La parada

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Invitado
Buenas a todos/as (sobre todo a vosotras, si es que tengo lectoras...)

Hoy voy a colgar tres historias, una en cada temática en las que suelo publicar (Herero, infidelidades/cornudos y swingers, tríos y orgías).
Hasta ahora he subido unas 11 historias que he escrito a lo largo de unos años, que se convirtieron en un libro autopublicado (y ahora estoy trabajando el segundo). Para vosotros/as son gratis. El objetivo era escribir un libro erótico dirigido a mujeres, para intentar cubrir muchas de las fantasías que muchas amigas y parejas que te tenido me han contado. Me pone mucho imaginar que con palabras puedo conseguir que una chica disfrute, o como dijo una amiga, que es un libro para leer con una sola mano. Escucho siempre el parecer de mis lectoras/es y me gusta saber qué cosas les gustan y les hacen acariciarse y masturbarse, y qué les gustaría llevar a cabo. Reconozco que saber esos detalles me ponen a mil y me dan energía para escribir más. Por supuesto, doy por hecho que es imposible contentar a todos/as, porque son muy variadas.
Foreros como Elherdau, Mario, Hotam o Pedromiguel han comentado mis historias y me han resultado interesantes sus opiniones. Gracias por dedicarme unos segundos. Muchos otros me han dado sus likes, y la gran mayoría las han leído, pero no sé si les han gustado. Saberlo me dice si debo continuar o no.
Si en alguna de mis historias habéis encontrado una de vuestras fantasías que no habéis llevado a cabo todavía, ¿por qué no se las dais a leer a vuestras parejas a ver si captan el mensaje? Quizás introduzca algo de pimienta en vuestra relación. Me encantaría que así fuera (y que me lo contarais con detalles...)

Gracias por leer e imaginar. Os dejo con una nueva fantasía.




La parada

Se apoyó jadeando en la marquesina del bus. El muy cabrón hizo caso omiso a los golpes que Melisa le dio en la puerta trasera. Se había pegado la carrera para nada. Y el conductor seguro que la vio. Pero seguro tampoco le importaba que ahora tuviera que esperar otros veinte minutos para el siguiente bus y llegar con toda seguridad tarde a fichar. Al mismo tiempo que recuperaba la respiración su enfado iba creciendo. Entonces recordó lo de la clases de meditación y todo eso de reconocer los propios errores y no culpar a los demás y se alegró de haber dejado a toda esa secta y panda de imbéciles. ¿Qué tiene de malo enfadarse por algo que no es justo, por alguien que no hace lo correcto? Es la única forma de empezar a cambiar las cosas. Se sentó en el banco de la parada del bus. Estaba sola, pero pronto empezó a llegar gente. Le sonaban las caras de algunos. Eran muchos años con el mismo horario, y el mismo itinerario. Como esa chica con la mochila, con pinta de estudiante universitaria. Lo raro es que esta no era la línea que llevaba al campus. ¿Qué haría, a dónde iría? O ese señor con el bastón. ¿Tendría un propósito o simplemente cogería cada día el bus para tener una rutina y moverse, hasta que algo le impidiera hacerlo definitivamente? No sabía el porqué, pero ese pensamiento la sumió en una profunda tristeza.
Y también había gente que nunca había visto. Y de entre ellos sobresalía ese chico que justo la acababa de mirar. Estaba apoyado en la marquesina y era el único que no tenía el móvil en la mano ni auriculares en los oídos. Un rara avis, pensó. Le encantaba esa expresión. Vestía de forma desenfadada, y le quedaba bien.
Al día siguiente, lo vio también.
Y al siguiente, también.
Y el viernes, también. Siempre de pie, siempre apoyado en su espalda, nunca usando el móvil. Decidió entonces fijarse dónde se bajaba, para seguir imaginando cosas de él. Le encantaba montarse sus historias. Y la sorpresa llegó cuando lo vio bajarse en la misma parada que la suya. En la confusión de la subida y bajada de viajeros, lo perdió. Y se sintió extrañamente vacía.
Inesperadamente, tomando copas con los amigos el sábado por la noche, le vino un fogonazo en la cabeza. Era la imagen del chico, observando todo apoyado de espaldas. No supo explicarse la razón de tan súbita obsesión, pero tenía ganas de saber más de él.
El lunes estaba en la parada del bus, esperando. Pero el chico no llegó. Sí lo hizo su autobús, pero no lo cogió. Decidió darle una segunda oportunidad. Se quedó entonces sola, sentada. Y de repente, apareció. Y, lo más sorprendente, es que se sentó por primera vez. Había un hueco entre los dos. Melisa estaba erguida, tensa, mirando al frente. Pero notó como el chico la miró una vez, o al menos eso creyó. Empezó a llegar gente y una señora con el carrito de la compra se sentó entre los dos, hablando a viva voz con su hija acerca del puchero del mediodía. Cuando llegó el autobús, se propuso no perderlo de nuevo a la salida. Y lo consiguió. Se bajó en su parada a dos metros de él y vio como entraba en el edificio de oficinas contiguo al que ella trabajaba. Ajá, así que somos vecinos de trabajo. ¿Qué hará? Ahí hay un montón de oficinas de abogados, gestorías y temas similares, pero el chico no tenía pinta de nada de eso. Otro secreto que descubrir. Y estaba decidida a intentarlo.
Pero al día siguiente no lo vio en la parada. Y llegó tarde al trabajo. El miércoles, igual. Y esta vez dejó pasar dos autobuses. El jueves, más de lo mismo. Se llevó una reprimenda de su jefa. No era común en ella llegar tarde. Le daba igual. La tristeza le invadió. No sabía el porqué, pero algo le atraía sobremanera de ese chico. Le parecía, cómo decirlo,...genuino, especial. El jueves se le hizo larguísimo y el trabajo, insoportable.
El viernes perdió ya toda esperanza de volverlo a ver. Llevaba un libro y se puso a leerlo en la parada. Estaba sola. Entonces el pito de una moto la asustó. Levantó la cabeza enfadada y miró a un chico en una Harley Davidson petardeante. Se subió la visera del casco y le hizo una señal con la mano para que se acercara.
Melisa se quedó atónita. ¡Era el chico del autobús! No sabía como reaccionar. Miró a los lados para comprobar que efectivamente la estaba llamando a ella. No había nadie más. Entonces se levantó como un resorte y se acercó al chico.
-Buenos días. Si quieres te llevo. Sé dónde vas; trabajamos muy cerca. ¿Qué me dices?
Melisa se quedó absorta mirándole. Y se sintió estúpida. Respondió atolondrada:
-Bueno, no sé, vale. Pero, no tengo casco.
El chico se quitó la mochila, la abrió y sacó de ella un casco pequeño recubierto de cuero.
-Toma, pruébatelo. Creo que te quedará bien; es pequeño. A mí no me entra. -dijo riéndose.
Melisa lo cogió y se lo puso. Ajustaba perfectamente. Miró al chico y éste le respondió:
-Muy guapa. Tienes pinta de motera total. Súbete. Cuidado con los escapes. Y agárrate fuerte.
Melisa le hizo caso. Cuando se había montado se acercó a él y le dijo:
-Por cierto, soy Melisa. ¿Cómo te llamas tú?
-Esteban.
Aceleró y salieron. Melisa se encontraba incómoda. Estaba montada en la moto de un tío que no conocía que la llevaba supuestamente al trabajo. Pero qué moto. Y qué tío. ¡Y me lleva al trabajo! ¿Incómoda, estúpida? Con un par de acelerones se dio cuenta que tenía que agarrarse fuerte, y le cogió a Esteban la cintura con fuerza. Se sintió felizmente emocionada. Y esas vibraciones. No sabía si tenía esas cosquillas en el bajo vientre por la situación o por el traqueteo del motor. Era algo más que agradable. De hecho, el trayecto se le hizo cortísimo. Esteban paró en la puerta del edificio de ella. Melisa se bajó con cierta dificultad. Se quitó el casco y Esteban se rio.
- Ve ahora al baño y reordénate el pelo. Ir en moto tiene estos problemas.
Ella se ruborizó levemente. Le dio las gracias. Y cuando estaba a punto de darse la vuelta, le preguntó:
-¿Cómo sabes que trabajo aquí?
-Bueno, soy muy observador. Durante las semanas que me han estado arreglando la moto he estado cogiendo el bus. Me encanta observar a la gente. Y eres la única que nunca cogía el móvil. Digamos que destacabas.
-Gracias de nuevo. Nos vemos. -respondió Melisa todavía sobrepasada por la situación.
-¿A qué hora sales? -Preguntó Esteban.
-A las seis.
-Yo a las cinco y media. Pero suelo tomarme un café. Si quieres volver conmigo, búscame en esa cafetería de enfrente, por si acaso estoy. Que tengas un buen día. Nos vemos.
Arrancó la moto y salió disparado. Melisa se encaminó hacia su trabajo. El día se le pasó como en una nube. Una compañera se le acercó sonriente y le dijo:
-Hoy se te han pegado las sábanas otra vez ¿eh? No veas cómo tienes el pelo, jajaja.
Melisa se levantó de un salto. "Mierda, el pelo. Se me ha olvidado". Se fue al baño y se atusó el cabello.
Cuando salió del trabajo se fue directa a la cafetería. Estaba entusiasmada de encontrarse de nuevo con Esteban y montarse en su moto. Se sentía como una adolescente. Y le encantaba. Se imaginó como la protagonista de Grease y se rio para sí misma. Llegó y miró entre las mesas. Mierda, no está. Mi gozo en un pozo. Pero miró a la barra y allí estaba, saludándola. Se acercó. Esteban se levantó del taburete y le dio dos besos.
-¿Qué tal el día?
-Bueno, intenso, como casi siempre ¿Y el tuyo?
-Horrible, como casi siempre. -dijo él entre carcajadas. Mira, te presento a Lola. Lola, Melisa.
Se dieron dos besos. La chica era muy guapa, con pelo largo, rubio y rizado. Tenía un tipazo. Llevaba unos pantalones de esos de moda negros apretados. Uno de esos que ella había jurado no comprarse nunca. Odiaba las modas.
-¿De qué os conocéis? -Preguntó la chica rubia inquisitivamente.
-Bueno, realmente no nos conocemos. Es extraño de explicar. Pero evidentemente vosotros sí. -Dijo Melisa.
-Sí, somos compañeros de trabajo. Y de salidas después del trabajo también. ¿No, Esteban? -dijo sonriendo y poniéndole una mano en el hombro. Era una forma de decir: "Chica, este es mi territorio. Búscate otro. ¿Quién te has creído que eres, recién llegada?"
"Conozco muy bien las tías como tú. Conquistan por la apariencia, no por el interior. Están vacías. Dejémosle a él que sea quien decida, rubia de bote" Le dijo Melisa con la mirada.
Esteban presenciaba atónito las miradas y las sonrisas. No sabía qué pasaba, pero algo ocurría.
-Melisa, ¿qué tomas? ¿Un café? - Preguntó él.
-Mejor una caña.
Charlaron unos minutos acerca del trabajo. Esteban era responsable de marketing de una multinacional alimentaria. La chica rubia era secretaria del jefe. Y Melisa explicó su trabajo como organizadora de cursos de formación en empresas. Lo adornó. No sabía porqué, pero se sentía inferior. La chica la miraba fijamente. Empezó a sentirse fuera de lugar.
-Bueno, tengo que irme. Tengo muchas cosas que hacer. Aquí dejo el dinero de mi cerveza. Adiós, un placer. -Dijo Melisa.
Se levantó y se fue precipitadamente. No sabía porqué, pero esa chica la había puesto de mala leche. Iba andando deprisa, más de lo normal. A los cinco minutos llegó a la parada. Estaba llena. “Espero que el autobús llegue pronto. Tengo ganas de llegar a casa, una ducha y a la cama. Demasiadas emociones hoy”. El petardeo del escape de una moto la sacó de su abstracción.
-Sube.
El corazón le dio un vuelco. Joder, chica, háztelo mirar. Con qué poco te emocionas. ¿Qué te pasa con este chico?
-No te preocupes, cojo el autobús. No quería molestarte. De verdad, me da igual. -Respondió Melisa.
-No me molestas. Ya me iba. Solo estaba charlando con una compañera. Si quieres, te llevo. Voy ya a casa. Te lo digo en serio.
Melisa lo miró fijamente. Parecía sincero.
-¿Sabes? No quiero que te sientas obligado. No tienes por qué llevarme. Pero te lo agradezco. Eso sí, esto no se va a convertir en una costumbre. No nos conocemos, aunque te lo agradezco de nuevo.
-No me siento obligado. No me molestas. No me importa llevarte. Y no me molestaré si no te subes. Peno son demasiados noes. Ahora, ¿quieres que te lleve?
Ella lo miró seria, pero enseguida esbozó una sonrisa.
-Claro. Pero con una condición. Una cerveza más. Ya que no pago el bus, te invitaré a una.
-Acepto encantado. -Respondió Esteban sin pensarlo.
Llegaron cerca de la casa de ella y se tomaron unas cervezas. Eso llevó a muchas risas. Y a abrir el apetito. Cambiaron de bar y tapearon. Cuando quisieron darse cuenta eran las doce de la noche. Se lo habían pasado genial, y se sentían cómodos uno al lado del otro.
-Bueno, tengo que irme. Muchas gracias por todo. ¿No irás a conducir ahora con lo que has bebido, no? -Dijo ella.
-No. Tengo el parking en esta calle. Aparco y voy a casa, a unos cinco minutos. ¿Quieres una última copa en casa? -dijo Esteban.
-Mejor no. Quizás otro día. Pero gracias de todos modos.
Melisa se acercó y le dio un pequeño beso en la cara. Los dos cerraron los ojos y los abrieron al momento. Se hizo un silencio incómodo.
-Sé que es un poco precipitado, pero déjame invitarte mañana a cenar. No se me da mal la cocina. ¿Carne o pescado? - dijo Esteban
Melisa lo miró divertida. Y contestó:
-Como de todo. Pero esto no es todavía un sí. Ya veremos.
Sonrió y se fue. El corazón le latía a mil, y el de Esteban a dos mil.
Al día siguiente la recogió de nuevo de la parada. Ella llevaba un look más deportivo. De hecho, Esteban le preguntó si después iba al gym, por los leggings. Y ella le dijo que no; simplemente quería ir cómoda. Pero la realidad es que se había pasado la noche pensando en la espalda de Esteban, su cintura que agarraba con fuerza y, sobre todo, las tremendas vibraciones de esa moto. Y cuando le levantó, decidió ponerse los pantalones más finos que tenía y hacer algo por primera vez en su vida: no llevar bragas. Estaba tan ansiosa por probar que no se dio cuenta y tampoco se puso sujetador. Se daría cuenta cuando sus pezones se rozaron con la chaqueta de cuero de él. Y las vibraciones. Qué barbaridad. El traqueteo de la Harley, el petardeo continuo parados en los semáforos, las vibraciones in crescendo cuando aceleraba y abrazarse con fuerza para clavarle los pezones en su espalda le produjeron una sensación de placer nunca sentida antes. Y cuando cogieron el pequeño tramo de autovía, su coño estaba tan listo para el orgasmo que le gritó al oído:
-¡Más rápido! ¡Más rápido!
Esteban engranó la marcha y dio al acelerador fuertemente. Melisa se agarró con fuerza con sus manos porque sus piernas ya no le obedecían. Estaba sintiendo uno de los orgasmos más intensos de su vida. Y de repente tuvo miedo a caerse, pero su cuerpo seguía temblando de placer, un placer infinito, interno, que la hizo sentirse inmensamente viva. Nunca se había corrido tan rápido, pero se estaban dando muchas condiciones a la vez. Esteban notó algo extraño detrás y le preguntó:
-¿Todo bien?
Ella solo acertó a decir un sí con voz muy débil. Estaba deseando llegar a la oficina y sentarse. Necesitaba relajarse. La vibración era tan fuerte que múltiples mini orgasmos la acompañaron hasta el final del viaje, y estaba deshecha de placer. Finalmente llegaron. Se despidió de él con una reposada sonrisa. Durante toda la jornada deseó intensamente que llegara el momento de montarse de nuevo en la moto. No podía olvidar esa sensación nunca proporcionada por ninguno de sus juguetes sexuales.
Terminó la jornada. Él la recogió y la llevó a casa. Ella se despidió apresuradamente mientras él le recordaba su dirección para la cena. Se fue directa a darse un relajante baño de agua caliente con espuma. No podía parar de recordar el trayecto en moto y las ganas que tenía de follarse a Esteban. Tenía claro que si lo veía dubitativo después de la cena ella daría el primer paso. No iba a regresar sin haberse cobrado su presa. Lo necesitaba dentro de ella.
Llegó a la casa de Esteban. Resultó ser un estupendo cocinero, mucho mejor que ella. Melissa solo llevó una botella de vino y le resultó divertido el cambio de roles en estos tiempos, algo impensable en la época de sus padres. Se rieron mucho y bebieron un par de botellas. Después se fueron al sofá y él sirvió un par de copas. Comentaron anécdotas de su trabajo y de sus vidas. Se sentían muy cómodos juntos. Estaban muy cerca, y Melisa se había descalzado para poner los pies encima del sofá. Esteban se reclinó y cogió uno de ellos y empezó a masajearlo mientras hablaban, con total normalidad. Melisa intentaba mantener la compostura, pero le resultaba difícil. En un par de ocasiones se sorprendió a sí misma mordiéndose el labio inferior. Entonces extendió el otro pie y se lo acercó. Él lo cogió con suavidad y masajeó sus dedos mientras hablaba de la marcha de su empresa. A Melisa le encantaba ese juego: las palabras no tenían nada que ver con los actos. Y tuvo que acomodarse varias veces para que no se notara demasiado lo que estaba disfrutando.
-Se acabó con los pies. ¿Hay alguna otra parte de tu cuerpo que necesite tratamiento?- Preguntó Esteban con falsa seriedad.
-Pues ahora que lo dices, sí. Pero necesito tenderme. Tu dirás. -Contestó ella mirándolo de reojo.
-Eso tiene fácil solución. Ven.
Esteban le cogió la mano y la llevó a su dormitorio. Al pasar el umbral de la puerta, ya estaban comiéndose a besos. Esteban empezó a besarle el cuello, pero ella le dijo al oído: "Fóllame". Y él le respondió:
-Bueno, eres directa, eso está claro. Normalmente os suele gustar el aperitivo antes del plato principal.
-El aperitivo me lo ha dado tu moto. Cariño, me encanta tu Harley. Me lo he pasado muy bien con sus vibraciones. Ahora quiero algo más. Dentro, muy dentro. Tiéndete. Ahora es mi turno.
Esteban le hizo caso. Todo el atractivo que tenía Melissa para él se acababa de multiplicar por diez. La noche prometía. Se desvistió completamente y se tendió boca arriba en la cama. Ella se puso de espaldas y empezó a desnudarse. Se quitó la blusa y la lanzó lejos, con clase. Después se bajó con dificultad la falda, de lo ajustada que estaba. Y empezó a balancearse de espaldas, solo vestida con el tanga y el sujetador negro de encaje, solo usado para chicos especiales. Su cuerpo se contoneaba, resaltando el culo respingón. Esteban estaba ya completamente empalmado, esperándola ansioso. Entonces ella se giró y se acercó lentamente.
Se subió a la cama a cuatro patas como una gata en celo y se acercó a Esteban. Separó sus piernas y agachó su cabeza para engullir su polla. Primero pasó la lengua por los testículos, y los chupó suavemente. Después subió la lengua desde la base hasta el glande, y lo chupó suavemente, hasta que de repente se la metió completa en la boca. Esteban exhaló un suspiro de placer. Tenía los ojos cerrados, pero los abría de vez en cuando para presenciar el tremendo espectáculo. Cuando Melisa vio que la polla estaba completamente erecta, fue a su bolso a por un condón y se lo puso. Era estriado, de los que le gustan. Entonces se subió y empezó a follárselo. Esteban solo podía dejarse llevar. Ella subía y bajaba las caderas a veces despacio, sintiendo intensamente salir y entrar la polla, a veces rápidamente, quedándose a las puertas del punto de no retorno. Entonces vio en la cara de Esteban que estaba a punto de irse y apretó su vagina mientras le chupaba los pezones. Esteban se controló y salió de ella. La tendió de lado y él hizo lo propio, mirándola de cara. Le levantó una pierna y la penetró suavemente mientras la besaba. Los dos se besaban ardientemente y el aliento cálido que salía de una boca para entrar en la otra no hacía sino excitarlos más. Ella se puso a cuatro patas y arqueó su espalda para que su culo fuera el auténtico protagonista. Y él se la folló inmisericorde agarrándola de las caderas y y embistiéndola al ritmo de sus calientes gemidos de gata en celo. Ella se tendió boca abajo exhausta y él se la siguió follando por detrás de forma más calmada, entrelazando las manos estiradas. El roce de su pubis con las sábanas, el pene en su interior y los besos que Esteban le daba en el cuello precipitaron su orgasmo, y Esteban se corrió en varias embestidas finales, alargando el placer de ella en varios orgasmos continuados. Los dos yacieron en la cama satisfechos, abrazados, y cayeron en un profundo sueño.
Por la mañana ella se despertó primero. Se vistió en silencio y salió de la casa. Le encantaba pasear por la mañana temprano los fines de semana. Desayunó en un bar y se fue a casa a darse un baño. No había empezado mal el fin de semana. Recibió un mensaje de Esteban:
-"Guapa, vaya noche magnífica. Me encantó. ¿Te apetece quedar para almorzar o hacer algo? Besos!"
-"Hola, guapo. A mí también me gustó mucho. Hoy estoy muy ocupada, y mañana no lo sé todavía. Hablamos. Un beso"
Ella necesitaba su espacio, y quería mantener la chispa del deseo en los dos. Así que lo vería la semana siguiente. Pero Esteban le escribió de nuevo por la tarde. Le propuso para el domingo una excursión en moto a una montaña cercana. No pudo negarse. E hizo algo poco común en ella: fue a una tienda de ropa a comprarse el pantalón de moda negro apretado. Y por la noche se masturbó en la cama pensando en el efecto de sus labios tocándolo y las vibraciones atravesándolo, por supuesto sin bragas entre ellos. Se quedó profundamente dormida.
Por la mañana le esperaba Esteban en la puerta de su casa. Ella iba con pantalón negro apretado, chaqueta de cuero negra y gafas de aviador. Una estampa definitivamente sexy para cualquier motero. Y Esteban no era una excepción. Melisa le dio un beso, se subió de un salto a la moto y le dijo al oído, antes de acomodarse el casco:
-Dale caña.
Esteban sonrió y dio varios acelerones antes de salir. Desde el primer momento Melissa supo que este iba a ser un viaje memorable.
Y lo fue. Una hora de carreteras de montaña entreveradas que exigían continuos cambios de marcha. Melisa perdió la cuenta de las estrellas que vio en esa soleada mañana. Solo sabía que sus brazos agarrados a la cintura de Esteban estaban exhaustos. Finalmente llegaron al mirador en la cima de la montaña.
Esteban paró el motor y la miró divertido. Se había dado cuenta de lo bien que se lo había pasado.
-Te he notado inquieta encima de la moto. ¿Todo bien? -Dijo riéndose.
-Capullo, no te rías de mí - respondió ella con una carcajada.
-Bueno, a veces me has apretado tanto la cintura que casi me dejas sin respiración. -Dijo Esteban riéndose.
Melisa se ruborizó un poco. Pero le encantaba la normalidad con la que hablaban de sexo, teniendo en cuenta el poco tiempo que hacía que se conocían.
-Pues te he traído aquí por dos razones. La primera es el paisaje. Mira las espectaculares vistas.
Melisa bajó de la moto y se acercó al borde de la roca. Se veía toda la ciudad y el mar en el horizonte. La imagen era bella, espectacular. Transmitía paz. Estaban solos en la cima de una montaña, con el único sonido de los pájaros.
Esteban se acercó por la espalda y la abrazó. Ella se sintió feliz. Y le preguntó:
-¿Y cuál era la segunda razón de venir aquí? -Preguntó Melissa.
Y él le dijo al oído:
-¿Has echado alguna vez un polvo encima de una moto?
Melisa giró la cabeza y lo miró con la boca abierta.
-Pero, ¿eso se puede? -Contestó sorprendida.
-Tú quítate esos pantalones tan sexys y prepárate. -Respondió Esteban.
Los dos se desnudaron de cintura para abajo. Esteban comprobó divertido que ella no llevaba bragas. Eso le excitó sobremanera. Se subió a la moto completamente empalmado. Ella hizo lo propio y se sentó en el depósito de gasolina. Entonces él la penetró con suavidad. Entró dulcemente; estaba completamente empapada. Le ponía cachonda follar en la naturaleza, y el extra de la moto era la guinda del pastel. Y la posibilidad real de que los sorprendieran en el mirador no hacía sino acrecentar el morbo. Subía y bajaba el culo y apretaba sus músculos vaginales, disfrutando sobremanera. De repente, llegó el momento cumbre. Algo inesperado, que nunca hubiera imaginado. Esteban le dio al contacto y el motor rugió con estruendo. Melissa dio un grito y su cuerpo abrazó las estrellas. Entonces Esteban giró el acelerador varias veces y el grito de Melisa encontró eco en el valle. La patilla de la moto aguantaba a duras penas el movimiento. La polla de Esteban estaba tan profunda que se sentía completamente saciada. La estampa tan diferente a un polvo normal hacía el resto. Sus pieles se rozaban con tanta fuerza que se multiplicaban las sensaciones en los dos. Uno de los dos, igual da quién, empezó a gemir a punto de correrse y precipitó al otro. Melisa se abrazó a él exhausta, satisfecha. Recordaría este polvo por siempre. Besó intensamente a Esteban. Y pensó que quizás, por fin, habría encontrado a su compañero de viaje.
 
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