Juego de colores

albaceteño

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8 Jul 2025
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Las dichosas tarjetas ya estaban preparadas. Mis pensamientos hicieron temblar el bolígrafo, sobre todo con las últimas, las de color rojo. La tinta no era lo único oscuro en aquella vieja casa.

No estábamos del todo decididos, pero abierta la maldita caja de la curiosidad, el morbo se había apoderado de nosotros. Traía miedos y nervios consigo. Bajé por la escalera, los peldaños crujían. Cristina miraba a través de la ventana con el ceño fruncido.

—¿En qué piensas, "koala"? ¿Estás contando las gotas?

Mi pareja observaba la lluvia.

—Me ha llamado mi...—hizo una pausa—. Mi prima.

Se hizo un silencio que me permitió escuchar las últimas gotas, las que se descolgaban del tejado. Parecían chocar, en lugar de contra el suelo, contra la tensión que había en todo mi cuerpo.

—¿Y qué ha dicho? —pregunté.

—Confirman que vienen.

Me paralicé. Ella me miró sin parpadear, exigiendo una reacción.

—Bien —No supe decir más.

Entre los implicados habíamos hablado de ello durante semanas. Aún así, sin la experiencia todo era imprevisible. Hoy era la fecha acordada.

—Ya tengo todo preparado. Voy a sacar esas hojas de la piscina y así hago tiempo — le comenté.

—¿Y qué has tramado, Darío? —arqueó la ceja.

—Lo sabrás cuando Sonia y Lucas lleguen.

—A saber qué se te ha ocurrido, "pájaro".

Cada vehículo que pasaba hacía que me girase de golpe. Me decepcionaba cuando no era el de nuestros invitados. Terminé la limpieza y volví dentro. Cristina caminaba de un lado a otro, con un vestido blanco de verano.

—Son ellos, creo —me advirtió.

El motor se escuchó cerca, nos quedamos pasmados. Llamaron a la puerta. Cristina levantó las palmas de sus manos. Me acerqué a ella, la besé y abrí la puerta.
Él entró primero, le di un abrazo. A pesar de su simpatía estaba tenso. Por encima de su hombro busqué a Sonia, la encontré más sensual que nunca. Mi novia les recibió con dos besos. Yo abracé a su prima.

—¡Oh, Sonia, mi amor platónico!

—Qué idiota eres, Darío —dijo Sonia.

—Veo que traes el bikini negro, qué bien.

—¿Tanto te gusta? ¿Cómo está la piscina? Parece que ha llovido un poco.

—Tranquila —Cristina interrumpió—. Darío ha quitado dos hojas. La piscina estará perfecta.

Hablamos del trayecto y de cómo había ido la semana. Lucas no paraba de golpear un mueble con sus uñas. También mencionamos el clima. Sonia se quitó el vestido, se dejó caer en el sillón y cruzó sus piernas. Su marido se sentó en el sofá. Movía sus pies como quien sigue una canción.

Seguí la charla apoyado en la puerta, deleitándome con el cuerpo de nuestra invitada. Cristina hablaba de cómo el viento había roto sus plantas. Luego se tumbó en el sofá, estirándose, dejando su bikini fucsia a la vista. Casi posando.

Las palabras dejaron de fluir. Lucas ya se centraba más en Cristina que en otra cosa. No estaba muy seguro de cual de las dos partes del juego le excitaba más. Yo tampoco.

—Me han contado algo de unas tarjetas —dijo Lucas.

Mi chica puso sus piernas en su regazo y me señaló.

—Se ha ocupado él.

—¿Y hay muchas tarjetas? —preguntó Sonia.

—Claro, —contesté con sorna—, hasta me duele la mano de escribir.

—¿De escribir o de pensar en el bikini de mi prometida? —Bromeó Lucas.

—De escribir —respondió Cristina— Pajearse lo hace con la izquierda, ¡Lo he visto! Con la derecha se rasca los huevos.

Pensé en ir por las tarjetas antes de que mi pareja soltase alguna gracia más. Pero primero había que "abrir la veda".

—Antes que nada. Si lo vamos a hacer, os consideramos las personas más apropiadas, tanto yo como la bromista.

Mostraron gestos de aprobación y proseguí.

—Como aquí nadie tiene experiencia con estas cosas, he pensado en juguetear un poco primero.

—Define juguetear, Darío —dijo Sonia.

—Pues probamos poco a poco y vamos viendo. Lo mejor es que os lo explique, he comprado tarjetas de tres colores, verde, amarillo y rojo, he escrito retos en cada una. No hace falta que os diga lo que implica cada color. Empezamos por las verdes y...Lucas me interrumpió.

—Si todos estamos cómodos cambiamos de color.

—Se nota que estudiaste, Lucas—dijo Cristina.

—A ver si voy a acabar estudiándote a tí.

—Eso ya lo haces.

—Cierto.

Les invité a salir fuera. Cristina se quitó el vestido, Lucas pestañeó, ella se percató y le acarició el brazo, salieron los primeros. Sonia fue detrás, moviendo sus caderas y fijando su cara en mí. Los pies nos pesaban. Fui a por las tarjetas, el reloj de la cocina, copas y una botella de champagne.

La piscina era ideal, en lugar de escaleras tenía escalones, perfecto para el juego. Así que mostré dos cajas y una carta negra.

—Una caja para cada pareja, una para Lucas y mi novia, otra para Sonia y para mí.

Esperé sus reacciones, se miraron unos a otros hasta que Sonia se fijó en la carta distinta.

—Y la negra?

—Índica una primera regla, permaneceréis encima de vuestro compi de caja durante el juego.

Nadie se opuso a la idea. Lucas se deshizo de la ropa, luciendo bañador. Se sentó en el primer escalón, el agua le llegaba por la cintura. Hice lo mismo en el otro lado. Ellas no tardaron en seguir las instrucciones.
El agua fresca y el calor de los cuerpos contrastaban, haciendo subir las pulsaciones. Ya no habían bromas.

—¿Quien coge la primera tarjeta? —preguntó Lucas.

—Tú, por hablar y por guapo —respondió Sonia.

—Me vale, ¿A ver qué pone aquí...? Muerde el cuello de Cristina quince segundos. Veo que están personalizadas.

Cristina pusó el crono y ofreció su cuello. Lucas no dudó, primero con sus labios y luego con sus dientes. Ella bajó los parpados. Cuando el reloj hizo "tinc" soltó un sonido ahogado. Se hizo un pequeño silencio. Las manos ya se posaban en cinturas y piernas con total confianza.

—Pues supongo que nos toca —dijo Sonia cogiendo una tarjeta—. Aquí pone círculos en los pezones de Sonia. Veinte segundos. Bueno, permiso concedido, querido anfitrión.

Deslicé mi dedo con suavidad, solo rozando su piel, desde su ombligo hacia arriba. Ella reía, le hacía cosquillas. Hice pequeños círculos alrededor de su pecho, acabé en sus pezones, ya duros, y besé su oreja hasta que acabó el tiempo.

La pulsaciones ya no estaban en el pecho. Nadie parecía incómodo, sus expresiones indicaban lo contrario.

Siguiente tarjeta. Cristina debe fingir un orgasmo. Cuarenta segundos.

—¡Que morboso el pájaro! —dijo mi novia.

Cristina no quiso decepcionar. Dejó caer su cabeza hacia un lado. Separó las piernas y empezó con su respiración, despacio, poco a poco. Luego subió el tono, acompasando sus caderas con su voz. Paseó sus manos desde las rodillas hasta su cintura y volvió al interior de sus muslos. Alzó su rostro de golpe, lanzando su pelo hacia atrás. Nos mostró todo un repertorio sonoro.

Como guinda del pastel bebió directamente de la botella de champagne. Vi como se le dibujaba una sonrisa en sus mejillas. Clavó sus ojos en mi y apartó la botella de su boca. La espuma salió a borbotones manchando su cara, cuello y pecho.

Entendi por fin lo que tanto había leído, esa mezcla de emociones. Los celos apuñalando mi pecho mientras mi cuerpo quería más. Y tan solo acababa de empezar.

—¡Vaya! Se ha puesto el listón alto —dijo Sonia.

Mi chica me guiño un ojo. No pude responder. Estaba atónito.

—Es vuestro turno —dijo Lucas.

—¿Sigues aquí, Darío? Deja que me lleve un poco de tu atención —me reprochó Sonia.

Cuando leyó en voz alta su reto reaccioné. Ella tenía que simular una felación en mis dedos. Treinta segundos. Acerqué mi mano a su cara. No vaciló, posó sus pupilas en las mías, agarró mi muñeca con sus manos y acercó sus labios. Primero jugó con su lengua, luego engulló mis dedos. Su saliva cubrió casi toda mi mano.

Nos quedamos callados, evaluándonos y asimilando sensaciones.

—Igual hay que pasar a las amarillas —insinuó Cristina.

—Si nadie quiere parar, adelante —dijo Sonia.

—Nadie parece querer parar —afirmó Lucas.

—En ese caso sigamos. Pero debajo de las cajas hay una nota —Señalé.

No tardaron en mirarlo. El escrito decía que al pasar a las amarillas cada uno debía quitarse una prenda. Nada de complementos.

—Me parece perfecto —dijo Cristina—, pero es nuestro turno. ¿Me ayudas, Lucas? Y no uses las manos.

Lucas usó sus dientes con el primer tirante, luego fue besando sus clavículas hasta el segundo. La gravedad hizo el resto. Cristina apuntaba alto.

—Ahora ponte de pie —le dijo a Lucas.

Cristina fue directa, casi no le dió tiempo a levantarse. Estiró fuerte hacia abajo, dejando todo lo duro al aire, a escasos centímetros de su cara. Ella tomó aire y se giró, apoyando su espalda contra Lucas. Quería seguir el juego. Él volvió a sentarse, resoplando, deseaba desfogarse pero tampoco quería estropear el momento.

Me tocaba. Puse mis manos en sus hombros y deslicé sus tirantes, despacio, dejándolos colgar. No tenían la firmeza de lo que dejaron a la vista. Simplemente eran perfectas.

Deshice el nudo de mi bañador. Acaricié el pelo de Sonia. Ella hizo lo suyo. Lo mío se quedó oscilando unos segundos. Agarré su cuerpo y me senté. La quería contra mí.

A nadie le apetecía hablar, cada vez tardábamos menos en coger carta. Las había escrito yo, sabía lo que podía salir en ellas. Eso me tenía con la boca seca.

Lucas leía la primera amarilla con semblante de duda.

—¿Cuatro azotes y dos guantazos? —Se quedó mirándome.

—A ella le gusta —contesté.

—Como a todas, o casi todas —dijo mi chica.

Cristina se agachó de manera sensual y levantó su trasero. Incitándolo a cumplir. Lucas se colocó detrás suya. Alzó su mano y golpeó más flojo de lo que mi novia deseaba, ella se lo recriminó.

—¡Que decepción, Lucas! Ese no cuenta.

Lucas volvió a darle, pero tampoco convenció.

—He visto jilgueros con más fuerza —dijo ella.

Los manotazos subieron de intensidad, Cristina le provocaba. Lucas adoptó una posición más decidida y golpeó fuerte. Perdimos la cuenta. El último azote la hizo caer en el césped. Yo estaba cardíaco.

En unos segundos Cristina se incorporó despacio y quedó de rodillas. Habló de forma desafiante:

—Ahora, si te atreves...faltan las bofetadas.

La primera fue suave, ella fingió bostezar. La segunda hizo más ruido, mi novia le sacó la lengua. Él se encendió, le soltó un guantazo que la hizo tambalearse.
Lucas se apartó de ella y entró en el agua. Se apoyó en el borde de la piscina, mirando al cielo resopló varias veces. Cristina se incorporó con la cara marcada y se relamió los labios.

Nuestro próximo reto suponía un morreo, veinte segundos, con las manos donde cada cual quisiera. Nuestras lenguas se cruzaron. Me cebé con sus muslos y su culo, lo apreté tan fuerte que gimió. Cuando sonó el reloj deslicé un dedo entre sus nalgas. Dió un respingo. Me costó muchísimo parar.

—Nuestro turno —Se apresuró Lucas justo al escuchar el crono.

—Espera corazón, ¿después de ésto no irás a coger otra amarilla? —insinuó mi pareja.

Las nubes aparecieron de nuevo, parecía chispear y se veían rayos en el horizonte. Los truenos se escuchaban a lo lejos.

Cristina se puso de rodillas, arqueó su cuerpo y empezó a gatear despacio, contoneándose, con el culo colorado por los azotes. Estaba desatada. Llegó así hasta las cajas y cogió el fardo rojo. Las observó con mueca de pilla, se desató el nudo de la única prenda que le quedaba y las lanzó todas al aire.

—Se acabaron los turnos —Sentenció.

Lucas no dudó en salir de la piscina. Cristina le recibió de rodillas, usó sus dos manos y lamió a lo largo. A él se le escapó un gruñido. Ella abrió la boca y succionó con pasión. Lucas tuvo que apartarse para no acabar.
Sonia se desnudó también. Me rodeó con sus piernas. Las mías temblaban. Alcé su cuerpo para dejar sus pechos a la altura de mis dientes. Me apretó contra ellos, lamí y mordí hasta que me pidió levantarme. Mi erección emergió del agua, puse mis manos en su cara y llegué casi a su garganta.

Mi atención se dividía en dos. Cristina se había tumbado. Lucas se merendaba su cuerpo. Ella le hizo bajar hasta su cintura y rodeó su cuello con sus muslos. Él debió responder con habilidad, Cristina se retorcía, contorsionandose mientras jadeaba.
Sonia se detuvo, dejando salir mi carne de su boca, se dió media vuelta y su demanda fue clara:

—¡Vamos follamé! ¡ por detrás!

—¿Lo quieres así?

—Si pero cálmate, estás nervioso y me vas a reventar.

La llevé a una parte donde ella no hacía pie, para que sus piernas colgasen relajadas. Puse mi punta en su agujero, primero jugué sin forzar, hasta que noté su relajación. Entró con facilidad. El auténtico reto estaba en su segundo esfinter. A ella se le escapó un "umm" y me miró de reojo advirtiéndome.

A tan solo unos metros veía a mi chica, gozando, agarrada a la hierba con sus puños mientras Lucas seguía comiendo. Demasiado morbo en tan poco espacio. Yo quería joder a Sonia de una vez. Empujé un poco, Sonia se apartó con un grito ahogado pero volvió a mí. Tomé sus caderas, acaricié su espalda y apreté un poco más. Notaba la fuerte presión de su último "anillo" en mi glande.

Su recto no cedia, Sonia hiperventilaba. Agarré fuerte su pelo, mordí su nuca marcándole mis dientes y empujé, entró hasta unir los dos cuerpos, la hice gritar. Me dió un codazo como reproche pero no se apartó, me llamó hijo de puta y yo la llamé zorra. Permanecimos quietos, como con miedo a romper su cuerpo.

Los truenos estaban cerca, había empezado a llover. Cristina estiró del pelo a Lucas para que subiera, él no la hizo esperar. Subió lamiendo todo su cuerpo, se recolocó y se la endosó de un golpe. Ella exhaló. Lucas empezó a empotrarla con fuerza, sin miramiento. Cristina bramaba.

Sonia intentó moverse un poco, jadeó y se quedó quieta. Yo hice lo contrario, lo saqué casi todo para darle de verdad. Las paredes de su culo se movían pegadas a mi pene. Ella se encogía en el agua mientras resoplaba entre jadeos.

Apenas quedaba luz en el horizonte. La tormenta ya era intensa, algunos truenos tapaban nuestros sonidos. Llovía a cántaros sobre nuestros cuerpos.

Las caderas de Cristina empezaron a temblar. Su rostro la delataba. Lucas la dejó dentro, disfrutando esos temblores mientras hacia círculos en su vagina, como si quisiera abrirla más. En un gesto habil se puso a horcajadas para eyacular sobre sus pechos, Cristina tenía otra intención, se incorporó lo que pudo y abrió la boca. Pude su cara desencajada y sus ojos ardiendo, no dejó de chupar hasta que el semen escapó por las comisuras de sus labios. Yo me sentía enajenado.

Aunque Sonia se mostraba más eléctrica, su ano aún ofrecía resistencia.

—¡Me estoy corriendo! —dijo con una voz grave que terminó siendo aguda.

Yo estaba a punto de explotar. Agarré su cuello con mis manos y le di todo lo fuerte que pude. Ella empezó a patalear. Fundí mi mejilla con la suya. Mi clímax se acercaba. Ella golpeó mis manos pidiendo aire pero quisé llevarla al limite.
Clavó sus uñas en mi piel entre jadeos guturales hasta hacerme sangre. Y llegó, me vacíe en sus tripas. Sentí un calambre en todo mi cuerpo que relajó todos mis músculos.

Sonia se apartó de mí. Dió una bocanada de aire y respiró aliviada. Cuando recuperó el aliento me golpeó, me dió un puñetazo con todas sus fuerzas. El placer la habia hecho tolerar un trato duro e irrespetuoso.

—¡Estás loco, Darío! ¡Estáis todos locos! —gritó Sonia.

Cristina estalló en carcajadas mientras la lluvia limpiaba su cara. Sonia abandonó el jardín dando un portazo al entrar en casa. Lucas fue detrás. Yo me quedé exhausto, casi con la mente en blanco. Observando como las tarjetas rojas flotaban a mí alrededor.

Al cabo de unos días mi movil estaba lleno de mensajes, todos de Sonia. Los primeros exigiendo disculpas, algunos insultándome. En otros pedía que no le dijese a Lucas nada del anal, a él no le había dejado entrar por ahí. Volvió a mandarme insultos cuando le contesté: "así llegas bien estrenada a tu boda". En los últimos wattsapps quería quedar conmigo, sin permisos ni acuerdos. A Cristina le hizo gracia. A mí más.

Espero que os haya gustado.
 
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