agratefuldude
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Antes de nada tengo que decir que para mi era un gran paso adelante en mi carrera ser invitado a pasar el fin de semana en familia en casa de mi jefe. Y si, la política de “nada de ropa” fue un poco chocante al principio pero antes de que empecéis a pensar que esto va de mi mujer follándose a mi jefe para conseguirme una promoción… lo siento, no es así.
Reconozco que en ningún momento del fin de semana me sentí en mi elemento. Nunca he estado cómodo desnudo delante de otra gente. Me recuerda ciertos episodios de mi adolescencia que preferiría olvidar. Pero la razón de mi incomodidad iba un poco más allá de intentar esconder un pene del que nunca me he sentido especialmente orgulloso detrás de cualquier cosa que pudiera encontrar: sillas, el sofá, un delantal… También me horrorizaba excitarme de ver a mi mujer Silvia desnuda delante de mi jefe y que mis 12 centímetros fueran objeto de comentarios. Así que intenté huir de situaciones comprometidas, empezando por verla desnudarse delante de todos y que, por algún motivo, que mi jefe le dijera que se dejase las medias puestas, que le quedaban muy bien.
En lo que respecta a mi jefe y su mujer… bueno, Alicia es el estereotipo de mujer de ejecutivo con éxito de hoy en día. Tendrá unos 60 y pocos años, pelo largo y negrísimo, cuerpo de hacer fitness y cuidarse mucho, pechos relativamente pequeños y cero pelos allí abajo. Me relajó notar que no me sentía especialmente atraído por ella. Hubiera sido el doble de difícil tener que esconder también mi trempera de mi mujer. Demasiados problemas a la vez.
Mi jefe Roberto, por otro lado, es el paradigma de la autoconfianza. Supongo que esa es la razón de su éxito en los negocios. Se pasea por la oficina sabiendo que es el dueño y por su casa de igual manera. Tiene 65 años (lo sé porque el día de su cumpleaños en la oficina se rumoreaba si se jubilaría pronto), mide casi dos metros, cabello blanco con corte militar, cuello ancho como su cabeza, mandíbula cuadrada y unas manos que hacen empequeñecer las mías con cada apretón. Su secretaria me comentó que le hacen los trajes a medida porque no hay nada en el mercado de su talla. Definitivamente no es un hombre que pase desapercibido pero verle desnudo fue… inesperado. Tiene la constitución de un toro, con músculos que aunque no se marcan como los de un culturista se dejan ver en cada movimiento. Incluso su panza ligeramente abultada parece dura como una roca. Da la sensación que me podría tumbar de una bofetada en cualquier momento.
Pero el detalle más perturbador era su polla. Si yo intentaba esconder mi -ahora ridículo- pene detrás de cualquier cosa él lo mostraba orgulloso. Y puedo llegar a entender el porqué. Era como una morcilla blanca y gorda, sonrojada y descapullada que colgaba entre sus piernas acompañada por un par de testículos del tamaño de pelotas de tenis. Y todo, absolutamente todo, perfectamente rasurado. No estoy diciendo que fuera pelándosela por ahí pero, joder, esa cosa estaba en todas partes.
Se paseaba con su miembro flácido balanceándose a derecha e izquierda y se paraba delante de mi esposa a hablarle de su pasión por el arte mientras esa cosa pulsaba como si tuviera vida propia. Y mientras hablaba su polla empezaba a crecer justo en frente de mi mujer que luchaba por no mirar fijamente ese cañón que la apuntaba directo a la cara y seguir el hilo de la conversación.
En ese momento yo no tenía la impresión de que eso fuera algún tipo de comportamiento impropio por parte de mi jefe. Realmente parecía algo natural y genuinamente suyo. De la misma forma que cuando hablaba conmigo de mi futuro en la compañía se masajeaba las pelotas con su mano derecha. Y si su mano era grande sus testículos aún lo parecían más.
Pero hubo un par de episodios que casi me hacen perder la calma si no hubiera sido por mi mujer. Primero, durante la cena, mi jefe se levantó para servirnos un pavo que tenía una pinta estupenda. “Primero las damas” dijo y empezó por su propia mujer, supongo por ser la de más edad, no lo sé. Mientras le servía ella le miraba y sonreía y de pronto su polla empezó de nuevo a crecer… Era asombroso la velocidad con la que podía bombear sangre a su miembro. Para cuando fue el turno de mi mujer yo no podía creer lo que estaba viendo.
La polla de Roberto ya estaba plenamente erecta. Un jodido palmo de carne que se balanceaba sobre los platos a escasos centímetros de la cara de Silvia. Ella estaba completamente hechizada por la visión, con la boca abierta de asombro. Él se tomó su tiempo para servirle rebanadas de pavo, ciruelas y salsa en su plato mientras esa cosa continuaba pulsando desvergonzada. Cuando acabó de servir mi jefe dió la vuelta a la mesa y ella siguió su miembro con la mirada con los pezones exageradamente erectos y el pecho subiendo y bajando al ritmo de su excitada respiración. De alguna manera me alegré que la polla de mi jefe se alejase de mi mujer sin darme mucha cuenta de que ahora me tocaba a mi.
Así que, dado que yo estaba sentado y que él mide lo que mide, ahí tenía su monstruoso pene a la altura de mi cara. Intenté no mirar mientras también me servía mi porción de pavo y por eso no me fijé que perdía pié ni que para evitar caerse girase la cadera rápidamente. Su polla rebotó en su muslo y barrió el aire hasta chocar con mi mejilla. Sonó como una bofetada que nos dejó a todos en silencio. Al cabo de unos segundos dijo “Lo siento” y las mujeres empezaron a reír. Yo estaba rojo de vergüenza.
Tuve que esforzarme por mantener la calma y no salir corriendo. Notaba algo resbalando por mi cara y me llevé la mano a la mejilla para notar algo líquido y ligeramente pegajoso. Mi mente iba a mil. Con el rabillo del ojo vi que la polla de mi jefe goteaba ostentosamente sobre la mesa sin ningún pudor. Mi mujer cambió de tema pero a mí me llevó unos minutos recuperarme de ese episodio. Use la servilleta para secarme la cara del líquido preseminal de mi jefe e intenté calmarme.
La cena siguió sin ningún nuevo “accidente” humillante. Después tomamos unas copas hasta bien entrada la noche cuando mi mujer dijo que se retiraba a dormir un poco. Todos nos levantamos. Le di un beso de buenas noches a Alicia y apreté la mano de mi jefe intentando mantener las distancias en ambos casos. Pero por supuesto él no es tan mojigato como yo y después de besar a mi mujer la abrazó sin mayor problema.
A pesar de la copiosa comida noté un vacío en el estómago al verlo engullir el cuerpo de mi mujer con ese abrazo de oso. La cabeza de ella quedaba por debajo de su cuello, su vientre aplastando sus pechos y el infatigable miembro erguido prácticamente acababa en su escote. El hombre mantuvo el abrazo, o debería decir “la presa”, por más tiempo del estrictamente necesario mientras le decía que estaba disfrutando del fin de semana con nosotros. Y casi de una cubana me atrevería a decir yo… Mi mujer no pudo sinó devolverle el abrazo y esperar a que la dejara escapar mientras decía que ella también estaba teniendo un agradable fin de semana.
Más tarde, ya en la habitación, exploté. Silvia intentó calmarme mientras me decía que bajara la voz o nos oirían. Lo intenté pero me sentía humillado, avergonzado y sobre todo muy enfadado. Discutimos durante unos minutos y me sorprendió comprobar que ella creía que no había habido malas intenciones en el comportamiento de mi jefe, ni en el pollazo ni en el abrazo/sobada con el que nos habíamos despedido.
Entonces, empezamos a oír ruidos desde la habitación de al lado. Era tan obvio que parecía increíble. El crujido de una cama, los golpes rítmicos contra la pared que separaba nuestras habitaciones… Pronto empezamos a oír a Alicia gimiendo en crescendo en lo que parecía un increíble orgasmo. Pero los ruidos no acabaron. Por momentos pensé que la pared se agrietaba bajo el martilleo constante. Alicia se corrió una segunda vez. Y después una tercera antes de que empezáramos a oír a Roberto gruñir. Realmente parecía un oso. La cadencia subió y Alicia volvió a gemir, aunque debería decir gritar. Y entonces les oímos claramente:
Los dos nos quedamos en shock. Sin palabras. ¿Habían estado realmente jugando a que mi jefe se follaba a mi mujer en vez de a Alicia? Cuando los sonidos acabaron no nos podíamos mover, cada una a un lado de la cama. Después Silvia se giró aparentando querer dormir un poco. Yo no pude. Era obvio que sabían que nosotros les oiríamos. Era eso lo que mi jefe realmente pensaba de mí: que no me merecía a mi mujer? Me había abofeteado con su polla a propósito? No podía dejar de pensar en ello.
Incluso con los ojos cerrados no podía quitarme su polla de la cabeza. Y entonces, horas más tarde, oí el inconfundible sonido de mi mujer masturbándose, su respiración entrecortada y un orgasmo ahogado en el cojín. ¿También había fantaseado que Roberto la follaba? La llenaba como nunca nadie la había llenado antes? ¿Había fantaseado con notar su corrida en lo más profundo de su ser?
Reconozco que en ningún momento del fin de semana me sentí en mi elemento. Nunca he estado cómodo desnudo delante de otra gente. Me recuerda ciertos episodios de mi adolescencia que preferiría olvidar. Pero la razón de mi incomodidad iba un poco más allá de intentar esconder un pene del que nunca me he sentido especialmente orgulloso detrás de cualquier cosa que pudiera encontrar: sillas, el sofá, un delantal… También me horrorizaba excitarme de ver a mi mujer Silvia desnuda delante de mi jefe y que mis 12 centímetros fueran objeto de comentarios. Así que intenté huir de situaciones comprometidas, empezando por verla desnudarse delante de todos y que, por algún motivo, que mi jefe le dijera que se dejase las medias puestas, que le quedaban muy bien.
En lo que respecta a mi jefe y su mujer… bueno, Alicia es el estereotipo de mujer de ejecutivo con éxito de hoy en día. Tendrá unos 60 y pocos años, pelo largo y negrísimo, cuerpo de hacer fitness y cuidarse mucho, pechos relativamente pequeños y cero pelos allí abajo. Me relajó notar que no me sentía especialmente atraído por ella. Hubiera sido el doble de difícil tener que esconder también mi trempera de mi mujer. Demasiados problemas a la vez.
Mi jefe Roberto, por otro lado, es el paradigma de la autoconfianza. Supongo que esa es la razón de su éxito en los negocios. Se pasea por la oficina sabiendo que es el dueño y por su casa de igual manera. Tiene 65 años (lo sé porque el día de su cumpleaños en la oficina se rumoreaba si se jubilaría pronto), mide casi dos metros, cabello blanco con corte militar, cuello ancho como su cabeza, mandíbula cuadrada y unas manos que hacen empequeñecer las mías con cada apretón. Su secretaria me comentó que le hacen los trajes a medida porque no hay nada en el mercado de su talla. Definitivamente no es un hombre que pase desapercibido pero verle desnudo fue… inesperado. Tiene la constitución de un toro, con músculos que aunque no se marcan como los de un culturista se dejan ver en cada movimiento. Incluso su panza ligeramente abultada parece dura como una roca. Da la sensación que me podría tumbar de una bofetada en cualquier momento.
Pero el detalle más perturbador era su polla. Si yo intentaba esconder mi -ahora ridículo- pene detrás de cualquier cosa él lo mostraba orgulloso. Y puedo llegar a entender el porqué. Era como una morcilla blanca y gorda, sonrojada y descapullada que colgaba entre sus piernas acompañada por un par de testículos del tamaño de pelotas de tenis. Y todo, absolutamente todo, perfectamente rasurado. No estoy diciendo que fuera pelándosela por ahí pero, joder, esa cosa estaba en todas partes.
Se paseaba con su miembro flácido balanceándose a derecha e izquierda y se paraba delante de mi esposa a hablarle de su pasión por el arte mientras esa cosa pulsaba como si tuviera vida propia. Y mientras hablaba su polla empezaba a crecer justo en frente de mi mujer que luchaba por no mirar fijamente ese cañón que la apuntaba directo a la cara y seguir el hilo de la conversación.
En ese momento yo no tenía la impresión de que eso fuera algún tipo de comportamiento impropio por parte de mi jefe. Realmente parecía algo natural y genuinamente suyo. De la misma forma que cuando hablaba conmigo de mi futuro en la compañía se masajeaba las pelotas con su mano derecha. Y si su mano era grande sus testículos aún lo parecían más.
Pero hubo un par de episodios que casi me hacen perder la calma si no hubiera sido por mi mujer. Primero, durante la cena, mi jefe se levantó para servirnos un pavo que tenía una pinta estupenda. “Primero las damas” dijo y empezó por su propia mujer, supongo por ser la de más edad, no lo sé. Mientras le servía ella le miraba y sonreía y de pronto su polla empezó de nuevo a crecer… Era asombroso la velocidad con la que podía bombear sangre a su miembro. Para cuando fue el turno de mi mujer yo no podía creer lo que estaba viendo.
La polla de Roberto ya estaba plenamente erecta. Un jodido palmo de carne que se balanceaba sobre los platos a escasos centímetros de la cara de Silvia. Ella estaba completamente hechizada por la visión, con la boca abierta de asombro. Él se tomó su tiempo para servirle rebanadas de pavo, ciruelas y salsa en su plato mientras esa cosa continuaba pulsando desvergonzada. Cuando acabó de servir mi jefe dió la vuelta a la mesa y ella siguió su miembro con la mirada con los pezones exageradamente erectos y el pecho subiendo y bajando al ritmo de su excitada respiración. De alguna manera me alegré que la polla de mi jefe se alejase de mi mujer sin darme mucha cuenta de que ahora me tocaba a mi.
Así que, dado que yo estaba sentado y que él mide lo que mide, ahí tenía su monstruoso pene a la altura de mi cara. Intenté no mirar mientras también me servía mi porción de pavo y por eso no me fijé que perdía pié ni que para evitar caerse girase la cadera rápidamente. Su polla rebotó en su muslo y barrió el aire hasta chocar con mi mejilla. Sonó como una bofetada que nos dejó a todos en silencio. Al cabo de unos segundos dijo “Lo siento” y las mujeres empezaron a reír. Yo estaba rojo de vergüenza.
Tuve que esforzarme por mantener la calma y no salir corriendo. Notaba algo resbalando por mi cara y me llevé la mano a la mejilla para notar algo líquido y ligeramente pegajoso. Mi mente iba a mil. Con el rabillo del ojo vi que la polla de mi jefe goteaba ostentosamente sobre la mesa sin ningún pudor. Mi mujer cambió de tema pero a mí me llevó unos minutos recuperarme de ese episodio. Use la servilleta para secarme la cara del líquido preseminal de mi jefe e intenté calmarme.
La cena siguió sin ningún nuevo “accidente” humillante. Después tomamos unas copas hasta bien entrada la noche cuando mi mujer dijo que se retiraba a dormir un poco. Todos nos levantamos. Le di un beso de buenas noches a Alicia y apreté la mano de mi jefe intentando mantener las distancias en ambos casos. Pero por supuesto él no es tan mojigato como yo y después de besar a mi mujer la abrazó sin mayor problema.
A pesar de la copiosa comida noté un vacío en el estómago al verlo engullir el cuerpo de mi mujer con ese abrazo de oso. La cabeza de ella quedaba por debajo de su cuello, su vientre aplastando sus pechos y el infatigable miembro erguido prácticamente acababa en su escote. El hombre mantuvo el abrazo, o debería decir “la presa”, por más tiempo del estrictamente necesario mientras le decía que estaba disfrutando del fin de semana con nosotros. Y casi de una cubana me atrevería a decir yo… Mi mujer no pudo sinó devolverle el abrazo y esperar a que la dejara escapar mientras decía que ella también estaba teniendo un agradable fin de semana.
Más tarde, ya en la habitación, exploté. Silvia intentó calmarme mientras me decía que bajara la voz o nos oirían. Lo intenté pero me sentía humillado, avergonzado y sobre todo muy enfadado. Discutimos durante unos minutos y me sorprendió comprobar que ella creía que no había habido malas intenciones en el comportamiento de mi jefe, ni en el pollazo ni en el abrazo/sobada con el que nos habíamos despedido.
Entonces, empezamos a oír ruidos desde la habitación de al lado. Era tan obvio que parecía increíble. El crujido de una cama, los golpes rítmicos contra la pared que separaba nuestras habitaciones… Pronto empezamos a oír a Alicia gimiendo en crescendo en lo que parecía un increíble orgasmo. Pero los ruidos no acabaron. Por momentos pensé que la pared se agrietaba bajo el martilleo constante. Alicia se corrió una segunda vez. Y después una tercera antes de que empezáramos a oír a Roberto gruñir. Realmente parecía un oso. La cadencia subió y Alicia volvió a gemir, aunque debería decir gritar. Y entonces les oímos claramente:
- Sí!!! Aquí viene!! Voy a descargar todo dentro Silvia!!
- Oh, sí, Roberto!!! Córrete dentro!! Lléname de esperma!!! No me he sentido tan llena en toda mi puta vida!!! - Respondió Alicia.
- Te lo mereces puta!! Una mujer como tú merece mucho más de lo que tiene en casa!! Te voy a preñar!!!
Los dos nos quedamos en shock. Sin palabras. ¿Habían estado realmente jugando a que mi jefe se follaba a mi mujer en vez de a Alicia? Cuando los sonidos acabaron no nos podíamos mover, cada una a un lado de la cama. Después Silvia se giró aparentando querer dormir un poco. Yo no pude. Era obvio que sabían que nosotros les oiríamos. Era eso lo que mi jefe realmente pensaba de mí: que no me merecía a mi mujer? Me había abofeteado con su polla a propósito? No podía dejar de pensar en ello.
Incluso con los ojos cerrados no podía quitarme su polla de la cabeza. Y entonces, horas más tarde, oí el inconfundible sonido de mi mujer masturbándose, su respiración entrecortada y un orgasmo ahogado en el cojín. ¿También había fantaseado que Roberto la follaba? La llenaba como nunca nadie la había llenado antes? ¿Había fantaseado con notar su corrida en lo más profundo de su ser?