Lilith Duran
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- 10 Oct 2025
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Sí, lo sé, no es una frase que suene muy bien, pero durante mis dieciocho años de vida, la he escuchado en varias ocasiones y todas, salidas de la boca de mi madre. Cuando era pequeño, no sabía muy bien a lo que se podía referir, porque ni siquiera entendía el significado de la palabra golfa, pero ahora… me hago una idea.
—Jokin, venga, sal ya y llévale el táper a la abuela —me gritó mi madre desde la sala.
—Vale… —repliqué con visible cansancio, todavía estaba renqueante de la fiesta del día anterior, aunque era sábado y no fallaría a la que me esperaba.
Lo hice y con el táper de albóndigas en la mano, salí a la calle para darme un gélido paseo. Mi sudadera y pantalón de chándal, apenas me daban una tregua del frío y aceleré el paso para que, los cinco minutos de viaje hasta casa de mi abuela, se pasaran lo más rápido posible y no se convirtieran en un infierno.
Toqué el timbre, mirando las albóndigas que tan bien le salían a mi madre y esperando por una rápida contestación. Me entró cierta hambre, pero de la misma, mi vientre me echó la bronca. La fiesta del viernes había sido dura y pagaba el peaje del dolor de tripa, sin embargo, en unas horas estaría operativo, lo sabía bien. “Tema de la edad”, eso es lo que siempre decía mi madre.
—¿Sí? —la inconfundible voz de mi abuela resonó en mis oídos.
—Soy Jokin. Ábreme, Feli.
El estridente ruido metálico del pestillo, tronó a mi espalda y empujé con fuerza la puerta para escapar del frío y adentrarme en el calor que se mantenía dentro del portal. Aproveché y subí las escaleras, apenas eran par de pisos y eso me daría una calentura extra que me templaría antes de entrar a la casa de mi abuela.
—Hola —anuncié nada más entrar, la puerta me esperaba abierta y la cerré a mi paso.
—Hola, enano. —escuché su voz a lo lejos, seguramente, desde su cuarto.
Me metí en el salón, sentándome en el sofá y notando la buena temperatura que se guardaba en casa. Resoplé aliviado y contemplé que sobre la mesa, entre el sofá y la televisión, la abuela había dejado unos viejos álbumes familiares.
Deposité el táper en la misma mesa y a modo de cambio, cogí uno de los libros, con toda seguridad, habría estado limpiando las estanterías del mueble y se había quedado a media tarea.
Agarré el de color rojo, que conocía de maravilla pese a que era bastante viejo. Un poco de polvo recubría la solapa, pasé la mano y las motas dibujaron un baile delante de mi rostro.
Le eché una ojeada, sabiendo que mi abuela todavía estaba en su cuarto, no escuchaba sus pasos y tampoco me decía nada, por lo que, busqué una foto en concreto que… no era la primera vez que la contemplaba.
—Aquí estás —solté en un suspiro cuando la encontré.
Era una imagen del pasado, de una época en la que mi abuela era una jovencita. No tendría más de veinte años, porque al lado, estaba el carrito de coche de mi madre y Feli, la tuvo con diecisiete años. Dato a resaltar, todo fue por un mal polvo en las fiestas del pueblo, cosa que no digo yo, ni mi madre, lo dice la propia abuela.
Examiné con calma la instantánea, rememorándome tiempos pasados, donde me sentaba en su cama a deleitarme con esa imagen y… mientras mi madre y mi abuela charlaban en otro lado de la casa, me masturbaba contemplándola.
Estaba en la playa, un día de buen sol de verano, no había duda. Feli conservaba su melena de color dorado y lucía unas gafas de sol del todo negras de cara al sol. Estaba en bikini, seguro que uno rompedor para la época, aunque la parte de arriba… no la llevaba.
Fueron las primeras tetas que vi en mi vida, cierto que en foto, pese al matiz, lo importante era eso… que fueron las primeras. Tenía un rostro valiente, con una sonrisa altiva, sabedora de que más de uno en la playa, la devoraría con los ojos. Feli siempre fue guapa, al igual que mi madre, sin embargo, el tiempo pasa y cargando con cincuenta seis años a sus espaldas, ya no es esa jovencita.
—¡Quién te pillaría a esa edad…! ¡Madre mía…! —susurré sin percatarme de los pasos que salían del cuarto.
—Jokin.
Feli apareció por el pequeño pasillo, haciendo ruido con unos tacones que le endurecían las piernas. Se notaba que no era una abuela al uso, puesto que… nunca lo fue. Incluso en el colegio, cuando me recogía siendo un mocoso de tres años, algunos la confundían con mi madre. Normal, para entonces solo tenía cuarenta años.
—Felicidades por segunda vez. —su impecable sonrisa atravesó el umbral de la puerta.
—Primera vez en persona.
—Bueno, no me seas tiquismiquis que solo han pasado tres días. De lo que sí te puedes quejar, es de tu regalo. No me dio tiempo, pero no dudes de que te daré algo. —la sonrisa no la borraba— Siempre lo hago.
No dije nada, simplemente, me quedé mirándola desde mi posición en el sofá y saqué una leve carcajada que ni siquiera sonó. Feli siempre se olvidaba de los regalos, para otras cosas era una gran abuela, pero para esos temas… ¡Horrible!
—¿Qué ves?
Me indicó el álbum con un fino dedo que coronaba una uña granate perfectamente pintada. No reparé en el dedo, sino en la camiseta de tirantes color gris que acompañaba una pequeña rebeca del mismo color. El escote que tenía era bastante suculento y siempre me pareció curioso, porque comparado con la foto, esa parte de su cuerpo era muy diferente.
—Nada… —dejé el álbum en mis piernas y la miré a los tremendos ojos de un color gris brillante que poseía. “¡Porque no habré heredado esos ojos…!”, me maldije igual que de costumbre— Esperándote y matando un poco el rato viendo el pasado.
—¡Y tanto qué pasado…! —posó el dedo índice en una instantánea de la derecha, donde salía sentada en un bar de playa junto a sus padres y con mi madre en brazos— Ese día estuvimos en una playa de Cantabria, apenas tenía dieciocho años.
—Justo mi edad.
—Exacto, tu madre todavía era una bebe y algunas veces… —se sentó a mi lado y usó un tono confidente— lo sigue siendo. —lanzó una leve carcajada que seguí pese a no entenderla— ¡Ay, mi enano! Pues dieciocho ya. —me miró con media sonrisa y percibí que se había hecho las pestañas antes de que llegara— Eso sí, aún te queda para ser mayor. No vayas ya de hombre, ¡eh!
—¡Solo un poco, abu…! —hice un alto, parecía preparada a medias y tuve que preguntárselo— ¿Vas a salir hoy?
—Sí, he quedado —lo dijo con altivez, haciéndose de rogar, como la gustaba que la preguntase—. Ya sabes que no perdono un fin de semana.
—¿Te tengo que preguntar con quién has quedado o me lo vas a contar sin que te lo ruegue? —sonrió de una manera que solo veía en ciertas chicas de mi edad que, son sabedoras, de lo guapas que son.
—No, tranquilo. No te voy a dejar con la miel en los labios. He quedado, ahora en un ratito, con un chico. —se miró el reloj junto a las pulseras de su muñeca y continuó— A las nueve.
—Bien. —nada raro, mi abuela solía tener citas cada mes— ¿A este le llamo abuelo o espero un poco?
—¡Imbécil…! —me dio un golpe en el brazo y mascó su chicle detrás de una sonrisa— Con Arturo, ya acabamos la época de los abuelos… abuelastros, ¿no? Siempre lo decías de pequeño y me sonaba fatal. —aquel fue su último novio, el que murió cuatro años atrás y dejó un buen dinero a la abuela. Continuó hablando— Pero en el caso de este chico, mejor llamarlo papá.
—¿¡Qué dices!?
—Tiene treinta y cinco años. —su cara era de lo más arrogante.
—¿¡Qué!? Si tiene tres años menos que mamá. —para mí, también era mayor, aun así, comprendía la diferencia de edad que había entre ellos— ¿Cómo puedes ligar tanto?
—Porque soy una belleza, mi niño. Deberías estar orgullosa de tu abuela.
—Sí, sí, claro… —“¡casi liga más que yo!”, pensé tontamente.
La verdad que Feli se cuidaba bien, no es que se machacara en el gimnasio, pero tenía el cutis liso y su rostro no perdió la hermosura de la juventud. Además, que con aquellos ojos… podría encandilar a cualquiera, era una evidencia.
—Ahí tienes las albóndigas, mételas a la nevera antes de que se calienten —comenté para cambiar de tema.
—¡Qué ricas! —las cogió y se volvió a poner de pie— Mira que tu madre sabe hacer pocas cosas, pero las albóndigas, ¡las hace de puta madre…!
—¡Abu…! —le solté a modo de crítica, aunque poco la importaba y acabé sonriendo.
Dio media vuelta, dejándome ver el trasero que le hacía el vaquero y pese a ser algo grande para mi gusto, no estaba nada mal. Me sorprendió tal afirmación, quizá porque la trataba de analizar del mismo modo que haría un chico de treinta y pico años.
Se conservaba bien, no estaba gorda, ni rellena, y su rostro era bello, además, por lo que me parecía, disponía de ciertas dotes para el ligoteo, seguramente, pulidas tras tantos años de vida.
Me percaté de que estaba embobado, mirando el trasero de mi abuela, bambolearse de un lado a otro por el pasillo. Cuando se esfumó al girar por la cocina, volví a la realidad. Con toda probabilidad, el alcohol hizo estragos en mí, porque una cosa era mirar la foto de la abuela cuando era joven y otra muy distinta, contemplarle las nalgas de esa forma tan directa.
—¿Quieres algo? —preguntó desde el otro lado de la casa.
—Nada, abu.
Volví a escuchar sus tacones, alzando la vista cuando salió de la cocina y, por segunda vez esa misma tarde, la analicé del mismo modo que cuando se fue de la sala.
Su cabellera plateada con tonos blancos, danzaba en el aire, únicamente, sostenida por una pinza más arriba de la nuca. Pero lo que en verdad me llamaba la atención, era ese bailoteo que hacían sus senos arriba y abajo.
Era capaz de compararla con mis profesoras del instituto y eso que, muchas, eran de su edad, incluso algunas más jóvenes, no obstante, ninguna me parecía tan atractiva como lo podía ser Feli. Tenía algo que… que no sabía ubicar y me sorprendí de mí mismo, al reflexionar que era normal que ligase, la abuela todavía se conservaba muy bien.
—¿Qué fotos veías? —preguntó nada más se sentó.
—Ninguna en particular. —la mentira fue creíble— Como he visto los álbumes aquí, pues me apetecía mirar fotos antiguas, nada más. —lo de ver sus tetas desnudas con aquellos pezones puntiagudos, mejor me lo quedaba para mí.
Aunque un vistazo me delató, puesto que no había comparación con la Feli de la playa y con la que estaba sentada a mi lado. En la foto, los pechos eran preciosos, pero es que, en la realidad, eran mucho más grandes…
—Disfruta de tu edad, que estás en los mejores años —comentó para sacarme de la mente sus senos—. Esa época me la perdí por culpa de un imbécil… —puso los ojos en blanco, porque siempre lo matizaba— Adoro a tu madre, pero menuda juventud me dio… Ya lo sabes.
—Sí, abu… Bueno…, supongo que a ella, le pasaría lo mismo conmigo. —mi bisabuelo que en paz descanse, siempre les decía que de tal palo tal astilla, puesto que Nuria, me tuvo a los veinte— ¿Nunca quisiste comentarle nada de mamá al… “abuelo”?
—Ni se te ocurra llamarlo así, —torció el rostro de puro asco— ya conoces la historia, era un chico del pueblo de al lado, mayor y a saber cómo se llamaba. Ni siquiera se me pasó decirle nada. Mejor así.
—Siempre he pensado que mi madre sí ha querido conocerle.
—Lo dudo —respondió con rapidez—. Mira tú, a tu padre no le has querido ni ver, ni conocer.
—Ya, pero eso se debe a que es un imbécil.
—En eso tienes razón. —acabó por reírse con una fila de dientes blancos y perfectos.
Ambos nos quedamos un momento en silencio y Feli, permaneció sentada, mirando a la negrura de la televisión, tal vez, pensando en ese pasado que tan lejano quedaba…, no lo sé. Lo que meditaba yo, sí que lo sabía, puesto que esa imagen del antes y después en sus senos, horadaba en mi mente igual que un gusano hambriento.
—Oye, una cosa…
Durante todos mis años de vida, adquirimos la suficiente confianza para preguntarla por eso y mucho más, ya que me crio mucho tiempo y al estar solo los tres en la familia, era como una segunda madre. Me atreví a lanzarle la cuestión, puesto que, también… un poco de alcohol que se mantenía en mi cuerpo, me envalentonó.
—En esta foto. —le señalé la de la playa con un leve temblor en mi voz— O sea… no eres como ahora. Me refiero a que… has cambiado.
—¡Pues claro que he cambiado! Jokin, han pasado unos pocos años… —tenía ambos ojos abiertos por semejante bobada.
—No, no me refiero a eso. —debía matizar— Quería decir a una parte en especial… —bajé mis ojos a su escote, donde sus dos poderosos senos se apiñaban el uno contra el otro. A la par, puse mi dedo encima de los pechos de la foto— Ahí.
—¡Ah, vale! —sonrió al comprender y me guiñó el ojo— Es que son nuevas, bueno… ya tienen unos añitos. —fruncí el entrecejo, aunque me imaginaba por donde iría— Me las regaló Arturo, fue uno de sus últimos obsequios antes de irse. Era un buen hombre. Las disfrutó de lo lindo, no te creas que se fue sin catarlas.
—¿Te las operaste? —no necesitaba respuesta— Pues mamá, nunca me dijo nada.
—Nuria lo sabía. Tampoco es que sea una cosa de real importancia en nuestras vidas. Y… ya sabes que tampoco le gusta hablar mucho de mí.
Acabó por reírse y me quedé con esa sensación que siempre tenía, no entendía cómo se podían querer tanto y a la vez, odiarse de una manera tan latente.
—¡Guau! —estaba alucinando por dicho descubrimiento y mis pensamientos, fluyeron en voz alta— Mira que siempre quise conocer a una mujer con las tetas operadas y resulta que mi abuela, se las ha puesto.
Era cierto, más por curiosidad que otra cosa, pero siempre fue una duda que me rondaba la cabeza. Seguramente, vendría de tantas horas delante de una pantalla, viendo videos y videos… todos ellos porno.
—¿Y eso?
—No sé… —me encogí de hombros, lo del porno no se lo iba a decir y solté lo más evidente— Durante estos años, he tocado las normales… las no operadas. Pero así, —señalarlas con los ojos me dio cierta vergüenza, al final, eran las tetas de mi abuela— como las tuyas, nada.
Levantó una ceja y me quedé esperando que dijera algo más. Tardó un poco y con esa mirada tan profunda que poseía, me sentí un poco incómodo. Sus manos subieron con lentitud a la parte baja de los senos y de pronto, sosteniéndolos entre sus palmas… los meció de arriba a abajo.
—¿Unas de estas?
Fue inevitable no contemplar el movimiento hipnótico que hicieron y, acompañados por el sonido de sus pulseras, las tetas subían y bajaban. Eran enormes, se veían voluptuosas y por raro que me pareciera, no daba la sensación de que los años hubieran pasado por ellas.
Asentí en silencio, porque la garganta se me atoró y para soltar un gallo en medio de su sala, lo mejor era callar. Dos tetas turgentes y bien puestas, de un gran tamaño y… a menos de medio metro de distancia. Sentí un calor muy profundo entre mis piernas, no podía ser cierto, pero… al parecer, me puse cachondo al ver las tetas de la abuela.
—Pues no son nada del otro mundo. —echó un vistazo hacia abajo, comprobando lo que se habían alzado por culpa de sus manos— Las tengo más duras que antes y eso me gusta, pero no sé… Normales, ¿no?
Que hablara con tanta tranquilidad de sus tetas, me ponía mucho más. Trataba de mirarla a los ojos, sin embargo, prefería bajar la vista a sus senos, puesto que con aquel gris con todos azules, parecía leerme la mente.
—O sea que… ¿Nunca has tocado unas tetas operadas? —negué con la cabeza, y soltó sus pechos, que cayeron a plomo— Pero aparte de estas, las normales dices que sí, ¿no?
—¡Sí, joe! ¡No soy virgen! —casi respondí ofendido.
—Vale, vale… me imaginaba, ya tienes una edad.
Hizo un alto, haciendo que la mirase y en sus gruesos labios pintados de rosa, estaba una sonrisa un tanto enigmática. Esperé atento por lo que tuviera que decirme, pero antes de hablar, me dedicó un pícaro gesto que solo vi antes, en chicas guapísimas de fiesta.
—Pues… —se pasó la lengua muy disimuladamente por los carnosos labios y después de un leve pausa que se me hizo eterna, preguntó con total franqueza— ¿Te gustaría tocarlas?
—¿¡Cómo!? —estuve al borde de asustarme, sobre todo, cuando alzó ambos dedos índices y se señaló los dos pechos— ¡No, no, Feli…! ¡Yo…, eso no…!
—Jokin, —sacó el índice de su pecho derecho y lo colocó encima del álbum, indicándome la foto de la playa con los senos al aire— tranquilo. Ya me has visto desnuda. Incluso cuando eras pequeño, te bañabas conmigo. Si quieres quitarte ese antojo, te dejo tocarlas.
—No creo que eso sea… sea… —estaba ridículo con ese temblor en mi voz, parecía un niño asustadizo— Adecuado…
Escudriñé en sus ojos si mentía o si estaba jugando conmigo, no sería la primera vez, de pequeño me la jugaba constantemente. Sin embargo, solo atisbé la verdad en su arrebatadora mirada. Inspiré con calma, para no parecer ansioso y traté de preguntarla con el máximo sosiego.
—¿Me lo estás diciendo de verdad?
—Claro. —alzó sus rodillas para colocarlas en el sofá y se sentó de lado, con sus pezones apuntándome y sin borrar su blanquecina sonrisa— Calma, no se lo voy a decir a tu madre. Será un secreto.
—Ya, abu… Pero…
—¡Calla ya, anda!
De pronto, su mano derecha asió mi muñeca y sin poder reaccionar, recortó el camino que separaba su seno de mis dedos. Para cuando me di cuenta, el corazón se me detuvo, puesto que mi palma, estaba encima de su gran pecho.
Únicamente, nos separaban la camiseta y el sujetador, sin embargo, pude notar la dureza de aquella teta y lo gustoso que se sintió cuando, con la garganta tensa igual que un cable de acero…, hice un poco de presión.
—¿Nada mal, verdad? —estaba orgullosa.
—Están muy bien… —contesté tontamente, como un niño con un juguete nuevo, y volví a apretar sin reparar en mis actos.
—¿Qué…? —preguntó cinco segundos después, mirándome con esa envidiable sonrisa de superioridad aplastante— ¿Satisfecho, nene?
—Sí, claro.
Las quité al instante, a la par que mi rostro se coloraba y las orejas se me incendiaban igual que si fueran par de antorchas. Podía notar la mirada de Feli clavada sobre mi piel y esa… mueca divertida tan suya… que no me dejaba ni respirar.
Fue igual que si me llegara un mensaje al cerebro, de que mi propio cuerpo me avisara de lo que estaba pasando. En mi entrepierna, mi gran miembro se había encendido, puesto que todo era muy evidente, incluso mi abuela estaba al tanto de que me había puesto cachondo.
—Siempre te gustó mucho la foto —volvió a tomar la palabra y ni siquiera miró el álbum, los dos sabíamos de cuál hablaba—. Seguro que si me hubieras visto con esa edad, te hubieras derretido. Gustaba a todos, no hubiera sido nada extraño.
—Seguro… —no era la respuesta adecuada, aun así, la susurré en medio de su salón, dejando por unos segundos, la casa en silencio y mi abuela… observándome fijamente.
—Por cierto, tengo una duda.
Hizo un alto, todo ello para que voltease la cabeza a sus ojos. Mi abuela había seducido a decenas de hombres, eso lo sabía de mi madre y de sus frases tan típicas como la de “la abuela es una golfa”. Ahora, notaba que me miraba de la misma manera que a uno de sus ligues, con los ojos entrecerrados y el colmillo atrapando su labio inferior.
—¿Me la resuelves? —preguntó otra vez debido a mi tenso silencio.
—Dime.
—¿Por qué en ********* te pones Tripo? —alzó el brazo y lo puso en la parte de atrás del sofá, sus dedos, por poco tocaron mi enmarañado cabello.
—Mis amigos me llaman así.
—Aja.
La casa se había vuelto más silenciosa, ni siquiera se introducía en ella el eco distante de la calle, igual que una tumba. Estábamos solos y, por primera vez junto a Feli, me sentí su presa.
—Me lo imaginaba, pero no me interesa eso —retomó la palabra. Se movió en el sofá y acortó la poca distancia que nos separaba—. Lo que quiero saber es… ¿Por qué te llaman así?
—La historia es simple… —lo era y mucho, aunque no tan fácil de explicar, al menos, no para hacerlo delante de mi abuela— fue hace par de años. Estábamos en las duchas del equipo de atletismo y… —me quedé allí, por si Feli lo entendía y podía callarme.
—¿Y qué? —deseaba detalles, su cara me lo pedía.
—Pues al verme desnudo… me lo pusieron.
Trató de unir cabos, pero le estaba costando, sus preciosos ojos me estaban analizando, sintiendo lo nervioso que me estaba poniendo y también, el calor que manaba por mis poros. La sangre… estaba dirigiéndose a mi pene después de aquel toque de pecho y ella, lo sabía… estoy seguro de que lo sabía.
—¿Y qué te vieron? —su media sonrisa la delató… era totalmente consciente de lo que hablaba, no obstante, quería escucharlo de mis labios. Seguramente, lo sabía de antemano o, por lo menos, lo suponía.
—Pues… —más sencillo se me haría dar el significado— Tripo viene de Trípode, de tener tres piernas.
—Ah.
Fue un sonido seco, casi distante, que noté que se me metía dentro del oído y me calentaba el interior. Casi lo mismo que me diría mi madre, sin embargo, la abuela lo dijo de tal forma, que escondía algo muy profundo.
—¡Vaya…! —se removió en el sofá y pude mirarla por un momento. Lo siguiente, lo dijo con rotundidad— No me lo creo.
—¿No te crees que me llamen así? —negó muy despacio, ladeando su cabeza de izquierda a derecha.
—No me creo que tengas tres piernas.
—Bueno, pues no sé… a mi modo de ver, es de buen tamaño. —no lo dije herido en mi orgullo, aunque estaba cerca. Sí, era cierto… calzaba una buena polla.
—¿Pues sabes qué, Jokin? —su mirada me quería hechizar y… lo estaba consiguiendo— Nunca he visto una polla tan grande para que digan que es una tercera pierna… si es que tú tienes una así, claro… —era un claro desafío.
—La tengo.
Traté de decirlo con confianza, no sirvió de mucho. Feli me miraba, jugando con uno de los grandes aros que tenía en la oreja y mordiéndose el labio inferior. No era guapa… es que, en ese momento, estaba preciosa, divina, poderosa… una verdadera leona.
—Vale. No diré que mientes, pero igual tu apreciación y la de los niños que te la pusieron, es diferente y errónea.
Lo de “los niños”, lo marcó con ganas, siendo muy consciente de que pretendía herir mi orgullo de adolescente de dieciocho años. Apreté los labios escondiendo mis dientes, mientras que ella, se mantenía en ese silencio donde se encontraba tan cómoda.
De la nada, su mano apareció en mi campo de visión y la palma, se posó en mi muslo, más cerca de mi miembro viril, que de la rodilla. Lo oculté de maravilla, pero todo mi ser, se estremeció por su movimiento, provocando que un escalofrío muy potente asolara mi espalda.
—Podemos hacer una cosa —un murmullo confidente de lo más erótico—. Te propongo un trato muy justo. Ya que yo te he dejado tocarme la teta, para que satisficieras tu curiosidad… Enséñame si lo que dices es verdad.
Continúa...
—Jokin, venga, sal ya y llévale el táper a la abuela —me gritó mi madre desde la sala.
—Vale… —repliqué con visible cansancio, todavía estaba renqueante de la fiesta del día anterior, aunque era sábado y no fallaría a la que me esperaba.
Lo hice y con el táper de albóndigas en la mano, salí a la calle para darme un gélido paseo. Mi sudadera y pantalón de chándal, apenas me daban una tregua del frío y aceleré el paso para que, los cinco minutos de viaje hasta casa de mi abuela, se pasaran lo más rápido posible y no se convirtieran en un infierno.
Toqué el timbre, mirando las albóndigas que tan bien le salían a mi madre y esperando por una rápida contestación. Me entró cierta hambre, pero de la misma, mi vientre me echó la bronca. La fiesta del viernes había sido dura y pagaba el peaje del dolor de tripa, sin embargo, en unas horas estaría operativo, lo sabía bien. “Tema de la edad”, eso es lo que siempre decía mi madre.
—¿Sí? —la inconfundible voz de mi abuela resonó en mis oídos.
—Soy Jokin. Ábreme, Feli.
El estridente ruido metálico del pestillo, tronó a mi espalda y empujé con fuerza la puerta para escapar del frío y adentrarme en el calor que se mantenía dentro del portal. Aproveché y subí las escaleras, apenas eran par de pisos y eso me daría una calentura extra que me templaría antes de entrar a la casa de mi abuela.
—Hola —anuncié nada más entrar, la puerta me esperaba abierta y la cerré a mi paso.
—Hola, enano. —escuché su voz a lo lejos, seguramente, desde su cuarto.
Me metí en el salón, sentándome en el sofá y notando la buena temperatura que se guardaba en casa. Resoplé aliviado y contemplé que sobre la mesa, entre el sofá y la televisión, la abuela había dejado unos viejos álbumes familiares.
Deposité el táper en la misma mesa y a modo de cambio, cogí uno de los libros, con toda seguridad, habría estado limpiando las estanterías del mueble y se había quedado a media tarea.
Agarré el de color rojo, que conocía de maravilla pese a que era bastante viejo. Un poco de polvo recubría la solapa, pasé la mano y las motas dibujaron un baile delante de mi rostro.
Le eché una ojeada, sabiendo que mi abuela todavía estaba en su cuarto, no escuchaba sus pasos y tampoco me decía nada, por lo que, busqué una foto en concreto que… no era la primera vez que la contemplaba.
—Aquí estás —solté en un suspiro cuando la encontré.
Era una imagen del pasado, de una época en la que mi abuela era una jovencita. No tendría más de veinte años, porque al lado, estaba el carrito de coche de mi madre y Feli, la tuvo con diecisiete años. Dato a resaltar, todo fue por un mal polvo en las fiestas del pueblo, cosa que no digo yo, ni mi madre, lo dice la propia abuela.
Examiné con calma la instantánea, rememorándome tiempos pasados, donde me sentaba en su cama a deleitarme con esa imagen y… mientras mi madre y mi abuela charlaban en otro lado de la casa, me masturbaba contemplándola.
Estaba en la playa, un día de buen sol de verano, no había duda. Feli conservaba su melena de color dorado y lucía unas gafas de sol del todo negras de cara al sol. Estaba en bikini, seguro que uno rompedor para la época, aunque la parte de arriba… no la llevaba.
Fueron las primeras tetas que vi en mi vida, cierto que en foto, pese al matiz, lo importante era eso… que fueron las primeras. Tenía un rostro valiente, con una sonrisa altiva, sabedora de que más de uno en la playa, la devoraría con los ojos. Feli siempre fue guapa, al igual que mi madre, sin embargo, el tiempo pasa y cargando con cincuenta seis años a sus espaldas, ya no es esa jovencita.
—¡Quién te pillaría a esa edad…! ¡Madre mía…! —susurré sin percatarme de los pasos que salían del cuarto.
—Jokin.
Feli apareció por el pequeño pasillo, haciendo ruido con unos tacones que le endurecían las piernas. Se notaba que no era una abuela al uso, puesto que… nunca lo fue. Incluso en el colegio, cuando me recogía siendo un mocoso de tres años, algunos la confundían con mi madre. Normal, para entonces solo tenía cuarenta años.
—Felicidades por segunda vez. —su impecable sonrisa atravesó el umbral de la puerta.
—Primera vez en persona.
—Bueno, no me seas tiquismiquis que solo han pasado tres días. De lo que sí te puedes quejar, es de tu regalo. No me dio tiempo, pero no dudes de que te daré algo. —la sonrisa no la borraba— Siempre lo hago.
No dije nada, simplemente, me quedé mirándola desde mi posición en el sofá y saqué una leve carcajada que ni siquiera sonó. Feli siempre se olvidaba de los regalos, para otras cosas era una gran abuela, pero para esos temas… ¡Horrible!
—¿Qué ves?
Me indicó el álbum con un fino dedo que coronaba una uña granate perfectamente pintada. No reparé en el dedo, sino en la camiseta de tirantes color gris que acompañaba una pequeña rebeca del mismo color. El escote que tenía era bastante suculento y siempre me pareció curioso, porque comparado con la foto, esa parte de su cuerpo era muy diferente.
—Nada… —dejé el álbum en mis piernas y la miré a los tremendos ojos de un color gris brillante que poseía. “¡Porque no habré heredado esos ojos…!”, me maldije igual que de costumbre— Esperándote y matando un poco el rato viendo el pasado.
—¡Y tanto qué pasado…! —posó el dedo índice en una instantánea de la derecha, donde salía sentada en un bar de playa junto a sus padres y con mi madre en brazos— Ese día estuvimos en una playa de Cantabria, apenas tenía dieciocho años.
—Justo mi edad.
—Exacto, tu madre todavía era una bebe y algunas veces… —se sentó a mi lado y usó un tono confidente— lo sigue siendo. —lanzó una leve carcajada que seguí pese a no entenderla— ¡Ay, mi enano! Pues dieciocho ya. —me miró con media sonrisa y percibí que se había hecho las pestañas antes de que llegara— Eso sí, aún te queda para ser mayor. No vayas ya de hombre, ¡eh!
—¡Solo un poco, abu…! —hice un alto, parecía preparada a medias y tuve que preguntárselo— ¿Vas a salir hoy?
—Sí, he quedado —lo dijo con altivez, haciéndose de rogar, como la gustaba que la preguntase—. Ya sabes que no perdono un fin de semana.
—¿Te tengo que preguntar con quién has quedado o me lo vas a contar sin que te lo ruegue? —sonrió de una manera que solo veía en ciertas chicas de mi edad que, son sabedoras, de lo guapas que son.
—No, tranquilo. No te voy a dejar con la miel en los labios. He quedado, ahora en un ratito, con un chico. —se miró el reloj junto a las pulseras de su muñeca y continuó— A las nueve.
—Bien. —nada raro, mi abuela solía tener citas cada mes— ¿A este le llamo abuelo o espero un poco?
—¡Imbécil…! —me dio un golpe en el brazo y mascó su chicle detrás de una sonrisa— Con Arturo, ya acabamos la época de los abuelos… abuelastros, ¿no? Siempre lo decías de pequeño y me sonaba fatal. —aquel fue su último novio, el que murió cuatro años atrás y dejó un buen dinero a la abuela. Continuó hablando— Pero en el caso de este chico, mejor llamarlo papá.
—¿¡Qué dices!?
—Tiene treinta y cinco años. —su cara era de lo más arrogante.
—¿¡Qué!? Si tiene tres años menos que mamá. —para mí, también era mayor, aun así, comprendía la diferencia de edad que había entre ellos— ¿Cómo puedes ligar tanto?
—Porque soy una belleza, mi niño. Deberías estar orgullosa de tu abuela.
—Sí, sí, claro… —“¡casi liga más que yo!”, pensé tontamente.
La verdad que Feli se cuidaba bien, no es que se machacara en el gimnasio, pero tenía el cutis liso y su rostro no perdió la hermosura de la juventud. Además, que con aquellos ojos… podría encandilar a cualquiera, era una evidencia.
—Ahí tienes las albóndigas, mételas a la nevera antes de que se calienten —comenté para cambiar de tema.
—¡Qué ricas! —las cogió y se volvió a poner de pie— Mira que tu madre sabe hacer pocas cosas, pero las albóndigas, ¡las hace de puta madre…!
—¡Abu…! —le solté a modo de crítica, aunque poco la importaba y acabé sonriendo.
Dio media vuelta, dejándome ver el trasero que le hacía el vaquero y pese a ser algo grande para mi gusto, no estaba nada mal. Me sorprendió tal afirmación, quizá porque la trataba de analizar del mismo modo que haría un chico de treinta y pico años.
Se conservaba bien, no estaba gorda, ni rellena, y su rostro era bello, además, por lo que me parecía, disponía de ciertas dotes para el ligoteo, seguramente, pulidas tras tantos años de vida.
Me percaté de que estaba embobado, mirando el trasero de mi abuela, bambolearse de un lado a otro por el pasillo. Cuando se esfumó al girar por la cocina, volví a la realidad. Con toda probabilidad, el alcohol hizo estragos en mí, porque una cosa era mirar la foto de la abuela cuando era joven y otra muy distinta, contemplarle las nalgas de esa forma tan directa.
—¿Quieres algo? —preguntó desde el otro lado de la casa.
—Nada, abu.
Volví a escuchar sus tacones, alzando la vista cuando salió de la cocina y, por segunda vez esa misma tarde, la analicé del mismo modo que cuando se fue de la sala.
Su cabellera plateada con tonos blancos, danzaba en el aire, únicamente, sostenida por una pinza más arriba de la nuca. Pero lo que en verdad me llamaba la atención, era ese bailoteo que hacían sus senos arriba y abajo.
Era capaz de compararla con mis profesoras del instituto y eso que, muchas, eran de su edad, incluso algunas más jóvenes, no obstante, ninguna me parecía tan atractiva como lo podía ser Feli. Tenía algo que… que no sabía ubicar y me sorprendí de mí mismo, al reflexionar que era normal que ligase, la abuela todavía se conservaba muy bien.
—¿Qué fotos veías? —preguntó nada más se sentó.
—Ninguna en particular. —la mentira fue creíble— Como he visto los álbumes aquí, pues me apetecía mirar fotos antiguas, nada más. —lo de ver sus tetas desnudas con aquellos pezones puntiagudos, mejor me lo quedaba para mí.
Aunque un vistazo me delató, puesto que no había comparación con la Feli de la playa y con la que estaba sentada a mi lado. En la foto, los pechos eran preciosos, pero es que, en la realidad, eran mucho más grandes…
—Disfruta de tu edad, que estás en los mejores años —comentó para sacarme de la mente sus senos—. Esa época me la perdí por culpa de un imbécil… —puso los ojos en blanco, porque siempre lo matizaba— Adoro a tu madre, pero menuda juventud me dio… Ya lo sabes.
—Sí, abu… Bueno…, supongo que a ella, le pasaría lo mismo conmigo. —mi bisabuelo que en paz descanse, siempre les decía que de tal palo tal astilla, puesto que Nuria, me tuvo a los veinte— ¿Nunca quisiste comentarle nada de mamá al… “abuelo”?
—Ni se te ocurra llamarlo así, —torció el rostro de puro asco— ya conoces la historia, era un chico del pueblo de al lado, mayor y a saber cómo se llamaba. Ni siquiera se me pasó decirle nada. Mejor así.
—Siempre he pensado que mi madre sí ha querido conocerle.
—Lo dudo —respondió con rapidez—. Mira tú, a tu padre no le has querido ni ver, ni conocer.
—Ya, pero eso se debe a que es un imbécil.
—En eso tienes razón. —acabó por reírse con una fila de dientes blancos y perfectos.
Ambos nos quedamos un momento en silencio y Feli, permaneció sentada, mirando a la negrura de la televisión, tal vez, pensando en ese pasado que tan lejano quedaba…, no lo sé. Lo que meditaba yo, sí que lo sabía, puesto que esa imagen del antes y después en sus senos, horadaba en mi mente igual que un gusano hambriento.
—Oye, una cosa…
Durante todos mis años de vida, adquirimos la suficiente confianza para preguntarla por eso y mucho más, ya que me crio mucho tiempo y al estar solo los tres en la familia, era como una segunda madre. Me atreví a lanzarle la cuestión, puesto que, también… un poco de alcohol que se mantenía en mi cuerpo, me envalentonó.
—En esta foto. —le señalé la de la playa con un leve temblor en mi voz— O sea… no eres como ahora. Me refiero a que… has cambiado.
—¡Pues claro que he cambiado! Jokin, han pasado unos pocos años… —tenía ambos ojos abiertos por semejante bobada.
—No, no me refiero a eso. —debía matizar— Quería decir a una parte en especial… —bajé mis ojos a su escote, donde sus dos poderosos senos se apiñaban el uno contra el otro. A la par, puse mi dedo encima de los pechos de la foto— Ahí.
—¡Ah, vale! —sonrió al comprender y me guiñó el ojo— Es que son nuevas, bueno… ya tienen unos añitos. —fruncí el entrecejo, aunque me imaginaba por donde iría— Me las regaló Arturo, fue uno de sus últimos obsequios antes de irse. Era un buen hombre. Las disfrutó de lo lindo, no te creas que se fue sin catarlas.
—¿Te las operaste? —no necesitaba respuesta— Pues mamá, nunca me dijo nada.
—Nuria lo sabía. Tampoco es que sea una cosa de real importancia en nuestras vidas. Y… ya sabes que tampoco le gusta hablar mucho de mí.
Acabó por reírse y me quedé con esa sensación que siempre tenía, no entendía cómo se podían querer tanto y a la vez, odiarse de una manera tan latente.
—¡Guau! —estaba alucinando por dicho descubrimiento y mis pensamientos, fluyeron en voz alta— Mira que siempre quise conocer a una mujer con las tetas operadas y resulta que mi abuela, se las ha puesto.
Era cierto, más por curiosidad que otra cosa, pero siempre fue una duda que me rondaba la cabeza. Seguramente, vendría de tantas horas delante de una pantalla, viendo videos y videos… todos ellos porno.
—¿Y eso?
—No sé… —me encogí de hombros, lo del porno no se lo iba a decir y solté lo más evidente— Durante estos años, he tocado las normales… las no operadas. Pero así, —señalarlas con los ojos me dio cierta vergüenza, al final, eran las tetas de mi abuela— como las tuyas, nada.
Levantó una ceja y me quedé esperando que dijera algo más. Tardó un poco y con esa mirada tan profunda que poseía, me sentí un poco incómodo. Sus manos subieron con lentitud a la parte baja de los senos y de pronto, sosteniéndolos entre sus palmas… los meció de arriba a abajo.
—¿Unas de estas?
Fue inevitable no contemplar el movimiento hipnótico que hicieron y, acompañados por el sonido de sus pulseras, las tetas subían y bajaban. Eran enormes, se veían voluptuosas y por raro que me pareciera, no daba la sensación de que los años hubieran pasado por ellas.
Asentí en silencio, porque la garganta se me atoró y para soltar un gallo en medio de su sala, lo mejor era callar. Dos tetas turgentes y bien puestas, de un gran tamaño y… a menos de medio metro de distancia. Sentí un calor muy profundo entre mis piernas, no podía ser cierto, pero… al parecer, me puse cachondo al ver las tetas de la abuela.
—Pues no son nada del otro mundo. —echó un vistazo hacia abajo, comprobando lo que se habían alzado por culpa de sus manos— Las tengo más duras que antes y eso me gusta, pero no sé… Normales, ¿no?
Que hablara con tanta tranquilidad de sus tetas, me ponía mucho más. Trataba de mirarla a los ojos, sin embargo, prefería bajar la vista a sus senos, puesto que con aquel gris con todos azules, parecía leerme la mente.
—O sea que… ¿Nunca has tocado unas tetas operadas? —negué con la cabeza, y soltó sus pechos, que cayeron a plomo— Pero aparte de estas, las normales dices que sí, ¿no?
—¡Sí, joe! ¡No soy virgen! —casi respondí ofendido.
—Vale, vale… me imaginaba, ya tienes una edad.
Hizo un alto, haciendo que la mirase y en sus gruesos labios pintados de rosa, estaba una sonrisa un tanto enigmática. Esperé atento por lo que tuviera que decirme, pero antes de hablar, me dedicó un pícaro gesto que solo vi antes, en chicas guapísimas de fiesta.
—Pues… —se pasó la lengua muy disimuladamente por los carnosos labios y después de un leve pausa que se me hizo eterna, preguntó con total franqueza— ¿Te gustaría tocarlas?
—¿¡Cómo!? —estuve al borde de asustarme, sobre todo, cuando alzó ambos dedos índices y se señaló los dos pechos— ¡No, no, Feli…! ¡Yo…, eso no…!
—Jokin, —sacó el índice de su pecho derecho y lo colocó encima del álbum, indicándome la foto de la playa con los senos al aire— tranquilo. Ya me has visto desnuda. Incluso cuando eras pequeño, te bañabas conmigo. Si quieres quitarte ese antojo, te dejo tocarlas.
—No creo que eso sea… sea… —estaba ridículo con ese temblor en mi voz, parecía un niño asustadizo— Adecuado…
Escudriñé en sus ojos si mentía o si estaba jugando conmigo, no sería la primera vez, de pequeño me la jugaba constantemente. Sin embargo, solo atisbé la verdad en su arrebatadora mirada. Inspiré con calma, para no parecer ansioso y traté de preguntarla con el máximo sosiego.
—¿Me lo estás diciendo de verdad?
—Claro. —alzó sus rodillas para colocarlas en el sofá y se sentó de lado, con sus pezones apuntándome y sin borrar su blanquecina sonrisa— Calma, no se lo voy a decir a tu madre. Será un secreto.
—Ya, abu… Pero…
—¡Calla ya, anda!
De pronto, su mano derecha asió mi muñeca y sin poder reaccionar, recortó el camino que separaba su seno de mis dedos. Para cuando me di cuenta, el corazón se me detuvo, puesto que mi palma, estaba encima de su gran pecho.
Únicamente, nos separaban la camiseta y el sujetador, sin embargo, pude notar la dureza de aquella teta y lo gustoso que se sintió cuando, con la garganta tensa igual que un cable de acero…, hice un poco de presión.
—¿Nada mal, verdad? —estaba orgullosa.
—Están muy bien… —contesté tontamente, como un niño con un juguete nuevo, y volví a apretar sin reparar en mis actos.
—¿Qué…? —preguntó cinco segundos después, mirándome con esa envidiable sonrisa de superioridad aplastante— ¿Satisfecho, nene?
—Sí, claro.
Las quité al instante, a la par que mi rostro se coloraba y las orejas se me incendiaban igual que si fueran par de antorchas. Podía notar la mirada de Feli clavada sobre mi piel y esa… mueca divertida tan suya… que no me dejaba ni respirar.
Fue igual que si me llegara un mensaje al cerebro, de que mi propio cuerpo me avisara de lo que estaba pasando. En mi entrepierna, mi gran miembro se había encendido, puesto que todo era muy evidente, incluso mi abuela estaba al tanto de que me había puesto cachondo.
—Siempre te gustó mucho la foto —volvió a tomar la palabra y ni siquiera miró el álbum, los dos sabíamos de cuál hablaba—. Seguro que si me hubieras visto con esa edad, te hubieras derretido. Gustaba a todos, no hubiera sido nada extraño.
—Seguro… —no era la respuesta adecuada, aun así, la susurré en medio de su salón, dejando por unos segundos, la casa en silencio y mi abuela… observándome fijamente.
—Por cierto, tengo una duda.
Hizo un alto, todo ello para que voltease la cabeza a sus ojos. Mi abuela había seducido a decenas de hombres, eso lo sabía de mi madre y de sus frases tan típicas como la de “la abuela es una golfa”. Ahora, notaba que me miraba de la misma manera que a uno de sus ligues, con los ojos entrecerrados y el colmillo atrapando su labio inferior.
—¿Me la resuelves? —preguntó otra vez debido a mi tenso silencio.
—Dime.
—¿Por qué en ********* te pones Tripo? —alzó el brazo y lo puso en la parte de atrás del sofá, sus dedos, por poco tocaron mi enmarañado cabello.
—Mis amigos me llaman así.
—Aja.
La casa se había vuelto más silenciosa, ni siquiera se introducía en ella el eco distante de la calle, igual que una tumba. Estábamos solos y, por primera vez junto a Feli, me sentí su presa.
—Me lo imaginaba, pero no me interesa eso —retomó la palabra. Se movió en el sofá y acortó la poca distancia que nos separaba—. Lo que quiero saber es… ¿Por qué te llaman así?
—La historia es simple… —lo era y mucho, aunque no tan fácil de explicar, al menos, no para hacerlo delante de mi abuela— fue hace par de años. Estábamos en las duchas del equipo de atletismo y… —me quedé allí, por si Feli lo entendía y podía callarme.
—¿Y qué? —deseaba detalles, su cara me lo pedía.
—Pues al verme desnudo… me lo pusieron.
Trató de unir cabos, pero le estaba costando, sus preciosos ojos me estaban analizando, sintiendo lo nervioso que me estaba poniendo y también, el calor que manaba por mis poros. La sangre… estaba dirigiéndose a mi pene después de aquel toque de pecho y ella, lo sabía… estoy seguro de que lo sabía.
—¿Y qué te vieron? —su media sonrisa la delató… era totalmente consciente de lo que hablaba, no obstante, quería escucharlo de mis labios. Seguramente, lo sabía de antemano o, por lo menos, lo suponía.
—Pues… —más sencillo se me haría dar el significado— Tripo viene de Trípode, de tener tres piernas.
—Ah.
Fue un sonido seco, casi distante, que noté que se me metía dentro del oído y me calentaba el interior. Casi lo mismo que me diría mi madre, sin embargo, la abuela lo dijo de tal forma, que escondía algo muy profundo.
—¡Vaya…! —se removió en el sofá y pude mirarla por un momento. Lo siguiente, lo dijo con rotundidad— No me lo creo.
—¿No te crees que me llamen así? —negó muy despacio, ladeando su cabeza de izquierda a derecha.
—No me creo que tengas tres piernas.
—Bueno, pues no sé… a mi modo de ver, es de buen tamaño. —no lo dije herido en mi orgullo, aunque estaba cerca. Sí, era cierto… calzaba una buena polla.
—¿Pues sabes qué, Jokin? —su mirada me quería hechizar y… lo estaba consiguiendo— Nunca he visto una polla tan grande para que digan que es una tercera pierna… si es que tú tienes una así, claro… —era un claro desafío.
—La tengo.
Traté de decirlo con confianza, no sirvió de mucho. Feli me miraba, jugando con uno de los grandes aros que tenía en la oreja y mordiéndose el labio inferior. No era guapa… es que, en ese momento, estaba preciosa, divina, poderosa… una verdadera leona.
—Vale. No diré que mientes, pero igual tu apreciación y la de los niños que te la pusieron, es diferente y errónea.
Lo de “los niños”, lo marcó con ganas, siendo muy consciente de que pretendía herir mi orgullo de adolescente de dieciocho años. Apreté los labios escondiendo mis dientes, mientras que ella, se mantenía en ese silencio donde se encontraba tan cómoda.
De la nada, su mano apareció en mi campo de visión y la palma, se posó en mi muslo, más cerca de mi miembro viril, que de la rodilla. Lo oculté de maravilla, pero todo mi ser, se estremeció por su movimiento, provocando que un escalofrío muy potente asolara mi espalda.
—Podemos hacer una cosa —un murmullo confidente de lo más erótico—. Te propongo un trato muy justo. Ya que yo te he dejado tocarme la teta, para que satisficieras tu curiosidad… Enséñame si lo que dices es verdad.
Continúa...