Darco13
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Hola, os traigo la tercera parte de mi historia, siendo la continuación de mi post llamado: Votos rotos en la boda de mi prima. Que disfrutéis.
Una semana después de la boda, recibí un WhatsApp de Esmeralda que decía:
“Tenemos que hablar. Mejor en persona. Esta noche, en mi casa. Vino, picoteo y sin tonterías. Tranquilo, no pienso contar nada…”
No me gustaba cómo sonaba aquello. El mensaje tenía una mezcla entre amenaza y provocación. Pero, al mismo tiempo, me picaba la curiosidad. ¿Qué quería decir con “sin tonterías”?
Esa noche, por casualidad o por destino, estaba solo en casa. Eva, mi mujer, hacía el turno nocturno en la farmacia y mi hija se quedaba a dormir en casa de mi hermana, que a la mañana siguiente se iba a la playa con su prima. Así que, por raro que sonara, no tenía excusa para no ir.
A las nueve de la noche llegue a su apartamento. Me abrió la puerta con una camiseta de tirantes fina, semitransparente, que no dejaba nada a la imaginación. Se le marcaban los pezones duros como canicas y no parecía llevar sujetador… ni bragas. Solo verla me aceleró el pulso.
Al entrar en el salón, me llevé una buena sorpresa: Eli estaba sentada en el sofá, también con cara de desconcierto. Claramente, tampoco sabía que yo iba a estar allí. Esmeralda nos había citado a los dos por separado.
—Bueno parejita —dice Esmeralda con una sonrisa de zorra en los labios—. Tranquilos, no he llamado a nadie más. Solo quería hablar.
Aunque Esmeralda había dicho que quería “hablar”, el ambiente no parecía precisamente para una charla inocente. Música suave de fondo, luces bajas, botella de Rioja ya abierta en la mesa, velas encendidas con olor a vainilla. Todos olía más a cita íntima que a conversación familiar.
Me senté en el extremo opuesto del sofá intentando mantener cierta distancia. Esmeralda me sirvió una copa de vino, la cual me bebí de un trago, como si necesitara anestesia rápida. Picoteé algo de lo que había en la mesa: queso curado, jamón ibérico, aceitunitas, algunas patatas fritas.
Eli permanecía tensa, con los brazos cruzados y una expresión entre el recelo y la resignación. Yo solo intentaba parecer sereno, pero la verdad es que la sola presencia de Esmeralda, con esa camiseta transparente, ya me la estaba empezando a poner dura.
Ella hablaba con soltura, casi con orgullo. Nos contaba cómo, desde que empezó su etapa liberal, había decidido disfrutar del sexo sin filtros ni límites. Decía que a sus treinta años ya lo había probado todo. Nada le parecía demasiado. Nada la asustaba y sobre todo, no le hacía ascos a nada. Sus palabras caían pesadas, como si el aire se espesara con cada frase.
Cuando sacó la segunda botella de vino, sus ojos brillaban de deseo. La descorchó con calma, como si estuviera preparando el escenario para algo mucho más grande. Sirvió otra ronda. Bebió un trago. Y entonces lo soltó. Sin rodeos. Con esa sonrisa suya, ladeada, descarada.
—Solo quiero una cosa — dice mientras miraba a su hermana a los ojos—. Quiero contemplar como lo hacéis otra vez. Solo mirar. Lo juro. Nada más. Dejadme veros. Necesito ver cómo la follas… cómo lo hiciste en el baño.
Eli se atragantó con el vino, mirándola con asco y la llamó enferma. A mí me entró unas calores por el cuerpo que no sabía si era vergüenza, excitación o puro miedo. Estaba incomodo en el sofá, sin atreverme a decir nada. Nos negamos en rotundo. Eli se levantó hecho una furia, agarró su bolso con una mano y se dirigió a la puerta sin mirar atrás. Entonces, Esmeralda soltó la segunda bomba.
—Enferma no, —dijo con calma, como si ya tuviera todo medido—. Caliente, sí. Y con información que puede hacer mucho daño si se filtra. ¿Qué pensará Víctor si le cuento lo bien que gemías en el baño? ¿Y tú? ¿Qué pasaría si Eva se entera de la clase de relación que tienes con tu prima?
Se hizo un silencio frío. Como un puñetazo en el estómago.
—Solo quiero mirar. No voy a tocar nada. Vosotros os lo montáis… y yo disfruto del espectáculo —continuó, como si fuera lo más normal del mundo—. Si no queréis, me levanto y os vais. Pero si os marcháis… a saber qué me da por contar mañana a la familia.
No hubo más palabras. Eli se volvió a sentar con gesto seco. Me miró. Yo la miré. En ese cruce de miradas lo entendimos todo: el daño estaba hecho. Y también que entre nosotros seguía latiendo esa tensión sexual difícil disimular, imposible de frenar. Solo que esta vez… tendríamos una espectadora.
—¿Solo mirar? —preguntó Eli, con una seriedad que no encajaba con el fuego que le ardía en las pupilas.
—Sí, solo mirar —respondió Esmeralda, sentándose en la butaca, cruzando las piernas con deliberada lentitud, sin apartar la mirada de nosotros y mordiéndose el labio inferior con esa sonrisa de zorra que le daba tan bien.
Eli se quitó lentamente la chaqueta y dejó el bolso a un lado. Me volvió a mirar, sin decir nada. No sabía cómo reaccionar. No quería divorciarme pero la tentación y el morbo eran más fuertes que la culpa. Una mezcla de miedo, adrenalina y deseo me recorría el cuerpo.
Sin decir palabra, Eli se levantó. Me cogió de la camiseta y me besó. Al principio fue torpe, frío, como si el chantaje aún flotara entre nosotros. Nuestros encuentros nunca habían sido forzados… hasta hoy. Pero solo bastaron un par de morreos para que la lujuria nos poseyera de nuevo. En cuestión de segundos, nos estábamos comiendo la boca en medio del salón. Besos rabioso, manos urgentes, lenguas enredadas.
Mientras tanto, Esmeralda sentada frente a nosotros, copa de vino en una mano, y la otra descansando sobre su muslo, nos miraba con ojos bien abiertos, y las piernas separadas, como si estuviera viendo porno en directo… solo que esta vez, éramos nosotros el espectáculo.
Eli me desbrochaba los pantalones con rabia, como si le diera igual que hubiera alguien mirando. Bueno, “alguien” no, su puta hermana. Eso lo hacía todo más retorcido y más morboso. Esmeralda, al ver mi polla me soltó un elogio sin filtros.
—¡Vaya pollón tienes primito!
—Si quieres que haga esto —respondió Eli cortante como un cuchillo—. Más vale que te calles. No quiero oírte.
Acto seguido se la metió entera en la boca. Así, sin compasión. Como si necesitara ahogarse con ella para olvidar lo que estaba pasando. Esmeralda soltó un suspiro al ver la escena, como si acabara de prenderse fuego por dentro. Eli me la mamaba con la misma hambre que aquel día en el baño. Mirándome a los ojos mientras lo hacía, totalmente entregada. Su hermana se tocaba sin disimulo. La mano bajo en la camiseta, dedos entre las piernas, y un jadeo cada vez más agitado. No había marcha atrás.
La levanté y la acosté en el sofá. Le arranqué las bragas de un tirón, la tela se rasgó con un crujido seco. Tenía el coño empapado, completamente abierto para mí. Le pasé la punta de la polla por los labios, despacio, una y otra vez, torturándola. La encendí tanto que me pidió con desesperación que se la metiera. Pero no, jugué más, rozándola hasta que su respiración se volvió un jadeo rápido. Entonces, sin previo aviso, la empujé de golpe. Entera. El gemido fue tan fuerte que Esmeralda se mordió los nudillos.
—Así… quiero que te la folles así —dijo con voz ronca—. No paréis, hacedlo como si yo no estuviera.
Aunque sí estaba. Viéndolo todo. Con las piernas abiertas, apoyadas en los reposabrazos. Las tetas, fuera de la camiseta, enormes, pesadas, pidiendo guerra. Eli se corrió rápido, estaba más cachonda que nunca. La puse a cuatro patas, la agarré por las caderas, y le seguí dándole con fuerza. Con cada embestida le hacía rebotar contra el sofá. Ella gemía como una actriz porno. Y Esmeralda, en la butaca, parecía al borde del colapso, tocándose frenética.
—Mira, Esme —dije—. La cara de puta que pone tu hermana mientras me la follo.
—Es lo que hago —contestó jadeando—. No puedo dejar de mirarla, ni a ti. Os follaba a los dos ahora mismo…
Me tumbé también, colocándome detrás de Eli sin sacarla. Ella se quedó encajada sobre mí, completamente abierta, con mi polla aún dentro. Fue entonces cuando Esmeralda ya no podía más. Se levantó. Se quitó la camiseta y se acercó por detrás, sin decir nada. Se agachó y sin dudarlo, empezó a lamerle el coño a su hermana, mientras la follaba.
—¡¿Pero qué haces, tía?! —protestó Eli entre jadeos, sin apartarse.
—No podía más… solo quería probarlo. Solo un poco… —contestó, con la voz temblorosa, entre lametón y lametón—. Esto es jodidamente morboso.
La lengua de Esmeralda se movía rápido, precisa, sabía lo que hacía. Pasaba de lamerle el clítoris a chuparme los huevos sin pausa, en un vaivén obsceno que me volvía loco. Notaba su lengua húmeda, su aliento caliente, el sonido sucio de su boca trabajando en nuestros sexos.
Eli no tardó ni un minuto en explotar otra vez. Se le tensó el cuerpo, se aferró a mis muslos, y gritó el nombre de su hermana entre gemidos incontrolables. Yo no podía aguantar más. Me corrí sin aviso. La llené por completo. Noté rebosar nuestros fluidos mezclados, y Esmeralda no paraba de lamer todo lo que caía con gula, como si acabara de terminar un postre que llevaba años esperando.
Los tres nos quedamos jadeando, en silencio, mientras recobrábamos el aliento. Eli continuaba tumbada boca arriba en el sofá, con las piernas abiertas, los muslos brillando de corridas mezcladas, como una puta sacrificada en mitad del salón.
—Esto… no tiene nombre —susurró Eli, con los ojos cerrados, aún jadeando.
—Sí que lo tiene —respondió Esmeralda mientras acariciaba el cuerpo de su hermana con las yemas de los dedos—. Se llama vicio… y aún queda noche.
Ella me miró directamente, con una sonrisa lujuriosa y los ojos en llamas. Mientras lo hacía, deslizó la mano entre las piernas de su hermana. Eli no protestó. Al contrario, se arqueó, se abrió más. Se entregaba como si todo lo anterior solo hubiera sido el aperitivo. Aquello ya no era un polvo clandestino entre primos. Ahora había dejado de existir cualquier línea ética o moral.
Sin tregua, Esmeralda le abrió las piernas y se inclinó para devorarle el coño con un ansia que me dejó paralizado. Me senté a mirar, la polla medio empalmada de nuevo, porque ver eso… ver cómo una hermana le come la vulva a la otra con tanta entrega… era gasolina para la lujuria.
Esmeralda no chupaba, la devoraba viva. Le metía dos dedos y al mismo tiempo giraba la lengua como una condenada. Eli se agarraba al sofá como si fuera a despegar. La experiencia de Esmeralda era más que evidente. Se notaba que no era ni su primer trío, ni el primer coño que se comía. En cambio yo, estaba cumpliendo la fantasía básica de cualquier tío: un trío con dos mujeres. Encima hermanas. Y por si eso no fuera ya lo bastante loco, mis primas.
Esmeralda le pasó la lengua por el clítoris con una presión brusca, casi agresiva, que hizo que Eli se retorciera de placer, jadeando, llamándola puta entre dientes. No tardé mucho en tenerla dura. Esmeralda lo notó y sin soltar a su hermana, me buscó con una mano hasta que me la agarró.
—Tienes que volver a usarla, primo —dijo con una sonrisa sucia—. Pero ahora, quiero sentir este pollón dentro de mí. Dame como le diste a ella… o más fuerte.
Se puso a cuatro sobre el sofá, con Eli debajo. Sin dejar de jugar con sus tetas. Me colocó la mano en el culo, con fuerza. Le metí la polla de una embestida, seca, sin avisar. Esmeralda soltó un grito ronco y me empujó contra ella para que se la hundiera más. Tenía el coño mojado, caliente, hecho para el pecado. Cada vez que la empotraba, empujaba también a Eli, que gemía atrapada entre su hermana y el respaldo.
Era una locura, me la follaba sin parar, viendo cómo rebotaban las tetas enormes de Esmeralda, y Eli estiraba la lengua para lamérselas. Yo seguía partiéndola por detrás. Era como una escena porno, pero la sangre hirviendo de verdad. Sin cámaras. Solo deseo. Solo ganas. Solo pecado.
Le agarré las caderas con fuerza, apretando tanto que le dejé los dedos marcados en la piel. Esmeralda me pedía más, me exigía más, como si el coño le hablara y le suplicara por mi polla. Estaba loca, mojada como una esponja y cada vez que le daba una embestida más fuerte, soltaba un gemido grave, casi animal, mientras su cuerpo temblaba.
—¡Así! ¡Así, joder! ¡Rómpemelo, primo, rómpemelo! —me gritaba con la cara pegada al cuello de Eli, que la abrazaba, besándola y mordiéndole los hombros como si fuera suya.
Eli, atrapada debajo, se retorcía entre nuestros cuerpos, gimiendo, lamiendo lo que alcanzaba, tocándose sin parar, como si necesitara correrse otra vez. Y me soltó:
—Dale, primo. Dale a la puta de mi hermanita lo que te pide.
Tenía a las dos entregadas. Una debajo, con los dedos dentro de su hermana, mordiéndose los labios. Y la otra encima, follada hasta el fondo, moviéndose para que la empalara más fuerte. Era el puto centro de ese delirio incestuoso. Le escupí en el culo a Esmeralda y sin pensar le metí un dedo mientras seguía follándomela.
—¡Sí! ¡Más! —dijo con un grito ronco, mientras su cuerpo se arqueaba—. ¡Hazme todo, cabrón! ¡Hazme todo lo que quieras! ¡Soy toda tuya! ¡Soy tu puta, primo!
La tenía a cuatro patas, con Eli debajo chupándole las tetas, empapada entre jugos y sudor. Le metía la polla hasta los huevos y el dedo cada vez más profundo, notando cómo cedía, caliente, vivo.
Se la metía más duro, más rápido. El sofá crujía como si fuera a romperse, las paredes temblaban, y la habitación olía a sexo, a pecado cocido al vapor del vicio. Sudábamos como bestias.
Eli empezó a gemir de nuevo, chillando que se corría, y Esmeralda también. Sentí sus músculos apretando mi polla como si no quisiera soltarla jamás. Gritaba que era una perra en celo. Yo no aguantaba más. Tenía en la punta una bola de fuego subiendo a toda hostia por la columna. Esmeralda lo notó, se giró lo justo, con el pelo pegado por el sudor y los ojos en llamas. Me gritó:
—¡Dentro, córrete dentro, cabrón! ¡Quiero que me rellenes como a un pavo, hijo de puta!
Me corrí con espasmos, apretando los dientes, con todo lo que me quedaba. Le llené el coño de leche a chorros calientes, espesos, uno tras otro, sin parar. Tanto que empezó a chorrearle por los muslos. Cuando terminé, me temblaron las piernas, me dejé caer como pude, exhausto. El corazón me retumbaba en las sienes. No veía nada. Solo oía el jadeo de ellas dos. No habíamos follado, habíamos desatado un puto cataclismo.
Continuará….
Una semana después de la boda, recibí un WhatsApp de Esmeralda que decía:
“Tenemos que hablar. Mejor en persona. Esta noche, en mi casa. Vino, picoteo y sin tonterías. Tranquilo, no pienso contar nada…”
No me gustaba cómo sonaba aquello. El mensaje tenía una mezcla entre amenaza y provocación. Pero, al mismo tiempo, me picaba la curiosidad. ¿Qué quería decir con “sin tonterías”?
Esa noche, por casualidad o por destino, estaba solo en casa. Eva, mi mujer, hacía el turno nocturno en la farmacia y mi hija se quedaba a dormir en casa de mi hermana, que a la mañana siguiente se iba a la playa con su prima. Así que, por raro que sonara, no tenía excusa para no ir.
A las nueve de la noche llegue a su apartamento. Me abrió la puerta con una camiseta de tirantes fina, semitransparente, que no dejaba nada a la imaginación. Se le marcaban los pezones duros como canicas y no parecía llevar sujetador… ni bragas. Solo verla me aceleró el pulso.
Al entrar en el salón, me llevé una buena sorpresa: Eli estaba sentada en el sofá, también con cara de desconcierto. Claramente, tampoco sabía que yo iba a estar allí. Esmeralda nos había citado a los dos por separado.
—Bueno parejita —dice Esmeralda con una sonrisa de zorra en los labios—. Tranquilos, no he llamado a nadie más. Solo quería hablar.
Aunque Esmeralda había dicho que quería “hablar”, el ambiente no parecía precisamente para una charla inocente. Música suave de fondo, luces bajas, botella de Rioja ya abierta en la mesa, velas encendidas con olor a vainilla. Todos olía más a cita íntima que a conversación familiar.
Me senté en el extremo opuesto del sofá intentando mantener cierta distancia. Esmeralda me sirvió una copa de vino, la cual me bebí de un trago, como si necesitara anestesia rápida. Picoteé algo de lo que había en la mesa: queso curado, jamón ibérico, aceitunitas, algunas patatas fritas.
Eli permanecía tensa, con los brazos cruzados y una expresión entre el recelo y la resignación. Yo solo intentaba parecer sereno, pero la verdad es que la sola presencia de Esmeralda, con esa camiseta transparente, ya me la estaba empezando a poner dura.
Ella hablaba con soltura, casi con orgullo. Nos contaba cómo, desde que empezó su etapa liberal, había decidido disfrutar del sexo sin filtros ni límites. Decía que a sus treinta años ya lo había probado todo. Nada le parecía demasiado. Nada la asustaba y sobre todo, no le hacía ascos a nada. Sus palabras caían pesadas, como si el aire se espesara con cada frase.
Cuando sacó la segunda botella de vino, sus ojos brillaban de deseo. La descorchó con calma, como si estuviera preparando el escenario para algo mucho más grande. Sirvió otra ronda. Bebió un trago. Y entonces lo soltó. Sin rodeos. Con esa sonrisa suya, ladeada, descarada.
—Solo quiero una cosa — dice mientras miraba a su hermana a los ojos—. Quiero contemplar como lo hacéis otra vez. Solo mirar. Lo juro. Nada más. Dejadme veros. Necesito ver cómo la follas… cómo lo hiciste en el baño.
Eli se atragantó con el vino, mirándola con asco y la llamó enferma. A mí me entró unas calores por el cuerpo que no sabía si era vergüenza, excitación o puro miedo. Estaba incomodo en el sofá, sin atreverme a decir nada. Nos negamos en rotundo. Eli se levantó hecho una furia, agarró su bolso con una mano y se dirigió a la puerta sin mirar atrás. Entonces, Esmeralda soltó la segunda bomba.
—Enferma no, —dijo con calma, como si ya tuviera todo medido—. Caliente, sí. Y con información que puede hacer mucho daño si se filtra. ¿Qué pensará Víctor si le cuento lo bien que gemías en el baño? ¿Y tú? ¿Qué pasaría si Eva se entera de la clase de relación que tienes con tu prima?
Se hizo un silencio frío. Como un puñetazo en el estómago.
—Solo quiero mirar. No voy a tocar nada. Vosotros os lo montáis… y yo disfruto del espectáculo —continuó, como si fuera lo más normal del mundo—. Si no queréis, me levanto y os vais. Pero si os marcháis… a saber qué me da por contar mañana a la familia.
No hubo más palabras. Eli se volvió a sentar con gesto seco. Me miró. Yo la miré. En ese cruce de miradas lo entendimos todo: el daño estaba hecho. Y también que entre nosotros seguía latiendo esa tensión sexual difícil disimular, imposible de frenar. Solo que esta vez… tendríamos una espectadora.
—¿Solo mirar? —preguntó Eli, con una seriedad que no encajaba con el fuego que le ardía en las pupilas.
—Sí, solo mirar —respondió Esmeralda, sentándose en la butaca, cruzando las piernas con deliberada lentitud, sin apartar la mirada de nosotros y mordiéndose el labio inferior con esa sonrisa de zorra que le daba tan bien.
Eli se quitó lentamente la chaqueta y dejó el bolso a un lado. Me volvió a mirar, sin decir nada. No sabía cómo reaccionar. No quería divorciarme pero la tentación y el morbo eran más fuertes que la culpa. Una mezcla de miedo, adrenalina y deseo me recorría el cuerpo.
Sin decir palabra, Eli se levantó. Me cogió de la camiseta y me besó. Al principio fue torpe, frío, como si el chantaje aún flotara entre nosotros. Nuestros encuentros nunca habían sido forzados… hasta hoy. Pero solo bastaron un par de morreos para que la lujuria nos poseyera de nuevo. En cuestión de segundos, nos estábamos comiendo la boca en medio del salón. Besos rabioso, manos urgentes, lenguas enredadas.
Mientras tanto, Esmeralda sentada frente a nosotros, copa de vino en una mano, y la otra descansando sobre su muslo, nos miraba con ojos bien abiertos, y las piernas separadas, como si estuviera viendo porno en directo… solo que esta vez, éramos nosotros el espectáculo.
Eli me desbrochaba los pantalones con rabia, como si le diera igual que hubiera alguien mirando. Bueno, “alguien” no, su puta hermana. Eso lo hacía todo más retorcido y más morboso. Esmeralda, al ver mi polla me soltó un elogio sin filtros.
—¡Vaya pollón tienes primito!
—Si quieres que haga esto —respondió Eli cortante como un cuchillo—. Más vale que te calles. No quiero oírte.
Acto seguido se la metió entera en la boca. Así, sin compasión. Como si necesitara ahogarse con ella para olvidar lo que estaba pasando. Esmeralda soltó un suspiro al ver la escena, como si acabara de prenderse fuego por dentro. Eli me la mamaba con la misma hambre que aquel día en el baño. Mirándome a los ojos mientras lo hacía, totalmente entregada. Su hermana se tocaba sin disimulo. La mano bajo en la camiseta, dedos entre las piernas, y un jadeo cada vez más agitado. No había marcha atrás.
La levanté y la acosté en el sofá. Le arranqué las bragas de un tirón, la tela se rasgó con un crujido seco. Tenía el coño empapado, completamente abierto para mí. Le pasé la punta de la polla por los labios, despacio, una y otra vez, torturándola. La encendí tanto que me pidió con desesperación que se la metiera. Pero no, jugué más, rozándola hasta que su respiración se volvió un jadeo rápido. Entonces, sin previo aviso, la empujé de golpe. Entera. El gemido fue tan fuerte que Esmeralda se mordió los nudillos.
—Así… quiero que te la folles así —dijo con voz ronca—. No paréis, hacedlo como si yo no estuviera.
Aunque sí estaba. Viéndolo todo. Con las piernas abiertas, apoyadas en los reposabrazos. Las tetas, fuera de la camiseta, enormes, pesadas, pidiendo guerra. Eli se corrió rápido, estaba más cachonda que nunca. La puse a cuatro patas, la agarré por las caderas, y le seguí dándole con fuerza. Con cada embestida le hacía rebotar contra el sofá. Ella gemía como una actriz porno. Y Esmeralda, en la butaca, parecía al borde del colapso, tocándose frenética.
—Mira, Esme —dije—. La cara de puta que pone tu hermana mientras me la follo.
—Es lo que hago —contestó jadeando—. No puedo dejar de mirarla, ni a ti. Os follaba a los dos ahora mismo…
Me tumbé también, colocándome detrás de Eli sin sacarla. Ella se quedó encajada sobre mí, completamente abierta, con mi polla aún dentro. Fue entonces cuando Esmeralda ya no podía más. Se levantó. Se quitó la camiseta y se acercó por detrás, sin decir nada. Se agachó y sin dudarlo, empezó a lamerle el coño a su hermana, mientras la follaba.
—¡¿Pero qué haces, tía?! —protestó Eli entre jadeos, sin apartarse.
—No podía más… solo quería probarlo. Solo un poco… —contestó, con la voz temblorosa, entre lametón y lametón—. Esto es jodidamente morboso.
La lengua de Esmeralda se movía rápido, precisa, sabía lo que hacía. Pasaba de lamerle el clítoris a chuparme los huevos sin pausa, en un vaivén obsceno que me volvía loco. Notaba su lengua húmeda, su aliento caliente, el sonido sucio de su boca trabajando en nuestros sexos.
Eli no tardó ni un minuto en explotar otra vez. Se le tensó el cuerpo, se aferró a mis muslos, y gritó el nombre de su hermana entre gemidos incontrolables. Yo no podía aguantar más. Me corrí sin aviso. La llené por completo. Noté rebosar nuestros fluidos mezclados, y Esmeralda no paraba de lamer todo lo que caía con gula, como si acabara de terminar un postre que llevaba años esperando.
Los tres nos quedamos jadeando, en silencio, mientras recobrábamos el aliento. Eli continuaba tumbada boca arriba en el sofá, con las piernas abiertas, los muslos brillando de corridas mezcladas, como una puta sacrificada en mitad del salón.
—Esto… no tiene nombre —susurró Eli, con los ojos cerrados, aún jadeando.
—Sí que lo tiene —respondió Esmeralda mientras acariciaba el cuerpo de su hermana con las yemas de los dedos—. Se llama vicio… y aún queda noche.
Ella me miró directamente, con una sonrisa lujuriosa y los ojos en llamas. Mientras lo hacía, deslizó la mano entre las piernas de su hermana. Eli no protestó. Al contrario, se arqueó, se abrió más. Se entregaba como si todo lo anterior solo hubiera sido el aperitivo. Aquello ya no era un polvo clandestino entre primos. Ahora había dejado de existir cualquier línea ética o moral.
Sin tregua, Esmeralda le abrió las piernas y se inclinó para devorarle el coño con un ansia que me dejó paralizado. Me senté a mirar, la polla medio empalmada de nuevo, porque ver eso… ver cómo una hermana le come la vulva a la otra con tanta entrega… era gasolina para la lujuria.
Esmeralda no chupaba, la devoraba viva. Le metía dos dedos y al mismo tiempo giraba la lengua como una condenada. Eli se agarraba al sofá como si fuera a despegar. La experiencia de Esmeralda era más que evidente. Se notaba que no era ni su primer trío, ni el primer coño que se comía. En cambio yo, estaba cumpliendo la fantasía básica de cualquier tío: un trío con dos mujeres. Encima hermanas. Y por si eso no fuera ya lo bastante loco, mis primas.
Esmeralda le pasó la lengua por el clítoris con una presión brusca, casi agresiva, que hizo que Eli se retorciera de placer, jadeando, llamándola puta entre dientes. No tardé mucho en tenerla dura. Esmeralda lo notó y sin soltar a su hermana, me buscó con una mano hasta que me la agarró.
—Tienes que volver a usarla, primo —dijo con una sonrisa sucia—. Pero ahora, quiero sentir este pollón dentro de mí. Dame como le diste a ella… o más fuerte.
Se puso a cuatro sobre el sofá, con Eli debajo. Sin dejar de jugar con sus tetas. Me colocó la mano en el culo, con fuerza. Le metí la polla de una embestida, seca, sin avisar. Esmeralda soltó un grito ronco y me empujó contra ella para que se la hundiera más. Tenía el coño mojado, caliente, hecho para el pecado. Cada vez que la empotraba, empujaba también a Eli, que gemía atrapada entre su hermana y el respaldo.
Era una locura, me la follaba sin parar, viendo cómo rebotaban las tetas enormes de Esmeralda, y Eli estiraba la lengua para lamérselas. Yo seguía partiéndola por detrás. Era como una escena porno, pero la sangre hirviendo de verdad. Sin cámaras. Solo deseo. Solo ganas. Solo pecado.
Le agarré las caderas con fuerza, apretando tanto que le dejé los dedos marcados en la piel. Esmeralda me pedía más, me exigía más, como si el coño le hablara y le suplicara por mi polla. Estaba loca, mojada como una esponja y cada vez que le daba una embestida más fuerte, soltaba un gemido grave, casi animal, mientras su cuerpo temblaba.
—¡Así! ¡Así, joder! ¡Rómpemelo, primo, rómpemelo! —me gritaba con la cara pegada al cuello de Eli, que la abrazaba, besándola y mordiéndole los hombros como si fuera suya.
Eli, atrapada debajo, se retorcía entre nuestros cuerpos, gimiendo, lamiendo lo que alcanzaba, tocándose sin parar, como si necesitara correrse otra vez. Y me soltó:
—Dale, primo. Dale a la puta de mi hermanita lo que te pide.
Tenía a las dos entregadas. Una debajo, con los dedos dentro de su hermana, mordiéndose los labios. Y la otra encima, follada hasta el fondo, moviéndose para que la empalara más fuerte. Era el puto centro de ese delirio incestuoso. Le escupí en el culo a Esmeralda y sin pensar le metí un dedo mientras seguía follándomela.
—¡Sí! ¡Más! —dijo con un grito ronco, mientras su cuerpo se arqueaba—. ¡Hazme todo, cabrón! ¡Hazme todo lo que quieras! ¡Soy toda tuya! ¡Soy tu puta, primo!
La tenía a cuatro patas, con Eli debajo chupándole las tetas, empapada entre jugos y sudor. Le metía la polla hasta los huevos y el dedo cada vez más profundo, notando cómo cedía, caliente, vivo.
Se la metía más duro, más rápido. El sofá crujía como si fuera a romperse, las paredes temblaban, y la habitación olía a sexo, a pecado cocido al vapor del vicio. Sudábamos como bestias.
Eli empezó a gemir de nuevo, chillando que se corría, y Esmeralda también. Sentí sus músculos apretando mi polla como si no quisiera soltarla jamás. Gritaba que era una perra en celo. Yo no aguantaba más. Tenía en la punta una bola de fuego subiendo a toda hostia por la columna. Esmeralda lo notó, se giró lo justo, con el pelo pegado por el sudor y los ojos en llamas. Me gritó:
—¡Dentro, córrete dentro, cabrón! ¡Quiero que me rellenes como a un pavo, hijo de puta!
Me corrí con espasmos, apretando los dientes, con todo lo que me quedaba. Le llené el coño de leche a chorros calientes, espesos, uno tras otro, sin parar. Tanto que empezó a chorrearle por los muslos. Cuando terminé, me temblaron las piernas, me dejé caer como pude, exhausto. El corazón me retumbaba en las sienes. No veía nada. Solo oía el jadeo de ellas dos. No habíamos follado, habíamos desatado un puto cataclismo.
Continuará….