Gracias al caniche.

ikarusulu

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23 Jul 2023
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Me compré el perro, un caniche. Ya lo sé, todo un tópico, para que me hiciera compañía. Alguien que me espere en casa al llegar del trabajo. Siempre me gustaron pero no me planteé tener uno hasta que tuve mi propia casa.


Así que ahora debo alimentarlo, bañarlo y sacarlo a pasear. Esto último no es un gran problema, salir por el barrio, dar una vuelta, tomar el aire. Hay mas gente joven con perros también o paseando. Así he hecho nuevos amigos hablando de los chuchos o por los repetidos encuentros en el parque.


Como conocer a la guapa joven del pastor alemán. Suele hacer footing con el perro. Va vestida con unas ajustadas mallas que marcan sus muslos y su culito prieto de forma espectacular. También camisetas ajustadas y según entraba el calor del verano tops deportivos muy reducidos.


Después de verla a ella vestida así me compre unas iguales para pasear a mi caniche. Está claro que no es lo mismo. Pero yo no pretendía hacer ninguna marca de velocidad, normalmente solo paseaba relajada.


Me sentía tan sexi como ella, trotando por el parque detrás de mi perro. Con mis mallas y mi camiseta de tirantes encima de un sujetador deportivo. Charlamos unas cuantas veces y nos conocimos mejor.


Vive con sus padres, va a la universidad. Es súper inteligente y preciosa. Se fijó en mis mallas nuevas. Tuve que confesarle que me había comprado esa ropa cuando vi lo bien que le sentaban a ella. Nunca había usado algo así de pegado. Me sonrió y me dió las gracias. Además de que parecía que yo no le era indiferente del todo. Sorprendí algunas miradas a mi cuerpo.


- ¡Te veo muy sexi!. Me gusta tu atuendo nuevo, te queda muy bien. Y no es que las minifaldas te queden nada mal.


- Bueno, te queda mejor a ti. Te admitiré que me dio cierta envidia verte así. Y si quieres puedo prestarte alguna mini, con esas piernas las llevarías de maravilla.


- Ya tengo unas cuantas, pero no me las pongo para hacer ejercicio con el perro.


Estuvimos hablando de trapitos durante un rato. Como me caía bien decidí invitarla a mi piso. Aparte de alguna amiga iba a ser mi primera invitada. Le ofrecí un refresco o un café en casa cuando quisiera. Y aceptó en ese mismo momento que tenía una horas libres.


- Podrías venir a tomar café a casa cuando te apetezca. Ya sé lo que es vivir con los padres y a veces agobian un poco.


- Pues si va en serio, mejor un refresco. Hoy tengo el resto de la tarde libre. Creo que estos dos ya han hecho lo suyo y bastante ejercicio.


Se refería a los animales, claro, yo estaba pensando en otro tipo de ejercicio más horizontal con ella.


Al entrar en casa exiliamos a los perros solos a la terraza. Nosotras, pasando por la cocina a recoger unos refrescos, fuimos al salón. Me saqué la camiseta sudada. Ya teníamos cierta confianza. Y desde luego nos habíamos echado algún piropo la una a la otra.


Me quedé solo con el sujetador deportivo y las ajustadas mallas a su lado en el sofá. Tampoco es que se me viera mucha más piel que antes. Lo que si se marcaba eran los pircings que tenía en los pezones y el del ombligo se veía descubierto.


- No me había fijado en esos pircings que llevas.


- Normalmente van más tapados. Es lógico que no los hayas visto. Pero con esta ropa se notan bien.


- Te dolerían mucho.


- Cuando me los puse si, claro. Pero enseguida se pasa y quedan bien. Y muy excitantes.


- Preciosos si...


Creo que en ese momento se quedó con ganas las ganas de pedirme que se los enseñara. Pero puede que fueran ilusiones mías.


Charlábamos animadamente. Descalzó sus bonitos pies hundiéndolos en mi alfombra. Mis pezones estaban duros marcados los dos aros que los adornaban en el sujetador fino. Los suyos también parecían excitados. Pero no sabía como llegar a verlos y lo deseaba. Podría decirle:


- Sácatelo todo, deseo ver tu cuerpo.


O


- Quítate la camiseta y te hago un masaje.


Pero esas frases parecerían de una descarada. Lo más sencillo y directo, pero no lo aceptaría así, suponía. Me ofrecí a masajear sus hombros. Firme pero con suavidad, amasaba sus músculos.


- Pareces muy tensa. Tanto ejercicio te deja un cuerpo precioso pero los músculos tienen que sufrir. Se me dan bien los masajes.


- Admito que me vendría bien. Alguna vez he tenido que ir a un fisio.


- Pues a partir de ahora te los daré yo. Quítate la camiseta.


Le dije sonriendo. Y ella misma arrojó esa prenda sobre la mía que descansaba en el respaldo de una silla.


Dejé caer los tirantes de su sujetador por los fuertes brazos sin que ella protestara. Así que fui un paso mas allá y solté el broche. No se molestó por ello e incluso lo dejó caer en su regazo sin complejos. Lo echó a un lado dejando sus bonitos, cónicos y duros pechos al aire. Considerando lo duros que son en realidad no necesita para nada esa prenda.


- ¡Que manos tan suaves tienes!.


Me dijo. Ya era hora de lanzarme. Pasé las manos por delante de su cuerpo y acaricié sus tetas con suavidad. Las amasé durante unos momentos como yo misma hacía con los míos cuando me quitaba el suje. Suave, solo como si los relajara. Ni siquiera acerqué los dedos a los pezones. Le dije:


- Y las voy a poner por todo tu cuerpo. Tu piel es fantástica. Por el masaje, digo.


Pero ella se lo tomó de forma literal. Se giró hacia mí, mirándome a los ojos, y nos besamos. Durante un rato nuestros labios juguetearon mordisqueándose. Eran besos suaves y tiernos, todavía no los hacíamos profundos, tanteándonos. No teníamos prisa.


Por fin pude contemplar sus pechos que ya había acariciado. Son soberbios. Parecían esculpidos en piedra y los pezones oscuros y no muy grandes salían. Como para dar la tentación de agarrarlos, pellizcarlos y lamerlos.


- ¿Me permites?.


Segundos más tarde ella se puso a liberar los míos sacándome el sujetador por encima de la cabeza. Parecía hipnotizada por mis tetas, una talla mayor que los suyas. O al menos por los pircings de los pezones. Allí se clavaron sus bonitos ojos azules.


- Vale, es cierto, me encantan esos pendientes.


A las dos nos quedaban solo las ajustadas mallas que nos marcaban las caderas y los muslos como si las lleváramos pintadas sobre la piel. Apenas se marcaban los minúsculos tangas en la lycra.


Ella fue la primera que acarició mi vulva por encima de la tela rascando suave con las uñas acariciando y erizando mi piel. Notando como ya estaba muy húmeda.


- Estás excitada, cielo.


- Tú me has puesto así.


Cuando introdujo las manos por dentro de la ajustada prenda, por mi vientre, buscando el depilado monte de Venus yo conseguía meter las mías por el elástico de sus mallas haciéndome con sus duras nalgas. Así arrancó los primeros gemidos de mi boca. Consiguió llegar con un dedo a mi clítoris.


Me moría por morder ese culo desde la primera vez que la vi trotando con su pastor alemán. Agarrándo las nalgas tiré de ellas para acercarla más a mi, para juntar nuestras peras.


Pegando su cuerpo al mío, sus pechos apoyados en mis tetas. Nuestros labios volvieron a juntarse. Esta vez mi lengua fue explorando su boca, dientes y paladar sin dejar ni un momento de acariciar su suave piel.


Por fin conseguí arrancar de su hermoso cuerpo las últimas prendas que aún lo cubrían y que tanto me estorbaban. Acariciar su piel desnuda, lamerla despacio, subiendo desde sus pequeños pies sudados. Me detuve en ellos, me gustaba chupar cada uno de sus finos deditos.


- Nena, ufff. Es la primera vez que me hacen eso. ¡Joder que bueno! Pero están sudados.


- No me importa. Eres deliciosa.


- Y tú una amante maravillosa. Nunca he sentido esto.


- Pues voy a seguir. No voy a dejar nada sin saborear.


Por las pantorrillas y muslos, por delante y por detrás, por las corvas, hasta la jugosa y húmeda vagina y el precioso ano rosado y cerradito, el vientre plano, las axilas, sus pechos cónicos y firmes toda su piel.


No sé el tiempo que estuve en esa placentera faena, pero dediqué a ello todas mis ganas. No me conformé con usar la lengua. Le acariciaba el clítoris y la penetré con dos dedos. Y parece que estaba consiguiendo que se corriera.


- ¡Me derrito!. No sé cuantas veces. ¡Qué gusto!.


Sus gemidos demostraban lo que le estaba gustando. Mi lengua humedeciendo su suave epidermis.


- Te toca. Túmbate.


A lo que ella correspondió lamiendo todo mi cuerpo, con muchas ganas. Jugando y riendo me recostó en el mismo mueble sobre el que yo la había chuperreteado.


Al notar la sin hueso en mi cuello casi me corro. El primer orgasmo me llegó en cuanto llegó a mis pezones con esa boquita de fresa. Vaya que sabía manejarse en esos menesteres. Yo no era su primera mujer.


Bajaba por mi pecho, le dedicó un buen rato a mis tetas. Si yo había ido por sus pies ella se dedicó a mis axilas. Y eso me gustaba. Clavó la sin hueso en el ombligo y la pasó por todo mi vientre en vi camino al pubis.


Era dulce y lasciva. Yo chorreaba sobre el cojín de mi sofá. Mientras pasaba la lengua por el clítoris metió dos dedos en mi xoxito. Creo que me tenían que oír los vecinos. No podía dejar de jadear y gemir.


- Gírate. Quiero devolverte el favor.


Poco a poco se fue subiendo sobre mi cuerpo. Cuando subió la rodilla sobre mi cabeza ya tenía su coñito al alcance de mi boca. Ella no había dejado de pasar la lengua por el mío. Y las dos corriéndonos como locas.


Podría haber mirado el reloj pero lo estaba pasando muy bien. Al final volvió a girarse para abrazarme y besarnos. Compartíamos nuestros sabores en las lenguas.


- Creo que voy a volver aquí más veces cuando me agobien mis padres.


- O cuando saques a pasear al perro te puedes pasar a tomar un refresco.


- Eres preciosa y una fiera en la cama.


- En el sofá. No hemos llegado a la cama.


- Me parece que en todas partes. A juzgar por todo esto.


- Tú no te has quedado atrás.


Como los perros y nosotras nos llevamos muy bien hemos repetido unas cuantas veces. Es genial tener una buena amiga así.




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Me compré el perro, un caniche. Ya lo sé, todo un tópico, para que me hiciera compañía. Alguien que me espere en casa al llegar del trabajo. Siempre me gustaron pero no me planteé tener uno hasta que tuve mi propia casa.


Así que ahora debo alimentarlo, bañarlo y sacarlo a pasear. Esto último no es un gran problema, salir por el barrio, dar una vuelta, tomar el aire. Hay mas gente joven con perros también o paseando. Así he hecho nuevos amigos hablando de los chuchos o por los repetidos encuentros en el parque.


Como conocer a la guapa joven del pastor alemán. Suele hacer footing con el perro. Va vestida con unas ajustadas mallas que marcan sus muslos y su culito prieto de forma espectacular. También camisetas ajustadas y según entraba el calor del verano tops deportivos muy reducidos.


Después de verla a ella vestida así me compre unas iguales para pasear a mi caniche. Está claro que no es lo mismo. Pero yo no pretendía hacer ninguna marca de velocidad, normalmente solo paseaba relajada.


Me sentía tan sexi como ella, trotando por el parque detrás de mi perro. Con mis mallas y mi camiseta de tirantes encima de un sujetador deportivo. Charlamos unas cuantas veces y nos conocimos mejor.


Vive con sus padres, va a la universidad. Es súper inteligente y preciosa. Se fijó en mis mallas nuevas. Tuve que confesarle que me había comprado esa ropa cuando vi lo bien que le sentaban a ella. Nunca había usado algo así de pegado. Me sonrió y me dió las gracias. Además de que parecía que yo no le era indiferente del todo. Sorprendí algunas miradas a mi cuerpo.


- ¡Te veo muy sexi!. Me gusta tu atuendo nuevo, te queda muy bien. Y no es que las minifaldas te queden nada mal.


- Bueno, te queda mejor a ti. Te admitiré que me dio cierta envidia verte así. Y si quieres puedo prestarte alguna mini, con esas piernas las llevarías de maravilla.


- Ya tengo unas cuantas, pero no me las pongo para hacer ejercicio con el perro.


Estuvimos hablando de trapitos durante un rato. Como me caía bien decidí invitarla a mi piso. Aparte de alguna amiga iba a ser mi primera invitada. Le ofrecí un refresco o un café en casa cuando quisiera. Y aceptó en ese mismo momento que tenía una horas libres.


- Podrías venir a tomar café a casa cuando te apetezca. Ya sé lo que es vivir con los padres y a veces agobian un poco.


- Pues si va en serio, mejor un refresco. Hoy tengo el resto de la tarde libre. Creo que estos dos ya han hecho lo suyo y bastante ejercicio.


Se refería a los animales, claro, yo estaba pensando en otro tipo de ejercicio más horizontal con ella.


Al entrar en casa exiliamos a los perros solos a la terraza. Nosotras, pasando por la cocina a recoger unos refrescos, fuimos al salón. Me saqué la camiseta sudada. Ya teníamos cierta confianza. Y desde luego nos habíamos echado algún piropo la una a la otra.


Me quedé solo con el sujetador deportivo y las ajustadas mallas a su lado en el sofá. Tampoco es que se me viera mucha más piel que antes. Lo que si se marcaba eran los pircings que tenía en los pezones y el del ombligo se veía descubierto.


- No me había fijado en esos pircings que llevas.


- Normalmente van más tapados. Es lógico que no los hayas visto. Pero con esta ropa se notan bien.


- Te dolerían mucho.


- Cuando me los puse si, claro. Pero enseguida se pasa y quedan bien. Y muy excitantes.


- Preciosos si...


Creo que en ese momento se quedó con ganas las ganas de pedirme que se los enseñara. Pero puede que fueran ilusiones mías.


Charlábamos animadamente. Descalzó sus bonitos pies hundiéndolos en mi alfombra. Mis pezones estaban duros marcados los dos aros que los adornaban en el sujetador fino. Los suyos también parecían excitados. Pero no sabía como llegar a verlos y lo deseaba. Podría decirle:


- Sácatelo todo, deseo ver tu cuerpo.


O


- Quítate la camiseta y te hago un masaje.


Pero esas frases parecerían de una descarada. Lo más sencillo y directo, pero no lo aceptaría así, suponía. Me ofrecí a masajear sus hombros. Firme pero con suavidad, amasaba sus músculos.


- Pareces muy tensa. Tanto ejercicio te deja un cuerpo precioso pero los músculos tienen que sufrir. Se me dan bien los masajes.


- Admito que me vendría bien. Alguna vez he tenido que ir a un fisio.


- Pues a partir de ahora te los daré yo. Quítate la camiseta.


Le dije sonriendo. Y ella misma arrojó esa prenda sobre la mía que descansaba en el respaldo de una silla.


Dejé caer los tirantes de su sujetador por los fuertes brazos sin que ella protestara. Así que fui un paso mas allá y solté el broche. No se molestó por ello e incluso lo dejó caer en su regazo sin complejos. Lo echó a un lado dejando sus bonitos, cónicos y duros pechos al aire. Considerando lo duros que son en realidad no necesita para nada esa prenda.


- ¡Que manos tan suaves tienes!.


Me dijo. Ya era hora de lanzarme. Pasé las manos por delante de su cuerpo y acaricié sus tetas con suavidad. Las amasé durante unos momentos como yo misma hacía con los míos cuando me quitaba el suje. Suave, solo como si los relajara. Ni siquiera acerqué los dedos a los pezones. Le dije:


- Y las voy a poner por todo tu cuerpo. Tu piel es fantástica. Por el masaje, digo.


Pero ella se lo tomó de forma literal. Se giró hacia mí, mirándome a los ojos, y nos besamos. Durante un rato nuestros labios juguetearon mordisqueándose. Eran besos suaves y tiernos, todavía no los hacíamos profundos, tanteándonos. No teníamos prisa.


Por fin pude contemplar sus pechos que ya había acariciado. Son soberbios. Parecían esculpidos en piedra y los pezones oscuros y no muy grandes salían. Como para dar la tentación de agarrarlos, pellizcarlos y lamerlos.


- ¿Me permites?.


Segundos más tarde ella se puso a liberar los míos sacándome el sujetador por encima de la cabeza. Parecía hipnotizada por mis tetas, una talla mayor que los suyas. O al menos por los pircings de los pezones. Allí se clavaron sus bonitos ojos azules.


- Vale, es cierto, me encantan esos pendientes.


A las dos nos quedaban solo las ajustadas mallas que nos marcaban las caderas y los muslos como si las lleváramos pintadas sobre la piel. Apenas se marcaban los minúsculos tangas en la lycra.


Ella fue la primera que acarició mi vulva por encima de la tela rascando suave con las uñas acariciando y erizando mi piel. Notando como ya estaba muy húmeda.


- Estás excitada, cielo.


- Tú me has puesto así.


Cuando introdujo las manos por dentro de la ajustada prenda, por mi vientre, buscando el depilado monte de Venus yo conseguía meter las mías por el elástico de sus mallas haciéndome con sus duras nalgas. Así arrancó los primeros gemidos de mi boca. Consiguió llegar con un dedo a mi clítoris.


Me moría por morder ese culo desde la primera vez que la vi trotando con su pastor alemán. Agarrándo las nalgas tiré de ellas para acercarla más a mi, para juntar nuestras peras.


Pegando su cuerpo al mío, sus pechos apoyados en mis tetas. Nuestros labios volvieron a juntarse. Esta vez mi lengua fue explorando su boca, dientes y paladar sin dejar ni un momento de acariciar su suave piel.


Por fin conseguí arrancar de su hermoso cuerpo las últimas prendas que aún lo cubrían y que tanto me estorbaban. Acariciar su piel desnuda, lamerla despacio, subiendo desde sus pequeños pies sudados. Me detuve en ellos, me gustaba chupar cada uno de sus finos deditos.


- Nena, ufff. Es la primera vez que me hacen eso. ¡Joder que bueno! Pero están sudados.


- No me importa. Eres deliciosa.


- Y tú una amante maravillosa. Nunca he sentido esto.


- Pues voy a seguir. No voy a dejar nada sin saborear.


Por las pantorrillas y muslos, por delante y por detrás, por las corvas, hasta la jugosa y húmeda vagina y el precioso ano rosado y cerradito, el vientre plano, las axilas, sus pechos cónicos y firmes toda su piel.


No sé el tiempo que estuve en esa placentera faena, pero dediqué a ello todas mis ganas. No me conformé con usar la lengua. Le acariciaba el clítoris y la penetré con dos dedos. Y parece que estaba consiguiendo que se corriera.


- ¡Me derrito!. No sé cuantas veces. ¡Qué gusto!.


Sus gemidos demostraban lo que le estaba gustando. Mi lengua humedeciendo su suave epidermis.


- Te toca. Túmbate.


A lo que ella correspondió lamiendo todo mi cuerpo, con muchas ganas. Jugando y riendo me recostó en el mismo mueble sobre el que yo la había chuperreteado.


Al notar la sin hueso en mi cuello casi me corro. El primer orgasmo me llegó en cuanto llegó a mis pezones con esa boquita de fresa. Vaya que sabía manejarse en esos menesteres. Yo no era su primera mujer.


Bajaba por mi pecho, le dedicó un buen rato a mis tetas. Si yo había ido por sus pies ella se dedicó a mis axilas. Y eso me gustaba. Clavó la sin hueso en el ombligo y la pasó por todo mi vientre en vi camino al pubis.


Era dulce y lasciva. Yo chorreaba sobre el cojín de mi sofá. Mientras pasaba la lengua por el clítoris metió dos dedos en mi xoxito. Creo que me tenían que oír los vecinos. No podía dejar de jadear y gemir.


- Gírate. Quiero devolverte el favor.


Poco a poco se fue subiendo sobre mi cuerpo. Cuando subió la rodilla sobre mi cabeza ya tenía su coñito al alcance de mi boca. Ella no había dejado de pasar la lengua por el mío. Y las dos corriéndonos como locas.


Podría haber mirado el reloj pero lo estaba pasando muy bien. Al final volvió a girarse para abrazarme y besarnos. Compartíamos nuestros sabores en las lenguas.


- Creo que voy a volver aquí más veces cuando me agobien mis padres.


- O cuando saques a pasear al perro te puedes pasar a tomar un refresco.


- Eres preciosa y una fiera en la cama.


- En el sofá. No hemos llegado a la cama.


- Me parece que en todas partes. A juzgar por todo esto.


- Tú no te has quedado atrás.


Como los perros y nosotras nos llevamos muy bien hemos repetido unas cuantas veces. Es genial tener una buena amiga así.




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Uffff
 
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