La cuñada

Cjbandolero

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Capítulo 1



El zumbido de la cafetera llenaba la cocina mientras David revisaba sus redes sociales, fingiendo interés en las noticias. Laura, su esposa, preparaba el desayuno con una destreza rutinaria que él encontraba cómoda, pero vacía. El silencio entre ellos no era incómodo, pero tampoco era cálido. Llevaban años casados, y la rutina había sustituido cualquier chispa que una vez pudo haber existido entre ambos. Los días eran predecibles, cómodos, pero algo faltaba. Esa mañana no era diferente. El café caliente pasaba por su garganta, pero su mente estaba en otro lugar. En otra mujer.

Carla, la hermana mayor de Laura, había sido un tema recurrente en su cabeza desde el primer día que la conoció. Aquel primer encuentro se había quedado grabado en su memoria con una intensidad casi dolorosa. Carla, con sus casi 50 años, seguía siendo una mujer que emanaba una sensualidad abrumadora. Su figura era voluptuosa, sus tetas grandes y naturales, su piel tersa, bien cuidada, su pelo rubio, y sus ojos tenían ese brillo de alguien que sabe que puede obtener lo que quiere sin esfuerzo. Y eso a parte de su belleza natural era debido a las rutinarias sesiones de gimnasio. Además a pesar de haber tenido ya dos embarazos de sus hijas ya adolescentes no había perdido nada de su atractivo. Era el tipo de mujer manipuladora que captaba la atención al entrar en cualquier habitación, no solo por su físico, sino por la seguridad con la que se movía. Su forma de hablar y reír eran calculadas, casi como si cada gesto estuviera diseñado para hipnotizar a los hombres que la rodeaban. Para David, ella era todo lo que Laura no era. Donde su esposa era tranquila, práctica y confiable, sencilla, Carla era apasionada, egocéntrica y manipuladora. Una mujer consciente de su atractivo, a quien le encantaba provocar sin comprometerse del todo. Y, aunque sabía que Carla era difícil de tratar, porque ella y el eran completamente incompatibles por su carácter, algo en esa mezcla de egocentrismo y sensualidad lo arrastraba hacia ella como un imán.

Desde ese primer día cuando su mujer le presentó a su hermana, cuando Carla le dio un beso en la mejilla en la puerta de su casa, David no pudo sacarla de su cabeza. Lo primero que pensó al verla fue “joder que tetas”. El roce de sus labios, el aroma de su perfume caro, todo lo relacionado con ella lo había trastornado. Su cuerpo reaccionó instintivamente, como si aquella mujer fuera el símbolo de todo lo que estaba prohibido pero, al mismo tiempo, profundamente deseado. Pasaban los días y, a pesar de la aparente normalidad de su vida conyugal, la presencia de Carla en su mente crecía con cada encuentro familiar. La tensión entre ambos, aunque nunca expresada, flotaba en el aire. Él lo sabía. Y estaba seguro de que ella también lo sabía.

Las reuniones familiares se habían convertido en una tortura. David intentaba distraerse, se concentraba en conversaciones triviales, en las bromas entre cuñados, pero siempre terminaba robando miradas furtivas hacia Carla. La forma en que ella se inclinaba ligeramente hacia adelante mientras hablaba con alguien, el escote que mostraba siempre justo lo necesario para dejarlo en el borde de la obsesión. En una de esas reuniones, mientras todos compartían una comida, David la había sorprendido inclinada para recoger un tenedor que se le cayó al suelo. En ese instante, el vestido se pegó a su piel de manera que apenas ocultaba lo que había debajo. El tanga se marcaba perfectamente debajo del vestido y solo la idea de imaginársela a cuatro patas con las tetas colgando le hacía hervir. La visión fue fugaz, pero suficiente para que su corazón se acelerara y el calor lo recorriera. Cada interacción con ella era un ejercicio de autocontrol. A veces, cuando se encontraban en un pasillo o en la cocina, sus cuerpos pasaban demasiado cerca, y David podía sentir el leve roce de su brazo, el perfume que dejaba a su paso, intensificando aún más el deseo. No era solo lujuria; era una atracción que lo desafiaba, una tentación constante que lo hacía sentir vivo. Su marido, Andres, que para colmo le caía muy bien, era un tipo muy normal en cambio ella, en realidad no le caía demasiado bien que digamos. Su atracción venenosa era puramente sexual. ¿Cómo hacía para aguantarla su marido? David le envidiaba por el hecho de ser él quien se la follara.

Pero después de cada reunión familiar, cuando volvía a casa con Laura, la culpa lo golpeaba. ¿Cómo era posible que deseara a otra mujer, y peor aún, a la hermana de su esposa? Se sentía sucio, pero la culpa no era suficiente para apagar el deseo. Al contrario, lo hacía más potente. Por las noches, cuando Laura dormía a su lado, él se giraba hacia el otro extremo de la cama, y, en la oscuridad, se permitía fantasear con Carla. Se imaginaba cómo sería tocarla, desnudarla, oírla gemir su nombre. Más de una vez se había masturbado en silencio, mientras su esposa respiraba profundamente a su lado. En sus ratos libres se dedicaba a ver vídeos porno en “foroporno” donde salían mujeres que se parecían a su cuñada, prácticamente se masturbaba a diario viendo esos vídeos, y no solo eso, sino que cada vez que follaba con su mujer en su mente era su cuñada la que estaba abierta de piernas para el.

David nunca había sido un hombre infiel. En sus años de matrimonio con Laura, jamás había traicionado su confianza. Pero lo que sentía por Carla no era solo una atracción pasajera, era una obsesión. Cada encuentro, cada mirada, cada roce accidental hacía que la idea de tenerla se volviera más incontrolable. A menudo se preguntaba si Carla notaba sus miradas, si ella lo provocaba a propósito, o si todo estaba en su cabeza. Ella, con esa actitud despreocupada y altiva, parecía no percatarse de cómo lo afectaba, o tal vez sí, y simplemente disfrutaba del poder que ejercía sobre él. David no podía descifrarlo, pero tampoco podía dejar de pensar en ello. Cada vez que visitaban a sus cuñados en su casa al verla con pijama o ropa cómoda no podía apartar la mirada de ella, al no llevar sujetador sus tetas se movían con un movimiento que era una auténtica tortura para el. Quería mirar pero sabía que tenía que tener cuidado por si le pillaba su cuñado con lo ojos fijos en su esposa.

Sus pensamientos se tornaron hacia su matrimonio. Laura era una buena mujer, pero su relación había caído en una monotonía que lo asfixiaba. El sexo se había vuelto esporádico, mecánico, como si solo lo hicieran por cumplir con una rutina. Las caricias de Laura aunque tiernas carecían de pasión, y él, aunque nunca se lo había dicho, también había perdido el interés. Solo disfrutaba de verdad cuando se imaginaba que su mujer era en realidad Carla. Era una relación estable, sí, pero vacía de ese fuego que veía arder en Carla. En ella, David encontraba lo que faltaba en su vida: la chispa del peligro, del deseo desbordante, de la pasión que no se puede controlar.

Una tarde, durante una reunión en casa de los suegros, David la vio nuevamente. Carla llevaba un vestido negro ajustado que marcaba cada curva de su cuerpo. Se movía con una elegancia natural, y David no pudo evitar seguirla con la mirada mientras se desplazaba por la sala. En un momento, se detuvo junto a la ventana, y cuando giró la cabeza, sus ojos se encontraron. No fue una mirada inocente; fue profunda, como si le estuviera enviando un mensaje. Él sintió cómo se le aceleraba el pulso y, en ese momento, supo que el deseo estaba más allá de su control. Carla lo sabía. Siempre lo había sabido. Las mujeres no son tontas y ella sabía que David la miraba con deseo. A lo lejos, podía escuchar a Laura charlando animadamente con sus padres, ajena al remolino de emociones que se agitaba dentro de él. David apartó la mirada, pero la sensación de ser observado por Carla persistía, como un fantasma que lo acompañaba, susurrándole al oído que este juego apenas había comenzado.
 
Bueno, está vez parece que el protagonista va a ser actor principal y está cantado que entre el y Carla va a haber algo muy fuerte.
Porque me parece que a ella también le atrae mucho David. Está cantado.
 
En principio y por este capítulo, da la sensación de que los están atrapados en un matrimonio estancado y acomodado y entre los 2 se va a desatar una bomba sexual que será imparable.
 
Capítulo 2


Desde que la conoció, Carla había sido mucho más que una simple cuñada para David. Lo que comenzó como una atracción inocente, incluso comprensible, había crecido de manera descontrolada. La intensidad de sus pensamientos hacia ella lo sorprendía cada día. No era capaz de entender por qué, de repente, se había convertido en un prisionero de sus propias fantasías. Cada imagen de Carla, cada gesto, cada palabra se le quedaba grabada, formando un laberinto del que no podía salir. Eran totalmente incompatibles por carácter, a él le parecía una chula arrogante pero eso era lo que avivaba su fuego, eso hacia que sintiera una atracción sexual hacia ella que no podía controlar. Durante las noches, David se giraba en la cama, mirando a Laura, su esposa, dormir tranquila. Sus pensamientos, sin embargo, estaban a pocas calles de allí, vagando por caminos oscuros donde la figura de Carla reinaba absoluta. Era imposible no compararlas. Laura era una mujer cariñosa, atenta, pero había algo en Carla que la hacía diferente. Algo salvaje, indomable, que lo volvía loco. Cuando cerraba los ojos, ya no era Laura la que veía entre las sábanas, sino su cuñadita, con su sonrisa arrogante y su cuerpo curvilíneo. No importaba cuánto lo intentara, cada pensamiento terminaba llevándolo de vuelta a Carla.

Las fantasías comenzaron como algo simple: escenas de Carla desnudándose lentamente, mirándolo con deseo. Pero pronto, sus imaginaciones tomaron un cariz mucho más crudo, más visceral. En su mente, David podía verla tocarse, acariciar su piel mientras lo observaba directamente a los ojos. A veces, imaginaba que se encontraban solos en alguna reunión familiar, y que, aprovechando un momento de descuido, la empujaba contra la pared, la besaba ferozmente, y se la follaba con intensidad con una pasión desbordante, y ella le correspondía con el mismo ímpetu. Se imaginaba follando con ella en cualquier rincón mientras el resto de la familia estaba en otra habitación. En más de una ocasión, se despertaba en mitad de la noche, con su cuerpo agitado y su mente invadida por esas imágenes. Se levantaba de la cama con cuidado de no despertar a Laura, e iba al baño, donde se encerraba en la oscuridad. Con los ojos cerrados, su mano bajaba por su abdomen hasta su polla y se masturbaba con fuerza mientras en su mente visualizaba a Carla. En esos momentos, el remordimiento desaparecía, y el placer tomaba el control absoluto. Era como si en esos instantes, Carla le perteneciera por completo.

Pero lo que sucedió una tarde en la casa de sus suegros superó todos los límites que David había imaginado. Habían ido a comer con la familia a casa de sus suegros en el pueblo, y después de la sobremesa, mientras Laura y su madre preparaban café, David notó que Carla había desaparecido por un rato. Al no verla, algo en su interior lo impulsó a buscarla. No estaba seguro de qué lo motivaba exactamente, pero sus pasos lo llevaron al cuarto de invitados, donde ella se había cambiado antes de la comida. Su idea aunque atrevida era con cualquier excusa pillarla en su cuarto para poder ver si acaso como por un “descuido inocente” como se cambiaba de ropa. El pasillo estaba vacío. Nadie lo vio cuando se acercó a la puerta. La habitación estaba en penumbra, y apenas cruzó el umbral, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El olor suave de su perfume aún flotaba en el aire. Era un aroma dulce, embriagador, que él asociaba exclusivamente con Carla. Miró alrededor con cierta ansiedad, como si alguien pudiera descubrirlo en cualquier momento. Pero todo estaba en silencio. Y entonces lo vio. Tirado descuidadamente sobre una silla estaba el tanga de encaje negro que Carla había llevado ese día. Un simple trozo de tela que, sin embargo, parecía tener un poder inexplicable sobre él. David sintió cómo el corazón le martilleaba en el pecho, y antes de poder pensar en las consecuencias, ya estaba acercándose. El encaje parecía suave bajo sus dedos. Levantó el tanga con una mezcla de tensión y deseo.

Un impulso irracional lo invadió. Se llevó la prenda a la nariz y, sin pensarlo, inhaló profundamente. El aroma de Carla lo golpeó con la fuerza de un rayo. Era un olor íntimo, cálido, inconfundible. Una mezcla de perfume, sudor, y algo más. Era el olor de su coño. Un olor tan personal que lo hizo estremecer y su polla se puso dura de inmediato. En ese instante, sintió que toda la culpa y la moralidad que alguna vez había sentido se desvanecían. Se fue al baño con él y con una mano aún aferrada al tanga, desabrochó su pantalón con torpeza, liberando la presión que lo había estado atormentando desde que puso un pie en esa casa. Se dejó caer sobre la taza, su respiración entrecortada y sus manos temblando. El encaje se convirtió en una extensión de Carla, como si estuviera allí con él, mirándolo con esos ojos oscuros y profundos, llenos de una malicia secreta. Se llevó de nuevo el tanga a la nariz, cerró los ojos y lo presionó contra su piel. La sensación era embriagadora, y la excitación lo consumió por completo. En su mente, Carla estaba frente a él, desnudándose lentamente, dejándole ver cada centímetro de su cuerpo. El vestido caía al suelo, y ella se acercaba, moviéndose con esa seguridad arrolladora que tanto lo excitaba. No era la Carla de las reuniones familiares, siempre cuidando las apariencias. Era la Carla de sus fantasías, libre, salvaje, y, lo más importante, deseosa de él. En su imaginación la veía masturbarse y meterse los dedos en el coño y después pidiéndole con cara de lascivia que se los chupara, se imaginaba como se la follaría, como le chuparía los pezones, y esos pensamientos lo excitaban hasta límites insospechados. Su mano comenzó a moverse con rapidez sobre su erección, mientras su cuerpo se agitaba al ritmo de las imágenes que lo consumían. El aroma de Carla llenaba sus sentidos, y en su mente, ella lo estaba mirando, sonriendo de manera provocativa, como si disfrutara viéndolo en ese estado. Los gemidos de David eran bajos, sofocados, mientras intentaba controlar el ruido para no ser escuchado. Su cuerpo entero temblaba, y cada movimiento lo acercaba más al borde del abismo. En su fantasía, Carla se inclinaba hacia él, susurrándole al oído:

— Sabía que lo harías, sabía que no podrías resistirte.

Esa sola idea lo llevó al clímax. Su cuerpo se estremeció violentamente mientras el placer lo invadía, una oleada intensa que lo dejó jadeando, con el corazón a mil por hora. Por un momento, el mundo desapareció, y todo lo que existía era Carla, su olor, su figura, su voz en su mente. Pero cuando la ola de placer se desvaneció, lo invadió una sensación de vacío. El tanga aún estaba en su mano, y de repente, la realidad se estrelló contra él con toda su crudeza. Se levantó rápidamente, con el corazón aún desbocado, y colocó el tanga de vuelta en la silla, asegurándose de que todo quedara como estaba. Salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él, como si quisiera encerrar allí lo que acababa de hacer. Desde ese día, algo cambió en David. Las fantasías se hicieron más intensas, pero también más peligrosas. Ya no se trataba solo de imaginaciones pasajeras. Ahora, cada vez que veía a Carla, su cuerpo reaccionaba de manera visceral. Era como si su sola presencia fuera suficiente para encenderlo. Incluso cuando estaban en situaciones familiares, donde todo debía ser normal, la tensión sexual entre ellos era palpable. Lo notaba en los pequeños gestos, en las miradas que se prolongaban demasiado, en la forma en que ella se movía cuando él estaba cerca.

Otro día durante una comida en casa de los suegros, Carla parecía especialmente juguetona. Se sentó frente a David, con una blusa ajustada que delineaba perfectamente sus pechos. En un momento, mientras todos hablaban animadamente, Carla se inclinó hacia él para pedirle la sal. Lo hizo despacio, con una sonrisa en los labios, y David, nervioso, dejó caer un vaso de agua en su intento por atenderla.

— Estás distraído hoy —comentó ella, con una risa suave, mientras recogía el vaso.

David sintió cómo el calor subía a su rostro. No podía apartar la mirada de su sonrisa, ni de la forma en que sus labios se curvaban en esa mueca maliciosa.

— ¿En qué piensas? —agregó Carla, con una ligera inclinación en la cabeza, con un tono aparentemente inocente.

— N-nada… cosas del trabajo —respondió él, tartamudeando.

Carla no dijo nada más, pero la chispa en sus ojos era inconfundible. Lo había atrapado en su propio juego, y David, por primera vez, se dio cuenta de que ella sabía exactamente lo que estaba haciendo. Y lo mejor de todo, le gustaba.


Continuará…
 
Capítulo 3


David llegó a la casa de Carla con una mezcla de curiosidad y ansiedad en el cuerpo. Y es que unos días antes como su marido estaba de viaje durante unos días por trabajo y sus hijas en el pueblo, lo llamó para ver si podía ayudarle en casa con unas cosas. Sabía que no debería estar nervioso; después de todo, ella solo le había pedido ayuda para mover un mueble. Sin embargo, la simple idea de estar a solas con ella en su casa, con su marido fuera de la ciudad, hacía que su corazón latiera más rápido de lo que le habría gustado admitir. Carla siempre había tenido ese efecto sobre él, una atracción magnética que lo desarmaba. El calor del verano era abrumador cuando subió las escaleras del portal y llamó a la puerta mientras intentaba controlar su respiración. Cuando la puerta se abrió, su nerviosismo aumentó de golpe al verla. Carla llevaba un vestido de verano, un modelo suelto pero perfectamente ajustado en las curvas correctas haciendo que sus pezones se marcaran perfectamente. El azul pálido del vestido contrastaba con su piel ligeramente bronceada, y el escote profundo dejaba ver la parte superior de sus tetas, mientras que los tirantes finos apenas se mantenían en su sitio sobre sus hombros. El vestido se movía suavemente con cada paso que daba, y David sintió cómo su mirada bajaba involuntariamente hacia el borde de la tela, que se balanceaba cerca de sus muslos.

— ¡David! —exclamó Carla con una sonrisa despreocupada—. Gracias por venir tan rápido. Con este calor no tenía muchas ganas de esperar más.

David intentó sonreír con naturalidad mientras entraba en la casa, pero su mente ya estaba enredada en la visión de su cuñada. Cada vez que Carla daba un paso, su vestido parecía moverse de una manera casi provocativa, revelando destellos de piel que lo desarmaban.

— No es nada —dijo él, intentando sonar relajado—. ¿Qué necesitas que haga?

— El mueble está en la sala, pero… —Carla hizo una pausa, mirando de reojo hacia el aparador antes de volver su atención a David—. ¿Te apetece una cerveza antes? Hace demasiado calor como para empezar a mover cosas ahora mismo.

— Si por favor, que menudo de verano de calor está haciendo este año.

Tal vez una cerveza lo ayudaría a calmar los nervios. Carla lo condujo hacia la cocina, donde sacó dos botellas del refrigerador. El vidrio estaba frío y empañado por la condensación. Carla le ofreció una y ambos regresaron a la sala.

— Vamos a relajarnos un poco antes de empezar —dijo ella, sentándose en el sofá con una naturalidad que hizo que David se sintiera aún más nervioso.

David se sentó a su lado en el sofá. El aire era denso, y aunque ambos intentaban mantener una conversación relajada, la tensión entre ellos era evidente. Carla cruzó las piernas con gracia, y el borde de su vestido se deslizó unos centímetros más arriba, revelando una mayor parte de sus muslos. David intentó apartar la vista, pero no podía evitar que sus ojos volvieran una y otra vez hacia ese punto, casi como si estuviera hechizado.

— ¿Qué tal el trabajo? —preguntó Carla, tomando un sorbo de su cerveza—. Laura me dijo que has estado muy ocupado últimamente.

David aprovechó la oportunidad para despejar su mente de la imagen de Carla. Trató de concentrarse en la conversación.

— Sí, bastante. Ya sabes cómo es, reuniones interminables y mucho papeleo. Nada demasiado interesante. Encima ahora en verano al estar media plantilla de vacaciones se amontonan las cosas.

Carla sonrió, asintiendo mientras jugaba con la botella entre sus manos. Sus dedos trazaban círculos en el vidrio, y David no pudo evitar seguir ese movimiento con la mirada. Se imagina que era su polla la que acariciaba así.

— Parece que siempre estás trabajando —dijo ella, con una ligera nota de reproche en su tono—. ¿Nunca te tomas un descanso?

— Intento hacerlo cuando puedo, pero a veces es difícil.

— Deberías aprender a relajarte más —dijo Carla, recostándose en el sofá, su vestido moviéndose con ella—. Pareces demasiado tenso.

David rió, aunque su risa sonó nerviosa. Carla lo observaba con una sonrisa que tenía algo más que simple amabilidad. Había algo en su mirada, una chispa que lo hacía sentirse incómodo, pero no en un mal sentido. Su cuerpo respondía a esa tensión de maneras que no podía controlar. Tomó un largo trago de su cerveza, esperando que el frío del líquido lo calmara.

— ¿Y tú qué tal? —preguntó David, buscando desesperadamente cambiar de tema—. ¿Cómo va todo por aquí? Supongo que estarás tranquila con tu marido de viaje.

Carla tomó otro sorbo de su cerveza antes de responder, y David notó cómo sus labios se cerraban suavemente sobre el borde de la botella “su polla”. Todo en ella parecía calculado, cada gesto, cada palabra.

— La verdad es que sí —dijo ella, con un aire despreocupado—. Me gusta tener la casa para mí sola de vez en cuando. Ya sabes, hacer las cosas a mi ritmo. Mi marido de viaje y las niñas en el pueblo con los abuelos, estoy muy tranquila así no te voy a engañar.

David asintió, pero su mente estaba ocupada con otra cosa. Cada vez que Carla se movía, el vestido se deslizaba, revelando más piel de la que él podía manejar. Intentaba concentrarse en la conversación, pero su mirada seguía cayendo hacia el escote del vestido, hacia los tirantes finos que amenazaban con deslizarse por sus hombros. Cuando Carla se inclinó para colocar su botella en la mesa, su vestido se abrió ligeramente, y David sintió una oleada de calor recorriéndole el cuerpo.

— ¿Estás bien? —preguntó Carla, con una sonrisa traviesa, como si supiera exactamente lo que estaba pasando por su mente y donde estaba mirando.

David parpadeó, sacudiéndose el nerviosismo.

— Sí si, claro —dijo, intentando sonar casual—. Solo que… hace bastante calor hoy.

Carla lo observó con una mirada que no se le escapaba nada. Sonrió y se inclinó hacia él, cruzando las piernas una vez más. Esta vez, el borde del vestido se subió lo suficiente como para que David viera la línea de la ropa interior blanca por un segundo antes de que él, con esfuerzo, apartara la mirada.

— Sabes, David —dijo ella, su voz un poco más baja, casi un susurro—. No tienes que disimular.

David sintió cómo se le aceleraba el corazón. La cerveza en su mano de repente parecía demasiado pesada, y la botella fría no hacía nada para calmar el calor que sentía por dentro. Carla lo estaba mirando de una manera diferente ahora, ya no era solo una conversación casual. Había una tensión innegable en el aire, una carga eléctrica que ambos sentían pero que ninguno quería reconocer abiertamente.

— ¿Disimular qué? —respondió él, aunque sabía exactamente a qué se refería. Había sido muy descarado con las miradas y le había pillado.

Carla se inclinó un poco más, apoyando un codo en la rodilla mientras lo miraba directamente a los ojos.

— Que te gusto. Que te he gustado desde hace tiempo —dijo, sin rodeos—. Te he visto mirarme, David. No tienes que fingir que no lo haces.

David sintió como si el suelo se moviera bajo sus pies. Carla había dicho lo que él nunca se había atrevido a pensar que ella notaría. Pero claro que lo había notado. ¿Cómo no iba a notarlo? Él no había sido precisamente sutil en todas esas reuniones familiares, y hoy, aquí, sentado frente a ella, era obvio que su cuerpo lo delataba.

— Carla, yo… no es eso… —empezó a decir, pero las palabras se le trabaron en la garganta.

Ella sonrió, una sonrisa segura, como si hubiera ganado una pequeña batalla.

— ¿No es eso? —preguntó, su voz cargada de insinuaciones—. Entonces, ¿por qué apenas puedes mirarme sin ponerte nervioso?

David tomó un sorbo más largo de su cerveza, pero el frío no hizo nada para calmar el fuego que sentía. Se encontraba atrapado, sabiendo que cualquier cosa que dijera ahora solo lo metería más en un terreno peligroso. Carla se levantó lentamente del sofá, acercándose hacia él. David la miró acercarse, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba. Ella se sentó en el reposabrazos del sofá, demasiado cerca, su perfume lo envolvía.

— Solo estamos hablando, David —dijo ella en un susurro—. No hay nada de malo en eso, ¿verdad?

La distancia entre ellos se había reducido a casi nada. El calor de su cuerpo, su cercanía, la forma en que lo miraba… todo lo arrastraba hacia un lugar del que sabía que no habría retorno. David quería mantener el control, quería alejarse de la tentación, pero cada parte de su ser lo empujaba hacia ella.

— Carla, no sé si esto es una buena idea… —intentó decir, pero su voz era débil, y ella lo sabía.

Carla sonrió, esa sonrisa que indicaba que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

— No te estoy pidiendo nada —dijo, inclinándose un poco más hacia él—. Solo estamos hablando, ¿no? No pasa nada por eso ¿verdad?.

David sintió que su cuerpo respondía de maneras que no podía controlar. Carla lo tenía atrapado, y ambos lo sabían. El aire se volvió más denso, más pesado, y la tensión que había estado acumulándose durante toda la tarde estaba a punto de estallar.


Continuará…
 
Vaaamos , a ver es continuación que nos quedamos en lo mejor:D
 
Capítulo 4


El aire en la sala se sentía más denso, casi irrespirable. La conversación que había empezado siendo inocente ya había cruzado una línea peligrosa. Carla se mantenía cerca de David, sus movimientos calculados, suaves, como si estuviera en control absoluto de la situación. La cerveza en su mano se había calentado, pero él no la soltaba, como si fuera un ancla que lo mantenía conectado a la realidad, aunque esa realidad se desmoronaba a cada segundo que pasaba cerca de ella.

— ¿Qué pasa, David? —Carla habló de nuevo, su voz baja, casi un susurro. Se inclinó un poco más hacia él, dejando que su escote fuera el protagonista y la fragancia de su perfume lo envolviera—. Te veo tenso. ¿Es por mí?

David se removió en su asiento, intentando encontrar una postura que no lo traicionara. Sabía que todo su cuerpo estaba reaccionando a su cercanía de una manera que él ya no podía ocultar. Sentía una oleada de calor subiendo desde su pecho hasta su rostro. Su polla estaba poniéndose cada vez más dura. No era solo el calor del día; era la sensación abrumadora de tener a Carla tan cerca, esa proximidad que hacía que su autocontrol tambaleara.

— No… no es eso —intentó responder, pero su voz lo delataba.

Carla lo observó detenidamente, como si pudiera leer cada uno de sus pensamientos. Su sonrisa se ensanchó un poco, y su mano se deslizó lentamente por el borde del sofá, casi rozando la pierna de David. El contacto no llegó a ser físico, pero el mero gesto fue suficiente para que su respiración se volviera más rápida.

— ¿Entonces qué es? —preguntó ella, sin dejar de mirarlo con esos ojos oscuros, llenos de una intensidad que lo atrapaba—. Siempre te has mostrado tan seguro de ti mismo, pero ahora…

Dejó la frase sin terminar, permitiendo que el peso de sus palabras cayera sobre él como una losa. David sabía que no podía seguir fingiendo. Desde el momento en que entró en esa casa, todo había cambiado. Las miradas furtivas, las pequeñas provocaciones, el vestido de verano que dejaba tan poco a la imaginación… todo había sido una trampa a la que él había caído sin remedio. Y Carla lo sabía. Estaba jugando con él como un gato que ha cazado a un ratoncito y juega con el antes de comérselo.

— No deberíamos estar hablando de esto —murmuró, casi sin convicción.

Carla ladeó la cabeza, fingiendo una sorpresa que solo incrementaba la tensión.

— ¿De esto? —repitió ella, con un tono de falsa inocencia—. ¿De qué estamos hablando, David? No hemos dicho nada malo, ¿verdad? Solo estamos charlando. Era una conversación en bucle donde ella tenía completamente el control y él se sentía andando por la fina línea de un precipicio.

David sintió que sus músculos se tensaban. Sabía perfectamente que no era solo una charla. Cada palabra de Carla era una provocación sutil, cada movimiento de su cuerpo lo desafiaba a cruzar la línea que ambos sabían que existía entre ellos. Intentó apartar la vista, pero fue inútil. Sus ojos volvieron a posarse en ella, en el escote de su vestido, donde la piel suave brillaba bajo la luz tenue de la sala. Miraba ya sus tetas con descaro fijándose en las pequeñas pecas que decoraban su piel. Carla no era una mujer que se dejara intimidar, y esa seguridad era lo que lo volvía loco.

— Siempre me has mirado así, David —continuó Carla, su tono ahora era más directo, sin disimulos—. Desde el primer día. Lo he notado. Tus ojos… siempre buscando, observando.

David tragó saliva, sintiéndose más expuesto de lo que jamás se había sentido. Intentó negar con la cabeza, pero las palabras no salían. ¿Qué podía decir? Ella lo había visto, lo había sabido todo ese tiempo. Y, peor aún, parecía disfrutar de ello.

— No es lo que piensas… —intentó argumentar, pero su voz sonaba débil, casi derrotada.

Carla se rió suavemente, una risa que resonó en el aire cargado de tensión.

— Claro que lo es —respondió ella, acercándose un poco más, hasta que sus piernas casi se rozaban—. Y está bien. A todos nos gusta sentirnos deseados, ¿no?

David se quedó en silencio, sintiendo que la distancia entre ellos se reducía peligrosamente. Carla se inclinó hacia él, su rostro quedando a solo unos centímetros del suyo. Podía sentir su aliento, el calor que irradiaba su cuerpo. Era imposible no reaccionar a su cercanía. Todo su cuerpo estaba en alerta, cada músculo tensado por la tensión. Carla estaba jugando con él, y ambos lo sabían.

— Sé lo que estás pensando —dijo ella, con una voz suave pero cargada de malicia—. Y no te culpo. Si yo fuera tú, también estaría pensando lo mismo. ¿Tengo buenas tetas eh?

David sintió que todo su autocontrol se desmoronaba. No podía resistir más. Había deseado ese momento desde que conoció a Carla, había fantaseado con ella tantas veces que ahora, con ella tan cerca, era imposible no sucumbir a la tentación. En un impulso que no pudo controlar, se inclinó hacia adelante, su voz temblorosa.

— Enséñamelas… —susurró, sin apenas darse cuenta de lo que estaba diciendo—. Quiero… verlas.

El silencio que siguió a sus palabras fue ensordecedor. Por un momento, temió haber ido demasiado lejos, haber cruzado un límite que no podría deshacer. Pero entonces, vio cómo los labios de Carla se curvaban en una sonrisa lenta, casi depredadora. Ella lo miró fijamente, evaluándolo, como si estuviera decidiendo si concederle ese deseo o dejarlo arder en la desesperación. Se sentía poderosa y una perfecta dueña de sus actos, le encantaba hacerle sufrir así.

— Vaya, vaya, vaya, así que quieres verme las tetas, ¿qué pasa que no tienes bastante con las de mi hermana?

—Déjame verlas… por favor. —la voz de David era casi una súplica—.

— ¿Estás seguro de eso? —preguntó Carla, su voz ahora más baja, más intensa mientras acariciaba con su dedo índice su canalillo—. Porque una vez que las veas, no habrá vuelta atrás.

David no podía hablar. Solo asintió, incapaz de articular palabras. Su corazón latía con fuerza, y cada fibra de su ser estaba tensa de expectación. Carla lo observó por un largo momento, jugando con la tensión que había creado entre ellos. Luego, lentamente, se enderezó, sus dedos rozando los tirantes finos de su vestido.

— Solo si prometes que será nuestro secreto —dijo con sus ojos fijos en los de él, desafiándolo.

David asintió de nuevo, con más urgencia esta vez. La idea de mantener esto en secreto solo intensificaba su deseo. Carla sonrió, satisfecha, y comenzó a bajar los tirantes de su vestido con una lentitud exasperante. David no podía apartar la vista. Cada segundo que pasaba lo acercaba más a lo que había deseado durante tanto tiempo, y ahora que estaba tan cerca, sentía como si todo su cuerpo fuera a explotar de excitación.

El vestido de Carla se deslizó por sus hombros, cayendo lentamente por su torso hasta que sus tetas quedaron al descubierto. David contuvo la respiración, incapaz de apartar los ojos de la escena que tenía frente a él. Carla no dijo nada. Solo lo miró, disfrutando de su reacción, viendo cómo sus ojos devoraban cada centímetro de su piel desnuda. La tensión que había estado acumulándose entre ellos alcanzó su punto máximo. La habitación se sentía demasiado pequeña, demasiado caliente, y David no podía pensar en nada más que en el cuerpo perfecto que tenía ante él. Sus tetas eran perfectas, grandes, naturales, ligeramente caídas por su edad, de piel clara donde se marcaban sutilmente las venas azuladas en su piel y con unos pezones rugosos y gordos de color rosado, eran tal como las había imaginado.

— ¿Te gusta lo que ves? —preguntó Carla, acariciándose sus propias tetas, haciendo con su dedo índice círculos alrededor del pezón y rompiendo el silencio con una voz cargada de provocación.

David no pudo responder. Sus palabras parecían haberse evaporado, reemplazadas por el deseo abrumador que lo invadía. Extendió una mano, casi sin darse cuenta, queriendo tocarla, sentir la suavidad de su piel bajo sus dedos. Pero justo antes de que sus manos pudieran alcanzarla, Carla lo detuvo.

— Shsss, no, no ,no. No tan rápido —dijo ella, su sonrisa volviéndose más peligrosa—. Se mira pero no se toca.

David mudo tragó saliva, su cuerpo vibraba de deseo. La mirada de Carla era intensa, segura. Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo. Se inclinó hacia él, sus tetas a solo un suspiro de distancia de su rostro.

— Siempre has querido esto, ¿verdad? —preguntó ella, su voz apenas era un susurro—. Ahora lo tienes. Pero solo porque yo te lo permito. Solo las ves pero no las vas a poder tocar, aunque se que lo deseas ¿no es cierto? —le dijo con una sonrisa maléfica—.

David cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo la tensión en su cuerpo alcanzaba un nivel insoportable. La cercanía de Carla, el calor de su cuerpo, la mirada seductora en sus ojos… todo lo estaba llevando al límite. Cuando volvió a abrir los ojos, la encontró observándolo detenidamente, como si disfrutara del control que ejercía sobre él. El deseo de David lo consumía por dentro. Quería más. Necesitaba más. La barrera que había mantenido durante tanto tiempo había desaparecido por completo, y ahora solo quedaba el deseo crudo y visceral que lo empujaba hacia ella. Carla, consciente de que lo tenía completamente en sus manos, se echó hacia atrás, volviendo a cubrirse lentamente con el vestido. El gesto, tan sencillo como volver a colocarse los tirantes, lo hizo sentir una punzada de desesperación. Quería tocarlas, chuparlas, morderlas, comerse los pezones con ansia. Había tenido un atisbo de lo que siempre había querido, pero ahora Carla lo dejaba con la miel en los labios, como si quisiera asegurarse de que él siempre recordara ese momento, esa sensación de deseo insatisfecho.

— ¿Te gustó el pequeño espectáculo? —preguntó, con una sonrisa juguetona—. Lo mantendremos entre nosotros, ¿de acuerdo?. Ahora te vas a casa y te haces una paja.

David la miraba fijamente, incapaz de decir nada. —¿Cómo puede ser tan zorra?, pensaba— Todo su cuerpo temblaba con la tensión del momento, y aunque la escena había terminado, la electricidad en el aire seguía allí, vibrando entre ellos.

Continuará….
 
Capitulo 5


Carla disfrutaba viéndolo sufrir pero decidió que ya bastaba de jugar con el. Finalmente le cogió de la mano y lo guió a su dormitorio en silencio. David tenía la boca seca por lo que estaba sucediendo, pero se dejó llevar como un cachorro. Carla cerró la puerta con suavidad, creando un ambiente de privacidad y complicidad en el que solo ellos dos existían. La luz del verano que entraba por la ventana bañaba la habitación con una claridad tenue, suficiente para ver el rostro de ella, los detalles de su piel, la intensidad en su mirada. David permaneció quieto, observándola, sintiendo el pulso acelerado en sus sienes.

Carla se situó frente a él y, sin decir una palabra, deslizó los tirantes de su vestido por los hombros. La tela cayó con suavidad, deslizándose por su cuerpo hasta quedar a sus pies quedando solo vestida con un tanga blanco. David contuvo el aliento. Allí estaba ella, tan segura, tan hermosa, con una expresión de deseo mezclado con desafío. Carla lo miró y, en ese instante, le dio permiso para acercarse.

David avanzó hacia ella, sin dejar de mirarla a los ojos. Cuando estuvo a solo unos centímetros, bajó la mirada hacia sus tetas, firmes y naturales, invitándolo a explorar cada detalle. Acercó sus manos a ellas, acariciándolas con suavidad al principio y después apretándolas con deseo dejándose llevar por la textura cálida de su piel. Los pezones de Carla se endurecieron bajo su mano, y él bajó la cabeza y empezó a besar con suavidad la suave piel de sus tetas y poco a poco fue buscando los pezones hasta rozarlos con sus labios, primero con timidez y luego con más intensidad, besándolos, chupándolos, saboreándolos, perdiéndose en cada pequeño gemido que ella emitía. Le encantaba deslizar la lengua y notar la rugosidad de las areolas y la dureza del pezón. Cuantas veces había soñado con este momento. Carla cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, dándole acceso total a su pecho, mientras él continuaba explorándola, acariciándola con una mezcla de ternura y deseo contenido. Mientras besaba sus tetas sus manos la abrazaron y buscaron su culo, que lo agarró con fuerza sintiendo la redondez y suavidad de su redondo culo. David sintió cómo la pasión lo invadía, y finalmente, la tomó por la cintura y la guió hasta la cama, tumbándola con cuidado sobre las sábanas.


Sin apartar la mirada de su rostro, David se inclinó hacia ella, recorriendo con sus labios la curva de sus tetas, bajando cada vez más, lamiendo su ombligo, hasta llegar a la línea de su cadera. Carla lo miraba, expectante, con una mezcla de deseo y anticipación, hasta que él se situó entre sus piernas, quitó el tanga ya mojado y comenzó a besar el interior de sus muslos con suavidad. Quería disfrutar de ese momento con calma, y contempló con deleite su coño y su ojete del mismo color que sus pezones, rugoso y brillante de flujos. Cuando notó como ella suspiraba separó aún más sus muslos para que se abriera bien su coño y lamió la raja de su cuñada con la misma devoción con la que había besado sus tetas. La sintió estremecerse bajo su lengua, y eso solo aumentó su intensidad. Tenía un coño precioso, carnoso, con unos labios muy marcados y rosados, brillantes de humedad, una delicia de coño que a pesar de oler muy intenso era un sueño para él tenerlo delante. Eso sumado a la fina capa de pelo solo hizo aumentar el deseo de chupar y lamer el coño de su cuñada. Lentamente, sus labios y su lengua comenzaron a explorarla, saboreándola, dejándose llevar por el ritmo de su respiración, lamía sus labios y su clitoris y ella acariciaba su cabeza apretándolo contra su coño. David sintió cómo el cuerpo de Carla respondía a cada caricia, y eso lo motivó a continuar, a entregarse completamente a ese momento, a dejar de lado cualquier otra cosa y dedicarse solo a darle placer. Carla gemía suavemente, enredando los dedos en su cabello, y él intensificó sus movimientos, hasta que ella, al borde del orgasmo, arqueó la espalda y dejó escapar un suspiro profundo, temblando bajo su tacto y corriéndose de gusto con la lengua de David.

La respiración de ambos estaba agitada, cuando David se incorporó ligeramente, admirando su rostro satisfecho y sus mejillas sonrojadas. Carla lo miró, con una expresión que parecía de agradecimiento y, al mismo tiempo, de deseo renovado. Ella se quedó tumbada en la cama abierta de piernas mientras veía como David se desnudaba. Tenía una buena polla su cuñado y estaba muy dura. Ella se sentía orgullosa porque sabía que era por ella. Con delicadeza y deseo, David se colocó y empezó a chupar sus pezones y decidió acariciar su vagina con la polla hasta que poco a poco empezó a metérsela. Mientras lo hacia la miraba fijamente y veía la mirada de deseo de Carla que dio un grito de placer al notar como se iba metiendo la polla en su coño. El primer contacto fue como una descarga eléctrica, se la metía poco a poco para que se fuera adaptando su coño al tamaño de la polla y ambos se movieron al unísono, entregándose a un ritmo que parecía marcado por años de fantasías contenidas. Pero David estaba tan excitado que sabía que se iba a correr enseguida, así que decidió hacer pequeñas pausas para durar más. Había esperado ese momento muchos años y no quería arruinarlo corriéndose pronto. Los gemidos de Carla y sus susurros apenas audibles llenaban el aire, aumentando la intensidad de cada uno de sus movimientos. Sus tetas se movían suavemente con las embestidas con un movimiento hipnótico. Se perdieron en ese instante de placer, en la conexión profunda y prohibida que los unía. David tenía los brazos apoyados en la cama y veía el rostro de su cuñada que tenía un gesto de placer ante la follada lenta y profunda que le estaba dando. Finalmente, cuando ella sentía que estaba a punto de llegar al clímax, lo empujó suavemente y se colocó encima de él, cogió su polla y la dirigió a su chochito y se dejó caer lentamente montándolo con una soltura y una sensualidad que lo dejaron sin palabras. Se metió de golpe toda la polla que entró con suavidad debido a la humedad de ambos. La forma en que movía sus caderas, el modo en que lo miraba, con una mezcla de desafío y placer absoluto, lo llevaron al límite. Él con una mano le sostuvo de la cadera, y con otra mano acariciaba sus tetas, acompasando el movimiento de ambos, hasta que ella entre gritos y gemidos se corrió en un instante que pareció infinito. Qué ganas tenía de follarte zorra, pensaba David viendo como se movían sus tetas y la oía gemir.

Pero él quería más, así que la colocó a cuatro patas y se la metió de nuevo, lo hizo despacio, viendo como entraba la polla dentro, se la sacaba hasta casi que asomaba el capullo y volvía a metérsela. Le encantaba como deslizaba, su calor y su humedad. Ella gemía como una gata en celo y David empezó a aumentar el ritmo haciendo chocar su cuerpo con el suyo hasta que empezó a notar que se iba a correr y como sabía que llevaba un diu y no había riesgo de preñarla, en un estado de máximo placer apretó fuerte las caderas de ella contra él y se corrió dentro del coño de su cuñada. Era la culminación perfecta de su fantasía e instintivamente su mano buscó una de sus tetas apretándola mientras notaba su semen inundar el coño de Carla. Ella se quedó tumbada en la cama, sudando y recuperándose del orgasmo prohibido que acababa de sentir. Estaba guapísima así desnuda, despeinada y sudorosa.

El silencio que siguió fue abrumador. Ambos permanecieron acostados, sus cuerpos aún sudorosos, con la respiración entrecortada. Sin embargo, a medida que los minutos pasaban, una nueva sensación comenzó a invadir a Carla. David sintió que algo en su expresión había cambiado, y antes de que él pudiera decir una palabra, ella se incorporó lentamente y se cubrió con las sábanas como si ahora le diera vergüenza estar desnuda. Carla miró hacia otro lado, como si tratara de evitar su mirada. Cuando finalmente habló, su voz estaba cargada de un tono de arrepentimiento que David no había esperado.

—Esto… no debería haber pasado, David —dijo en un susurro, casi para sí misma—. Fue un error.

David sintió un nudo en el pecho. La intensidad del momento se desvanecía, y en su lugar, quedaba el peso de lo que acababan de hacer. Había soñado tanto con ese instante, con follarsela, que no había pensado en las consecuencias. Pero ahora, viendo el gesto apesadumbrado de Carla, comenzó a comprender la magnitud de lo que había sucedido.

—Carla… —intentó decir algo, pero ella lo interrumpió, negando suavemente con la cabeza.

—No, déjame hablar —murmuró ella, sin mirarlo aún—. David, esto… esto fue una traición, y no solo a mi esposo, sino a… a mi hermana. He sido, mejor dicho, hemos sido infieles a dos personas. ¿Te das cuenta de lo que hemos hecho?

David guardó silencio, sin saber cómo responder. Carla, finalmente, se giró para mirarlo, y él vio una mezcla de tristeza y culpa en sus ojos, algo que le desgarró el alma.

—Siempre he sabido que me deseabas… algo que iba más allá de lo que está bien o mal —continuó ella, buscando las palabras—. Pero nunca debimos cruzar esa línea. Soy una mujer casada, David. Y tú estás casado con mi hermana. Esto que acaba de pasar… no puede repetirse, debemos de olvidarlo.

El peso de esas palabras cayó sobre ambos. David intentó tomar su mano, pero ella se retiró con suavidad, evitando su tacto.

—Carla, yo… —empezó a decir, buscando algo que pudiera aliviar su dolor—. No puedo arrepentirme de esto, de estar contigo, porque es algo que he deseado por tanto tiempo. No quiero que te sientas mal, no quiero que esto te haga daño. Quiero ser sincero. Has sido un sueño prohibido para mi y el poder haber conseguido… follar contigo ha sido lo máximo.

Ella suspiró, sin dejar de mirarlo, y le dedicó una sonrisa triste.

—Lo sé. Pero no se trata solo de nosotros. Hay personas que confían en nosotros, que nos quieren… y no puedo mirar a mi hermana a los ojos después de esto. Esto… tiene que ser nuestro secreto. Algo que guardaremos para siempre, algo que nunca debió haber pasado. Yo también he disfrutado, no lo voy a negar, pero no puede volver a ocurrir.

David sintió cómo la realidad lo golpeaba. Todo el deseo, la pasión, los momentos de fantasía que había tenido con ella parecían diluirse en el aire, como si fueran demasiado frágiles para resistir el peso de la realidad. Sabía que ella tenía razón, pero en lo más profundo de su ser, también sentía una desesperación creciente, como si aceptar que esto no volvería a pasar significara perder algo esencial en su vida. En su imaginación se veía follando con ella más veces en diferentes sitios, en diferentes posturas, se imaginaba a ella chupándole la polla y él corriéndose en las tetas y el oír que no volvería a pasar lo llenaba de desasosiego.

—No tienes idea de lo que significas para mí, Carla —murmuró él, incapaz de ocultar la tristeza en su voz—. Nunca quise hacerte daño, pero… no quiero renunciar a lo que siento.

—Lo sé. Pero tienes que entender que no podemos seguir por este camino. Esto fue… algo que se nos salió de las manos. Hemos disfrutado, sí, pero también fue un error. Y tenemos que dejarlo aquí, guardarlo en el pasado y nunca hablar de ello. ¿Prometes que será así?

David asintió, aunque en su corazón sabía que nunca podría olvidar lo que habían compartido. Sabía que la imagen de ella, la sensación de su cuerpo junto al suyo, se quedaría grabada en su memoria para siempre, como una marca imborrable. Pero si eso era lo que ella necesitaba, si esa era la única forma de mantener su vida en orden, él haría el esfuerzo de respetar su decisión. Siendo sinceros era lo mejor para todos.

—Lo prometo —susurró, con un nudo en la garganta.

Carla se inclinó hacia él y le dio un último beso en la mejilla, breve y lleno de una ternura que le hizo estremecer. Luego se apartó y fue al baño a limpiarse el semen que empezaba a salir de su coño y comenzó a vestirse, sin mirarlo. David la observó en silencio, sintiendo que cada gesto suyo era una despedida, una manera de cerrar aquel capítulo antes de que siquiera hubiera tenido tiempo de comprenderlo. Cuando finalmente estuvo vestida, Carla lo miró una última vez, con una expresión que parecía contener todas las emociones que no podía expresar.

—Recuerda, David—dijo en un murmullo—. Esto será siempre nuestro secreto. Nadie debe saberlo… ni siquiera nosotros mismos.

Y con esas palabras, dejó la habitación, dejando a David sumido en una mezcla de tristeza y gratitud. Sabía que el recuerdo de ese día lo acompañaría siempre, como una sombra que lo seguiría en silencio, recordándole que, a veces, los deseos más profundos solo pueden existir en el terreno de lo prohibido.


Continuará…
 
Capitulo 5


Carla disfrutaba viéndolo sufrir pero decidió que ya bastaba de jugar con el. Finalmente le cogió de la mano y lo guió a su dormitorio en silencio. David tenía la boca seca por lo que estaba sucediendo, pero se dejó llevar como un cachorro. Carla cerró la puerta con suavidad, creando un ambiente de privacidad y complicidad en el que solo ellos dos existían. La luz del verano que entraba por la ventana bañaba la habitación con una claridad tenue, suficiente para ver el rostro de ella, los detalles de su piel, la intensidad en su mirada. David permaneció quieto, observándola, sintiendo el pulso acelerado en sus sienes.

Carla se situó frente a él y, sin decir una palabra, deslizó los tirantes de su vestido por los hombros. La tela cayó con suavidad, deslizándose por su cuerpo hasta quedar a sus pies quedando solo vestida con un tanga blanco. David contuvo el aliento. Allí estaba ella, tan segura, tan hermosa, con una expresión de deseo mezclado con desafío. Carla lo miró y, en ese instante, le dio permiso para acercarse.

David avanzó hacia ella, sin dejar de mirarla a los ojos. Cuando estuvo a solo unos centímetros, bajó la mirada hacia sus tetas, firmes y naturales, invitándolo a explorar cada detalle. Acercó sus manos a ellas, acariciándolas con suavidad al principio y después apretándolas con deseo dejándose llevar por la textura cálida de su piel. Los pezones de Carla se endurecieron bajo su mano, y él bajó la cabeza y empezó a besar con suavidad la suave piel de sus tetas y poco a poco fue buscando los pezones hasta rozarlos con sus labios, primero con timidez y luego con más intensidad, besándolos, chupándolos, saboreándolos, perdiéndose en cada pequeño gemido que ella emitía. Le encantaba deslizar la lengua y notar la rugosidad de las areolas y la dureza del pezón. Cuantas veces había soñado con este momento. Carla cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, dándole acceso total a su pecho, mientras él continuaba explorándola, acariciándola con una mezcla de ternura y deseo contenido. Mientras besaba sus tetas sus manos la abrazaron y buscaron su culo, que lo agarró con fuerza sintiendo la redondez y suavidad de su redondo culo. David sintió cómo la pasión lo invadía, y finalmente, la tomó por la cintura y la guió hasta la cama, tumbándola con cuidado sobre las sábanas.


Sin apartar la mirada de su rostro, David se inclinó hacia ella, recorriendo con sus labios la curva de sus tetas, bajando cada vez más, lamiendo su ombligo, hasta llegar a la línea de su cadera. Carla lo miraba, expectante, con una mezcla de deseo y anticipación, hasta que él se situó entre sus piernas, quitó el tanga ya mojado y comenzó a besar el interior de sus muslos con suavidad. Quería disfrutar de ese momento con calma, y contempló con deleite su coño y su ojete del mismo color que sus pezones, rugoso y brillante de flujos. Cuando notó como ella suspiraba separó aún más sus muslos para que se abriera bien su coño y lamió la raja de su cuñada con la misma devoción con la que había besado sus tetas. La sintió estremecerse bajo su lengua, y eso solo aumentó su intensidad. Tenía un coño precioso, carnoso, con unos labios muy marcados y rosados, brillantes de humedad, una delicia de coño que a pesar de oler muy intenso era un sueño para él tenerlo delante. Eso sumado a la fina capa de pelo solo hizo aumentar el deseo de chupar y lamer el coño de su cuñada. Lentamente, sus labios y su lengua comenzaron a explorarla, saboreándola, dejándose llevar por el ritmo de su respiración, lamía sus labios y su clitoris y ella acariciaba su cabeza apretándolo contra su coño. David sintió cómo el cuerpo de Carla respondía a cada caricia, y eso lo motivó a continuar, a entregarse completamente a ese momento, a dejar de lado cualquier otra cosa y dedicarse solo a darle placer. Carla gemía suavemente, enredando los dedos en su cabello, y él intensificó sus movimientos, hasta que ella, al borde del orgasmo, arqueó la espalda y dejó escapar un suspiro profundo, temblando bajo su tacto y corriéndose de gusto con la lengua de David.

La respiración de ambos estaba agitada, cuando David se incorporó ligeramente, admirando su rostro satisfecho y sus mejillas sonrojadas. Carla lo miró, con una expresión que parecía de agradecimiento y, al mismo tiempo, de deseo renovado. Ella se quedó tumbada en la cama abierta de piernas mientras veía como David se desnudaba. Tenía una buena polla su cuñado y estaba muy dura. Ella se sentía orgullosa porque sabía que era por ella. Con delicadeza y deseo, David se colocó y empezó a chupar sus pezones y decidió acariciar su vagina con la polla hasta que poco a poco empezó a metérsela. Mientras lo hacia la miraba fijamente y veía la mirada de deseo de Carla que dio un grito de placer al notar como se iba metiendo la polla en su coño. El primer contacto fue como una descarga eléctrica, se la metía poco a poco para que se fuera adaptando su coño al tamaño de la polla y ambos se movieron al unísono, entregándose a un ritmo que parecía marcado por años de fantasías contenidas. Pero David estaba tan excitado que sabía que se iba a correr enseguida, así que decidió hacer pequeñas pausas para durar más. Había esperado ese momento muchos años y no quería arruinarlo corriéndose pronto. Los gemidos de Carla y sus susurros apenas audibles llenaban el aire, aumentando la intensidad de cada uno de sus movimientos. Sus tetas se movían suavemente con las embestidas con un movimiento hipnótico. Se perdieron en ese instante de placer, en la conexión profunda y prohibida que los unía. David tenía los brazos apoyados en la cama y veía el rostro de su cuñada que tenía un gesto de placer ante la follada lenta y profunda que le estaba dando. Finalmente, cuando ella sentía que estaba a punto de llegar al clímax, lo empujó suavemente y se colocó encima de él, cogió su polla y la dirigió a su chochito y se dejó caer lentamente montándolo con una soltura y una sensualidad que lo dejaron sin palabras. Se metió de golpe toda la polla que entró con suavidad debido a la humedad de ambos. La forma en que movía sus caderas, el modo en que lo miraba, con una mezcla de desafío y placer absoluto, lo llevaron al límite. Él con una mano le sostuvo de la cadera, y con otra mano acariciaba sus tetas, acompasando el movimiento de ambos, hasta que ella entre gritos y gemidos se corrió en un instante que pareció infinito. Qué ganas tenía de follarte zorra, pensaba David viendo como se movían sus tetas y la oía gemir.

Pero él quería más, así que la colocó a cuatro patas y se la metió de nuevo, lo hizo despacio, viendo como entraba la polla dentro, se la sacaba hasta casi que asomaba el capullo y volvía a metérsela. Le encantaba como deslizaba, su calor y su humedad. Ella gemía como una gata en celo y David empezó a aumentar el ritmo haciendo chocar su cuerpo con el suyo hasta que empezó a notar que se iba a correr y como sabía que llevaba un diu y no había riesgo de preñarla, en un estado de máximo placer apretó fuerte las caderas de ella contra él y se corrió dentro del coño de su cuñada. Era la culminación perfecta de su fantasía e instintivamente su mano buscó una de sus tetas apretándola mientras notaba su semen inundar el coño de Carla. Ella se quedó tumbada en la cama, sudando y recuperándose del orgasmo prohibido que acababa de sentir. Estaba guapísima así desnuda, despeinada y sudorosa.

El silencio que siguió fue abrumador. Ambos permanecieron acostados, sus cuerpos aún sudorosos, con la respiración entrecortada. Sin embargo, a medida que los minutos pasaban, una nueva sensación comenzó a invadir a Carla. David sintió que algo en su expresión había cambiado, y antes de que él pudiera decir una palabra, ella se incorporó lentamente y se cubrió con las sábanas como si ahora le diera vergüenza estar desnuda. Carla miró hacia otro lado, como si tratara de evitar su mirada. Cuando finalmente habló, su voz estaba cargada de un tono de arrepentimiento que David no había esperado.

—Esto… no debería haber pasado, David —dijo en un susurro, casi para sí misma—. Fue un error.

David sintió un nudo en el pecho. La intensidad del momento se desvanecía, y en su lugar, quedaba el peso de lo que acababan de hacer. Había soñado tanto con ese instante, con follarsela, que no había pensado en las consecuencias. Pero ahora, viendo el gesto apesadumbrado de Carla, comenzó a comprender la magnitud de lo que había sucedido.

—Carla… —intentó decir algo, pero ella lo interrumpió, negando suavemente con la cabeza.

—No, déjame hablar —murmuró ella, sin mirarlo aún—. David, esto… esto fue una traición, y no solo a mi esposo, sino a… a mi hermana. He sido, mejor dicho, hemos sido infieles a dos personas. ¿Te das cuenta de lo que hemos hecho?

David guardó silencio, sin saber cómo responder. Carla, finalmente, se giró para mirarlo, y él vio una mezcla de tristeza y culpa en sus ojos, algo que le desgarró el alma.

—Siempre he sabido que me deseabas… algo que iba más allá de lo que está bien o mal —continuó ella, buscando las palabras—. Pero nunca debimos cruzar esa línea. Soy una mujer casada, David. Y tú estás casado con mi hermana. Esto que acaba de pasar… no puede repetirse, debemos de olvidarlo.

El peso de esas palabras cayó sobre ambos. David intentó tomar su mano, pero ella se retiró con suavidad, evitando su tacto.

—Carla, yo… —empezó a decir, buscando algo que pudiera aliviar su dolor—. No puedo arrepentirme de esto, de estar contigo, porque es algo que he deseado por tanto tiempo. No quiero que te sientas mal, no quiero que esto te haga daño. Quiero ser sincero. Has sido un sueño prohibido para mi y el poder haber conseguido… follar contigo ha sido lo máximo.

Ella suspiró, sin dejar de mirarlo, y le dedicó una sonrisa triste.

—Lo sé. Pero no se trata solo de nosotros. Hay personas que confían en nosotros, que nos quieren… y no puedo mirar a mi hermana a los ojos después de esto. Esto… tiene que ser nuestro secreto. Algo que guardaremos para siempre, algo que nunca debió haber pasado. Yo también he disfrutado, no lo voy a negar, pero no puede volver a ocurrir.

David sintió cómo la realidad lo golpeaba. Todo el deseo, la pasión, los momentos de fantasía que había tenido con ella parecían diluirse en el aire, como si fueran demasiado frágiles para resistir el peso de la realidad. Sabía que ella tenía razón, pero en lo más profundo de su ser, también sentía una desesperación creciente, como si aceptar que esto no volvería a pasar significara perder algo esencial en su vida. En su imaginación se veía follando con ella más veces en diferentes sitios, en diferentes posturas, se imaginaba a ella chupándole la polla y él corriéndose en las tetas y el oír que no volvería a pasar lo llenaba de desasosiego.

—No tienes idea de lo que significas para mí, Carla —murmuró él, incapaz de ocultar la tristeza en su voz—. Nunca quise hacerte daño, pero… no quiero renunciar a lo que siento.

—Lo sé. Pero tienes que entender que no podemos seguir por este camino. Esto fue… algo que se nos salió de las manos. Hemos disfrutado, sí, pero también fue un error. Y tenemos que dejarlo aquí, guardarlo en el pasado y nunca hablar de ello. ¿Prometes que será así?

David asintió, aunque en su corazón sabía que nunca podría olvidar lo que habían compartido. Sabía que la imagen de ella, la sensación de su cuerpo junto al suyo, se quedaría grabada en su memoria para siempre, como una marca imborrable. Pero si eso era lo que ella necesitaba, si esa era la única forma de mantener su vida en orden, él haría el esfuerzo de respetar su decisión. Siendo sinceros era lo mejor para todos.

—Lo prometo —susurró, con un nudo en la garganta.

Carla se inclinó hacia él y le dio un último beso en la mejilla, breve y lleno de una ternura que le hizo estremecer. Luego se apartó y fue al baño a limpiarse el semen que empezaba a salir de su coño y comenzó a vestirse, sin mirarlo. David la observó en silencio, sintiendo que cada gesto suyo era una despedida, una manera de cerrar aquel capítulo antes de que siquiera hubiera tenido tiempo de comprenderlo. Cuando finalmente estuvo vestida, Carla lo miró una última vez, con una expresión que parecía contener todas las emociones que no podía expresar.

—Recuerda, David—dijo en un murmullo—. Esto será siempre nuestro secreto. Nadie debe saberlo… ni siquiera nosotros mismos.

Y con esas palabras, dejó la habitación, dejando a David sumido en una mezcla de tristeza y gratitud. Sabía que el recuerdo de ese día lo acompañaría siempre, como una sombra que lo seguiría en silencio, recordándole que, a veces, los deseos más profundos solo pueden existir en el terreno de lo prohibido.


Continuará…
Me da que no va a ser la última vez
 
Llevada ésta historia a la realidad. Lo cierto es que no hay peor idea que mezclar infidelidad y familia.
La infidelidad puede acabar con una pareja, pero si hay lazos familiares, puede destruir la relación de una familia entera.
Por cierto, magníficamente plasmados los sentimientos y sensaciones de los protagonistas.
Felicidades al autor.
 
Está claro que es una relación peligrosa, pero una vez que has cruzado la linea roja, yo veo complicado que no vayan a repetir.
Vamos, que repiten pero seguro.
 
Llevada ésta historia a la realidad. Lo cierto es que no hay peor idea que mezclar infidelidad y familia.
La infidelidad puede acabar con una pareja, pero si hay lazos familiares, puede destruir la relación de una familia entera.
Por cierto, magníficamente plasmados los sentimientos y sensaciones de los protagonistas.
Felicidades al autor.
Como todo.. hay que ir con cuidado... y siendo conscientes de lo que se hace y cómos e hace... responsablemente.
 
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