Jugando con sus sobrinas

Tiravallas

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13 Jul 2024
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Los veranos siempre dejan grandes recuerdos, sobre todo cuando eres joven, tienes pocas responsabilidades y lo vives todo con mucha más intensidad. Lo que nos pasó a mis hermanas y a mí durante el final de las vacaciones de aquel año no lo íbamos a olvidar fácilmente. De hecho, las tres lo llevamos grabado a fuego en la cabeza, por todo lo que ganamos, pero también por lo que perdimos.


Al crecer te arrepientes, pero de pequeñas todas soñamos con hacernos mayores y con la libertad que se supone que eso nos va a proporcionar. Yo sobre todo lo deseaba cuando llegaba el verano y no me dejaban entrar en la discoteca del pueblo en el que pasábamos gran parte de las vacaciones. Lo pasaba mal, sobre todo cuando mi hermana mayor, Gala, cumplió la mayoría de edad y ella si podía.


Yo cumplía los dieciocho a finales de agosto, así que aquel verano tampoco me iba a dar demasiado tiempo para disfrutar de la discoteca, pero al menos tendría ya el resto de mi vida para gozar de todos los privilegios de ser adulta. Tal y como Gala hizo conmigo, yo fastidiaba a Priscila, la pequeña, porque todavía le faltaban dos años.


Aunque ella no necesitaba ser adulta para divertirse, de siempre fue la más espabilada de las tres, pero ese es otro tema. Después de un curso duro, el previo a la universidad, ya estaba preparada para un nuevo verano en el pueblo y para saborear, aunque fuese brevemente, las mieles de la mayoría de edad. Nada iba a ser como lo imaginaba.


- Athenea, ¿tienes ya la maleta hecha?


- Sí, mamá.


- Este año estaremos una semana menos en el pueblo.


- ¿Por qué?


- Porque a finales de agosto tu padre y yo nos vamos de viaje.


- Pensaba que lo decíais de broma.


- Ya ves que no.


- Pero cumplo años el día veintiocho.


- Gracias por recordármelo, pero te parí yo.


- Quiero decir que si nos vamos antes no podré ir a la discoteca.


- Vaya, qué pena.


- Yo me quedo, ya me pasaréis a buscar.


- De eso nada, os quedaréis las tres en casa como buenas chicas.


- ¡Es injusto!


- Sí, hija, como la vida en general.


No contaba con aquel contratiempo, pero no podía permitir que aquello me arruinara el verano. Había muchas más cosas que hacer en ese pueblo, como reencontrarme con todos los ligues de cada verano. Eso siempre era un aliciente, más todavía desde que el verano anterior al fin me estrené con uno de ellos.


A pesar de todo, las expectativas seguían siendo bastante altas, pero nada más llegar al pueblo me di cuenta de que todo parecía diferente. Gala ya me había advertido, con la edad, aquello que te entusiasma de niña es posible que se te quede corto. Ella al menos tenía el aliciente de la discoteca, habría que ver cómo mataba yo tanto tiempo libre.


Hice lo que pude para reconectar con la niña que se suponía que aún llevaba dentro, pero la habitual de cada verano ya me parecía un soberano aburrimiento. Con mis amigas de allí ya no tenía nada en común, los paseos por el pueblo solo me servían para acabar sudando y los chicos me parecían todos unos cretinos, como si ninguno de ellos hubiera madurado.


Gala encontró entretenimiento ayudando a nuestros abuelos con los animales, algo que yo no estaba dispuesta a hacer, así que solo me quedaba una opción: tocarle la de narices a Priscila. No sabíamos que hacía exactamente, pero ella se iba a primera hora de la mañana y no volvía hasta la noche. Ese era el momento que aprovechaba para meterme con ella.


- ¿Ya vienes de jugar al escondite con tus amiguitos?


- No soy tan pringada como tú.


- Te diviertes con una pandilla de catetos.


- Mejor que estar todo el día en casa.


- No te piques, enana.


- Es que eres tonta, hasta el verano pasado hacías lo mismo que yo.


- Pero ya soy mayor de edad.


- No, te quedan unas semanas, por eso no estás ahora mismo en la discoteca.


- A ti tampoco te dejan entrar.


- Ni falta que me hace.


- ¿Qué quieres decir?


- No hace falta estar allí para ligar.


- Espérate, que ahora va a resultar que la niña liga y todo.


- Tranquila, que no voy a llegar a tu nivel.


- ¿A qué te refieres?


- Aquí todos saben lo que te dejabas hacer en el pajar.


- Vuelve a repetirlo y hago que te tragues los aparatos esos que tienes en la boca.


- Siempre será mejor que lo que tú te tragabas.


- Seguro que mamá se arrepiente de no haberte abortado.


- Madura de una vez, Athenea.


Me sacaba de quicio cuando se comportaba como si fuese mayor que yo, aunque debía reconocer que con tal de picarla acababa pareciendo una cría. Con Gala no tenía esos problemas, cuando estaba con ella siempre procuraba hacerme la interesante, ya que la admiraba y mi objetivo desde niña era que me viese como a una igual.


Ese verano parecía que estaba a punto de conseguirlo. Aunque solo fuese por la edad, mi hermana mayor empezó a hablarme de temas más profundos, de asuntos de su vida privada que jamás había compartido conmigo. Eso me llenaba de orgullo, así que yo trataba de corresponderle, pero lo más interesante que tenía para contarle era lo del pajar.


La relación entre Gala y Prisicila, no era demasiado fluida, se ignoraban bastante la una a la otra, de modo que yo a veces tenía que hacer de nexo entre ambas. Eso no quiere decir que se pelearan o se llevaran mal, simplemente no congeniaban, según mi punto de vista, por el carácter arrogante de la pequeña. Mi madre hacía lo posible para que las tres estuviéramos unidas.


Sus esfuerzos para que los lleváramos bien a veces se veían recompensados, pero no iba a ser el caso de ese verano. Para mi disfrute, comenzaron a surgir pequeñas disputas entre Gala y Prisicila, principalmente por lo que se empezaba a comentar de esta última en el pueblo. Se suponía que era yo la que tenía mala fama, pero la menor de las tres empezaba a labrarse la suya propia.


- Al final vas a tener razón con Priscila.


- Llevo años diciéndotelo, Gala, es una tocanarices.


- Por lo que me cuentan, es lo único que toca.


- Eso decían también de mí, así que no sé si fiarme.


- A ti al menos te relacionaban solo con uno.


- ¿A ella con más?


- Eso he oído.


- Supongo que también tiene derecho.


- Claro, pero que luego no vaya dando lecciones.


- Lo que pasa es que mamá siempre la defiende.


- Porque es la pequeña.


- Me la igual, si me harta le acabaré soltando un guantazo.


- Calma, Athenea, vamos a intentar que la estancia en el pueblo sea tranquila.


- Las ganas que tenía de venir y ahora estoy deseando volver a casa.


- Es que, en realidad, la semana esa solas en casa promete bastante.


Ya llevaba días pensándolo, tras el fiasco que había resultado ese año las vacaciones en el pueblo, quedarnos solas una semana en nuestra casa podría llegar a ser épico sí nos lo montamos bien. Para eso vivíamos mantener a Priscila a raya, tarea que me parecía mucho más sencilla desde que sabía que tenía a Gala de mi lado.


Pero para que aquello ocurriera aún quedaban unos cuantos días, tiempo que iba a estar marcado por nuestras constantes peleas. Gala se seguía entreteniendo ayudando a nuestros abuelos y yo durante el día hacía lo que podía para no morirme de aburrimiento, pero al llegar la noche, cuando Priscila volvía de lo que fuese que estaba haciendo, nos uníamos para meternos con ella.


Era consciente de que a ojos de nuestros padres aquello parecía un combate desigual, dado que nosotras éramos dos y ella solo una, además de ser la más pequeña. Pero su cruel forma de dirigirse a nosotras hacía que eso se nos olvidará enseguida. De haber sabido las consecuencias, probablemente hubiéramos dejado de meternos con ella.


Justo el día antes de volver a casa, mientras hacía las maletas, recuperaba la alegría que el pueblo me había robado. Tenía muchos planes para esa semana, y la mayoría incluían hacer fiestas en casa y amenazar de muerte a Priscila se hacía falta para que no se chivara. Parecía destinada a que la felicidad nunca me durara.


- ¿Ya estás contenta?


- Estaba siendo un verano de mierda.


- Porque no puedes entrar en la discoteca, pero el año pasado no lo necesitabas.


- Era una cría, me conformaba con cualquier cosa.


- Como si fueras ahora mucho más mayor.


- Tengo casi dieciocho, pero quizás se te olvida porque no vas a estar.


- Lo celebraremos cuando volvamos tu padre y yo.


- Vas lista si piensas que os voy a esperar.


- ¿Acaso crees que vas a organizar una fiesta sin nosotros?


- Nunca lo sabrás.


- ¿Cómo que no? Me lo dirá tu tío.


- ¿Qué tío?


- El único que tienes, Athenea.


- ¿Qué tiene que ver el tío Saúl en todo esto?


- ¿De verdad pensabas que os iba a dejar solas toda la semana?


- No puedes estar hablando en serio.


- Os pasáis el día peleando, alguien os tiene que vigilar.


- Pero si las tres somos ya mayorcitas.


- No lo demostráis con vuestro comportamiento.


- De todos modos, el tío Saúl no es el mejor ejemplo, si casi ni lo vemos.


- Pues se ha ofrecido encantado.


- Al menos nos podríamos quedar en su chalet.


- No, se va a instalar en nuestra casa.


Por primera vez en mucho tiempo, las tres estuvimos de acuerdo en algo. Todos los planes que habíamos hecho para esa semana se irían al traste con la presencia de nuestro tío. Probablemente nos habíamos ganado la desconfianza con nuestra actitud, pero si tenían que ponernos un vigilante, seguro que había mil opciones mejor que él, incluido el vagabundo del parque.


El problema con nuestro tío es que era una versión masculina y adulta de nosotras. Por motivos que desconocía, le sobraba el dinero, y eso le permitía vivir sin ningún tipo de preocupación ni responsabilidad. Según había oído, solo le ponía interés a ligar con el mayor número de mujeres posible. No era lo que se dice un buen ejemplo.


Llegamos a pensar que quizás podríamos aprovechar esa forma de ser suya para salirnos con la nuestra, pero el tío Saúl llegó con la lección bien aprendida, no estaba dispuesto a pasarnos ni una. Ni siquiera Priscila y su habitual mal carácter lograron imponerse, ese hombre venía con la lección bien aprendida. Algo se nos tenía que ocurrir a Gala y a mí.


- ¿Desde cuándo es tan estricto?


- No lo sé, pero parece otra persona.


- Espero que se acabe aburriendo y lo podamos aprovechar.


- Es que ni siquiera Priscila lo torea.


- Quizás podamos hacer algo para ganárnoslo.


- ¿Como qué?


- Creo que es muy goloso, podríamos hacerle un pastel aprovechando tu cumple.


- Dudo que nos vaya a quedar bien.


Mi duda era mucho más que razonable, pero algo teníamos que intentar. Además, era mi cumpleaños y no podía quedarme sin soplar las velas, aunque fuese en un pastel repugnante. Obviamente, excluimos a Priscila del plan y mi hermana mayor y yo nos pusimos manos a la obra. No se me ocurría una manera más triste de estrenarme como mayor de edad.


Tirando de internet y de algunos libros de recetas que tenía nuestra madre, logramos hacer un pastel bastante decente. Para nuestra sorpresa, ni siquiera Priscila pudo disimular que le había gustado. Pero fue el tío Saúl quien acabó chupándose los dedos como si del manjar más delicioso se tratara. Parecía que lo teníamos en el bote.


Es verdad que ganamos muchos puntos con él, y que el regalo que me hizo fue una pasada, justo lo que quería, pero seguía sin permitirnos hacer nada de lo que habíamos planeado con anterioridad. En cambio, tuvo una idea con la que pretendía quedar de tío enrollado, aunque nosotras no lo vimos exactamente así. Al menos al principio.


- Se me ha ocurrido una cosa que os va a encantar.


- ¿Montar un fiestorro en casa?


- Relaja la raja, Athenea.


- Pues vaya...


- Nos quedan cuatro días de convivencia y esto no puede seguir así.


- ¿A qué te refieres?


- A las peleas, a que me insistáis para que os deje hacer lo que os dé la gana...


- Lo normal, vaya.


- Para vosotras, pero para mí no, por eso me he inventado un juego.


- Espera, que ahora sacará las Barbies. - Dijo Priscila.


- Os aseguro que no tiene nada que ver con eso.


- Explícate de una vez.


- Como sabéis, si algo me sobra es el dinero.


- El dinero nunca sobra. - Respondió Gala.


- Y no sabemos de dónde lo has sacado. - Añadió Priscila.


- Eso da igual, la cuestión es que no tengo hijos y alguien tendrá que heredar.


- Ahora empiezo a escucharte, querido tío.


- Os lo iba a repartir de manera equitativa, pero podemos hacerlo más interesante.


- ¿Con un juego?


- Exacto. He escondido tres pistas por la casa y la urbanización.


- Me da igual el dinero, no voy a hacer el ridículo. - Le contestó Priscila.


- No digas nada antes de saber de cuánto estás hablando.


Saúl nos enseñó la cantidad de dinero que tenía en el banco y nos explicó el porcentaje que tenía pensado para la ganadora, justo lo que necesitábamos para jugar a cualquier cosa que nos propusiera. Casi de manera simultánea, Gala y yo pensamos en que, más que ganar, lo que deseábamos era que Priscila no saliese vencedora.


Conscientes de que nuestra hermana pequeña era la más espabilada de las tres, decidimos unirnos para intentar ganar ese absurdo juego. Solo sabíamos que la primera pista estaba dentro de casa, así que empezamos a buscar como desesperadas. En cambio, Priscila lo hacía todo con calma, logrando así sacarnos de nuestras casillas.


Pasamos una mañana revolviendo la casa entera, abriendo puertas y rebuscando en cajones, sin encontrar absolutamente nada. Empezaba a cundir el desánimo cuando Gala tuvo la brillante idea de mirar en el armario de los productos de limpieza, un lugar hasta entonces desconocido para nosotros. Allí encontramos una nota.


"Si de oro queréis una mina,


lo mejor es buscar en la piscina."


- No lo ha puesto demasiado complicado, ¿no?


- Parece que no, pero habrá que ir a encontrar la siguiente pista.


- Rompe la nota.


- No puedo, Athenea, el tío dijo que había que dejarlas para la que llegara después.


- ¿Y cómo sabemos que Priscila no la ha encontrado ya?


- Porque ella la hubiera roto seguro.


- Al menos escóndela detrás de ese bote.


Lo único positivo de nuestra casa era que tenía piscina comunitaria, aunque ya no le dábamos tanto uso como de pequeñas. Esperando que no hubiera demasiada gente, nos pusimos los bikinis y bajamos procurando que Priscila no se diera cuenta. Una vez allí, nos pusimos a bucear dando por hecho que la nota estaría dentro del agua.


Priscila no tardó ni quince minutos en aparecer, ella también había encontrado la pista. Nada más verla recordamos otro de los motivos por el que la odiábamos: tenía mucho mejor figura que nosotras. Gala y yo éramos más altas y delgadas, sin demasiadas curvas, pero ella tenía un cuerpo mucho más exuberante. El bikini le sentaba de lujo.


Procuramos apartar los celos y centrarnos en la tarea, lo que nos llevó a darnos cuenta de que había un papel forrado en la parte más profunda de la piscina. Ninguna de las dos éramos grandes buceadoras, y encima debíamos hacerlo con disimulo, pero acabamos llegando hasta la nota y leímos lo que ponía. No era tan explícita como la anterior.


"Si queréis cumplir vuestro sueño,


convertíos en un niño pequeño."


- Esta no la pillo.


- Lo ha hecho el tío, no puede ser demasiado difícil.


- Pero ¿cómo nos vamos a convertir en un niño pequeño?


- No sé, Athenea, supongo que será algo metafórico.


- Ya me imagino que no busca que nos transformemos de verdad.


- ¿Tú qué harías si fueses un crío?


- Encontrarle a esto la gracia que no tiene.


Mientras seguíamos discutiendo sin tener la más mínima idea de hacia dónde dirigirnos, Priscila encontró la pista en el fondo de la piscina y salió corriendo al parque que había al lado. Iba tan decidida que me asustó, así que le pedí una tregua, que reanudamos la búsqueda al día siguiente, ya que se estaba haciendo de noche. Su respuesta fue un corte de mangas.


Podía tener sentido que convertirnos en niños nos llevara al parque, pero quizás era más complejo que eso. Aun así, la seguimos y nos dedicamos a levantar cada piedra y mirar debajo de todos los columpios, como estaba haciendo de ella. Esa vez se nos adelantó y volvió a salir corriendo, si ni siquiera molestarse en esconder la nota.


"Si vuestro deseo es heredar,


lo que más me gusta me tendréis que dar."


- ¿Qué es lo que más le gusta al tío?


- Por lo visto, crear juegos absurdos.


- En serio, Athenea, nos jugamos que esa se lleve la mayor parte de la herencia.


- Es que es casi un desconocido, apenas sabemos nada de él.


- Le gustaba el baloncesto, ¿no?


- Sí, pero no creo que quiera que le llevemos una pelota o una canasta.


- No, está claro que ha montado esto para sacar él también un beneficio.


- Piensa, Gala, piensa.


- Bueno, ya sabes lo que dice siempre mamá.


- ¿Que somos unas niñatas desagradecidas?


- Me refiero respecto al tío.


- Que desde jovencito solo piensa en meterla.


- Está claro que eso es lo que más le gusta.


- Dudo que espere que lo invitemos a ir de putas.


- ¿Y no piensas que...?


- ¿Qué?


- Nada, déjalo.


- Di lo que hayas pensado.


- ¿No has notado estos días que nos miraba de forma rara?


- Pues no, la verdad.


- Es un pervertido, puede que se haya encaprichado de nosotras.


- ¿Qué dices, loca?


- Yo tampoco lo creo, pero nos jugamos mucho, deberíamos tantearlo.


Decidimos provocarle un poco para ver cómo reaccionaba. Las dos estábamos de acuerdo en que era una idea absurda, pero, a falta de otra mejor, no perdíamos nada por intentarlo. El tío Saúl era un hombre guapo, se seguía conservando muy bien, así que tampoco iba a ser traumático darle unos besitos en el cuello para ver cómo reaccionaba.


Al llegar a casa vimos que Priscila estaba en la cocina, probablemente preparándose la cena. Eso nos hizo pensar en dos probabilidades: o no tenía ni idea de a qué se refería la nota, o había llegado a la misma conclusión que nosotras y no estaba dispuesta a pasar por ahí. Por si eso fuera poco, el tío ya estaba en la cama, algo muy extraño, teniendo en cuenta que no eran ni las diez de la noche.


- ¿Cuál es el plan?


- Entramos así, en bikini y nos tumbamos a su lado.


- ¿Y después?


- Si no reacciona mal, le damos unos besitos y le acariciamos un poco.


- ¿Hasta dónde estamos dispuestas a llegar?


- Podría quitarme la parte de arriba del bikini, ¿y tú?


- Yo también, incluso la de abajo, si veo que vamos por buen camino.


- Si hay que tocarle un poco, lo hacemos.


- Esto nos va a pesar en la conciencia toda la vida, Gala.


- Pues imagínate si Priscila heredara la mayor parte de su dinero.


Dispuestas a hacernos con el botín, entramos en la habitación sin avisar y nos encontramos a nuestro tío tumbado en la cama. Por su reacción y por el bulto bajo sus pantalones, era obvio que lo habíamos pillado toqueteándose. Eso podía ser señal de que nos estaba esperando justo para lo que creíamos. Gala y yo nos tumbamos a su lado.


Aunque era probable que estuviera disimulando, nos sorprendió su reacción, parecía extrañado. Aun así, las dos pusimos una de nuestras piernas sobre él, la mía rozando su paquete, y yo le puse una mano en la cara y Gala en el pecho. Lo estábamos haciendo por dinero, pero la situación era suficientemente morbosa como para calentarnos.


- ¿Qué estáis haciendo?


- Darte lo que más te gusta. - Respondió Gala.


- Pero esto...


- No hace falta que disimules, solo disfruta.


Convencida de que habíamos dado en el clavo, no me lo pensé dos veces y me quité la parte de arriba del bikini. Mi hermano mayor no dudó ni limitarme y le cogió una mano a nuestro tío para colocársela sobre sus pechos. Yo hice lo mismo con la otra. Saúl parecía contrariado, pero no hacía nada para evitar lo que estaba ocurriendo.


Se suponía que Gala y yo íbamos a compartir el premio, pero empezaba a quedarse una pequeña competición entre las dos por ganarnos el favor de nuestro tío. Todo lo que una hacía la otra lo trataba de imitar yendo aún más allá. Saúl seguía haciendo vagos intentos de protestar, aunque los abandonó por completo cuando metí la mano bajo su pantalón y le agarré la durísima polla.


Al ver que la tenía entre mis manos y comenzaba a bombear, Gala se apresuró en adelantarme y se agachó para meterse la verga de nuestro tío en la boca, iniciando una mamada que yo debía igualar, porque ir más lejos sería traspasar todos los límites. Mientras ella chupaba con ansia para contentarlo, yo se la arrebaté y empecé a hacer lo mismo.


No nos quedó más remedio que hacer equipo de nuevo. Entre las dos nos fuimos turnando su tranca, ella la mamaba unos segundos y después me la pasaba a mí para que la recorriera con mi lengua. Solo podía pensar en el dinero, en cómo serían los veranos cuando heredara esa fortuna. Estaba convencida de que incluso podría recibir un adelanto si lograba satisfacer a Saúl.


Probablemente Gala pensaba lo mismo, porque estaba poniendo todo de su parte para hacer que se corriera lo antes posible. Sabíamos que un hombre de su experiencia tendría mucho aguante, que no llegaría al orgasmo con facilidad, por mucho que se estuviera tomando la libertad de meternos mano por todo el cuerpo.


Mi tío había pasado de resistirse a tener un dedo acariciando mi coño por debajo del bikini, al borde de introducirse en mi interior. Por la cara de mi hermana supe que a ella le estaba haciendo lo mismo, de la misma manera que me di cuenta de que nos lo metió a las dos a la vez. En aquel momento estaba ya muy mojada.


Es difícil saber cuánto tiempo nos tuvo mamando, quizás entre quince y veinte minutos, pero llegó un momento en que ya no aguantó más. Los dos dedos que para entonces ya tenía metidos en mi raja se movieron a toda velocidad cuando Saúl llegó al orgasmo. Gala y yo también sentimos el placer justo cuando nuestras caras quedaban manchadas con el semen de nuestro tío.


En ese preciso instante, la puerta de la habitación se abrió y Priscila apareció con un pastel similar al que habíamos hecho el día anterior. Acababa de ganar el juego, pero Gala y yo no nos íbamos a dar por vencidas tan fácilmente.
 
Que bu
Los veranos siempre dejan grandes recuerdos, sobre todo cuando eres joven, tienes pocas responsabilidades y lo vives todo con mucha más intensidad. Lo que nos pasó a mis hermanas y a mí durante el final de las vacaciones de aquel año no lo íbamos a olvidar fácilmente. De hecho, las tres lo llevamos grabado a fuego en la cabeza, por todo lo que ganamos, pero también por lo que perdimos.


Al crecer te arrepientes, pero de pequeñas todas soñamos con hacernos mayores y con la libertad que se supone que eso nos va a proporcionar. Yo sobre todo lo deseaba cuando llegaba el verano y no me dejaban entrar en la discoteca del pueblo en el que pasábamos gran parte de las vacaciones. Lo pasaba mal, sobre todo cuando mi hermana mayor, Gala, cumplió la mayoría de edad y ella si podía.


Yo cumplía los dieciocho a finales de agosto, así que aquel verano tampoco me iba a dar demasiado tiempo para disfrutar de la discoteca, pero al menos tendría ya el resto de mi vida para gozar de todos los privilegios de ser adulta. Tal y como Gala hizo conmigo, yo fastidiaba a Priscila, la pequeña, porque todavía le faltaban dos años.


Aunque ella no necesitaba ser adulta para divertirse, de siempre fue la más espabilada de las tres, pero ese es otro tema. Después de un curso duro, el previo a la universidad, ya estaba preparada para un nuevo verano en el pueblo y para saborear, aunque fuese brevemente, las mieles de la mayoría de edad. Nada iba a ser como lo imaginaba.


- Athenea, ¿tienes ya la maleta hecha?


- Sí, mamá.


- Este año estaremos una semana menos en el pueblo.


- ¿Por qué?


- Porque a finales de agosto tu padre y yo nos vamos de viaje.


- Pensaba que lo decíais de broma.


- Ya ves que no.


- Pero cumplo años el día veintiocho.


- Gracias por recordármelo, pero te parí yo.


- Quiero decir que si nos vamos antes no podré ir a la discoteca.


- Vaya, qué pena.


- Yo me quedo, ya me pasaréis a buscar.


- De eso nada, os quedaréis las tres en casa como buenas chicas.


- ¡Es injusto!


- Sí, hija, como la vida en general.


No contaba con aquel contratiempo, pero no podía permitir que aquello me arruinara el verano. Había muchas más cosas que hacer en ese pueblo, como reencontrarme con todos los ligues de cada verano. Eso siempre era un aliciente, más todavía desde que el verano anterior al fin me estrené con uno de ellos.


A pesar de todo, las expectativas seguían siendo bastante altas, pero nada más llegar al pueblo me di cuenta de que todo parecía diferente. Gala ya me había advertido, con la edad, aquello que te entusiasma de niña es posible que se te quede corto. Ella al menos tenía el aliciente de la discoteca, habría que ver cómo mataba yo tanto tiempo libre.


Hice lo que pude para reconectar con la niña que se suponía que aún llevaba dentro, pero la habitual de cada verano ya me parecía un soberano aburrimiento. Con mis amigas de allí ya no tenía nada en común, los paseos por el pueblo solo me servían para acabar sudando y los chicos me parecían todos unos cretinos, como si ninguno de ellos hubiera madurado.


Gala encontró entretenimiento ayudando a nuestros abuelos con los animales, algo que yo no estaba dispuesta a hacer, así que solo me quedaba una opción: tocarle la de narices a Priscila. No sabíamos que hacía exactamente, pero ella se iba a primera hora de la mañana y no volvía hasta la noche. Ese era el momento que aprovechaba para meterme con ella.


- ¿Ya vienes de jugar al escondite con tus amiguitos?


- No soy tan pringada como tú.


- Te diviertes con una pandilla de catetos.


- Mejor que estar todo el día en casa.


- No te piques, enana.


- Es que eres tonta, hasta el verano pasado hacías lo mismo que yo.


- Pero ya soy mayor de edad.


- No, te quedan unas semanas, por eso no estás ahora mismo en la discoteca.


- A ti tampoco te dejan entrar.


- Ni falta que me hace.


- ¿Qué quieres decir?


- No hace falta estar allí para ligar.


- Espérate, que ahora va a resultar que la niña liga y todo.


- Tranquila, que no voy a llegar a tu nivel.


- ¿A qué te refieres?


- Aquí todos saben lo que te dejabas hacer en el pajar.


- Vuelve a repetirlo y hago que te tragues los aparatos esos que tienes en la boca.


- Siempre será mejor que lo que tú te tragabas.


- Seguro que mamá se arrepiente de no haberte abortado.


- Madura de una vez, Athenea.


Me sacaba de quicio cuando se comportaba como si fuese mayor que yo, aunque debía reconocer que con tal de picarla acababa pareciendo una cría. Con Gala no tenía esos problemas, cuando estaba con ella siempre procuraba hacerme la interesante, ya que la admiraba y mi objetivo desde niña era que me viese como a una igual.


Ese verano parecía que estaba a punto de conseguirlo. Aunque solo fuese por la edad, mi hermana mayor empezó a hablarme de temas más profundos, de asuntos de su vida privada que jamás había compartido conmigo. Eso me llenaba de orgullo, así que yo trataba de corresponderle, pero lo más interesante que tenía para contarle era lo del pajar.


La relación entre Gala y Prisicila, no era demasiado fluida, se ignoraban bastante la una a la otra, de modo que yo a veces tenía que hacer de nexo entre ambas. Eso no quiere decir que se pelearan o se llevaran mal, simplemente no congeniaban, según mi punto de vista, por el carácter arrogante de la pequeña. Mi madre hacía lo posible para que las tres estuviéramos unidas.


Sus esfuerzos para que los lleváramos bien a veces se veían recompensados, pero no iba a ser el caso de ese verano. Para mi disfrute, comenzaron a surgir pequeñas disputas entre Gala y Prisicila, principalmente por lo que se empezaba a comentar de esta última en el pueblo. Se suponía que era yo la que tenía mala fama, pero la menor de las tres empezaba a labrarse la suya propia.


- Al final vas a tener razón con Priscila.


- Llevo años diciéndotelo, Gala, es una tocanarices.


- Por lo que me cuentan, es lo único que toca.


- Eso decían también de mí, así que no sé si fiarme.


- A ti al menos te relacionaban solo con uno.


- ¿A ella con más?


- Eso he oído.


- Supongo que también tiene derecho.


- Claro, pero que luego no vaya dando lecciones.


- Lo que pasa es que mamá siempre la defiende.


- Porque es la pequeña.


- Me la igual, si me harta le acabaré soltando un guantazo.


- Calma, Athenea, vamos a intentar que la estancia en el pueblo sea tranquila.


- Las ganas que tenía de venir y ahora estoy deseando volver a casa.


- Es que, en realidad, la semana esa solas en casa promete bastante.


Ya llevaba días pensándolo, tras el fiasco que había resultado ese año las vacaciones en el pueblo, quedarnos solas una semana en nuestra casa podría llegar a ser épico sí nos lo montamos bien. Para eso vivíamos mantener a Priscila a raya, tarea que me parecía mucho más sencilla desde que sabía que tenía a Gala de mi lado.


Pero para que aquello ocurriera aún quedaban unos cuantos días, tiempo que iba a estar marcado por nuestras constantes peleas. Gala se seguía entreteniendo ayudando a nuestros abuelos y yo durante el día hacía lo que podía para no morirme de aburrimiento, pero al llegar la noche, cuando Priscila volvía de lo que fuese que estaba haciendo, nos uníamos para meternos con ella.


Era consciente de que a ojos de nuestros padres aquello parecía un combate desigual, dado que nosotras éramos dos y ella solo una, además de ser la más pequeña. Pero su cruel forma de dirigirse a nosotras hacía que eso se nos olvidará enseguida. De haber sabido las consecuencias, probablemente hubiéramos dejado de meternos con ella.


Justo el día antes de volver a casa, mientras hacía las maletas, recuperaba la alegría que el pueblo me había robado. Tenía muchos planes para esa semana, y la mayoría incluían hacer fiestas en casa y amenazar de muerte a Priscila se hacía falta para que no se chivara. Parecía destinada a que la felicidad nunca me durara.


- ¿Ya estás contenta?


- Estaba siendo un verano de mierda.


- Porque no puedes entrar en la discoteca, pero el año pasado no lo necesitabas.


- Era una cría, me conformaba con cualquier cosa.


- Como si fueras ahora mucho más mayor.


- Tengo casi dieciocho, pero quizás se te olvida porque no vas a estar.


- Lo celebraremos cuando volvamos tu padre y yo.


- Vas lista si piensas que os voy a esperar.


- ¿Acaso crees que vas a organizar una fiesta sin nosotros?


- Nunca lo sabrás.


- ¿Cómo que no? Me lo dirá tu tío.


- ¿Qué tío?


- El único que tienes, Athenea.


- ¿Qué tiene que ver el tío Saúl en todo esto?


- ¿De verdad pensabas que os iba a dejar solas toda la semana?


- No puedes estar hablando en serio.


- Os pasáis el día peleando, alguien os tiene que vigilar.


- Pero si las tres somos ya mayorcitas.


- No lo demostráis con vuestro comportamiento.


- De todos modos, el tío Saúl no es el mejor ejemplo, si casi ni lo vemos.


- Pues se ha ofrecido encantado.


- Al menos nos podríamos quedar en su chalet.


- No, se va a instalar en nuestra casa.


Por primera vez en mucho tiempo, las tres estuvimos de acuerdo en algo. Todos los planes que habíamos hecho para esa semana se irían al traste con la presencia de nuestro tío. Probablemente nos habíamos ganado la desconfianza con nuestra actitud, pero si tenían que ponernos un vigilante, seguro que había mil opciones mejor que él, incluido el vagabundo del parque.


El problema con nuestro tío es que era una versión masculina y adulta de nosotras. Por motivos que desconocía, le sobraba el dinero, y eso le permitía vivir sin ningún tipo de preocupación ni responsabilidad. Según había oído, solo le ponía interés a ligar con el mayor número de mujeres posible. No era lo que se dice un buen ejemplo.


Llegamos a pensar que quizás podríamos aprovechar esa forma de ser suya para salirnos con la nuestra, pero el tío Saúl llegó con la lección bien aprendida, no estaba dispuesto a pasarnos ni una. Ni siquiera Priscila y su habitual mal carácter lograron imponerse, ese hombre venía con la lección bien aprendida. Algo se nos tenía que ocurrir a Gala y a mí.


- ¿Desde cuándo es tan estricto?


- No lo sé, pero parece otra persona.


- Espero que se acabe aburriendo y lo podamos aprovechar.


- Es que ni siquiera Priscila lo torea.


- Quizás podamos hacer algo para ganárnoslo.


- ¿Como qué?


- Creo que es muy goloso, podríamos hacerle un pastel aprovechando tu cumple.


- Dudo que nos vaya a quedar bien.


Mi duda era mucho más que razonable, pero algo teníamos que intentar. Además, era mi cumpleaños y no podía quedarme sin soplar las velas, aunque fuese en un pastel repugnante. Obviamente, excluimos a Priscila del plan y mi hermana mayor y yo nos pusimos manos a la obra. No se me ocurría una manera más triste de estrenarme como mayor de edad.


Tirando de internet y de algunos libros de recetas que tenía nuestra madre, logramos hacer un pastel bastante decente. Para nuestra sorpresa, ni siquiera Priscila pudo disimular que le había gustado. Pero fue el tío Saúl quien acabó chupándose los dedos como si del manjar más delicioso se tratara. Parecía que lo teníamos en el bote.


Es verdad que ganamos muchos puntos con él, y que el regalo que me hizo fue una pasada, justo lo que quería, pero seguía sin permitirnos hacer nada de lo que habíamos planeado con anterioridad. En cambio, tuvo una idea con la que pretendía quedar de tío enrollado, aunque nosotras no lo vimos exactamente así. Al menos al principio.


- Se me ha ocurrido una cosa que os va a encantar.


- ¿Montar un fiestorro en casa?


- Relaja la raja, Athenea.


- Pues vaya...


- Nos quedan cuatro días de convivencia y esto no puede seguir así.


- ¿A qué te refieres?


- A las peleas, a que me insistáis para que os deje hacer lo que os dé la gana...


- Lo normal, vaya.


- Para vosotras, pero para mí no, por eso me he inventado un juego.


- Espera, que ahora sacará las Barbies. - Dijo Priscila.


- Os aseguro que no tiene nada que ver con eso.


- Explícate de una vez.


- Como sabéis, si algo me sobra es el dinero.


- El dinero nunca sobra. - Respondió Gala.


- Y no sabemos de dónde lo has sacado. - Añadió Priscila.


- Eso da igual, la cuestión es que no tengo hijos y alguien tendrá que heredar.


- Ahora empiezo a escucharte, querido tío.


- Os lo iba a repartir de manera equitativa, pero podemos hacerlo más interesante.


- ¿Con un juego?


- Exacto. He escondido tres pistas por la casa y la urbanización.


- Me da igual el dinero, no voy a hacer el ridículo. - Le contestó Priscila.


- No digas nada antes de saber de cuánto estás hablando.


Saúl nos enseñó la cantidad de dinero que tenía en el banco y nos explicó el porcentaje que tenía pensado para la ganadora, justo lo que necesitábamos para jugar a cualquier cosa que nos propusiera. Casi de manera simultánea, Gala y yo pensamos en que, más que ganar, lo que deseábamos era que Priscila no saliese vencedora.


Conscientes de que nuestra hermana pequeña era la más espabilada de las tres, decidimos unirnos para intentar ganar ese absurdo juego. Solo sabíamos que la primera pista estaba dentro de casa, así que empezamos a buscar como desesperadas. En cambio, Priscila lo hacía todo con calma, logrando así sacarnos de nuestras casillas.


Pasamos una mañana revolviendo la casa entera, abriendo puertas y rebuscando en cajones, sin encontrar absolutamente nada. Empezaba a cundir el desánimo cuando Gala tuvo la brillante idea de mirar en el armario de los productos de limpieza, un lugar hasta entonces desconocido para nosotros. Allí encontramos una nota.


"Si de oro queréis una mina,


lo mejor es buscar en la piscina."


- No lo ha puesto demasiado complicado, ¿no?


- Parece que no, pero habrá que ir a encontrar la siguiente pista.


- Rompe la nota.


- No puedo, Athenea, el tío dijo que había que dejarlas para la que llegara después.


- ¿Y cómo sabemos que Priscila no la ha encontrado ya?


- Porque ella la hubiera roto seguro.


- Al menos escóndela detrás de ese bote.


Lo único positivo de nuestra casa era que tenía piscina comunitaria, aunque ya no le dábamos tanto uso como de pequeñas. Esperando que no hubiera demasiada gente, nos pusimos los bikinis y bajamos procurando que Priscila no se diera cuenta. Una vez allí, nos pusimos a bucear dando por hecho que la nota estaría dentro del agua.


Priscila no tardó ni quince minutos en aparecer, ella también había encontrado la pista. Nada más verla recordamos otro de los motivos por el que la odiábamos: tenía mucho mejor figura que nosotras. Gala y yo éramos más altas y delgadas, sin demasiadas curvas, pero ella tenía un cuerpo mucho más exuberante. El bikini le sentaba de lujo.


Procuramos apartar los celos y centrarnos en la tarea, lo que nos llevó a darnos cuenta de que había un papel forrado en la parte más profunda de la piscina. Ninguna de las dos éramos grandes buceadoras, y encima debíamos hacerlo con disimulo, pero acabamos llegando hasta la nota y leímos lo que ponía. No era tan explícita como la anterior.


"Si queréis cumplir vuestro sueño,


convertíos en un niño pequeño."


- Esta no la pillo.


- Lo ha hecho el tío, no puede ser demasiado difícil.


- Pero ¿cómo nos vamos a convertir en un niño pequeño?


- No sé, Athenea, supongo que será algo metafórico.


- Ya me imagino que no busca que nos transformemos de verdad.


- ¿Tú qué harías si fueses un crío?


- Encontrarle a esto la gracia que no tiene.


Mientras seguíamos discutiendo sin tener la más mínima idea de hacia dónde dirigirnos, Priscila encontró la pista en el fondo de la piscina y salió corriendo al parque que había al lado. Iba tan decidida que me asustó, así que le pedí una tregua, que reanudamos la búsqueda al día siguiente, ya que se estaba haciendo de noche. Su respuesta fue un corte de mangas.


Podía tener sentido que convertirnos en niños nos llevara al parque, pero quizás era más complejo que eso. Aun así, la seguimos y nos dedicamos a levantar cada piedra y mirar debajo de todos los columpios, como estaba haciendo de ella. Esa vez se nos adelantó y volvió a salir corriendo, si ni siquiera molestarse en esconder la nota.


"Si vuestro deseo es heredar,


lo que más me gusta me tendréis que dar."


- ¿Qué es lo que más le gusta al tío?


- Por lo visto, crear juegos absurdos.


- En serio, Athenea, nos jugamos que esa se lleve la mayor parte de la herencia.


- Es que es casi un desconocido, apenas sabemos nada de él.


- Le gustaba el baloncesto, ¿no?


- Sí, pero no creo que quiera que le llevemos una pelota o una canasta.


- No, está claro que ha montado esto para sacar él también un beneficio.


- Piensa, Gala, piensa.


- Bueno, ya sabes lo que dice siempre mamá.


- ¿Que somos unas niñatas desagradecidas?


- Me refiero respecto al tío.


- Que desde jovencito solo piensa en meterla.


- Está claro que eso es lo que más le gusta.


- Dudo que espere que lo invitemos a ir de putas.


- ¿Y no piensas que...?


- ¿Qué?


- Nada, déjalo.


- Di lo que hayas pensado.


- ¿No has notado estos días que nos miraba de forma rara?


- Pues no, la verdad.


- Es un pervertido, puede que se haya encaprichado de nosotras.


- ¿Qué dices, loca?


- Yo tampoco lo creo, pero nos jugamos mucho, deberíamos tantearlo.


Decidimos provocarle un poco para ver cómo reaccionaba. Las dos estábamos de acuerdo en que era una idea absurda, pero, a falta de otra mejor, no perdíamos nada por intentarlo. El tío Saúl era un hombre guapo, se seguía conservando muy bien, así que tampoco iba a ser traumático darle unos besitos en el cuello para ver cómo reaccionaba.


Al llegar a casa vimos que Priscila estaba en la cocina, probablemente preparándose la cena. Eso nos hizo pensar en dos probabilidades: o no tenía ni idea de a qué se refería la nota, o había llegado a la misma conclusión que nosotras y no estaba dispuesta a pasar por ahí. Por si eso fuera poco, el tío ya estaba en la cama, algo muy extraño, teniendo en cuenta que no eran ni las diez de la noche.


- ¿Cuál es el plan?


- Entramos así, en bikini y nos tumbamos a su lado.


- ¿Y después?


- Si no reacciona mal, le damos unos besitos y le acariciamos un poco.


- ¿Hasta dónde estamos dispuestas a llegar?


- Podría quitarme la parte de arriba del bikini, ¿y tú?


- Yo también, incluso la de abajo, si veo que vamos por buen camino.


- Si hay que tocarle un poco, lo hacemos.


- Esto nos va a pesar en la conciencia toda la vida, Gala.


- Pues imagínate si Priscila heredara la mayor parte de su dinero.


Dispuestas a hacernos con el botín, entramos en la habitación sin avisar y nos encontramos a nuestro tío tumbado en la cama. Por su reacción y por el bulto bajo sus pantalones, era obvio que lo habíamos pillado toqueteándose. Eso podía ser señal de que nos estaba esperando justo para lo que creíamos. Gala y yo nos tumbamos a su lado.


Aunque era probable que estuviera disimulando, nos sorprendió su reacción, parecía extrañado. Aun así, las dos pusimos una de nuestras piernas sobre él, la mía rozando su paquete, y yo le puse una mano en la cara y Gala en el pecho. Lo estábamos haciendo por dinero, pero la situación era suficientemente morbosa como para calentarnos.


- ¿Qué estáis haciendo?


- Darte lo que más te gusta. - Respondió Gala.


- Pero esto...


- No hace falta que disimules, solo disfruta.


Convencida de que habíamos dado en el clavo, no me lo pensé dos veces y me quité la parte de arriba del bikini. Mi hermano mayor no dudó ni limitarme y le cogió una mano a nuestro tío para colocársela sobre sus pechos. Yo hice lo mismo con la otra. Saúl parecía contrariado, pero no hacía nada para evitar lo que estaba ocurriendo.


Se suponía que Gala y yo íbamos a compartir el premio, pero empezaba a quedarse una pequeña competición entre las dos por ganarnos el favor de nuestro tío. Todo lo que una hacía la otra lo trataba de imitar yendo aún más allá. Saúl seguía haciendo vagos intentos de protestar, aunque los abandonó por completo cuando metí la mano bajo su pantalón y le agarré la durísima polla.


Al ver que la tenía entre mis manos y comenzaba a bombear, Gala se apresuró en adelantarme y se agachó para meterse la verga de nuestro tío en la boca, iniciando una mamada que yo debía igualar, porque ir más lejos sería traspasar todos los límites. Mientras ella chupaba con ansia para contentarlo, yo se la arrebaté y empecé a hacer lo mismo.


No nos quedó más remedio que hacer equipo de nuevo. Entre las dos nos fuimos turnando su tranca, ella la mamaba unos segundos y después me la pasaba a mí para que la recorriera con mi lengua. Solo podía pensar en el dinero, en cómo serían los veranos cuando heredara esa fortuna. Estaba convencida de que incluso podría recibir un adelanto si lograba satisfacer a Saúl.


Probablemente Gala pensaba lo mismo, porque estaba poniendo todo de su parte para hacer que se corriera lo antes posible. Sabíamos que un hombre de su experiencia tendría mucho aguante, que no llegaría al orgasmo con facilidad, por mucho que se estuviera tomando la libertad de meternos mano por todo el cuerpo.


Mi tío había pasado de resistirse a tener un dedo acariciando mi coño por debajo del bikini, al borde de introducirse en mi interior. Por la cara de mi hermana supe que a ella le estaba haciendo lo mismo, de la misma manera que me di cuenta de que nos lo metió a las dos a la vez. En aquel momento estaba ya muy mojada.


Es difícil saber cuánto tiempo nos tuvo mamando, quizás entre quince y veinte minutos, pero llegó un momento en que ya no aguantó más. Los dos dedos que para entonces ya tenía metidos en mi raja se movieron a toda velocidad cuando Saúl llegó al orgasmo. Gala y yo también sentimos el placer justo cuando nuestras caras quedaban manchadas con el semen de nuestro tío.


En ese preciso instante, la puerta de la habitación se abrió y Priscila apareció con un pastel similar al que habíamos hecho el día anterior. Acababa de ganar el juego, pero Gala y yo no nos íbamos a dar por vencidas tan fácilmente.
Que buen relato,muy morboso y excitante. Te deja con ganas de más.

Espero la continuación con ansia y porque no decirlo,con una potente erección 😋😋
 
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