Hipnosis

Little Malay

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2 Dic 2025
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Hipnosis (1 y 2)

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1

...


Hace un par de semanas de la reunión, y la experiencia me ha hecho reflexionar. Marian me advirtió de que no intentase dominar a ninguno de los presentes, pero hace mucho tiempo que no me hace falta. Esa semana tomé realmente conciencia de que no he hipnotizado a nadie en años. Y si no lo hago es porque ya no me es necesario o particularmente ventajoso, pero el camino hasta ahí ha sido lento, largo y progresivo.

Hay muchas cosas que quiero contar de ese camino, aunque quizá resaltaría, para empezar, un recuerdo clave: la primera vez que me corrí dentro de mi tía Celia, en el sofá del salón de mi casa, mientras mi madre, hipnotizada y sonriente, nos observaba a pocos centímetros. Aunque luego mi madre ocuparía el lugar de mi tía, y aunque en esa primera época acabé follándome también a mi hermana, a mis primas y a todas las hembras que quise, ese día fue especial.

Mamá estaba hipnotizada, pero Celia no. Se lanzó a engullir mi polla con desesperación y se abrió de piernas por el puro placer de entregarse la primera a alguien que podía hacer con ella lo que quisiera. Quería ser la sacerdotisa del Dios que ella misma había creado y la primera en llevar su semilla.

Yo aún tenía ciertas dudas. Y la presencia de mi madre me intimidaba, incluso mientras se desnudaba, sonriente y sumisa, a una orden mía. Una orden que la hipnotizada obedeció, pero que tuvo un impacto aún mayor en su hermana: perfectamente despierta, perfectamente consciente, la instigadora arrodillándose para convertirse en víctima y ofrenda.

— Cuando sepan que no pueden hacer nada para evitarlo… Cuando se den cuenta de que tu poder es absoluto… Se abrirán como flores… Así.. glub… — dijo, inclinada y engullendo mis huevos, mientras agarraba mi polla y gemía en un éxtasis religioso — y necesitarán… querrán de verdad que las uses… umm slurp… y las tendrás como perras en celo, bien despiertas y cachondas… serviles como animales… como yo, así… putas esclavas…

Yo era su gran obra y al mismo tiempo su nuevo amo, capaz de obligarla a actuar a mi antojo. Se vio a sí misma como una especie de desquiciada reina esclava. Y mientras yo miraba las tetas perfectas de mi madre, su cuerpo de diosa y la sonrisa lujuriosa que sustituía a su habitual gesto severo, mi tía me devoraba el nabo y escalaba por mis piernas como un dragón hasta montarse encima de mí, clavándose mi polla, mordiéndome el cuello entre juramentos de pleitesía y obediencia, y provocándome para vaciar mis huevos tirando de mi cerebro.

— Mírala… tu mamá hará lo que le pidas… puedes follártela aquí mismo… puedes sacarla a la terraza y que la vean chupándote la polla como una zorra… puedes hacerle suplicarte… “préñame cariño… Dame por el culo…”... o pasearla como a una perrita por la calle… eres un dios, mi amor… dame tu leche, la quiero… así, despierta… puedes hacerme lo que quieras… lo que quieras… córrete dentro de mí, te lo suplico…

En ese momento y lugar estaban presentes, de alguna forma, todos los pecados por cometer. Todos los ejes de mi vida futura estaban representados en algún rincón de ese acto enfermizo, con Celia cabalgándome poseída. Cuanto más lo recuerdo, más crece la sensación de que todo lo que tengo y todo lo que he hecho estaba ya formulado allí, en ese sofá y en ese salón.

Cogí a mi tía del cuello, provocándole con el ahorcamiento una carcajada de placer victorioso y una convulsión orgásmica que empezó a bajar sobre mi polla en forma de flujo. La abofeteé y le azoté el culo, insultándola. Después la agarré salvajemente de las tetas y la empujé a un lado hasta tumbarla en el sofá con la cabeza pegada al coño de mi madre.

Ordené a mamá que me diese la espalda y cabalgase la cara de la tía, mirando a la enorme cristalera del salón que daba a la finca.

— Y restriégale el coño por la cara a la zorra de tu hermana, mamá.

Y mi madre levantó la pierna, obediente, pasándola con una elegancia y una seguridad etéreas. Apoyó su rodilla en el sofá mientras me miraba sobre su hombro, y bajó su culo perfecto muy despacio sobre la cara de Celia, como si su coño fuese un pincel de precisión.

Y empezó a moverse sobre ella, hechizándome con el movimiento de su culo, mientras su hermana le comía el coño como una cerda buscando trufas, gimiendo y recibiendo mis embestidas, hasta que empecé a eyacular como un toro en su interior.



.


Me llamo Enrique, y esto empezó cuando tenía veinte años. Vivía con mi madre, Elena, en un chalet decente a las afueras. Mis padres se habían divorciado hace tiempo, sin grandes dramas. Mi padre se largó con otra, pero seguía mandando dinero.

Elena, mi madre, fue bailarina profesional, y fue mujer trofeo hasta que se convirtió en abogada. Es difícil no verla impecable: traje de chaqueta, pelo recogido, maquillaje imprescindible o tan bien elaborado que resulta invisible. Incluso en casa, en pijama, parece estar perfectamente arreglada. Y es, con todo, tan estricta como con su aspecto. Desde que tengo uso de razón se ha comportado como una mujer profundamente religiosa y conservadora.

Siempre trabajó y estudió, siempre fue responsable y cada cosa la hizo en su momento óptimo. Me tuvo con veinte años, y a mi hermana con 22.

La tía Celia es dos años menor que mi madre. Una chamana loca y voluptuosa, tan bella como mi madre pero con un estilo distinto en absolutamente todo. Su ropa, sus costumbres, sus ideas, su carácter y hasta la forma de sentarse. Y sin embargo, siendo tan distintas, siempre han sido uña y carne. Celia tiene dos hijas: Venus, la mayor, y Thais, la pequeña.

Sus tetas son enormes y probablemente son el por qué de todo esto. Sus tetas me obsesionaban de adolescente, y ella lo sabía. Cuando me propuso acompañarla a mi primer retiro de ayahuasca, lo cierto es que sólo pensaba en ver sus carnes cuanto más tiempo mejor, cuanto más desnudas mejor, y cuanto más cerca mejor. Sin ese par de inmensos melones y esos labios siempre húmedos, dudo que me hubiese interesado jamás por algo así.

Durante ese retiro, de hecho, mi tía estuvo más amable de lo normal, y pasó la mayor parte del tiempo achuchándome y restregándome las tetas. La tarde del domingo, tumbada sobre mis muslos y mirando a otro lado para dejarme admirar sus tetas a placer, plantó la semilla del mal.

— Qué voz tienes, Enrique, cariño... Es increíble. Seguro que podrías ser hipnotizador. ¿Lo has pensado?

— ¡Ja! No pienso tonterías, tita.

Se puso el puño en la cadera y sus melones se agitaron cuando puso un gesto de enfado.

— Que coño tonterías, niñato… Ya salió el incrédulo.

Me hizo muchísima gracia que usase el término “incrédulo” como algo peyorativo, pero no le di mucha más bola al asunto. Pero Celia lo sacaba cada dos por tres, cada vez que me veía e incluso por mensaje. "Tu voz, sobrino, es un don". Pero sólo me parecía un pique de broma con ella y seguí a lo mío: estudios, amigos y alguna novia que no cuajaba.


.

Un par de meses después, mamá organizó una cena de verano en casa. El chalet iluminado, la piscina lista y las imposiciones de etiqueta de mi madre, que no perdonaba ni siquiera tratándose de una celebración familiar bastante íntima. Consideraba esa noche de verano un acontecimiento y lo disponía todo con ceremonia, desde la limpieza hasta los asientos y mesas con todo lo necesario para pasar los distintos ratos reglamentarios en cada parte de la casa: la cocina antes de la cena, el salón durante, los postres y bebidas en la terraza, y más bebidas y canapés en la piscina durante el baño.

Tía Celia llegó despampanante: vestido ajustado y escote hasta el ombligo, aunque con la típica bisutería y los colgajos que le hacían sentir diferente e informal. Se pasó la cena y la sobremesa dándome el coñazo con la voz y la hipnosis. Me miraba embobada en cuanto abría la boca y me interrumpía para decirme lo fascinante, poderosa y mágica que era mi voz. Me parecía insufrible, pero se inclinaba siempre para compensarme mostrándome el baile de esos melonazos que tanto ansiaba.

Estaban todas: mi hermana Leonor, dos años menor que yo, con sus rizos y su risa fácil y adorable. Mis primas, Venus y Thais, charlando generalmente de chorradas. Y mi madre como una diosa sobre todos, impecable en su blusa blanca y sirviendo el postre como si alguien lo estuviese filmando.

Durante la cena, Thais me preguntó por mi ex, Isabel. Una chica de familia rica que me dejó después de un año y medio por alguien de su nivel. Nosotros vivimos bien: chalet, casa en la playa, dos coches buenos, pero no somos millonarios. Para la familia de Isabel era una diferencia importante. Para Isabel no fue importante hasta que lo fue.

Después de la cena tuve el placer de ver a mamá y a tía Celia, juntas junto a la piscina, listas para bañarse en bikini. El cuerpo de mi madre, firme y delgado con curvas perfectas. Sus tetas y su culo eran aún los de una chiquilla o los de una actriz de cine bien conservada a sus cuarenta tacos. El de Celia, más salvaje, siempre bronceado, con las curvas amplias y las tetas y el culo rebosando levemente cualquier prenda. Eran una pareja curiosa a todos los niveles. Las observases cuando y donde las observases.

No era la primera vez, pero recuerdo tener pensamientos sucios viéndolas allí. Y Celia, claro, continuó dando el coñazo.

— ¡Míralo! Un hombretón sólo rodeado de mujeronas guapas en bikini y sin saber hipnotizar todavía, Quique, cariño… Si es que no sabes lo que te pierdes…

Ignorando la cara de desaprobación que mi madre le dirigió cuando me dijo esas palabras, Celia me cogió del brazo, pegándome esas tetazas al brazo y al pecho, y susurrándome al oído para clavarme la idea en el cerebro.

— No te imaginas la vida que te espera si me haces caso.

Perfectamente consciente del efecto que tenía en mis hormonas, usaba la situación hasta casi suspender mi absoluta incredulidad.

Se levantó separando el pelo de su espalda con ambas manos y exhibiendo sus tetas. Se dio la vuelta y vi mejor cómo el bikini desaparecía como un hijo entre sus nalgas. Las demás chapoteaban: Leonor salpicando a Thais, Venus en la hamaca con el móvil, mi madre al borde, piernas en el agua, hablando con Venus de algo sin importancia.
— Mira alrededor, cariño. — dijo — Imagínanos obedientes a tu voz.
— Eso no funciona así, tita. — respondí, sintiendo un tirón contra mi bañador.
— Eso dicen. Y si no te vale, imagina a todos en el trabajo y en la facultad, igual de obedientes.
— Venga vale, me lo imagino. — traté de zanjar.
Lo cierto es que empezaba a vencer mis defensas aunque me lo tomase a broma. No creía que fuese mas que una de las pájaras místicas que mi tía tenía en la cabeza constantemente, pero era un veinteañero recibiendo halagos, atención y aprecio de verdaderos adultos. Es difícil que eso no tenga un efecto. Y empezaba a racionalizar pensando que, si bien no conseguiría “ser hipnotizador”, pasar tiempo con mi tía podía hacerme ganar su confianza y beneficiarme en el futuro con alguna oportunidad laboral.
Si conoces a mi madre fuera del trabajo no te sorprende que sea una abogada de alto nivel. Sin embargo, creer que la tía Celia era la directora de una gran galería de arte con sede en las principales capitales europeas me resultaba increíble incluso a mí. Si en ese momento hubiese sabido lo que había detrás no hubiese vuelto a hablar con ella fuera de las cenas de navidad.

...

2

...


Primero acepté estar escuchando durante días un par de archivos de audio que me mandó tía Celia para aprender las cosas básicas y un poco de historia del asunto que me pareció un montón de sandeces magufas, y que aún hoy resultan un poco fantásticas. Esperaba que con eso me dejase en paz.

Pero no lo hizo. Finalmente cedí cuando me prometió que, si no funcionaba, en un par de meses dejaría de darme el coñazo. Pero lo que en realidad me convenció fue el proceso que propuso. Me pidió que le dedicase un tiempo: unos cuantos fines de semana de excursiones dedicadas al asunto, ella y yo sólos. Ese día estaba con ella y con mamá en el salón. Tía Celia vino con unos pantaloncitos minúsculos que, en cuanto se sentó, parecían bragas; y con un top que parecía a punto de reventar, con sus tetas descomunales amenazando con salirse por arriba y por ambos lados. Así iba cuando me lo contó, abrazada a mí en el sofá, mientras mi madre a nuestro lado la apoyaba, diciéndome a mí que era buena idea descansar con mi tía de tanto estudiar. También le dijo a ella que, si no pensaba taparse, que al menos evitase sacarme un ojo o dar mucho que hablar por ahí.

Su idea era irnos los dos sólos al monte un Sábado. Luego, a una playa por la noche, para practicar en sitios tranquilos y naturales mi voz tras meditar y relajarnos. Nombró un albergue también, y algún sitio más que no escuché porque empecé a imaginarme a solas con ella. Planeaba acabar el periplo en un retiro de ayahuasca que ya tenía organizado para dentro de dos meses. Estaba segura de que para entonces habría logrado convertirme en hipnotizador. Obviamente, no pude resistirme a mucho tiempo al aire libre con sus tetas y sus labios dándome achuchones, con su culo a tiro de ojo y su desvergüenza habitual.

Cuando remató el discurso, apretando su mano contra mi pecho, sus tetazas contra mi brazo, y prometiéndome que me dejaría en paz si no funcionaba, me lancé a decir que vale, que me venía bien descansar los fines de semana y que, si prometía dejarme en paz después, teníamos un trato.

Más tarde supe que la sobreestimulación a la que me sometió Celia no solamente era el cebo para que fuese con ella y aprendiese; también era parte fundamental del proceso. Mi tía sabía que la excitación durante el aprendizaje e inicio del uso de mi voz eran claves para que mi capacidad se desarrollase y despertarse del todo. Mientras me ponía burro ya estaba, en cierto modo, preparando el entrenamiento. Cargándome los huevos como si fuese un depósito de gasolina.


Y ahí estaba yo, un sábado por la mañana conduciendo con ella a mi lado, recibiendo un espectáculo de carne. Desde que se montó en el coche, con uno de sus típicos vestiditos cortos por arriba y por abajo, y hasta que empezamos a practicar, no paró de llenarme el tanque. Mientras me acariciaba el hombro, sus piernas se abrían, cruzaban y descruzaban. Se giraba hacia mí, bien inclinada, para ofrecerme el festín aunque estuviese conduciendo. Antes de bajar del coche ya había visto sus bragas y había podido disfrutar de sus melones bailando más que en ningún otro momento. Aún no sostenía la vista en sus tetas o entre sus piernas, asustado ante la idea de que me parase los pies y se retraerse. No hacía falta, ella se estaba asegurando de calentarme a conciencia.

No perdió el tiempo en ningún aspecto. Fuimos al monte, al nacimiento de un río, y me hizo llevarme el bañador. Dimos un paseo hasta encontrar un sitio que le gustó y allí sentados en una piedra enorme, uno frente al otro con las piernas cruzadas, comenzó a guiarme en la meditación. Después me fue dictando, muy despacio, frases que yo debía repetir, e iba indicándome que subiese o bajase de intensidad y velocidad, qué ritmo usar o en qué tenía que pensar.

Celia se había asegurado de que esas primeras horas de entrenamiento ocurriesen en un lugar que, bajo la excusa de resultarle “mágico”, aseguraba que su cuerpo recibiese constantemente salpicaduras de agua de una pequeña cascadita junto al pedrusco.

La verdad es que también el ejercicio me resultó entretenido, y hubiese sido hasta relajante si, mientras estábamos en ello, no hubiese ido tan a saco. Mientras yo cerraba los ojos y repetía frases como…

“La luz está girando, con cuidado, y te acaricia antes de extinguirse”
“Una pequeña llama, como la de un mechero, entra en tu pecho y te produce un escalofrío”

… Pues ella se acercaba a mí a cuatro patas, haciendo bailar sus pechos en un bikini ridículamente mínimo; cerraba los ojos y ponía su mano en mi pecho para sentir mi voz también a través de la vibración de su mano. Y me daba más indicaciones, hablando despacio, susurrante, mientras yo miraba esos melonazos pendular delante de mí. Lo de la vibración era su objetivo declarado, claro, pero, como ya he dicho, su exhibición también parte de mí proceso de motivación por carga.

Por supuesto, me pajeé como un mono a la menor oportunidad, cuando me metí en una de las piscinas naturales mientras ella iba al coche. Durante esas semanas no paré de masturbarme pensando en sus tetas y ese culo espectacular.

Paramos cogidos de la mano y, entre achuchones, me dijo que lo había hecho muy bien y que ya estaba ansiosa por verme el siguiente fin de semana. Antes de montar en el coche me agradeció mi tiempo como un abrazo apretado, retorcido, para que pudiese sentir sus tetas en mi pecho desnudo durante mucho, mucho tiempo. Se apoyó en mí empujándome contra el lateral del coche, dándome besos en el cuello y acariciando mi cabeza, presionando y presionando esas berzacas y sus pezones duros… hasta que, estoy seguro, notó mi enorme bulto, sonrió, y dio por concluido el día.

…..

Durante los dos siguientes fines de semana fuimos a la misma playa. A una cala de piedras que, si bien estaba en una zona de playa normal, digamos urbana, se encontraba al final del pueblo y al final de una zona residencial; además, requería descender por una escalera inclinadísima de piedras y tierra. Así que no podía haber mucha gente.

Además de nosotros, el primer Sábado sólo había una pareja joven, tres chicas y un chaval que se metió a bucear.

Estuvimos mucho más tiempo que en el monte. Llegamos en torno a mediodía, comimos juntos allí en la cala y pasamos la tarde. Sin embargo el entrenamiento empezaba a la anochecer. Ambos fines de semana lo hicimos igual.

El motivo de ir temprano era enseñarme las tetas y ponerme enfermo. El primer día me dio la recompensa de verlas al natural, botando y bailando. Se retiró el bikini mientras me hablaba, para echarse crema solar en la espalda y en el pecho con ambas manos.

Se exhibió hasta ponerme enfermo, de manera constante. Tanto que me masturbé en el agua cuando aún no llevábamos dos horas allí (y eso que la noche anterior me la casqué sabiendo que íbamos a la playa), harto de ver a mi tía salir y entrar del mar, tumbarse a mi lado y hacerme arrumacos.

Al llegar la noche, el entrenamiento fue muy similar a los anteriores. Pero incluía una fase final en la que nos metíamos en el agua. Me llevó de la mano unos metros y, cuando el agua aún no había cubierto sus tetazas, me abrazó. Se acomodó en mi cuello y se aseguró de estar completamente pegada. Me pidió que repitiese palabras y frases con sus indicaciones, abrazados para poder sentir la vibración con todo su cuerpo.

Sí, obviamente, pensé en abrirla de piernas al volver a la playa y decirle “ahora vas a sentir la vibración de verdad”. Pero no lo hice. Era muy joven. Me abracé a ella y seguí sus instrucciones. Cuando mi polla tras el bañador hizo contacto con su pubis, restregándose hasta su vientre, sonrió, consciente de ello. Y me lo hizo saber con una sonrisa, acomodándomela con la posición de su cuerpo y diciéndome al oído,

— Sshh tranquilo cielo, es normal. Continúa, no te preocupes. Relájate y, si estás duro, disfrútalo sin más. Repite conmigo: “Dime que hay un sitio en tus ojos para mí”

— Dime que hay un sitio en tus ojos para mí.

— Muy bien, mi vida… suenas muy fuerte ahora. Dime “Descansa. Yo puedo ocuparme de tus manos ahora. Yo puedo ocuparme de tu boca.”

— Yo puedo…

Yo mismo sentí como mi voz se agravaba, bajando no sólo de tono, sino acavernándose, vibrando en mi pecho con fuerza. Trate de hacerle caso y percibir cómo las ondas de sonido y la energía de mi cuerpo se transmitían al suyo y como rebotaban y me devolvían una respuesta sutil.
— Cuando hables, recuerda que hablas con todo el cuerpo, y estamos pegados. Mi cuerpo responde, es inevitable.

….
..

El segundo fin de semana en esa cala, Celia consideró que debía darme más combustible y menos contemplaciones. Subió la intensidad con un bikini que parecía comprado en un sex shop y, en cuanto llegamos, me pidió que le pusiese yo la crema solar. La extendí por su espalda observando su culo hasta que me pidió que le pusiese también en el “culete”, una expresión que me hizo gracia, refiriéndose a esa maravilla generosa de culazo, bronceado y suave como la seda. La broma me recolocó por unos segundos en el mundo real, hasta que, tirando del bikini, se dio la vuelta sonriendo para que le echase en las tetas.

— No me las sobes mucho, pero dame también aquí, que el bikini no protege nada.

Y me sonreía mientras tocaba por fin de forma flagrante esas enormes bufas que me volvían loco desde siempre. Al menos las toqué de forma flagrante por primera vez en una década. Intenté hacerlo de forma amable, pero mis manos deceleraron involuntariamente para surcarlas completas durante el mayor tiempo posible. Sus ojos clavados en mí, con una sonrisa que pretendía resultar inocente e infantil, acabaron por viajar a mi entrepierna para cortar la corriente eléctrica que me surcaba.

— Venga que se te enciende la toma de tierra, ya las tengo bien.

Pero cada retroceso era para volver a darme un zarpazo. El bikini era aún más mínimo que los anteriores, y ella se aseguró a través de quejas constantes sobre su cuerpo de que yo no perdiese de manera constante una excusa conversacional para observarla y deleitarme.

En torno a las cuatro de la tarde decidió quitar la parte superior del bikini de la ecuación. Mirándome a los ojos mientras estábamos tumbados en las esterillas, se giró hacia mí y me preguntó con voz susurrante y grave si me importaba que hiciese topless.

“Encima con voz de zorra”, pensé. “No son formas, son alardes”. Pero le dije que no, que claro que no me importaba, faltaría más.

— No me da vergüenza, mis tetas aún están bien, aunque sea una vieja.
— No tía, tus tetas son increíbles.
— ¡Gracias, precioso!

Mientras hacía estos comentarios sobre sus soberbios melonazos, para asegurarse de que las observaba y no dejaba de hacerlo, se tiró del hilo del bikini para dejarlas libres. Rascándose levemente por los lados y acariciándolas justo antes de girarse para escanear a los pocos presentes en la cala. Ese día sólo había un grupo de seis o siete adolescentes, que debían rondar mi edad.

Como no, vio mi inmediata erección y no se privó de hacer un comentario al respecto.

— ¡Anda, te has puesto contento!... Vaya… es un gran halago que el futuro rey del mundo se fije en mí.
— Mucho rey ves tú, tita. — dije, tratando de evitar esos comentarios sobre el futuro real de algo que me parecía un pasatiempo sin más trascendencia que la de disfrutar al monumento de mi tía Celia. Pero ella cambió la voz a una que sí permitía creerse su trabajo, con un toque zorrón más intenso que antes.
— Cariño, el finde pasado me dejaste casi ko. Enseguida vas a hacer lo que quieras con quien quieras.
— Sugestión, tita, que tú te crees mucho estas cosas.
— ¡Que coño sugestión! Que soy chamana y maestra de chamanes, chiquilín. Llevo años enseñando a la gente y poniéndola a prueba. Y la mayoría no pasa mis pruebas ni para dirigir grupos. Y ya de hipnosis no veas… ningún supuesto profesional me ha hecho sentir lo que me hiciste sentir tú. Hasta la fecha, soy imposible de hipnotizar y ni siquiera había llegado a tener la sensación que tuve contigo.
— Bueno, genial si te lo pasas bien, pero es porque tú quieres que haga esto y te hace ilusión que salga bien.
— No cielo, no lo entiendes - dijo, incorporándose sobre sus rodillas, con las piernas muy abiertas, las tetazas libres al sol y cogiéndose el pelo con las manos tras la cabeza para separarlo de su cuello — no lo pase bien, lo pasé fatal. Sentía cómo mi cuerpo no me obedecía y me mareaba… cómo tú voz se me metía dentro y dejaba casi de poder escuchar el mar a mi alrededor.
— Vale tita, gracias, perdona. Si eso es lo que quieres, de acuerdo. Me alegro de que vaya bien.

Pensé que estaba loca, y sí, por primera vez pensé en qué, si realmente estaba tan zumbada, quizá podría hasta follármela. Me daba igual que fuese consciente o inconsciente por autosugestión. Ella se lo había buscado, y si se pasaba los días poniéndome cachondo y luego se sentía “poco dueña de sí” igual es porque era ella quien buscaba la excusa para hacer algo tabú y recibir un buen montón de carne joven follándose a su sobrino, al hijo de su hermana mayor, pervirtiendo al chiquillo responsable y educado, haciendo que la tratase como una zorrita calientapollas...

Y en esos pensamientos andaba cebándome mientras mis ojos se desenfocaban orientados a su coño y mi polla latía con fuerza. Tragué saliva al darme cuenta, y mi cerebro no encontró otra forma de arreglarlo mejor que, a continuación, clavar mis ojos en sus pezones perfectos. Me estaba mirando con una sonrisa y me habló para sacarme del trance.

— Te puedes meter al agua fresquita si te hace falta y aliviarte, cariño… Pero mejor aguanta un poco a que anochezca.

Y entonces mi polla recibió tanta sangre que hasta dolió.

Aquella tarde se acercó a pasear sus tetas por el otro lado de la cala, donde los adolescentes, y luego volvió a donde estaba yo, contoneándose y guiñándome el ojo, para tumbarse en mi pecho. Me sentí extremadamente orgulloso, sabiendo lo que pensarían, y la rodeé con el brazo, apretándola.

Esa noche, antes de meternos al agua, se quitó el resto del bikini mirándome fijamente mientras se lo bajaba, y me pidió que hiciese lo mismo.

— Si te voy a notar igual, mejor lo hacemos bien.

Me llevó de la mano al mismo punto que la semana anterior, me hizo hacer respiraciones profundas, me cogió de las manos canturreando y, finalmente, nos abrazamos para empezar el proceso. Ella declamaba y yo repetía.

— Hay un árbol al fondo del pasillo de flores…
— Hay un árbol al fondo del pasillo de flores..
— Escucha mi voz y busca sus colores…
— Escucha mi voz y atiende sus colores..

Como era de esperar, pronto el abrazo hizo que mi polla se pusiese como un mástil, empujando entre sus muslos. Sonrió mientras me acariciaba la cabeza y apretaba sus tetas contra mí, abriendo sus muslos levemente para dejar que mi erección continuase subiendo. Cuando alcanzó el techo de la raja de su coño cerró los muslos sobre ella, encajando mi empalme en el abrazo que buscaba con todo el cuerpo.

— Busca un hueco entre tus ojos y otro entre tus costillas… lleva mi mano a uno y mi voz a otro…
— Busca un hueco entre tus ojos y otro entre tus costillas… lleva mi mano a uno y mi voz a otro…
— fuuu… — exhaló aire con fuerza, con gravedad, casi articulando una “o” desde la garganta.
— uhhh — intenté repetir.

Entonces respiró hondo y traté de acompasar mi respiración, dejando paso a su pecho para hinchar el mío cuando ella soltaba el aire. Emitió unos ruiditos agudos desde la garganta que no pude reproducir y continué respirando con ella. Entre eso y el movimiento del agua, mi polla polla se restregaba entre sus muslos adelante y atrás, adelante y atrás…

— Dema un alo…
— Dema un alo…

Siguió respirando después de que yo repitiera la expresión, que no entendí. Su respiración se agitó cuando la apreté más, involuntariamente, con mi polla tocando su raja y hasta su ano, presionada entre sus muslos y bailando adelante y atrás; respondió a mi presión aumentando el vaivén, como ayudando al agua a movernos a ambos.

— Tita? — Pregunté cuando habían pasado muchos minutos y no decía nada, sólo continuaba acompasándose cada vez más a mi movimiento. Empecé a temer correrme sólo con ello.
— Mmm…
— Uff… tita, esto es mucho…
— Mmm…
— Madrina, que no soy de piedra, estoy…
— Mmm no cariño… no te preocupes… enseguida acabamos…

Aguanté, centrándome en la temperatura del agua, pero fue imposible. Su voz adormilada en mi cuello me puso incluso peor. Ni siquiera me pregunté si habíamos acabado el ejercicio, sólo pensaba en abrirle las piernas y correrme en su coño de inmediato.

Mi tía suspiró en mi cuello y me acarició la cabeza, lo que me permitió sentir su mano y sacar el foco de la raja de su coño ya frotándose mi polla.

Uff… cariño - dijo, separándose y dándome un beso suave en los labios - de verdad que estás cerca.

“Joder si estoy cerca”, pensé. “Empujo un poco y estoy dentro”.

Se separó de mí, me dio suave un beso en los labios y giró, soltando mi polla de entre sus muslos y tirando de mi mano para empezar a andar hasta la orilla.

La luz de la luna hubiese permitido verlo, pero ella iba delante. Fue cuando llegamos, a la pequeña pero intensa luz de la linterna que habíamos dejado junto a las toallas, que Celia me miró el rabo. No paraba de saltar.

— Uy, cariño, eso tienes que aliviártelo ya.
— Perdona tía, ¡ya te he dicho que soy humano!
— Sí cielo, y cargas bien. Ven, túmbate y tócate conmigo.

A pesar de todo lo ocurrido, de lo evidente que era su zorreo y de haber tenido la polla junto a su raja, no pensé que fuese posible escucharle algo así. En mis innumerables pajas, mi tía me permitía restregarme con ella, me lo permitía haciéndose la tonta inocente como siempre. No me pedia nada, sólo se rendía divertida a la inevitabilidad de mis pollazos incontrolados.

Nos tumbamos de costado, uno frente al otro, como habíamos hecho durante toda la tarde, pero más cerca. El pelo mojado y su cabeza cayeron sobre su brazo derecho y sus tetas brillaron como moles iluminadas por la linterna, mientras comenzaba a apretárselas con la mano izquierda.

— Pajeate cariño, anda. Conmigo…

Diciendo eso, llevó la mano izquierda desde sus tetas hasta su coño, acariciando su ombligo en el camino, y se hincó los dedos con un gemido, abriendo esos labios carnosos de forma que me resultó desquiciante. Me agarré la polla con la mano derecha y dejé caer mi cabeza sobre la izquierda, imitando su movimiento y mirándola a los ojos.

— ¿Son mis tetas lo que te pone así, cielo? ¿Te gustan mucho?
— Me encantan… Celia.. son perfectas… — Dije, mientras empezaba a cascármela tratando de acompasar mi ritmo al que ella tenía, pero machacándomela ruidosamente.

Se acercó, serpenteando de lado, hacia mí, como si sus dedos entrando y saliendo de su coño, al frotar su clítoris, movieran su cuerpo.

— No cielo… llámame tita… como siempre… no pasa nada… ahh…

Aceleré la masturbación cuando sentí su calor y sus tetas casi estaban de nuevo pegadas a mi pecho. Entonces llevó su cara muy cerca, estirándose mientras gemía, para besarme, lamiéndome los labios. Respondí comiéndole la boca, y entonces sus tetas se aplastaron contra mí y mi capullo tocó su ombligo. Pensaba bajar la polla hacia su coño, pero, mientras lo hacía, sus gemidos se aceleraron, sus dedos entraron y salieron de su coño más violentamente y eso hizo que soltara mi lengua. Me aceleró también a mí y empezó a balbucear…

— Me corro… me corro cariño… me corro…

Lo repetía una y otra vez aplastando sus tetas contra mí y nuestros brazos se tocaban cruzando las pajas con mi rabo frotándose en su estómago.

Entonces la leche empezó a salir a borbotones. Celia recibió el primer lechazo a presión desde su barriga hasta la parte baja de sus tetas. Se pegó a mi polla, atropellando mi capullo, que siguió mamando contra su cuerpo, y apartando mi mano para cogerme del culo.

— Así, cielo… así… ahh…

Instintivamente empecé a frotarme con ella mientras seguía y seguía lefando su piel. Abracé su culo para atraerla y eché la cabeza atrás mientras seguía restregándome contra ella y eyaculando como un burro.

Su mano salió de su coño y me agarró la polla, restregándosela, como apurando mi corrida, para después frotarse la leche por el vientre y los melones. Apoyó la frente en mi pecho diciéndome, sonriente.

— Vaya montón de leche, cariño.

— No podía más.
— Hoy… hoy casi me pierdo… estás muy cerca, mi amor… No me imaginaba que pudieras ir tan rápido… casi me pierdo…



Continuará.
 
Hipnosis (3)

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Mi hermana pasó como un rayo desde la escalera hacia la puerta dando un grito. Pero, al abrir la puerta y girarse hacia el salón, vio a mi madre de pie junto a mí.

— ¡Quique, me voy!... ¡Coño, mamá!

Mi madre, sosteniendo dos tazas de café, se giró hacia ella. Bajó el mentón para mirarla con los ojos entrecerrados mientras mi hermana se quedaba parada en la puerta, sonriente. Mi hermana Leo llevaba una diminuta falda de gasa que resaltaba su perfecto y joven culo, y una camiseta ajustada y fina, sin sujetador; sus pezones se percibían marcados incluso desde mi posición, a más de diez metros.

— ¿Mamá qué? — protestó mi madre.
— Perdóón… ¡Me voy corriendo! ¡Vuelvo por la noche, que he quedado con Gloria!

Y salió por la puerta de espaldas. En cuanto la cerró, mi madre volvió a girarse, sin volver a levantar del todo la barbilla ni cambiar la expresión.

— Leonor, así vestida, ha quedado con Laura, ¿verdad?

Asentí con la cabeza viendo a mi madre suspirar, torcer los labios y levantar las cejas en un gesto de resignación.

Mamá había llegado sin hacer un sonido por mi costado, rodeando el sofá desde atrás, y noté que hasta su forma de sostener las dos tazas en la mano era un gesto elegante.

Mi madre, toda ella, era elegante. Pero también lo era cada pequeña parte de su presencia. La cabeza siempre alta, la sonrisa fácil acoplada con naturalidad a un gesto severo y la espalda recta con los hombros siempre relajados, resaltando así esas tetas grandes y perfectas.

Piernas larguísimas y esbeltas que parecían más rectas de lo normal, pero que, en realidad, nunca lo estaban del todo. Porque las rodillas de mamá nunca estaban bloqueadas. Mi madre no comenzaba a andar con el gesto común de desbloquearlas antes de dar un paso, así que, aunque el paso salía de sus pies, parecía nacer del suelo. Hubiera jurado que las piernas de revista colgasen de su cadera, o de ese culo de modelo, idéntico al que yo había visto en fotos de cuando era adolescente. Como si flotase desde un centro de gravedad en su cadera, o en su pelvis.

Siendo bellísimos, su pelo rubio y sus ojos, de color azul celeste con notas verdes, no eran más que un pequeño detalle en el diseño perfecto que mi madre era, pasados los cuarenta tacos.

Ese día yo estaba atascado con un trabajo de Señales. El grito de mi hermana sólo había interrumpido la frustración y varios tachones iracundos en el papel, sobre garabatos que ya eran de una calidad frustrante.

— Te traía un café y a tu madre. — Me dijo.
— Gracias, mamá.

Sonreí intentando coger con precisión suficiente la taza que su brazo me alargaba. Ni su sonrisa se alteró ni el resto de su cuerpo se movió una micra al hacerlo, como si su brazo pudiese actuar de forma independiente al resto, sin hacerla perder la postura.

Se sentó en el sofá a mi lado en un gesto relajado pero perfecto, un giro de la cadera que seguía a la recolocación de las piernas, y seguido de un giro gradual de su cintura y su torso, para acabar de sentarse ya mirándome.

— ¿Qué? ¿Qué tal la escapadita con la tía?
— Genial, mamá — Dije la verdad, pero no iba a decirle que le había restregado la polla por el coño a mi tía, que le había comido la boca y que nos habíamos pajeado juntos hasta que ella acabó restregándose mi leche por las tetas. Pero siempre había tenido la sensación de que mi madre veía absolutamente todo lo que yo pensaba con más claridad que yo mismo.

Su labio inferior subió levemente sobre el superior y su sonrisa se amplió ligeramente mientras me miraba fijamente.

— Bien. Me alegro. Te veo centrado y te hacía falta descansar. Pero si flojeas por ir de fines de semana en plan hippie tu tía se la va a cargar.

Mamá estaba contenta de que no estuviese amargado ya llorando mi ruptura
— No te preocupes. Me lo paso bien, vuelvo relajado y me pongo a estudiar de inmediato mucho más a gusto.
— ¿Y has hipnotizado ya a alguien? — Dijo, con evidente sorna y bebiendo un pequeño trado de café. Café que, por supuesto, había cogido de la mesa y llevado a su boca sin necesidad de separar sus ojos de los míos. Mamá no sólo podía hacer varias cosas a la vez: hacía muchas cosas complicadas al mismo tiempo, como si todas fuesen pura memoria muscular.
— Mamá, eso es lo de menos. No me lo creo, pero le hace ilusión y los ejercicios son relajantes. Medito con ella para que esté feliz.

Mamá respiró hondo, inflando la blusa, y asintió con la cabeza.

— Cariño, tu tía Celia no suele decir tonterías. Vive con metáforas y, por así decirlo, automanipulándose tanto como puede llegar a manipular a otros.
— Mamá, es magufa… Pero magufa magufa… — repliqué.

Ella me miró fijamente, negando con la cabeza.

— Magufa a secas, pero es una magufa muy práctica. ¿La has escuchado alguna vez decir una sola tontería, más allá de sus supuestas creencias chamánicas?
— La verdad es que no.
— Bien. Es difícil encontrar gente que no dice tonterías. ¿En qué creo yo?
— En la Iglesia, no en Dios. Si te refieres a eso.
— Así es. Ella tiene un planteamiento similar. Sabe cómo y cuánto funcionan las ceremonias que invocan espíritus, pero no le hace falta creer en ectoplasmas. Se divierte y disfruta, usando la supuesta magia como un hackeo de su propio ánimo. Miles de personas han aprendido de ella a gestionar equipos y también a hacer una introspección que, aunque pintoresca, resulta efectiva. Aunque yo no la acompañe en sus aficiones, te advierto que debes ser prudente para juzgar a Celia Cuéllar. Recuerda que no dice tonterías.

Mamá dijo esto con dulzura, pero con una autoridad que siempre me resultaba apabullante. Su cara se iluminaba particularmente cuando me decía algo importante. Incluso más cuando se trataba de algo difícil o desagradable para mí.

En ese momento la imaginé descubriendo cómo estaban yendo realmente los fines de semana con Tía Celia, en todos sus detalles. Primero la imaginé asesinándola, la verdad, al descubrir que me había calentado a propósito hasta ese punto. Pero llevaba días sin masturbarme, y pronto la imagen cambió. Eran ellas dos en bikini, en la piscina, como en la cena de hacía un mes. Mamá y tía Celia.

Me quedé mirando los muslos de mamá. Me pareció el mejor punto para usar la visión panorámica desenfocando los ojos y poder observar, al menos de esa forma, sus tetas y su cintura. Respiré hondo pensando en las palabras de mi madre, y en cómo por amor había defendido a su hermana sin siquiera saber lo que realmente estábamos haciendo. Quizá hubiese alguna utilidad en mi entrenamiento más allá de correrme en las tetas de mi tía. Al menos me daba una base imaginaria para que mi imaginación se elevase sobre suelo firme y llegar a perversiones altas de manera verosímil.

Yo era capaz de hipnotizar a cualquiera en esa fantasía lejana. Mamá paseaba desnuda por casa mientras mi hermana salía de la ducha directa a meterse en mi cama para perder su virginidad conmigo. Tía Celia venía a casa con mis primas y me las ofrecía, quitándoles la ropa para que me diesen un masaje con todo el cuerpo.

Luego, mamá azotaba el culo de su hermana y le tiraba del pelo para que le comiese el coño. Finalmente, ambas me ofrecían sus bocas para follármelas a placer.

— Despierta, jovencito. — Dijo mamá, chascando los dedos, con el ceño fruncido; de esa manera, en nuestra jerga, me afeaba por enésima vez la tendencia a perderme en pensamientos en medio de una conversación.

Me reí de mi propia perversión y la expresión de mi madre.

— Lo entiendo. Seré más prudente. Pero conste que realmente me está sentando bien.


….
..


El fin de semana siguiente fui con mi tía Celia a lo que ella llamó un “albergue de montaña”. Así que, en lugar de un día, iba a pasar el fin de semana completo con ella.

Lo de albergue era una forma de hablar. Mi tía tiene de hippie los abalorios y alguna que otra afición. Llamar “albergue” a un grupo de caserones de lujo en los Pirineos, con piscinas-jacuzzi interiores para quince personas y salones panorámicos, es, como mínimo, confuso.

Salimos el Sábado muy temprano, en coche hasta el aeropuerto para coger el vuelo a Barcelona. Mi tía llegó en su cochazo y se bajó enseguida, escudriñando la puerta tras de mí antes de guiñarme un ojo y agitar las llaves delante de sus tetas con voz cantarina.

— Quieres conducir tú, ¿verdad?

Cogí las llaves sin quitar ojo de sus melones y le sonreí, mientras ella lanzaba un beso tras de mí, a mi madre en la ventana del salón.

— Mi hermana no duerme, nene. Madre del amor hermoso.
— Se acuesta temprano y se levanta temprano. — Dije, mientras abría la puerta del coche.
— Que mi hermana no es normal, chiquillo. Es Supergirl, pero más Mary Sue todavía. No conocerás a nadie tan perfecto como ella que no sea, además, insoportable. Si la adorase más, me moriría.

Y mi tía, que no dice tonterías ni pierde el tiempo, no tardó en empezar a subirse la falda y ahuecarse el top para hacerme entrar en calor en cuanto cruzamos la primera esquina al alejarnos de casa.

— ¿Qué, preparado para ser el rey del mundo?
— Tiiita… — Dije, mirándole las bragas ya con descaro y confianza.
— ¡Tu mira a la carretera anda, y tómatelo con calma que tenemos tiempo! — Protestó riendo y golpeando la guantera — Cariño… El otro día me perdiste. O sea, ¡que me dejaste perdida!
— ¿Que te hipnotizé?
— No, no tanto, pero lo básico sí lo conseguiste. Primero tienes que hacer a una mujer perderse, o sea, “perderla”. Y luego saber sacarla por donde tú quieres, para que no se quede como un zombi y te obedezca despierta, pensando que es lo que ella misma quiere. Y a mí me costó mucho salir… De hecho, creo que sólo salí porque tú no continuaste, y porque lo hiciste sin darte cuenta, sin experiencia. Yo hay un momento que lo tengo en blanco. O en negro, según se mire.
— ¿En serio?
— Te lo juro, cielo. Hay un hueco en mi memoria de cuando estábamos en el agua. Al menos de cosas conscientes. Sólo recuerdo sensaciones físicas.

Seguía sin creérmelo, pero también estaba decidido a aprovechar al máximo su chaladura. Porque me seguía pareciendo eso: chaladura, por mucho que mi madre la mirase con amor de hermana. Además, aún me costaba creer la suerte que tenía. Sólo tenía que dejarme invitar y dejarme llevar.

— Además, no te pusiste caliente sólo tú. — dijo, con voz cantarina y poniéndome la mano en el muslo.
— Ya, eso creo que lo noté.
— Que fresco. ¿Te gustó? A mí mucho. Pero no hay que pasarse, que eso era algo inocente y el calentón del momento, pero eres mi sobrino y a mi hermana le tengo más miedo que al demonio… — Se detuvo un momento y me miró con los ojos entrecerrados, acercándose a mi cara como si quisiese detectar si iba a mentir cuando respondiese su pregunta — Oye… No le habrás contado nada a tu madre, ¿no? Que me mata, pero además mal, de matarme malamente.
— Tía, por Dios… Ni se me ocurre.
— Oooooki, es que… Es que me hace ilusión que te gusten tanto mis tetas, y tampoco creo que pase nada porque las disfrutes un poco.
— ¡Venga tita, no me toques la guitarra! Tus tetas le gustan a todo el mundo y lo sabes. — Me rió la gracia y, sentada de costado, con las berzacas bien inclinadas para ofrecerme la visión, giró la cabeza hacia la carretera, suspirando.
— Sí… pero no es lo mismo. A ti no sólo te quiero más… Cielo, es que además no sabes lo que vas a ser. No te das cuenta todavía, pero buuuuffff… - dijo, abanicándose las tetas con la mano.
— ¿Buff qué?
— Cariño, eso… Saber eso la pone a una un poco mala. No se puede evitar. Si no fueras mi sobrino te haría de todo.

Yo pensaba que, ya que nos habíamos pajeado juntos, nos habíamos comido el morro y hasta tuve la polla pegada a su coño, a ver qué diferencia podía hacer algo más allá.

— Bueno, tampoco es como si fueras mi madre. No es para tanto. El índice de riesgo es muchísimo menor. — Y ahí fue cuando recibí un manotazo con el dorso de su mano en en el hombro.
— Míralo, que rápido va, y cuantas leyes tiene el ingeniero... Tú avanza, que ya verás. Yo creo que para el retiro estás ya listo y puedes hipnotizar a alguien en serio.
— Sí, claro.
— Que sí, niño…
— Bueeeeno. — El ansia me podía y miraba con insistencia a sus muslazos, uno contra el otro, buscando en algún movimiento ver sus bragas. — Me fijé en que lo llevas depilado, tita, que lo sepas.

Celia me puso sonrisa coqueta y me pellizcó el muslo mientras abría lateralmenta su pierna derecha hacia la puerta, dejándome ver perfectamente sus labios vaginales, enmarcados por dos tirillas de tela que, en medio, apenas tenían una malla transparente.
— Que guarrete. Pues sí, claro, míralo… Hoy voy casi sin bragas, he pensado que te iba a gustar. Son transparentes. — Intenté concentrarme para que no pasásemos peligro, miré por los retrovisores antes de clavar los ojos en su coño para disfrutarlo unos segundos más. Ella siguió hablando mientras se acariciaba el chocho y mi rabo saltaba en el pantalón. — Es más cómodo a muchos niveles, y me parece más bonito. Todavía lo tengo bonito.
— Lo tienes precioso.
— No seas pelota que apenas me lo has visto. Pero no te preocupes, que no me da vergüenza. Luego, si te portas bien, nos bañamos tranquilamente y me miras todo lo que quieras.
— Siempre me porto bien.
— Las tetas sí me las has visto bien. — Dijo, con voz juguetona y tirándose con un dedo de del tirante del top.
— BUFFFF tita, que tetas tienes, por Dios. Me ponen malo.
— ¿Cómo de malo, cariño?
— Ay por Dios — Dije, apretándome el nabo para desperezármelo, estirando de la base hasta aliviar un poco la presión. Pero ella tenía una voz de zorra susurrante perfecta para no darme tregua.
— Tú mira al frente, chiquitín… Vaya marranete eres… mirándole las tetas a tu tía… Y metiéndole la lengua en la boca…

Diciendo eso, tiró del tirante del top hasta bajarlo, y con él enganchado tiró de toda la prenda hasta bajarla, haciendo que la areola apareciese y amenazase con dejarlas libres. Y no hay nada que en ese momento no hubiese hecho para que me dejase ver de nuevo esas tetazas.

— Como estás, ya, eh? Luego nos damos una paja juntos si quieres…. Y venga… Si te portas bien hasta me las puedes tocar un poco.

Cerré los ojos por un segundo y y pensé en los alrededores del coche en la carretera, para que mi cerebro redujese el flujo de sangre a mi nabo.

— Si te hipnotizo no vas a poder hacer nada — repliqué tras respirar hondo.
— Vaya guarro… amenazando a su tía…

Y, diciendo esto, se bajó el top completamente.

— Ni se te ocurra parar a pajearte. Vas a aguantar como un hombre.



..
.


Celia dejó a mi polla descansar en el avión y hasta conseguí echar una pequeña siesta. Sin embargo, había contratado un coche privado para llevarnos al lugar desde Barcelona, y le pareció una buena idea calentarnos tanto el conductor como a mí. Pasó todo el rato pegada a mí, acariciándome el pecho o apoyada en mi hombro, hablándole a mi cuello. Su escasa ropa era perfecta para que los ojos del muchacho, que no debía ser mucho mayor que yo, tuviesen un festín de almuerzo. Debió de pensar que era una puta que había contratado para hacer un juego de rol, porque cuando llevábamos dos horas de camino no podía evitar reírse levemente. Ella se esforzó en eso, besándome el cuello de cuando en cuando, y hasta dándome un lametón o mordiéndome la oreja mientras me decía “sobrinito” una y otra vez.

La intensidad sostenida de ese rato hizo que, al menos, consiguiese bajar la erección y centrarme en la parte meramente divertida. Le seguí el juego un par de veces diciéndole que era una madrina muy mala y la iba a tener que castigar en el hotel. Incluso disfruté el paisaje y repasé mentalmente las cosas que habíamos entrenado durante todo el mes para hacerlo muy bien y que me dejase sobarle las tetas.

Llegamos sobre la una y media y paseamos por los alrededores hasta llegar por un camino de piedra a la terraza de la cafetería. Después de unos cuantos arrumacos y de dar un poco el espectáculo en la terraza, haciéndome muy feliz en mi ego adolescente, nos fuimos a la casa.

Y “la casa” del “albergue” era enorme. Tenía dos habitaciones de matrimonio independientes, cada una con una cama de 4 por cuatro, king size. Ambas daban al lago mediante paredes completamente acristaladas. Había un baño adicional fuera, un salón pequeño entre las habitaciones y después una enorme estancia con dos alturas: arriba cocina y abajo un enorme salón, también con puertas correderas acristaladas que ocupaban todo el flanco y lo abrían a un tercer espacio igual de grande: una terraza algo más baja que el salón, al borde de una montaña. El enorme vacío tras la barandilla acababa en un riachuelo y producía una enorme sensación de vértigo.

A los pocos segundos de apoyarme en la barandilla para respirar hondo y admirar el paisaje, los brazos de Celia me rodearon por la cintura y su cara se apoyó en mi espalda.

— Por este trocito hemos venido aquí. — Me dijo, acariciándome el pecho.
— ¿Por la terraza? — respondí, girando mi cabeza levemente hacia ella.
— Por el vacío tras la barandilla, chiquitín.
— Muy tuyo, tita.
— ¡Hombre! Es que va a ser muy práctico, ya verás.
— Miedo me da. — Y, aunque no me la imaginaba tirándome, o tirándose, sí me la imaginé sacrificando una cabra y desangrándola colgada de la barandilla antes de echar a volar en una escoba. No me habría sorprendido tanto como con lo que ya había hecho, ni mucho menos tanto como lo que acabaría pasando.

Me reí de la ocurrencia de la cabra y ella reaccionó a mi risa apretando mi pecho y suspirando antes de separarse levemente y apoyarse en la barandilla a mi lado. Miró al vacío, miró al cielo y después giró hacia mí, ofreciéndome los pechos inflados por el peso de su torso contra los antebrazos y mirándome a los ojos

— Oye, voy a pedir un montón de cosas de servicio de habitaciones y ya tenemos merienda cena, ¿qué te parece? Y nos ponemos a trabajar enseguida.
— De acuerdo. — dije, mirando sus melones fijamente y suspirando con fuerza.

Unos minutos más tarde, una chica rubia, bajita y de ojos enormes empujaba por la puerta tres carros grandes al pasillo de la casa.

Yo fui quien abrió, y mi tía Celia, al escucharlo, salió de su habitación llevando solamente el tanga. Salió muy despacio, contoneándose descalza, haciendo bailar sus melones y levantando mi polla. Llegó a nuestra altura mirándonos a ambos y su mano fue directa a mi entrepierna, acariciando el bulto saltón con un dedo, mientras se dirigía a la muchacha para firmar el ticket.

La chica se mantuvo profesional y seria. Con una sonrisa dulce le preguntó si queríamos algo de beber más tarde.

— Lina me ha dicho que le ofrezca un champagne especial que está disponible, un Krug Clos… Y ha dicho que el resto del nombre es sorpresa.

Mi tía cruzó sus piernas mirándola de costado con cara de intriga mientras apoyaba su codo en mi hombro.

— Vale, me la traes. Pero dile que también te mande con el Roederer de cristal, por si acaso. ¿De acuerdo? — Y, deslizando su antebrazo hasta mi cuello para pegarme las tetas al brazo y los morros a la cara, me preguntó. — Cielo, ¿quieres algo de la señorita?

— No, gracias. Confío en tu buen gusto, tita.

Supongo que no era la primera vez que la chica veía una situación perversa o disparatada, pero, con toda su profesionalidad, ese último momento de regodeo la hizo respirar y envararse levemente, sacándole un cambio en la sonrisa. Pero se recompuso, se dio la vuelta y salió con elegancia.

Mi tía no dejó de mirarme mientras la chica salía.

— Esa, si venimos en un par de meses, va a hacer lo que tú quieras, niño.

Pasé mi mano por su cintura, pero ella giró hacia su derecha, escapando de mí, y me guiñó un ojo.

— Que se te van las manos con tu tía, sinvergonzón. Me voy a echar una siesta, me vas a respetar y no vas a tocarte hoy tú sólo bajo ningún concepto.

La última parte la dijo de espaldas. Su culo me embelesó mientras volvía, igual de despacio que vino, a su habitación.

Respiré hondo y decidí salir a la terraza a hacer ejercicio en lugar de echar una siesta. Me pregunté si seguir a la camarera, o si la volvería a ver. Bajo el uniforme, se adivinaba un cuerpo agradable. Por sus brazos, muy delgado. Y esos ojos eran espectaculares. Sin duda, mi tía había conseguido dejarme con un caché importante a sus ojos. Con un poco de delicadeza quizá podría conseguir su teléfono y, quien sabe, una cita futura interesante en forma de escapada.

Perdido en esos pensamientos salí a la terraza, y entre el aire frío y las vistas mi pensamiento se redirigió. Miré al riachuelo y sentí vértigo. Me eché hacia atrás y, al sentarme en la tumbona, me sentí muy pequeño. Muy niño. Ahora entiendo que simplemente recuperé una autoconciencia apropiada tras la euforia, como si al subir mucho la hostia me devolviese al piso adecuado. Y entiendo también que es un acontecimiento feliz, pero en ese momento me sentí fatal.

Tía Celia pretendía enseñarme a hipnotizar y a ser el rey del mundo, pero hasta el momento era ella la que me manejaba a su antojo. Mi madre sólo tenía que mirarme fijamente y guardar silencio unos minutos para hacerme confesar lo que estaba pasando. El miedo a que eso ocurriese me hizo estar completamente seguro de que iba a acabar ocurriendo. Imaginé cómo me miraría al saberlo. Ni siquiera con asco. Sólo con indiferencia y decepción.

Intenté concentrarme en algo muy perverso y guarro, como follarme a mi hermana pequeña. Pero no conseguí perder la sensación de ser diminuto y ridículo.

Hasta la reunión del mes pasado nunca volví a verme a mí mismo de esa manera.

El jueves, tras verme hablar con mi padre y su mujer, Marian se colgó de mi brazo sin miedo alguno y me hizo pasear por un camino de piedras flanqueado de antorchas. Me dejé llevar en silencio. El camino acababa en una terraza, donde Ana, que charlaba con Mastín y su mujer, me miró a los ojos, se levantó y fue a mi encuentro para abrazarme.

Cuando dejé de llorar como un chiquillo agarrado a ella, Marian me llevó con Aura y Raúl, quienes me presentaron, por fin, a Ángela Guerra. Sentí vértigo al empezar a entender la dimensión que, sin conocerla, había jugado en mi vida. Unos minutos después me sentí feliz y aliviado, diminuto y sin grandes responsabilidades, mientras los dos hermanos me explicaban lo que debía hacer.

Después de lo importante me pidieron otro favor, este extremadamente placentero: dominé a Emma Violante y la humillé delante de toda la reunión, inutilizándola para siempre y dejándola consciente de su incapacidad para controlarse o controlar a nadie nunca más. Quienes la conozcan pensarán que es poco castigo para semejante personaje, pero se trata de una psicópata condenada para siempre a observar como ella misma deshace su delirio sirviendo a sus víctimas como una esclava feliz. Encerrada para siempre en un cuerpo que la humilla.

Violándola en cuerpo y mente disfruté del sexo como no había disfrutado en mucho tiempo, y entendí mejor por qué tanto “los hombres que ordenan” como “las mujeres que hacen trampas” son denominaciones que se escriben con minúsculas.

Total…

Que era muy joven, coño, y verme tan pequeño me hacía sentir mal. Pronto vaciaría mis huevos en la garganta de mi hermana mientras mi madre me los chupaba y me sentiría todopoderoso. Pero en ese momento mi tía Celia estaba jugando conmigo y provocándome los mayores dolores de huevos de mi vida.

Su culo me quemaba la retina y no podía parar de pensar en follárselo. Por algún motivo estaba absolutamente seguro de que recibía por el ojete con placer y sin dudas.

Su boca me parecía el manjar más oscuro y delicioso imaginable, y el único lugar en el que, en ese momento, pensaba que podría llegar a descargarle mis cojones si me “portaba muy bien”.

Sus tetas habían mandado más sangre a mi nabo que mi propia mano.

Finalmente, conseguí calmarme y sentirme mejor. Me encendí un cigarrillo en esa terraza y me apreté la polla, recordando la sensación de mi capullo aprisionado por sus piernas, latiendo contra un coño que palpitaba abrazándome, ansioso por dejarse rellenar.



Continuará
 
Hipnosis (4)



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Pasaron menos de dos horas y me sentía bastante mejor. Me encendí un cigarrillo en esa terraza y me apreté la polla, recordando la sensación de mi capullo aprisionado por las piernas de mi tía. Llevaba un buen rato intentando sólo disfrutar del aire fresco y las vistas.

— Fumar es malo. Sobrino cochino. — Dijo la voz de mi tía a mi espalda. De repente, estar en un sitio así, sentado fumando mientras una jaca semejante se me acercaba, se me antojó como estar en la cima del mundo. Podía presumirla sin pudor delante de mucha gente, y eso inflaba mi ego juvenil casi tanto como ella conseguía inflar mis huevos.
— Pues sí. — dije, sonriendo.
— ¿Has dormido siesta?
— No. ¿Y tú?
— Yo sí. — dijo, sentándose a mi lado. — Si estoy cansada te lo pongo demasiado fácil. Me tengo que empezar a defender para que practiques.

Decidí no mirarla para no parecer ansioso. En pocos segundos continuó hablando, probando lo transparente que mi cabeza era para ella.

— ¿Has aprovechado el tiempo? ¿Has ido a buscar a la rubita?
— No, que va. — Y entonces sí que me giré, riendo, para mirarla.

Mi tía Celia estaba completamente desnuda a mí lado, recostándose en la tumbona. Sus piernas cruzadas ocultaban el coño tras un triángulo y sus melones fascinantes bailaban levemente mientras hablaba. La miré, ya sin la vergüenza de otros días ni el riesgo de estar conduciendo, e intenté que mi voz sonase con normalidad.

— Igual es buena idea sacarle el teléfono, ¿no? Si te trae luego el champagne ese lo puedo intentar.
— Seguro que se lo sacas, niño. Como es nueva, también se lo puedo sacar a la jefa por ti si te portas bien hoy. Y te la investigo, que no sea una lagarta, la rusita
— Sonaba española.
— Bielorrusa.
— Anda — Dudaba de si me estaba vacilando o realmente era capaz de distinguir eso. Celia echó los brazos hacia atrás luciendo melones y respirando hondo, para mirar el cielo.
— Son estrellas de mar y les gustan los ojos tristes. Son cómodas para hombres normales, pero tú vas a poder hacer lo que quieras con quien quieras. No tienes que enfrentarte al mal carácter de las occidentales, se lo puedes cambiar.
— Ok, tita.
— Me las vas a desgastar, cochino.

Me incliné hacia su lado riéndome y mirándolas fijamente, mientras ella sacaba pecho desde la espalda, haciéndolas aún más espectaculares.

— Marrano… Deja de mirarle las tetas a tu tía.
— No quiero. Mi tía se pasea en bolas para que se las mire, y tengo derecho.

Sonrió y se dio un azote en la teta derecha, mirándome fijamente a los ojos. En ese momento sonó mi móvil; una notificación en forma de zumbido.

— Míralo si quieres, que en un ratito lo tienes que apagar — me dijo.

Era un mensaje de Isa, mi ex: “Tengo todavía las entradas para Noviembre. ¿Las quieres? Yo no voy a usarlas.”. Y el fastidio de recordar los planes que habíamos hecho para el concierto, por supuesto, debió notarse en mi cara.

— ¿Qué ocurre? — Intervino Celia.
— Nada tita, la Isa. No le voy ni a responder.

Mi tía soltó una carcajada y dio tres palmadas, apretando sus berzas entre los brazos e inclinándose hacia mí para asegurarse de sacar mi atención del móvil y volver a quedarsela.

— ¡Esa no sabe la que le espera! La vas a tener chupándote el pie en cero coma. Pero ya no la vas a querer de novia.

Vi claro lo que estaba haciendo. En su sonrisa, incluso en sus pechos buscando protagonismo, estaba más mi madrina cuidándome que la hembra cachonda que necesitaba masturbarse y comerme la boca al pensar en el poderoso macho que creía estar esculpiendo. Se me quedó mirando y apoyó la cabeza en la tumbona, suspirando pensativa. Celia siempre supo manejar a la gente, quizá porque realmente le interesaba todo el mundo. Y yo más. Se dejaba llevar por sí misma, haciendo algo que funcionaba genial, no sé si más por tećnica o por casualidad: te llevaba de un tema a otro y de una emoción a otra, quisieras o no, haciéndote aterrizar donde quería.

— Que guapo estás. Oye… siempre haces lo que te dice tu madre. Lo sabes, ¿no? — Me dijo, dulcificando más su sonrisa.
— No siempre... — Respondí, acomodándome también de costado hacia ella.
— Sí siempre sí, siempre sí… — me interrumpió mientras yo negaba con la cabeza — De hecho, más que “siempre”, porque si no te dice lo que hacer te quedas un poco pasmaíllo.
— No, a ver… Es mi madre, coño. Y es como es. Y me guía y me apoya… Y decepcionarla me da un poco de respeto, desde siempre.
— No te confundas, que no es una crítica. — se llevó un dedo a la frente — Hacerle caso a mi hermana es buena idea siempre. Pero, por si no te lo ha dicho, te lo aclaro yo. Es la primera que quiere que seas independiente. Otra cosa es que sepa ayudarte en eso.
— Ya. Bueno, lo estoy intentando. Pero tengo que elegir, o termino la carrera pronto o me pongo a trabajar.
— No me refiero a trabajar, no te hace falta. Pero dentro de poco te vas a ver con un problema.
— Venga, a ver.
— Ahora le haces caso en todo porque es como es. Tampoco es porque seas su hijo solamente, es porque Elena es Elena y manda romana donde va. Pero dentro de poco sabrás, así dentro, muy dentro, íntimamente, que tú puedes gobernarla. Y eso va a cambiar cosas en tu cabecita. Vas a tener que hacer un esfuerzo para decidir y tenerla más como consejera que como jefa.
— No es mi jefa.
— Es la jefa de todo el mundo.
— Bueno, si consigo hipnotizar a alguien que no seas tú ya lo vamos hablando. A mamá dudo mucho que la hipnotice, de todas formas, aunque pueda.

Hablaban el pudor y la ingenuidad juvenil, inconsciente de que Celia escuchaba esas mentiras políticamente correctas, o prudentes, como quien oye a un niño decir que él no se va a quedar jugando a la play hasta tarde si se lo permites. De todas formas, decir algo tan absurdo me azoró, e intenté cambiar de tema.

— Oye… tendríais que escucharos hablar la una de la otra. No tenéis nada que ver y os adoráis. Me da envidia vuestra relación. Leo y yo no nos podemos llevar peor.

Celia dejó pasar unos segundos antes de responder, quizá ponderando si hacerme ver que mi cabeza era cristalina para ella, o quizá ya, como hizo tantas veces, dejándome mensajes para el futuro en forma de gestos de condescendencia amorosa.

— Mira... Tu madre es la única constante de mi vida, y lo será de buena parte de la tuya. Para bien y para mal, de hecho, es la constante de todo el mundo a su alrededor y poca gente tiene un eje de esa calidad. Sabe que, sin ella, yo no sería la mitad de capaz; ni de sana. Y yo… pues espero haberle hecho la vida más tranquila.
— ¡Más emocionante, dirás!

Celia me miró con más dulzura aún. Y yo, claro, apenas entendí nada durante décadas. Apenas creo que hoy empiezo a entender un poco esa sonrisa. Y no sé si “Las Voces y las Trampas”, el libro que me dio Aura, me aportará mucho más.

Y supongo que consideró que ya había basculado suficiente desde el mensaje del móvil, así que decidió volver a cambiar el tercio. Se levantó y se puso en pie delante de mí, echándose la toalla al hombro y poniéndose una mano en la cadera

— Vente, polla gorda, que te enseño la piscina jacuzzi — dijo, señalando al interior de la casa con la cabeza.

La miré a la cara y fui bajando por sus tetas hasta su coño depilado y perfecto. Resoplé y me mordí los labios, realmente dudando de si acabaríamos follando, y tratando de sacar de mi cabeza la idea de mi madre descubriéndolo todo.

Con la toalla al hombro, me dijo que iba a ducharse antes de empezar, y que lo haría en la ducha del jacuzzi.

— ¿La “ducha del jacuzzi”? No entiendo. — pregunté.
— Es más bien piscina jacuzzi, ¿no has bajado a verla?

Y, diciendo esto, comenzó a andar de espaldas y se acarició los pechos con los antebrazos, levantando el dedo índice y moviéndolo repetidamente hacia sí, indicándome que la siguiera. Se giró contoneándose y sabiendo que yo sí estaba hipnotizado por su culo. Y seguí a su culo por el pasillo, bajando los escalones tras de ella. El aire se hizo más cálido y húmedo a medida que descendíamos.

Junto a las dos enormes habitaciones suite del “albergue” ya había un baño adicional enorme con una gran ducha. Pero al bajar unas escaleras se abría una estancia circular con dos pequeñas puertas de cristal translúcido y los monigotes en pequeños carteles señalizando vestuarios femeninos y masculinos. Una gran puerta corredera automática transparente dejaba ver, antes de abrirse, una piscina interior que salía directamente del suelo. Entre la puerta y el borde de la piscina, tres duchas. En penumbra, pero perfectamente iluminado por luces dirigidas en cada detalle, desde la repisa de las duchas para botes de gel y champú hasta un sofá de piedra junto a la piscina.

Para mí, a mi edad, y también por ir siguiendo a semejante hembra, cada detalle en ese lugar gritaba “porno”. La piscina jacuzzi debía tener espacio para quince o veinte personas, y pegaba con una gran cristalera que daba unas vistas impresionantes de una gran montaña con la corona final nevada.

La casa no estaba pensada, claro, para dos personas. Sólo esa piscina-jacuzzi debía tener unos 50 metros cuadrados, y en ese momento me impresionó profundamente. Creo que no he vuelto a sentir esa impresión ni al ver la casa de Aura y Raúl.

Me puse en el borde de la piscina percibiendo el humear, leve por la temperatura cálida de toda la estancia.

— Sólo me voy a duchar, ¿eh? Primero practicaremos en la terraza, y luego volvemos. — Me dijo Celia.

Colgó la toalla y me miró mientras abría el grifo de la ducha. No dije nada, sólo me giré para disfrutar mientras ella se ponía bajo el chorro de agua, haciendo brillar sus tetas y salpicando el suelo desde ellas.

Se echó el pelo hacia atrás y dejó que el agua le diese en la cara. Los melonazos botaron y ella bajó las manos sobre ellos, sobándolos por los lados y mesándoselas desde abajo. Sonrió, sabiendo el efecto que causaba, y se fue girando levemente de un lado a otro mientras bajaba las manos a sus caderas y a su culo, girando, aprovechando el momento de distribuir el agua para darme un espectáculo y volver a cargarme el rabo de sangre.

“Si te portas bien hasta me las puedes tocar un poco”, me había dicho.

En realidad, hace una semana le vi restregarse mi semen por el estómago y las tetas, pero no me atreví a jugármela y comérselas. Tampoco me dio mucho tiempo. Estábamos tan recalentados que ambas pajas fueron rapidísimas. Tuve que conformarme con el tacto de sus melones contra mi pecho y el sabor salado del agua del mar en su boca, mientras le metía la lengua hasta donde pude. Y ya era mucho más de lo que había pensado conseguir. Ahora se exhibía en la ducha después de ponerme enfermo durante todo el viaje y la llegada al sitio.

— Dios Celia, esto es una tortura coño... — dije, llevándome las manos a la cabeza y mirándole el coño fijamente.
— ¡Ja! — Respondió, comenzando a frotar jabón entre sus manos para comenzar a enjabonarse el torso, pero sobre todo las tetazas — Se dice “madrina, esto es una tortura”.
— Que buenas estás, coño. Te hacía de todo, tita, pero esto es horrible.
— Ah!… — dijo, abriendo mucho la boca, apoyando su lengua en la comisura del labio en un gesto chulesco y llevando lentamente las manos a sus pezones hasta ocultarlos — Entonces… ¿prefieres que me tape?

Pensé decirle que sí, que se abriese de piernas ahí mismo a recibir pollazos o que se tapase de una puta vez. Pero no lo hice.

— No, la verdad es que no.
— ¿No te he dicho que sí me haces caso tendrás lo que quieras? — dijo, mientras volvía a frotar lentamente jabón entre sus manos.

Asentí con la cabeza, mirándola con una sensación de urgencia, que tan sólo por la insinuación de comenzar a taparse había producido. Sabía que era una broma, pero no pude evitarlo

— Cielo.. si me haces caso, llegará un momento, muy pronto, en que yo no pueda hacer nada para detenerte. De hecho… — dijo, girando despacio para, mirándome fijamente, poner su cuerpo de costado, y comenzando a bajar con una mano por su vientre y con otra por la espalda — De hecho, puedes hacer que sea yo la que suplique…. lo que tú desees que suplique. — y sus manos alcanzaron su coño por delante y la raja de su culo por detrás. — Pero para eso hacen falta más entrenamientos. Y lo primero para controlarme — sus manos frotaron con intensidad su coño y su culo — es controlarte tú.

No respondí. Sentí el dolor en la polla de una erección salvaje y apreté los labios, respirando hondo e intentando relajarme, mientras cruzaba los brazos sobre mi pecho.

— Eso es que no me puedo dar una paja ahora.
— No señorito. Esa leche va a salir hoy… — y dos dedos de su mano separaron sus muslos mientras otros dos le desaparecían en el chocho — …como Dios manda. Uff.. A lo mejor no puedo impedirte nada. Si eso pasa y me respetas, aunque no podamos follar, uff… te aseguro que vendrán las tres mejores putas rusas de Barcelona… o de Toulouse… Para dejarte sequito y feliz… ahh — giró más para mostrarme más el culo, y también habían dedos aplastándose contra sus nalgas, con uno desaparecido, claramente entrando en su ojete.
— Hosta no, tita… no, por favor, que llevo días sin pajearme.
— ¿Ah sí? Ahh.. Por… ¿Por qué? ¿La guardas para mí?

No sabía dónde meterme mientras la Celia de los cojones se masturbaba el coño y el culo delante de mí con el agua haciéndola brillar. Me llevé las manos a la nuca, apoyándolas, y cerré los ojos por un momento, hinchando el pecho de aire e hirguiéndome para soltarlo muy despacio, intentando al menos que mi rabo no doliese.

— Joder, madrina…

Pero ella continuaba, y su mandíbula cayó un poco, en una sonrisa agresiva, mientras me miraba entrecerrando los ojos.

— Sí que me la guardas… guarro… quieres volver a correrte conmigo… me querías impresionar con una lefada enorrrrme…

Y respire hondo mientras ella aceleraba lentamente el movimiento de su mano contra su coño y su culo, hasta que se detuvo y lo hizo al contrario: su culo se apretaba contra su mano atrás, y luego empujaba contra su mano delantera. Abrió más las piernas y miraba mi erección imposible de disimular, con el mástil empujando las bermudas como un mascarón de proa.

— Ahh.. La... tienes gorda, niño… cochino…
— Yo no puedo, pero tú sí. — dije, asintiendo con la cabeza. — Anda que ya te vale, madrina.
— Yo no soy… de piedra… — levantó las cejas e hizo un círculo de su boca, con un pequeño puchero infantil — y yo tengo… que estar calmada… tu tienes que aguantar.
— Como consiga hipnotizarte te voy a reventar, tita.

Y sus ojos se endurecieron de nuevo, devolviéndole el gesto agresivo, con la nariz arrugada y enseñándome los dientes mientras aceleraba la follada que se estaba dando. Ni siquiera caí en ese momento en lo difícil que era masturbarse como lo estaba haciendo. Me estaba dando el espectáculo tanto como se estaba dando placer.

— Cerdo… Amenazando a tu tía… ¿Qué vas a hacer? ¿Violarme?

Llevó su hombro contra la pared, acelerando la paja y saliendo un poco del chorro de agua. Parecía que se estuviese follando sus manos, ondulando hipnóticamente su cadera y su vientre contra sí misma. Era un baile para mí, y probablemente no se hubiese puesto tan cachonda haciéndolo más cómoda sin tener a su nuevo juguete delante, embobado, mirándola y obedeciéndola, aguantando el tirón sin echársele encima.

La miré negando con la cabeza.

— No quiero putas. — dije, con la voz más grave que había emitido desde la semana anterior en la playa.

Los ojos de mi tía se abrieron como platos

— Soy la hermana de tu madre… Si se entera me mata… No me puedes follar a mí…

Detuvo el movimiento de su culo, su pie movió el apoyo y empezó a azotarse el coño mientras se hincaba más el dedo en el culo. Se metió tres dedos en el coño y comenzó a meter y sacar el dedo de su culo con velocidad.

— Ah! uuUu… ah…

Yo me froté la polla sobre el pantalón mientras su corrida explotaba, en un squirt enorme que pude ver perfectamente a pesar del chorro de agua que aún caía parcialmente sobre ella.

Llevó lentamente los dedos de su coño a su boca y se los chupó, aunque la mano en su culo no lo abandonó. Me miró fijamente, y di un paso adelante.

Seguía respirando agitada y me quité la camiseta, acercándome al chorro de agua y a ella.

— Viene el toro. — dijo, sonriendo.

Titubeé, pero lo interpreté como una luz verde y volví a avanzar, entrando en contacto con el agua que caía y mirándola alternativamente al coño y a las tetas. Ella negó con la cabeza sin perder la sonrisa.

Pero no paré. Atravesé el chorro y me pegué a ella, que abrió los ojos y la boca de par en par al sentir mis manos en las caderas mi polla empujándola entre las piernas.

— No puedo más. — Dije, acercando mi cara a la suya.

Su mano izquierda subió por mis abdominales hasta mi pecho y la derecha me cogió de la cabeza, acercándome para besarme.

La lengua de mi tía volvió a mi boca una semana después, premiando mi arrojo al dar un paso adelante. Agarré su culo con fuerza y le rebufé en la boca mientras la empujaba contra el azulejo con todo el cuerpo.

Su lengua jugueteó con la mía durante unos segundos que aproveché para restregar mi polla contra ella, buscando frotarle el coño todo lo posible y colarme en medio. Pero su mano derecha acompañó a la izquierda en mi pecho, empujándome y sacando la cara hacia la izquierda.

Me lancé a su cuello con la lengua mientras me empujaba un poco más fuerte.

— Para, niño cochino… — dijo. — Para, que no podemos.

Apreté sus nalgas y apoyé mi frente en su cuello, resoplando.

— Virgen santísima, Celia.
— Virgen santísima, tita, se dice. — Acarició mi cabeza y me besó en la cara. — Aguanta un poco más, no falta mucho. Y vas a tomar lo que quieras. Pero tienes que controlarte.

Cerré los ojos y levanté la cabeza, respirando hondo.

— La corrida de mi niño va a ser espectacular, ¿eh? — Dijo, sonriendo y alargando la mano para apagar la ducha. Acto seguido, me agitó el pelo sin empujarme más. — Lo estás haciendo genial, mi torazo. Hoy voy a vaciar yo tus huevos.

Me separé de ella lentamente y me aparté el agua de los ojos.

— O sea, que es como trabajo, porque toca. — le dije, tratando tarde de que mi sonrisa fuese lo más auténtica posible, al darme cuenta de que la queja no era mi mejor baza. Obviamente, le dio la risa al ver mi infantil reacción. — Quiero decir — Intenté arreglarlo — que es para que llegue a eso, a hipnotizar.

Celia alcanzó la toalla y comenzó a secarse despacio, masajeando sus tetas más de lo necesario y sonriéndome.

— No, cielo… Los motivos para tener que hacer lo que hago y para querer hacerlo son los mismos. Me tengo que masturbar porque ahora mismo me encantaría hacer mucho más. Algo vas entendiendo, me parece. — Y, acercándose, se echó la toalla al hombro y me abrazó — Sin esa voz que tienes no estaría haciendo esto. Ni me pondrías tan cachonda. Y al mismo tiempo, si no fuese por que es importante que aguantes para usar las voces, pues ya habríamos hecho… ¡Buff! Más cositas, seguro,

Le devolví el abrazo, riéndome, y creí darme cuenta de que al final todo sería una decepción para ambos.

— Tita, que no voy a hipnotizar a nadie
— ¡Uuuu! — y me dio un palmetazo en el pecho dejando salir el ocasional deje andaluz que le quedaba — Uy lo que ma dicho… ya lo creo que vas a hipnotizar. Pero lo que no está escrito.

Yo miré al jacuzzi y pregunté.

— Vamos a entrenar ahí o sólo a bañarnos?
— Aquí vamos a bailar.


Tírame​



Celia me abrazó y habló con la habilidad de siempre para conseguir redirigirme y calmarme. Mientras seguía de nuevo su hipnótico culo hacia las escaleras, también me ayudó pensar que, finalmente, todo acabaría como una decepción para ambos, Yo no me la acabaría follando y ella se daría cuenta de que lo de mi poder hipnotizador no era más que su inmensa capacidad de sugestión magufa.

Sin embargo, en cuanto levantó un pie y pude ver algo de su ojete y la línea de su coño, enmarcados en esas nalgazas de diosa, tuve que concentrarme de nuevo y respirar. Aún así, no pasaron cuatro peldaños hasta que alargué la mano y agarré su culo.

Ella deceleró y su mano fue a buscar la mía para acariciarla y presionarla contra sí. Subió las escaleras muy despacio, sujetando mi mano en su culo.

Al subir, me pidió que cogiese agua del frigorífico para sacarla, y aproveché para disfrutar su forma de abrir las puertas correderas para salir a la terraza. Se dio la vuelta y me miró antes de continuar andando hasta la barandilla.
Cuando llegué, se fue girando hasta mirarme, apoyando los codos en la barandilla, echando el pecho hacia atrás y cruzando el pie derecho tras el izquierdo, para que la leve apertura de la pierna mostrase su coño, recibiéndome en una posición que no me permitiese relajarme del todo.

— Quítate el bañador, polla gorda. — dijo, mirándome entre las piernas.

Sonreí mientras me lo quitaba, y mi rabo aparecía, saltando y manteniéndose apuntado hacia delante; pero, al menos, ya sin el dolor. Mi polla es gorda, por cierto. Algo más larga que la media nada más, pero muy gruesa.

Mi tía la miró, se pasó la lengua por los labios y se dio la vuelta, sonriente, hacia el enorme espacio vacío de ladera de montaña. Miró abajo, al río; pegó el vientre a la barandilla y sacó el culo hacia afuera. De esa forma, sus enormes melones sobresalían y, probablemente, se verían bastante bien desde la terraza del restaurante, unos veinte o treinta metros más abajo, a la izquierda en la misma ladera.

La barandilla era metálica, recia, segura, pero daba al precipicio. Las vistas caían cientos de metros y me produjo cierto vértigo verla así. Escalo desde niño con mamá y no tengo vértigo por mí mismo, pero nunca he podido superar el vértigo que me da ver a otros cerca de un precipicio, colgados de una pared o incluso asomados a una ventana.

MIentras yo soltaba el bañador en la tumbona, dijo, girando levemente la cara:

— Pégate a mí por detrás. — Y, mientras me acercaba a ella — pon la polla donde la tengas cómoda, entre mis muslos o en la raja de mi culo.

Me la empujé hacia abajo justo cuando estaba cerca, para poder rozarle con el capullo el ojete que se había estado follando con el dedo delante de mí hacía unos minutos. Sólo después de escuchar el pequeño gemido que conseguí sacarle di el último paso y la metí entre sus muslos. La agarré de la cadera con la izquierda, empujándola, mientras mi mano derecha iba a su clavícula, sujetándola y atrayendo su espalda contra mi pecho.

— Mmm… toro… muy bien. Me empujas con la polla y me sujetas con las manos.
— Te empujo con la polla y te sujeto con las manos.
— ¡Ha! Has estado rápido. Pero no hemos empezado.
— Ah, pues sonaba igual.

Acerqué mi boca a su oreja mientras hablaba, y sentí su risa a través de todo el cuerpo, pero en particular en la punta de mi polla, por el frotamiento brusco contra su coño y sus muslos. Miré al vacío mientras acababa de acoplarla. Mi cuerpo pegado al máximo, mi rabo saltando y acomodándose de nuevo pegado a su raja, y su cuerpo más recto que antes.

— No paras de latir, cielo. — me dijo, girándose levemente y pegando su mejilla a mis labios — Iba a empezar diciéndote que me agarrases como si me fuera a caer. Y es lo que te ha salido sin decírtelo.

Extendí los brazos para rodearle el cuello con una mano y agarrarle la teta izquierda, por arriba, metiendo tres dedos bajo su axila y uno tocando su hombro. La otra bajó a su muslo, rodeándolo con los dedos hasta llegar a su coño, con el pulgar subiendo a su cadera y abarcando todo lo posible.

Noté cómo el interior de sus piernas estaba ya manchado de mi líquido preseminal mientras sentía la humedad de su coño sobre el tronco de mi polla.

— Concéntrate. — Dijo. Y su cuerpo se tensó un poco contra mí. — Y empieza.

Respiré hondo. Me concentré en todas las partes de mi cuerpo que la tocaban y respiré, obligándola en mi mente a respirar a mi ritmo. Mis manos, agarrando su teta y su muslo, la apretaban, expandiéndola hacia afuera, cuando mi pecho se hinchaba contra ella. Mi polla latía con mi respiración y sentí que mi capullo se abría paso en su raja.

Intenté enfocarme en todas las piezas. Mi polla latía, rozando sus muslos con cada respiración. Esta vez sentí el eco de mi propia voz acavernada desde la primera palabra.

— Una mano está en tu corazón, y bombea la sangre. La otra aprieta tus pulmones para que traigan el aire…

— Así…

— Y mi mano en tu coño está contando los hijos que puedes darme.

— Ahá…

— Cuando muerda tu cuello estaré dentro de tu cabeza. Y todo lo que no sea yo está de más. Despéjala, porque no puede haber nada, o me iré.

Celia no respondió, y, por primera vez, sentí como si algo se encendiese dentro de ella al mismo tiempo que algo en sus músculos se apagaba. En ese momento aún no hubiera podido decir qué partes de su sistema nervioso estaban activas en qué medida y para qué. No las podía sentir con claridad. Pero esa fue la primera vez que sentí el interruptor.

Y cambió de nuevo. Pocos segundos después de encenderse dentro, se apagó; antes de que Celia hablase, aunque no sabía qué iba a decir, sí sabía que iba a referirse al precipicio.

— Imagina.. que me tiras. Tienes que desear tirarme de verdad.

Abrí los ojos para mirar al vacío, más allá de sus enormes tetas. La agarré con más fuerza y lo visualicé a mi manera. No la tiraba, sólo la dejaba caer. Apenas la empujaba con la palma de una mano en la cadera al soltar la presa. La otra mano sólo dejaba de sostenerla por el pecho y la axila. Su cuerpo se inclinaba hacia adelante, cayendo al vacío en silencio.

En esa visión, el sonido no era el mío, sino el viento en sus oídos durante la caída. Y la sensación del aire golpeándome también era la de su cuerpo bajando hasta el riachuelo.

Abrí los ojos y miré al cielo.

— Lo has visto, ¿verdad? — Me dijo, con una voz débil y extremadamente aguda que intentó recomponer usando el diafragma y retrayendo con ello el culo. Mi polla se abrió paso un poco más entre los labios de su coño y el capullo recibió algo de aire fresco al empezar a asomar por el otro lado. — Ahora… haz que sienta que sin ti me caería, cielo. Que eres lo único que me impide caer doscientos o trescientos metros.

La concentración había hecho que el dolor de huevos desapareciera. Respiré hondo de nuevo y hablé.

— He cogido tu corazón y tu voz. Me he llevado tu útero. El hambre que tienes no puede saciarse sin mí. Y, si me voy, te caerás entre lágrimas. He visto el hueco en tu alma y lo he agarrado con una cadena para que sea siempre hambre. — Y mi polla volvió a doler de repente al decir “hambre”, saltando tan fuerte hacia arriba contra su coño que sentí claramente cómo un tercio de mi capullo estaba empujándola y abrazado por su raja — Yo puedo llenarlo, y tú no.
— hfuu… — un golpe de aire oclusivo salió de su boca mientras volvía a sentir el interruptor, el cuerpo apagarse y lo que me pareció una luz dentro de ella, encendiéndose.

— Cuando te levantes tendrás ya mi semilla dentro. Tendrás semen, tendrás palabras y tendrás las risas y los llantos que yo te haya dejado. Cada vez que pienses sentirás que piensas tú, pero sabrás que soy yo.

Y Celia sólo me escuchaba.

Y sentí el acelerón nervioso por primera vez. Como si un millón de diminutos latidos intentaran coordinarse para pelearse conmigo.

— Es el viento el que te ha metido mis manos dentro. Y me lleva el resto. Y cada golpe de brisa saca lo demás, y me más deja dentro. Y no quiero ver nada que no sea yo.

Su brazo derecho se soltó de la barandilla como si lo hubiese arrancado. La mano de mi tía fue hacia su clítoris muy despacio y se tocó a tientas, como si no supiese dónde estaba. Después, continuó el movimiento hasta tocar la punta de mi polla, acariciándola en círculos con un dedo.
Y comenzó a masturbarse lentamente. Continué hablando.

— Te está llamando el vacío y te sostengo yo. Tira de ti, pero le he dicho que no. Y no piensa dejarte llegar nunca, quiere que caigas para siempre. Y que te arrepientas para siempre de no haberme dado lo que es mío.

Mi voz me sonó no sólo acavernada esta vez. Sentí el eco en su cuerpo como si gritase a una garganta de montaña. Al mismo tiempo, las palabras salían más cortadas y precisas. Creo que fue la primera vez que me reconocí como una voz, o que sentí que eso era algo con entidad propia.

Ella no respondió. Su respiración se hizo más profunda. Sentí su pulso acelerarse bajo mi mano en el cuello y los millones de pequeños latidos agolpándose en distintas partes de su cuerpo. Su coño se mojó más contra mis dedos y contra mi polla.

Pasaron minutos. El viento soplaba leve, el precipicio quieto.

Finalmente, respiró hondo y sentí cómo su cuerpo volvía y ese interruptor cambiaba, haciendo desaparecer esa luz, el enganche interior. Su pecho se infló contra mi brazo y llevó la mano con la que se masturbaba hasta mi antebrazo, que seguía sujetándola con fuerza.

— Eres increíble, torito. Seguramente, el mejor.

Le sonreí, le dejé espacio y ella, al mismo tiempo, giró sobre sí. Mi polla salió de sus muslos y la humedad que llevaba se paseó por su muslo hasta que el capullo se depositó en su vientre.

Sus ojos brillaban. Sus mejillas bronceadas estaban coloradas y sus labios hinchados y húmedos.

Se separó de la valla, cogiéndome de la mano, y me llevó dentro, hacia las escaleras.



Viólame​




El aire húmedo nos recibió de nuevo mientras bajábamos.

Caminábamos en silencio, y yo miraba su culo moverse con una sensación nueva. Estaba seguro de que iba a correrme en él.

Le solté la mano para poder ver desde fuera cómo se metía al agua. Se metió despacio, sin mirarme. El culo y el coño que con total seguridad iba a follarme se metieron en el agua. Al verlo, tuve un pequeño sobresalto. Sentí cómo el agua caliente hacía contacto con su ojete y su coño. Y no pude salir de esa sensación hasta que creí sentir lo mismo en sus pezones, cuando dio la vuelta y sus tetas se sumergieron tras flotar un poco en la superficie.

El agua caliente me envolvió las piernas, luego el torso y la polla aún dura.

Celia se levantó. El agua le llegaba a la cintura.

— Abrázame. — dijo, acercándose a mí.

Me puso las manos en los muslos. Yo pasé los brazos por sus caderas, pegando mi pecho al suyo y disfrutando de un latigazo por todo el cuerpo al sentir sus melonazos aplastándose contra mí.

— Piérdeme cielo, pero piérdeme a tope. Voy a defenderme todo lo que pueda, lo prometo. Pero no me lo vas a permitir.

Le tiré un beso suave en los labios, sin pensarlo. Apretó sus manos contra mis muslos con fuerza, clavándome los dedos, mientras su cabeza bajaba a mi cuello.

— Concéntrate. Tienes que estar dispuesto a violarme. Si no ganas, tienes que estar dispuesto a violarme. O matarme si me resisto.
— No voy a violarte.
— Pues tienes que querer hacerlo. Que estar dispuesto. Completamente. Corro el riesgo.

Y, diciendo eso, cogió mi polla con una mano y la volvió a meter entre sus piernas. Creí entenderla y no volví a protestar. Me ocupé de visualizar esa idea, y la formulé en mi cabeza.

“Celia, si no te doblegas, te follaré a la fuerza. Estaré violándote ininterrumpidamente, para siempre. Y si te resistes una sola vez, te mataré, te devolveré a la vida y te volveré a violar. La única forma de evitarlo es entregarme cada célula de tu cuerpo. Tu única escapatoria de la tortura es convertir cada célula de tu cuerpo en mi propiedad, en mi puta. Hazlo y será una cesión armoniosa que se adapte feliz a cualquier cosa que desee hacerte. Las opciones son sólo ser mía en el orden o en el caos. Pero no hay escapatoria.”

Nunca hubo unas palabras mágicas, pero siempre hubo unas ideas. Algo ajeno a mí y a la dominada me lleva dentro. Y entonces lo más doloroso es siempre echarme.

Nos abrazamos más fuerte y sus manos fueron a mi culo.

— Tú me llevas. Tú me mueves. — dijo.

Cogió mi polla con una mano. La guió entre sus piernas, sonriendo. La pegó a su coño, apretando los muslos para que quedara atrapada ahí.

La cogí del culo con las dos manos y le apreté las nalgas. Después dejé una haciendo presa y llevé la otra a su cabeza, agarrando su pelo mojado con fuerza y empujando después su cabeza contra mí.

Y empecé a movernos.

La giré despacio en un círculo, llevándola conmigo. Respiré y continué mi letanía interior. Cambié de dirección, girando al revés. Luego la levanté levemente y giré más rápido para que sus pies dejaran de tocar el fondo.

— La luz está girando Celia, tira de ti hacia dentro.

Ella se dejó llevar. Suspiró y sus brazos, caso caídos, subieron hasta mi cuello.

— Te has apagado fuera. El enganche es mío ya.

Giré más rápido, luego lento de nuevo. Su piernas se abrieron. La izquierda se apoyó en mi muslo, apretando, y la otra me abrazó del culo. La levanté un poco, apretándola contra mi polla, y su coño latió con fuerza. Y no paró, mientras intentaba seguir concentrado.

Me mordió el cuello.

— Se ha encendido ya, Celia. Ahora te diré lo que tienes dentro.

Sus piernas se cerraron sobre mi culo y fui yo el que retrajo la polla, pensando que se le iba a colar dentro. Ella gimió. Me clavó las uñas en la espalda mientras un sonido gutural no lograba salir de su boca. Parecía un leve “no” incapaz de ser vocalizado, pero se fue ahogando hacia dentro, cayéndose de la garganta al pecho.

Giré otra vez, cambiando dirección, y la empujé contra la pared del jacuzzi, que era la pared de la propia sala. Me empujó de la cara con una mano mientras su lengua saltaba a chupar mi cuello. El agua empezó a salpicar mientras la agarraba con fuerza y ella convulsionaba contra mí.

Su respiración se aceleró, gimiento más y más con cada frase. Empezó a golpearme el culo con los talones y a apretar el coño contra mí. Hice todo lo que pude para seguir concentrado.

Sentí el eco antes de empezar a emitir el sonido.

— Soy una voz, y ya estoy dentro.

Sentí un leve temblor en su cuerpo. Sus muslos se aflojaron un poco, luego apretaron. Su cabeza cayó hacia atrás un segundo, apoyada en la pared, y sus piernas fueron cayendo por mis muslos hasta llegar al suelo del jacuzzi.

Entonces supe que estaba perdida del todo. Su cuerpo caía y la sostuve cuando mi polla estaba a punto de clavarse en ella. Sentía su coño latir por dentro sin tocarla.

— De pie, Celia.

Y obedeció. Al separarme, vi sus ojos entrecerrados mientras intentaba equilibrarse.

La observé. Su preciosa cara de ojos grandes. Sus labios espectaculares.

La besé con ansia. La cogí de la cabeza y le metí la lengua en la boca hasta donde fui capaz.


Mis manos fueron a sus tetas, apretándolas con violencia. Los pezones se endurecieron bajo mis palmas como piedras y sus manos fueron a mi polla mientras una de sus piernas viajaba a mi culo, atrayéndome hasta que mi capullo presionó contra su raja.

Empujó su coño contra mí lo que pudo, haciendo que la punta de mi rabo se le metiese. Lo hizo como un bebé lanzando un juguete. Como si no pudiese coordinar la búsqueda de mi polla.

Y sus labios respondieron torpes, lentos. Como si estuviera lejos. Su lengua se movía hacia un lado.

Llevé mi mano a su coño. Y, más que gemir, expulsó el aire de sus pulmones.

— Ahh…

Restregué mi polla por su coño con la mano, frotándosela por la raja y golpeando su clítoris.

Era mía. Un montón de carne caliente deseando que me la follara. Pero la semana anterior me estaba comiendo la boca con ansia y restregándome las tetas mientras se masturbaba.

Y me asusté. No lo hubiera pensado antes, pero la cogí de la cara con ambas manos y me separé un poco de ella. La acaricié con los pulgares en las mejillas.

— Tía. Celia. Vuelve.

Ella balbuceó.

— Era… fieeeer fiera… tonio.. aeee uae.. fieera… toniobrón.. scuju… sujugo… sujubo…

La agité suave por los hombros con una mano.

— Apaga dentro, estoy aquí fuera contigo. Venga, tita, ven.

Esperé unos segundos. Sus ojos bajaron y se abrieron de par en par. Levantó la cabeza mientras su boca también se abría hasta el límite. Los ojos se le salían de las órbitas cuando la mueca de la boca se abrió aún más a los lados en una sonrisa pasmada

Y de su garganta salió un “¡HAH!” que llegaba desde el diafragma como un disparo.

— ¡Niño! ¡Niño!

Y diciendo esto me agarró de la cabeza y me besó, pegándose a mí. Sus tetas se volvieron a aplastar contra mi pecho y me metió la lengua en la bocs, gimiendo. Me mordió los labios y me los chupó por unos segundos, hasta que bajó el ritmo.

— Uff… niño… Me has perdido del todo, del todo. Estaba fuera.
— Más bien dentro, — Dije, sonriendo.

Y respiré hondo tratando de no darle la vuelta, ponerla contra el borde de la piscina y empezar a follármela.

Tía Celia miró hacia abajo y llevó su mano a mi polla.

Apretó mi capullo con fuerza e hizo un círculo sobre él. Su otra mano fue al tronco de mi nabo, lo abrazó y viajó por él hasta la base.

— Ufff… Joder… — Rebufé, mirando sus manos.

— Esto no se puede quedar así, mi amor. Ufff… ven… Ufff… No podemos follar, mi vida… Sal. Sal.

Me empujó hasta las escaleras de piedra que eran todo el borde de la piscina y que llegaban a las duchas tras el suelo de piedra encharcado.
— Túmbate… ahí.

Y dijo esto mientras yo salía de espaldas, empujado por ella, colocando el culo en los escalones hasta llegar al último. En cuanto coloqué el culo en la piedra, me empujó del pecho.

— Túmbate.

Saqué las piernas y le hice caso. Siguió en contacto con mi pecho y mi polla, saliendo conmigo y arastrándose a cuatro patas sobre mí.

Me besó mientras su mano trazaba círculos desde la punta de mi rabo hasta la base, muy despacio. Cuando su mano bajaba sobre mi polla, su boca se desencajaba de la mía. Y después volvía, buscando succionar mi lengua.

Apoyando la mano en la piedra, llevó sus tetas a mi boca sin dejar de trazar círculos, ahora exclusivamente sobre mi capullo.

— Cómeme las tetas, cielo… Cómemelas…

Y empecé a tirar lametones a sus pezones. Me aplastó las ubres contra la cara mientras mis manos las agarraban sin poder abarcarlas del todo para llevármelas a la boca, primero una, después otra.

Celia gemía mientras, con la palma de la mano, empezaba a frotar mi rabo por la parte inferior. Bajaba mientras su mano giraba, provocándome una sensación que me llegaba al pecho, como si no pudiese correrme pero, al mismo tiempo, me llevase al límite.

Bajaba hasta mis cojones y los estiraba hacia abajo por el escroto con apenas un roce del exterior de las uñas. Luego sus dedos llegaban hasta mi culo y volvían, sobándome los cojones hasta alcanzar de nuevo el rabo y encontrarse al final con mi capullo. Lo rodeaba en círculos con la mano y volvía a bajar.
Enseguida se incorporó sobre sus rodillas y llevó sus manos a mis corvas, tirando de ellas hacia arriba para levantar mis piernas y meter las suyas.

Y entonces empezó mi primera super paja. Celia me sonreía con una cara de zorra que no olvidaré jamás. Hacía, como supe más tarde, su mejor esfuerzo para no engullir el rabo con la boca o con el coño.

— Relájate…

Cruzó sus piernas bajo las mías. Agarró mis huevos con una mano, y con la otra usaba dos dedos para cruzar mi rabo hasta la base, apretándolo ahí. Sostuvo la presión mientras daba pequeños tirones y sobadas a mis pelotas. Sus dedos sobre mi rabo se apretaron más cuando la otra mano se apoyó en el perineo y me empezó a dar pequeños manotazos en los huevos.

— Pffua! — Me escupió en la polla y empezó a sobarme los huevos y el nabo con las dos manos, restregándome su saliva. — Yo me encargo de esto…

Y su mano empezó a subir desde la base hasta el glande, dibujando una espiral por él para después saltar y volver. Huevos, polla desde abajo, capullo, vuelta a empezar…

Y no me sentía dueño de mi eyaculación. Hace unos minutos podría haberme corrido restregándome cuatro o cinco veces contra su muslo. Pero, de repente, el placer parecía explotar en partes de mi verga que no conocía, y los chispazos eléctricos me surcaban el culo hasta la espalda.

No sé cuánto estuvo así, pero cada vez que lo hacía parecía que iba a correrme. Y no ocurría.

La miraba, con las tetazas entre sus manos, mirándome con cara desencajada de vicio y la lengua fuera. Y me pareció que estaba más guapa que nunca.

Su mano derecha empezó a apretarme la base, pulsando unos segundos, mientras la izquierda iba directamente a mi capullo en círculos, como si una mano quisiese sacarme la leche y la otra impedirlo. Bajaba corriendo a veces con los dedos, o me atornillaba el rabo con la mano izquierda.

Y nunca había recibido un masaje de polla semejante.

Y Celia sonreía, complacida, viendo mi cara de sorpresa.

De repente, pasó las piernas sobre mí, y sus manos se apoyaron atrás. Se arqueó hacia arriba, como si fuese a hacer el pino puente, pero se detuvo a medio camino, con el culo cerca de mi polla. Y la imagen maravillosa de su precioso coño apareció ante mí.

Bajó su culo sobre mí. y empezó a restregármelo por la polla.

Y bajaba, y volvía a subir…

Apoyaba su raja en mi polla y su cuerpo ondulaba, como lanzando el golpe contra mi rabo a través de sus nalgas.

Fue dejando cada vez más peso, así sobre mí, en sentido contrario, ambos mirando al techo. Hasta que mi capullo hacía contacto con su ojete y ella continuaba bajando, retrayendo el culo, volviendo a bajar las piernas para que mi polla llegase a contactar su raja, y vuelta a empezar.

— Ufff… Joder Celia…

Noté su risa en la polla, y levantó la pierna izquierda, colocándola cruzada sobre la derecha. Ahora estaba apoyada en sus manos, elevada sobre mi cuerpo y sobre un pie, guiñándome el ojo.

Retrajo la pierna hasta tocar con la rodilla en la piedra, mientra sus manos me rodeaban y volvía a acercar su cara a la mía.

— Fóllame las tetas, cariño. Sírvete.

Y, diciendo esto, me rodeó para cogerme del culo y ponerme de costado contra ella. Apoyó mi polla entre ellas y se llevó ambas manos a la espalda.

— Son tuyas.

La cogí de la cabeza mientras ella levantaba una pierna y se echaba mano al coño. Después, agarré su teta derecha y la estrujé, empezando a moverme.

Los gemidos de Celia competían con el sonido del agua y, cada vez más, el chuicc, chuicc de mi polla frotándose entre sus tetas.

Y ahora sí estaba a punto de correrme. Cogí su cabeza y la empujé hacia abajo. Sus labios se acercaron a mi capullo, que salía y entraba de entre sus melones con los empujones frenéticos de mi pelvis. Sacó la lengua para alcanzar mi rabo y empezó a darle lametones cada vez que lo tenía al alcance.

Cuando noté que era inevitable, empujé más su cabeza y apreté mi polla contra sus tetas, sus tetas contra mi polla, y apunté a su boca.

Cuando la leche empezó a salir, mis huevos estaban apoyados en sus melones, mi polla surcaba la mitad de ellos y el capullo estaba en la boca de Celia, que empezó a tragar y tragar leche mientras se azotaba el coño, corriéndose conmigo.



Chupa​



— Uummmm-uuouuummmaaammmmhhh… — gimió Celia al sentir mi corrida contra su lengua.
— Jo.. derrr…

Mis huevos, aplastados ahora contra los melonazos de mi tía, llevaban días sin descargarse, recalentados por la perspectiva del fin de semana. Cuando mi polla, incrustada entre sus tetazas, empezó a manar, su boca llevaba más de un minuto dándome lametones y chupadas en el capullo, cada vez que le emergía de entre las bufas.

Mientras le follaba las tetas frenéticamente, traté de estirar el movimiento y apuntar más y más a su boca, cogiéndola de la cabeza para acercarla, pero estaba tan requemado que era incapaz de frenar mis embestidas para concentrarme un segundo en mover mi cuerpo hacia arriba, dejando de pajearme con sus melones, y clavársela en la trompa. Así que me movía descontrolado contra ella, y el chuic chuicc de la follada de bufas se acompasaba con el sonido palmeante de los azotes que Celia se estaba dando en el coño.

Y la suerte, o su habilidad, quisieron que el primer disparo de la lefada entrase directamente en su boca mientras rodeaba mi glande, alcanzándolo con la lengua para succionarlo. Empezó a manar como un tiro en su boca, y retraje el movimiento de mi polla sin haber acabado ese primer y larguísimo chorro, que al salir impactó contra su mejilla y continuó, aún cuando empujaba el rabo manando de nuevo contra sus labios. Al percutir la boca con el capullo, sofoqué el gemido que Celia empezaba a emitir, mientras el mismo primer chorro seguía saliendo, volviendo a su boca, más profundo esta vez. Tras el empujón de leche en su garganta, ese primer chorrazo aún dio para, al salir otra vez, impactarle de nuevo en los labios.

Sentí la presión de mi corrida como nunca antes, y volví a empujar hacia su boca mientras el temblor se extendía por mi cuerpo y aflojaba mi espalda, concentrando la fuerza en mis caderas, nalgas y muslos.

Ella tenía la pierna levantada hacia arriba, como un perro meando, mientras se corría a chorros palmeándose el coño, y lanzó la cabeza contra mi polla con la lengua fuera, buscando recoger toda la leche posible. Seguí lefándole la cara, empujando la polla en su boca y resbalando por su lengua para entrar, mientras ella apretaba más su torso contra mí, haciendo que mis huevos produjesen también su propio sonido húmedo, estrujados contra las tetazas que me habían convencido de empezar todo esto.

Mi mano se engarfió sobre su cabeza y Celia gruñó al sentirlo, mientras mis empujones le estrujaban las tetas contra el cuello y la cara hasta que las tuvo pegadas a las mejillas, con mi rabo saliendo y entrando de entre ellas hacia su boca.

— Chupa… chupa… — Ordené.

Y, mientras decía esto y aún me estaba corriendo, sentí el interruptor en mi tía. Mi voz resonó en mi propia cabeza con un leve eco de armónicos volando alrededor de las sílabas.

Su cara y su boca seguían recibiendo lefazos, pero sus párpados vibraron rápido sobre sus ojos muy abiertos al escuchar la palabra por segunda vez, y su mano voló a mi culo para empujarme más contra sí.

Celia lanzó su otra mano entre nuestros cuerpos hacia mi capullo, cubriéndolo para aprisionarlo más contra su boca; se lo metió y lo mantuvo ahí, contrayéndose contra mi polla y comenzando a succionar. Empujó sus tetas hacia abajo con el mentón al abalanzarse así para mamar, engulléndome mientras la leche continuaba saliendo, y mi culo empujaba en tirones más pequeños, empezando a vaciar de verdad mis cojones en el fondo de su boca.

Celia acomodó la cabeza y empujó de nuevo, tragándome y haciendo que la leche siguiese manándole dentro.

— Gluggbb… gugggb..

Entonces su culo empezó a moverse, serpenteando con los muslos, haciendo que su torso lo siguiese, y moviendo con ello su cuello y su cabeza contra mi rabo, al mismo tiempo que presionaba desde dentro su boca succionando, su garganta tragándome.

— nGoG… nGOGgJJj…

Se movía contra mi rabo con todo el cuerpo mientras la corrida disminuía de intensidad y mis empellones se espaciaban, cortados, secos. Pero ella seguía tragando como si quisiera exprimirme. Respondí apretando su cabeza contra mi polla.

Seguí moviéndome, sabiendo que mi voz la estaba obligando. Pero no paré. Me dije a mi mismo que ya me la estaba lamiendo y le estaba lefando la boca antes de ordenarle que chupara.

Mi tía serpenteaba contra mi rabo despacio, en un movimiento tan hipnótico como he visto pocos, ni siquiera desde entonces. La luz, la humedad y la propia animalidad sexual que Celia ha emanado siempre hacen de esa primera mamada una de las visiones más impactantes de mi vida. Llevé mi mano derecha a su nuca y la izquierda a sus tetas, moviméndome contra ella e intentando ahora acompasarme a su ondulación.

— GloG… glUgb.. — Tragaba.

Aunque su cuerpo continuó serpenteando para lanzar ese movimiento absorbente de su cabeza contra mi polla, externo e interno, sus brazos fueron quedando laxos, concentrándose en su boca.

Y no paré de follarla. Los últimos lechazos entraron en su garganta tanto por su tragada como por mis primeros y fuertes empujones. Mis cojones casi se habían vaciado en ella, pero seguí moviéndome, despacio, follándole la boca mientras ella lamía y tragaba.

Salía de su garganta hasta su lengua, y ella respondía de inmediato enroscándomela en el capullo como una pitón. Sus gemidos se hicieron tenues y profundos.

Y seguí follándole la boca. Apretaba su nuca con fuerza, y su tetaza con ansia. La amasaba, agarrándola para empujarle el rabo una y otra vez, muy despacio, más calmado por la corrida reciente.

Le pasé las uñas de mi mano engarfiada por la cabeza y le agarré el melonazo clavándole los dedos en su parte inferior, intentando sin éxito abarcarlo completo mientras le sacaba la polla de la boca para restregársela por la cara.

— Ahhh… ufflaaaAAlAAammmMmm…

Celia siguió gimiendo mientras mi polla se pegaba a su cara y su ojo. Mis huevos se le aplastaban contra los labios y su lengua salía para saborearlos. Comenzó a bucear a lametones en ellos, mientras yo admiraba el cuerpazo de jaca mojado al que le estaba follando la cara.

Sus caderas seguían moviéndose casi imperceptiblemente, y pensar en bajar a follarme ese culazo me encendió nuevamente. Mi polla trempó, golpeando mi barriga al latir y su ojo al volver. Me conformaría con su boca esta vez, y ya decidiría en qué circunstancia coger su culo.

— Dios Celia, cómo me has puesto…
— Pfuaaammm… se dice… tita… cómo me has puesto…

Titubeé por un momento. Mi sensación no había cambiado, y estaba seguro de que la estaba sintiendo encendida por dentro; que el interruptor no había hecho “clic” de vuelta. Así que estaba, por así decirlo, hipnotizada. Pero me hablaba.

— Dame de chupar, cielo… amm… leeeaaAAahhh…

Chupaba mis huevos con ansia y tiraba lenguetazos una y otra vez contra el tronco de mi polla al terminar el lametón a las pelotas. Alargaba su lengua todo lo posible, reclamando de nuevo mi rabo en la boca.

— Ufff… como me pones, coño, que… calientapollas eres tita… ahhh… — y Celia chupó más fuerte al oirme, con los ojos muy abiertos, y su expresión de zorresca se intensificó.

Eché el culo para atrás todo lo posible, y volví a metérsela en la boca, despacio, pero esta vez hasta el fondo. Salí de nuevo, completamente, y se la empujé otra vez mientras ella me miraba con un hambre que no había visto en los ojos de nadie. La sensación de poder, la leve duda de si estaba o no hipnotizada, y la sensación indescriptible de su boca y su garganta calientes mitigaban una diminuta sensación de culpa y me enardecían aún más.

— GLOGG!! Aglogg… ahh sí.. así, polla calentita… mmMAAUUMGGOGGB… — gemía, tragando, lamiendo y mirándome alternativamente a los ojos y al capullo.

Y verla desatada, hablando de esa forma, con mi rabo por fin en su boca, no me permitió aguantar mucho. Me di cuenta de que, de nuevo, estaba a tope y a punto de correrme.

— Vas a tragar sin parar… tengo más leche.. para ti…

Y juraría que el sonido profundo, más bajo que lo gutural, que emitió en ese momento era casi un mugido. Un grito, no emitido, sino más parecido al que se hace tomando aire. Venía desde su pecho y se parecía más al sonido de un vocalista gutural metalero que a cualquier gemido que yo hubiese escuchado.

— jjuUwueEeoo.. wuUueoOooo… jjjugggouoOooOo…
La vibración de ese sonido endemoniado contra mi polla me hizo cerrar los ojos, clavársela y empezar a eyacular de nuevo. Las embestidas no hacían que mi cuerpo se separase de su cara, sólo empujaba contra la elasticidad de su carne y su garganta.

Empecé a soltarle leche de nuevo, directa en su interior.

Gemí mientras sentía que el grito me absorbía, y sólo podía soltar el aire por la nariz, con los dientes apretados y la boca cerrada.

Y mientras mi rabo seguía latiendo levemente y su grito diabólico se frenaba, le acaricié la cabeza.

Pronto apareció un sonido agudo, como una risa contra mi rabo. Un gritito feliz e infantil, satisfecho. Pero no paró de tragar y succionar hasta que yo la saqué de su boca y me sonrió.

La culpa me dio una pequeña punzada mientras mi tía reptaba besándome el torso y acercando su cara a la mía.

Sonrió y me acarició la cara, relamiéndose y chupándose los labios.

— Joder tita… eres increíble.
— Sí que me habías guardado la leche… Que rrrico estás, cielo… Te la seguiría mamando sin parar…
— Uufff… — dije, abrazándole la cabeza — Cuando te he dicho que chupes… creo que ha sido así como… demasiado persuasivo.
— ¿Quieres decir… que me lo has ordenado? ¿Que me lo has metido dentro? — y no estaba enfadada, sus cejas levantadas y su sonrisa me parecieron una celebración feliz de esa posibilidad.
— Creo que sí. No sé, estaba fuera de mí.

Celia cerró los ojos y respiró profundamente. Después, los abrió, pero frunciendo levemente el ceño y elevando sus pupilas hacia arriba.

— Bueno, la verdad es que ya estaba chupándotela. Pero al decir eso me has puesto a cien mil por hora. También recuerdo pensar ya en rechupeteártela la semana pasada, pero a ver… — llevó su mano a mi mejilla, apretándome y acercando su cara sonriente a la mía — cielo, te queda mucho por aprender, pero ya me has conseguido doblegar. Ya no puedo hacer mucho, y no voy a alejarme para protegerme de mi sobrinito pollón. Si tengo estas ganas locas de tragarme esa preciosidad porque me lo has grabado tú o no, no necesito ni saberlo. Así que estoy en tus manos, mi amor.

En ese momento, realmente pensé que, simplemente, estaba majara. Pero me pareció tan bella en ese momento que me daba igual. Si esa locura suya la llevaba a darme más momentos así, ni siquiera iba a ser capaz de luchar contra mí mismo para evitarlo.

— ¿Me queda mucho, pero muchísimo por aprender? — dije, metiéndole los dedos bajo el pelo para acariciarle la cabeza, rascándole levemente con las puntas de los dedos.
— Bueno.. — dijo, llevando su mano abajo y acariciando mi polla. — Tienes que conseguir hacerlo a distancia… y tienes que hacérselo a otras… Y al final, creo que conseguirás incluso hacerlo delante de todo el mundo, hablándole a alguien, y dominándola, sin que los demás se den cuenta.
— Dominándola.
— Sí, con hombres es distinto. Tu p… Tú… pues tú puedes ir explorándolo.

Ese titubeo, tan raro en ella, me pareció un subproducto de la excitación, o del efecto de tanto empujón en su boca. Ahora sé, porque Celia me lo dijo hace apenas una semana, que había empezado a decir lo siguiente (cito textualmente copiando mensaje de Nogram):

“Ese día me corté, pero empecé a decir algo que había elaborado cien veces en mi cabeza mientras te entrenaba:

Que tu padre podría enseñarte, si el muy imbécil no se hubiese largado como una rata cobarde y hubiese aprendido a hacerlo, como estás aprendiendo tú. Pero no puede ni podrá, porque, si le diera por aparecer, le arranco la cabeza y me cago en ella.”



Practica​




El siguiente fin de semana no hubo excursión. La tía Celia me llamó por Nogram desde el aeropuerto, diciéndome que tenía que pasar diez días fuera. Pero asegurándome que al siguiente fin de semana, sin duda, continuaríamos. Me pidió que practicase y me prometió ayuda a distancia.

— Vale tita, “ayuda a distancia”. ¿Eso cómo se hace?
— Pues puedo grabarte… Audios, quizá. Contándote cosas muy muy cochinas, para que te pongas a tono. Y te puedo grabar algún vídeo, si te comprometes a ser discreto.
— Vale, no está mal.
— Te puedo grabar… ¿Un relato erótico? O te cuento alguna cochinada sucia que haya hecho, o las cosas que podrías hacerme a mí y a quien quieras… Cuando llegue al hotel también puedo hacerte una videollamada y que me veas, y así me enseñas la polla.
— Vale, tita. — dije, sonriendo y disfrutando de verla tan explícita y desatada conmigo — Cualquier cosa servirá. Practicaré, pero ¿alguna guía para eso?
— Repite en tu cabeza las cosas que hemos trabajado, mientras hablas con otras mujeres.
— Lo de que sean mujeres empiezo a pillarlo, pero no lo tenía del todo claro. Siempre te refieres a mujeres.
— Sí, cariño. Ya hablaremos de eso, y de que todas las que no son una trampa son un animal.
— Vale, más cosas que estudiar. ¿Tú eres trampa de esas, o animal?
— Yo soy una trampa como tu mamá. Creo que tu hermana sí que es un animal.
— Vale, ¿se lo digo? — repliqué, intentando evidenciar la sorna al máximo.
— Ya se lo diré yo. Pero no es un insulto, nene. Las mujeres importantes son animales, no trampas.
— Vale Celia, pues ya me contarás.
— ¿Me dices “Celia” para cabrearme?
— Normalmente no… pero a veces un poco sí.
— Pues me voy a enfadar y voy a empezar a chincharte yo también.
— ¿Más? Si llevas un mes sacándome de mis casillas. — Dije mientras escuchaba de fondo, en el salón, unas notas al piano. Y cuando mi madre toca el piano siento la necesidad urgente de dejarlo todo e ir a sentarme en el sofá a escucharla y mirarla.
— Pues sí, más. Y voy a aprovechar el entrenamiento — su voz se hizo más grave, se notaba que quería regodearse —... hasta que me hagas callar cuando me porte como una perra insolente.. a guantazos, y metiéndome la polla en la boca.
— Joder tita, que voy a tardar en verte otra vez. Suave, porfa, poco a poco.
— Bueno… no te puedes imaginar la necesidad que tengo todo el tiempo de tragarme la polla del rey del mundo, niño. A lo mejor sí me has hipnotizado bien, dejándome la semillita ya despierta. Lo que sé es que cuando te agarre te voy a dejar los huevos secos. Te la voy a chupar tan fuerte que te van a salir los chiquillos peinaos.
— Halaaa… — y la verdad es que, después, no me decepcionó — Tomo nota.
— Ufff… te cuelgo que me pongo perraca, torazo.

Esa conversación fue el Miércoles de la semana siguiente.

Había tenido tiempo de tomar distancia respecto al jacuzzi y el viaje de vuelta, en el que Celia se recostó sobre mis piernas en el avión, con la chaqueta sobre la cara y mi polla en la boca, para pasar más de una hora chupando mi polla como una ternera. Dejé de creerme hipnotizador-follador. Decidí que mi tía estaba enfermizamente sugestionada, y había acabado hipnotizándome ella a mí con sus tetazas, su locura, y ahora su experta boca, haciéndome creer que era posible.

Me costó salir de lo que, me parecía, era una magufada autocomplaciente, apartando la convicción íntima que tenía de albergar aún sensaciones en mi mente que no eran mías, sino que venían de Celia, de su cuerpo conectado a mí por mi voz. La certeza profunda que tuve en el jacuzzi de que había agarrado su interior y le había grabado a fuego la necesidad de chuparme la polla con una orden seguía ahí.

Pero también estaban en mi cabeza mil sesgos de los que mamá me había enseñado a desconfiar. Era joven, pero ya había pasado certezas y desengaños, como que me casaría con Isabel o que algún día sería futbolista. O que era valiente, o que mi padre me quería. Pensando en esas cosas ya me resultaba fácil darme cuenta de que no debía confiar en creencia alguna.

Colgué el teléfono, salí de mi habitación y fui directo al salón.

Adoraba ver a mamá tocar el piano.

Su posición recta y perfecta, sus ojos casi siempre cerrados, la fluidez de su torso, habitualmente tan recto. Y su culo apoyado, y sus piernas abiertas, por supuesto. Sus tetas en movimiento. Su cara de ángel, concentrada y fuera del mundo, en una ausencia que me permite mirarla a placer como si sólo estuviese escuchando cómo toca el instrumento.

Las tetas de mi madre son espectaculares. No son las inmensas bufamelonarracas de Celia, pero el cuerpo esbelto de mamá hace que sus tetazas se vean enormes y destacadas. Su elegancia estirada las hace parecer, para mí, una provocación constante.

Mi hermana pasa por delante del salón, descalzándose porque sabe que a mamá le gusta el silencio cuando toca. Pasa de puntillas elevando demasiado las rodillas para hacer el payaso, dejándome ver el contorno de su nalga contra el mulo. El culo de mi hermana es francamente espectacular. Y en ese momento me doy cuenta de que las observo con demasiada lujuria. Y haberle follado la boca a mi tía no ayuda.

El culo de mi hermana dirigiéndose a la cocina se mueve con el balanceo natural de sus pasos y el añadido, creo en esa época, de un habitual contoneo autoconsciente. Me hace un gesto con las manos y el cuerpo: “Luego hablamos, voy a ducharme”, pero continúa hacia la cocina.

El culo de mi hermana está duro como una piedra y es joven y perfecto. Siempre me ha parecido que era increíble, pero en los últimos tres o cuatro años, desde que decidió usarlo constantemente como reclamo a su alrededor, ha sido una locura. La costumbre de usarlo como reclamo permanece en casa, en su forma de andar y en lo poco que le importa pasearse en tanga.

A veces, honestamente, echo de menos tener una relación más estrecha con ella. Pero, si eso no fuese posible no pudiese ser, me conformaría con que nos llevásemos mejor para poder mirar más regular e intensamente su culo sin tener que esconder mucho la mirada. En sus rutinas no veo oportunidades como las que me da mamá, tocando el piano en camisón, o, como hoy, con el top apretado y escotado que usa para hacer ejercicio en el jardín. Y con unos leggins de esos que te permitirían ver un DIU.

Había quedado con mi hermana Leo en que la llevaría a casa de Gloria hoy. Vive relativamente cerca, como a una hora y media. En la espectacular casa de su padre, Juan, en la misma orilla del mar.

Mamá dejó de tocar el piano y se levantó, girándose, como siempre haciendo un movimiento de dibujos animados.

— Me voy a mover un poco al jardín. ¿Vienes?

Mamá iba a hacer yoga, o como lo llamase. Pocas cosas eran más bellas que ver a mamá hacer eso. Quizá estar con ella, cuando en ocasiones me invitaba a aprender y me enseñaba con el ejemplo, teniendo yo la obligación, obviamente para aprender, de estar muy atento a su cuerpo estirado apuntando las tetas al cielo, o con sus piernas abiertas y el culo haciendo espirales de fibonacci en el aire.

— ¿A hacer yoga? — dije, para fastidiarla un poco.
— No es yoga. — dijo con frialdad, estirando el cuello hacia arriba y a la derecha, para mirarme con los ojos hacia abajo en un gesto que, para variar, la embellecía — Son ejercicios y estiramientos con buen criterio biomecánico. El yoga es un invento hippie de los 60, tiene de milenario lo mismo que los anillos de compromiso y los ninjas.
— Vale vale, ejercicio. No, no me apunto.
— Te vas a volver hippie y acabarás considerando que la ayahuasca es suficiente para mantenerse en forma y te alimentarás del sol.
— Lo del sol no, pero la droga es vida.
— Más te vale no hacerte hippie.

Me quedé pensando. ¿Podía intentar lo que acababa de ocurrírseme… Pero en lugar de con mi hermana, con mi madre? No, ni de coña. Mi madre me miraría fijamente con la ceja levantada, me cagaría de miedo y, en caso de que esta chorrada pudiese funcionar con alguien que no fuese mi tía la hippie loca, jamás funcionaría con mi madre. Pero podía concentrarme y charlar con mi hermana.

— Despierta, niño. — me dijo, elevando el brazo para chascar los dedos consiguiendo la mayor resonancia posible — ¿Estás seguro de que no quieres venir conmigo?
— Me voy a estudiar a mi cuarto — le dije.

Mamá se acercó y me tocó la cabeza, desde el cuello, en un gesto muy suyo, y siempre ejecutado de forma idéntica. No me acariciaba la cabeza de abajo a arriba, sino que empezaba en la parte superior de la espalda, casi en la nuca, abarcaba toda mi nuca con la mano y arqueaba los dedos sobre mi cabeza acariciándome con las puntas de los dedos hacia el centro de la parte posterior de mi cráneo; como si la agarrase, pero con dulzura, provocándome siempre un pequeño escalofrío de placer. Después, apoyaba más la palma para coger mi cabeza y se acercaba a darme un beso. Si tenía que decirme algo, lo hacía antes de separarse demasiado de mi cara.

— Eres guapo a rabiar. Te pareces a tu padre
— Qué va, esa es tu hija. Yo me parezco a ti, mamá.
— También es verdad.

Repetimos esas frases, a buen seguro, más de mil veces, mi madre y yo. Esa conversación, siempre idéntica. A mí me parecía un intercambio amoroso, sin más. Y lo de que me parezco a mi padre fue una mentira que me acompañó durante toda mi vida, hasta que, hace menos de un mes, le conocí. Al de verdad. Y vi que sí, que era cierto, y que me parezco mucho a él. Pero a Fernando, a quien siempre llamé “papá”, no, a ese no me parecía. Así que mi madre siempre habló de alguien distinto a quien yo creía que se refería.

La frase “También es verdad” era algo atípico en ella. Una de sus escasas muletillas. A mí me parecía una jerga íntima, una manera de resolver esa conversación repetida de manera amorosa y cómplice. Pero era una frase que nunca cuadró con su forma de hablar, con su discurso completamente desprovisto de muletillas o titubeos. Hasta ahora, nunca me resultó extraño. El hecho de que fuese jerga íntima explicaba la anomalía, a mi entender.

Ella, en realidad, no estaba usando una frase hecha. Me estaba diciendo que “también” me parecía a ella; sin insistir, pero sin tener que retractarse de su afirmación anterior. Cada vez que lo dijo estaba siendo tan precisa como en cualquier otro momento.

“Sí te pareces a tu padre” quedaba omitido, pero implícito en el “también es verdad”. Ella estaba diciendo “Sí, te pareces a tu padre, y también te pareces a mí”.

Mientras mamá salía al jardín por la puerta acristalada corredera, la miré de arriba a abajo, como siempre. Giré la cabeza y mi hermana aún estaba en la cocina, metiendo platos en el lavavajillas, y me alegré de llegar a tiempo de ver su culo empompado en movimiento. Pasé unos minutos mirándola por el rabillo del ojo hasta que acabó y se dio la vuelta.

— Bueno, ahora sí voy a ducharme. Me vas a llevar, ¿verdad? — dijo, cerrando la puerta del aparato sin mucho cuidado.
— Sí, claro. Pero me tendrá que dar un abrazo, al menos.
— Veeeenga, y dos también.

Ya había dado el paso, internamente. Pedirle el abrazo para intentarlo. Así que, cuando se dio la vuelta, me levanté y la seguí subiendo las escaleras mientras se dirigía a su habitación. Estaba decidido a hacer que mi hermana se desnudase delante de mí por primera vez en años.



Continuará.
 
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