechos se balanceaban libres y David no perdía la oportunidad de echarles un vistazo furtivo.

La situación me parecía tremendamente excitante, por estar Silvia semidesnuda frente a un chico completamente desnudo pero también por la relación que en el pasado les había unido, alumno y profesora, lo cual le daba una cierta áurea de tabú. Y al parecer a David también le debió resultar excitante porque para cuando se despidieron y éste se giraba para volver con sus amigos pude comprobar que su pene, sin estar erecto, sí había crecido unos centímetros y el glande se asomaba sonrosado entre los pliegues de la piel.

De vuelta a las toallas Silvia se iba quejando de la mala suerte de encontrarnos con un ex-alumno suyo. Yo le repliqué que ciertamente había sido una coincidencia poco probable pero que debería tomarse estas cosas con más naturalidad. Ella estaba de acuerdo pero se sentía ligeramente avergonzada por la situación. Había sido profesora de David cuando éste tenía 14 años y encontrárselo en la playa, ella en topless y él completamente desnudo, le había sobrado. Por supuesto Silvia se había dado cuenta de las miradas de David a sus pechos. Yo intenté quitarle hierro sin ir más lejos, intentando apartar de mi mente los pensamientos lujuriosos que la situación me había evocado. Lo peor de todo es que el episodio le había quitado completamente las ganas de sexo con las que los dos habíamos salido del agua. Volvió a ponerse la parte de arriba del bikini y a los pocos minutos me pidió que nos fuéramos de la playa.
Muy bien escrito!
continua?
 
Después de comer decidimos hacer una pequeña excursión a Llen, un penacho cerca de Santander desde el que se disfruta de unas vistas impresionantes de la costa. La caminata nos sentó bien y a Silvia se le quitaron todos los malos rollos de la mañana.

De vuelta al hotel, sudados pero contentos, decidimos darnos una ducha rápida y salir a cenar por Santander. Mientras se preparaba para salir yo aprovechaba cualquier excusa para acariciar su culo, besarla en el cuello y pellizcar sus pezones. Ella sonreía con picardía pero apartaba mis manos antes de que estas fueran a por trofeos más preciados. Estuvo un rato decidiendo qué ponerse lo cual no era sino una estrategia para ponerme más caliente, porque no es de las que se pasan horas y horas probándose vestidos antes de salir de fiesta. Primero me pidió mi opinión sobre una blusa con un escote considerable, después una falda con una abertura lateral que dejaba al aire su muslo con cada paso que daba y por fin salió del lavabo con un vestido negro y fino, que le llegaba por encima de las rodillas y que tenía un escote cruzado aparentemente recatado. Silvia pareció leer en mi mente un cierto desencanto y empezó a explicarme dónde y cómo se había comprado el vestido mientras gesticulaba exageradamente. Yo no entendía porque me estaba explicando eso y mucho menos porque lo hacía tan teatralmente, pero en seguida lo comprendí. Con el movimiento de sus brazos sus pechos se balanceaban dentro del vestido libres de sostenes y sus pezones empezaron a destacarse bajo la fina tela. Además, el escote se iba abriendo poco a poco, mostrando más y más del pecho derecho de Silvia que destacaba blanco contra la tela negra del vestido. Alargué la mano intentando tocar la suave curvatura pero nuevamente Silvia me apartó y se volvió a colocar el pecho dentro del escote mirándome con cara de falso reproche.

Llegamos a Santander en 15 minutos, dejamos el coche en un parking del centro y salimos a pasear sin un objetivo muy claro. Yo agarraba a Silvia por la cintura manteniéndola apretada a mí mientras caminábamos por las calles del centro, que a esa hora estaban bastante transitadas por gente buscando sitio para cenar. Mi punto de vista de su escote era privilegiado y siempre que podía observaba atento el suave balanceo de sus pechos, contenido únicamente por la fina tela del vestido. Había intentado acariciar el borde exterior del pecho con la mano con la que la rodeaba, pero al tercer intento Silvia había decidido cogerme la mano contra su cadera para evitar más excesos. Así, limitado a disfrutar de unas vistas más que agradables, seguimos caminando hasta que encontramos una bodega que nos pareció interesante. La barra estaba llena de pinchos que tenían muy buena pinta y a juzgar por la cantidad de gente que había dentro debía tener una cierta reputación.

Nos dijeron que si queríamos una mesa tendríamos que esperar unos 20 minutos o ir a una de las mesas altas que había a un lado de salón. Se trataba de una mesa de mármol de una sola pata con dos taburetes altos, de los que apoyas los pies en el primer escalón una vez sentado. Como tampoco teníamos intención de cenar copiosamente nos pareció bien la propuesta y nos sentamos en lados contiguos de la mesa y mirando hacia el salón. Pedimos unas cuantas raciones de pinchos y sidra para acompañar. La bebida nos la trajeron enseguida, pero los pinchos se hicieron esperar. Silvia me comentaba los problemas que tenía la escuela con un chaval conflictivo y lo poco acertadamente que se estaba llevando el asunto. Yo la escuchaba atentamente dándole mi inexperta opinión de vez en cuando. Pero al rato empecé también a pasear la vista por la gente que llenaba el local.

Había un poco de todo: parejas, grupos, gente joven, gente mayor,... Los camareros se movían a la perfección por entre las mesas sirviendo platitos y copas. En un par de ocasiones crucé la vista con un chaval joven, de unos veinticinco años, de ojos claros y facciones de modelo publicitario, que estaba sentado al otro lado del pasillo, a apenas tres metros de donde estábamos nosotros. En ambas ocasiones él apartó la mirada rápidamente volviendo a prestar atención a la charla del grupo con el que iba. Cuando llegaron los pinchos, que estaban espectaculares, nuestra conversación fue saltando de tema en tema. Por tercera vez me encontré con la mirada del chaval de la mesa de enfrente, pero esta vez, antes de que me viera, pude comprobar que en realidad estaba mirando a Silvia. Aparentando normalidad volví la vista hacia ella y pude comprobar que su pecho derecho estaba prácticamente fuera del escote, por el que asomaba la semiluna oscura de su areola. Su pezón se dibujaba inconfundible contra la tela apenas a un centímetro del borde de la misma.

Por segunda vez ese día tuve la misma sensación, un escalofrío de excitación en la base de los testículos. Estaba claro que me excitaba que Silvia estuviera expuesta, consciente o inconscientemente, a la mirada indiscreta de otro tío. Intenté mantener la compostura y estar atento a la conversación con Silvia pero mi mirada no paraba de bajar hacia su escote para comprobar que el pezón parecía estar cada vez más cerca de escaparse de la tela del vestido. Tenía miedo de mirar de nuevo en la dirección del tío para evitar que supiera que lo sabía y también para evitar que dejara de mirarla. Me contentaba con imaginarme que no estaba perdiendo detalle del generoso escote de Silvia.

Los minutos pasaban y mi excitación, dolorosamente constreñida en mi entrepierna, me pedía más. Arriesgué mirar con el rabillo del ojo hacia la mesa de delante y efectivamente el chaval tenía la cabeza vuelta hacia nosotros. Decidí entonces mover ficha y acerqué mi boca a la oreja de Silvia. Le dije que tenía que decirle una cosa pero antes de que se lo dijera me tenía que prometer algo. Silvia es bastante tozuda y me costó que aceptara mi condición; que no moviese las manos de encima de la mesa. Aceptó curiosa y volví a inclinarme sobre su oreja. Le dije que estaba increíblemente excitado y la ví sonreir por la comisura de los labios. Le dije que su escote me había puesto a cien. Le describí entonces lo que veía desde mi punto de vista: la curvatura interior de su pecho, el contraste de su piel blanca contra el negro del vestido, los cientos de poros que se marcaban ahora que se excitaba por lo que le estaba diciendo, la sección de oscura areola que el vestido había dejado al descubierto y el provocador relieve de su pezón contra la tela, a punto también salir a la vista. Rápidamente bajó la vista para comprobar que lo que le había dicho era cierto e intentó alzar la mano para volver a poner el pecho prófugo en su sitio pero yo había tenido la precaución de poner mi mano sobre la suya para evitarlo.

Le susurré al oído que me había prometido no mover las manos y la noté luchar contra las ganas de taparse. Le dije que aún no había acabado y que tenía algo más que decirle y pareció calmarse un poco esperando mis palabras. Entonces le dije que había otro tío en la sala que también había estado muy atento a su escote. Volví a notar como intentaba mover la mano para taparse. Le susurré que se tranquilizase y su mano se relajó pero sus ojos buscaban entre la gente del restaurante. Le indiqué qué chico era. Por supuesto, en ese momento él no la estaba mirando y ella aprovechó para mirarle atentamente. Su reacción fue sorprendente. Se le erizó el vello de la nuca y las mejillas se le sonrojaron. Le pregunté si le parecía atractivo y respondió que no estaba mal. Le dije que estaba seguro que él debía pensar que ella era muy sexy, porque no le había quitado la vista de encima en toda la noche. Sonrió y me pidió que no dijera tonterías. Yo me hice el molesto: ¿si creía que estaba diciendo tonterías porque no se lo preguntaba directamente al chaval? Me miró haciéndose la escandalizada y dijo que cambiáramos de tema mientras pinchaba un choricito con el tenedor, pero no se me escapó que, a pesar de todo, no había hecho ningún gesto para cubrirse el escote.

Los siguientes minutos los ocupamos con temas sin sentido, ambos más atentos a las miradas ajenas y al escote de Silvia. El chico tenía más tiempo la vista sobre Silvia que sobre su plato. Pero aunque en ningún momento hizo amago de taparse, tampoco parecía dispuesta a ir mucho más allá.

Al final decidimos pedir la cuenta e ir a tomar un poco el fresco. Cuando el camarero se acercó con el datáfono sus ojos casi se salen de las órbitas ante la visión privilegiada del escote de Silvia, no solo podía ver el oscuro semicírculo de la areola y el pezón a punto de escapar del vestido sinó que seguramente tenía una vista perfecta del canal que se hundía hacia su vientre. Desconcentrado se equivocó dos veces al introducir el importe en la máquina antes de pedirme el PIN de la tarjeta. Silvia evitó mirarle para no ponerle más nervioso mientras me echaba miradas cómplices. Cuando el datáfono escupió el tícket, el camarero lo rasgó y me tendió, momento que aprovechó Silvia para estirarse hacia atrás en el taburete pasando los brazos por detrás de su espalda. El efecto de su estudiado movimiento fue aumentar la tensión de sus pechos contra la tela del vestido, que acabó por ceder permitiendo que todo su pecho derecho escapase de su prisión y se mostrase en primer plano ante el atónito camarero. Silvia se regodeó haciéndose la distraída, aparentemente despreocupada de cuántos podrían estar viendo el espectáculo, a parte del camarero y nuestro amigo de la mesa de enfrente. Finalmente se miró el busto y musitando un poco sincero “perdón” se volvió a guardar el pecho bajo la tela del vestido a la vez que se inclinaba sobre la mesa como si pretendiera taparse.

El camarero tardó unos instantes en recuperar el habla hasta que consiguió decir un protocolario “muchas gracias” al que yo respondí con un “gracias a usted” antes de que saliera casi corriendo hacia la cocina. Nosotros también decidimos salir rápido del restaurante antes de que asomaran el resto de camareros a comprobar la historia de su compañero, no sin antes cruzarnos la mirada con el chico de la mesa que había sido fiel admirador de Silvia durante toda la noche.
 
Después de comer decidimos hacer una pequeña excursión a Llen, un penacho cerca de Santander desde el que se disfruta de unas vistas impresionantes de la costa. La caminata nos sentó bien y a Silvia se le quitaron todos los malos rollos de la mañana.

De vuelta al hotel, sudados pero contentos, decidimos darnos una ducha rápida y salir a cenar por Santander. Mientras se preparaba para salir yo aprovechaba cualquier excusa para acariciar su culo, besarla en el cuello y pellizcar sus pezones. Ella sonreía con picardía pero apartaba mis manos antes de que estas fueran a por trofeos más preciados. Estuvo un rato decidiendo qué ponerse lo cual no era sino una estrategia para ponerme más caliente, porque no es de las que se pasan horas y horas probándose vestidos antes de salir de fiesta. Primero me pidió mi opinión sobre una blusa con un escote considerable, después una falda con una abertura lateral que dejaba al aire su muslo con cada paso que daba y por fin salió del lavabo con un vestido negro y fino, que le llegaba por encima de las rodillas y que tenía un escote cruzado aparentemente recatado. Silvia pareció leer en mi mente un cierto desencanto y empezó a explicarme dónde y cómo se había comprado el vestido mientras gesticulaba exageradamente. Yo no entendía porque me estaba explicando eso y mucho menos porque lo hacía tan teatralmente, pero en seguida lo comprendí. Con el movimiento de sus brazos sus pechos se balanceaban dentro del vestido libres de sostenes y sus pezones empezaron a destacarse bajo la fina tela. Además, el escote se iba abriendo poco a poco, mostrando más y más del pecho derecho de Silvia que destacaba blanco contra la tela negra del vestido. Alargué la mano intentando tocar la suave curvatura pero nuevamente Silvia me apartó y se volvió a colocar el pecho dentro del escote mirándome con cara de falso reproche.

Llegamos a Santander en 15 minutos, dejamos el coche en un parking del centro y salimos a pasear sin un objetivo muy claro. Yo agarraba a Silvia por la cintura manteniéndola apretada a mí mientras caminábamos por las calles del centro, que a esa hora estaban bastante transitadas por gente buscando sitio para cenar. Mi punto de vista de su escote era privilegiado y siempre que podía observaba atento el suave balanceo de sus pechos, contenido únicamente por la fina tela del vestido. Había intentado acariciar el borde exterior del pecho con la mano con la que la rodeaba, pero al tercer intento Silvia había decidido cogerme la mano contra su cadera para evitar más excesos. Así, limitado a disfrutar de unas vistas más que agradables, seguimos caminando hasta que encontramos una bodega que nos pareció interesante. La barra estaba llena de pinchos que tenían muy buena pinta y a juzgar por la cantidad de gente que había dentro debía tener una cierta reputación.

Nos dijeron que si queríamos una mesa tendríamos que esperar unos 20 minutos o ir a una de las mesas altas que había a un lado de salón. Se trataba de una mesa de mármol de una sola pata con dos taburetes altos, de los que apoyas los pies en el primer escalón una vez sentado. Como tampoco teníamos intención de cenar copiosamente nos pareció bien la propuesta y nos sentamos en lados contiguos de la mesa y mirando hacia el salón. Pedimos unas cuantas raciones de pinchos y sidra para acompañar. La bebida nos la trajeron enseguida, pero los pinchos se hicieron esperar. Silvia me comentaba los problemas que tenía la escuela con un chaval conflictivo y lo poco acertadamente que se estaba llevando el asunto. Yo la escuchaba atentamente dándole mi inexperta opinión de vez en cuando. Pero al rato empecé también a pasear la vista por la gente que llenaba el local.

Había un poco de todo: parejas, grupos, gente joven, gente mayor,... Los camareros se movían a la perfección por entre las mesas sirviendo platitos y copas. En un par de ocasiones crucé la vista con un chaval joven, de unos veinticinco años, de ojos claros y facciones de modelo publicitario, que estaba sentado al otro lado del pasillo, a apenas tres metros de donde estábamos nosotros. En ambas ocasiones él apartó la mirada rápidamente volviendo a prestar atención a la charla del grupo con el que iba. Cuando llegaron los pinchos, que estaban espectaculares, nuestra conversación fue saltando de tema en tema. Por tercera vez me encontré con la mirada del chaval de la mesa de enfrente, pero esta vez, antes de que me viera, pude comprobar que en realidad estaba mirando a Silvia. Aparentando normalidad volví la vista hacia ella y pude comprobar que su pecho derecho estaba prácticamente fuera del escote, por el que asomaba la semiluna oscura de su areola. Su pezón se dibujaba inconfundible contra la tela apenas a un centímetro del borde de la misma.

Por segunda vez ese día tuve la misma sensación, un escalofrío de excitación en la base de los testículos. Estaba claro que me excitaba que Silvia estuviera expuesta, consciente o inconscientemente, a la mirada indiscreta de otro tío. Intenté mantener la compostura y estar atento a la conversación con Silvia pero mi mirada no paraba de bajar hacia su escote para comprobar que el pezón parecía estar cada vez más cerca de escaparse de la tela del vestido. Tenía miedo de mirar de nuevo en la dirección del tío para evitar que supiera que lo sabía y también para evitar que dejara de mirarla. Me contentaba con imaginarme que no estaba perdiendo detalle del generoso escote de Silvia.

Los minutos pasaban y mi excitación, dolorosamente constreñida en mi entrepierna, me pedía más. Arriesgué mirar con el rabillo del ojo hacia la mesa de delante y efectivamente el chaval tenía la cabeza vuelta hacia nosotros. Decidí entonces mover ficha y acerqué mi boca a la oreja de Silvia. Le dije que tenía que decirle una cosa pero antes de que se lo dijera me tenía que prometer algo. Silvia es bastante tozuda y me costó que aceptara mi condición; que no moviese las manos de encima de la mesa. Aceptó curiosa y volví a inclinarme sobre su oreja. Le dije que estaba increíblemente excitado y la ví sonreir por la comisura de los labios. Le dije que su escote me había puesto a cien. Le describí entonces lo que veía desde mi punto de vista: la curvatura interior de su pecho, el contraste de su piel blanca contra el negro del vestido, los cientos de poros que se marcaban ahora que se excitaba por lo que le estaba diciendo, la sección de oscura areola que el vestido había dejado al descubierto y el provocador relieve de su pezón contra la tela, a punto también salir a la vista. Rápidamente bajó la vista para comprobar que lo que le había dicho era cierto e intentó alzar la mano para volver a poner el pecho prófugo en su sitio pero yo había tenido la precaución de poner mi mano sobre la suya para evitarlo.

Le susurré al oído que me había prometido no mover las manos y la noté luchar contra las ganas de taparse. Le dije que aún no había acabado y que tenía algo más que decirle y pareció calmarse un poco esperando mis palabras. Entonces le dije que había otro tío en la sala que también había estado muy atento a su escote. Volví a notar como intentaba mover la mano para taparse. Le susurré que se tranquilizase y su mano se relajó pero sus ojos buscaban entre la gente del restaurante. Le indiqué qué chico era. Por supuesto, en ese momento él no la estaba mirando y ella aprovechó para mirarle atentamente. Su reacción fue sorprendente. Se le erizó el vello de la nuca y las mejillas se le sonrojaron. Le pregunté si le parecía atractivo y respondió que no estaba mal. Le dije que estaba seguro que él debía pensar que ella era muy sexy, porque no le había quitado la vista de encima en toda la noche. Sonrió y me pidió que no dijera tonterías. Yo me hice el molesto: ¿si creía que estaba diciendo tonterías porque no se lo preguntaba directamente al chaval? Me miró haciéndose la escandalizada y dijo que cambiáramos de tema mientras pinchaba un choricito con el tenedor, pero no se me escapó que, a pesar de todo, no había hecho ningún gesto para cubrirse el escote.

Los siguientes minutos los ocupamos con temas sin sentido, ambos más atentos a las miradas ajenas y al escote de Silvia. El chico tenía más tiempo la vista sobre Silvia que sobre su plato. Pero aunque en ningún momento hizo amago de taparse, tampoco parecía dispuesta a ir mucho más allá.

Al final decidimos pedir la cuenta e ir a tomar un poco el fresco. Cuando el camarero se acercó con el datáfono sus ojos casi se salen de las órbitas ante la visión privilegiada del escote de Silvia, no solo podía ver el oscuro semicírculo de la areola y el pezón a punto de escapar del vestido sinó que seguramente tenía una vista perfecta del canal que se hundía hacia su vientre. Desconcentrado se equivocó dos veces al introducir el importe en la máquina antes de pedirme el PIN de la tarjeta. Silvia evitó mirarle para no ponerle más nervioso mientras me echaba miradas cómplices. Cuando el datáfono escupió el tícket, el camarero lo rasgó y me tendió, momento que aprovechó Silvia para estirarse hacia atrás en el taburete pasando los brazos por detrás de su espalda. El efecto de su estudiado movimiento fue aumentar la tensión de sus pechos contra la tela del vestido, que acabó por ceder permitiendo que todo su pecho derecho escapase de su prisión y se mostrase en primer plano ante el atónito camarero. Silvia se regodeó haciéndose la distraída, aparentemente despreocupada de cuántos podrían estar viendo el espectáculo, a parte del camarero y nuestro amigo de la mesa de enfrente. Finalmente se miró el busto y musitando un poco sincero “perdón” se volvió a guardar el pecho bajo la tela del vestido a la vez que se inclinaba sobre la mesa como si pretendiera taparse.

El camarero tardó unos instantes en recuperar el habla hasta que consiguió decir un protocolario “muchas gracias” al que yo respondí con un “gracias a usted” antes de que saliera casi corriendo hacia la cocina. Nosotros también decidimos salir rápido del restaurante antes de que asomaran el resto de camareros a comprobar la historia de su compañero, no sin antes cruzarnos la mirada con el chico de la mesa que había sido fiel admirador de Silvia durante toda la noche.
Olé buena historia, queremos mas
 
Esos momentos en los que la pareja se descuben como excitado cornudo, y ella mujer sexualmente libre, es lo mejor siempre...
Y como vuela la imaginaciom pensamdo en como sera...
 
Después de comer decidimos hacer una pequeña excursión a Llen, un penacho cerca de Santander desde el que se disfruta de unas vistas impresionantes de la costa. La caminata nos sentó bien y a Silvia se le quitaron todos los malos rollos de la mañana.

De vuelta al hotel, sudados pero contentos, decidimos darnos una ducha rápida y salir a cenar por Santander. Mientras se preparaba para salir yo aprovechaba cualquier excusa para acariciar su culo, besarla en el cuello y pellizcar sus pezones. Ella sonreía con picardía pero apartaba mis manos antes de que estas fueran a por trofeos más preciados. Estuvo un rato decidiendo qué ponerse lo cual no era sino una estrategia para ponerme más caliente, porque no es de las que se pasan horas y horas probándose vestidos antes de salir de fiesta. Primero me pidió mi opinión sobre una blusa con un escote considerable, después una falda con una abertura lateral que dejaba al aire su muslo con cada paso que daba y por fin salió del lavabo con un vestido negro y fino, que le llegaba por encima de las rodillas y que tenía un escote cruzado aparentemente recatado. Silvia pareció leer en mi mente un cierto desencanto y empezó a explicarme dónde y cómo se había comprado el vestido mientras gesticulaba exageradamente. Yo no entendía porque me estaba explicando eso y mucho menos porque lo hacía tan teatralmente, pero en seguida lo comprendí. Con el movimiento de sus brazos sus pechos se balanceaban dentro del vestido libres de sostenes y sus pezones empezaron a destacarse bajo la fina tela. Además, el escote se iba abriendo poco a poco, mostrando más y más del pecho derecho de Silvia que destacaba blanco contra la tela negra del vestido. Alargué la mano intentando tocar la suave curvatura pero nuevamente Silvia me apartó y se volvió a colocar el pecho dentro del escote mirándome con cara de falso reproche.

Llegamos a Santander en 15 minutos, dejamos el coche en un parking del centro y salimos a pasear sin un objetivo muy claro. Yo agarraba a Silvia por la cintura manteniéndola apretada a mí mientras caminábamos por las calles del centro, que a esa hora estaban bastante transitadas por gente buscando sitio para cenar. Mi punto de vista de su escote era privilegiado y siempre que podía observaba atento el suave balanceo de sus pechos, contenido únicamente por la fina tela del vestido. Había intentado acariciar el borde exterior del pecho con la mano con la que la rodeaba, pero al tercer intento Silvia había decidido cogerme la mano contra su cadera para evitar más excesos. Así, limitado a disfrutar de unas vistas más que agradables, seguimos caminando hasta que encontramos una bodega que nos pareció interesante. La barra estaba llena de pinchos que tenían muy buena pinta y a juzgar por la cantidad de gente que había dentro debía tener una cierta reputación.

Nos dijeron que si queríamos una mesa tendríamos que esperar unos 20 minutos o ir a una de las mesas altas que había a un lado de salón. Se trataba de una mesa de mármol de una sola pata con dos taburetes altos, de los que apoyas los pies en el primer escalón una vez sentado. Como tampoco teníamos intención de cenar copiosamente nos pareció bien la propuesta y nos sentamos en lados contiguos de la mesa y mirando hacia el salón. Pedimos unas cuantas raciones de pinchos y sidra para acompañar. La bebida nos la trajeron enseguida, pero los pinchos se hicieron esperar. Silvia me comentaba los problemas que tenía la escuela con un chaval conflictivo y lo poco acertadamente que se estaba llevando el asunto. Yo la escuchaba atentamente dándole mi inexperta opinión de vez en cuando. Pero al rato empecé también a pasear la vista por la gente que llenaba el local.

Había un poco de todo: parejas, grupos, gente joven, gente mayor,... Los camareros se movían a la perfección por entre las mesas sirviendo platitos y copas. En un par de ocasiones crucé la vista con un chaval joven, de unos veinticinco años, de ojos claros y facciones de modelo publicitario, que estaba sentado al otro lado del pasillo, a apenas tres metros de donde estábamos nosotros. En ambas ocasiones él apartó la mirada rápidamente volviendo a prestar atención a la charla del grupo con el que iba. Cuando llegaron los pinchos, que estaban espectaculares, nuestra conversación fue saltando de tema en tema. Por tercera vez me encontré con la mirada del chaval de la mesa de enfrente, pero esta vez, antes de que me viera, pude comprobar que en realidad estaba mirando a Silvia. Aparentando normalidad volví la vista hacia ella y pude comprobar que su pecho derecho estaba prácticamente fuera del escote, por el que asomaba la semiluna oscura de su areola. Su pezón se dibujaba inconfundible contra la tela apenas a un centímetro del borde de la misma.

Por segunda vez ese día tuve la misma sensación, un escalofrío de excitación en la base de los testículos. Estaba claro que me excitaba que Silvia estuviera expuesta, consciente o inconscientemente, a la mirada indiscreta de otro tío. Intenté mantener la compostura y estar atento a la conversación con Silvia pero mi mirada no paraba de bajar hacia su escote para comprobar que el pezón parecía estar cada vez más cerca de escaparse de la tela del vestido. Tenía miedo de mirar de nuevo en la dirección del tío para evitar que supiera que lo sabía y también para evitar que dejara de mirarla. Me contentaba con imaginarme que no estaba perdiendo detalle del generoso escote de Silvia.

Los minutos pasaban y mi excitación, dolorosamente constreñida en mi entrepierna, me pedía más. Arriesgué mirar con el rabillo del ojo hacia la mesa de delante y efectivamente el chaval tenía la cabeza vuelta hacia nosotros. Decidí entonces mover ficha y acerqué mi boca a la oreja de Silvia. Le dije que tenía que decirle una cosa pero antes de que se lo dijera me tenía que prometer algo. Silvia es bastante tozuda y me costó que aceptara mi condición; que no moviese las manos de encima de la mesa. Aceptó curiosa y volví a inclinarme sobre su oreja. Le dije que estaba increíblemente excitado y la ví sonreir por la comisura de los labios. Le dije que su escote me había puesto a cien. Le describí entonces lo que veía desde mi punto de vista: la curvatura interior de su pecho, el contraste de su piel blanca contra el negro del vestido, los cientos de poros que se marcaban ahora que se excitaba por lo que le estaba diciendo, la sección de oscura areola que el vestido había dejado al descubierto y el provocador relieve de su pezón contra la tela, a punto también salir a la vista. Rápidamente bajó la vista para comprobar que lo que le había dicho era cierto e intentó alzar la mano para volver a poner el pecho prófugo en su sitio pero yo había tenido la precaución de poner mi mano sobre la suya para evitarlo.

Le susurré al oído que me había prometido no mover las manos y la noté luchar contra las ganas de taparse. Le dije que aún no había acabado y que tenía algo más que decirle y pareció calmarse un poco esperando mis palabras. Entonces le dije que había otro tío en la sala que también había estado muy atento a su escote. Volví a notar como intentaba mover la mano para taparse. Le susurré que se tranquilizase y su mano se relajó pero sus ojos buscaban entre la gente del restaurante. Le indiqué qué chico era. Por supuesto, en ese momento él no la estaba mirando y ella aprovechó para mirarle atentamente. Su reacción fue sorprendente. Se le erizó el vello de la nuca y las mejillas se le sonrojaron. Le pregunté si le parecía atractivo y respondió que no estaba mal. Le dije que estaba seguro que él debía pensar que ella era muy sexy, porque no le había quitado la vista de encima en toda la noche. Sonrió y me pidió que no dijera tonterías. Yo me hice el molesto: ¿si creía que estaba diciendo tonterías porque no se lo preguntaba directamente al chaval? Me miró haciéndose la escandalizada y dijo que cambiáramos de tema mientras pinchaba un choricito con el tenedor, pero no se me escapó que, a pesar de todo, no había hecho ningún gesto para cubrirse el escote.

Los siguientes minutos los ocupamos con temas sin sentido, ambos más atentos a las miradas ajenas y al escote de Silvia. El chico tenía más tiempo la vista sobre Silvia que sobre su plato. Pero aunque en ningún momento hizo amago de taparse, tampoco parecía dispuesta a ir mucho más allá.

Al final decidimos pedir la cuenta e ir a tomar un poco el fresco. Cuando el camarero se acercó con el datáfono sus ojos casi se salen de las órbitas ante la visión privilegiada del escote de Silvia, no solo podía ver el oscuro semicírculo de la areola y el pezón a punto de escapar del vestido sinó que seguramente tenía una vista perfecta del canal que se hundía hacia su vientre. Desconcentrado se equivocó dos veces al introducir el importe en la máquina antes de pedirme el PIN de la tarjeta. Silvia evitó mirarle para no ponerle más nervioso mientras me echaba miradas cómplices. Cuando el datáfono escupió el tícket, el camarero lo rasgó y me tendió, momento que aprovechó Silvia para estirarse hacia atrás en el taburete pasando los brazos por detrás de su espalda. El efecto de su estudiado movimiento fue aumentar la tensión de sus pechos contra la tela del vestido, que acabó por ceder permitiendo que todo su pecho derecho escapase de su prisión y se mostrase en primer plano ante el atónito camarero. Silvia se regodeó haciéndose la distraída, aparentemente despreocupada de cuántos podrían estar viendo el espectáculo, a parte del camarero y nuestro amigo de la mesa de enfrente. Finalmente se miró el busto y musitando un poco sincero “perdón” se volvió a guardar el pecho bajo la tela del vestido a la vez que se inclinaba sobre la mesa como si pretendiera taparse.

El camarero tardó unos instantes en recuperar el habla hasta que consiguió decir un protocolario “muchas gracias” al que yo respondí con un “gracias a usted” antes de que saliera casi corriendo hacia la cocina. Nosotros también decidimos salir rápido del restaurante antes de que asomaran el resto de camareros a comprobar la historia de su compañero, no sin antes cruzarnos la mirada con el chico de la mesa que había sido fiel admirador de Silvia durante toda la noche.
Una novia se vestía con un blazer sin nada abajo, lo que le daba un escote impresionante y además le permitía, con juego de sus hombros, desnudar totalmente una teta, como sin intención. A veces acompañaba este juego mirando directamente a alguien de nuestro alrededor. Muy excitante y morboso! Me imagino asi tu excitación al verla jugar con su escote! Un goce!
 

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