Little Malay
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Hipnosis (1 y 2)
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1
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Hace un par de semanas de la reunión, y la experiencia me ha hecho reflexionar. Marian me advirtió de que no intentase dominar a ninguno de los presentes, pero hace mucho tiempo que no me hace falta. Esa semana tomé realmente conciencia de que no he hipnotizado a nadie en años. Y si no lo hago es porque ya no me es necesario o particularmente ventajoso, pero el camino hasta ahí ha sido lento, largo y progresivo.
Hay muchas cosas que quiero contar de ese camino, aunque quizá resaltaría, para empezar, un recuerdo clave: la primera vez que me corrí dentro de mi tía Celia, en el sofá del salón de mi casa, mientras mi madre, hipnotizada y sonriente, nos observaba a pocos centímetros. Aunque luego mi madre ocuparía el lugar de mi tía, y aunque en esa primera época acabé follándome también a mi hermana, a mis primas y a todas las hembras que quise, ese día fue especial.
Mamá estaba hipnotizada, pero Celia no. Se lanzó a engullir mi polla con desesperación y se abrió de piernas por el puro placer de entregarse la primera a alguien que podía hacer con ella lo que quisiera. Quería ser la sacerdotisa del Dios que ella misma había creado y la primera en llevar su semilla.
Yo aún tenía ciertas dudas. Y la presencia de mi madre me intimidaba, incluso mientras se desnudaba, sonriente y sumisa, a una orden mía. Una orden que la hipnotizada obedeció, pero que tuvo un impacto aún mayor en su hermana: perfectamente despierta, perfectamente consciente, la instigadora arrodillándose para convertirse en víctima y ofrenda.
— Cuando sepan que no pueden hacer nada para evitarlo… Cuando se den cuenta de que tu poder es absoluto… Se abrirán como flores… Así.. glub… — dijo, inclinada y engullendo mis huevos, mientras agarraba mi polla y gemía en un éxtasis religioso — y necesitarán… querrán de verdad que las uses… umm slurp… y las tendrás como perras en celo, bien despiertas y cachondas… serviles como animales… como yo, así… putas esclavas…
Yo era su gran obra y al mismo tiempo su nuevo amo, capaz de obligarla a actuar a mi antojo. Se vio a sí misma como una especie de desquiciada reina esclava. Y mientras yo miraba las tetas perfectas de mi madre, su cuerpo de diosa y la sonrisa lujuriosa que sustituía a su habitual gesto severo, mi tía me devoraba el nabo y escalaba por mis piernas como un dragón hasta montarse encima de mí, clavándose mi polla, mordiéndome el cuello entre juramentos de pleitesía y obediencia, y provocándome para vaciar mis huevos tirando de mi cerebro.
— Mírala… tu mamá hará lo que le pidas… puedes follártela aquí mismo… puedes sacarla a la terraza y que la vean chupándote la polla como una zorra… puedes hacerle suplicarte… “préñame cariño… Dame por el culo…”... o pasearla como a una perrita por la calle… eres un dios, mi amor… dame tu leche, la quiero… así, despierta… puedes hacerme lo que quieras… lo que quieras… córrete dentro de mí, te lo suplico…
En ese momento y lugar estaban presentes, de alguna forma, todos los pecados por cometer. Todos los ejes de mi vida futura estaban representados en algún rincón de ese acto enfermizo, con Celia cabalgándome poseída. Cuanto más lo recuerdo, más crece la sensación de que todo lo que tengo y todo lo que he hecho estaba ya formulado allí, en ese sofá y en ese salón.
Cogí a mi tía del cuello, provocándole con el ahorcamiento una carcajada de placer victorioso y una convulsión orgásmica que empezó a bajar sobre mi polla en forma de flujo. La abofeteé y le azoté el culo, insultándola. Después la agarré salvajemente de las tetas y la empujé a un lado hasta tumbarla en el sofá con la cabeza pegada al coño de mi madre.
Ordené a mamá que me diese la espalda y cabalgase la cara de la tía, mirando a la enorme cristalera del salón que daba a la finca.
— Y restriégale el coño por la cara a la zorra de tu hermana, mamá.
Y mi madre levantó la pierna, obediente, pasándola con una elegancia y una seguridad etéreas. Apoyó su rodilla en el sofá mientras me miraba sobre su hombro, y bajó su culo perfecto muy despacio sobre la cara de Celia, como si su coño fuese un pincel de precisión.
Y empezó a moverse sobre ella, hechizándome con el movimiento de su culo, mientras su hermana le comía el coño como una cerda buscando trufas, gimiendo y recibiendo mis embestidas, hasta que empecé a eyacular como un toro en su interior.
…
.
Me llamo Enrique, y esto empezó cuando tenía veinte años. Vivía con mi madre, Elena, en un chalet decente a las afueras. Mis padres se habían divorciado hace tiempo, sin grandes dramas. Mi padre se largó con otra, pero seguía mandando dinero.
Elena, mi madre, fue bailarina profesional, y fue mujer trofeo hasta que se convirtió en abogada. Es difícil no verla impecable: traje de chaqueta, pelo recogido, maquillaje imprescindible o tan bien elaborado que resulta invisible. Incluso en casa, en pijama, parece estar perfectamente arreglada. Y es, con todo, tan estricta como con su aspecto. Desde que tengo uso de razón se ha comportado como una mujer profundamente religiosa y conservadora.
Siempre trabajó y estudió, siempre fue responsable y cada cosa la hizo en su momento óptimo. Me tuvo con veinte años, y a mi hermana con 22.
La tía Celia es dos años menor que mi madre. Una chamana loca y voluptuosa, tan bella como mi madre pero con un estilo distinto en absolutamente todo. Su ropa, sus costumbres, sus ideas, su carácter y hasta la forma de sentarse. Y sin embargo, siendo tan distintas, siempre han sido uña y carne. Celia tiene dos hijas: Venus, la mayor, y Thais, la pequeña.
Sus tetas son enormes y probablemente son el por qué de todo esto. Sus tetas me obsesionaban de adolescente, y ella lo sabía. Cuando me propuso acompañarla a mi primer retiro de ayahuasca, lo cierto es que sólo pensaba en ver sus carnes cuanto más tiempo mejor, cuanto más desnudas mejor, y cuanto más cerca mejor. Sin ese par de inmensos melones y esos labios siempre húmedos, dudo que me hubiese interesado jamás por algo así.
Durante ese retiro, de hecho, mi tía estuvo más amable de lo normal, y pasó la mayor parte del tiempo achuchándome y restregándome las tetas. La tarde del domingo, tumbada sobre mis muslos y mirando a otro lado para dejarme admirar sus tetas a placer, plantó la semilla del mal.
— Qué voz tienes, Enrique, cariño... Es increíble. Seguro que podrías ser hipnotizador. ¿Lo has pensado?
— ¡Ja! No pienso tonterías, tita.
Se puso el puño en la cadera y sus melones se agitaron cuando puso un gesto de enfado.
— Que coño tonterías, niñato… Ya salió el incrédulo.
Me hizo muchísima gracia que usase el término “incrédulo” como algo peyorativo, pero no le di mucha más bola al asunto. Pero Celia lo sacaba cada dos por tres, cada vez que me veía e incluso por mensaje. "Tu voz, sobrino, es un don". Pero sólo me parecía un pique de broma con ella y seguí a lo mío: estudios, amigos y alguna novia que no cuajaba.
…
.
Un par de meses después, mamá organizó una cena de verano en casa. El chalet iluminado, la piscina lista y las imposiciones de etiqueta de mi madre, que no perdonaba ni siquiera tratándose de una celebración familiar bastante íntima. Consideraba esa noche de verano un acontecimiento y lo disponía todo con ceremonia, desde la limpieza hasta los asientos y mesas con todo lo necesario para pasar los distintos ratos reglamentarios en cada parte de la casa: la cocina antes de la cena, el salón durante, los postres y bebidas en la terraza, y más bebidas y canapés en la piscina durante el baño.
Tía Celia llegó despampanante: vestido ajustado y escote hasta el ombligo, aunque con la típica bisutería y los colgajos que le hacían sentir diferente e informal. Se pasó la cena y la sobremesa dándome el coñazo con la voz y la hipnosis. Me miraba embobada en cuanto abría la boca y me interrumpía para decirme lo fascinante, poderosa y mágica que era mi voz. Me parecía insufrible, pero se inclinaba siempre para compensarme mostrándome el baile de esos melonazos que tanto ansiaba.
Estaban todas: mi hermana Leonor, dos años menor que yo, con sus rizos y su risa fácil y adorable. Mis primas, Venus y Thais, charlando generalmente de chorradas. Y mi madre como una diosa sobre todos, impecable en su blusa blanca y sirviendo el postre como si alguien lo estuviese filmando.
Durante la cena, Thais me preguntó por mi ex, Isabel. Una chica de familia rica que me dejó después de un año y medio por alguien de su nivel. Nosotros vivimos bien: chalet, casa en la playa, dos coches buenos, pero no somos millonarios. Para la familia de Isabel era una diferencia importante. Para Isabel no fue importante hasta que lo fue.
Después de la cena tuve el placer de ver a mamá y a tía Celia, juntas junto a la piscina, listas para bañarse en bikini. El cuerpo de mi madre, firme y delgado con curvas perfectas. Sus tetas y su culo eran aún los de una chiquilla o los de una actriz de cine bien conservada a sus cuarenta tacos. El de Celia, más salvaje, siempre bronceado, con las curvas amplias y las tetas y el culo rebosando levemente cualquier prenda. Eran una pareja curiosa a todos los niveles. Las observases cuando y donde las observases.
No era la primera vez, pero recuerdo tener pensamientos sucios viéndolas allí. Y Celia, claro, continuó dando el coñazo.
— ¡Míralo! Un hombretón sólo rodeado de mujeronas guapas en bikini y sin saber hipnotizar todavía, Quique, cariño… Si es que no sabes lo que te pierdes…
Ignorando la cara de desaprobación que mi madre le dirigió cuando me dijo esas palabras, Celia me cogió del brazo, pegándome esas tetazas al brazo y al pecho, y susurrándome al oído para clavarme la idea en el cerebro.
— No te imaginas la vida que te espera si me haces caso.
Perfectamente consciente del efecto que tenía en mis hormonas, usaba la situación hasta casi suspender mi absoluta incredulidad.
Se levantó separando el pelo de su espalda con ambas manos y exhibiendo sus tetas. Se dio la vuelta y vi mejor cómo el bikini desaparecía como un hijo entre sus nalgas. Las demás chapoteaban: Leonor salpicando a Thais, Venus en la hamaca con el móvil, mi madre al borde, piernas en el agua, hablando con Venus de algo sin importancia.
— Mira alrededor, cariño. — dijo — Imagínanos obedientes a tu voz.
— Eso no funciona así, tita. — respondí, sintiendo un tirón contra mi bañador.
— Eso dicen. Y si no te vale, imagina a todos en el trabajo y en la facultad, igual de obedientes.
— Venga vale, me lo imagino. — traté de zanjar.
Lo cierto es que empezaba a vencer mis defensas aunque me lo tomase a broma. No creía que fuese mas que una de las pájaras místicas que mi tía tenía en la cabeza constantemente, pero era un veinteañero recibiendo halagos, atención y aprecio de verdaderos adultos. Es difícil que eso no tenga un efecto. Y empezaba a racionalizar pensando que, si bien no conseguiría “ser hipnotizador”, pasar tiempo con mi tía podía hacerme ganar su confianza y beneficiarme en el futuro con alguna oportunidad laboral.
Si conoces a mi madre fuera del trabajo no te sorprende que sea una abogada de alto nivel. Sin embargo, creer que la tía Celia era la directora de una gran galería de arte con sede en las principales capitales europeas me resultaba increíble incluso a mí. Si en ese momento hubiese sabido lo que había detrás no hubiese vuelto a hablar con ella fuera de las cenas de navidad.
...
2
...
Primero acepté estar escuchando durante días un par de archivos de audio que me mandó tía Celia para aprender las cosas básicas y un poco de historia del asunto que me pareció un montón de sandeces magufas, y que aún hoy resultan un poco fantásticas. Esperaba que con eso me dejase en paz.
Pero no lo hizo. Finalmente cedí cuando me prometió que, si no funcionaba, en un par de meses dejaría de darme el coñazo. Pero lo que en realidad me convenció fue el proceso que propuso. Me pidió que le dedicase un tiempo: unos cuantos fines de semana de excursiones dedicadas al asunto, ella y yo sólos. Ese día estaba con ella y con mamá en el salón. Tía Celia vino con unos pantaloncitos minúsculos que, en cuanto se sentó, parecían bragas; y con un top que parecía a punto de reventar, con sus tetas descomunales amenazando con salirse por arriba y por ambos lados. Así iba cuando me lo contó, abrazada a mí en el sofá, mientras mi madre a nuestro lado la apoyaba, diciéndome a mí que era buena idea descansar con mi tía de tanto estudiar. También le dijo a ella que, si no pensaba taparse, que al menos evitase sacarme un ojo o dar mucho que hablar por ahí.
Su idea era irnos los dos sólos al monte un Sábado. Luego, a una playa por la noche, para practicar en sitios tranquilos y naturales mi voz tras meditar y relajarnos. Nombró un albergue también, y algún sitio más que no escuché porque empecé a imaginarme a solas con ella. Planeaba acabar el periplo en un retiro de ayahuasca que ya tenía organizado para dentro de dos meses. Estaba segura de que para entonces habría logrado convertirme en hipnotizador. Obviamente, no pude resistirme a mucho tiempo al aire libre con sus tetas y sus labios dándome achuchones, con su culo a tiro de ojo y su desvergüenza habitual.
Cuando remató el discurso, apretando su mano contra mi pecho, sus tetazas contra mi brazo, y prometiéndome que me dejaría en paz si no funcionaba, me lancé a decir que vale, que me venía bien descansar los fines de semana y que, si prometía dejarme en paz después, teníamos un trato.
Más tarde supe que la sobreestimulación a la que me sometió Celia no solamente era el cebo para que fuese con ella y aprendiese; también era parte fundamental del proceso. Mi tía sabía que la excitación durante el aprendizaje e inicio del uso de mi voz eran claves para que mi capacidad se desarrollase y despertarse del todo. Mientras me ponía burro ya estaba, en cierto modo, preparando el entrenamiento. Cargándome los huevos como si fuese un depósito de gasolina.
Y ahí estaba yo, un sábado por la mañana conduciendo con ella a mi lado, recibiendo un espectáculo de carne. Desde que se montó en el coche, con uno de sus típicos vestiditos cortos por arriba y por abajo, y hasta que empezamos a practicar, no paró de llenarme el tanque. Mientras me acariciaba el hombro, sus piernas se abrían, cruzaban y descruzaban. Se giraba hacia mí, bien inclinada, para ofrecerme el festín aunque estuviese conduciendo. Antes de bajar del coche ya había visto sus bragas y había podido disfrutar de sus melones bailando más que en ningún otro momento. Aún no sostenía la vista en sus tetas o entre sus piernas, asustado ante la idea de que me parase los pies y se retraerse. No hacía falta, ella se estaba asegurando de calentarme a conciencia.
No perdió el tiempo en ningún aspecto. Fuimos al monte, al nacimiento de un río, y me hizo llevarme el bañador. Dimos un paseo hasta encontrar un sitio que le gustó y allí sentados en una piedra enorme, uno frente al otro con las piernas cruzadas, comenzó a guiarme en la meditación. Después me fue dictando, muy despacio, frases que yo debía repetir, e iba indicándome que subiese o bajase de intensidad y velocidad, qué ritmo usar o en qué tenía que pensar.
Celia se había asegurado de que esas primeras horas de entrenamiento ocurriesen en un lugar que, bajo la excusa de resultarle “mágico”, aseguraba que su cuerpo recibiese constantemente salpicaduras de agua de una pequeña cascadita junto al pedrusco.
La verdad es que también el ejercicio me resultó entretenido, y hubiese sido hasta relajante si, mientras estábamos en ello, no hubiese ido tan a saco. Mientras yo cerraba los ojos y repetía frases como…
“La luz está girando, con cuidado, y te acaricia antes de extinguirse”
“Una pequeña llama, como la de un mechero, entra en tu pecho y te produce un escalofrío”
… Pues ella se acercaba a mí a cuatro patas, haciendo bailar sus pechos en un bikini ridículamente mínimo; cerraba los ojos y ponía su mano en mi pecho para sentir mi voz también a través de la vibración de su mano. Y me daba más indicaciones, hablando despacio, susurrante, mientras yo miraba esos melonazos pendular delante de mí. Lo de la vibración era su objetivo declarado, claro, pero, como ya he dicho, su exhibición también parte de mí proceso de motivación por carga.
Por supuesto, me pajeé como un mono a la menor oportunidad, cuando me metí en una de las piscinas naturales mientras ella iba al coche. Durante esas semanas no paré de masturbarme pensando en sus tetas y ese culo espectacular.
Paramos cogidos de la mano y, entre achuchones, me dijo que lo había hecho muy bien y que ya estaba ansiosa por verme el siguiente fin de semana. Antes de montar en el coche me agradeció mi tiempo como un abrazo apretado, retorcido, para que pudiese sentir sus tetas en mi pecho desnudo durante mucho, mucho tiempo. Se apoyó en mí empujándome contra el lateral del coche, dándome besos en el cuello y acariciando mi cabeza, presionando y presionando esas berzacas y sus pezones duros… hasta que, estoy seguro, notó mi enorme bulto, sonrió, y dio por concluido el día.
…..
Durante los dos siguientes fines de semana fuimos a la misma playa. A una cala de piedras que, si bien estaba en una zona de playa normal, digamos urbana, se encontraba al final del pueblo y al final de una zona residencial; además, requería descender por una escalera inclinadísima de piedras y tierra. Así que no podía haber mucha gente.
Además de nosotros, el primer Sábado sólo había una pareja joven, tres chicas y un chaval que se metió a bucear.
Estuvimos mucho más tiempo que en el monte. Llegamos en torno a mediodía, comimos juntos allí en la cala y pasamos la tarde. Sin embargo el entrenamiento empezaba a la anochecer. Ambos fines de semana lo hicimos igual.
El motivo de ir temprano era enseñarme las tetas y ponerme enfermo. El primer día me dio la recompensa de verlas al natural, botando y bailando. Se retiró el bikini mientras me hablaba, para echarse crema solar en la espalda y en el pecho con ambas manos.
Se exhibió hasta ponerme enfermo, de manera constante. Tanto que me masturbé en el agua cuando aún no llevábamos dos horas allí (y eso que la noche anterior me la casqué sabiendo que íbamos a la playa), harto de ver a mi tía salir y entrar del mar, tumbarse a mi lado y hacerme arrumacos.
Al llegar la noche, el entrenamiento fue muy similar a los anteriores. Pero incluía una fase final en la que nos metíamos en el agua. Me llevó de la mano unos metros y, cuando el agua aún no había cubierto sus tetazas, me abrazó. Se acomodó en mi cuello y se aseguró de estar completamente pegada. Me pidió que repitiese palabras y frases con sus indicaciones, abrazados para poder sentir la vibración con todo su cuerpo.
Sí, obviamente, pensé en abrirla de piernas al volver a la playa y decirle “ahora vas a sentir la vibración de verdad”. Pero no lo hice. Era muy joven. Me abracé a ella y seguí sus instrucciones. Cuando mi polla tras el bañador hizo contacto con su pubis, restregándose hasta su vientre, sonrió, consciente de ello. Y me lo hizo saber con una sonrisa, acomodándomela con la posición de su cuerpo y diciéndome al oído,
— Sshh tranquilo cielo, es normal. Continúa, no te preocupes. Relájate y, si estás duro, disfrútalo sin más. Repite conmigo: “Dime que hay un sitio en tus ojos para mí”
— Dime que hay un sitio en tus ojos para mí.
— Muy bien, mi vida… suenas muy fuerte ahora. Dime “Descansa. Yo puedo ocuparme de tus manos ahora. Yo puedo ocuparme de tu boca.”
— Yo puedo…
Yo mismo sentí como mi voz se agravaba, bajando no sólo de tono, sino acavernándose, vibrando en mi pecho con fuerza. Trate de hacerle caso y percibir cómo las ondas de sonido y la energía de mi cuerpo se transmitían al suyo y como rebotaban y me devolvían una respuesta sutil.
— Cuando hables, recuerda que hablas con todo el cuerpo, y estamos pegados. Mi cuerpo responde, es inevitable.
….
..
El segundo fin de semana en esa cala, Celia consideró que debía darme más combustible y menos contemplaciones. Subió la intensidad con un bikini que parecía comprado en un sex shop y, en cuanto llegamos, me pidió que le pusiese yo la crema solar. La extendí por su espalda observando su culo hasta que me pidió que le pusiese también en el “culete”, una expresión que me hizo gracia, refiriéndose a esa maravilla generosa de culazo, bronceado y suave como la seda. La broma me recolocó por unos segundos en el mundo real, hasta que, tirando del bikini, se dio la vuelta sonriendo para que le echase en las tetas.
— No me las sobes mucho, pero dame también aquí, que el bikini no protege nada.
Y me sonreía mientras tocaba por fin de forma flagrante esas enormes bufas que me volvían loco desde siempre. Al menos las toqué de forma flagrante por primera vez en una década. Intenté hacerlo de forma amable, pero mis manos deceleraron involuntariamente para surcarlas completas durante el mayor tiempo posible. Sus ojos clavados en mí, con una sonrisa que pretendía resultar inocente e infantil, acabaron por viajar a mi entrepierna para cortar la corriente eléctrica que me surcaba.
— Venga que se te enciende la toma de tierra, ya las tengo bien.
Pero cada retroceso era para volver a darme un zarpazo. El bikini era aún más mínimo que los anteriores, y ella se aseguró a través de quejas constantes sobre su cuerpo de que yo no perdiese de manera constante una excusa conversacional para observarla y deleitarme.
En torno a las cuatro de la tarde decidió quitar la parte superior del bikini de la ecuación. Mirándome a los ojos mientras estábamos tumbados en las esterillas, se giró hacia mí y me preguntó con voz susurrante y grave si me importaba que hiciese topless.
“Encima con voz de zorra”, pensé. “No son formas, son alardes”. Pero le dije que no, que claro que no me importaba, faltaría más.
— No me da vergüenza, mis tetas aún están bien, aunque sea una vieja.
— No tía, tus tetas son increíbles.
— ¡Gracias, precioso!
Mientras hacía estos comentarios sobre sus soberbios melonazos, para asegurarse de que las observaba y no dejaba de hacerlo, se tiró del hilo del bikini para dejarlas libres. Rascándose levemente por los lados y acariciándolas justo antes de girarse para escanear a los pocos presentes en la cala. Ese día sólo había un grupo de seis o siete adolescentes, que debían rondar mi edad.
Como no, vio mi inmediata erección y no se privó de hacer un comentario al respecto.
— ¡Anda, te has puesto contento!... Vaya… es un gran halago que el futuro rey del mundo se fije en mí.
— Mucho rey ves tú, tita. — dije, tratando de evitar esos comentarios sobre el futuro real de algo que me parecía un pasatiempo sin más trascendencia que la de disfrutar al monumento de mi tía Celia. Pero ella cambió la voz a una que sí permitía creerse su trabajo, con un toque zorrón más intenso que antes.
— Cariño, el finde pasado me dejaste casi ko. Enseguida vas a hacer lo que quieras con quien quieras.
— Sugestión, tita, que tú te crees mucho estas cosas.
— ¡Que coño sugestión! Que soy chamana y maestra de chamanes, chiquilín. Llevo años enseñando a la gente y poniéndola a prueba. Y la mayoría no pasa mis pruebas ni para dirigir grupos. Y ya de hipnosis no veas… ningún supuesto profesional me ha hecho sentir lo que me hiciste sentir tú. Hasta la fecha, soy imposible de hipnotizar y ni siquiera había llegado a tener la sensación que tuve contigo.
— Bueno, genial si te lo pasas bien, pero es porque tú quieres que haga esto y te hace ilusión que salga bien.
— No cielo, no lo entiendes - dijo, incorporándose sobre sus rodillas, con las piernas muy abiertas, las tetazas libres al sol y cogiéndose el pelo con las manos tras la cabeza para separarlo de su cuello — no lo pase bien, lo pasé fatal. Sentía cómo mi cuerpo no me obedecía y me mareaba… cómo tú voz se me metía dentro y dejaba casi de poder escuchar el mar a mi alrededor.
— Vale tita, gracias, perdona. Si eso es lo que quieres, de acuerdo. Me alegro de que vaya bien.
Pensé que estaba loca, y sí, por primera vez pensé en qué, si realmente estaba tan zumbada, quizá podría hasta follármela. Me daba igual que fuese consciente o inconsciente por autosugestión. Ella se lo había buscado, y si se pasaba los días poniéndome cachondo y luego se sentía “poco dueña de sí” igual es porque era ella quien buscaba la excusa para hacer algo tabú y recibir un buen montón de carne joven follándose a su sobrino, al hijo de su hermana mayor, pervirtiendo al chiquillo responsable y educado, haciendo que la tratase como una zorrita calientapollas...
Y en esos pensamientos andaba cebándome mientras mis ojos se desenfocaban orientados a su coño y mi polla latía con fuerza. Tragué saliva al darme cuenta, y mi cerebro no encontró otra forma de arreglarlo mejor que, a continuación, clavar mis ojos en sus pezones perfectos. Me estaba mirando con una sonrisa y me habló para sacarme del trance.
— Te puedes meter al agua fresquita si te hace falta y aliviarte, cariño… Pero mejor aguanta un poco a que anochezca.
Y entonces mi polla recibió tanta sangre que hasta dolió.
Aquella tarde se acercó a pasear sus tetas por el otro lado de la cala, donde los adolescentes, y luego volvió a donde estaba yo, contoneándose y guiñándome el ojo, para tumbarse en mi pecho. Me sentí extremadamente orgulloso, sabiendo lo que pensarían, y la rodeé con el brazo, apretándola.
Esa noche, antes de meternos al agua, se quitó el resto del bikini mirándome fijamente mientras se lo bajaba, y me pidió que hiciese lo mismo.
— Si te voy a notar igual, mejor lo hacemos bien.
Me llevó de la mano al mismo punto que la semana anterior, me hizo hacer respiraciones profundas, me cogió de las manos canturreando y, finalmente, nos abrazamos para empezar el proceso. Ella declamaba y yo repetía.
— Hay un árbol al fondo del pasillo de flores…
— Hay un árbol al fondo del pasillo de flores..
— Escucha mi voz y busca sus colores…
— Escucha mi voz y atiende sus colores..
Como era de esperar, pronto el abrazo hizo que mi polla se pusiese como un mástil, empujando entre sus muslos. Sonrió mientras me acariciaba la cabeza y apretaba sus tetas contra mí, abriendo sus muslos levemente para dejar que mi erección continuase subiendo. Cuando alcanzó el techo de la raja de su coño cerró los muslos sobre ella, encajando mi empalme en el abrazo que buscaba con todo el cuerpo.
— Busca un hueco entre tus ojos y otro entre tus costillas… lleva mi mano a uno y mi voz a otro…
— Busca un hueco entre tus ojos y otro entre tus costillas… lleva mi mano a uno y mi voz a otro…
— fuuu… — exhaló aire con fuerza, con gravedad, casi articulando una “o” desde la garganta.
— uhhh — intenté repetir.
Entonces respiró hondo y traté de acompasar mi respiración, dejando paso a su pecho para hinchar el mío cuando ella soltaba el aire. Emitió unos ruiditos agudos desde la garganta que no pude reproducir y continué respirando con ella. Entre eso y el movimiento del agua, mi polla polla se restregaba entre sus muslos adelante y atrás, adelante y atrás…
— Dema un alo…
— Dema un alo…
Siguió respirando después de que yo repitiera la expresión, que no entendí. Su respiración se agitó cuando la apreté más, involuntariamente, con mi polla tocando su raja y hasta su ano, presionada entre sus muslos y bailando adelante y atrás; respondió a mi presión aumentando el vaivén, como ayudando al agua a movernos a ambos.
— Tita? — Pregunté cuando habían pasado muchos minutos y no decía nada, sólo continuaba acompasándose cada vez más a mi movimiento. Empecé a temer correrme sólo con ello.
— Mmm…
— Uff… tita, esto es mucho…
— Mmm…
— Madrina, que no soy de piedra, estoy…
— Mmm no cariño… no te preocupes… enseguida acabamos…
Aguanté, centrándome en la temperatura del agua, pero fue imposible. Su voz adormilada en mi cuello me puso incluso peor. Ni siquiera me pregunté si habíamos acabado el ejercicio, sólo pensaba en abrirle las piernas y correrme en su coño de inmediato.
Mi tía suspiró en mi cuello y me acarició la cabeza, lo que me permitió sentir su mano y sacar el foco de la raja de su coño ya frotándose mi polla.
Uff… cariño - dijo, separándose y dándome un beso suave en los labios - de verdad que estás cerca.
“Joder si estoy cerca”, pensé. “Empujo un poco y estoy dentro”.
Se separó de mí, me dio suave un beso en los labios y giró, soltando mi polla de entre sus muslos y tirando de mi mano para empezar a andar hasta la orilla.
La luz de la luna hubiese permitido verlo, pero ella iba delante. Fue cuando llegamos, a la pequeña pero intensa luz de la linterna que habíamos dejado junto a las toallas, que Celia me miró el rabo. No paraba de saltar.
— Uy, cariño, eso tienes que aliviártelo ya.
— Perdona tía, ¡ya te he dicho que soy humano!
— Sí cielo, y cargas bien. Ven, túmbate y tócate conmigo.
A pesar de todo lo ocurrido, de lo evidente que era su zorreo y de haber tenido la polla junto a su raja, no pensé que fuese posible escucharle algo así. En mis innumerables pajas, mi tía me permitía restregarme con ella, me lo permitía haciéndose la tonta inocente como siempre. No me pedia nada, sólo se rendía divertida a la inevitabilidad de mis pollazos incontrolados.
Nos tumbamos de costado, uno frente al otro, como habíamos hecho durante toda la tarde, pero más cerca. El pelo mojado y su cabeza cayeron sobre su brazo derecho y sus tetas brillaron como moles iluminadas por la linterna, mientras comenzaba a apretárselas con la mano izquierda.
— Pajeate cariño, anda. Conmigo…
Diciendo eso, llevó la mano izquierda desde sus tetas hasta su coño, acariciando su ombligo en el camino, y se hincó los dedos con un gemido, abriendo esos labios carnosos de forma que me resultó desquiciante. Me agarré la polla con la mano derecha y dejé caer mi cabeza sobre la izquierda, imitando su movimiento y mirándola a los ojos.
— ¿Son mis tetas lo que te pone así, cielo? ¿Te gustan mucho?
— Me encantan… Celia.. son perfectas… — Dije, mientras empezaba a cascármela tratando de acompasar mi ritmo al que ella tenía, pero machacándomela ruidosamente.
Se acercó, serpenteando de lado, hacia mí, como si sus dedos entrando y saliendo de su coño, al frotar su clítoris, movieran su cuerpo.
— No cielo… llámame tita… como siempre… no pasa nada… ahh…
Aceleré la masturbación cuando sentí su calor y sus tetas casi estaban de nuevo pegadas a mi pecho. Entonces llevó su cara muy cerca, estirándose mientras gemía, para besarme, lamiéndome los labios. Respondí comiéndole la boca, y entonces sus tetas se aplastaron contra mí y mi capullo tocó su ombligo. Pensaba bajar la polla hacia su coño, pero, mientras lo hacía, sus gemidos se aceleraron, sus dedos entraron y salieron de su coño más violentamente y eso hizo que soltara mi lengua. Me aceleró también a mí y empezó a balbucear…
— Me corro… me corro cariño… me corro…
Lo repetía una y otra vez aplastando sus tetas contra mí y nuestros brazos se tocaban cruzando las pajas con mi rabo frotándose en su estómago.
Entonces la leche empezó a salir a borbotones. Celia recibió el primer lechazo a presión desde su barriga hasta la parte baja de sus tetas. Se pegó a mi polla, atropellando mi capullo, que siguió mamando contra su cuerpo, y apartando mi mano para cogerme del culo.
— Así, cielo… así… ahh…
Instintivamente empecé a frotarme con ella mientras seguía y seguía lefando su piel. Abracé su culo para atraerla y eché la cabeza atrás mientras seguía restregándome contra ella y eyaculando como un burro.
Su mano salió de su coño y me agarró la polla, restregándosela, como apurando mi corrida, para después frotarse la leche por el vientre y los melones. Apoyó la frente en mi pecho diciéndome, sonriente.
— Vaya montón de leche, cariño.
— No podía más.
— Hoy… hoy casi me pierdo… estás muy cerca, mi amor… No me imaginaba que pudieras ir tan rápido… casi me pierdo…
Continuará.
...
1
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Hace un par de semanas de la reunión, y la experiencia me ha hecho reflexionar. Marian me advirtió de que no intentase dominar a ninguno de los presentes, pero hace mucho tiempo que no me hace falta. Esa semana tomé realmente conciencia de que no he hipnotizado a nadie en años. Y si no lo hago es porque ya no me es necesario o particularmente ventajoso, pero el camino hasta ahí ha sido lento, largo y progresivo.
Hay muchas cosas que quiero contar de ese camino, aunque quizá resaltaría, para empezar, un recuerdo clave: la primera vez que me corrí dentro de mi tía Celia, en el sofá del salón de mi casa, mientras mi madre, hipnotizada y sonriente, nos observaba a pocos centímetros. Aunque luego mi madre ocuparía el lugar de mi tía, y aunque en esa primera época acabé follándome también a mi hermana, a mis primas y a todas las hembras que quise, ese día fue especial.
Mamá estaba hipnotizada, pero Celia no. Se lanzó a engullir mi polla con desesperación y se abrió de piernas por el puro placer de entregarse la primera a alguien que podía hacer con ella lo que quisiera. Quería ser la sacerdotisa del Dios que ella misma había creado y la primera en llevar su semilla.
Yo aún tenía ciertas dudas. Y la presencia de mi madre me intimidaba, incluso mientras se desnudaba, sonriente y sumisa, a una orden mía. Una orden que la hipnotizada obedeció, pero que tuvo un impacto aún mayor en su hermana: perfectamente despierta, perfectamente consciente, la instigadora arrodillándose para convertirse en víctima y ofrenda.
— Cuando sepan que no pueden hacer nada para evitarlo… Cuando se den cuenta de que tu poder es absoluto… Se abrirán como flores… Así.. glub… — dijo, inclinada y engullendo mis huevos, mientras agarraba mi polla y gemía en un éxtasis religioso — y necesitarán… querrán de verdad que las uses… umm slurp… y las tendrás como perras en celo, bien despiertas y cachondas… serviles como animales… como yo, así… putas esclavas…
Yo era su gran obra y al mismo tiempo su nuevo amo, capaz de obligarla a actuar a mi antojo. Se vio a sí misma como una especie de desquiciada reina esclava. Y mientras yo miraba las tetas perfectas de mi madre, su cuerpo de diosa y la sonrisa lujuriosa que sustituía a su habitual gesto severo, mi tía me devoraba el nabo y escalaba por mis piernas como un dragón hasta montarse encima de mí, clavándose mi polla, mordiéndome el cuello entre juramentos de pleitesía y obediencia, y provocándome para vaciar mis huevos tirando de mi cerebro.
— Mírala… tu mamá hará lo que le pidas… puedes follártela aquí mismo… puedes sacarla a la terraza y que la vean chupándote la polla como una zorra… puedes hacerle suplicarte… “préñame cariño… Dame por el culo…”... o pasearla como a una perrita por la calle… eres un dios, mi amor… dame tu leche, la quiero… así, despierta… puedes hacerme lo que quieras… lo que quieras… córrete dentro de mí, te lo suplico…
En ese momento y lugar estaban presentes, de alguna forma, todos los pecados por cometer. Todos los ejes de mi vida futura estaban representados en algún rincón de ese acto enfermizo, con Celia cabalgándome poseída. Cuanto más lo recuerdo, más crece la sensación de que todo lo que tengo y todo lo que he hecho estaba ya formulado allí, en ese sofá y en ese salón.
Cogí a mi tía del cuello, provocándole con el ahorcamiento una carcajada de placer victorioso y una convulsión orgásmica que empezó a bajar sobre mi polla en forma de flujo. La abofeteé y le azoté el culo, insultándola. Después la agarré salvajemente de las tetas y la empujé a un lado hasta tumbarla en el sofá con la cabeza pegada al coño de mi madre.
Ordené a mamá que me diese la espalda y cabalgase la cara de la tía, mirando a la enorme cristalera del salón que daba a la finca.
— Y restriégale el coño por la cara a la zorra de tu hermana, mamá.
Y mi madre levantó la pierna, obediente, pasándola con una elegancia y una seguridad etéreas. Apoyó su rodilla en el sofá mientras me miraba sobre su hombro, y bajó su culo perfecto muy despacio sobre la cara de Celia, como si su coño fuese un pincel de precisión.
Y empezó a moverse sobre ella, hechizándome con el movimiento de su culo, mientras su hermana le comía el coño como una cerda buscando trufas, gimiendo y recibiendo mis embestidas, hasta que empecé a eyacular como un toro en su interior.
…
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Me llamo Enrique, y esto empezó cuando tenía veinte años. Vivía con mi madre, Elena, en un chalet decente a las afueras. Mis padres se habían divorciado hace tiempo, sin grandes dramas. Mi padre se largó con otra, pero seguía mandando dinero.
Elena, mi madre, fue bailarina profesional, y fue mujer trofeo hasta que se convirtió en abogada. Es difícil no verla impecable: traje de chaqueta, pelo recogido, maquillaje imprescindible o tan bien elaborado que resulta invisible. Incluso en casa, en pijama, parece estar perfectamente arreglada. Y es, con todo, tan estricta como con su aspecto. Desde que tengo uso de razón se ha comportado como una mujer profundamente religiosa y conservadora.
Siempre trabajó y estudió, siempre fue responsable y cada cosa la hizo en su momento óptimo. Me tuvo con veinte años, y a mi hermana con 22.
La tía Celia es dos años menor que mi madre. Una chamana loca y voluptuosa, tan bella como mi madre pero con un estilo distinto en absolutamente todo. Su ropa, sus costumbres, sus ideas, su carácter y hasta la forma de sentarse. Y sin embargo, siendo tan distintas, siempre han sido uña y carne. Celia tiene dos hijas: Venus, la mayor, y Thais, la pequeña.
Sus tetas son enormes y probablemente son el por qué de todo esto. Sus tetas me obsesionaban de adolescente, y ella lo sabía. Cuando me propuso acompañarla a mi primer retiro de ayahuasca, lo cierto es que sólo pensaba en ver sus carnes cuanto más tiempo mejor, cuanto más desnudas mejor, y cuanto más cerca mejor. Sin ese par de inmensos melones y esos labios siempre húmedos, dudo que me hubiese interesado jamás por algo así.
Durante ese retiro, de hecho, mi tía estuvo más amable de lo normal, y pasó la mayor parte del tiempo achuchándome y restregándome las tetas. La tarde del domingo, tumbada sobre mis muslos y mirando a otro lado para dejarme admirar sus tetas a placer, plantó la semilla del mal.
— Qué voz tienes, Enrique, cariño... Es increíble. Seguro que podrías ser hipnotizador. ¿Lo has pensado?
— ¡Ja! No pienso tonterías, tita.
Se puso el puño en la cadera y sus melones se agitaron cuando puso un gesto de enfado.
— Que coño tonterías, niñato… Ya salió el incrédulo.
Me hizo muchísima gracia que usase el término “incrédulo” como algo peyorativo, pero no le di mucha más bola al asunto. Pero Celia lo sacaba cada dos por tres, cada vez que me veía e incluso por mensaje. "Tu voz, sobrino, es un don". Pero sólo me parecía un pique de broma con ella y seguí a lo mío: estudios, amigos y alguna novia que no cuajaba.
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Un par de meses después, mamá organizó una cena de verano en casa. El chalet iluminado, la piscina lista y las imposiciones de etiqueta de mi madre, que no perdonaba ni siquiera tratándose de una celebración familiar bastante íntima. Consideraba esa noche de verano un acontecimiento y lo disponía todo con ceremonia, desde la limpieza hasta los asientos y mesas con todo lo necesario para pasar los distintos ratos reglamentarios en cada parte de la casa: la cocina antes de la cena, el salón durante, los postres y bebidas en la terraza, y más bebidas y canapés en la piscina durante el baño.
Tía Celia llegó despampanante: vestido ajustado y escote hasta el ombligo, aunque con la típica bisutería y los colgajos que le hacían sentir diferente e informal. Se pasó la cena y la sobremesa dándome el coñazo con la voz y la hipnosis. Me miraba embobada en cuanto abría la boca y me interrumpía para decirme lo fascinante, poderosa y mágica que era mi voz. Me parecía insufrible, pero se inclinaba siempre para compensarme mostrándome el baile de esos melonazos que tanto ansiaba.
Estaban todas: mi hermana Leonor, dos años menor que yo, con sus rizos y su risa fácil y adorable. Mis primas, Venus y Thais, charlando generalmente de chorradas. Y mi madre como una diosa sobre todos, impecable en su blusa blanca y sirviendo el postre como si alguien lo estuviese filmando.
Durante la cena, Thais me preguntó por mi ex, Isabel. Una chica de familia rica que me dejó después de un año y medio por alguien de su nivel. Nosotros vivimos bien: chalet, casa en la playa, dos coches buenos, pero no somos millonarios. Para la familia de Isabel era una diferencia importante. Para Isabel no fue importante hasta que lo fue.
Después de la cena tuve el placer de ver a mamá y a tía Celia, juntas junto a la piscina, listas para bañarse en bikini. El cuerpo de mi madre, firme y delgado con curvas perfectas. Sus tetas y su culo eran aún los de una chiquilla o los de una actriz de cine bien conservada a sus cuarenta tacos. El de Celia, más salvaje, siempre bronceado, con las curvas amplias y las tetas y el culo rebosando levemente cualquier prenda. Eran una pareja curiosa a todos los niveles. Las observases cuando y donde las observases.
No era la primera vez, pero recuerdo tener pensamientos sucios viéndolas allí. Y Celia, claro, continuó dando el coñazo.
— ¡Míralo! Un hombretón sólo rodeado de mujeronas guapas en bikini y sin saber hipnotizar todavía, Quique, cariño… Si es que no sabes lo que te pierdes…
Ignorando la cara de desaprobación que mi madre le dirigió cuando me dijo esas palabras, Celia me cogió del brazo, pegándome esas tetazas al brazo y al pecho, y susurrándome al oído para clavarme la idea en el cerebro.
— No te imaginas la vida que te espera si me haces caso.
Perfectamente consciente del efecto que tenía en mis hormonas, usaba la situación hasta casi suspender mi absoluta incredulidad.
Se levantó separando el pelo de su espalda con ambas manos y exhibiendo sus tetas. Se dio la vuelta y vi mejor cómo el bikini desaparecía como un hijo entre sus nalgas. Las demás chapoteaban: Leonor salpicando a Thais, Venus en la hamaca con el móvil, mi madre al borde, piernas en el agua, hablando con Venus de algo sin importancia.
— Mira alrededor, cariño. — dijo — Imagínanos obedientes a tu voz.
— Eso no funciona así, tita. — respondí, sintiendo un tirón contra mi bañador.
— Eso dicen. Y si no te vale, imagina a todos en el trabajo y en la facultad, igual de obedientes.
— Venga vale, me lo imagino. — traté de zanjar.
Lo cierto es que empezaba a vencer mis defensas aunque me lo tomase a broma. No creía que fuese mas que una de las pájaras místicas que mi tía tenía en la cabeza constantemente, pero era un veinteañero recibiendo halagos, atención y aprecio de verdaderos adultos. Es difícil que eso no tenga un efecto. Y empezaba a racionalizar pensando que, si bien no conseguiría “ser hipnotizador”, pasar tiempo con mi tía podía hacerme ganar su confianza y beneficiarme en el futuro con alguna oportunidad laboral.
Si conoces a mi madre fuera del trabajo no te sorprende que sea una abogada de alto nivel. Sin embargo, creer que la tía Celia era la directora de una gran galería de arte con sede en las principales capitales europeas me resultaba increíble incluso a mí. Si en ese momento hubiese sabido lo que había detrás no hubiese vuelto a hablar con ella fuera de las cenas de navidad.
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2
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Primero acepté estar escuchando durante días un par de archivos de audio que me mandó tía Celia para aprender las cosas básicas y un poco de historia del asunto que me pareció un montón de sandeces magufas, y que aún hoy resultan un poco fantásticas. Esperaba que con eso me dejase en paz.
Pero no lo hizo. Finalmente cedí cuando me prometió que, si no funcionaba, en un par de meses dejaría de darme el coñazo. Pero lo que en realidad me convenció fue el proceso que propuso. Me pidió que le dedicase un tiempo: unos cuantos fines de semana de excursiones dedicadas al asunto, ella y yo sólos. Ese día estaba con ella y con mamá en el salón. Tía Celia vino con unos pantaloncitos minúsculos que, en cuanto se sentó, parecían bragas; y con un top que parecía a punto de reventar, con sus tetas descomunales amenazando con salirse por arriba y por ambos lados. Así iba cuando me lo contó, abrazada a mí en el sofá, mientras mi madre a nuestro lado la apoyaba, diciéndome a mí que era buena idea descansar con mi tía de tanto estudiar. También le dijo a ella que, si no pensaba taparse, que al menos evitase sacarme un ojo o dar mucho que hablar por ahí.
Su idea era irnos los dos sólos al monte un Sábado. Luego, a una playa por la noche, para practicar en sitios tranquilos y naturales mi voz tras meditar y relajarnos. Nombró un albergue también, y algún sitio más que no escuché porque empecé a imaginarme a solas con ella. Planeaba acabar el periplo en un retiro de ayahuasca que ya tenía organizado para dentro de dos meses. Estaba segura de que para entonces habría logrado convertirme en hipnotizador. Obviamente, no pude resistirme a mucho tiempo al aire libre con sus tetas y sus labios dándome achuchones, con su culo a tiro de ojo y su desvergüenza habitual.
Cuando remató el discurso, apretando su mano contra mi pecho, sus tetazas contra mi brazo, y prometiéndome que me dejaría en paz si no funcionaba, me lancé a decir que vale, que me venía bien descansar los fines de semana y que, si prometía dejarme en paz después, teníamos un trato.
Más tarde supe que la sobreestimulación a la que me sometió Celia no solamente era el cebo para que fuese con ella y aprendiese; también era parte fundamental del proceso. Mi tía sabía que la excitación durante el aprendizaje e inicio del uso de mi voz eran claves para que mi capacidad se desarrollase y despertarse del todo. Mientras me ponía burro ya estaba, en cierto modo, preparando el entrenamiento. Cargándome los huevos como si fuese un depósito de gasolina.
Y ahí estaba yo, un sábado por la mañana conduciendo con ella a mi lado, recibiendo un espectáculo de carne. Desde que se montó en el coche, con uno de sus típicos vestiditos cortos por arriba y por abajo, y hasta que empezamos a practicar, no paró de llenarme el tanque. Mientras me acariciaba el hombro, sus piernas se abrían, cruzaban y descruzaban. Se giraba hacia mí, bien inclinada, para ofrecerme el festín aunque estuviese conduciendo. Antes de bajar del coche ya había visto sus bragas y había podido disfrutar de sus melones bailando más que en ningún otro momento. Aún no sostenía la vista en sus tetas o entre sus piernas, asustado ante la idea de que me parase los pies y se retraerse. No hacía falta, ella se estaba asegurando de calentarme a conciencia.
No perdió el tiempo en ningún aspecto. Fuimos al monte, al nacimiento de un río, y me hizo llevarme el bañador. Dimos un paseo hasta encontrar un sitio que le gustó y allí sentados en una piedra enorme, uno frente al otro con las piernas cruzadas, comenzó a guiarme en la meditación. Después me fue dictando, muy despacio, frases que yo debía repetir, e iba indicándome que subiese o bajase de intensidad y velocidad, qué ritmo usar o en qué tenía que pensar.
Celia se había asegurado de que esas primeras horas de entrenamiento ocurriesen en un lugar que, bajo la excusa de resultarle “mágico”, aseguraba que su cuerpo recibiese constantemente salpicaduras de agua de una pequeña cascadita junto al pedrusco.
La verdad es que también el ejercicio me resultó entretenido, y hubiese sido hasta relajante si, mientras estábamos en ello, no hubiese ido tan a saco. Mientras yo cerraba los ojos y repetía frases como…
“La luz está girando, con cuidado, y te acaricia antes de extinguirse”
“Una pequeña llama, como la de un mechero, entra en tu pecho y te produce un escalofrío”
… Pues ella se acercaba a mí a cuatro patas, haciendo bailar sus pechos en un bikini ridículamente mínimo; cerraba los ojos y ponía su mano en mi pecho para sentir mi voz también a través de la vibración de su mano. Y me daba más indicaciones, hablando despacio, susurrante, mientras yo miraba esos melonazos pendular delante de mí. Lo de la vibración era su objetivo declarado, claro, pero, como ya he dicho, su exhibición también parte de mí proceso de motivación por carga.
Por supuesto, me pajeé como un mono a la menor oportunidad, cuando me metí en una de las piscinas naturales mientras ella iba al coche. Durante esas semanas no paré de masturbarme pensando en sus tetas y ese culo espectacular.
Paramos cogidos de la mano y, entre achuchones, me dijo que lo había hecho muy bien y que ya estaba ansiosa por verme el siguiente fin de semana. Antes de montar en el coche me agradeció mi tiempo como un abrazo apretado, retorcido, para que pudiese sentir sus tetas en mi pecho desnudo durante mucho, mucho tiempo. Se apoyó en mí empujándome contra el lateral del coche, dándome besos en el cuello y acariciando mi cabeza, presionando y presionando esas berzacas y sus pezones duros… hasta que, estoy seguro, notó mi enorme bulto, sonrió, y dio por concluido el día.
…..
Durante los dos siguientes fines de semana fuimos a la misma playa. A una cala de piedras que, si bien estaba en una zona de playa normal, digamos urbana, se encontraba al final del pueblo y al final de una zona residencial; además, requería descender por una escalera inclinadísima de piedras y tierra. Así que no podía haber mucha gente.
Además de nosotros, el primer Sábado sólo había una pareja joven, tres chicas y un chaval que se metió a bucear.
Estuvimos mucho más tiempo que en el monte. Llegamos en torno a mediodía, comimos juntos allí en la cala y pasamos la tarde. Sin embargo el entrenamiento empezaba a la anochecer. Ambos fines de semana lo hicimos igual.
El motivo de ir temprano era enseñarme las tetas y ponerme enfermo. El primer día me dio la recompensa de verlas al natural, botando y bailando. Se retiró el bikini mientras me hablaba, para echarse crema solar en la espalda y en el pecho con ambas manos.
Se exhibió hasta ponerme enfermo, de manera constante. Tanto que me masturbé en el agua cuando aún no llevábamos dos horas allí (y eso que la noche anterior me la casqué sabiendo que íbamos a la playa), harto de ver a mi tía salir y entrar del mar, tumbarse a mi lado y hacerme arrumacos.
Al llegar la noche, el entrenamiento fue muy similar a los anteriores. Pero incluía una fase final en la que nos metíamos en el agua. Me llevó de la mano unos metros y, cuando el agua aún no había cubierto sus tetazas, me abrazó. Se acomodó en mi cuello y se aseguró de estar completamente pegada. Me pidió que repitiese palabras y frases con sus indicaciones, abrazados para poder sentir la vibración con todo su cuerpo.
Sí, obviamente, pensé en abrirla de piernas al volver a la playa y decirle “ahora vas a sentir la vibración de verdad”. Pero no lo hice. Era muy joven. Me abracé a ella y seguí sus instrucciones. Cuando mi polla tras el bañador hizo contacto con su pubis, restregándose hasta su vientre, sonrió, consciente de ello. Y me lo hizo saber con una sonrisa, acomodándomela con la posición de su cuerpo y diciéndome al oído,
— Sshh tranquilo cielo, es normal. Continúa, no te preocupes. Relájate y, si estás duro, disfrútalo sin más. Repite conmigo: “Dime que hay un sitio en tus ojos para mí”
— Dime que hay un sitio en tus ojos para mí.
— Muy bien, mi vida… suenas muy fuerte ahora. Dime “Descansa. Yo puedo ocuparme de tus manos ahora. Yo puedo ocuparme de tu boca.”
— Yo puedo…
Yo mismo sentí como mi voz se agravaba, bajando no sólo de tono, sino acavernándose, vibrando en mi pecho con fuerza. Trate de hacerle caso y percibir cómo las ondas de sonido y la energía de mi cuerpo se transmitían al suyo y como rebotaban y me devolvían una respuesta sutil.
— Cuando hables, recuerda que hablas con todo el cuerpo, y estamos pegados. Mi cuerpo responde, es inevitable.
….
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El segundo fin de semana en esa cala, Celia consideró que debía darme más combustible y menos contemplaciones. Subió la intensidad con un bikini que parecía comprado en un sex shop y, en cuanto llegamos, me pidió que le pusiese yo la crema solar. La extendí por su espalda observando su culo hasta que me pidió que le pusiese también en el “culete”, una expresión que me hizo gracia, refiriéndose a esa maravilla generosa de culazo, bronceado y suave como la seda. La broma me recolocó por unos segundos en el mundo real, hasta que, tirando del bikini, se dio la vuelta sonriendo para que le echase en las tetas.
— No me las sobes mucho, pero dame también aquí, que el bikini no protege nada.
Y me sonreía mientras tocaba por fin de forma flagrante esas enormes bufas que me volvían loco desde siempre. Al menos las toqué de forma flagrante por primera vez en una década. Intenté hacerlo de forma amable, pero mis manos deceleraron involuntariamente para surcarlas completas durante el mayor tiempo posible. Sus ojos clavados en mí, con una sonrisa que pretendía resultar inocente e infantil, acabaron por viajar a mi entrepierna para cortar la corriente eléctrica que me surcaba.
— Venga que se te enciende la toma de tierra, ya las tengo bien.
Pero cada retroceso era para volver a darme un zarpazo. El bikini era aún más mínimo que los anteriores, y ella se aseguró a través de quejas constantes sobre su cuerpo de que yo no perdiese de manera constante una excusa conversacional para observarla y deleitarme.
En torno a las cuatro de la tarde decidió quitar la parte superior del bikini de la ecuación. Mirándome a los ojos mientras estábamos tumbados en las esterillas, se giró hacia mí y me preguntó con voz susurrante y grave si me importaba que hiciese topless.
“Encima con voz de zorra”, pensé. “No son formas, son alardes”. Pero le dije que no, que claro que no me importaba, faltaría más.
— No me da vergüenza, mis tetas aún están bien, aunque sea una vieja.
— No tía, tus tetas son increíbles.
— ¡Gracias, precioso!
Mientras hacía estos comentarios sobre sus soberbios melonazos, para asegurarse de que las observaba y no dejaba de hacerlo, se tiró del hilo del bikini para dejarlas libres. Rascándose levemente por los lados y acariciándolas justo antes de girarse para escanear a los pocos presentes en la cala. Ese día sólo había un grupo de seis o siete adolescentes, que debían rondar mi edad.
Como no, vio mi inmediata erección y no se privó de hacer un comentario al respecto.
— ¡Anda, te has puesto contento!... Vaya… es un gran halago que el futuro rey del mundo se fije en mí.
— Mucho rey ves tú, tita. — dije, tratando de evitar esos comentarios sobre el futuro real de algo que me parecía un pasatiempo sin más trascendencia que la de disfrutar al monumento de mi tía Celia. Pero ella cambió la voz a una que sí permitía creerse su trabajo, con un toque zorrón más intenso que antes.
— Cariño, el finde pasado me dejaste casi ko. Enseguida vas a hacer lo que quieras con quien quieras.
— Sugestión, tita, que tú te crees mucho estas cosas.
— ¡Que coño sugestión! Que soy chamana y maestra de chamanes, chiquilín. Llevo años enseñando a la gente y poniéndola a prueba. Y la mayoría no pasa mis pruebas ni para dirigir grupos. Y ya de hipnosis no veas… ningún supuesto profesional me ha hecho sentir lo que me hiciste sentir tú. Hasta la fecha, soy imposible de hipnotizar y ni siquiera había llegado a tener la sensación que tuve contigo.
— Bueno, genial si te lo pasas bien, pero es porque tú quieres que haga esto y te hace ilusión que salga bien.
— No cielo, no lo entiendes - dijo, incorporándose sobre sus rodillas, con las piernas muy abiertas, las tetazas libres al sol y cogiéndose el pelo con las manos tras la cabeza para separarlo de su cuello — no lo pase bien, lo pasé fatal. Sentía cómo mi cuerpo no me obedecía y me mareaba… cómo tú voz se me metía dentro y dejaba casi de poder escuchar el mar a mi alrededor.
— Vale tita, gracias, perdona. Si eso es lo que quieres, de acuerdo. Me alegro de que vaya bien.
Pensé que estaba loca, y sí, por primera vez pensé en qué, si realmente estaba tan zumbada, quizá podría hasta follármela. Me daba igual que fuese consciente o inconsciente por autosugestión. Ella se lo había buscado, y si se pasaba los días poniéndome cachondo y luego se sentía “poco dueña de sí” igual es porque era ella quien buscaba la excusa para hacer algo tabú y recibir un buen montón de carne joven follándose a su sobrino, al hijo de su hermana mayor, pervirtiendo al chiquillo responsable y educado, haciendo que la tratase como una zorrita calientapollas...
Y en esos pensamientos andaba cebándome mientras mis ojos se desenfocaban orientados a su coño y mi polla latía con fuerza. Tragué saliva al darme cuenta, y mi cerebro no encontró otra forma de arreglarlo mejor que, a continuación, clavar mis ojos en sus pezones perfectos. Me estaba mirando con una sonrisa y me habló para sacarme del trance.
— Te puedes meter al agua fresquita si te hace falta y aliviarte, cariño… Pero mejor aguanta un poco a que anochezca.
Y entonces mi polla recibió tanta sangre que hasta dolió.
Aquella tarde se acercó a pasear sus tetas por el otro lado de la cala, donde los adolescentes, y luego volvió a donde estaba yo, contoneándose y guiñándome el ojo, para tumbarse en mi pecho. Me sentí extremadamente orgulloso, sabiendo lo que pensarían, y la rodeé con el brazo, apretándola.
Esa noche, antes de meternos al agua, se quitó el resto del bikini mirándome fijamente mientras se lo bajaba, y me pidió que hiciese lo mismo.
— Si te voy a notar igual, mejor lo hacemos bien.
Me llevó de la mano al mismo punto que la semana anterior, me hizo hacer respiraciones profundas, me cogió de las manos canturreando y, finalmente, nos abrazamos para empezar el proceso. Ella declamaba y yo repetía.
— Hay un árbol al fondo del pasillo de flores…
— Hay un árbol al fondo del pasillo de flores..
— Escucha mi voz y busca sus colores…
— Escucha mi voz y atiende sus colores..
Como era de esperar, pronto el abrazo hizo que mi polla se pusiese como un mástil, empujando entre sus muslos. Sonrió mientras me acariciaba la cabeza y apretaba sus tetas contra mí, abriendo sus muslos levemente para dejar que mi erección continuase subiendo. Cuando alcanzó el techo de la raja de su coño cerró los muslos sobre ella, encajando mi empalme en el abrazo que buscaba con todo el cuerpo.
— Busca un hueco entre tus ojos y otro entre tus costillas… lleva mi mano a uno y mi voz a otro…
— Busca un hueco entre tus ojos y otro entre tus costillas… lleva mi mano a uno y mi voz a otro…
— fuuu… — exhaló aire con fuerza, con gravedad, casi articulando una “o” desde la garganta.
— uhhh — intenté repetir.
Entonces respiró hondo y traté de acompasar mi respiración, dejando paso a su pecho para hinchar el mío cuando ella soltaba el aire. Emitió unos ruiditos agudos desde la garganta que no pude reproducir y continué respirando con ella. Entre eso y el movimiento del agua, mi polla polla se restregaba entre sus muslos adelante y atrás, adelante y atrás…
— Dema un alo…
— Dema un alo…
Siguió respirando después de que yo repitiera la expresión, que no entendí. Su respiración se agitó cuando la apreté más, involuntariamente, con mi polla tocando su raja y hasta su ano, presionada entre sus muslos y bailando adelante y atrás; respondió a mi presión aumentando el vaivén, como ayudando al agua a movernos a ambos.
— Tita? — Pregunté cuando habían pasado muchos minutos y no decía nada, sólo continuaba acompasándose cada vez más a mi movimiento. Empecé a temer correrme sólo con ello.
— Mmm…
— Uff… tita, esto es mucho…
— Mmm…
— Madrina, que no soy de piedra, estoy…
— Mmm no cariño… no te preocupes… enseguida acabamos…
Aguanté, centrándome en la temperatura del agua, pero fue imposible. Su voz adormilada en mi cuello me puso incluso peor. Ni siquiera me pregunté si habíamos acabado el ejercicio, sólo pensaba en abrirle las piernas y correrme en su coño de inmediato.
Mi tía suspiró en mi cuello y me acarició la cabeza, lo que me permitió sentir su mano y sacar el foco de la raja de su coño ya frotándose mi polla.
Uff… cariño - dijo, separándose y dándome un beso suave en los labios - de verdad que estás cerca.
“Joder si estoy cerca”, pensé. “Empujo un poco y estoy dentro”.
Se separó de mí, me dio suave un beso en los labios y giró, soltando mi polla de entre sus muslos y tirando de mi mano para empezar a andar hasta la orilla.
La luz de la luna hubiese permitido verlo, pero ella iba delante. Fue cuando llegamos, a la pequeña pero intensa luz de la linterna que habíamos dejado junto a las toallas, que Celia me miró el rabo. No paraba de saltar.
— Uy, cariño, eso tienes que aliviártelo ya.
— Perdona tía, ¡ya te he dicho que soy humano!
— Sí cielo, y cargas bien. Ven, túmbate y tócate conmigo.
A pesar de todo lo ocurrido, de lo evidente que era su zorreo y de haber tenido la polla junto a su raja, no pensé que fuese posible escucharle algo así. En mis innumerables pajas, mi tía me permitía restregarme con ella, me lo permitía haciéndose la tonta inocente como siempre. No me pedia nada, sólo se rendía divertida a la inevitabilidad de mis pollazos incontrolados.
Nos tumbamos de costado, uno frente al otro, como habíamos hecho durante toda la tarde, pero más cerca. El pelo mojado y su cabeza cayeron sobre su brazo derecho y sus tetas brillaron como moles iluminadas por la linterna, mientras comenzaba a apretárselas con la mano izquierda.
— Pajeate cariño, anda. Conmigo…
Diciendo eso, llevó la mano izquierda desde sus tetas hasta su coño, acariciando su ombligo en el camino, y se hincó los dedos con un gemido, abriendo esos labios carnosos de forma que me resultó desquiciante. Me agarré la polla con la mano derecha y dejé caer mi cabeza sobre la izquierda, imitando su movimiento y mirándola a los ojos.
— ¿Son mis tetas lo que te pone así, cielo? ¿Te gustan mucho?
— Me encantan… Celia.. son perfectas… — Dije, mientras empezaba a cascármela tratando de acompasar mi ritmo al que ella tenía, pero machacándomela ruidosamente.
Se acercó, serpenteando de lado, hacia mí, como si sus dedos entrando y saliendo de su coño, al frotar su clítoris, movieran su cuerpo.
— No cielo… llámame tita… como siempre… no pasa nada… ahh…
Aceleré la masturbación cuando sentí su calor y sus tetas casi estaban de nuevo pegadas a mi pecho. Entonces llevó su cara muy cerca, estirándose mientras gemía, para besarme, lamiéndome los labios. Respondí comiéndole la boca, y entonces sus tetas se aplastaron contra mí y mi capullo tocó su ombligo. Pensaba bajar la polla hacia su coño, pero, mientras lo hacía, sus gemidos se aceleraron, sus dedos entraron y salieron de su coño más violentamente y eso hizo que soltara mi lengua. Me aceleró también a mí y empezó a balbucear…
— Me corro… me corro cariño… me corro…
Lo repetía una y otra vez aplastando sus tetas contra mí y nuestros brazos se tocaban cruzando las pajas con mi rabo frotándose en su estómago.
Entonces la leche empezó a salir a borbotones. Celia recibió el primer lechazo a presión desde su barriga hasta la parte baja de sus tetas. Se pegó a mi polla, atropellando mi capullo, que siguió mamando contra su cuerpo, y apartando mi mano para cogerme del culo.
— Así, cielo… así… ahh…
Instintivamente empecé a frotarme con ella mientras seguía y seguía lefando su piel. Abracé su culo para atraerla y eché la cabeza atrás mientras seguía restregándome contra ella y eyaculando como un burro.
Su mano salió de su coño y me agarró la polla, restregándosela, como apurando mi corrida, para después frotarse la leche por el vientre y los melones. Apoyó la frente en mi pecho diciéndome, sonriente.
— Vaya montón de leche, cariño.
— No podía más.
— Hoy… hoy casi me pierdo… estás muy cerca, mi amor… No me imaginaba que pudieras ir tan rápido… casi me pierdo…
Continuará.